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Fantasías patentadas


Rory Despard
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Matt Ironwood.

 

La imagen del cuerpo balanceando levemente al final de la gruesa cuerda de cáñamo del patíbulo se quedó grabada en la retina del castaño junto con el cartel que pendía del mismo y decía "BOL no perdona a los traidores" a su lado pudo sentir como Alan se removía incomodo. Tenía que concederle a Whisper que aquello era una idea muy inteligente pero a la vez muy peligrosa, si aquel cuerpo era una especie de ilusión o transformación la magia siempre dejaba rastros y alguien hábil, meticuloso y desconfiado podría seguirlos y descubrir la verdad, a no ser que el cuerpo no fuera una ilusión… lo que le hacía re evaluar la determinación y metodología del mago que tenía enfrente.

 

La recompensa de aquel cuestionable movimiento por parte de Whisper los aguardaba al final de un largo pasillo seguido de un aún mayor pronunciado descenso a través de un ascensor hasta una celda amplia y bien iluminada de paredes completamente traslúcidas. La bruja se encontraba arrebujada en un rincón en un calamitoso y penoso estado, la piel amarillenta y de apariencia enfermiza marcaba unos huesudos pómulos y unas cuencas hundidas donde unos ojos oscuros miraban sin ver, el cabello largo y enmarañado caía sucio y pesado sobre los hombros de la mujer, Matt intercambio una mirada con su amigo que dejaba en claro que ambos pensaban lo mismo en cuanto a lo que estaban presenciando.

 

Fue la herida de aspecto reciente que recorría completamente la frente de la mujer y brillaba roja y húmeda bajo la luz de la celda lo que le hizo desatar la lengua y liberar la mezcla de impotencia e incomodidad generada por la escena enfrente de ellos

 

-¿La golpean? - la pregunta salió de su labios con fuerza, casi como una acusación - ¿Hace cuanto la tienen en este estado? - quizás su tono e intensidad fuera hipocresía después de todo métodos similares no le eran ajenos pero llegar a la tortura física era otra cosa, aquella mujer consumida y desamparada no le daba el perfil de un sujeto nivel amenaza país que requiriera tal parafernalia de seguridad ¿Caballerosidad?, a no ser que a la que buscarán proteger fuera ella.

 

-Zulema - la voz de Alan cortó el tenso silencio - ¿Te encuentras bien? - la pregunta era sencilla pero tenía un efecto humanizante que seguramente fuera un aspecto largamente ausente en la vida de la mujer y a su vez totalmente necesitado. ¿Respondería?

 

 

@@Rory Despard @

 

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Rory Despard & Lëna

— Avanza. Todo lo que necesitamos es salir de aquí.

 

El tono apremiante con que Lëna ha dicho eso todo lo que consigue es inquietar todavía más a Rory, que contradiciendo sus indicaciones, ha vuelto la cabeza para intentar observar el rincón donde han dejado a la infeliz vendedora.

 

— ¿Qué va suceder con ella?

— No es de nuestra incumbencia, ya conseguimos una fantasía de la competencia de Bladvak. Era todo por lo que veníamos aquí.

— Pero estaba herida, nerviosa y desnutrida. Estoy seguro que podría contactar con el párroco local para que en un refugio cercano...

 

Deteniéndose en seco, Lëna exhaló largamente. Rory reconocía ya ese gesto y lo que significaba, pero tragó saliva y una vez más se giró hacia el callejón, intentando ver hacia donde la habían dejado. En su mente, no dejaba de martillear la idea de que necesitaba auxilio, que simplemente, no era de buen cristiano solo apartarse, y dejarla a su suerte, cuando se podía hacer algo.

 

No creo que refugien cadáveres ¿ o sí?— Lëna volteó a verlo, exhausta también de esa conversación y Rory vio reflejada en las pupilas de ella su propio espanto— No entiendes nada de como funciona este mundo, predicador.

 

Lëna supo casi de inmediato que no debía haber dicho tales palabras. Mas ya era demasiado tarde.

 

El corazón de Rory palpitaba frenético, mientras regresaba sobre sus pasos, con el recuerdo de las últimas palabras de la mujer, de su última sonrisa mientras recibía los galeones, y los pómulos moreteados por algo que claramente no eran lesiones accidentales. Rezaba, rogando que la crueldad de este mundo no la hubiese alcanzado, y que él todavía pudiese ayudarla a darle otra oportunidad sobre la tierra.

 

Su ímpetu fue cediendo al desaliento cuando ya a pocos metros notó una muchedumbre aglomerada en torno al sitio donde la habían visto por última vez e incapaz de contener el desasosiego en su pecho, cayó al suelo, temblando de furia y de tristeza. Al ver como una suave mano se posaba sobre la suya, reconoció a Lëna que de alguna forma había conseguido alcanzarlo hasta allí.

 

Podíamos...si en ese momento— Lëna lo acalló, se mostraba mucho más serena que antes, y sin duda en mejores condiciones que él, así que le fue fácil tirar de su mano para levantarlo y llevarlo de vuelta lejos de allí.

 

Rory la siguió en silencio. Situaciones como la que acababan de presenciar le hacían cuestionar fuertemente su fe. No tanto el no creer en Dios, sino más bien, la defensa del bien como un don natural en los hombres. ¿A quién del entorno de esa pobre muchachita podría defender? ¿Quién en todos esos años de vida habría siquiera intentado tratarla con un poco más de humanidad? Incluso él...cuando había escuchado la historia por vez primera de boca de Lëna, la había juzgado, como una aprovechadora más de las debilidades humanas e incitadora del pecado.

 

Su propio arrepentimiento para con ese prejuicio era lo que ahora le atenazaba la garganta.

 

Lëna no se detuvo, hasta ingresar en un local ubicado justo en la esquina del Knockturn. El primer piso estaba repleto de estanterías, por lo que no fue difícil perderse rápidamente por uno de los pasadizos. Rory nunca había pisado ese lugar, dudaba de la legalidad de todo cuando pululaba en ese callejón, pero con una señal su compañera le indicó que en ese sitio era "seguro" hablar.

 

Te diste cuenta ¿verdad?— No, Rory no entendía a que se estaba refiriendo y su ignorancia hizo que ella se golpeara la frente con la palma de la mano para luego empezar a explicar sus palabras— ¡se llevaron el cuerpo! No había nada allí, pero sí muchos rumores. Obviamente los duendes que están atrás de ese negocio son la primera opción ¿pero cuál de ellos? ¿El que trabajaba a su servicio o la competencia?

 

— Yo vi un funcionario ministerial...

 

Su tímida declaración fue rápidamente cortada por Lëna que le explicó que simplemente ellos estaban para comprobar que la víctima no fuese "alguien importante", pero que siendo una don nadie, ni siquiera vería reportado el crimen en los periódicos. Rory quiso protestar ante eso, podía entenderlo sí, pero no el que nadie protestase.

 

A menudo le asustaba la facilidad con que Lëna aceptaba esos hechos.

 

Unos pasos los alertaron de que pronto tendrían una tercera compañía.

 

— Es la propietaria del local, así que no hay nada que temer. Es Moody, hasta donde sé.

 

El recuerdo de Rory del único Moody que había conocido no ayudaba nada, pero intentó confiar en las palabras de ella.

 

@@Ellie Moody

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Una serpiente plateada se arrastra lentamente sobre su escritorio, pasando a través de las tuercas, los tornillos y los engranajes cuidadosamente acomodados en la plana superficie, sin moverlos ni tan sólo un milímetro de su lugar. Ellie aparta el rostro se la gran lupa que flota sobre su paciente: un giratiempos, souvenir ​de su tiempo en el Departamento de Misterios. Aquel es un proyecto que ha pospuesto durante mucho tiempo, por miedo y poripor no es quque ahora se sienta mucho más confiada, pero fue capaz de desarmar la pieza. En la Oficina de Experimentación Mágica, la cual ella dirigió por un buen tiempo, arregló y calibró muchísimos giratiempos, pero hacerlos era demasiado ambicioso incluso siendo una inefable. Había dedicado tanto esmero y concentración en la faena, que se le escapa una maldición cuando ve el patronus acercarse hacia ella.


—Necesitamos establecer un horario para este tipo de asuntos —se queja por lo bajo, pero sacude la cabeza. Sabe que ni Kaori ni Hobb la molestarían por una trivialidad... Aunque, en todo caso, ella no tendría por qué quejarse. Estar en la Orden del Fénix no es una obligación ni un trabajo, fue una decisión que tomó ella por su cuenta. Fue su elección, además, regresar nuevamente y aceptar apoyar a Hobb en su convicción de hacer resurgir el bando y plantarle cara a los mortífagos. «Tú lo decidiste», se recuerda a sí misma.


De modo que baja las manos y se echa hacia atrás en la silla, para escuchar el mensaje.


La voz de Kaori le explica brevemente lo concerniente a las llamadas fantasías patentadas. Ellie no cree que haya mortífagos involucrados; después de todo, en el Callejón Knockturn se habla de duendes mafiosos... Sin embargo, sabe que probablemente Kaori tampoco piense en ellos. Cree que genuinamente le preocupa aquella problemática y quiere ayudar, y sabe que entre sus compañeros hay personas que se sienten igual. «Y es cierto», dice para sus adentros. Ellie no comparte el consumo de sustancias estupefacientes y sabe que es un grave problema en el mundo mágico y el muggle también; no tanto por el tema de salud, como por el narcotráfico. Sin embargo, ¿qué puede hacer?


Pero se desconcentra, cuando la voz de Maevë le anuncia que tiene clientes. Ellie se pone de pie y se quita los guantes de piel se dragón y el delantal que usa por encima de la túnica negra.


—¿Sí? —llama mientras baja por las escaleras.


Maevë está detrás del mostrador, puliendo los diferentes relicarios y talismanes que están en un cesto negro. Cuando levanta la vista y observa a su tía, hace un gesto despreocupado hacia el mago y la bruja que hace poco han entrado a la tienda. Ellie atraviesa uno de los abarrotados pasillos para acercarse a ellos.


Hiya. ¿En qué puedo ayudarlos?

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Madame Zulema

La bruja constreñida en su esquina alza la vista. El mago que le dirige la palabra tiene un acento curioso, no es uno que reconozca. Su rostro denota interés y amabilidad pero eso es algo que se puede fingir. Los ojos vidriosos de Zulema ni siquiera tienen energías para fijarlos por un buen rato. Todo lo que hay en su mente son dos cosas: ¿cómo puede escapar? ¿Y dónde está Gregory? Poco después, se suman a una tercera preocupación que no había surgido antes ¿Ya le informaron a Gené que la chica que consiguió por el puesto es una traidora? ¿Está pagando él el precio que ella no paga, constreñida entre esa pared y los tres cristales?

 

Mas, en el fondo de su mente, sabe que el muchacho le ha preguntado algo que no tiene nada que ver con eso. Cómo está. Ni siquiera su padre le había preguntado eso alguna vez. No es del todo significativo porque él no sabe lo que está preguntando. Solo quiere información.

 

—Quiero una varita.

 

Su voz suena rasposa por la falta de uso. Le pica la garganta. Escucha claramente el bufido que recibe como respuesta. Había sido por ese primer intento que había recibido esa herida de la frente. Le habían dado una varita pero había sido una trampa, para ver cómo la usaba. Ella había intentado volar la prisión. La habían constreñido a golpes luego de eso y varios hechizos que no conocía; algunas marcas se habían quedado, como la de su frente. No había podido recordarlo hasta ese momento, lo que hace que se pregunte si es a causa de un hechizo desmemorizante que funciona de manera temporal o porque se está volviendo loca. También podría ser porque el mundo ya no tiene ningún sentido. Se siente cansada. Ni siquiera le dirige la mirada a Whisper. Sabe lo que quiere y no tiene idea de por qué ha traído al muñeco Ken consigo para eso.

 

Se incorpora con dificultad y se muerde el dedo pulgar con fuerza. Es un movimiento súbito y rápido. Luego, se vuelve hacia la pared y empieza a escribir:

 

Bladback - Este

Okvya - Oeste

Lugluk - ?

Knockler- Oeste

Apenas ha terminado de colocar el punto del signo de interrogación, tacha el nombre de Kler. Le consta que está muerto porque lo habían usado de cabeza de turco la última vez que el ministerio se había acercado a los negocios demasiado. Habían corrido el rumor de que Bladback había muerto. Total, para los magos del ministerio todos los duendes eran iguales. No tenían identidad.

 

Una vez ha abierto las compuertas, es difícil parar. Recordar, pensar en los que se fueron y en los que quizá ya no queden. Llora y escribe una y otra vez el nombre de Gené en la pared, hasta que pierde la consciencia. Ojalá eso sirva de algo de verdad, ojalá los maten a todos. Ojalá todos mueran y ella también.

Editado por Melrose Moody

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Rory Despard & Lëna


— Hey Moody, creo que te arrepentirás de esa pregunta.

Lëna reía ¡reía! y Rory solo quería pensar que era del puro shock de lo que acababan de presenciar. Aun así, no protesta cuando la menuda mujer lleva a Eileen unos pasos más allá, para susurrarle asuntos que supone él, por alguna razón no desea que se entere. Son pocas las palabras que alcanza a captar: "cadáver", "ministerio" y la más extraña de todas: "simposio".

Cuando regresa, es capaz de notar la preocupación en el rostro de Eileen. Por su parte, Lëna le da un par de palmaditas en el hombro indicando que deben irse.

Ya afuera, flota entre ambos un aura de incomodidad por el suceso. Rory se siente perdido, en cuanto vuelven a Diagon y allí, todo parece de lo más normal, con la gente comprando productos que en el fondo no necesitan, o tomando un helado, o un café. Nadie echa de menos a la muchachita que murió, y él sabe, de una forma perversa lo sabe, que Lëna tiene razón al decir que nadie la echaría de menos, porque es la clase de persona de la que nadie se preocupa.

— ¿Ya decidiste qué hacer con las fantasías patentadas?

La voz de Lëna rompe el hilo de sus pensamientos. Ella desliza apenas para que note la botella, que permanece estratégicamente guardada en el bolsillo interior de su capa. Al ver que tiene la mitad de contenido, Rory supone que la otra mitad la ha tenido que dejar como muestra en el negocio de la chica Moody. Había sido un acuerdo entre ambos, el tratar de contactar con la mayor cantidad de personas posibles que pudieran estudiar a fondo esas muestras, porque Lëna estaba convencida de que los medios mentían respecto a que todas hacían daño. Aunque es difícil saber si lo hacen para promocionar la próxima venta de productos "oficiales" a ser lanzada por el Concilio de Mercaderes, o si es algo mucho más turbio como el hecho de mostrar que todos los que se involucran en aquello, merecen en el fondo, muertes tan miserables como la que le ha tocado ver.


Llevaré las muestras que tengo al amigo extranjero del que te hablé. Quedamos en encontrarnos en el Castillo Evans McGonagall al anochecer— extiende la mano para que Lëna le tienda las botellas y una vez en su poder las guarda lo mejor posible entre sus ropas— iré a rezar por el alma de esa pobre mujer ¿tú, me acompañarías?

Rory ya está indicándole donde es que queda la Iglesia más cercana, pero Lëna vuelve a reírse, negándose en rotundo a seguirlo. Así que se despiden sin muchos aspavientos, y Lëna, solo por jugar con él, le da un beso en la frente antes de perderse en la calle. El predicador, demasiado ensimismado en el perfume que la mujer usa, no es capaz de notar que hay alguien ya siguiendo sus pasos, discretamente, esperando el momento para atacar.

El momento llega, justo a las puertas de la iglesia de la Divina Providencia, cuando Rory se persigna frente a la cuidada fachada, para ingresar. La acción es rápida, y el hechizo impacta de lleno en su espalda, haciéndolo perder la conciencia al instante. Cuando ha vuelto en sí, no hay Iglesia sino solo un cuarto oscuro y un hombre de aspecto lamentable, con la ropa meada y la cara hinchada por causa de los golpes.

Rory ni siquiera necesita preguntar su nombre, porque el hombre lo grita, tan alto que es capaz de escucharse aun con el estruendo que ha generado el disparo de las tres balas de plata que perforan su cabeza, su pecho y su estómago.

¡Gené Brown!


Benjamin Whisper


¿Golpearla? Por supuesto que no, además no podríamos competir con el sofisticado nivel de tortura de los duendes ¿o no Zulema?— es de agradecer, a los ojos de Ben que ambos investigadores estén tan conmocionados por la figura de esa infeliz, que no sean capaces de notar la nada de compasión que ella le despierta— y créame señor Ironwood, afuera ya la dan por muerta. Aquí, al menos, está a salvo.


Evidentemente, esa no es una respuesta que vaya a convencer a los dos sujetos, pero no le importa. Ben no alberga esperanzas de que ellos le tengan simpatía, sino únicamente que sean capaces de lograr la conexión que necesita con Zulema, que él no ha podido conseguir de esa mujer, precisamente por su alto nivel de tolerancia al dolor. Menospreciarla, claro está, era un error enteramente suyo, pero desde su punto de vista, está todavía a tiempo de poder rectificarse.

Por eso era que los necesitaba.

Aun así, la terquedad de ella lo sobrepasa y deja escapar un resoplido cuando la escucha solicitar una varita por segunda vez, de la misma manera en que lo había hecho antes, con intenciones de escapar de la prisión. Ironwood, no obstante, va un paso más allá y le hace una pregunta simple, podría considerarla hasta tonta, teniendo en cuenta las condiciones en que ella se encuentra, sobre el bienestar.

¿Qué podía significar para ese hombre "estar bien"? Ben quiere decirle que ha lidiado demasiado tiempo (por razones un tanto diferentes) con gente de los bajos mundos para saber que son personas que no pueden poner en palabras eso porque no lo han experimentado. ¿Se tomaría Zulema como una burla la pregunta? Ben se cruza de brazos, prácticamente seguro que ella saltará sobre los hombres para propinarles un ataque desesperado, pero le sorprende que en su lugar, ella opte por dañarse a sí misma, mordiéndose el dedo pulgar hasta hacerlo sangrar, y con esa misma sangre comenzar a escribir ¡por fin! las zonas de operación de cada uno de los duendes.

Solo cuando repite la acción de morderse compulsivamente para seguir escribiendo un solo nombre una y otra vez, es que avanza hasta ella y la sostiene, aplicándole una fuerte dosis de poción para dormir sin soñar, y agradece el curso de primeros auxilios, para arreglárselas con las heridas que la mujer se ha autoinflingido, dejándola luego en el suelo.

Un duende menos con el que lidiar, pequeño consuelo — murmura mientras se pone de pie y acomoda su varita de nuevo en el cinto— ahora tendríamos que averiguar quien es este Gené. Me parece que he leído ese nombre en algún registro — no tenía más intenciones de permanecer allí, pero observó a los dos agentes dubitativo respecto a si ellos deseaban seguir allí — me iré adelantando a la oficina, si no les molesta. Nos vemos.




Tres líderes, pero sus conjeturas sobre que ella pudiese saber de Lugluk habían fallado, y no había salvado a la muchachita, de la que sí sabía que trabajaba para él. Pensaba ponerse de inmediato con los registros, pero al regresar a su piso, el lugar era un hervidero por un ataque búlgaro en territorio inglés, y de lo que más hablaba la gente era de la inmensa cantidad de atacantes.

Ben por su parte solo podía pensar en una cosa ¿De dónde es que los habían sacado? Porque no veía a los búlgaros sacrificando a su gente, con toda la devoción que profesaban a su preciado legado mágico.

@@Ellie Moody @ @@Syrius McGonagall Editado por Rory Despard

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  • 3 semanas más tarde...

Zulema Wilde

 

"Es una magia muy llamativa ¿qué significa?"

 

La marca colorida en la cara lateral de su ombligo, siguiendo toda la curva de la cintura y las costillas hasta casi tocar la axila, se agita. Tiene unas alas que destacan, le gustan. Es un dragón, aunque Zulema no está segura de qué especie, pues nunca vio uno y tampoco es que asistiera mucho a la escuela.

 

>>Es un galés verde común ¿Eso te dice algo?<<

 

Zulema negó con la cabeza. Para entonces, no había salido demasiado ni siquiera de Londres, no tenía idea de qué cosas podía haber afuera o el significado que otros podían otorgarle. No está segura de a dónde quiere llegar con ese comentario o si debería tomarselo como un cumplido.

 

>>Dice así, escucha (es la descripción del libro palabra por palabra, que aprendí hace mucho) "Al igual que el opaleye, prefiere cazar ovejas y evita tenazmente a las personas, a menos que éstas le provoquen. El galés verde tiene un rugido fácilmente reconocible y sorprendentemente melodioso" ¿entiendes?<<

 

Zulema sigue confundida. No puede evitar reír de todos modos. Gené tiene esa facilidad para decir cosas incómodas de forma que no lo sean. Por eso había sido él y no ningún otro quien había conseguido convencerla de trabajar para los duendes. Zulema había estado evitándolos de alguna forma, haciendo negocios pequeños aquí y allá, con manos rápidas y una varita de segunda mano, por un tiempo. Todo fuera para pagar la maldita deuda del bastardo que la había hecho nacer. Sin embargo, sabía que si Gené estaba tan decidido a convencerla debía ser porque esa invitación escondía un ultimátum. Aunque eso no tenía nada que ver con quién era él mismo. Gené le cayó bien enseguida; aún cuando empezó a volverse duro, demandante, siguió agradándole. Siguió sintiendo esa necesidad de cubrir las cuotas para complacerlo.

 

—El galés verde común es justo como tú —explicó en tono quieto. Estaban de pie, esperando el momento oportuno para abandonar un viejo escondite que era poco más que una grieta, en el callejón Knockturn, pues Gené la había salvado de una vieja arpía malhumorada— ¿no te parece que tiene una descripción interesante?

 

A Zulema no le parecía. No, no le gustaba nada que la hubiera comparado con el galés verde común y que se lo hubiera colocado en la piel. De pronto, sintió deseos de deshacerse del "tatuaje".

 

—Quítalo, no me gusta... el color —arguyó con una expresión que intentaba ser neutral, sin conseguirlo, porque Zulema todavía no conocía demasiado del mundo—. No lo necesito.

 

>>Te diré sobre nuestro trato -soltó de repente Gené echando un rápido vistazo al callejón con un solo ojo. El espacio que ocupaban, en donde estaban bastante apretujados uno junto al otro, no daba para hacer mucho más que eso-. No sé cuánto vaya a vivir pero ya sabes, toda la magia permanente se borra con la muerte ¿quién crees que vaya a vivir más?

 

Zulema rió. Le había gustado la broma. Personas como las que solo transitaban por Diagon... no lo habrían entendido; por qué le hacía tanta gracia, por qué había conseguido captar su curioridad y por qué cuando veían a alguien con arrugas no les causaba repulsión, si no ganas de felicitarlos, preguntarles el secreto de su éxito...

 

—¿De qué hablas, Brown? ¡Viviré mucho más que tu! ¡RECUÉRDALO!

 

Soltó un grito cuando Gené tiró de su brazo para sacarla del escondrijo de pronto y luego una carcajada. La arpía los había visto de último momento pero ambos eran rápidos y jóvenes y la habían dejado atrás en un santiamén. Él le había quitado las pulseras de fantasía que llevaba en las muñecas, para que no la detectaran aún en la oscuridad, pero Zulema siempre se preguntó si ese galés verde que le había dado a cambio no era alguna clase de espía, siempre con ella, siempre moviéndose de alguna forma y captando la atención del rabillo de su ojo cuando andaba desnuda por casa y hacía algún movimiento repentino.

 

***

 

Varios años después, Zulema despierta de un sueño obligado, el sabor de las pociones todavía causándole cierta amargura en la boca. No tiene sentido que haya recordado eso de pronto. Se incorpora, para ver una sala clínicamente limpia, que no puede ser de ningún modo una instalación de duendes. La bata que la cubre tiene lazos que se encuentran bien amarrados a los lados pero el aire entra por las aberturas entre las cintillas de todos modos. Zulema se rasca el lado izquierdo con gesto ausente, como si buscara confirmar que no sigue en medio de recuerdos idi***s o pesadillas de las que no puede huir, antes de caer en cuenta que no hay nada que distraiga el rabillo de su ojo.

 

Sus ojos descienden hacia su costado con lentitud, antes de que termine por arrancarse la bata a tirones, haciéndose daño y arañándose en el proceso. Nada. No hay rastro del galés verde. Gira hacia los lados varias veces para asegurarse: nada.

 

<<No sé cuanto vaya a vivir pero ya sabes, toda la magia permanente se borra con la muerte ¿quién crees que vaya a vivir más?>>

 

Un grito, luego otro. Después otro. Gemidos, sollozos, cabello que cae a mechones, porque está arrancándoselo con lo que parece ser apenas un poco de esfuerzo. Más gritos. Un llanto asfixiado, lágrimas y gimoteos cada vez más rápidos. La camilla sale despedida por una fuerza desconocida que emana de su cuerpo como si pensara drenarlo por entero. Las paredes vibran, sus brazos caen a los lados. En algún momento, es consciente de que está de espaldas contra el suelo y empieza a agitarse cuando el aire no parece llegar a sus pulmones. Se sujeta la cabeza intentando recuperar alguna clase de control pero termina gritando hasta desgañitarse, encogida en posición fetal con el costado del galés inexistente contra el suelo.

 

Todo eso, significa entender que su única conexión a tierra, Gené, ha muerto.

 

<<Como la hierba mala que crece en los prados al exterior donde les gusta campar cuando quieren agua. No estás echa para los calabozos de los duendes. Piénsalo, Zu>>

 

Eso, es solo parte del motivo por el cual no se da cuenta de que la tinta del dragón no se ha quedado ociosa; ésta, ha empezado a grabar un mensaje, inmenso, que empieza a cubrirle toda la espalda. Ella, a medida que pierde el conocimiento, solo quiere terminar de morirse ¿por qué no la dejan?

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Lëna

 

Lo había intuido mientras se despedía. Apenas un presentimiento, mientras le entregaba la muestra que habían conseguido, de que quizá sí debía acompañarlo. Pero no lo había hecho, había girado en dirección contraria, hasta detenerse en la tienda donde solían venderle los cigarrillos con descuentos gracias a la buena relación que tenía con el propietario. Al quinto pitillo, sintiendo que todo era un error, había salido en dirección a la Iglesia, y la conciencia le remordió al escuchar que nadie había visto a Rory dentro.

 

Que nadie sabía de él.

 

Sintió mucho miedo, un miedo en forma de sudor frío recorriéndole toda la espalda. Por un momento, habían vuelto a ella los sentimientos de culpa y de impotencia de antaño, cuando no podía decir o hacer nada más que callar y pretender que no sabía de los abusos que se cometían a su alrededor. O que sufría ella misma (según Bladvak porque se lo merecía). ¿Qué debía hacer ahora? ¿A quién podría acudir? Podía intentar ir a Hogsmeade y averiguar si el predicador se encontraba en su cuarto, o ir a ese refugio para marginales en el que solía apoyar. Podía sí...pero sabía que Rory no era un hombre que rompiese sus rutinas, y que la urgencia por llevar esa muestra era su prioridad.

 

Volvió sobre sus pasos entonces. No había pasado más que una hora desde que había dejado a Eileen Moody en su negocio, y con suerte, la mujer estaría todavía allí. Hasta donde sabía, ella tenía acceso, se codeaba con esa gente de apellidos importantes de Ottery ¿y no era pariente de ese hombre, Richard? Lëna conocía lo suficiente sobre las desapariciones como para saber que dos cosas podían ser decisivas en esos momentos: Primero, que cuanto más tiempo dejasen pasar, más difícil iba tornarse encontrar a Rory; y en segundo lugar, que no existía otra forma para hallarlo que no fueran redes ilegales.

 

En su camino de regreso, ensimismada en recordar cada detalle de las últimas horas compartidas con el pelirrojo, no escuchó las noticias que se pregonaban a viva voz sobre una invasión búlgara a suelo inglés, ni tampoco las últimas declaraciones del ministro al respecto. Se sentía en una suerte de limbo, ajena a los demás, hasta que llegó al Knocktun, y del otro lado de la calle, distinguió a Moody cerrando las puertas de su local.

 

La visión hizo que de un solo porrazo, toda la ansiedad acumulada esa tarde, se volcara en una sola súplica.

 

Tú, tu gente importante...tienen que salvarlo. Se han llevado al predicador— hasta antes de decirlo, la idea no había sido más que eso, una posibilidad entre muchas, pero era como si al compartilo con Eileen Moody, compartirlo simplemente con alguien más, le estuviese dando otra clase de peso y valor, haciéndolo más real— de seguro iban por la muestra de fantasía, pero si no actuamos pronto, no tendrán reparos en deshacerse de él.

 

Lëna lo entendió entonces, el porqué el asunto la había inquietado todo el tiempo.

Era tonto apenas caer en cuenta de que ese predicador, realmente le importaba.

 

@@Ellie Moody

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Mientras bloquea el cerrojo de la puerta con un encantamiento, piensa en la visita que tuvo hace un par de horas y en el patronus de Kaori. Definitivamente, las fantasías patentadas se han convertido en todo un asunto en Londres y, aunque no la busca ni la pide, la información llega a ella. «Pero no quiero ésto —sus dedos se cierran con considerable fuerza en torno a la varita mágica de sicomoro—. ¿Por qué, de repente, pareciera que me están buscando?». No se considera una persona particularmente importante en la comunidad mágica; normalmente, se esfuerza en mantener un perfil bajo y ocuparse de sus asuntos. Luego de un par de años trabajando en el Callejón Knockturn, tuvo que aprenderlo.

 

«Aunque pertenecer a la Orden del Fénix, no es precisamente "mantener un perfil bajo" —se dice, decidiéndose a guardar la varita y comenzar a marcharse—. Allí hay gente demasiado llamativa».

 

«Y, ¿un miembro de la Orden no se involucraría? ¿No intentaría ayudar a la vencidad?».

 

Ellie sacude la cabeza con fastidio. No quiere pensar en esas cosas. Sólo quiere llegar a casa...

 

—¡¿Qué?! —suelta, sobresaltada, al escuchar una voz a sus espaldas.

 

Al volver el rostro, reconoce a la bruja que la visitó en su tienda, con información sobre las fantasías patentadas, el papel del Ministerio de Magia y la aparición del cadáver de una enemiga de los capos de la mafia duendil. Ellie escucha lo que dice, pero no entiende las palabras. Necesita procesarlo un poco más.

 

—¿De qué...? ¿De qué estás...?

 

«Tú, tu gente importante...». Se empalidece al pensar que se refiere a la Orden del Fénix, hasta que recuerda que aquella misma bruja mencionó al Simposio de Ladrones. Si bien Ellie no pertenece a aquella organización, suele "codearse" con algunos de sus miembros, incluida su líder, Kaori. Ahora lo entiende. Se refiere al hombrecito que la acompañó, ese que parecía nervioso y asustado. Entiende que con sus palabras intenta convencerla de ayudarla, pero Ellie sólo escucha más motivos para no involucrarse. Aunque sabe que, a esas alturas, no tiene opción. No puede seguir ignorando el tema... y sospecha que Lëna tampoco se lo permitiría.

 

—Bueno, bueno, entra —Ellie golpea el cerrojo con su varita mágica para desbloquearlo. Se da cuenta de que últimamente es muy habitual que, cuando está a punto de cerrar la tienda, algo la detiene en el último momento. Quizás debería pensar en cerrar más temprano—. Pediré ayuda. Mientras tanto, dime qué fue lo que pasó.

 

Aunque no le agrada la idea, hace subir a Lëna al segundo piso de El Trastero. Por su parte Ellie, todavía en la planta baja, agita la varita mágica para conjurar un encantamiento patronus. Frente a ella aparece una lechuza plateada, a la cual le dice el mensaje dirigido a Kaori: Necesito los servicios del Simposio. Creo que les interesará. Es sobre las fantasías.

 

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