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Calles de Londres


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Solo faltaba una mínima chispa para hacer que aquello estallara y estaba seguro que en cualquier momento se produciría. Podía sentir el rose de la piel de la Macnair con la de él mientras ambos apuntaban a objetivos diferentes. El cainita estaba a punto de comenzar a atacar a diestra y siniestra sin importarle nada y mucho más aun, a aquel hombre que había apuntado a su prometida cuando observo que de una u otra forma la figura de arya se materializaba al lado del ministro. Intento buscar con la mano libre la de la Macnair esperando que ella hubiera visto lo mismo que él.

 

-<<Esto se está saliendo de control o más bien ya se salió, creo que mejor et saco de aquí y luego regresare a atender los asuntos pendientes>> -intento decirle mentalmente a la ex vampiresa esperando que ella captara el mensaje.

 

Cuando iban a comenzar con todo aquello y sacar a la Macnair de allí escucho lo que Arya tenía que decir. Se quedo petrificado solo por un segundo sin saber si la Macnair apoyaba todo aquello o ellas lo habían planeado, ambos en realidad no habían tenido tiempo de hablar. Aprovechando que el cainita era mucho más fuerte que la Macnair fue moviéndose lentamente con ella mientras cuidaba sus espaldas y la mantenía tomada de la mano. Al fin llegaron a una puerta por donde podría escapar un poco del caos, sin embargo una chica @@Ada Camille Dumbledore les bloqueaba el paso.

 

-Lo siento, la señorita no se siente muy bien y necesita un poco de aire –dijo el cainita- como puede ver esta muy pálida y pareciera que mareada, será que nos permite salir? –preguntó educadamente, pero en el momento que la joven no les permitió salir del recinto supo que ella estaba con los atacantes, que no era parte del plan o más bien, que no estaba con Aarón por lo que no tuvo más que hacer lo que debía hacer.

 

-Supongo que deberemos intentar salir por otro lugar –dijo el Ragnarok. –Desmaius –susurró. un segundo después tan rápido que la joven que estorbaba su salida no se dio cuenta que le golpeo en el pecho. Al menos, nadie se había dado cuenta de ello.

 

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Palacio de Buckingham, lugar de la reunión.
13 de marzo, pasadas las 9.

 

Aquella cálida sensación se extendió por su mejilla como imparable ola hasta cubrirla toda. Un instante después, el calor se convirtió en un penetrante ardor que lo invadió todo. No movió ni un centímetro su rostro hasta pasados unos segundos del golpe; apenas sus ojos lograron reaccionar al impacto, apartando su atención del ministro hacia un punto al azar. La bofetada resonaba en su cabeza como un taladro, no por la cercanía a sus tímpanos sino por la carga simbólica que ello tenía. La mano dura del poder, en toda su literalidad; la violencia como forma de amedrentar a quien se atreve a disentir con él; una exhibición de impunidad sin límite conocido e incluso el intento de un hombre de reprender a una mujer. Todo ello golpeó a Lucrezia con más fuerza que el dorso de la correctiva mano de Aaron.

 

¿De verdad el ministro pensaba que podía corromper su espíritu con aquella muestra de debilidad que hasta el más despistado de los presentes podría interpretar? ¿No se había dado cuenta, en medio de la súbita inyección de falso liderazgo que experimentaba, que sus acciones manifestaban su total falta de control sobre la situación? Su mirada se clavó nuevamente en Aaron, mientras este entonaba con política solemnidad un discurso tan vago como su fallido intento de callarla. Sus azules ojos no mostraban ni un signo del efecto disuasivo esperable luego de un acto de tamaña cobardía. No, nada de ello. Lo enfrentó con una actitud renovada, potenciada por la impertinencia del ministro que desnudaba su debilidad. Nadie podía domar su ego y mucho menos un hombre.

 

Elevó su mentón apenas unos centímetros y esperó el momento justo en que todo a su alrededor se callara. Apenas separó sus carnosos labios. El escupitajo, certero y compacto, atravesó imparable el aire y golpeó contra el lado derecho del rostro del ministro, específicamente entre su nariz y el inicio de su mejilla. La saliva, mezclada con la sangre que había brotado en su boca luego del golpe, comenzó su descenso por la tensa piel de su rival. La imagen era degradante y perfecta en partes iguales. Lucrezia tomó con las puntas de sus dedos índice y pulgar el pañuelo, como si éste estuviese cubierto por una mucosidad asquerosa, y se lo devolvió a Aaron tal como él había hecho. La aristócrata había aprendido a redoblar la apuesta ante cualquier intento de pisotearla. Ni la mismísima Sagitas Potter Blue había logrado doblegarla ¿Acaso existía alguien en el mundo capaz de hacerlo?

 

- Límpiate.- su voz brotó con una ironía deliciosa al oído, esa que solo ella sabía enarbolar, mientras se limpiaba con el dorso de su mano la sangre que se avecinaba por la comisura de sus labios - Oh, tienes razón, las formas no fueron las mejores. Me disculpo con todos los presentes, mi intención no era amenazarlos, sino convencerlos de que éste camino es perjudicial para todos. Claro, no dudo tampoco que Aaron hubiese mandado a sus súbitos a matarme apenas cruzada esa puerta. Este cuerno de Erumpent es un mal necesario. Llamémoslo garantía de supervivencia, me gusta mucho más.

 

La mención a la Orden del Fénix, sin embargo, logró resonar como ninguna otra en la cabeza de Lucrezia. El juicio a sus títulos nobiliarios, el reproche de la cita a un político muggle y la revelación de su hipotética traición quedaron todos opacados por un comentario dicho casi al paso y enterrado entre tanto monólogo insufrible. La puesta en duda de su fidelidad frente a un grupo tan numeroso de mortífagos resultaba un movimiento inteligente por parte del ministro y por eso mismo dudaba si lo había hecho consciente o la suerte era benévola con él. Di Médici había cosechado lo que consideraba una valiosa estima entre sus pares del bando e incluso había formado lazos personales con varios de ellos. Con el paso de los meses, alimentando y fortaleciendo su relación con muchos de sus compañeros, había visto allanado su camino hacia el poder; su estratégica conexión con los Triviani no había surgida del azar, por supuesto. Su nula coincidencia con algunos de los ideales mortífagos no representaban un inconveniente en su búsqueda de escalar en la jerarquía del bando.

 

Sus firmes dedos abrazaron con más vigor el gélido mango de su varita y el efecto de tal presión se vio reflejado en su antebrazo: sobre su pálida piel, entre las sobresalientes venas, se dibujó en vívido tono verdoso su tatuaje: la serpiente enroscándose en la mandíbula de la tenebrosa calavera y saliendo por su boca, extendiéndose en su realista esplendor hasta alcanzar su muñeca. Los colores de la marca tomaron fuerza al quedar expuestos ante el público; el negro de los contornos se intensificó y el verde desplegó toda su gama. La serpiente comenzó a moverse lentamente, como si quisiese separarse de la piel para lanzarse a la yugular de cada uno de los presentes con furia bestial. Sin llamado alguno de por medio aquella marca ardía, advirtiendo quizás de sus acciones contra quien también la portaban.

 

- No intentes ir por ese camino Aaron. No tengo miedo de que los aquí presentes conozcan mi pertenencia a la Marca Tenebrosa. No lo oculto, no me avergüenzo, no me producen temor las consecuencias. No puedo decir lo mismo que muchos de los que están aquí…sin dar nombres claro - se permitió apartar unos segundos la vista de Aaron para dar un fugaz vistazo alrededor y dejando que una media sonrisa iluminara su semblante - ¿Sabes lo que si me produce temor? Que tu cruzada contra los muggles, esa estrategia burda, afecte a la gente que “me abrió las puertas”. Sé que eres consciente que tu liderazgo político tiene fecha de caducidad, que es débil, que sus pilares están hechos de un hielo que se derrite. Sabes que no puedes sostenerte en tu trono si no es por medio del perpetuo conflicto, del enemigo externo siempre bien elegido. Política I. Primero una guerra contra Bulgaria e Italia, luego la caída del estatuto ¿Qué le seguirá? Aaron Black Yaxley, no puedes sostener tu gobierno si no es en detrimento del bienestar de su gente. No puedes gobernar en un contexto de paz ¿Don´t you? - preguntó retóricamente, demostrando un perfecto acento inglés.

 

Escupir cada una de aquellas palabras que tanto había retenido en su garganta le permitió recaer por fin en todo lo que pasaba a su alrededor por fuera de su propia situación. Había obviado hasta el momento la presencia del joven que aseguraba conocerla y que se había posicionado a su lado, como un repentino secuaz no requerido que “lo necesitaba con vida”. Sin embargo, pese a su total avocación a su enfrentamiento uno a uno con Yaxley, aún tenía en mente la advertencia que Cissy había espetado con insulto incluido. Que Macnair se debía al flamante ministro no era un secreto de Estado, al igual que la inclaudicable fidelidad de los Triviani. Entre todos los potenciales errores que había sopesado antes de aquella noche la subestimación a Cissy no era uno en el que estaba dispuesta a caer. Lucrezia no tenía un rubio cabello de tonta y sabía de las capacidades de su par de La Marca Tenebrosa, superiores incluso a las de Aaron. Era digna de su admiración, una mujer lúcida. Además, por sobre todas las cosas, le caía genuinamente bien y eso resultaba de particular importancia para la aristócrata. Hubiese dado todo por tenerla a su lado en aquel contexto en lugar del chico al que no conocía…

 

- Oh, Sybilla ¿Quieres que ahora si te responda que estoy haciendo? Nos estoy salvando de la catástrofe a la que nos va a arrojar nuestra máxima autoridad ¿O crees que los muggles no van a accionar con toda su capacidad contra cada uno de nosotros, independientemente de si apoyamos o no a Aaron y este patético cónclave de familias? Aún estamos a tiempo de arreglar esto, declarando la clara insania de nuestro ministro y colocando un ministro interino que arregle todo este desastre. - propuso, buscando mostrarse elocuente ante los demás. - Deja un poco lo que te dicta el corazón, eres superior a eso. Sé pragmática.

 

La blonda italiana sentía más de una varita apuntando hacia ella, ansiosas de desarmarla o incluso de ver la sangre brotar de su delgado cuerpo. Sin embargo, había una en particular que logró captar toda su atención cuando hizo el repaso de su situación con una rápida observación de quienes la rodeaban: la que sostenía Jeremy Triviani ¡Ah, ese estorbo personificado nuevamente haciendo de las suyas! Alzó aún más el cuerno sobre su cabeza, sosteniendo todo su considerable peso en la diestra. Los músculos de su brazo se tensaron visiblemente, delatando la fuerza oculta bajo el engañoso manto de delicadeza que la cubría. Lo enfrentó apuntándolo directamente al centro de su pecho sin descuidar a Aaron, cuyos movimientos lograría captar con el rabillo del ojo. Claro que estaría allí, después de todo su misión en el mundo parecía basarse en descargar toda su frustración internalizada en ella. Lucrezia se preguntaba divertida si el muchacho estaría celoso por su acercamiento cada vez más estrecho a Zoella. Enarcó una ceja. El mismo al que le había ahorrado una inminente muerte en manos de Piero, poniendo en riesgo su propia vida, se atrevía a amenazarla.

 

- Jeremy…vaya buena oportunidad esta para por fin terminar con tu reiterativa insolencia ¡Pero la dejaré pasar! Aun pienso que nuestra relación puede construirse con otras bases que no sean estas. Ojala fueras capaz de ver la película entera y no solo la foto. Le estoy salvando el c.ulo a tu familia, el mío y de paso el de toda la comunidad mágica…Kiorke.

 

Si bien cualquiera que observase aquella escena tan particular hubiese esperado un ataque dirigido a quién había puesto en tela de juicio la dignidad de su invocadora, el látigo actuó de manera contraria a dichas expectativas. El lazo de color azul neón se extendió desde la punta de su blanca varita, como expulsado por un resorte, y se enroscó velozmente alrededor del cuello de Aaron Black, generando una brusca presión que apenas permitía que un hilo de aire se abriera paso hasta sus pulmones. Lucrezia había desistido de asesinarlo allí, en medio de aquella reunión arruinada y sin retorno. El ejército de Piero estaba posicionado en el exterior, listo para interrumpir la función en medio del climax. Si bien la idea de lanzar el ancestral cuerno de erumpent en medio de aquella sala era una posibilidad tentadora, generando un más que conveniente reinicio - sin familias puras y sobretodo sin Jeremy - a toda esa inverosímil fábula, la aristócrata apreciaba su propia vida. Con un ligero tirón de su varita, valiéndose de la tensión mágica de aquel látigo, acercó a su prisionero hasta que sus rostros quedaron separados apenas por unos centímetros. Sus miradas volvieron a encontrarse por obligación; incluso podía sentir el suave aliento del hombre golpeando contra su rostro. Podía sentir su incipiente agitación, que tendería a crecer a medida que los segundos pasaran.

 

- No tienes idea de lo que se acerca o eres lo suficientemente cínico como para reconocerlo abiertamente. Vas a caer Aaron, es cuestión de tiempo…Mientras tanto, te doy tiempo para recapacitar. Tienes un ejército acechándote. Puedo intervenir para que no tengas que morir. Sé valiente. Sé digno con la gente que confió en ti. Me retiraré con la garantía de que si me atacas, todo explota. Nos volveremos a ver en breve.

 

Y lo soltó, sin más, como si no acabase de romper la seguridad del flamante ministro inglés para amenazarlo. No exteriorizó ningún temor a las represalias, puse éste no existía en su cabeza. El látigo volvió a ser absorbido por la punta de su varita, emitiendo un fugaz chasquido seguido por un chispazo. Le dirigió una última sonrisa a Aaron, una libre a la interpretación de su único observador. Tal vez una frialdad solo atribuible al mismo hielo; tal vez una seguridad incorruptible que sostenía como una marca propia. La bruja dio media vuelta, acomodó los mechones de su rubia cabellera que se habían rebelado ante la abofetada del ministro y vio su camino completamente liberado, pues muchos de los miembros de familias puras presentes habían formando un improvisado pasillo hacia la salida. Por cada uno de sus elegantes pasos, nuevamente marcados por una cadencia pausada, la cálida luz emanada por el cuerno cubría más espacio. Al pasar junto a Arya, le retiró la mirada como si la desconociera completamente. Al atravesar el umbral, efectuó una cortante floritura que cerró la puerta a sus espaldas sin la necesidad de volver a enfrentarse al gentío. Fuera del alcance de decenas de miradas curiosas y expectantes, la joven aristócrata se permitió tomar una buena bocanada de aire y distenderse. Las fuerzas italianas la esperaban en el exterior del Palacio.

 

- Ariane, debemos irnos de aquí ¿Ariane?- se preguntó al no divisarla en las cercanías.

Editado por Lucrezia Di Medici
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Alegna observaba a los presentes echarse, literalmente, saliva encima, tanto en palabras como bueno . Como en escupitajos, bostezo sin disimulo, aunque la situación la divertía,debería haberme quedado tomando una cerveza, quien hace una reunión sin bocadillos, estoy famélica pensó, su vestido ya la asfixiaba y la diversión parecía estarse terminando, esta solo esperaba que desbloquearan las puertas para retirarse, era lógico que la oposición no llegaría a nada en un ambiente donde la mayoría apoyaba al ministro, ella no se contaba en ninguno de los dos bandos, ella solo se apoyaba a si misma, y se había pegado cada chasco igual, que no sabia como continuar.

 

Londres, 23.53 de esa misma noche.

 

Se encontraba en las Tres Escobas, el ambiente esta caldeado y todos opinaban lo que se decia, la chica paro la oreja escuchando un poco de lo que unas mesas contigua, parecía que alguien había filtrado lo que paso en el castillo, no le sorprendía, todos los que estaban allí es porque se enteraron de alguna forma, era lógico que los demás supieran que había pasado. Despego su atención de los demás, y la concentro en su comida, un delicioso sándwich de road beff con una cerveza helada.

 

Lo que tuviese que pasar pasaría, si la cosa se ponía muy fea, un simple obliviate a la población muggle creía que seria suficiente, desplego el diario, leyendo unos artículos aislados, suspiro pensando seriamente volver a alejarse del caos que ahora era el mundo que ella creía conocer.

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Huyendo de Inglaterra (intentando):

 

El contacto de la Tía Sagitas estaba tardando. Ithilion se ponía nervioso y le contaba cuentos mientras esperaba allá, en aquella plaza, sin saber quién se acercaría a nosotros. Tal vez no había sido tan buena idea huir de Londres pero la tía había sido muy clara: sacar a los niños de territorio inglés y llevarlos a España, donde estarían protegidos. También estaba muy preocupada. Se suponía que allá me reuniría con la tía Hayame y sus dos bebitos y con Matt o Helike (o los dos) y la niña. Pero nadie había llegado, sólo el benjamín de Sagitas y yo estábamos en el punto de encuentro para salir hacia otro país. Me senté en unas escalera muy amplias que daban a un edificio grande. No me interesaba saber si era un museo o qué era pues miraba de un lado a otro, buscando a aquel español que nos sacaría de allá.

 

Al principio, no me di cuenta. Fue el niño quien señaló hacia uno de los callejones que desembocaban en la plaza. Un hombre, gabardina oscura, sombrero de ala amplia, zapatos negros, avanzaba despacio hacia nosotros. Me levanté de la escalera y sacudí un poco el polvo de la falda azul que llevaba puesta. Tomé al niño de la mano y agaché la cabeza para indicarle que saludara con educación cuando nos acercáramos.

 

Fue en ese momento cuando el hombre se paró y apoyó una de sus manos en la pared de ladrillo rojizo. La luz de una farola iluminaba tenuamente su figura tambaleante. Solté un gemido de sorpresa. Tenía la mano toda roja. Sangre. Ithilion tiró de mí, intentando acercarse a él. Le frené. Aquel hombre me miró unos instantes y, después, cayó al suelo. De su otra mano cayó su varita al suelo, de la gabardina abierta, un pin discreto era visible en uno de los bolsillo del traje oscuro que llevaba puesto. Una bandera de España

 

Detrás de él... Un grupo abundante de muchedumbre entraba en bandada en la plaza, con palos, armas muggles de esas que hace "pum" y otras que no reconocí. Gritaban algo sobre los magos, sobre la magia, sobre la Familia Real inglesa, sobre el palacio, sobre peleas, batallas... Pero sobre todo, hablaban de matar. Me sentí contrariada. ¿Matar? ¿A quién? ¿A los magos? ¿A la Reina?

 

- ¿Qué pasa, prima Xell?

 

Silbatos de policía, carreras, gentío... Un hombre entró corriendo por otra calle y parte del grupo se dirigió de forma amenazadora contra él. Noté un resplandor rojizo. Era un mago y se estaba defendiendo. La masa de gente muggle le rodeó por encima de los que él había tumbado y le atacaron.

 

- ¡Ay, Diosa! - ¡Estaba horrorizada!

 

Tomé a Ithilion en brazos, sin saber qué hacer. La gente nos rodeaba y no me atrevía a sacar la varita. Empezaron a sonar las campanas

 

- ¡Señorita, por aquí!

 

Abrazaba tan fuerte al niño y giraba sobre mis pies, muy asustada. La horda de muggles estaba muy cerca. rodeándonos. A punto de usar la desaparición, a riesgo de que alguno me agarrara y viniera con nosotros en nuestra huida, volví a asentir por segunda vez aquella llamada. Era un cura, con una sotana negra y collarín blanco, que me llamaba desde arriba de las escaleras.

 

Corrí todo lo deprisa que pude y el cura me ayudó a entrar a tiempo de salvarnos de la multitud que también nos perseguía. Entré y solté al niño junto a unos bancos de madera. Era muy grande, más que el Confesionario que teníamos en Ottery. Oí que les gritaba que aquello era un lugar sagrado y no podían atacar. Después, se cerró la puerta.

 

¡Éramos refugiados en una iglesia muggle! ¡Qué contradicción más caótica! ¡¡Maldito Aaron, la que había liado al desvelar el secreto de la Magia!!

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Reunión de los Sagrados Veintiocho.
Palacio de Buckingham.
13 Marzo, noche.



El ambiente se tensaba cada vez más. Era obvio que un grupo enorme de magos y brujas iban a alterarse de una u otra forma. Parecía que el silencio era el mejor aliado de muchos por allí, porque solamente habíamos tenido dos discursos, el del primer ministro y el de Cissy, que de alguna manera había apoyado al otro. Miré una vez más a Mackenzie, que de alguna manera, también se encontraba absorta en sus pensamientos.

Hay que hacer algo, Mackenzie. De verdad. Esto se descontrolará. ¿Sabes? —estaba perdiendo la paciencia. No porque no tuviera aquel rasgo, sino porque jamás había rogado tanto en su vida. Tener que demostrar algunas cosas dentro de aquella reunión, me desesperaba un poco. Entendía de todas maneras, que haber trabajado dentro del Ministerio había sido totalmente diferente que haber estado afuera. Volví a acercarme para susurrarle—. Primero la guerra con Bulgaria. Luego la caída del estatuto. No presagia nada bueno esto. ¿Te das cuenta de lo que quieren hacer?

Claramente las intenciones de algunes allí era realmente visible. El discurso era similar (para no decir igual) que al que Grindelwald había recaído tantos años atrás. Pero no me preocupaba para nada eso. Porque se encontraba en la moral de cada uno lo que hiciera con el estatuto del secreto. Si me mantenía como hasta ahora ¿De qué iba a preocuparme? Un par de movimientos de varita y los muggles que quisieran acercarse a mi y a mi familia se olvidarían absolutamente de todo.

Lo que realmente me preocupaba era lo que hicieran los magos y brujas para aprovecharse de ésa situación.

¿Quiénes se aprovechaban de los más débiles? ¿Quiénes utilizaban el miedo y la manipulación para sacar el mayor provecho? ¿Quiénes trabajaban desde las mismísimas sombras para sumar beneficios a su causa (y causa individual? Por decenas de años lo habían hecho los mortífagos. Y seguramente habían metido sus manos nuevamente en aquello. Aunque hacía tanto tiempo que no me encontraba presente, que de alguna manera había perdido el rastro de todos ellos y de la información que poseía.

¿Acaso la vida me había jalado allí para hacer eso? Tal vez. Retirado del Ministerio, era libre técnicamente. Sin ojos que me supervisen, podría tener un poco más de libertad para actuar. Mi mente se había puesto a trabajar, asi que pronto saldría algún plan.

El portazo me hizo salir de aquel ensimismamiento para darme cuenta que la tal Lucrezia se había ido.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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En una oficina aledaña de la sala de juntas del palacio Holyrood, Edimburgo.

 

Ryvak se incorporo, su mano fue directamente al bolsillo interno de su capa oscura que tiene el hechizo indetectable, de su interior extrajo la daga que su "hermano de guerra" le proporciono para que el peliverde pueda invocar al mago de ojos dorados. Con tres de sus dedos la balancea de un lado a otro, como si fuese un péndulo, pensando si usar la daga para que Delta aparezca... cree que puede obtener del hombre castaño comprensión y apoyo en su tribulación...

Anthony quiere ser reconfortado pero también desea mostrar que ha ganado fortaleza y se pregunta ¿que pensará mi "hermano" si comienzo a mostrar signos de debilidad?... cierra los ojos e imagina el encuentro, es posible que Delta no le reproche nada, pero seguro que se sentirá decepcionado si ve a Ryvak bacilar con respecto a su proceder... algo que no quiere presenciar el ojimiel, pues busca obtener aprecio del mercenario.

 

Abre los ojos y por ellos cruza un destello rojizo al tiempo que presiona con fuerza la empuñadura de la daga, sus dientes también se unen con rabia recordando a todos eso muggles sin nombres e identidades, pero un gran número de ellos que desde que tiene memoria, solo le despreciaban, cuando quisieron le lastimaron, en todos aquellos años, Anthony solo recuerda la discriminación de que fue objeto principalmente por el color de su cabello... Reacon dice que "los demás tratan mal a los que son diferentes por tradición social", pero no puede deshacerse de su sentimiento de enfado por aquel maltrato recibido.

 

Es verdad que también hubo una squib y unos magos que también le trataron mal, pero a ellos si les conoció de nombre y ahora solo a ellos les guarda rencor, no ha si a los muggles, en lo que generaliza a todos ellos como culpables y por eso mismo no puede separar aquella búsqueda de desquite... "si sufren por la caída del Secreto de la magia, lo tienen merecido, ahora ellos serán los discriminados" piensa el muchacho y guarda la daga con el signo de la letra Delta en la empuñadura, por ahora no molestará al mago, así que busca algo para mitigar su sed mientras transcurre el tiempo que aguardará para que deliberen en la sala de juntas.

 

@Kamra Ashriver R. Delacour @Alessa Ashryver Delacour

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Sagitas en el Palacio de Buckingham.

El error de la capa me había dejado incomunicada con Lucrezia. Aunque no estaba segura de si seguiría enfadada por cuando la acusé de poner en peligro a mi cuñada Selene, estaba segura que la habría perdonado o, al menos, retrocedido por un tiempo aquel malestar para trabajar unidas. Porque el plan seguía adelante. Ahora que había conseguido poner a salvo a mi hijo pequeño, lo que sucediera en Londres ya no me parecía tan grave. Lo que tuviera que suceder, sería, sin más.

-- Harpo... Dile a Babila que no ponga la mano sobre el camafeo, que no veo... -- Mi Anillo de Presencia mágica no servía de nada si la gota de esencia que él-yo llevaba en el camafeo era tapado con su manaza. El elfo se escurrió de la vigilancia de unos inquisidores que no le habían dejado entrar para poder situarse cerca del Secretario de Accidentes y pasarle mi información, pues volví a ver lo que sucedía al instante.

Había entrado detrás de ellos, vistiendo exactamente igual que Babila (aunque con un poco más de estilo, el semigigante no parecía soportar llevar zapatos, y eso que le había prestado unos bien planos) , aunque yo cubierta con mi Capa de Invisibilidad que me había permitido pasar por delante de la vigilancia sin que se dieran cuenta. ¿Cómo es que nadie había previsto usar un "Revelio" para prevenir estas circunstancias?

Bueno, era igual. Ya estaba dentro. Y los dejé cuando ellos se dirigían hacia el Salón del Trono. Ese no era mi destino. Llamarme romántica, lerda o insensata, pero mis pasos se dirigieron hacia las habitaciones privadas de la Reina. Tampoco me llaméis ladrona, no era mi intención quedarme con alguna de las maravillas que allá lucían (he de reconocer que yo también admiré las florituras del cuadro que tanto había llamado la atención a Babi, pero no, no iba a robar nada. No había comprado mi capa y otros utensilios similares en el Mall y otros centros de venta tal vez más clandestinos, sugeridos por mi yerno Sean, para un fin tan poco honroso). Pretendía sacarla de allá.

¿Es qué la Reina no tiene un Cuerpo de Seguridad propio, podríais preguntar? Sí. Cuando fui Directora de Accidentes, manteníamos un contacto diario con los Inquisidores que mantenían en custodia al Primer Ministro y a la Familia Real inglesa. Desde que Aaron Black Lestrange había accedido al puesto de Ministro de Magia, esos puestos habían desaparecido, de forma muy misteriosa. Y, aunque parezca mentira, yo había conseguido una cierta amistad (cosas de la vida, yo te ayudo a ti, tú me ayudas a mí) con un Miembro Personal de la Cámara de la Reina, quien me había mantenido informada de ciertos aspectos poco rutinarios y mágicos que ocurrían en palacio. El hecho que Aaron decidiera hacer una reunión en aquel palacio precisamente hizo saltar las mil alarmas y contacté con él: a las 21 h, mientras ese mequetrefe de Ministro del Ministerio de Magia inglés soltara toda su perorata, evacuaríamos a la Reina para ponerla a salvo, sin decir nada ni levantar sospechas. Su cuerpo de Seguridad, por desgracia, estaba lleno de informantes que darían la voz de alerta si sospechara algo.

Es que me meto en cada cosa... No sé porqué tengo ese sentimiento de lealtad tan arraigado en cuestiones que no debieran importarme. Pero heme allá, paseando por corredores desconocidos, pasando de largo ante guardas de seguridad que no me veían, intentado no despertar ruidos sospechosos que insinuaran mi paso y oyendo lo que ocurría durante la reunión de los 28.

"Hay traidores de nuestros principios entre nosotros, y no los culpo, ¡es más!,

sean bienvenidos de retirarse de éste palacio pues nadie les ha citado para iniciar un enfrentamiento,

¿qué me creen?, ¿un desquiciado mental que desea ver una masacre aquí dentro?, no, no...

 

>>Aquí solo hay gente fiel, ¡somos fieles a la sangre!...


-- ¡Loco! ¡Pureza de Sangre! ¿Habrá algún miembro de la Orden? Debieran oír a este... -- No insulté, torcía por un pasillo a la derecha y por poco choco contra uno algo (¿ujier, camarero?) que llevaba una bandeja con copas. Esperé a superarle para proseguir. -- Harpo, que Babila no se mueva de ahí. A saber qué van a hacer con los que salgan. No me fío ni un pelo de ese hombre.

Caminé algo más deprisa mientras voces respondían al discurso de Aaron. Volví a frenar y tuve el tiempo justo de ponerme entre dos pilastras antes que un grupo de unos seis o más hombres vestidos de negro y corbata cruzaran a mi lado. Guardas de Seguridad, supongo. Algo pasaba. ¿Se habrían dado cuenta que el Palacio estaba siendo invadido? Uno de los jarrones tembló a su paso y uno de ellos me miró. Aguanté la respiración pero pasó de largo. Aún así, esperé. La chivata de la oreja me seguía mandando audiciones, entre los que reconocí a Mackenzie Malfoy, a Elvis, a algunas voces conocidas...

Un viejito se acercó hacia mi sitio, llevando un majestuoso reloj en las manos. A su lado, el fantasma de un viejo Monje sostenía con él una extraña conversación sobre la fiabiliad del Tiempo. Me bajé un poco la capa para liberar mi cabello violeta. Sudaba con ella.

-- Buenas noches, Lord Buckminster; Monk Usher (**)... Es un placer encontrarles, me estaba perdiendo. Este Palacio es un auténtico embrollo. ¿Por qué no hay una guía?

La contestación inicial de ambos, conocidos por mí (en realidad, yo sólo conocía al relojero; el fantasma era un viejo amigo de mi marido), se perdió bajo el sonido de una explosión en el exterior.

"¡BOOM!"


-- Su cuñada ha llegado, Ama Sagitas. -- Gruñí con desagrado ante el mensaje que me dictó Harpo y que lo oí claramente en mis oídos.

Claro... Lucrezia di Medici siempre hacía notar su presencia. ¿Es qué creía que los muggles del Palacio no iban a oírla? ¿Es qué nos habíamos vuelto todos locos? Seguí su oratoria mientras el Maestro Relojero me guiaba a su paso aún ágil para ser una persona mayor por aquellos continuos pasillos y mientras el Monje, sencillamente, atravesaba paredes y nos encontraba en el siguiente, con gesto de impaciencia.

En cierta manera, aprobaba el contenido de la oratoria de mi cuñada, aunque siempre criticaría su forma tan petulante de hacerse notar.

"Que el orgullo por su sangre no se convierta en vergüenza cuando el resto del mundo,

evidentemente más cuerdo, vea las nefastas consecuencias de la caída del Estatuto.

Que no terminen por odiar su propia sangre, como hicieron los Greengrass,

alguna vez tan orgullosos de su pureza, cuando sobre ella pesó una maldición.

Que sus propias decisiones no sean una analogía de esa maldición.

No se dejen sobornar por alguien hambriento de poder, que sabe que no le es legítimo.

El despotismo dura poco.

Una vez un político dijo “aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron dentro de él”.

No dejen que Aaron se los coma, que eso sería canibalismo y al menos esa ley aun no la anuló."


-- ¡Ama! La Señorita Di Medici está amenazando al Ministro con su varita. -- La voz del elfo sonaba muy angustiada.

-- ¡Ya lo veo! -- exclamé, alternando la mirada a mi anillo y a la espalda del Maestro Relojero. Entrábamos en una estancia y salíamos por otra puerta, todo a paso acelerado. -- Detenla, o al menos retrásala. Dile a Babila que...

-- Su sobrino Dick le está apoyando, aunque lo quieren vivo.

-- ¡¡m****...!! -- Me paré en seco y choqué contra el viejito, quien dejó caer el magnífico reloj al suelo, destrozándose. -- ¡Majestad! Ay... Lo siento...

Genial manera de iniciar una Audiencia con la Reina, con un insulto. Su voz sonó muy educada, a pesar de la extrañeza de ver a una cabeza andante. Todos guardaron silencio, excepto los dos perros mimados por la dama, que no paraban de ladrarme.

-- ¿Esta es la señorita que querías que viera, Lord Buckminster? Parece algo aguillotinada.

Me quité la capa de invisibilidad e hice una medio aceptable genuflexión.

-- Lo siento Majestad. Yo...

-- Lady Sagitas Ericen Potter Blue, Majestad.

-- Eso, Sagitas para los amigos. -- Esto no correspondía. -- No hay tiempo. Tiene que salir de aquí. El Palacio no es seguro.

Saqué la varita y pronuncié un Reparo hacia el reloj. El Maestro Relojero lanzó un suspiro y lo recogió pero vi pesar en su mirada.

-- Jovenzuelos, siempre con prisas... Con lo agradable que es montarlo tomándose su tiempo... -- Vale, debiera haberle ofrecido mi ayuda antes de actuar. Soy así de impulsiva.

--Majestad. Hay que salir de aquí ¡YA!

Carreras por los pasillos, voces de alarma, gritos lejanos. La Guardia Secreta entró (por fin) en las cámaras de la Reina y me vieron con la varita. Tal vez pensaron que la amenazaba, pues todos me apuntaros con los "pum-pum" esos de balas.

"No tengo porqué contarte mi historia, bruja traicionera...¡traidora! ....

traición a quién te tendió la mano en cuanto pisaste Londres, a tus pares mágicos, a tu familia inglesa,

¡traición cuando decidiste vendernos a Piero y sus ansias de poder, sabiendo que nos había declarado la guerra!...

adelante italiana, vuela éste lugar en mil pedazos como lo intentaste con los Triviani, haz tu hazaña en éste palacio ¡símbolo inglés! para que nos asesines a todos, a los patriarcas y matriarcas..

haz el favor de callar a éste mago que traes de escolta o Sybilla lo descuartizará aquí dentro..."


-- ¡Harpo! Que no vuele ésto aún, que la Reina aún está dentro.

 

Levanté las manos para que vieran que venía en son de paz. . Supongo que mis palabras no eran las mejores para aquel momento. Se apresuraban en sus palabras pero entendí bien que hablaban de intrusos, de peligro y de evacuar a la Reina.

 

-- ¡Pero si eso es lo que estoy diciendo todo el rato! Pero ya porque... Puede... Digo puede... Que el palacio vuele por los aires.

 

¡Demonios, qué gente más bruta! Qué al final me harán daño y yo sólo vine aquí a ayudar... Rodearon a la Reina y dijeron algo de usar los túneles secretos que daban hacia el río Tyburn que cruzaba bajo el Palacio y que les llevaría a la Casa Clarence, sin riesgos. Desde allá la llevarían al Castillo de Balmoral. Meneé la cabeza.

 

-- No hay tiempo para llegar a la Residencia Oficial del Príncipe de Gales antes de que salte esto por los aire. Si conoceré a mi cuñada... y a Sybilla. Debemos irnos y la más rápida es usar la Magia. -- A estas alturas, no iba a esconderme. Al fin y al cabo, ya no estaba incumpliendo la Ley, gracias al Ministro Aaron.


-¡Estas en desventaja, Di Medici! Si continuas con esto, perderás mucho mas que la dignidad. Baja el cuerno y la varita.

...

Oh, tienes razón, las formas no fueron las mejores. Me disculpo con todos los presentes, mi intención no era amenazarlos,

sino convencerlos de que éste camino es perjudicial para todos.

Claro, no dudo tampoco que Aaron hubiese mandado a sus súbitos a matarme apenas cruzada esa puerta.

Este cuerno de Erumpent es un mal necesario. Llamémoslo garantía de supervivencia, me gusta mucho más.

 

-- ¡¡m****...!! ¿Cómo se le ocurre traer un Erumpent? ¡Harpo, saca a Babila de ahí, rápido! ¡Poneros a salvo! Yo llegaré en cuanto pueda. -- Era difícil seguir la conversación que se ocupaba en el Salón del Trono, varios metros más abajo y distanciados. Aún así, seguro que esa explosión llegaría allá y pondría en peligro a la Reina. -- Majestad, no soy muy competente en Diplomacia pero si confía en su Maestro Relojero, y supongo que sí o no habría accedido a esta Audiencia tan fuera de lugar y de horario para ver a una desconocida, sabrá que puede confiar en mí. Por aquí. Yo les abro una puerta hacia la Casa Clarence y ya allá, que su Cuerpo de Seguridad le lleven a donde sea preciso, a un lugar seguro.

 

No esperé más. Tal vez ella fuera la Reina, tal vez ellos fueran lo mejor en Seguridad, pero yo era una zoologa de renombre (entre otras cosas) y experta en criaturas mágicas. El cuerno de Erumpent no era para tomárselo a broma. Moví en un círculo amplio la varita hacia el centro de la habitación, intentando concentrarme para que fuera lo suficientemente amplio como para que escaparan todos por él. A través del agujero negro, se vio una habitación amplia con una chimenea, varios mayordomos que servían té a un hombre mayor. Todos miraron hacia nosotros con cara de perplejidad. ¡Benditos ingleses! No se inmutan por nada por muy raro que sea.

 

-- Majestad, la Casa Clarence. Rápido, no sé cuánto puedo mantener abierto el Haz de la Noche. -- Era cierto. El Fulgura Nox era muy útil y yo una bruja con un gran conocimiento mágico así que había podido hacerlo amplio pero la energía que consumía era también grande. -- Ha sido un placer conocerles.

 

Y esperé hasta que el último de los presentes en la Cámara Real (y mira que había gente), hasta los perros, pasaran de una a otra habitación. Después, bajé la varita y suspiré de alivio. Estaba sola. Me coloqué la capa. Por todas partes se movía gente, los muggles defendían el Palacio y los Magos se peleaban dentro.

 

Otra vez invisible, salí corriendo, deshaciendo el camino.

 

-- ¡Harpo! ¡Harpo! ¿Dónde está Lucrezia? ¡¡Harpo!! ¿Estáis a salvo?

 

 

Nota (**): La figura del maestro relojero es real; en el palacio hay más de 350 relojes. La del fantasma, también. El Palacio se asienta sobre un antiguo monasterio y se cree que el fantasma de algunos de sus monjes recorren el lugar. El Río Tyburn que discurre bajo el Palacio y los laberintos también son ciertos. El resto, pura invención.

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~En una mansión a las afueras de Londres

Hace seis meses atrás.

 

La situación en Londres, comenzaba a ser complicada. Tanto que había tenido que abandonar su trabajo como Directora de Gringotts, más no como Directora de la Banca Mágica Internacional, allí no era tan sencillo renunciar e irse. No, la economía del mundo pendía de un hilo en esos momentos y dejar su labor allí era como soltar a la suerte de los menos experimentados la crisis que se avecinaba y a parte no podía dejar las finanzas de los Black Lestrange en las manos de cualquiera.

 

Así que pensando en esa cuestión, no dudo ni siquiera un segundo en llamar a Luka, un viejo conocido ruso que se había encargado durante años a proteger con maldiciones las bóvedas de los miembros de la familia, aunque bien ahora mismo ella lo había hacer no contaba con las suficientes ganas de hacerlo, porque sabía que todo eso tendría un desgaste mágico y anímico que en esos momentos debido a que estaba cuidando de su pequeña hija en aquel país y viajar no era una opción.

 

Pensando en eso, no tardó en escribirla una carta al ruso, esperando que le respondiera y decidiera visitarla por todos los trabajos que antes había compartido con él y que estaba segura, le habían dejado buenos ingresos. Total, siempre había sido muy considerada con sus empleados al momento de pagarles un buen sueldo cuando era merecido.

 

—En cuanto llegue, por favor házmelo saber… necesito hablar con él, cuanto antes. —ordenó a su elfina doméstica, mientras jugaba en el jardín con Alanna.

 

Si aquella pequeña que se había convertido en la única con la que hacía muchas cosas por primera vez, como criarla y dedicarle más que unos minutos al día, caso contrario a lo que ocurría con sus hijos mayores.

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~ 6 meses atrás.


Disculpe señor Volkov le ha llegado una carta de Londres.

La mañana en la que aquella carta había llegado a su despacho, se cumplían siete años de la muerte de su esposa, lo que significaba que la mayor parte de ese día, más bien toda la semana de ese suceso se la pasaba hundido en el alcohol. Detestaba que lo interrumpieran mientras se lamentaba no haber hecho todo lo que estaba a su alcance para salvar a su Irisha, así que cuando la jovencita que fue a dejarle la carta sobre su escritorio salió del despacho del Volkov, sólo se escuchó como una botella se estrellaba contra la puerta.

Lukya tomó el sobre leyendo el remitente, por un momento no recordaba quien era esa tal Mia Black Lestrange, así que ignoro el contenido de esa carta, quizás después le regalaría un minuto de su tiempo a la mujer que le escribía. En ese momento lo único que deseaba era ahogar sus penas en alcohol y lo estaba logrando así que no se permitiría detenerse en ese momento.


11 de marzo | 11:00 pm


La carta que se había negado en leer hace seis meses, acababa de aparecer entre unos papeles que no había visto en mucho tiempo, así que, tras leer su contenido, pidió que se le enviara una carta respuesta a la joven Black Lestrange, pidiendo verla en Francia a la mañana siguiente al medio día, quizás él pudiera ayudarla recomendándole buenos magos que podrían encargarse de colocar maldiciones de sus bóvedas.

¿Lo has anotado todo? —preguntó.

Sí señor, proseguiré con enviar la carta a la Señorita Black Lestrange. —dijo la voz dulce de un joven de unos 15 años que lo ayudaba a él y a la Fundación de la que Lukya era Director y Fundador, al tiempo que remarcaba en el pergamino en el que escribía todo lo que el Volkov le dictaba, “escribir una disculpa a la Madame Black Lestrange por la respuesta tardía”.

Entonces retírate, debes descansar. Nos vemos mañana a las 9 de la mañana.


@ Editado por Lysander S.

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Reunión de los Sagrados Veintiocho.

Palacio de Buckingham.

13 Marzo, noche.

 

Estaba perdiendo el tiempo allí dentro. Negué con la cabeza. En realidad era como la quinta vez que lo hacía. Se notaba a leguas que aquello era una carrera por ver quién demostraba poder. Y estaba notando que en aquel camino, podían pasar muchas cosas. ¿Podían? No, estaban ocurriendo en ése momento. Para empezar la guerra con Bulgaria, el ataque del dragón en el Ministerio y el destrono de los Malfoy en el mandato ministerial.

 

Luego la caída del Estatuto. Más que caída era el destierro y eran señales que no presagiaban nada bueno. Luego aquella reunión con el simple hecho de regodearse de todo lo que podían hacer. Negué otra vez con la cabeza. En otros tiempos habría hecho destrozos allí dentro (claramente con un grupo que me apoyaba) pero en los tiempos que corrían (y los desconocidos que me rodeaban) primero tenía que hacer un trabajo de área e investigación para poder pasar a la acción.

 

Tenía que hacer algo. E iba a hacerlo.

 

Miré a Mackenzie. La mujer estaba absorta en sus pensamientos y era obvio por lo que hacía. Aquella joven bruja era una carta realmente importante si la encontraba entre las personas accesibles. ¿Cuántas veces había hablado en mi vida? Estaba seguro que apenas una vez. Pero ahora la situación era otra y contaba con su varita.

 

El cuerno de erumpent fue lo que hizo que reaccionara. Y más si lo fusionaba con la idea de que a ninguno de los presentes parecía importarle eso. ¿Iban a dejar que la amenazaba pasara por algo? ¿No había ninguno que tuviera familia o personas que amaran o que al menos les importara?

 

¿Otra vez estaba negando con la cabeza?

 

Me aferré a mi varita.

 

— Nos vemos luego

 

Le comenté a Mackenzie esperando que me escuchara. Aunque ya iba a saber nuevamente de mí, pronto. No iba a hablar con nadie en particular. Pero tenía una última cosa que decirle al nuevo primer ministro. Claramente que no tenía el estilo de Lucrezia. No sonaba para nada amenazante (ni mucho menos, ya que no tenía un objeto que podía explotar y llevarse consigo a casi todo el palacio). Quedé a unos pasos de distancia de Aaron Yaxley.

 

— Ten cuidado con lo que hace, señor Ministro. Cada una de nuestras acciones puede repercutir en todo el mundo. Pero lo que más importa aquí es cómo regresan a nosotros. Me gustaría decir que nos volveremos a ver…

 

Dejé que las palabras se fueran disipando, como cuando el viento se llevaba las hojas secas en otoño. Me dolía el pecho. No por la situación, sino porque la herida a veces se hacía notar. Aún con mi varita entre mis dedos, le dirigí una reverencia, di la media vuelta y esquivé a los presentes allí. Llegué a la otra pared opuesta y atravesé las puertas.

 

Que tan solo se atrevieran a seguirme y volarían por los aires con mi varita. Estaba claro que mi desenvolvimiento era más relacionado a la acción más que a la amenaza.

 

Pasé por la puerta y a aquellos inútiles guardias que custodiaban la puerta. Pude ver como rápidamente pasaba unos cabellos color violeta. Pero no podía hablarle, aún no. Desaparecí luego de salir del Palacio y alejarme lo necesario para poder aparecerme.

 

 

 

Grimmauld Place Nº12

13 de Marzo, madrugada.

 

Lo primero que se veía era aquella alta, antigua y sucia fachada en uno de los pueblos de Inglaterra. Aun siendo de noche, se podía observar cada detalle gracias a la luna y a las luces que brillaban en la vía pública. Crucé desde el punto donde había aparecido en la plaza hacia la entrada de aquella Casa que se abría ante mi. Crucé la calle mientras las verjas emergían del suelo y me daban paso a las escaleras. Toqué la madera de la puerta. Luego me giré:

 

— Expecto Patronum

 

Mi varita apuntaba hacia adelante. Cada vez que giraba mi muñeca, como si estuviera girando una llave, emergía de mi arma una figura tan plateada (o más) como la luna. Con la forma que tenía mi Patronus: un gato de Birmania, incluso se podía notar sus patitas como si tuvieran botitas blancas a diferencia del resto del cuerpo que era como un siamés, pero más peludo. Cada uno de los patronus (más de dos docenas) fueron escapándose de mi varita, dando zancadas y saltitos, escabullándose en diferentes direcciones para todo aquel miembro de la Orden que estuviera a su alcance. El mensaje era conciso, con cierto tono de intriga. ¿Los atraería?

 

 

 

 

“Grimmauld Place, con la primer luz del alba. Tenemos mucho trabajo que hacer y poco tiempo.”

Me volví a girar hacia la puerta y accioné la manija para entrar. Todo era oscuridad, incluso cuando había encendido la punta de mi varita. El largo pasillo mostraba la ausencia de cualquier ser. Con grandes zancadas me dirigí hacía una de las últimas habitaciones, la cocina. Era un amplio espacio y podríamos entrar en debate con algo para tomar, si así lo querían.

 

Fui el primero en ponerme en la mesa, justo en la punta. Saqué algunos pergaminos, un recorte del diario, unas pociones, un collar, un libro y algunos papeles más. Tenía que preparar toda la información que tenía.

 

@@Jank Dayne @ @@Dennis Delacour @@Ellie Moody @@Scavenger Weatherwax @@Xell Vladimir Potter Black @ @ @ @ @accio fenixianos

Editado por Elvis F. Gryffindor

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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