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Prueba de Animagia #27


Suluk Akku
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La Arcana extendió el anillo de Animagia hacia mi mientras nos explicaba lo que podríamos enfrentar del otro lado del Portal. Ya lo sabía, había pasado cuatro veces por aquella situación y estaba muy consciente de lo que sucedería al cruzar el umbral, pero aún así me sentía una novata porque cada prueba era diferente, nunca se repetían, nunca el portal actuaba de la misma forma.

 

Lo tomé con total solemnidad y luego encaré el portal, sintiendo cómo el aire a mi alrededor se crispaba con la magia contenida. Coloqué el anillo en uno de mis dedos libres y apreté la mano en un puño, no fuerte como para herirme, pero sí como para sentir los otros anillos en aquellos delgados y nuevos dedos. Luego aflojé el agarré y fue entonces cuando sentí un tirón, a la altura de la nuca, que me hizo girar para mirar a la Arcana Suluk antes de caminar directo hacia mi prueba final. Le sonreí, antes de entrar en la luz brillante que desprendía la puerta, agradeciéndole por haberme abierto la puerta de su casa a aprender aquella habilidad. Y luego, sin decir una sola palabra, di un paso dentro.

 

La luz me encegueció un momento, pero luego todo se aclaró.

 

***

 

Me encontraba a la altura de unos pastizales verdes, frescos, que se bañaban en la luz solar de media mañana. Las gotitas más rebeldes de rocío se negaban a evaporarse y se aferraban a los recovecos más fríos de las hojitas delgadas de los juncos, dándole a los insectos más pequeños la posibilidad de beber agua clara antes de esconderse de sus depredadores. Parecía un prado, pero no podía decirle con exactitud porque mi altura apenas llegaba más allá, aunque me colocara sobre mis patas traseras. Detrás de mí, un bosque no muy frondoso y no muy extenso, abarcaba un tramo hasta una colina que descansaba al pie de una montaña con el pico nevado. Era una visión hermosa.

 

Me encontré avanzando en mis cuatro patas por la tierra húmeda y el olor me indicó que apenas había comenzado la primavera en aquel valle, por lo que la tierra se sentía fría bajos mis patadas acolchadas pero no era una sensación desagradable, sino que parecía darle vida a todo mi cuerpo, que se movía de forma serpentina, evitando asomarse demasiado para no ser atrapado por algún ave de presa. Era un hurón de campo, silvestre, de los que quedaban no muchos ya en el mundo debido a la necesidad humana de destruir cualquier hábitat y domar a cualquier criatura. Aún así, parecía que yo era un feliz hurón en un prado.

 

Mi olfato no tardó mucho en dar con mi madriguera, donde una extensa red de túneles se extendían debajo de una loma. Habían sido cavados con precisión, por muchas patas con garras como las mías y se encontraban ampliamente habitados por... mi familia. Los niños hicieron chillidos de alegría al verme llegar, el macho que era mi compañero me rodeó y buscó señales de daño o lastimaduras. Pero no había nada, yo estaba bien.

 

>>¿Qué sucedió?<< me preguntó y supe de inmediato que podía comunicarme con él. La pregunta llegó a mi mente como si alguien hubiera tirado de un hilo y luego hubiera pasado un mensaje por él, un cable que unía mi mente con la de ese hurón macho. >>Pensé que venías detrás de mí y luego ya no te vi. Vi el águila en el cielo... y pensé lo peor<< había real sentimiento de tristeza en aquel rostro con finos bigotes e instintivamente mis patitas rodearon su cuerpo.

 

La vida de hurón era dura, podía notarlo. Sabíamos defendernos pero aún así teníamos depredadores fuertes.

 

Me encontré a mí misma dándome cuenta de que yo no pertenecía a aquella madriguera. Aquel no era mi macho, esos no eran mis hijos y sí probablemente los de alguna otra hurón que se había perdido en su camino a casa. Pero no eran tan diferentes de los humanos. Construían su casa, cuidaban de sus niños. Un pequeño estremecimiento me recorrió al notar que no podía quedarme allí, con ellos, como querían, porque tenía que regresar con mi verdadera familia, de humanos. Pero mi instinto maternal me gritaba que no abandonara a aquellos niños, que necesitaban una madre y quizá yo sería lo más parecido que tendrían.

 

>>No soy quien crees<<le expliqué al hurón. >>No soy un hurón, no del todo... soy un humano<< el animalito se alejó de mí y sus niños hicieron lo mismo, gruñendo.

 

¡Humano! gritaban. ¡Humano! ¡Peligro! ¡Cómo lo ha hecho! ¿Dónde está mamá? ¡Mató a nuestra madre!

 

>>¡No! No maté a su madre, yo jamás haría eso<< pero parecía que ninguno de ellos quería creer eso y me gruñeron e intentaron morderme hasta que salí de la madriguera.

 

No, no era su madre y ahora no sólo se sentían enojados y engañados por mi presencia, sino desamparados porque no tenían a su madre. Así que decidí que lo mejor que podía hacer era buscarla. Mi mente recorría la última escena de forma esquiva, sopesando las posibilidades de haberme quedado allí, sin decirles la verdad. ¿Podría haber abandonado a mi familia humana y sus dramas para quedarme en la simple vida de un hurón? A veces, sólo a veces, deseaba que todo fuera así de simple. Pero no podía dejar que aquello me distrajera porque tenía una misión.

 

Recorrí el camino conocido de vuelta a donde había aparecido, rastreando huellas y olfateando el aire. Me tomó unos largos minutos dar con la moribunda criatura, no muy lejos de mi lugar inicial. Era evidente que había sido atacada por un ave de presa, por la horrible cortada que tenía en su rostro peludo y ensangrentado y las marcas de garras en su vientre, que no habían llegado a perforar pero eran lo suficientemente malas como para que no pudiera moverse.

 

>>¡Ay por Merlín!<< grité al verla.

 

Había visto cosas horribles o peores en humanos, pero odiaba ver a las criaturas dañadas, cualquier animal en el mundo, aunque el animal en cuestión no me simpatizara. Y me di cuenta que no podría ayudarla. No en esa forma. Así que me transformé, tan simple como desearlo, como pensar que mi cuerpo ya no era largo y peludo y versátil, sino que vivía erguido sobre sus patas traseras, con mucho menos bello corporal, con ojos verde esmeralda y cabello negro azabache, con manos compuestas por cinco dedos largos de nívea piel. Y con mi cuerpo humano, vestida con un ligero vestido primaveral, me coloqué de rodillas sobre la tierra mojada que manchó mi piel y saqué a Shember, mi varita.

 

-Episkey- dije, casi en un susurro, esperando que aquello funcionara.

 

Las cortadas del vientre comenzaron a cerrarse, pero el animalito aún seguía lastimado.

 

-Espiskey- repetí, y de nuevo la magia recorrió el maltrecho cuerpo curando la piel, la carne, los tendones, las costillas.

 

Pero la criatura seguía recostada, débil, apenas respirando. Me desesperé. Miré mi anillo, el de Animagia y un extraño calor recorrió mi mano y se elevó por mi brazo hasta alcanzar mi pecho. Y supe, de nuevo, lo que tenía que hacer.

 

Tomé al hurón entre mis manos con delicadeza y la atraje hacia mí. Y un poco de mi vitalidad, de mi esencia animal, viajó de mí hacia aquel ser y pareció que su pelaje cambiaba un poco de color, que sus patitas se movían y que su corazón latía con más fuerza. Éramos uno ahora, el hurón hembra y yo. Ella había obtenido algo de mí y yo algo de ella, algo animal que a la vez me hacía más humana.

 

Cuando abrió los ojos, lejos de atacarme, parecía que sus brillantes esferas me estaban dando las gracias. Y así la dejé ir de nuevo a su madriguera, con sus pequeños niños y su macho.

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Kaori M.



Bueno quizá se expresó mal cuando le preguntó sobre la prueba, tenía razón en responderle que había empezado desde hace mucho, pero lo que la pelinegra había querido en preguntar era sobre la parte final. En todo caso no importaba pues la puerta de la Animagia se abrió para ellas, una especie de niebla les impedía ver que había detrás. Recibió el anillo que esperaba fue el que le permitiera vincularse a habilidad y se lo puso. La primera en ingresar al interior de la pirámide fue Macnair, ella la siguió, aunque sabía a la perfección que ahí dentro estaría sola.


En un comienzo no podía ver nada, todo estaba cubierto por una espesa niebla, más conforme iba caminando el escenario se iba aclarando, estaba en el interior de un bosque. Tenía la sensación de ya haber estado ahí ‹‹El pasado›› se aventuró a pensar. Siguió caminando un par de pasos y entonces un ruido que provenía de la parte de atrás la hizo girar, en su mano ya estaba su varita.


—Están muy cerca... es una trampa...—Dijo un mago de no más de treinta años quien prácticamente se desvaneció sobre sus pies, tenía varias heridas sangrantes —avisa al resto del equipo... —le pidió antes de perder el conocimiento por completo.


Entonces todos los recuerdos llegaron de golpe a la mente de Kaori. Aquella misión para el Simposio, a pesar de finalmente obtener lo deseado, había sido un completo desastre. ¿Por qué la pirámide la llevó a ese lugar? La verdad es que no tenía ni idea. Cuando realmente sucedió ella era una jovencita inexperta de no más de quince años. Ahora, por el contrario, tenía la edad suficiente para actuar de forma diferente y entender él porque estaba ahí.


Se transformó en una hermosa y letal mamba negra y tan solo esperó. Usaría su forma animal para recopilar la mayor cantidad de información posible, sabía que lo lograría pues ya había pasado meses siendo una serpiente sin que su lado animal la dominase. En el pasado, el miedo la había invadido y le fue imposible usar la animagia para salir del apuro ‹‹bien, veamos que me quieres mostrar›› pensó la bruja quedándose considerablemente cerca del cuerpo para que la pudieran ver y así fue, sacando la lengua y siseando en posición de ataqué, se hizo notar.


—Miré nada más lo que tenemos aquí... ¿La matamos? —Preguntó uno de los primeros hombres en llegar, más fue el segundo, un mago anciano el que respondió.


—No. hace mucho no veía una igual, su veneno me resultara útil. Tráiganla y a este también... quizá pueda sacarle algo de información junto a los otros— Ordenó.


Kaori interpretando muy bien el papel de un animal salvaje, trató de morder y escapar de sus “captores” sin embargo, terminó en el interior de una bolsa. La luz que se filtraba era poca y en todo caso no importaba ver hacia donde la llevaban, ella lo sabía muy bien pues paso una larga temporada siendo prisionera en ese lugar, ahora, por el contrario, era ella quien deseaba volver a ingresar. Si la pirámide le deseaba enseñar algo, tenía que ver sin duda alguna, con el nigromante que ahí hacia experimentos.


El laboratorio al que llegó sí que le llamó la atención, no había estado ahí antes. Le resultó realmente repulsivo, había cuerpos abiertos sobre mesas, calderos con diferentes pociones preparándose, a pesar de que todo parecía limpio y ordenado, había un olor a muerte que parecía estar en todas partes. A ella, que aún permanecía en su forma de serpiente, la puso en una especie de jaula de cristal de donde no le sería complicado escapar y desde donde tenía una buena vista de lo que ahí hacía.


Con forme pasaban los días los experimentos que el nigromante hacía le parecían cada vez más grotescos, vio un desfile cuerpos ser mutilados, maltratados e ultrajados mientras sus almas eran obligadas a regresar a ellos, experimentando un dolor tan grande que llegó a parecerle que podría palparlo. Kaori en su forma de serpiente, solía escaparse para recopilar información, intentar descubrir cual era el objetivó de soportar semejante tortura, pero tras correr todos los pasillos y casi ser descubierta en dos ocasiones, llegó a la conclusión de que la clave era el nigromante.


Con el pasar de los días, empezó a pensar que quizá dejarse atrapar fue una mala idea, los últimos tres días trató de morder al mago, pero no tuvo éxito, al tercero mientras la estaba alimentando con un roedor al fin logró clavar sus colmillos en él. Fue ese día cuando descubrió dos cosas, que el nigromante buscaba un antídoto para sí mismo, pues tenía una marca cerca del cuello que reconoció de inmediato y la segunda era la razón por la que gustaba de hacer pociones con diferentes venenos de serpientes.


Esa noche, cuando al fin el laboratorio quedó solo una vez más, supo exactamente que revisar. Adoptó su forma humana y empezó a leer, tenía fórmulas de pociones sin completar y en algunos casos describía reacciones que parecían sacadas de un cuento de terror. Encontró una que estaba incompleta a la cual reconoció de inmediato pues fue precisamente ella quien la completó y ahora la usaba para preparar una poción que mantenía con vida al actual Líder de la Orden del Fénix.


Siguió leyendo entonces encontró un pergamino en el que estaba detallado los efectos que el veneno de basilisco le estaba haciendo al cuerpo del mago, la conclusión fue lo que alarmó a la bruja. ‹‹Inminente muerte›› suspiró. En ese momento el pestillo de la puerta sonó. Se transformó nuevamente en una serpiente y se deslizó rápidamente en busca de algún lugar por donde escapar. ‹‹por aquí›› escuchó decir a una suave voz un tanto chillona.


‹‹Gracias›› pensó la serpiente cuando identificó de donde provenía ‹‹Siento si me comí a alguno de tus familiares›› se disculpó al ver a la rata salir de lo que parecía ser un ducto de ventilación ‹‹llegamos a la conclusión de que, si te sacamos de aquí, habrá menos muertes. Te estábamos vigilando›› decía el roedor que le estaba guiando ‹‹no eres la primera que vemos como tú›› le comentó ‹‹ ¿Como yo? ›› preguntó extrañada, levantó sin querer la cabeza y se golpeó pues el espació era pequeño ‹‹eres una bruja que se convierte en animal. Primero pensamos que eras la misma, pero luego recordamos... bueno, no eres ella ›› dijo, ya casi habían llegado a la salida.


Solo conocía a una animaga más aparte de ella que podía convertirse en una mamba negra, su madre, pero, ¿cómo llegó a ese lugar? ‹‹Vete, vamos, ¿qué esperas? Él sabe de qué eras y saldrán a buscarte. ›› añadió el roedor. Si su sangre hubiera podido helarse ante esas últimas palabras, seguramente lo hubiera hecho, al parecer escapó a tiempo de ese lugar.


Le dio las gracias al roedor y se alejó tan rápido como pudo, en su mente aun daba vueltas lo último que había descubierto, ¿sería acaso ese nigromante el causante de la enfermedad que mató a su madre? ¿Cómo le diría a Hobb que sus intentos por alargarle la vida no le llevarían a nada bueno? Con esas dos preguntas rondando en su mente, la mamba negra se deslizó hasta lo alto de un árbol en donde poco a poco la misma niebla espesa que la había recibido la fue envolviendo, la prueba había llegado a su fin.

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