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Emily vs Lucrezia


Arya Macnair
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¡Bienvenidos a la primera edición de los Duelos Relámpago!

 

En este duelo se enfrentarán Emily Karkarov vs Lucrezia Di Médici

 

Recompensas a obtener:

 

  • 4000 G por participar, siempre que el duelo haya sido activo (*)
  • + 2000 G por ganar el duelo.
  • + 10000 G a los dos participantes del mejor duelo. Este premio será entregado por la Comisión de Jueces.
(*) Un duelo activo implica que el participante tenga al menos 6 rondas de duelo, (6 postes por cada participante). Nos reservamos el modificar el premio de actividad en cada duelo, es decir, que en caso de que no se cumpla con las 6 rondas analizaremos el duelo y definiremos el premio de actividad. Quien abandone un duelo no llevará premio.
Reglas:
  • El duelo tendrá una duración de dos semanas, a partir de la apertura del topic.
  • El primer jugador en postear en el topic podrá describir el escenario en donde se llevará a cabo el duelo. El otro jugador podrá complementar la descripción del escenario, pero sin contradecir el rol previo.
  • En al menos uno de los roles de cada oponente debe hacerse mención de un relámpago (solo como detalle rolistico, no interfiere en el duelo).
  • En caso de existir una duda o error durante el duelo, éste debe presentarse en el Tablón de Dudas de la Sala de Duelos Mágicos o usarse dentro del rol. No se aceptarán reclamos acerca de errores en el duelo que fueron aceptados por el oponente.
  • Solo los miembros de la Comisión de Jueces podrán atender dichas dudas.
  • No existen los límites de tiempo entre respuesta y respuesta. Por tanto, la regla de hechizos impactados desaparece.
  • No está permitido el uso de objetos consumibles.
  • Pueden hacer uso de sus libros de hechizos excepto los de Libro del Caos y/o el Libro de las Auras.
  • Pueden detallarse los Puntos de Poder y Puntos de Vida durante los posteos para ir practicando, aunque no es obligatorio.
  • Los hechizos que podrán usar serán los conformes al rango del rival cuyo nivel sea más bajo.

 

¡Buena suerte!

Editado por Jank Dayne

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La curiosidad es una de las mayores virtudes de Emily y, a la vez, uno de sus mayores defectos. La bruja siempre había mantenido un perfil bajo, lo que le permitía sacarle provecho a pasar desapercibida en muchas situaciones y lo que hacía que recibir una invitación para un «enfrentamiento amistoso» fuera bastante inusual. Más que eso, era peligroso y podía tratarse de una trampa.

 

Aun así, allí se encuentra a la hora y en el lugar pactado, caminando con suficiente cautela, evitando hacer demasiado ruido con sus botas. Entre las tantas teorías que invaden su cabeza, a más de una trampa sopesa que puede tratarse de duelos clandestinos ¿apuestas?, ¿un club de batallas? Un escalofrío recorre su cuerpo, iniciando en el punto exacto que su piel toca la varita mágica en su mano derecha.

 

Más que un escalofrío, lo que siente es… emoción, de rememorar aquellos “viejos tiempos”, de recordar aventuras pasadas. Y de reconocer si todos esos años de trabajo silencioso (y pacífico) habían pasado factura.

 

—Oh, lo que faltaba — se queja, cuando un relámpago hace que se sobresalte y la devuelve a la realidad —. Ya va siendo hora que alguien aparezca.

 

Una leve llovizna acompaña los relámpagos, empapando la ligera blusa que carga, pues hasta unos minutos atrás se encontraba en un lugar con calor insoportable. Varios animales de la pradera buscan sus respectivos refugios y, ante la evidente ausencia de más personas, Emily se encuentra algo decepcionada al no haber vivido nada realmente emocionante.

 

Con la idea de quedarse a explorar por si acaso, se refugia en una cueva a pocos metros de donde apareció. No hay mucho que comentar del lugar, pues no haya nada fuera de lo común excepto que es una cueva realmente profunda, quizás utilizada como escondite por alguien y sospecha que es artificial. Encuentra algunas rocas sueltas de pequeño tamaño dispersas por el suelo y se distrae con las gotas que caen de las estalactitas a la entrada de la cueva, de las que se aleja lo más que puede: no le gusta que haya nada sobre su cabeza.

 

El sonido del viento y la mayor fuerza de la lluvia refuerzan que refugiarse había sido una buena idea. Se sienta en una roca de gran tamaño en el centro de la cueva para estar más cómoda mientras usa la varita mágica para secar su ropa, pues odia sentir la humedad en sus pies, especialmente cuando utilizaba medias tan gruesas como las que carga.

 

No muchos minutos después aparece una figura poco familiar para la bruja. En seguida su expresión corporal se tensa y sube la guardia, poniéndose de pie con sigilo a unos 8 metros de la persona desconocida, dejando la piedra que le sirvió de asiento a una distancia equidistante entre ellos. Si tan solo pudiera usar la legilimancia para saber sus intenciones…

 

—Floreus —dice, casi en un susurro. Fuera quien fuera, lo mejor que podía pasar era que salieran flores de la punta de su varita mágica.

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Las pequeñas gotas de la llovizna se deslizaban por su capa de viaje hasta caer nuevamente hacia el vacío para reencontrarse con la tierra. Las nubes se agolpaban sobre su cabeza, como un manto infinito que cubría todo el firmamento y dificultaban la visión de un cielo lleno de estrellas que detrás de él se ocultaba. La noche bañaba con su oscuridad todo el lugar, tiñendo los alrededores de sombras. El fresco viento, que arrastraba pequeñas partículas de lluvia, golpeaba su rostro con inusitada hostilidad. Sin embargo, éste permanecía impoluto y perfecto, protegido por un encantamiento que protegía tanto su rubio cabello como su delicada piel de las inclemencias del mal tiempo.

 

Cuando sus azules ojos se rastrearon el lugar al que había sido llamada, la blonda italiana ordenó el descenso con un sonoro silbido que eclipsó el pitido del viento. En apenas un instante, gracias a lo estricto de su entrenamiento, el ave de trueno extendió sus alas de par en par y comenzó a descender con una suavidad impropia de su gran e imponente porte. Aquella criatura se había convertido en su capricho, en su adquisición favorita dentro de la exótica colección que moraba en su propiedad de Ottery St. Catchpole. Encontraba en aquel animal una belleza atrapante que se mezclaba en armonía con su bestialidad, con la ferocidad en su mirada y su potencialidad asesina. La admiraba y, de algún modo, se veía reflejada en ella, en lo indescifrable de su naturaleza. Por ello, cuando las garras del ave de trueno se clavaron en el suelo, Lucrezia acarició su emplumado lomo antes de descender. Frente a sus ojos descubrió una cueva en la que no dudó en adentrase.

 

El ruido de la sólida base de sus botas quedaba completamente amortiguado por la humedecida tierra bajo sus pies. Sin embargo, pese a la insistente llovizna, el suelo permanecía aun firme en toda su extensión y le permitía caminar con su natural elegancia. Su negro corset, ajustado en la medida justa contra la blanca tela de su camisa, dotaba a su cintura de unas curvas aun más pronunciadas que les aportaban aún más gracia a sus pasos, cuya cadencia estaba medida rítmicamente. En aquella ocasión, que escapaba radicalmente de su cotidianidad, la aristócrata había prescindido de sus elaborados y rimbombantes vestidos de época para llevar su uniforme de equitación, completado por un pantalón negro que se ceñía a sus fornidas piernas sin comprometer la agilidad de sus movimientos.

 

A medida que avanzaba, sin apartar ni un segundo su expectante mirada de la figura femenina, su blanca varita se materializaba progresivamente en su zurda: un arma de excelsa manufactura, elaborada por las más meticulosas manos artesanas de su natal Italia en base a sus propias indicaciones; blanca en toda su extensión, con un diseño que emulaba dos serpientes enroscándose y luciendo un pulido mango de mármol que se adaptaba a su tacto gracias a un encantamiento para proporcionarle comodidad. Lucrezia había intentado nombrarla en infinidad de ocasiones, pero nunca había llegado hasta una palabra que le hiciese realmente honor a su superioridad estética. Sus delgados dedos se afianzaban a su varita con firmeza, acostumbrados a sacar partido de su ligereza y su maleabilidad.

 

- Mi nombre es Lucrezia Di Médici ¿Empezamos?- exclamó con tono desafiante cuando logró admirar bajo la luz de la luna las facciones de su rival.

 

Su rival, quién incluso había llegado primero al lugar, volvió a adelantarse al realizar el primer movimiento repentino, sin aviso alguno ni palabras de por medio ¡Vaya insolencia! Comenzar un duelo sin el correcto protocolo de presentación era algo imperdonable para su estructurada mente. Lucrezia había sido educada en un claustro para respetar los procedimientos; para enseñar y recibir el respeto ajeno y para enarbolar la bandera de las tradiciones. Inglaterra, en su terquedad, se encargaba de demostrarle una y otra vez que todos no habían corrido su misma suerte. De mala gana, apenas haciendo una floritura inservible, gastó su primer hechizo un desmaius, al cual su varita respondió con un ramo de blancos y aromáticos jazmines que cayeron al suelo en medio de ambas mujeres.

 

- Arena del Hechicero.

 

La arena se levantó desde el rocoso suelo de aquella cueva, como si siempre hubiese estado ahí, esperando por que la magia la invocase. Ascendió fugaz por el cuerpo de Emily hasta llegar a su rostro y concentrase en sus ojos. Aquellos minúsculos granitos cristalizados dañaron sus córneas, rozándolas con insistencia, y su vista quedó en consecuencia completamente trunca. La ceguera no le permitiría a la chica, habilidosa sin dudad, utilizar hechizos basados en la correcta puntería para lograr efectividad. Lucrezia aprovechó, por lo tanto, a moverse unos metros a la derecha sin recortar demasiado la distancia de 7 metros que las separaba. Las expectativas en aquel incipiente enfrentamiento se había elevado repentinamente.

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Cuando el sobresalto inicial se disipa y puede ver quien se ha llegado hasta la cueva, por su cabeza cruza que la situación no es para nada como la imaginó. Supuso que, de ser real la invitación a un duelo, al llegar al punto de encuentro estarían varios magos y brujas enfrentándose amistosamente entre sí. O por el contrario, que se trataba de una especie de trampa, aunque aquella idea la disipó rápidamente, nadie sabía de su pertenencia al Simposio de Ladrones y poco o nada de influencia tenía en el Ministerio Inglés

—Emily Karkarov —responde con tono cordial pero serio, pues desconoce las intenciones de Lucrezia.

 

Y aunque encuentra que las reverencias y las presentaciones tienen su encanto (y que le recuerdan mucho a las clases que recibía en Hogwarts), el duelo ya no podía volver atrás y su mente debía enfocar en el presente. Segundos después de ver que de la punta de la varita de su rival salieron las flores que esperaba, jazmines blancos ahora inservibles, supo que era momento de actuar.

—Morphos—dice, moviendo apenas su varita mágica.

Cuando la tenue luz que entra a la caverna le dejó ver a Lucrezia, había aprovechado para examinar rápidamente la vestimenta de su contrincante. Buena tela, buenos colores. Evidentemente se trataba de alguien con una abultada cuenta en galeones o con un título rimbombante. Pero más importante que eso, era que toda su ropa le daba la oportunidad de atacarla. Su morphos hace exactamente eso, convirtiendo el pantalón negro de Lucrezia en una araña venenosa. Una araña del rincón, más precisamente.

Al instante, la araña picó a Lucrezia, inyectando su letal veneno. Y luego de logrado su objetivo, siguió su instinto: huir. Lo último que pudo divisar es a la araña alejándose en diagonal por el lado izquierdo de su contrincante, perdiéndose en el suelo de la cueva hacia la salida.

Justo entonces la arena del hechicero deja a Emily sin poder ver nada a su alrededor. Saber que eran los huesos cristalizados de un mago la motivaban a sacudirse para quitarse los restos de encima, pero no había tiempo para eso. Los saberes de los uzzas eran así. Afortunadamente, Emily también había tenido su tiempo de preparación con los guerreros y se había ganado los anillos que siempre llevaba consigo

—Cinaede.

De inmediato, el gas invisible entra a las vías respiratorias de Lucrezia, envenenándola. Para su suerte, no necesitaba saber donde se encontraba su rival para que el cinaede hiciera efecto. Si bien Emily tenía por el momento limitado uno de sus sentidos, se encontraba sin heridas que pudieran preocuparla. A partir de ese momento, solo le restaba esperar la reacción de su rival

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-Si querías verme en ropa interior, solo tenías que pedírmelo- exclamó Lucrezia, impregnando su voz de desafío y diversión por igual.

 

Su rival, una tal Emily si confiaba en su palabra, era sin duda ducha en duelo, revelación que la satisfacía por demás en su búsqueda de retos que pusieran a prueba una habilidad que concebía como ya adquirida y perfeccionada. La transformación de su ceñido pantalón en una pequeña araña, que escapó custodiada por la tenue oscuridad de la cueva antes incluso de que pudiese reconocer su especie, era un movimiento clásico pero no por ello menos inteligente. Lo cliché, al menos en ese contexto, era tan funcional y útil que expiaba su pecado como hechizo utilizado hasta el hartazgo. La blonda italiana acomodó su lacia cabellera con un grácil movimiento de cabeza apenas perceptible, dejando que cayera en su totalidad sobre su espalda para que no interfiriese en su visión. Percibió con alivio la caricia del fresco viento contra la blanca piel de sus en aquel momento desnudas piernas.

 

- Morphos.

 

El efecto fue instantáneo, tanto como había sido el hechizo de su rival. Su corset, aquel que llevaba ajustando su cintura, se transformó en un bezoar de tamaño suficientemente pequeño como para tragarlo. De un segundo a otro dejó de sentir la presión contra su abdomen y su camisa blanca se vio librada del elemento que la apresaba, recuperando en el acto su natural holgura. La joven aristócrata se permitió tomar una buena bocana de aire, agradeciendo la súbita liberación del corset. La presión y el veneno no eran buenos amigos, no al menos para su preciado organismo. Antes de que cayera, demostrando unos reflejos veloces, la bruja tomó el bezoar en mitad de su trayecto hacia el suelo y se lo llevó a la boca sin pensarlo dos veces, recibiéndolo con sus carnosos labios. Su cuello reaccionó con una ligera tensión mientras el antídoto descendía por su garganta para luego perderse por su aparato digestivo. La ponzoña abandonó su cuerpo.

 

- Anapeo.

 

Ah, el cinaede, vaya hechizo más interesante y de efectos sobresalientescuando quién lo usa eres tú, claro. Ser un espectador privilegiado del asfixie hasta el deceso del otro era una experiencia digna de experimentar al menos una vez en la vida, como ella había hecho en el pasado. Si los Uzzas, con ínfulas de grandeza ilegítima, eran soportables se debía a la transmisión de aquellos hechizos que rozaban el sadismo. Por eso, apenas hubo escuchado la pronunciación de aquella palabra, la joven aristócrata apuntó con su blanca varita hacia su garganta. El hechizo destapó en un instante sus vías respiratorias, librando la del gas venenoso más no de la futura necesidad de curarse de los efectos en su cuerpo. Le regaló a su rival una carmesí sonrisa, de esas que invitan a responderla con otra.

 

-¿Y bien? Esto será un te ataco, anulo tu ataque constante¿O jugaremos de verdad?

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Había reprimido una sonrisa al escuchar la voz de Lucrezia, medio en broma medio en serio (según su apreciación) ante su comentario de «si querías verme en ropa interior, solo tenías que pedírmelo». Por algún motivo desconocido para la bruja, las batallas siempre daban pie a conversaciones como aquella, quizás para quitar la tensión en el ambiente. Y aunque Emily no es de hablar mientras intenta concentrarse en debilitar a su oponente, su respuesta sin duda habría sido «entonces no me hubieras cegado».

 

Sin embargo, el momento de responder con sarcasmo ya había pasado y la sonrisa que se dibujó en el rostro de Karkarov tenía más que ver con su siguiente movimiento que con cualquier otra cosa. Había escuchado a Lucrezia conjurar un morphos, lo cual la mantuvo al borde del nerviosismo durante unos segundos. Su contrincante podía o arriesgarse a atacarla, por lo que Emily estaba preparada, con la varita levantada, maldiciendo internamente la cegera temporal de la que era víctima.

 

Afortunadamente, Lucrezía había decido transformar algún elemento que la rodeara en un bezoar para curarse del veneno de la araña. Era algo necesario, así como era necesario que destapara sus vías respiratorias, el cual debía ser sin lugar a dudas su siguiente movimiento. Por lo tanto, para evitarlo Emily pensó en una «maldición». Sin importar lo que Lucrezia pensara o dijera, nada saldría de su varita mágica, puesto que el hechizo que conjurara sería tan solo una versión ridícula del original.

 

A esas alturas, solo puede escuchar el estruendo de un relámpago y de las gotas de lluvia que siguen cayendo de las estalactitas que cuelgan en la entrada de la cueva. No hay nada más que pueda hacer, más que esperar que su visión volviera poco a poco. Lucrezia tampoco había tenido más opciones, el gas del cinaede había ya paralizado su sistema nervioso, haciendo que colapsara y dejándola completamente inhabilitada, puesto que la maldición conjurada por Emily habría impedido que pudiera realizarse el anapneo.

 

Se suponía que ya Lucrezia estaría fuera de combate, pero presa de la paranoia de tener sus sentidos limitados, invocó la daga del sacrificio, que en el acto apareció en su mano izquierda. Mientras pensaba que la magia de los uzzas es desproporcionadamente poderosa recitó el "Immolo oppugnare", utilizando la daga para dañar tanto a sí misma como a Lucrezia, con un profundo corte en el pecho que llenó de sangre toda su blusa. Sin perder tiempo, pensó en una «curación» de forma que dejó de sangrar y la herida cerró completamente.

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