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Decirte adiós sería como la muerte por un millar de cortadas


Jank Dayne
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Isla de Guernsey

Marzo

 

- Todo apunta a que se trata de un crimen pasional - dice el detective, levantándose del suelo. Utiliza un raro hechizo para que los vidrios sobre los que ha tenido que arrodillarse se conviertan en arena. Mira hacia los lados -. No creo que haya que indagar demasiado.

 

Jank mira al hombre y niega con la cabeza. A leguas se nota que está conteniendo sus emociones. También se dedica a observar la escena del crimen por encima. A diferencia de él, piensa que el cadáver frente a ellos fue asesinado por todo menos por un sentimiento. Se nota que ha luchado por su vida, que no se las ha hecho fácil a su atacante, pero la violencia que denotan sus cortadas son atroces, muy lejanas a las que haría una persona con lágrimas de rencor bajo sus ojos. Está seguro que alguien sintió placer al infringirlas, movimientos no guardan ni un ápice de arrepentimiento.

 

Se despide de su amigo y lleva sus pasos hacia la costa. En realidad, está siendo guiado por el efecto de los pequeños rayos eléctricos producidos por el Verdimillius, el cual le ha revelado un camino oculto que ha sido ocultado adrede y del que ha preferido no hacer mención al detective. El rastro resulta tedioso de seguir, pero al mismo tiempo, está convencido de que también se trata de una invitación. Una muy personal.

 

Por suerte es de madrugada cuando, luego de horas, la ve. Jank se muerde los labios, oscilante entre la decepción y la curiosidad.

 

- ¿Por qué? - dice. Se oye desilusionado, y se puede percibir que enserio desea obtener una respuesta. Ella todavía no le muestra el rostro -. ¿Por qué aquí, si sabes que me importa tanto este lugar? Por.. ¿Por qué a él?

 

El Verdimillius revela los cientos, miles, millares de vidrios rotos en el suelo del embarcadero. La luz de la luna llena ilumina la cabellera rojiza de la asesina. Sus manos comparten el mismo color. En sus brazos puede notar las franjas atrigadas propias de su condición, pero manteniendo una egoísta postura, decide enfocarse en la culpa.

 

- ¡Veme a los ojos cuando te hablo!

 

Los de él están apunto de llenarse de lágrimas. No puede dar marcha atrás ahora. Retroceder no es una opción: debe confrontarla. Pero aun así, debe existir un adiós..

 

- Floreus - susurra, apenas, afectando de inmediato la varita de la bruja. Es lo único que se le ocurre hasta el momento.. Flores. Para él, las flores son Arya.

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La espera pareció durar una eternidad. Macnair jadeaba con los músculos tensos cuando él se presentó, tan hermoso como lo recordaba pero rebosante de algunas emociones que desconocía. Se había jurado que no poseía ya ningún efecto en su persona, pero estaba claro que no era así; oírlo hablar, sentir su perfume en el aire, cuando sentía que su presencia podía rozarle la piel. Soltó un sonido extraño, una especie de risa con burla, una ironía.


No podía alejarlo de sus pensamientos, no podía dejar de amarlo y posiblemente nunca lo haría. Entonces existía una única solución aparente, debía conseguir que Jank la odiara tanto como para dar el primer paso al quiebre. Pero cómo, era la pregunta. Pregunta que se respondió sola, aquella tarde, en un bar, no muy lejano a dónde estaban ahora, en forma de hombre.


Arya dejó caer la daga ensangrentada al suelo, ésta rebotó unas pocas veces emitiendo un tintineo hasta que reposó tiesa en la madera corroida por la bruma. El salitre que se respiraba en aquel embarcadero era denso como sus pensamientos entonces. Leonard había llegado a ella ebrio como una cuba, y tan petulante como lo recordaba desde la última vez, había sido él quien instauró la semilla de la duda en el blondo, acerca de su amor, acerca de las lealtades diferidas, desde esa tarde en el callejón, todo hubo cambiado.


—Maldición. Pensó, con la vista fija en las flores que truncaron su primer hechizo en mente.


Eran jazmines. Lo apreciaba, lo apreciaba muchísimo. Sonrió como respuesta lanzando el ramo a un lado, con delicadeza. Y al momento de descubrir su rostro hizo lo que él no se permitía, llorar. Lloraba por un amor que estaba perdido mucho antes de perderse por completo.


—Debes hacerte a la idea, Dayne. Él trató de advertirte, ésto es lo que soy…


Las franjas en su piel solo demostraban su raza, una a la que había renunciado no hacía demasiado tiempo. Y como él hubo hecho cuando la conoció, la maldición lanzada afectaría su fortuna haciendo que la próxima acción le fuese truncada.


Los jazmines a un lado, manchados con sangre. El arma homicida a un lado, incriminandola sin excusas. Y todo lo que le importaba en ese instante era conseguir que la persona que más amaba en el mundo la viera como un monstruo, la detestara y quisiera matarla. Solo así podría acabar una historia que no estaba destinada a ser, con muerte.

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- ¡No, Arya, no es excusa!

 

Él más que nadie lo sabe. Los Oscuros son conocidos por la conexión que mantienen con las magias corruptas. Es difícil evitar sucumbir en la tentación que ofrece aquel poder desconocido, pero tiene en cuenta lo fuerte que ella ha demostrado ser. Sabe, al menos esta vez, que esto lo ha querido de verdad.

 

- No me importa Leonard - sus palabras se oyen más honestas de lo que habría esperado. En realidad, por más duro que suene, no lo hace; tal vez porque en el fondo mantiene la esperanza de que ese no haya sido su final -. Lo que me destroza es pensar que has sido débil. ¿Cómo no has sabido controlarte? ¡Yo no te entrené para esto!

 

Ha intercambiado las lágrimas por reproches gritados. Observa a su alrededor, captando todos sus detalles por primera vez. Solo entonces se percata de todo lo que el escenario le ofrece.

 

- ¡Vitae!

 

El hechizo hace efecto en un gran bote que reposa sobre las aguas calmas del embarcadero, a unos pocos metros de él. Se oyen ruidos extraños cuando la magia penetra en la madera y los metales, como si estuvieran retorciéndose por dentro. La figura que se crea es cuanto menos, desagradable. Lo que antes había sido un medio de transporte ahora usa sus nuevas extremidades para tocar tierra firme. A lo sumo parece la vívida imagen de un lagarto amorfo. Sus cinco patas están formadas por el metal que decoraba los bordes del bote, y su boca muestra un centenar de dientes elaborados en madera puntiaguda. Los ojos metálicos, uno en la sien y el otro bajo la dentadura, echan una mirada amenazante a su próxima presa, al mismo tiempo que emite un chirrido insufrible. Es su presentación.

 

Jank señala con su dedo a Arya. La bestia se encima hacia la bruja, usando las cinco patas de forma ágil y determinada para eliminar los seis metros que lo separan de la bruja. El plan inicial es clavar en su cuerpo sus uñas metálicas, los dientes filosos y embestirla de un solo golpe. No parará hasta hacerla sangrar.

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—¡Tampoco me entrenaste para ser traicionada!


Gritó, fuera de sí, la histeria en sus palabras asustaba más que los ojos oscuros, las franjas surcando su piel y las cuasi garras en sus dedos. De repente y sin poder contenerlo, sus músculos comenzaron a temblar frenéticos. Seguía a una distancia considerable de él y sabía que debía tolerar aquel enfrentamiento hasta el final, aunque lo único que desease fuera resolverlo a golpes. Jank era un hombre entero, jamás le habría puesto una mano encima, al menos para dañarla.


—No me preparaste para la traición de mis pares ¡Confringo!


Dayne había apuntado a una barcaza que se transformó en el lagarto más espantoso sobre la tierra. Feo y amorfo. Y ella, entre sus dudas y enojos, apuntó por segunda vez al objeto animalizado cuando éste atravesó un cuarto de su trayecto hacia ella. El rayo que brotó de su varita impactó entre medio de sus ojos torcidos, allí donde cientos de dientes puntudos nacían, e hizo volar una buena parte de su composición física por los aires, aunque quizás ninguna llegase a dañar al blondo, aún estando dentro de su radio.


Quizás le sorprendiera su planteo. Pero desde hacía un tiempo y por motivos que aún desconocía, recordaba absolutamente todo su pasado y no solo a él. Recordaba a las personas que le dieron la espalda, el desprecio de su madre, de quién fue su amiga y confidente, la traición de aquellos que en algún momento debieron guardarle respeto.


—Incendio


Agrego. El vitae, con medio cuerpo destrozado seguía rumbo hacia ella, un poco debilitado. Y si las flamas le alcanzaban, siendo de madera, ardería hasta morir.


Bajó la varita, debía esperar el ataque por si su estrategia fallaba. Y lo miró, dolida, aunque intentando ocultarlo.


—Yo siempre seré débil… contigo en derredor.


Sentenció. No era cierto, y sus propias palabras fueron de las afiladas atravesando su propio pecho, pero no tenía más opción.

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Se lleva una mano a la frente, hastiado. Empieza a considerar la idea de que todo ha sido su culpa. Desde contarle sus más íntimos secretos a otra persona que no fuese su propio reflejo hasta el hecho de dejarse llevar por sus sentimientos, como si tuviese quince años. Aun así, sigue pensando que un duelo mágico resulta mucho más efectivo que cualquier tipo de discusión verbal, sobretodo porque no daba espacio a que alguien intentarla romantizar la situación, recurso que había visto usar más de una vez. Es una decisión honorable, o al menos eso se obliga a seguir creyendo.

 

El abominable lagarto ya ha avanzado lo suficiente cuando Arya hace estallar la mitad de su cuerpo. Jank se cubre el rostro por instinto, lo que es una suerte, pues algunos trozos llegan a golpearle en las piernas y antebrazos. Cuando se revisa, comprueba que nada se ha clavadado en la piel. No está acostumbrado a usar ese tipo de explosiones pero sabe que su criatura puede sobrevivir un golpe más, así que se apresura antes de que la bruja vuelva a atacarle y exclama:

 

- Furnunculus! - grita. De su varita surge un rayo magenta, liso, que cuando el corta el aire suena igual que un silbido. El conjuro impacta en el rostro de Arya, segundos antes de que surjan llamas dirigidas hacia el lagarto. Las ampollas y mal formaciones cubrirán, por unos segundos, las feas marcas que la delatan como una demonio. Ha sido víctima del molesto encanto un par de veces en la vida, por lo que tiene muy en cuenta lo urgente que le será actuar contra éste en un pocos minutos.

 

Relame sus labios, internalizando la sentencia. Ahora le dirige una mirada repleta de melancolía. Alza el brazo, se baja la chaqueta y le enseña el dedo del corazón. Las llamas que ahora queman a la creación del Vitae resplandecen sobre el metal de su anillo. Y también en sus lágrimas.

 

- ¿Acaso lo olvidaste? - su voz apenas se escucha. Respira hondo y cierra los ojos, sin esperar una respuesta; ya no la necesita. Además, necesita concentrarse para su siguiente movimiento:

 

<< Proyección Mágica >> piensa. El fuego que quema la madera del largarto, a esas alturas, está más activo y ardiente que nunca. Jank, sabiéndolo, utiliza el conjuro de movilización para arrojar a su criatura hasta Arya, con la intención de tumbarla en en el suelo y quemarla con el fuego que ella misma ha encendido.

 

- ¿Es que acaso todos los Macnair son igual de absurdos? - niega con la cabeza, echa una mirada breve a las aguas calmas iluminadas por el fuego y vuelve a hablarle -. Has matado con la misma mano que te comprometiste a mí.

 

 

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—Salvaguarda mágica. Pensó


El estruendoso rayo había hecho efecto segundos antes en su rostro. Éste se hinchaba brutalmente y a pasos agigantados pero peor sería recibir graves quemaduras de su propio ataque. La barcaza, lagarto, amorfa y ya inanimados nuevamente, se deslizó con elegancia por el embarcadero directo a sus piernas, Macnair desapareció con gracia justo cuando la iba a tumbar, para voltear sobre su hombro y verla regresar al mar, apagando las llamas, hundiéndose como el cariño que Jank me tuvo algún día.


Casi no había podido ver el anillo más el ligero brillo le trajo recuerdos. La hinchazón no aminoraba, sentía las mejillas calientes y los ojos chiquititos. Tuvo que pensar en una curación para recuperar su hermoso cutis y luego lanzar aquel primer ataque truncado.


—Maldición. Pensó por segunda vez en la escena, dando una patada al cuchillo con que había apuñalado a Leonard tantas veces como su cerebro le recordó que se caratulaba un "crimen pasional". Necesitaba estropear la siguiente acción del mago para obtener un respiro.




Mientras parpadeaba varias veces para recuperar la visión, palpó su pecho bajo la capa oscura y jaló de una fina cadena de plata hasta que la parrilla melliza salió a relucir. Era como una herida de bala materializada.


—¿Tus manos están limpias, Jank. Tú no has matado?— le cuestionó. Era tonto, pero él le podía y aquello le enojaba. Lloraba cada vez con más intensidad y sus palabras brotaban coléricas y entre cortadas.


—A mi no me importaba la sangre en tus manos, nunca me importó… pero tú, tú y esa mirada acusadora… jamás me hubieras aceptado ¿¡Cuánto habrías soportado a mi lado antes de sentir rechazo!?


Las aguas a su alrededor de violentaban en sintonía con sus sentimientos. El cielo se oscurecía, el aire se tornaba frío. Arya tenía los labios morados y bajo la capa que le protegía del clima imperioso, estaba empapada.

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Levanta la mano derecha, apuntándola.

 

- ¡Maldición! - piensa, rápidamente, segundos después de que Arya se volviese intangible. El sonido del lagarto volviendo a las aguas llega a reconfortarlo, por más extraño que parezca. Supone que es porque de alguna forma, ha vuelto a su hogar, bote y criatura. Se pregunta cuánto tiempo más durará la magia que le ha conferido la vida. Por lo pronto, solo puede garantizar el hecho de que ha impedido que lo ataque de nuevo entorpeciendo la formación de palabras incluso adentro de su cerebro. Es una sensación desagradable, aunque no tanto como la que están viviendo ambos.

 

Observa el cuchillo en el suelo, impávido. Lo que le dice hace que observe su mano libre. Al cabo de unos segundos, cierra el puño y los ojos. Tiene razón. Podría defenderse diciendo que cada vida que quita garantiza la vida de cientos, pero no siempre terminaba siendo así. Y sabe con certeza que algún día se las cobrarán.

 

- Es cierto - dice, mirando sus pies y dando unos pasos a su costado, cerca de la estructura de madera que sirve para acceder a las embarcaciones. Las botas contra la madera del suelo suenan el doble en medio de tanto silencio. A su nadie se le ocurrió pasar la noche en uno de los botes, por suerte -. No soy un inocente tampoco, y no pretendo quitarme la culpa - se detiene. Después de un largo suspiro, invoca la daga del sacrificio. El arma se materializa cual destello sobre su mano libre. El mango es más roja que la sangre y su filo le recuerda al que presume la Gladius cuando cae desde los cielos. La mira -. Es hora de que paguemos por tanto sufrimiento.

 

Jank empuña la daga y clava la hoja en su antebrazo izquierdo, creando una rasgadura sangrienta. Luego dice, viendo a Arya a los ojos: Immolo oppugnare!

 

Al instante, es testigo de la herida que surge en el brazo izquierdo de Arya. Las gotas de sangre de los combatientes caen al mismo tiempo al suelo. Solo entonces es que considera necesario conjurar una Curación, magia que logra cerrar la cortada en el antebrazo. Presume que dejará una fea cicatriz, una que le recordará esa noche para siempre.

 

Una única lágrima se escapa de su ojo derecho, que se congela cuando toca el piso. No es dolor por la daga o por su hermano el que lo hace sufrir. Tampoco la situación; en realidad, lo único que le atormenta es pensar en todo lo que no pasó y lo que sí debió pasar.

 

- ¿Rechazo? - su voz destila un halo de genuina incredulidad -. Habría muerto por ti mil veces por un millar de cortadas.

 

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Editado por Jank Dayne

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—¡Cinaede! Gritó


Pero sus alaridos se extendieron más de lo normal. La sangre brotaba de una herida abierta en su brazo izquierdo, y como si fuera ello que que Dayne buscaba obtener, la serpiente se vislumbró, de negra tinta e impaciente, retorciéndose en la calavera. Entraba por un ojo y salía por la boca, igual que los exhalos de la bruja. Las gotas oscuras, pues esa cantidad de sangre no podría ser poéticamente carmesí, resonaban toscas en la madera y pronto le acompañaron finos repiqueteos, los había tomado por sorpresa, la fina lluvia que comenzó a caer.


Iba a desangrarse por él, así como bien él acababa de jurar que lo hubiera hecho por ella.


El dolor le asfixiaba. Tenía una extremidad acalambrada y el corazón destrozado. Más decidió atacar. Mientras sufría, un aro gaseoso de color amarillento de materializó en derredor del cuello de Jank y se cirnió a él como si alguien jalara de una soga. El cinaede verdaderamente no causaría grandes estragos, pero era una demostración viva de cómo se sentía frente a él. Ahogada por la tristeza de algo truncado.


—Finite incantatem. Pensó


Para que la hinchazón del rostro se detuviera y le permitiera ver. Había sido tan necia e ignorante, que malgastó una necesaria curación en algo que solo podía finiquitarse con magia. Guardó la sortija de compromiso en lo que sus ojos lentamente vislumbraban al hombre.


—Mátame de una vez, Jank. Acaba con esto, dale fin a lo que nunca supiste sostener


Por fin lo decís, y sentía que el veneno exhudaba por sus poros. Siempre se creyó capaz de soportar las ausencias del mago, más al parecer éstas dejaron secuelas imborrables en su corazón.


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