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El Día de la Ira


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Hogwarts, día de la Ira - Minutos después del ataque.
Se mordió el labio inferior en un intento por contener la risa, dejando en su lugar una mueca torcida. Nunca había percibido esa clase de enojo por parte de su hermano, sí sabía que el Lovegood no soportaba al dramático de su padre pero ella no era capaz de imaginar que en una situación como esa lo dejaría ahí, tan débil después de haber conjurado un portal que los llevaría directamente hasta Hogwarts.
¿Sangre? Definitivamente el agotamiento le había nublado la cordura como para imaginar que ella permitiría que bebiera un poco de su dulce y tentadora sangre. La linfa de una Banshee era extremadamente deliciosa y adictiva, bastaba tan solo con una mordida para que el vampiro acabara con su vida. Y si iba a morir ese día, no iba a ser de esa manera.
Se descolgó el morral de piel que traía en el hombro y deslizó su brazo en su interior, metiendo la mano hasta el hombro. El suave tintineo de cristal contra cristal se hizo presente al rozar con sus manos los pequeños recipientes de vidrio. Conocía perfectamente cada envase tanto que sabía con solo rozarlo con los dedos el que estaba buscando. Extrajo un pequeño frasco traducido, el líquido espeso color verde oscuro se había derramado apenas por uno de los bordes.
Destapó el corcho con los dientes y se acercó hasta su padre que yacía recostado contra la pared. Vertió la poción herbovitalizante entre sus labios del Ravenclaw para que empezara a surtir efecto devolviéndole la vitalidad que había perdido.
Volvió a cargar la mochila y, tomando al vampiro del brazo, lo arrastró a través del portal para reencontrarse con su hermano y emprender juntos aquella aventura.
La escena con la que se encontraría del otro lado la dejó petrificada, mientras que una gota de sudor frío se deslizaba por su columna vertebral haciéndola estremecer. Su imaginación no le había permitido prever aquel desastre, los muros estaban completamente derrumbados, las lenguas del fuego había consumido todo a su paso dejando el rastro hollín sobre las paredes. Tosió luego de haber inhalado el resto de humo que aún quedaba suspendido en el aire y, esperando que sus compañeros la siguieran, avanzo dando largas zancadas con la varita de ébano en la zurda.

 

 

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La verdad era que toda la situación se había desbordado y era demasiadas cosas para la poca cantidad de personas que queríamos solucionar o enfrentar mínimamente algo. Además de ése cansancio físico, la energía mental y moral no ayudaban tanto. No era como aquellos que vivían del pasado y se deprimían ante los cambios, pero si tenía que admitir que en los viejos tiempos, las noches ni siquiera se notaban, como también la cantidad de noches que pasábamos sin dormir. ¡Semanas!

 

La Orden del Fénix no era lo mismo y si había empezado a menguar, no era el mejor momento. Estaba seguro que muchas personas (que pertenecían al bando o no) estaba ayudando y aportando pero teníamos que de alguna manera ir tapando los pequeños agujeros, para poder salir de esos sitios e ir en grupos masivos para tapar los boquetes enormes de a más personas. En Grimmauld Place eramos cuatro y una casi estaba muerta. Y había contactado con dos personas más que no sabía si iban a llegar.

 

Hasta que una de ellas se contactó. Se me ocurrió en aquel momento, que podía ver cuán dispuesto estaban para con la causa y ver de que manera empezar a unir a las personas. Teníamos que trabajar en grupos más grandes para poder hacer más cosas.

 

 

Ya regreso. Esperenme, tengo algo que hacer, no me tardo.

 

Claramente me fui lo más que pude porque si agarraba a Sagitas o Xell concentradas en mi persona me aferrarían a esa cocina, como estaban haciendo con Mackenzie. Me escabullí por la puerta y pasé el largo pasillo sin detenerme por un segundo. Acomodé el cuello de mi camisa y me aseguré tener mi varita a un lado. Me coloqué una capa para cubrir los rastros de sangre (y porque estaba mucho más frío en el exterior) y salí. Cerré la puerta del número 12 de Grimmauld Place, bajé las escaleras y traspasé las verjas. En aquel segundo la fina, delgada y alta (y sucia) casa desapareció, dejando una seguidilla de números con un faltante en el medio.

 

Crucé la calle. Al parecer aquel mago ya había llegado. Había recibido una carta medio extraña, debía admitir que estaba defraudado. Me había llevado toda una velada hablar con un tal Demian Luxure para tratarse de una identidad falsa y que no se trataba de quien había confiado para sumarlo a la causa. Pero lo que me dejaba más tranquilo era que en su lugar había alguien más. Guardé la carta (que me contaba un poco de información) pero me confirmaba que al menos era alguien que tenía una identidad fiable.

 

Me llevo unos pocos minutos divisar al mago. ¿Quién iba a ser más que una persona solitaria, esperando en medio de aquella plaza solitaria, además de la calle y pueblo desolado? Su figura erguida y expectante me indicó que se trataba de la persona que estaba buscando.

 

Señor Smith, soy Elvis Gryffindor. Lamento habernos conocido asi. Tardé un poco porque venía de mi hogar, entenderá que la situación complica un poco todo. ¿no? —claramente que le había mentido sobre mi paradero. Aprovechaba que las artes de las oclumancias me facilitaban la tarea de esconder información falsa. No podía confesarle de donde venía, aunque no me hubiera visto. Extendí mi mano para estrechársela. ¿Qué proseguía? —. Me disculpará mi atrevimiento pero no tenemos mucho tiempo. ¿Qué le ha contado el señor Demian, digo… Darius? ¿Ha estado al tanto de los sucesos en el pais? ¿Qué plan tenía en mente? Claro, si me puede decir —me alejé solo unos pequeños pasos esperando su respuesta.

 

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Eduard Smith

Agente del MACUSA

En la plaza con @


-¿Gryffindor?- Indago, al no creer que alguien de ese apellido le estuviera hablando. -¿Acaso es realmente un Gryffidor?- le miro un poco asombrado, esto era debido que a pesar de la distancia de país había escuchado grandes proezas con aquel apellido, pero luego recordó el comentario de aquel sujeto. –Admito, que nunca imagine toparme con un Gryffindor. – le clava la mira. –En efecto.- hace un pausa leve, intentando evitar la emoción de aquel encuentro. –Soy Eduard Smith- le extiende la mano para regresarle el saludo.


-Y no tiene de que disculparse, soy yo quien ha venido de una manera algo imprevista. – baja la mirada. Aunque, ese comentario que vivía cerca le resonaba, dado que ese lugar se notaba desolado. Sin embargo, comprendió que era cuestión para resguardar algo ¿Acaso el Luxure le mando para ver en que trama ese mago? No obstante, poseía un apellido de renombre, sin embargo, esta la posibilidad que mintiera también en ello. –por ello suplico su perdón. – le clava la mirada. –sobre sus interrogantes, lamento informar que el mago en cuestión no me ha informado nada, solo comprendo que es un funcionario político de su país de origen y por los medios de comunicación que ha perdido la magia. – ese comentario lo dejo pensado.


-Es difícil pensar que ello ocurriera. – le confiesa. – Pero curiosamente se asoció con una empresa muggle.- en ello intenta recordar el nombre, pero no lo hace. –Sin embargo, no he venido hablar de él. – baja la mirada. –sino de vuestro Ministro de Magia y hechicería y sus nexos contra el contrabando de muggles. –le regresa la mirada. –a pesar que no tengo pruebas sólidas.- suspira. –estoy convencido de su narices anda en ello, por algo levanto el secreto de la magia. – le explicaba. –pero creo que es mejor hablar de ello en otro lugar ¿no te parece?

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Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

La mañana del Día de la Ira.

La Triviani no recibió contestación alguna de la bruja. Observó a su alrededor intentando escuchar algo pero fue en vano. Había quitado con magia cada escombro sobre el cuerpo de la bruja y se acercó a tomar sus signos vitales, su pulso era débil y por el costado de su rostro corría un hilo de sangre. La tomó en brazos, y realizó aparición frente a las puertas de la casa.

 

 

- Ella necesita atención medica inmediatamente - habló en voz alta, dejando al menudo cuerpo de la bruja recostado en el suelo. Tomo su suéter y lo retiró, enrollándolo bajo la cabeza de la bruja - No escuché ningún otro quejido adentro, pero intentaré buscar a más alumnos - habló antes de regresar al interior de la sala común de Sly.

 

 

- ¿Hay alguien aquí consciente? - gritó, realizando un sonorus en su voz, sin embargo, aquello no trajo un buen resultado. El techo sonó, y un par de escombros cayeron. Invocó un salvaguarda mágica y las piedras traspasaron su cuerpo, debido a que se había vuelto totalmente intangible. Aprovechó eso y se encaminó a las escaleras... bueno lo que había quedado de ella, antes de que el hechizo se revirtiera.

 

 

El olor a sangre llegó a sus fosas nasales, desconcentrándola un poco. Llevaba días sin cazar y ya parecía afectarle. Suspiró y siguió subiendo, con varita en mano y sus sentidos alerta.

 

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****

Recuerdo

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Revista Magisk Politike, Copenhague

 

-¿Sientes amor?- me preguntó.

-Quizás alguna vez lo sentí- dije escribiendo un informe para la junta de directorio de la revista -Pero ahora, solo me preocupa hacer lo que me parece correcto y no dejar que el amor interfiera.

-¿Interfiera?- insistió Ulrik.

-El amor es un arma de doble filo, una debilidad innecesaria. Lo aprendí y por las malas y es hora de que no cometa el mismo error dos veces.

 

Pero la soga ya estaba al cuello y todas las varitas apuntaban a la cabeza de mi colega y amigo.

 

****

Fin del recuerdo

****

 

Mansión Ridcklaud de la Hoya

La ducha había sido relajante, necesitaba un freno entre tanta locura, necesitaba poner mis ideas en orden. Alguien golpeó mi habitación, era el elfo con una carta de mi padre.

-¿Hace cuánto llegó?- pregunté tras leer lo que decía.

-hace cinco minutos- dijo tembloroso y se retiró.

 

Me coloqué una camisa sin mangas negra al igual que los pantalones repletos de bolsillos donde tenía libretas y pequeñas pociones y en un parpadear desaparecí.

 

Ayudar a Elvis iba en contra de los planes de la organización Gladio, pero no podía evitar hacer algo, ya estaba causando mucho mal con aquella organización y necesitaba limpiar un poco mi conciencia, si era precavida todo saldría bien, incluso él podría ayudarme.

 

Aparecí a pocos metros de la plaza, podía ver a lo lejos a dos personas, una de ellas era mi padre pero ¿quién lo acompañaba? Me acerqué con sigilo hasta donde se encontraban y sin expresión alguna saqué una caja de cigarrillos de mi bolsillo al tiempo que hablaba:

 

-Veo que no era una reunión privada, padre- encendí un cigarrillo y miré al hombre frente a mí -Shelle Gryffindor, un placer.

 

Había alcanzado a escuchar lo que había dicho sobre el ministro y el comercio de muggles, pero preferí omitir comentarios ¿Acaso era un aliado de mi padre?

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Eduard Smith

Agente del MACUSA

En la plaza con @

y @


-Smith. - comienza a responder el americano -Eduard. - le extiende la mano a la bella bruja, este queda cautivado por su mirada, pero algo no comprendía. ¿Acaso el Gryffindor le había convocado para algo mas importante? En ese momento recordó que a la persona que esperaban era Demian, Darius o el nombre que este poseía realmente a esa reunión ¿Por que entonces no vino el mago? Esto no acordaba en su mente.


-agente del MACUSA, ya mi director. - agregaba para resguardar su seguridad. -conoce sobre mi paradero. - lo menciono un poco nervioso, dado que no sabia de las intenciones de esos dos Gryffindor, ya que se le habían citado a un plaza casi vacia, dentro un paraje que no conocía, eso le comenzó a preocupar, pero quizás eso lo debió pensar antes de ir. En ello comienza a toser por el aroma de cigarrillo.


-Disculpen. - observa a la Gryffindor. -no estoy acostumbrado a es aroma.

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Tras dejar San Mungo y Santos Mangos la rubia se separa de su nueva compañera para buscar a su primo Elvis, aunque lo normal seria buscar a Hobbamock por este ser su lider, la Granger prefiere mas al Gryffindor a la hora de luchar. La comunicación entre ambos por ser primos ha sido siempre especial y las pocas veces que han luchado juntos terminan haciendo un mejor equipo que cuando luchan por separado. Prefiere seguir su liderato la mayoría de las veces, esto se debe tal vez a el tiempo en que trabajaron juntos en el cuartel o a su lazo sanguineo, no esta del todo segura. Tras cambiarse de ropa y tomar algo de alimento se aparece en la plaza frente al numero 12 de Grimauld Place justo en el momento en que el Gryffindor sale de ahi con rapidez y camina hacia un desconocido.

 

No sabe si entrar al cuartel de la orden o seguirlo, si quedo de verse a solas con alguien no quisiera ser ella la que la arruine por lo que decide escabullirse a una esquina cercana y observar y escuchar desde ahi lo que pasa, si su primo necesita ayuda solo esta a segundo de donde este se encuentra y sino pues solo lo esperara para entrar al cuartel con el. Mientras observa la reunión entre las sombras ve llegar a Shelle y se da cuenta que todo este tiempo estuvo en compañía de su sobrina.

 

- El encanto de los Gryffindor vuelve a hacer de las suyas - susurra la ex auror mientras permanece entre las sombras, refiriéndose a la creencia que tienen de que donde hay un Gryffindor, mas de ellos aparecerán muy pronto.

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Plaza londinesa

cerca de Grimmauld Place.

 

Oh, a veces olvido eso —le comenté al joven Eduard Smith cuando estrechamos las manos. Le dirigí una sonrisa totalmente falsa, porque no era algo que me agradaba explicar. Lo que sucedía, era que entre ingleses era común encontrarse con personas con tal identidad, pero desde afuera tal vez se veía diferente—. Somos una rama más de ésa descendencia que tú crees —le expliqué lo más resumido que podía.

 

Pero antes de comentar acerca de su gran, gran, nuevo problema, llegó la otra parte que estaba esperando. Le guiñe un ojo a la hermosa de mi hija Shelle mientras éstos dos se presentaban. Era una mala suerte para Eduard, por si quería mantener aquellas palabras en secreto. Pude darme cuenta que era un mago descuidado, porque no podía hablar de algo tan peligroso en medio de la calle como si nada. O tal vez los norteamericanos tenían otro tipo de cultura. ¿Eramos más desconfiados? Tal vez.

 

Disculpen que los haya citado al mismo momento —me disculpé con ambos, aunque no parecía importarles, pero tenía que aclarárselos—. Pero no tenemos mucho tiempo, cada minuto vale oro —acomodé un poco mi voz. Tal vez para ordenar mis pensamientos y tal vez para activar aquel anillo Uzza que resguardaba todo tipo de sonido en un mismo diámetro. Podían vernos pero prefería que no nos escuchen—. Eduard trabaja para el MACUSA, es un excelente mago. Creo que su varita va a ser de mucha ayuda. Shelle trabaja en un diario. Creo que tu pluma será crucial en éstos tiempos que corren. Pero quería encontrarme con ustedes para ver que opinan y qué pueden hacer, si están de acuerdo.

 

No hacia caso omiso al comentario de Eduard para dirigirnos a otro sitio. Pero estando allí los tres no teníamos un punto en común y la Gryffindor quedaba demasiado lejos. Y tampoco podía alejarme del Grimmauld Place porque podía pasar cualquier cosa con Sagitas, Xell o Mackenzie. Fui ordenando algunas cosas. Lo que si tenían en común es que ambos sabían lo de conocimiento público, o sea que podía dirigirme hacia los dos a la vez.

 

Han ocurrido varias catástrofes y toda ayuda viene bien —empecé. Esperaba que entendieran—. El Inquisidor está en contra de la comunidad mágica. Ha atacado Hogwarts, el MACUSA y ha secuestrado bebés mágicos —parecía un relato totalmente ajeno. Pero estaba sucediendo aquello—. Y lo peor, es que se rumorea que han descubierto o controlan algo sobre un gen o tienen la posibilidad de atacarnos a nuestra magia —sonaba raro. Pero así era—. Estaba pensando que cualquiera que pueda ayudar, ahí entras tú, Eduard, para por ejemplo a recuperar esos bebés, sería idea como primer caso. Ya hay personas asistiendo los tres sitios atacados. Y otros tantos intentando hallar algo que sirva para ir contra ésa corporación —miré alrededor. Estábamos nosotros tres—. Asi que me pareció buena idea, aquí pensé en ti, Shelle, es que tengamos una manera de difundir lo que realmente está ocurriendo. A nuestra comunidad para que reactiven y para que se enteren de una fuente fidedigna.

 

Tenia más detalles que contarles pero tenía que ver qué sabían ellos y qué opinaban. Les di un margen de tiempo para que procesaran los que le habían dicho y que me pudieran responder algo.

 

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Mackenzie Malfoy

 

Grimmauld Place Nº12

 

Escuchó el relato de los últimos acontecimientos que le hicieron Sagitas y Elvis sin poder dar crédito a lo que contaban. ¡Había estado meses capturada! Al principio había sido consciente del paso del tiempo, pero llegó un momento en que su cuerpo quedó por completo debilitado por las torturas. Fue entonces cuando empezó a perder la noción del tiempo. Y aún así, le parecía increíble que hubieran transcurrido meses y, más aún, que hubiera sido capaz de aguantar las torturas sin quebrarse durante tanto tiempo. El orgullo que sentía por ello no logró, sin embargo, aplacar el horror de lo que Elvis y Sagitas le contaban. La guerra había terminado, pero en su lugar, se habían cumplido sus peores miedos y presagios. Lo que aventuró que podía ocurrir en el peor de los escenarios, cuando Aaron Black Yaxley levantó el Secreto de la Magia, se había cumpliendo casi al pie de la letra. Mackenzie no había contado con un monstruo como el Inquisidor, eso sí que no había estado en sus previsiones. Pero las persecuciones a los magos y brujas por parte de los muggles eran, sin la menor duda, una consecuencia directa de las imprudentes acciones del Ministro de Magia.

 

— ¿Cómo pasaste de estar prisionera en las mazmorras de Bucky por los Inquisidores de Aaron a estar malherida en ese hospital polaco? ¿Hay conexión entre Aaron y ese Inquisidor? Espero que no.

 

Escuchó la pregunta de Sagitas, todavía horrorizada por el hecho de darse cuenta de que había pasado a ser un sujeto buscado y perseguido, por el sólo hecho de haber nacido bruja.

 

— En honor a la verdad, no sé si eran inquisidores de Aaron. Eran supremacistas y al principio di por hecho que estaban bajo las órdenes de Aaron, pero ahora mismo ya no estoy tan segura. Nos tenían retenidos en los sótanos del palacio, a mi y a miles de muggles y mestizos. Nos utilizaban como escudos humanos contra los búlgaros. Supongo que eso le habrá dado muy mala prensa a Bulgaria e Italia en la Confederación, si las otras naciones piensan que la guerra de los magos causó un genocidio entre los muggles. Por eso llegué a pensar que estarían a las órdenes de Aaron, pero no puedo asegurarlo.

 

Meditó un momento sobre aquellos supremacistas. ¿Era posible que el Inquisidor hubiera alentado a las masas para aumentar el caos? No, la verdad que esa suposición le parecía un tanto exagerada. Lo más probable es que actuaran por cuenta de Aaron o bien fuesen supremacistas que se le hubieran salido de control al Ministro.

 

— Hubo un ataque — continuó. — El Palacio estalló y el sótano en el que estábamos quedó sepultado. Hice un escudo que nos protegió a todos los que estábamos dentro. Nos salvó a los miles que estábamos prisioneros allá abajo, pero me debilitó demasiado para hacer luego un Fulgura Nox tras otro. Cuando ya no pude más, pensé que lo mejor era pedir ayuda y no sé porqué pensé en la Confederación. Mandé a muchos allí — se le quebró la voz—. Como podéis imaginar, Mathilda no perdió el tiempo y nos recogió a todos con los brazos abiertos. Pero en lugar de ayudarnos, nos entregó al Inquisidor.

 

Recordó entonces un punto que había pasado durante todos aquellos meses. Entonces,malherida y esperando la muerte, no había tenido importancia. Pero ahora... Ahora era un total desastre. Se olvidó por completo de las preguntas de Sagitas sobre las intenciones del Inquisidor con los bebés, al fin y al cabo, Mackenzie no sabía más de lo que ya les había contado. Lo que llenaba su mente en aquel momento era el desastre que acababa de recordar.

 

— Hay algo más — miró alternativamente a Sagitas, Xell y Elvis y bajó los ojos al encontrarse con los de éste último. Se sentía avergonzada. — He perdido la Varita de Sauco. Mathilda me la quitó y estaba demasiado débil, no sospeché de ella hasta que fue demasiado tarde... no sé, quizás eso signifique .... — no quería pensarlo— ... sea como sea, no me la quitó con magia, quizás la varita aún no le responda a ella.

 

Elvis fue reclamado poco después de que el extraño predicador apareciera en la sala y salió en busca de más varitas que pudieran apoyar la causa. Se alegró de que no la hubiera recriminado antes de salir por la pérdida de la varita que era a la vez un objeto legendario. La Malfoy se imaginaba el horrible concepto que un reputado duelista iba a tener de ella. Y encima la había encontrado en una situación indigna y bochornosa. Si se hubiera recuperado del todo, se levantaría para esconderse donde fuera, de la vergüenza que sentía en aquel momento.

 

Cerró los ojos mientras Sagitas y Xell hablaban con el muggle. No tenía ganas de más problemas. Tenía que recuperarse del todo y ayudar a deshacer aquel desastre. ¿Dónde estaban los miembros de la Orden del Fénix? Mackenzie los conocía ya lo suficiente como para saber que no estarían de brazos cruzados, ¿pero porque no había una actuación conjunta y organizada? Daba igual, lo primero era recuperar fuerzas. Lo segundo... ¡Por todas las maravillas! Tenía que recuperar al menos su varita. Si Mathilda tenía la Varita de Sauco, se enfrentaría a ella para recuperarla, pero primero necesitaba al menos tener a Solveig. Se la habían quitado los supremacistas, pero por algún motivo no la habían roto, Mackenzie había visto como la guardaban en un cuarto junto al sótano en el que los tenían prisioneros en el Palacio de Buckingham, junto a otros objetos requisados. Lo malo era que el Palacio había quedado reducido a escombros. ¡Qué triste se habría puesto Hamilton que había pasado allí toda su juventud! ¡Hamilton!

 

Nada más pensar en él, el elfo se materializó a su lado. Lo que portaba con él, hizo que Mackenzie abriera enormemente los ojos y una feliz sonrisa iluminara su rostro.

 

— ¡Hamilton!

 

— ¡Ama! ¡Ama! ¡Amita mia! — Con todo lo estirado que era, Hamilton la abrazó un instante, aunque se apartó enseguida, cayendo en la cuenta del pecado de protocolo. El elfo nunca se apartaba de las educadas y nobles costumbres tradicionales, pero ver a Mackenzie con vida, debía de haberle emocionado más de lo debido. — ¡Qué preocupados nos ha tenido, Ama! Hasta Armand lloraba desconsolado, impregnando la Mansión de suspiros, gemidos y quejumbrosas psicofonías durante toda la noche. — El elfo tenía los enormes ojos empañados de lágrimas. — Supe que estaba viva en cuanto la trajeron aquí, pero este lugar está protegido y hasta que no pensó en mi me fue imposible aparecerme. Le he traído sus cosas.

 

Mackenzie casi lloraba de la emoción. Hamilton le había traído un bolso con varios enseres, pero lo más importante de todo, había logrado recuperar a Solveig, su preciada varita.

 

— ¿Dónde... — balbuceó, acariciando a Solveig, por fin, en sus manos de nuevo— ... dónde la encontraste?

 

— Ama, cuando supe lo de Buckingham...¡Qué desastre Ama! ¡Tantos recuerdos de mi juventud dilapidados! — Hamilton solía tener más labia que el mejor de los políticos, para ser un elfo, era más erudito que muchos magos— . La fui a buscar allí, pero ya no estaba. Afortunadamente, encontré su varita entre los escombros.

 

— ¡Hamiltón! Te daría la libertad por esto.

 

— ¡Ama! ¿Pero qué dice? Soy un elfo educado y cultivado. No me venga con esas tonterías modernas. Yo sirvo a mis amos como el mejor.

 

Mackenzie sonrió al ver que Hamilton seguía siendo el mismo. Era agradable volver a vivir las mismas cosas cotidianas de siempre. Tomó el bolso que había traído el elfo y empezó a rebuscar los enseres que le había traído. Le sorprendió ver su móvil encendido. ¿Lo habría puesto a cargar Hamilton en algún lugar muggle? No podía creer que lo hubiera hecho, pero no había otra explicación. Al contemplar la pantalla, comenzaron a saltar un sin fin de notificaciones. La mayoría de ellas de Sebastian. Tenía que llamarle, pero antes era necesario organizar otras cosas.

 

— Sagitas, Xell — les dijo — no sé si éste debería estar aquí mucho más rato — señaló al predicador— creo que deberíamos llamar a la Orden del Fénix, reunirnos y ver qué acción vamos a tomar ante los terribles acontecimientos que han sucedido.

 

Con una increible sonrisa pintada en el rostro, feliz de esgrimir a Solveig de nuevo, después de tanto tiempo, invocó su patronus con forma de pegaso y envió un escueto mensaje al Líder de la Orden del Fénix y a sus dos Lugartenientes. El mensaje era breve: Estamos un grupo en Grimmauld Place Nº12 esperando órdenes. Tenemos información importante para compartir. Sugiero que nos reunamos y armemos una estrategia común frente a los terribles acontecimientos.

 

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@@Ellie Moody

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Tuve que bajar la cabeza y aceptar la regañina de la tía Sagitas. ¡Aquello había sido un gran error! Aquel hombre tenía una especial forma de ver la situación desde el punto de vista muggle que me encantaba dialogar con él. Pero entrar con él en el cuartel de la Orden...

 

- No nos espían... Es... Un amigo. Un amigo muggle.

 

Mackenzie Malfoy aún parecía algo confundida tras la recuperación, supongo que por eso no me había reñido. Me di cuenta que aún no entendía lo que había sucedido en los meses que llevaba desaparecida pero la tía Sagitas y el primo Elvis se preocuparon de informarle de todo lo que había sucedido durante su ausencia. Ahora me tocó quedar yo confundida tras una nueva palabra que no había oído nunca: REDENTIS.

 

- ¿Cómo controla el Inquisidor a los magos? - Ese era el origen de los Redentis. - ¡Torturas y control mental! ¡Qué hombre más horroroso!

 

Lo peor aún estaba por llegar, por supuesto, cuando habló de los niños. Estaba con Sagis, había que recuperarlos. También estaba de acuerdo con ella en acusar a Aaron pero no llevaba a nada odiarle ahora. Casi se había convertido en un problema de segundo plano comparado con el Inquisidor y su matanza

 

Sagis intentaba hablar con Andrew, al quitarme el espejo. Me puse de puntillas y miré por encima del brazo de la tía; saludé con la mano al pobre cura que miraba una cara nueva en aquella forma de comunicación.

 

- ¡Hola de nuevo, Sr. Andrew! Ella es Sagitas, la madre del niñito que salvó el otro día.

 

Esperaba que así la tía no se enfadara mucho con él ni decidiera desmemorizarlo o algo peor. Volví la cara al primo Elvis y a Mackenzie para estudiar su reacción pero el primero estaba ocupado, escribiendo unas cartas y la segunda aún estaba aturdida al darse cuenta de lo sucedido. Hablaba de supremacistas y recordaba que, al principio, era parte del escudo humano entre los ingleses y los búlgaros; después mencionó que la Confederación, con Mathilda, le había entregado al Inquisidor.

 

- ¿Crees que toda la Confederación Internacional está bajo el poder del Inquisidor o sólo esa Mathilda? - sentí un poquito de rabia al recordar su figura, allá, en el palacio de Buckhinham.

 

Elvis nos enseñó unas cartas y salió, diciendo que esperáramos, que no tardaba.

 

- ¿Quiénes sin Shelle y Demian Luxure? - les pregunté.

 

No llegó una respuesta pero sí alguien contestó; era el Padre Andrew a la tía Sagitas.

 

- No sé de qué manera podemos ayudarnos pero creo que es más que beneficioso para todos que podamos establecer un punto de colaboración entre los... los que usan Magia y los que no sabemos usarla, para una mejor convivencia mutua. La señorita Vladimir me ha demostrado que es una persona muy graciosa, amable, dialéctica... Creo que nuestras dos sociedades pueden vivir juntas sin llegar a esos extremos tan mal sanos.

 

- ¡Tiene razón! - Me sentía halagada que tuviera tan buenos sentimientos hacia mí. - Tenemos que evitar los roces por algo como la Magia. No es para tanto. Usted enciende una luz y yo hago un Lumus, no es para tanto...

 

- Pero hay cosas que hay que entender y solventar. Nuestra sociedad no puede aceptar un Primer Ministro impuesto por los magos, ese tal Dick Grayson, ni podemos permitir que secuestren bebés. Yo creo que debemos encontrar un punto intermedio entre ambos que...

 

Mackenzie habló, por fin, sobre él, interrumpiéndonos. Agaché la cabeza, tenía razón; el Padre Andrew no podía seguir en el Cuartel de la Orden y debíamos llamar a nuestros compañeros de bandos.

 

- Sí, señora - asentí, cabizbaja.

Editado por Xell Vladimir Potter Black
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