Jump to content

El Día de la Ira


 Compartir

Publicaciones recomendadas

Goderic


Escucha atentamente el relato de la elfina. Le preocupa lo que deduce de él: los muggles han logrado interferir con la magia evitando que Valkyria pueda desaparecer o había magos apoyándolos realizando hechizos anti desaparición. Ambas opciones le parecen creíbles. A su vez, teme a ambas opciones. Su mente ni siquiera ahonda en la idea de que ocurran ambas a la vez. Su piel se eriza levemente, sin embargo prefiere ignorar aquella sensación de peligro y pesimismo.

Las palabras de Kaori estremece brevemente su mente. Sin embargo, una sonrisa irónica aparece en su rostro ¿ensuciarnos las manos? Eso lo hacían cada día, no se puede luchar a las artes oscuras con flores y mariposas. Entiende a lo que se refiere pero no se espanta por ello, realmente ¿qué diferenciaba de aquellos muggles de algún nigromante que asesina para experimentar los secretos de la muerte? No mucho realmente. Ambos buscan un poder que les protegiera de algo: la muerte, su libertad, etc.

Si pedimos refuerzos no pueden ser muchos. Infiltrarse no será fácil y entre más personas seamos más difícil será.

Infiltrarse sonaba lógico pero a todas luces sería peligroso, si realmente había un hechizo antidesaparición necesitaban entrar como muggles pero en el nivel de alarmas en las que se encontraban luego de encontrar a Valkyria ¿no reforzarían su seguridad? Reemplazar empleados del lugar resultaba más fácil decirlo que hacerlo, se necesitaba cierta planeación para no arruinar la operación, debían conocer sus hábitos, relaciones simples e incluso información técnica de sus trabajos. Por suerte, poseían la habilidad de entrar en la mente ajena con legeremancia por lo que podrían obtener esa información de forma relativamente sencilla pero ¿cómo llegar a esos empleados?

Duda poder encontrar cuatro empleados que aún no llegaran al trabajo y con un nivel de acceso adecuado para el rescate. Utiliza sus dedos para golpear la mesa, un tic que tiene cuando se encuentra pensando. Sospecha que dado que descubrieron a la bruja tan rápidamente, seguramente habrían cámaras en todas las secciones y ante la aparición de un elfo doméstico las alarmas saltaron. Enviar nuevamente a la elfina dentro sería solo colocarla en riesgo, además se aplicaría el dicho «Por haber golpeado la hierba, habéis asustado a la serpiente que se esconde en ella». Normalmente aquella estrategia se utiliza para sondear al oponente, pero en este caso golpear demasiado pronto podría causar que los investigadores notaran el peligro y destruyesen evidencia o matara a Valkyria.

Lo mejor sería ingresar como visitantes autorizados, conocer el interior y tener una mejor idea de a qué se enfrentan. Una vez teniendo más información y conociendo la ubicación de la bruja, deberían revelar sus identidades, tomar rehenes y salir de ahí con métodos quizás poco ortodoxos. El problema seguía siendo el mismo si él fuera un muggle ¿a qué visitantes dejaría entrar a aquellas instalaciones? Solo se le ocurrían dos opciones: políticos o diplomáticos influyentes o empresarios poderosos que quisieran financiar las investigaciones o comprar los futuros resultados. A penas piensa en la última opción, un nombre viene inmediatamente a su mente.

Tengo contactos con un empresario muggle bastante poderoso financieramente hablando. Quizás él pueda conseguir que entremos a las instalaciones e incluso podamos saber más sobre las investigaciones.

Hace años había tenido una visión sobre sus hijos. Aquella visión y sus deducciones le llevaron a investigar y mantener vigilada a Atenea, una bruja que trabajaba para él y que tenían una larga historia detrás. Un par de años atrás, el esposo de la bruja había convertido una empresa normal en un gran imperio empresarial. No duda que debido al crecimiento explosivo, su círculo social sea amplio. Un caballo negro solía llamar la atención.

Atenea le debe algunos favores, podía ser hora de cobrarlos.

Sin embargo, no estoy muy seguro de que acepte a algo tan riesgoso como esto y si lo hace no será gratis.

Debía decirlo porque si debía negociar con Frank Cooper quizás necesitaría la ayuda del simposio o de la Orden del Fénix para satisfacer sus demandas.


@ @@Ellie Moody @@Emily Karkarov

AINSXnu.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

No era buen momento para usar la Aparición en aquellos momentos. Desde que la ONU había promulgado la prohibición de la Magia, los magos éramos perseguidos por todos los muggles. A ver, más que miedo, causaban penas los intentos de aquellos desgraciados armados de forma inútil e insuficiente para la mayoría de nosotros. Sin embargo, había ocasiones que sí podían tener éxito y era mejor guardar la cautela. Y después de haber visto en la televisión del Mercado aquellos ataques sincronizados...

 

Por ello, tras el susto inicial de ver caer la Torre de Astronomía de Hogwarts y aparecerme en la "Ojo Loco", pensé con más calma y cierto raciocinio para espantar aquella sensación de incredulidad y miedo que había entrado en mi mente. No podía evitar ver las imágenes una y otra vez de aquellas piedras derrumbándose sobre alumnos y profesores, mientras aviones sobrevolaba su cielo.

 

Aquello era terriblemente peligroso. Aquel autodenominado "El Inquisidor" había conseguido organizar un ejército contra nosotros, contras nuestras instituciones mágicas (aquel edificio parecía un ministerio aunque no era el de Londres... ¿De que ciudad o país seria?), y aquellos centros médicos... No era momento de esconderme. No, no podía considerar que me había escondido en la casa. Más bien diría que me había tomado un minuto necesario para organizar mi cabeza ante la crudeza de lo que había visto.

 

Aquello nos quedaba muy grande como personas, como magos. El Ministerio inglés sin duda reaccionaría de alguna forma poco sensato, sabiendo que todo aquello era culpa del mentecato de Aaron (¡ojalá se muriera! ¿Por qué no habría apoyado a Lucrecia cuando entró con un erumpent en la reunión de los veintipico?)

 

"No, no, Sagitas", me reñí a mi misma. No podía desear la muerte a nadie aunque se la mereciera. Las cosas no se hacía con violencia sino con Justicia y, algún día, este politicucho pagaría por lo sucedido. Pero no ahora. No hoy...

 

Salí de la mansión rumbo a Grimmault Place. Aaron y yo teníamos algo pendiente que me tomaba como una afrente particular: mi elfo Harpo. Y pronto iría a visitarle pero no hoy. Ahora la situación exigía actuar en una dirección común y tenía que desviar otra vez mi atención de aquel maldito hombre. Pero pronto nos veríamos las caras. Pronto...

 

Con esa determinación que produce la rabia, caminé deprisa por las calles de Londres en dirección al cuartel de la Orden. Esperaba encontrar a Elvis y a otros compañeros con los que poder, por fin, iniciar una guía conjunta donde recoger tantos flecos sueltos, la desaparición de Mackenzie Malfoy en un hospital que no encontrábamos, el ataque simultáneo de hoy a esos centros mágicos, el averiguar más sobre el asesino Inquisidor y su movimiento y...

 

-- El Día de la Ira -- dije en voz alta, en el paso de cebra del último semáforo que cruzaría para llegar al lugar donde estaba nuestro punto de reunión.

 

Sí, era el Día de la Ira, el día en que me enfadaba totalmente con todo y con todos y me cuestionaba qué narices estaba haciendo, esperando... Hoy no, hoy no había tiempo para la Diplomacia. Había que contraatacar. Aquel acto había abierto el coto de caza y los puntos de mira estaban en los magos. Pero no... No íbamos a ser cazados. Debíamos plantar cara (y varita) a ese malnacido de Inquisidor y a quienes pensaran como él.

 

Con esa idea, llegué ante la puerta de Grimmault Place para ver que también llegaba Xell. Por su cara, supe que sabía lo sucedido. No le dije nada y abrí la puerta, entrando detrás de ella.

 

-- ¡¿Hola?! ¿Quién está por aquí? ¿Sabéis las últimas noticias? -- pregunté, en voz alta, a quien estuviera dentro. Con la luminosidad del exterior y la oscuridad que reinaba dentro, me era difícil reconocerles.

kNTUx8c.gifsf6Sw.gifHdDMuO2.pngXXBPo79.gifKRLtVZp.gif

D69M3Vr.jpg

  tOWLU4S.gif  KhGckEc.gif.6e9b2b71e2797bafac6806b66df1d1b0.gif     Icr0JPz.gif

0jsC0dL.pngWliKSjc.pngckkcxVm.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Sebastian Crowld

Hogwarts
En la mañana del Día de la Ira


Sebastian no pudo disimular una mueca de hilaridad al captar las miradas entre padre e hijo. Ambos de la misma sangre, pero distanciados el uno del otro, más que nada, por una carrera de años. El joven Nicholas con la sangre caliente y el temperamento idealista de los adolescentes, el padre, en cambio, con las venas enfriadas y el temple prudente que uno adquiere a fuerza de bregar contra los embates de la vida. En ocasiones, Sebastian deseaba haberse casado y formado una familia, añoraba esas miradas que sólo la intimidad familiar comprende.

Caminó hacia el interior del castillo, agradeciendo interiormente a Nicholas por aquella mirada a su padre. Les vendría bien toda la ayuda posible.

Al llegar junto a la mazmorra de Slytherin, una gran multitud de alumnos, profesores y tutores se congregaba ya allí, apartando escombros no sólo con hechizos Reparo, Defodio y otros similares, sino que los más pequeños que aún no dominaban correctamente el uso de estos hechizos, ayudaban con sus propias manos. Sebastian se dirigió hacia una zona, algo más alejada de la puerta de la mazmorra, pero cercana a un pasadizo secreto que había explorado con Mackenzie de niños, ambos antiguos estudiantes de Slytherin.

—Podemos empezar por aquí. Hay menos escombros y, con un poco de suerte, alcanzaremos un pasadizo secreto que lleva a las mazmorras. —Les indicó a Nicholas y Frank Cooper.

No llevaban mucho rato, apartando escombros y arreglando los desperfectos que podían cuando dos niños de unos doce años, que lucían el uniforme de Slytherin, la cara tiznada de negro, como si algo les hubiera explotado encima, sendas escobas de quidditch sujetas con una mano y un enorme saco atado con cuerdas mágicas que portaban entre los dos, alcanzaron la puerta de las mazmorras y se quedaron parados, contrariados, como si lo que menos hubieran esperado era ver la puerta de su sala común sepultada.

—¡Pues vaya! —Exclamó uno de los niños, que hubiera sido rubio, si su cabello no estuviera tiznado de negro —¿Es que vamos a tener que hacer nosotros todo el trabajo?

—Eso parece —respondió el otro, soltando el saco atado con cuerdas. —Les dejamos solos un momento y mira cómo acaban. ¡Sepultados! ¿Ahora a quién le vamos a enseñar nuestro trofeo? —Señaló al saco atado con cuerdas.

Alguien se acercó hasta los chicos y examinó el saco que portaban. Se apartó gritando y apuntando con la varita al saco.

—¡Es un muggle! ¡Han capturado a un muggle!

—¡Pues claro que es un muggle! Salimos con nuestras escobas cuando nos atacaron y dimos caza a uno de los pilotos de los cazas. Y al caza también, ¿eh? ¡No íbamos a hacer el trabajo a medias! Ahí fuera está el aparatejo muggle.

—¿Y ahora con quién vamos a celebrarlo si están todos sepultados? —Se lamentó su compañero.


@@Goderic Slithering

@@Zoella Triviani @ @@Arlet Malfoy @ @@Arya Macnair @

 

 

 

Mackenzie Malfoy

 

Hospital Hindenburg

 

 

Seguía atada y amordazada, pero al menos disfrutaba de cierto grado de lucidez, tras varias horas olvidada en una celda oscura. El Inquisidor y sus secuaces debían de estar muy ocupados con los niños recién nacidos como para acordarse de ella. Sabía que estaba gravamente herida y era consciente de que la vida se le escapaba por segundos, pero varias horas seguidas sin torturas, le estaban proporcionando, al menos, un poco de descanso. No entendía muy bien de dónde habían sacado a tantos bebés magos, pero qué importaba. Fuese como fuese, era terrible que los tuvieran allí. Sólo de pensar que uno de sus recuerdos podía haber inducido al Inquisidor a cometer semejante tropelía le daba nauseas.

 

Después de tantos días capturada, sabía algo sobre los planes del Inquisidor y temía por ella misma y por los niños. Si alguien no lo remediaba pronto, aquellos bebés estaban condenados a una muerte horrible. El Inquisidor quería extraerles el gen mágico para implantarlo en muggles bajo su control, pero Mackenzie sabía que hasta el momento no lo había logrado y todos sus intentos habían acabado de la peor manera tanto para los muggles que iban a ser genéticamente trasplantados, como para los magos que habían servido de conejillos de indias. Morirían todos los bebés si les sometían a aquel proceso. Y peor aún sería que el Inquisidor tuviera éxito y lograra trasplantar el gen mágico. Si ya los Redentis como Mathilda eran una abominación, unos muggles convertidos en magos y con la voluntad anulada, al servicio del Inquisidor le permitirían a este crear un ejército tan peligroso como abominable. Se giró sobre un costado y vomitó los pocos líquidos que llevaba en el cuerpo.

 

En cuanto a ella, no tenía muchas esperanzas. Su fortaleza mermaba día a día y sus heridas internas eran graves. Miró el líquido a su costado y, a pesar de la oscuridad, detectó sangre en él. Se estaba muriendo, desangrándose por dentro. Tenía varios huesos rotos y las costillas se clavaban en su pecho al respirar, pero lo peor eran las heridas que no veía, las que probablemente, ni siquiera dolían. No le quedaba mucho tiempo ya. Tal vez la dejaran morir en aquella oscuridad o tal vez el Inquisidor la hiciera ejecutar, en vistas de su fracaso al tratar de convertirla en una Redentis como Mathilda. Cualquiera de las opciones eran válidas y, seguramente, inminentes. De una forma u otra, iba a morir.

 

Intentó, de nuevo, transformarse en su forma animaga, pero fue en vano. Al menos podía echarle la culpa de aquello a sus heridas y no temer porque le hubieran dado aquella píldora de la que hablaba Mathilda, capaz de eliminar la capacidad mágica de un mago. ¡A saber porqué no lo habían hecho! Pero lo cierto es que Mackenzie aún podía usar la legilimancia. No con la potencia que solía acostumbrar, pero percibía fragmentos de pensamientos en los demás. Eso demostraba que seguía siendo ella. Sintió ganas de volver a vomitar, al pensar que pudieran quitarle su magia.

 

Trató de captar pensamientos a su alrededor, pero no había personas cerca. Aquella celda debía estar apartada. No era una mazmorra ni un sótano, la estancia era oscura, pero tenía ventanales con rejas en lo alto, cerca del techo. Eran estrechos y apenas dejaban entrar la luz, pero de día podía vislumbrar un pequeño pedazo del cielo azul arriba en lo alto y de noche, en ocasiones disfrutaba de la placidez de la blanca luna o del titilar de algunas estrellas. Unas extrañas luces, como de fuegos artificiales, parecían reflejarse en aquellos momentos a través del ventanuco.

 

Algo revoloteó en su cabeza, como un pensamiento fugaz. ¿De dónde venía? Intentó captar aquella mente con todas sus fuerzas. Era extraño, no parecía una mente humana, pero sentía una urgencia en ella, estaba buscando algo desesperadamente. Intentó penetrar en ella, sin saber muy bien porqué, pero el esfuerzo fue agotador y la cabeza empezó a darle vueltas. Se iba a desmayar otra vez. Se agarró a la lucidez como un náufrago se agarra a su tabla de salvación y logró mantenerse a flote.

 

@

yqvll1m.gifO3zbock.gif
firma
iRyEn.gif4ywIp1y.gifXuR0HEb.gifZmW4szS.gif
bfqucW5.gif
Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Hospital Hindenburg

 

Emití un chillido, aleteé tres veces y aterricé en el techo del hospital. Un gran alivio se revolvió en mi corazón al saber que al menos no había tenido problemas para llegar ahí. Giré la cabeza al ver que la distracción había resultado porque unos gritos alarmaron a unos cuantos guardias para que fueran a ver. Ninguno llevaba varita, por lo menos no a la vista. Qué raro. La terraza donde había aterrizado era totalmente lisa. Tenía unos cuantos respiraderos, un cuarto donde seguramente lo usaban como depósito, una puerta que llevaba a los pisos inferiores (con candado) y unas cuantas habitaciones (con barrotes en las ventanas) que parecían solitarias.

 

Me transformé en el hombre que era, viejo y adolorido. Pero la sangre que corría en mis venias no iba a hacerme retroceder. Mi intuición siempre había sido mi mejor aliada y me instinto me decía que no estaba para nada equivocado. Por lo menos, me iba a ir con mucha más información qué hacía llegado. Saqué mi varita y realicé unos cuantos encantamientos. Nadie iba a aparecer por lo menos de sorpresa. Incluso algún encantamiento de alarma que me serviría para alertarme. Pero el encantamiento regresó en el momento justo.

 

Lo Gryffindor se había puesto en mi manera de actuar y estaba decidido a explotar ésa puerta cerrada y llevarme adelante a cualquiera que quisiera interponerse. Pero la alerta volvió cuando mis encantamientos de rutina me habían avisado que había alguien por ahí. Me encaminé hacia las ventanas altas y de un salto me aferre a ellas, asomando mi cabeza.

 

— ¡Por las barbas de Merlín, mujer!

 

Volví al suelo de un salto y miré a la pared. Ya estaba llamando demasiado la atención, pero el tiempo nos corría en contra. Me concentré en un Salvaguarda Mágica y mi cuerpo se volvió intangible, mientras traspasaba la pared y encendía mi varita. Aquella situación era totalmente despreciable y el poco alivio que había llegado a sentir, se convirtió en un poco más de ira. Era un sentimiento que trataba de mantener alejado de mis seres amados, porque ellos consideraban que yo no era así. Pero me estaba prometiendo a mí mismo que me encargaría del Inquisidor por mi cuenta.

 

Mackenzie. Oh, Merlin… Soy yo, Elvis. Discúlpame, de verdad. Es mi culpa —me acerqué a la joven lo más que pude. Estaba totalmente ida y el suelo tenía rastros de sus líquidos estomacales y de sangre. Necesitaba atención. Aunque lo básico podía dárselo.

 

Murmuré algunos episkey. Estaba seguro que algunas heridas iban a sanar, aunque sea las que eran más superficiales. Claramente que la magia Uzza de la Curación también tuvo su desempeño. Era aquella leve energía que podía brindarle para que no perdiera conocimiento. Necesitaba reponer sangre, necesitaba descansar, necesitaba tantas cosas que no podía dárselas allí mismo.

 

Tengo que… oh, diablo —desaparecí los líquidos del suelo. Aquel leve desliz podría ser el frágil cuerpo de la ex viceministra. Me acerqué a su cama y pasé una mano por debajo de su torso (mojado). Eran sangre y Merlín sabía qué mas. Levanté el cuerpo pesado (pesado para ya mi desgaste, incluso me estaba ayudando con la varita para que su cuerpo levitara mucho más fácil)—. Tienen que ayudarte, Mack. Prométeme que te quedaras despierta, por favor. Saldremos de aquí.

 

Apoyé su cuerpo contra el mio, como si fuera una bebé pequeña. ¿Cuántos años habían pasado que había cargado a mi hijo Elros en mis brazos? Y los otros montones de hijos. Ese recuerdo me impulsó a tratar de dejar la ira de lado y salir. Salir como sea. ¿Estaba hablando solo? Si, lo estaba haciendo, lo necesitaba.

 

El desgraciado lo pagará, lo juro. No puedo encargarme del resto, no ahora. Debo llevarte con ellos —¿Ellos eran los sacerdotes y sacerdotisas de la Orden? Claramente. San Mungo había sufrido ataques. No iba a sacar a Mackenzie de un peligro para dejarla en otro. Respiré un poco de aire, se me estaba agotando. Hice tres pequeñas cosas: la primera fue enarbolar mi varita, porque tenía que dejar evidencia clara que le estaba provocando una herida leve al orgullo del Inquisidor—. ¡Confringo!

 

La pared que portaba aquellas altas ventanas explotó en miles de pedazos. Pared, ventanas, todo lo que había en ése lado, incluso un pedazo de suelo. Tapé el rostro de la bruja para que no llegaran algunos vidrios que la lastimaran. Luego me giré y moví mi varita por segunda vez. Unas simples palabras se dibujaron en la pared contraria, donde había estado Mack contra ella: “Disfruta tu cabeza mientras puedas. Lord León.”. El mensaje era claro para quien era, esperaba que el líder máximo de aquel movimiento leyera aquel mensaje.

 

Y por último, mi fiel arma se movió de arriba abajo. Mis brazos ya no aguantaban más el peso de la joven pero mi adrenalina me obligaba a continuar. Hice aparecer un portal que me había enseñado los Guerrero Uzza, un Fulgura Nox. Mackenzie Malfoy no estaba en condición para aparecerse, por lo que nos fuimos del hospital los dos, rumbo al único lugar al que tendría algo de ayuda. Sí, porque la Orden del Fénix tenía muchísimo trabajo por delante.

 

 

Grimmauld Place Nº12

Primero una fina línea de luz partió el aire en dos, justo entre la puerta que daba a la calle y el pasillo oscuro y abandonado del Grimmauld Place. Si había alguien entrando o saliendo, seguramente lo sabría, porque la fina línea se expandió a ambos lados con una estela de humo rojizo alrededor y salimos Mackenzie Malfoy y yo. Mis piernas me avisaron que de verdad era la última alerta sobre mis energías y tuve que depositar a Mackenzie justo en el suelo. No era un lugar digno pero mi corazón brincó de alegría al ver que Sagitas, como casi toda mi vida estaba allí cuando más la necesitaba.

 

¡Prima! ¡Te envió Morgana, Sagitas! Esto es ideal. Ya, escucha… debes curar a Mackenzie, no está en condiciones de esperar ni un segundo más. ¿Dónde la llevamos? —y ¡Xell! Me arrodillé en el suelo al lado de la rubia Malfoy para intentar compensar un poco la energía que había guardado. Necesitaba volver a cargar a la malherida nuevamente, seguramente en la sala o en alguna de las habitaciones.

 

 

@@Mackenzie Malfoy @@Sagitas Potter Blue

|| 1yqixEK.gif || Marca-1.gif.664cbd85ef4de2f10b959916cce5||
Chw3Ljs.png
GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Atenea Lygnus

 

El único rastro visible de que en el lugar vivieran magos es la elfina doméstica que levitaba a un metro del suelo intentando alcanzar la parte más alta de un estante, que a percepción de Atenea ya no podía brillar más de lo limpio que estaba. No obstante, la bruja había aprendido que la elfina era demasiado susceptible si le pedía que dejara de limpiar, por lo que simplemente decidió ignorarla (como casi siempre).

 

Una de las ventajas de la limitada magia que los rodeaba era el poder utilizar aparatos electrónicos sin interferencias, aún más cuando Frank estaba fuera de casa atendiendo sus negocios, mientras Nicholas se encontraba en Hogwarts. Atenea, por su parte, disfrutaba de una mayor estabilidad mental gracias a la vida “tranquila” que llevaba. Era aún temprano en la mañana, por lo que decidió encender la televisión y monitorear las noticias de economía. Pero su rostro se ensombreció al observar la pantalla.

 

La secuencia de imágenes y videos transmitidos le generaron un escalofrío difícil de explicar y las palabras de El Inquisidor «pretendo suprimir la herejía de quienes se llaman a sí mismos magos» incluso a ella le parecían irracionales. Aunque les había costado, muchos magos y brujas como ella habían limitado su uso de magia para vivir tranquilamente entre los muggles ¡hasta su varita mágica se encontraba guardada en un cajón!

 

Y aunque su egoísmo se manifestaba en una pequeña vocesita diciéndole que ese no era su problema “mientras pudiera seguir con su vida como muggle”, la imagen de un enorme castillo siendo rodeado por cazabombarderos le congeló la respiración. Inicialmente paralizada, segundos después solo gritos e insultos hacia el inquisidor pudieron salir de la bruja. Las lágrimas comenzaron a brotar por sus ojos y la asustada elfina doméstica -que había dejado sus labores ante los gritos de su ama- intentaba sin éxito tranquilizarla.

 

¡Necesito mi varita mágica! —dijo en un tono extrañamente calmado que asustó a la elfina doméstica—¡La necesito! ¡La necesito ahora! —añadió con un tono más acorde a su rostro desencajado — ¿Dónde está?

 

Con un sonoro «crac» la criatura desapareció, dejando a Atenea al borde de los nervios. Antes que pudiera comenzar a gritar improperios en su contra, la elfina apareció con la preciada varita mágica. Considerando la situación del colegio —parcialmente destruido— ninguna seguridad impediría que se apareciera directamente en el lugar, pero su estado no la dejaría desaparecerse sin causarse una despartición.

 

—Llévame a Hogwarts —dijo mirando a la elfina.

 

La elfina dudó entre seguir su naturaleza y obedecer su petición o llamar a su amo, Frank, para que se encargara de la situación. Cuando Atenea repitió la orden, aun con lágrimas en sus ojos, no se pudo negar. Tomó de las manos a la bruja, más para tranquilizarla que para desaparecer, y la llevó hasta el castillo. O más precisamente, lo que quedaba de él.

 

Una vez en el colegio de magia, Atenea le ordenó que regresara a casa y la buscara solo si tenía noticias de Frank. El estado del colegio le devolvieron la lucidez necesaria para tranquilizarse, necesitaba encontrar a su hijo sano y salvo.

fwb3AQB.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Grimmault Place:

 

Aguanté el aliento un tiempo largo, muy largo, esperando una respuesta. La oscuridad reinaba en el Cuartel de la Orden, como si hubiera desaparecido la gente. Sin embargo, notaba el calor humano que se iba disipando rápidamente. No había duda que, hasta hacía un momento de nuestra llegada, allá había habido gente. Por unos instantes mi corazón tembló de rabia y de miedo por si había ocurrido allá algo que les hubiera... Negué inmediatamente con la cabeza porque no había ningún signo de violencia. Sólo unos recortes de periódicos, planos garabeteados a pluma y apuntes, muchos apuntes, hechos deprisa. Quien fuera que estuviera en Grimmault Place, se había ido casi en el momento de llegar nosotras.

 

-- Estamos solas.

 

No hacía falta decirlo. Era obvio que los miembros de la Orden del Fénix debían haber acudido a ayudar a los diferentes lugares en los que había actuado aquel malnac... terrorista. Me volví a Xell de forma demasiado impetuosa.

 

-- ¿Viste qué atacaron? Claramente, Hogwarts ha caído. -- Bueno, no sabía el alcance de los daños pero las imágenes de la televisión no dejaban lugar a dudas que habían ido a destrozar el máximo del centro educativo y, con él, a los alumnos y profesores que estaban allá dentro. -- Había también salas médicas u hospitales, aunque no puedo asegurar que fuera San Mungo...

 

Tragué saliva ante una duda que tenía desde el primer momento que vi a sanadores cayendo con heridas mortales. ¿Santos Mangos también habría sido atacado? Debería mandar una lechuza a mi hermana Haya para preocuparme por ella y por la Clínica. ¿Cuántos hospitales mágicos teníamos en Londres?

 

-- Pero no soy capaz de reconocer el tercer lugar... ¿Qué edificio mágico era el que fue atacado?-- Dudaba si sería algún ministerio de fuera del país, o el edificio de la Confederación Mágica o... -- ¿Pero cómo demonios han podido encontrarlos? Aunque el ministro Aaron haya anulado el Secreto de la Magia, se supone que los magos tenemos dos dedos de frente y no dejaríamos sin protección nuestros lugares más emblemáticos...

 

Estaba segura que Hogwarts era inmarcable. ¿O no? ¿Cómo habrían conocidos esos miembros seguidores de El Inquisidor la situación exacta para bombardearlo? Al menos que tuviéramos topos que hubieran infiltrado las situaciones exactas. Mejor no pensarlo.

 

Si Xell iba a contestar algo, no le dio tiempo pues se hizo la luz. No es exactamente así. Primero fue un resquicio de luminosidad en medio de la oscuridad del pasillo, después una explosión de humo rojizo que parecía llenar el espacio de la puerta hacia nosotros, que ya habíamos llegado a las escaleras, cerca de la cocina. Instintivamente, un casco burbuja cubrió mi cabeza a la espera que aquello no fuera algún tipo de gas. No sé porqué pensé que allá podrían atacarnos. Era uno de nuestros Lugares Seguros.

 

Después vi abrirse un Haz de la Noche y mi alarma creció. No porque pensara en un ataque. Era porque aquella magia era avanzada y pocos éramos los que sabíamos crear portales y si alguien lo usaba para entrar en el Cuartel era amigo y estaba en problemas.

 

-- ¡Dioses desdentados! ¡Elvis!

 

Le vi caerse al suelo con un fardo en las manos. No sé qué me causó más sorpresa, si verle a él tan agotado o que una melena rubia indicara que Mackenzie Malfoy volvía con nosotros.

 

-- ¡Demonios, es Mackenzie!

 

Sí, bueno, no suelo ser muy locuaz cuando estoy sorprendida. Ni muy inteligente tampoco.

 

-- ¿Morgana? No, no me envió Morgana. Vine yo solita....

 

Hasta aquí la tontería. Ahora me tocó reaccionar y dejar de farfullar palabras sin sentido. En cuanto dijo que yo debía curarla musité un "¿Yo? ¿Por qué yo?" que no salió de mi gargante porque lo frené a tiempo.

 

-- Por supuesto. Xell, mis pociones. Están en mi habitación, en el fondo del armario. Subiendo a la segunda planta a la derecha, al fondo, justo bajo la cañería del Ghoul. Si no la encuentras, fíate de sus gruñidos. Trae el maletín entero, no sé que deberé usar.

 

Sí, soy capaz de pasar de la fase de más indecisa a la fase de mandona que no admite réplicas.

 

-- La llevamos a la cocina, no podemos arriesgarnos a subirla por la escalera al menos hasta que hayamos mejorado su estado. Pero mírate, si no puedes ni gatear. Ahora mismo te prepara una poción herbovitalizante para que te recuperes. Pero antes ella.

 

Moví la varita y, a la vez que desaparecía mi casco protector, el Mobilicorpus levantó el cuerpo de mi amiga. Con cuidado, la fui moviendo hacia por el pasillo angosto que llevaba a la cocina. La mesa tenía restos de papeles que barrí con la mano antes de colocarla a ella.

 

-- Elvis, un colchón fino para colocárselo debajo. Por favor -- añadí, al verle tan cansado. Debería hacer algún esfuerzo más hasta que pudiera realmente descansar. Intenté recordar los principios básicos de primeros auxilios y me decidí a quitarle las ropas (si lo que llevaba encima se podía llamar de esa manera) para reconocer sus heridas. Tragué saliva. -- ¿Pero qué te han hecho?

 

Me sentí vulnerable. Si alguien era capaz de hacerle eso a una hechicera tan extraordinaria, nadie estábamos a salvo.

 

-- Puedo usar el amuleto de curación pero me temo que primero deberemos sanar estas heridas internas o no será suficiente. -- Le miré brevemente sabiendo que me entendería. Si sabía hacer portales, ese amuleto Uzza no le sería desconocido. -- Tengo lágrimas de fénix y díctamo, con el que podremos ayudar a la cicatrización antes de la imposición de manos. No te preocupes, Elvis, saldrá de ésta...

 

Bueno sí, podía curar sus heridas aunque... ¿Cómo estaría ella?

 

-- Y necesitará unas cuantas dosis de Poción Reabastecedora de Sangre antes de que pueda hacer movimientos bruscos o levantarse de la cama. ¿Vienen o no vienen esas pociones, Xell? -- le grité. Volví a fijarme en Elvis y recordé su mano y la vez que le tuve a él como paciente. Bajé la mirada hacia la cara pálida y herida de la Malfoy. -- Tú tranquila, Mack. Soy muy buena curando... hem... hum... animales. No se me ha muerto ninguno. Todavía.

kNTUx8c.gifsf6Sw.gifHdDMuO2.pngXXBPo79.gifKRLtVZp.gif

D69M3Vr.jpg

  tOWLU4S.gif  KhGckEc.gif.6e9b2b71e2797bafac6806b66df1d1b0.gif     Icr0JPz.gif

0jsC0dL.pngWliKSjc.pngckkcxVm.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Grimmault Place:

 

Al llegar a la puerta del cuartel noté que estaba tan alterada que necesité un respiro antes de entrar. Las noticias vagas que me había transmitido el Padre Andrew me habían golpeado tan fuerte que había dejado todo y llegado al cuartel, dejándome sin aliento por dentro y por fuera. No podía ser que... ¡No, no, no podían atacar Hogwarts.¿Qué muggle estaría tan loco para atacarnos! El mundo había dado una vuelta insospechada. Habíamos pasado de ser magos orgullosos con un Secreto de la Magia que nos obligaba a escondernos para defender a los muggles a ser magos huidizos que se escondían para salvar la vida. ¿Cómo había sido posible ese cambio tan radical.?

 

- Aaron Black - me contesté a mí misma. Aquel hombre sería juzgado por la Historia como el iniciador de la peor revuelta contra el mundo mágico.

 

Sentí pasos apresurados y apreté mi varita con fuerza. No hizo falta su uso pues la melena violeta de la tía Sagis se acercaba de forma rápida. Su mirada lo dijo todo y sentí miedo de preguntar, al menos allá fuera. Dejé que abriera la puerta y accedí al cuartel de Grimmault Place.

 

En un principio pensé que había gente en el cuartel, pues la tía Sagitas preguntó en voz alta. Pero nadie contestó a su pregunta y parecía tan alterada que me asustó al decirlo en voz alta, mirándome de manera muy fija.

 

- No, tía. No sé nada. ¿Hogwarts ha caído? Entonces, lo que dijo el Padre Andrew era cierto... Yo no he visto nada, tiita.

 

Por sus palabras, deducía que el ataque había sido mucho más grave, más zonas atacadas, zonas importantes...¿San Mungo? ¿El Hospital de San Mungo? Palidecí al pensar en los pacientes del hospital. ¡Si estaba aquí al lado, en Londres! A un paso del Cuartel...

 

- Como no hay nadie... ¿Debiéramos ir al hospital a ver qué ha sucedido? - repliqué con una voz temblorosa. ¿Por qué nos atacaban? O mejor planteado, ¿quién y cómo nos atacaba? Ahora entendía la jerga de Sagitas, preguntándose por la protección de los lugares mágicos importantes.

 

Sagitas no contestó a mi pregunta sino que actuó de forma extraña. Hizo un movimiento con la varita y se puso un casco-burbuja en la cabeza, mirando a mi espalda. Me giré. Parecía que la pared se abría por la mitad, un humo rojizo traspasó la grieta y, de improvisto, el primo Elvis y Mackenzie Malfoy cayeron prácticamente al suelo.

 

- ¿Pero qué...?

 

Sagitas empezó a balbucear sobre una tal Morgana y después, a dar órdenes. Salí corriendo.

 

- ¡Sí, tía! - Ahora mismo, ella no admitía negativas, actuaba como una sanadora.Subí las escaleras de tres en tres, todo lo que alcanzaban mis piernas. Encontré la habitación y sentí los gemidos del Ghoul. Empecé a rebuscar en el armario. ¡Parecía un baúl de los recuerdos de objetos insospechados! Todo tirado de forma desordenada.

 

El grito de la tía me asustó. Sonaba acuciante. Saqué la varita.

 

- ¡Accio maletin de pociones!

 

Al instante, un maletín de cuero muy usado, con la asa desgastada, salió disparado del suelo del armario y se tiró a mis brazos. Lo agarré con fuerza y quedé sentada en el suelo, No me levanté. Desaparecí y aparecí en el suelo de la cocina.

 

- ¡Aquí está, tía Sagis! ¡Y no la asustes! Eres buena magizoóloga pero también eres buena sanadora. Yo la he visto actuar y es buena, primo Elvis. Ella sanará a Mackenzie.

 

Me levanté y dejé el maletín cerca de sus manos. Casi sonreí al ver que estaba encima de la mesa.

 

- ¡Mujer! No es una camilla del Circo donde pones a los hipogrifos que se dañan una pezuña. - Con un Morphos, transformé una silla en un cojín que coloqué bajo la cabeza de la mujer desaparecida durante meses. - ¿Se encuentra bien, señorita Malfoy?

  • Me gusta 4
  • Love 1

YyV85FY.jpg

7sfPjxW.gif NiqQIUZ.gifidFgtQA.gif

 

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Grimmauld Place Nº12

 

El portal desaparecio en el momento en que Sagitas se encargaba de la situación y Xell salía disparada al piso superior en busca de aquel maletín salvador. Bajé la cabeza y sonreí ante el hecho que al menos había actuado bien y que mi intuición me había guiado a la persona correcta. ¿Qué haría si la llevaba a la Gryffindor? Tal vez cualquier paso en falso hubiera llevado a la muerte a Mackenzie Malfoy. ¿Y si me tardaba un día más en darme cuenta de la carta? ¿Y si no me daba cuenta? Claramente que haberme enterado antes de aquello, nada de eso hubiera sido.

 

Pero sentía el alivio en mi pecho que había pagado mi deuda para con Mackenzie y para conmigo.

 

De las miles de cosas que estaban ocurriendo en ése momento, surgía una nueva: ¿Quién era esa Mathilda y porqué había dicho que la Confederación había salvado a la Malfoy? Había dos posibilidades: o era alguien que se había hecho pasar por la bruja o la bruja era una de las que tenía que ver con todo eso.

 

Saqué los pensamientos aquellos en mi cabeza al escuchar la voz de Sagitas en el fondo de mi mente. Esos segundos en el suelo alcanzaron para que pudiera ponerme de pie, apoyándome con una mano en la pared. Xell había bajado y ambas estaban completamente atendiendo a ésa nueva paciente. Caminé hasta la cocina pero a mitad de pasillo, me di cuenta que mi camisa estaba empapada de sangre: de Mackenzie y mía. ¡Esa maldita herida! Me fijé y había brotado sangre de la herida que creía maldita. Con un movimiento de mi varita, ambas sangres se evaporaron, para disimular un poco.

 

Cuando me asomé en el umbral de la cocina, pude ver aquella imagen, al menos la ex viceministra estaba en un mejor estado, atendida y con un almohadón apoyado debajo de su cabeza. Sabiendo dónde me encontraba, con un movimiento nuevo de varita hice aparecer algunas pociones que decoraban muy hermosamente mi bóveda: una poción reabastecedora de sangre, crecehuesos y de díctamo. Las tomé y se las acerqué a Sagitas.

 

Ten, ella las necesita más. Y no me preocupo, prima, porque sé que lo harás. No es tu primera vez —le dije guiñándole un ojo y dejándole las pociones a un costado—. Le hice unos cuantos episkey y la curé un poco con magia Uzza, pero sé que no alcanza con eso solo. Fue solo para salvar el momento. ¿En qué puedo ayudar?

 

Quería despejar un poco mi mente ocupándome de aquella situación. Había demasiadas cosas para hacer, demasiados problemas que estaban invadiendo al mundo mágico y no podía dejar de pensar en que cada minuto que pasaba, muchas otras cosas estaban sucediendo. Se habían llevado a la exvicemministra a un hospital en medio de Polonia. Había hecho oídos sordos porque claramente en ése sitio había bebes, no era idi***, ya me había dado cuenta. Pero no me daban ni las manos ni el cuerpo para encargarme de eso en ése momento. Aparte de los ataques ocurridos, de la ayuda solicitada y de gente que podría estar ayudando y ni aparecía.

 

Respiré hondo. Fui inmediatamente a tomar un poco de agua.

|| 1yqixEK.gif || Marca-1.gif.664cbd85ef4de2f10b959916cce5||
Chw3Ljs.png
GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Mackenzie Malfoy

 

Hospital Hindenburg - Grimmauld Place Nº12

 

 

 

 

Y de pronto aquella sombra atravesando la pared, como aquella vez en la Mansión Malfoy, cuando un grupo de ladrones quiso entrar a robar. Pero entonces saltaron las alarmas. Aquella luz... ¿era una alarma? No, no, era una varita... ¡Ladrones! Quería gritar, pero el sonido no salía de su garganta. Pero no era malo que vinieran ladrones, ¿o sí...? La Orden del Fénix estaría cerca... Alguien la llamaba... pero tan lejano...

 

— ¿Elvis...? ¿Eres tú...? — Consiguió farfullar.

 

Elvis venía a robar.... No, no, eso no era posible, Elvis no era un ladrón, él no. ¿Porqué decía que era su culpa?

 

— Tú no, tú.... no.... no tienes culpa.

 

Qué raro era todo. ¿No iba a morir? Debía estar soñando o desvariando de nuevo. Pero reconocía la voz de Elvis y de pronto notó los Episkeys en su carne y entendió lo que le decía Elvis. No tenía que quedarse dormida.

 

— Despierta.... haré todo lo posible. Te lo prometo.

 

Se sentía mejor, pero también notaba más el dolor de los huesos rotos y la falta de energías. ¿Y si todo era una nueva tortura del Inquisidor para quebrar su voluntad? ¡Por toda la creación, cuánto le dolía! ¿No era el inquisidor, ¿verdad? Tenía que ser Elvis, tenía que ser real. Sí, después de todo, la Orden del Fénix no la había abandonado. ¿La Orden del Fénix? Ella siempre había sido mortífaga, como casi toda su familia. ¿Porqué la estaba rescatando Elvis y no alguien de la Marca? No, no era la Orden, era Elvis. Al fin y al cabo ella le había mandado la nota a Elvis. Tenía sentido. ¿Porque le había mandado la nota a Elvis y no a su padre? Porque cambiaste de bando -dijo una voz en su cabeza. Sintió que aquellos pensamientos la llevaban por una alta montaña que requería todo su esfuerzo... pero estaba tan cansada... sólo quería dormir... No, le he prometido a Elvis que estaría despierta.

 

Sintió que unos brazos la cargaban con tanta ternura que fue difícil no quedarse plácidamente dormida en aquel abrazo. El sonido de una explosión lo impidió, mientras oía a Elvis mascullar maldiciones. Pronto una familiar abertura se abrió ante ellos y Mackenzie tuvo conciencia, por primera vez, de que estaba a salvo. No tenía muy claro adónde la había llevado ni porqué hasta que una voz familiar clamando contra los dioses desdentados, los demonios y Morgana, la sacó de su sopor y, peor todavía, de aquellos cómodos brazos.

 

— Sagitas, mujer, con lo blanditos que eran esos brazos de Elvis y tu haciéndome levitar.

 

Quería reír, pero los moretones en la cara sólo la dejaron formar un extraño rictus y sus ojos hinchados le dolieron aún más al encogerse de risa. Pero lo peor fueron las costillas, que se clavaron todas a una en sus pulmones.

 

Debían haberle aplicado unos cuantos Episkeys porque ahora el dolor era del todo insoportable. Eso significaba que estaba en manos de los mejores sanadores. Mal plan, Mackenzie era muy mala enferma.

 

— Espero que no uses esos cuchillos de cocina conmigo, sin avisar, eh? Nada de amputar piernas y brazos y luego esa poción crece huesos que te hace ver las estrellas — Giró levemente la cabeza -no podía mucho- para ver llegar a Xell — ¡Oh, Xell! ¿Qué traes en ese maletín? Mejunjes dolorosos, seguro. O, peor aún, ¡agujas! ¿No traerás agujas, verdad?

 

Era bueno saber que Xell consideraba a Sagitas buena sanadora. Seguro que lo era, pero Mackenzie prefería seguir con los Episkey y esa maravilla Uzza de las Curaciones.

 

— Me encuentro perfectamente, Xell. Ya estoy curada. ¡Vamos,! ¡Levantadme! ¡Que parezco un conejo al que vais a desollar en la mesa de la cocina! ¿Dónde está mi varita?

 

Mackenzie hizo acopio de fuerzas y se incorporó. Estaba por saltar de la improvisada camilla, cuando el mundo se puso a dar vueltas sobre ella. ¿Porqué se le ocurría a la Tierra girar en aquel preciso momento? Volvió a tumbarse y sintió que perdía el conocimiento, hasta que escuchó de nuevo la voz de Elvis. Esa voz la tranquilizaba, no como la de Sagitas. Dónde hay confianza, da asco -que decía el refrán-. De seguro que Sagitas no se andaría con miramientos. La pondría a dieta, no le dejaría comer bombones, se tendría que tragar los mejunjes esos asquerosos y, lo peor, la tendría semanas con la pata atada a la cama hasta que cada poro de su piel reluciera y gritara que estaba perfectamente. Deberías dejar de quejarte y agradecerles que te han salvado, que tenías ya un pie tras el Velo -volvió a decir la impertinente voz de su cabeza.

 

— Gracias a los tres, si no fuera por vosotros... ese Inquisidor es un monstruo.

 

De pronto recordó a los bebes y se incorporó de un salto, sentada en la camilla.

 

— ¡Elvis, los bebés! ¿Dónde están los bebés? Tenemos que salvarlos.

 

Los recuerdos volvieron a ella con toda su crudeza. Las torturas, los experimentos, el llanto de los bebés, la horrible máquina que penetraba en el cerebro, los Redentis.... ¡Mathilda! Mataría a aquella sádica, en cuanto pudiera poner un pie fuera de aquella camilla.

 

@ @@Xell Vladimir Potter Black @@Sagitas Potter Blue

yqvll1m.gifO3zbock.gif
firma
iRyEn.gif4ywIp1y.gifXuR0HEb.gifZmW4szS.gif
bfqucW5.gif
Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Grimmauld Place Nº12

 

-- ¡¡ Shhh, Shhhh! -- le dije a Xell, moviendo las dos manos para que bajara la voz en cuanto apareció ¿en el suelo? de la cocina. -- Parece que dice algo...

 

Sí, Mack no iba a ser la paciente quieta que me esperaba para valorar los daños. Se movía en ese duermevela en el que no se está ni vivo ni muerto; rectifico, ni despierto ni dormido sino de todo un poco. Así que estaba consciente de lo que hablábamos aunque sus respuestas no fueran del todo audibles ni del todo lógicas, aunque sí significativas de lo mal que estaba.

 

-- A ver, mujer, quieta que parece que aquí tienes un bulto que bien puede ser una tripa retorcida o un peroné roto. -- ¿El Peroné era lo que estaba junto a los riñones o eso era la pelvis? Es que los huesos humanos tienen un postura diferente a la de los animales, a los que yo estaba más acostumbrada. -- ¡Claro que se encuentra bien, Xell, sólo está un poco rota por dentro pero ya sabes que un poco de meneito y una poción encantadora y como nueva. Pronto podrá hacer equilibrios sobre los rodillos de nuevo.

 

Otra vez tuve que recordarme que no estaba en el Circo (aunque lo pareciera un poco) y que aquello no era una hermosa criatura herida. Era un ser humano. Peor, era la ex-Viceministra. Y peor aún, era una Malfoy, esa familia era peligrosa cuando se enfadaba o cuando perdía uno de sus miembros. ¿Cuántas veces había oído eso de "Un Malfoy siempre paga sus deudas..."

 

-- Xell, gasa con 10 gotas de díctamo en esa herida fea del brazo y... ¡en las pezuñas! Tiene señales de haber estado maniatada por los pies. ¡Ay, pobre...! Tal vez debiéramos atarla nosotros también para que se esté quieta. -- Casi me tiré encima de ella para parar su movimiento que no me quedó claro si lo producía para levantarse o porque le hubiera dado un ataque de epilepsia.. -- Hey, Mack, te lo digo en serio, o te quedas quieta mientras te pongo este ungüento o te hago tragar unas gotas del Filtro de los Muertos diluido para que te duermas durante una semana entera.

 

Me pasé la mano por la frente y sentí que me la manchaba de sangre.

 

-- ¿Tú estás herido, primo? Pareces a punto de soltar algo. Allá, en el fregadero, hay varios vasos. Tráeme dos, anda. Vamos a meter ese ojo cerrado en uno de ellos, a ver si lo limpio. Bueno, mejor no, le pondremos una compresa de romero y cúrcuma, antiinflatorios que me prepara Babi en forma de pomada, ya verás como lo podrá abrir enseguida. Y tú te tomas un buen lingotazo de esta poción.... -- Metí la cabeza, literalmente, dentro del maletín, remeneando en busca de algo apropiado. Hablé desde dentro. -- ¡¡Remedio para quemaduras!! Tengo un montón, no creo que estén caducadas aún desde que las compré en los mercadillos del 2009, ¿verdad? ¿Tiene alguna quemadura?

 

Saqué la cabeza y en ella, una sonrisa muy amplia; en mis manos, varios potes de crema algo amarillentos y una poción verdeazulada.

 

-- Poción Vigorizante para ti, Elvis. Xell, ponle un trago en medio vaso de agua que no me fío. Elvis siempre se hace el valiente y seguro que no se la toma. Y tú, Mack, abre la boca... Sí, abre la boca, mira que tengo un chorrito de Esencia de Rue para ti. Es muy buena para el envenenamiento. Y también para los dolores, venga, traga. ¡Traga, que no amarga, mujer! ¿Pero a dónde vas? Aún me quedan algunos burejitos que sanarte.

 

Mackenzie se levantó pero, ¡gracias a los Dioses!, se mareó y pudimos volver a tumbarla. Creo que se dio un golpe contra la madera de la mesa de lo que la empujé para que no se incorporara de nuevo. Menos mal que Xell le había puesto un cojín bajo ella...

 

-- Sí, estás mejor, pero podrás estarlo más si nos dejas acabar. -- Suponía que Xell ya debía haber aplicado díctamo en toda la piel que encontrara de color rojo así que ya no debía tener muchas heridas abiertas. Me preocupaba más su cabeza. No, no por el golpe contra la mesa de la cocina sino porque decía cosas inconexas pero muy sentidas. -- ¿Respiras bien? Creo que tienes varios huesos rotos aquí pero ahora te preparo una mezcla con poción crecehuesos. Menos mal que Elvis ha traído de la suya, yo no encuentro nada ahí dentro. Y eso que juraría que había comprado varios potes de esos en el Magic Hall. Por cierto, carísimos...

 

Levanté la gasa que le tapaba el ojo cerrado y dejé caer una gota de lágrimas de fénix encima de la ceja, tapándolo de nuevo rápidamente.

 

-- Sí, escuece un montón pero podrás ver, que es lo que interesa. No querrás quedarte cieguita, ¿verdad? Anda, a ver... ¿Qué me dejo? Mira que das trabajo, mujer. Mi acromántula se mueve menos cuando la tengo en la camilla. ¡Qué no eres un conejo! Anda... Quieta...

 

Soplé, airada. Así era imposible curarla de nada...

 

-- ¿Cuántos Episkeys le hiciste, Elvis? Yo creo que está lo bastante bien como para usarlo. -- Froté las manos en el topacio amarillo que llevaba al cuello y después... ¡¡Se incorporó de golpe, gritando sobre unos bebés!! Le puse las dos manos en el pecho y cerré los ojos, rogando a la Diosa de Avalon que me diera paciencia con esta mujer. -- Ya veo que no estás muerta. El Amuleto de la Curación no sirve si estás cruzando la línea del limbo pero con semejante grito...

 

Le impuse las manos encima y deseé con fuerza que el poder del Amuleto y de mi paciencia fuera más que suficiente para curarla toda por dentro y por fuera.

 

-- ¿Qué bebés, Mack? Que yo recuerde, ya no tienes bebés. Serán grandecitos y estarán estudiando en...

 

Guardé silencio. Por unos instantes, me había olvidado de Hogwarts, del Inquisidor, de la Guerra... Sobre la mesa, el maletín dejaba entrever varios frascos de tapones y coloridos diferentes. Saqué uno y le di un trago, sin fijarme en lo que era. Tomé el vaso de agua en el que mezclé varias gotas de herbovitalizante, más gotas de Rue, poción reabastecedora de sangre y un chorrito de menta. Me senté en una de las sillas a los pies de ella.

 

-- ¿Qué ha pasado, Mack? ¿De dónde sales... de esta manera? -- Y antes de esperar que contestara, le puse el vaso bajo las narices para que se lo tragara. -- Es por tu bien. Después de ésto, como nueva...

kNTUx8c.gifsf6Sw.gifHdDMuO2.pngXXBPo79.gifKRLtVZp.gif

D69M3Vr.jpg

  tOWLU4S.gif  KhGckEc.gif.6e9b2b71e2797bafac6806b66df1d1b0.gif     Icr0JPz.gif

0jsC0dL.pngWliKSjc.pngckkcxVm.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Guest
Esta discusión está cerrada a nuevas respuestas.
 Compartir

Sobre nosotros:

Harrylatino.org es una comunidad de fans del mundo mágico creado por JK Rowling, amantes de la fantasía y del rol. Nuestros inicios se remontan al año 2001 y nuestros más de 40.000 usuarios pertenecen a todos los países de habla hispana.

Nos gustan los mundos de fantasía y somos apasionados del rol, por lo que, si alguna vez quisiste vivir y sentirte como un mago, éste es tu lugar.

¡Vive la Magia!

×
×
  • Crear nuevo...

Información importante

We have placed cookies on your device to help make this website better. You can adjust your cookie settings, otherwise we'll assume you're okay to continue. Al continuar navegando aceptas nuestros Términos de uso, Normas y Política de privacidad.