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El Día de la Ira


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Kaled Lynch.

Colegio Hogwarts de Magia Hechicería. Entrada del Castillo.

 

El vampiro no podía creer el panorama que tenía delante de él. Hacía ya varios siglos que había asistido a Hogwarts, pero para ser sinceros, el Castillo poco podía cambiar, solo eran alguno que otro cambiecillo después de la guerra de aquel niño que vivió y Lord Voldemort, pero ahora, la destrucción era provocada por muggles, cosa que el Irlandés jamás iba a poder concebir, porque aunque mucha de la gente que conocía era partidaria del Yaxley como Ministro de Magia, el Lynch jamás le iba a perdonar que por su culpa la comunidad mágica estaba sufriendo. Suspiró mientras sacaba su varita de palisandro y se encaminaba al Castillo pasando a lado de aquellos cerdos alados (que hora no tenían ni alas ni cabeza los pobres) y por dentro el panorama no era nada alentador.

 

Niños corriendo por doquier, alguno que otros bastante herido y, por desgracia, Kaled olía muerte. Los profesores y alguno que otro auror, medimago y/o enfermera pasaban corriendo con las varitas en ristre ayudando a quien lo necesitase. En ese momento, el pelinegro logró escuchar algo que le desgarró el corazón:

 

—¿Estarán bien los Slytherin? He escuchado que muchos se encuentran atrapados aún bajo los escombros. Han llegado algunos cuantos magos y brujas que tratan de sacarlos y llevarlos a los portales que han abierto en la torre de astronomía para que sean atendidos en los hospitales que aún no han sido atacados —Dijo un joven de unos 14 años con la túnica de Hufflepuff.

 

Kaled había pertenecido a Slytherin en sus andares por aquel colegio y se le partió el alma (bueno, era un decir, no tenía una al ser vampiro) al saber que su casa había sido atacado por aquellos "avines" muggles. La cólera le empezó a invadir. Estaba decidido a ayudar cuanto pudiera. Se encaminó entonces a las mazmorras. No quería ver el desastre, estaba seguro que la sangre le herviría pero tenía que hacer algo. No podía, no iba a permitir que se derramara más sangre mágica.

Editado por Keaton Ravenclaw

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Castillo Ravenclaw. Ottery St. Catchpole.

 

 

No era momento de cuestionar el accionar del Ministro ¿había tomado una mala decisión al exponer la magia ante los muggles? Quizás, pero se trataba de Aaron Black Yaxley y ella lo conocía lo suficiente como para saber que consigo no traería la paz y la salvación de toda la comunidad. Pero de lo que estaba cada vez más segura era de que los verdaderos parasites eran los muggles, eran ellos quienes habían vivido rodeados de magia ignorando por completo que podrían existir personas con un poder sobrenatural, capaz de matar y destruir todo con tan solo una floritura de la varita; pero cuando el Secreto de la Magia fue levantado, no tardaron en querer reprimir a todo ser capaz de poseerla pero eso no había sido la gota que derramó el vaso, sino el hecho de que alguien con aires de superioridad se atrevió a querer exterminar la magia de raíz creando una píldora que neutralizaba la magia por completo y atacando a los más jóvenes.

 

Tragó en seco al recordar a su hijo, quien gracias al Señor Oscuro, aún no había comenzado a cursar en Hogwarts, porque de caso contrario ella no estaría en presencia de su padre ni siquiera hubiese guardado la compostura como lo había hecho hasta ese momento; aún así no podía dejar de pensar en los jóvenes que estaban en el Colegio con graves heridas o quizás muertos bajo los escombros.

 

— ¡Espabila! — Había alzado la voz al mismo tiempo que le aplicaba un golpe en la mejilla derecha con la mano abierta, en un intento de traer al Ravenclaw a la realidad otra vez. —No es momento para que tengas un ataque de pánico, lo único que vas a conseguir es equivocarte y cometer errores y ¿qué crees? Es justamente lo que ellos quieren lograr —. Querían sembrar el terror en la comunidad mágica, que los magos volvieran a revelarse contra ellos, que atacaran rompiendo aquel est****o decreto para así poder detenerlos y arrebatarles la magia que corría por sus venas.

 

Lo contemplaba con severidad, no podía permitir que Keaton perdiera la poca cordura que le quedaba y tampoco dejaría que el mago acabara con su paciencia comportándose como un niño. Cerró los ojos un momento, tan solo le había llevado un segundo acomodar todas las ideas dentro de su cabeza, ideando una estrategia para comenzar a actuar. —Tengo que sacar a Becan del Castillo — No sabían a qué clase de tecnología se estaban enfrentando, si habían encontrado la manera de hallar la academia de Magia y Hechicería eran capaces de esculcar hasta debajo de las piedras para encontrar el hogar de las familias.

 

—Busca todo lo que creas necesario, no podemos darnos el lujo de llegar aún más tarde —. Chasqueó la lengua, haciendo que el sonido cortara el silencio mientras giraba sobre su propio eje para encaminarse hacia las escaleras que la levarían hasta la habitación de su hijo. — Nos vemos en cinco minutos.

 

 

@@Keaton Ravenclaw

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Castillo Ravenclaw. Ottery St. Catchpole.

 

Lechuzas de diferentes razas y plumajes sobrevolaban los terrenos del castillo, cada una de ellas cargaban consigo una noticia diferente, pero ninguna de ellas podía ser buena. Una metodología de comunicación muy anticuada para la época, en ese sentido los no mágica los superaba con creces. El Lovegood había tenido que deshacerse de toda información sensible y datos personales relacionados a su origen, para proteger tanto a su madre muggle como a él mismo, allí el motivo por el cual poseía una conexión e interacción con la sociedad mágica. Por mismas razones tuvo que deshacerse de su Smartphone, adquirido años atrás en Francia, una radio que recibía transmisiones de ambas comunidades era lo único que lo mantenía informado aquella mañana.

 

Una mañana que desde el ventanal de la habitación del castaño se presentaba tranquila en contraposición a los distintos anuncios que se escuchaban en la radio. Distintos puntos de vista se oían en los programas, sin embargo la gran mayoría, tanto muggles como brujas y magos, no reconocían sus errores y en lo único que coincidían era en el odio mutuo que se llevan. Han pasado tantos años, han ocurrido tantas cosas a lo largo de la historia y el mundo todavía seguía sin aprender, lamentable.

 

El Ravenclaw se apareció donde estaba su padre y quien parecía ser su hermana subiendo por las escaleras. -Ahí lo tienes al inútil de tu ministro, levantando el estatuto en el peor momento posible...- dijo ubicándose a un lado de Keaton sin dirigirle la mirada, en su lugar observaba el cielo desde la ventana. Sabía que su opinión y punto de vista diferían rotundamente, por lo que ya se preparaba para recibir quejas e insultos.

 

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Castillo Ravenclaw. Ottery St. Catchpole.



Se deslizaba dando grandes zancadas hasta el tercer piso del ala oeste del castillo, sentía el corazón desbocado dentro de su pecho; aún no podía creer que había decidido regresar a Londres en medio de una guerra que prometía no tener final, pero tampoco en Glorenza estarían seguros rodeados de todos esos muggles.


Un suspiro se deslizó por la ranura de sus labios mientras apoyaba su afilada mano en el picaporte de la puerta, el frio del metal la hizo estremecer ¿Cómo le diría a su niño que no lo vería por un tiempo?


Tragó en seco, en un intento fallido por desvanecer el nudo que se le había formado en la garganta y abrió la puerta sin rodeos. La silueta de se un niño de cabellos castaños se ocultaba debajo de las mantas en su cama, durmiendo aún plácidamente. Por un momento la Hawthorne añoro su propia infancia, deseando ser ella la que tenía como única preocupación ignorar a los monstruos que asechaban debajo de su cama.


Se acercó con sigilo, esperando no despertarlo abruptamente; el peso de su cuerpo provocó que el colchón se hundiera y que el pequeño vampiro se agitara debajo de las mantas. — Shhh.. — Acaricio su mejilla para que recuperara la tranquilidad, aunque no lo conseguiría con lo que estaba a punto de decir.


— Beck... — su voz salió como un susurro, apenas audible mientras buscaba con su mirada los ojos azules de su pequeño — Deberás quedarte con Hugo un tiempo, lejos...—Becan se restregó la cara con sus manos para despejar su mente y escuchar atentamente a su madre. Pero cuando su cerebro terminó de procesar todas y cada una de esas palabras, sus ojos se cristalizaron. —¿Por qué?


Y antes de que la rubia pudiera formular una respuesta, él se abrazó al cuerpo de la mujer aferrándos a sus ropas. Las lágrimas del habían comenzado a humedecer la blusa de la joven, mientras lo apretaba ente sus brazos para consolarlo. — No será por mucho tiempo, solo hasta que todo vuelva a la normalidad.


Cerró los ojos con fuerza, sintiendo como el alma se le desprendía del cuerpo y se esforzaba por mantener la entereza que la caracterizaba. — Hugo, prepara mi maletín con el kit que utilizaba en el L.A.I.C — ¿Cuántos años pasaron desde que no utilizaba aquellos ungüentos? No era capaz de recordarlo, pero era el momento justo para desempolvar sus habilidades de sanación como solía hacerlo para la Marca Tenebrosa.


Con un <<crack>> el elfo se había materializado nuevamente con un morral de piel de moke, el cuál contenía todo lo que la Hawthorne podía necesitar. — Ciudalo bien, y llévalo a un lugar seguro —. En ese momento se le quebró la voz, no nisiquiera ella debía saber la ubicación del escondite de su pequeño.


Se levantó de la cama y esculco dentro de uno de los bolsillos de su pantalón, alcanzó a tomar un espejo comunicador y se lo tendió a su hijo. — Así podrás hablar conmigo todas las noches —. Sonrío sacándole las lagrimas con sus pulgares, evitando cruzar su mirada, la cual estaba cargada de color. Volvió a estrujarlo contra su pecho y besar sus mejillas como su fuera la ultima vez. Cuando sus cuerpos se separaron, el elfo apretó la mano de Becan, dejando el sonido de su desaparición tendido en el aire.


La Banshee recogió su extensa cabellera rubia platinada en una coleta alta. Cargó el morral sobre uno de sus hombros y segundos más tarde su cuerpo se volvió a materializar en la sala, donde se encontraría con su padre y, para su sorpresa, su hermano.— Al parecer tenían que atacarnos los muggles para que volviéramos a estar los tres juntos.




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Grimmault Place:


Sentía que mi corazón latía a tanta velocidad que podría escaparse en cualquier momento. ¿Cómo aguantaría la tensión, allá, junto a Mackenzie, sin perder la capacidad de hablar por los codos? Sagitas era una sanadora sensacional, aunque tal vez no estuviera licenciada en esa carrera y sus conocimientos derivaran de otra perspectiva más animalística, por lo que su comentario sobre el peroné provocó una sonrisa. Pero buena sanadora, sin dudarlo. ¿A quién se le ocurriría mezclar así las diferentes pociones?


Intentaba ayudarla en sus peticiones, aunque procuraba no mirar a Mackenzie porque la sangre no me gusta mucho. Me pone algo nerviosa ver ese fluido escaparse de heridas abiertas. Permanecía en casi silencio porque Sagitas acaparaba toda la conversación, hasta con temas demasiado triviales para el momento tan delicado que se vivía en aquella cocina. Ponía las gotas indicadas en gasitas e iba curando las heridas de aquel cuerpo maltrecho. También puse la bebida para el primo Elvis en un vaso de agua y se lo acerqué. Él tenía mucha sangre en su cuerpo pero supuse que era de la mujer.


- Toma, Elvis. Poción vigorizante de parte de la tia, dice que la tomes entera.


Era imposible seguir una conversación con la tía hablando todo el rato, la conocía lo suficiente que cuando se ponía era por miedo. No era para menos, cuando pudiera explicarnos lo sucedido, seguiro que nos horrorizaríamos.


- No se levante, no, no está curada . - Intenté retenerla a pesar de sus órdenes directas de que la ayudáramos a levantarse. Sagitas llegó antes y casi se le tiró encima, dándole un golpe en la cabeza. - Ay, cuidado, tiita.


Ella seguía hablando de un Inquisidor y de unos bebés. Seguro que no estaba bien aún, parecía que desvariaba. Sagitas se sentó y pareció que, por fin, Mackenzie estaba completamente curada. Lancé un suspirito cansado y me senté también, al lado del primo Elvis. Miré alrededor.


- Esto está muy silencioso. ¿Dónde estarán los otros miembros de la Orden?


En realidad, quería preguntar por lo que había dicho el Padre Andrew sobre los ataques. Parecía que iba en serio.


- ¿Vienes así de... Hogwarts? - Me atreví a preguntarle a Mackenzie. Pero la realidad parecía peor, mucho peor. En un gesto de miedo, tapé la boca con las dos manos al sentir la explicación de Elvis. - ¿Cómo que se han llevado a bebés? ¿Secuestrados...? ¿Bebés mágicos? ¿Quién es el Inquisidor?


Era la segunda vez que oía ese nombre. Demasiadas noticias que asumir. Un hospital en Polonia..., allá retenían a Mackenzie. Sin magia...


- ¿Peores que los Mortífagos? - Eso, en labios de un Fenixiano al que todos conocíamos como un antiguo Auror, producía miedo. - ¿En contra de la magia, como la ONU? ¿Están compinchados con ellos?


Asentí cuando mencionó a la tal Mathilda. La odié, mucho muchísimo, yo también estaba allá cuando nos dijo que nos fuéramos, en el Palacio muggle de la Reina Isabel II.


- Elvis, entonces... los bebés rehenes siguen en Polonia... - No afirmaba, era una duda muy grande porque no entendía aún cómo había podido ocurrir esto. - ¿Cómo hemos llegado a esta situación, tía Sagitas? ¡Prohibir la magia, robar bebés mágicos, explotar Hogwarts...! Claro que hay que usar la prensa pero... ¿quién va a creer a magos que tienen en contra a la propia ONU?


Grité al sentir la voz varonil que salía de mi bolsillo.


- Yo también creo que hemos de decírlo al mundo. ¿Qué os parece el apoyo de publicaciones muggles? Tenemos periódicos parroquiales en la Iglesia Anglicana que promueve los valores espirituales y la igualdad entre todos los seres. Podría ayudaros.


Saqué el espejo comunicador del que había salido la voz del Padre Andrew. Miré a Elvis, después a Mackenzie y, por último, a Sagitas, esperando su bronca por haber sido tan descuidada.


- He traído un intruso al Cuartel - intentaba disculparme. - Yo... Debí dejarlo en la casa pero...las prisas... el ataque a Hogwarts... - Casi lloraba.

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Sebastian Crowld

 

Hogwarts

En la mañana del Día de la Ira

 

 

La tutora Triviani -a esas alturas Sebastian ya se había enterado de quién era la mujer que había estado ayudándole a defender Hogwarts mientras los caza bombarderos lanzaban sus bombas sobre el castillo y sus desprevenidos ocupantes- había abierto un portal al interior de la mazmorra. Sebastian se maldijo a sí mismo porque no se le hubiera ocurrido antes esa idea, pero al mismo tiempo la consideró arriesgada. Ojalá que la bruja tuviera éxito y el portal no desestabilizara aún más la estructura de aquella imponente obra arquitectónica.

 

Centró su atención en el muggle y aquellos dos pilluelos de Slytherin que lo habían capturado y que sonreían abiertamente ante el éxito de su escaramuza. Estaban en ese estado eufórico en el que se piensa que todo va a salir a bien. Fue el otro tutor (Jeremy) quien, tras dar instrucciones a Zoella, se encargó de felicitar a los chicos, a los que sin duda alguna conocía. No perdió tiempo en encarar al muggle a quien reanimó con un Enervate. Sebastian lo observó interesado, no quería perderse ni una palabra de lo que el muggle tuviera que decir.

 

—No diré nada —respondió el muggle con una voz anodina y sin emociones.

 

Sebastian y varios magos más unieron su varita a la de Jeremy y apuntaron al muggle, que los miró como si todas aquellas varitas apuntándole directamente no fueran un problema para él.

 

—No diré nada. Protocolo de desactivación voluntaria activado —muy imperceptiblemente un temblor sacudió el cuerpo del muggle, que no pasó desapercibido para los entrenados ojos de Sebastian. Sin darle tiempo a que pudiera hacer nada, Sebastian le lanzó un hechizo inmovilizador, aunque se cuidó mucho de que su capacidad de hablar no quedara afectada.

 

—Creo que está entrenado para quitarse la vida si es capturado —anunció Sebastian al resto de magos presentes. —¿Qué tal un poco de veritaserum? —Inquirió el arqueomago, sacando un pequeño frasco de poción de su bolsillo y entregándoselo al tutor que tenía agarrado al mago (Jeremy). —Me llamo Sebastian Crowld —se presentó. —Vine a Hogwarts cuando supe de los ataques, pero apenas pude hacer nada. Dale la poción y haz que lo suelte todo. Tenemos que saber quién es ese que se hace llamar a sí mismo el Inquisidor.

 

Tras decir aquellas palabras, Sebastian se preguntó si estaba haciendo bien dejando que otros lo interrogaran. Miró a Cooper y al tutor, alternativamente. El Inquisidor tenía una gran capacidad de manipulación. La reunión de Nueva York había bastado para convencerlo de ello, viendo como aquel fanático era vitoreado y aplaudido por una multitud enfervorecida que ocultaba su rostro, tanto como había hecho el propio Sebastian y, por supuesto, el Inquisidor, pero no disimulaba su pasión y convencimiento por las palabras de aquel hombre. Alguien que se ocultaba de tan leales seguidores sin duda sería precavido con su propio ejército. Sebastian dudaba que aquel muggle conociera la identidad del Inquisidor, pero quizás sí podría darles alguna pista que les llevara hasta él.

 

Y ese era el problema. ¿Hasta qué punto conocía a Cooper y al tutor? ¿Hasta qué punto los magos allí presentes e incluso los propios alumnos eran de fiar? Slytherin siempre había sido cuna de mortífagos y estaban en las puertas de su sepultada sala común. Algo le decía a Sebastian que el fanatismo del Inquisidor escondía una megalomania y unas ansias de poder capaces de lograr que se aliara con el mismo diablo. Las ansias supremacistas que habían exhibido en los últimos tiempos muchos magos claramente sospechosos de militar en las filas mortífagas podrían encontrar en aquel muggle monstruoso el aliado perfecto para llevar a cabo una limpieza de raza. La prohibición de la magia que tan desacertadamente habían promulgado los gobiernos muggles, sería una disculpa perfecta para que los propios magos se deshicieran de sus congéneres más molestos. Bastaba una simple acusación para que fueran sometidos a aquel tratamiento anti magia. Y peor aún, si necesitaban deshacerse impunemente de muggles y magos inferiores, aliarse con el Inquisidor, les permitiría dejar toda la responsabilidad de los asesinatos en un fanático. Ningún gobierno, mágico o muggle, podría culparles de una limpieza étnica ejecutada por un ejército de fanáticos. Quedarían impunes ante todos, mientras la comunidad mágica se tornaría más y más supremacista y entonces ya no necesitarían más a ninguno de los muggles, declararían al mundo su superioridad y establecerían su propio control hegemónico.

 

 

@@Goderic Slithering @@Zoella Triviani @ @@Arlet Malfoy @ @@Arya Macnair @

 

 

 

 

Mackenzie Malfoy

 

Grimmauld Place Nº12

 

 

La pregunta de Sagitas la confundió. Iba a responder que no se referiría a sus hijos, cuando Xell le preguntó si venía de Hogwarts y Sagitas le metió un vaso bajo las narices, inquiriendo al mismo tiempo acerca de lo que había sucedido. ¡Imposible responder mientras tragaba el enésimo líquido repugnante que le hacía beber Sagitas! Casi lo agradeció, pues la explicación de Elvis fue mucho más clara que la que ella hubiera podido dar en aquel momento, con tantos apósitos y mejunjes cubriéndole el cuerpo. Sólo una cosa había resultado agradable hasta rozar el éxtasis. Pero si le pedía a Sagitas que volviera a ponerle las manos así como se las había puesto antes, deduciría que le había gustado y entonces le daría más pócimas de esas horribles, no fuera a ser que Mackenzie se acostumbrara a esa maravillosa energía que le había recorrido todo el cuerpo, con un soplo fresco, vivificante y purificador. Se alegró de haber entrado en los Paladines, que no tenían tantas habilidades sanadoras, así podría acudir a uno de esos sacerdotes a pedirles ese bendito gustazo de la imposición de manos.

 

Lo que le admiraba de Elvis era que conociera tan bien al Inquisidor. Aquel monstruo era capaz de cualquier cosa y Elvis lo había deducido correctamente. Se preguntó si tan bien él había visto la sala de torturas y las horribles máquinas que tenían allí. Debía de estar mucho mejor, porque notaba que por primera vez en muchas semanas era capaz de pensar con coherencia. ¿Ningún rastro de magia? Aquello le hizo pensar a Mackenzie que los Redentis por algún motivo estaban disimulando su rastro, pero no quiso interrumpir a Elvis, hasta que éste y Xell llevaron la explicación a un punto que confundió sobremanera a Mackenzie.

 

—¿Porqué pensáis que está en contra de la magia? No entiendo eso de la ONU, Xell. ¿De qué estáis hablando? —No se dio cuenta de las gasas que cubrían sus ojos y la mayor parte de su cara, hasta que notó que su voz salía gangosa y atragantada, a todo punto ininteligible.

 

La conversación siguió y Mackenzie quedó sumida en un mar de confusión. ¡Prohibir la magia, robar bebés mágicos, explotar Hogwarts...! ¿Pero de qué estaba hablando Xell? Se quitó los apósitos y gasas de la cara, necesitada de hacer preguntas con voz inteligible y obtener respuestas igualmente inteligibles, pero Elvis se le adelantó antes de que ella pudiera formular sus muchas dudas. ¿Que la Confederación había dictado un acuerdo de paz? ¿Ya no había guerra? ¿Cuanto tiempo llevaba secuestrada?

 

—No sé de qué estáis hablando. ¿En qué puede estar metida la Confederación? ¿Ha terminado la guerra con los Búlgaros e Italianos? ¿Qué... qué es lo que hablabais antes de prohibir la maiga? ¿Y... Hogwarts? ¿Qué ha pasado en Hogwarts? —No pudo evitar plantear primero su mar de dudas, antes de responder a la pregunta que Elvis le había hecho. —Mathilda... Mathilda es... era, quiero decir... o bueno, lo seguirá siendo, supongo, pero no debería.... —Estaba dejando que su confusión hiciera mella en sus palabras, pensarían que estaba desvariando y Sagitas le daría otro traguito de alguna de esas pociones tan asquerosas. Mejor empezar por el principio. —Mathilda es una secretaria adjunta en el departamento de comunicaciones de la Confederación Internacional de Magos. Un cargo con bastante responsabilidad, teniendo en cuenta que tiene línea directa con la mayor parte de agregados gubernamentales. El Inquisidor la tiene controlada, como a otros muchos magos, mediante un juramento inquebrantable y una tecnología muggle de control mental que yo desconocía hasta ahora. Es una Redentis, o así llama el Inquisidor a los magos que tiene controlados. Les quiebra la voluntad mediante torturas y control mental y luego les hace realizar el juramento inquebrantable sometiéndoles a su voluntad. —Hizo una pausa antes de seguir. No podía olvidar que ella misma podría haberse convertido en una de aquellas abominaciones, si hubieran logrado quebrar su voluntad... ¿Cómo había logrado escapar de tal destino? No lo sabía, aunque sospechaba que su conexión con Enigma había tenido mucho que ver. No importaba, ya lo descubriría más tarde, ahora tenía que hablarles de los niños. Lo malo era que lo que sabía sobre ellos, era limitado. Apenas recuerdos inconexos y palabras captadas al azar. —Los niños no llevaban mucho tiempo en aquel hospital. Escuché ciertos planes del Inquisidor, pero estaba ya malherida y confusa, no sé hasta qué punto sean fiables o completos. Querían experimentar con ellos. El Inquisidor está buscando la forma de traspasar un gen de los magos a muggles, de forma que éstos se conviertan en magos o algo así. No sé bien de qué gen habla, pero cree que puede crear magos bajo su voluntad total, sin que tenga que depender de un juramento inquebrantable. No sé para qué los quiere. ¡Está completamente loco!

 

Se recostó de nuevo en la camilla, volvía a dolerle todo el cuerpo y, además, no quería recordar que posiblemente hubiera sido ella misma la que inspiró al Inquisidor a cometer la atrocidad de robar a los niños. Tenía que salvarlos, debía intentar recordar cada detalle de lo sucedido en aquel hospital, pero se sentía agotada.

 

—La prensa. Sí, es una buena idea —corroboró Mackenzie con voz cansada justo un instante antes de que sonara una voz varonil desconocida en la cocina de Grimmauld Place 12. —¿De quién es esa voz? ¿Quién nos está espiando?

 

 

 

@@Sagitas Potter Blue @ @@Xell Vladimir Potter Black

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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En el refugio

Emily se limita a asentir ante la petición de Kaori de intervenir y a escuchar el intercambio que tienen los demás, sobre tener que prepararse para una infiltración, sobre lo acertado que sería solicitar refuerzos -probablemente miembros de la Orden del Fénix- y sobre como deben cuidar cada detalle para minimizar el riesgo de que las cosas vayan mal.

 

Pero la bruja ha pasado esos últimos minutos con la cabeza escondida entre las manos, ahogando los últimos sollozos e intentando que las lágrimas dejen de salir. No le gusta sentirse así de pequeña ante un problema tan grande. Le preocupa la situación de Valkyria y el cúmulo de acontecimientos aún son pesados de procesar.

No obstante, cuando escucha a Goderic sugiriendo “a alguien” levanta la mirada, como si eso la ayudara a escuchar mejor. No tiene ganas de interrumpirlo o contradecirlo por el temor a sonar alterada sin fundamentos. Consciente de que ya había sido suficiente de llorar, mas cuando no solía hacerlo con frecuencia, controla poco a poco su respiración hasta que deja de ser agitada. Al fin, tuvo suficiente fuerza para hablar sin que la voz le tiemble.

—¿Qué podemos darle a cambio a ellos? —preguntó al mago, aunque no esperaba que le respondiera, mientras con sus manos quitaba los rastros de maquillaje corrido debajo de sus ojos.

Podía estar equivocándose, pero cree saber de quien habla y no le hace gracia, pero si lo analiza bien puede comprender por qué lo trae a consideración. Cualquiera que tenga suficiente influencia en el mundo de los empresarios muggles puede ayudarlos no solo a infiltrarse, sino también a conseguir más información. Por eso mismo había hecho especial énfasis en hablar en plural, para probar si eran ciertas sus sospechas.

 

—Vamos a necesitar poción multijugos, herbovitalizante, quizás un par de esencias de díctamo, tal vez hasta veritaserum—comenzó a enlistar, mientras hacia aparecer un pergamino —Debemos definir quién va a arriesgarse a la infiltración, tampoco podemos ser muchos —reflexiona —pero como dice Ellie si tenemos éxito necesitamos más equipos, curanderos… también debemos buscar la forma de comunicarnos desde dentro e ir transmitiendo la mayor cantidad de información a tiempo real.

Cuando mira a Goderic, éste hace un gesto con la cabeza que le confirma que habla de Cooper. A pesar del dolor que siente detrás de los ojos y que preferiría tener más tiempo para planificarlo todo con mejor detalle, sabe que no tienen ese lujo.

—Lo primero será ir a convencer al empresario —dice en un suspiro pensando en como podrían hacer para localizarlo.

Y si no lo convencemos ... pero no lo dice, porque no les queda esa opción.

Editado por Emily Karkarov

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Castillo de la Familia Ravenclaw. Ottery St. Catchpole.

 

Y sácatelas, una cachetada fue apropinada en la mejilla de Keaton por nada menos que su hija ¿Qué se creía aquella tarada para golpearlo? Si él quería cundiera el pánico, iba a cundir el pánico en todo el Castillo, pos esta, ¿quién le había dado tal derecho? Sin embargo tenía razón en sus palabras, estaba cayendo justamente en el juego que ellos querían jugar, alterar el orden, alebrestar a los magos y brujas del todo el mundo y hacer que atacaran para secuestrarlos, como ya lo habían hecho con los cientos de bebés de los hospitales mágicos de todo el mundo...

 

—Como me vuelvas a poner un dedo encima, hija de la guayaba, te quedas sin mano, ¿oíste? —Le dijo a modo de respuesta, porque desde luego, la testarudez que corría por sus venas no iban a permitirle a italiano aceptar que se había equivocado —¿Y por quién me tomas? ¿Errores? ¿De que hablas? Aquí el único error eres tú y así te quiero, desgraciada. Debemos de proteger a la familia, sea como sea, la magia es más poderosa de lo que ningún lastre muggle lo puede ser jamás, así que haremos lo que sea necesario —Comentó con una voz ya más tranquila.

 

Sin embargo, lo que no se esperaba, era que la mujer decidiera sacar a su hijo del hogar ¿A dónde pensaba llevárselo? ¿En qué lugar estaría mas seguro que allí? El ojiverde opinaba que ninguno, pero justo cuando iba a replicar, la mujer le dijo que buscara todo lo creyera necesario para que no llegaran tarde, ¿tarde? ¿a dónde? Keaton en definitiva estaba pasando por un lapsus brutus o su hija estaba muy tocada, porque no le entendió nada cuando se fue de la habitación. Un Ravenclaw en su elemento no era jamás bajo presión, y aquello era una presión para la que el patriarca no estaba listo, aunque comenzaba a pensar que ningún mago ni bruja lo estaba. Justo cuando pensaba en eso, Franko... ¿Franko, en serio?, apareció como era su costumbre despotricando contra alguien, en aquella ocasión, el Ministro.

 

—Mira, mocoso, bien sabíamos que Aaron no iba a traer paz precisamente a nuestro pueblo, así que deja de decir tonterías, mejor dime, ¿te has enterado de algo más que ignoremos a parte de lo que ya han dicho los medios mágicos de todo el mundo? —Dijo mirando con una cara de pocos amigos al Lovegood, pues este parecía pensar que en el cielo a través de la ventana estaría la respuesta a todo aquel predicamento —Me gustaría saber tu opinión acerca de qué debemos hacer, ¿irnos o quedarnos? Igual es cuestión de tiempo antes de que esos bastardos empiecen a dar con la ubicación de los asentamientos mágicos. Yo pensaba en implementar el encantamiento fidelio...—

 

Pasaron unos momentos en los que el vampiro no recibió respuesta de parte de su hijo cuando de pronto, Isabella reapareció con una cara que denotaba un dejo de trsiteza. Lo había hecho, su hijo ahora se encontraba lejos y él debía de respetar su decisión, ya que jamás se metería en la educación de sus nietos.

 

—¿Se ha ido ya? —Preguntó a Isabella —Lamento que esto fuera lo que unió a la familia, pero más que nunca, y por mucho que no nos caigamos del todo bien, debemos estar juntos —Dijo ya con una voz de liderato que pocas veces sacaba —Isabella, debemos de averiguar qué planea La Marca Tenebrosa para esto, debemos apresurarnos a hablar con Anne o con alguno de los terratenientes, veré si puedo hablar con Zoella —Comento —Y debemos tomar una decisión, ¿nos quedamos o entramos a la acción? ¿nos ocultamos o defendemos lo que por derecho es nuestro? Los muggles no van a poder, no deben poder...—Dejó la frase en el aire, una lechuza más entraba por la ventana.

 

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Frank Cooper

No está realmente muy feliz con la situación actual. Sigue las instrucciones que otros dan y repite los movimientos que otros realizan. Su varita de madera de nogal realiza continuos movimientos ayudando a despejar los escombros sobre la mazmorra. Nicholas realiza encantamientos con tanta o más facilidad que su padre lo que, sin duda alguna, le hace sentir orgulloso. Una sonrisa difícil de ocultar pero que se obliga a hacerlo, no quería ser malinterpretado por alguien.

Había que decir que no resultaba sencillo coordinarse en aquel trabajo de rescate, después de todo si se actúa demasiado imprudente fácilmente podrían causar un colapso aún mayor. Una conversación desconcentra sus quehaceres. Levanta la vista para encontrar a un par de mocosos haciéndose los héroes por capturar a un par de muggles. Sin duda aquel testigo podría ser de ayuda aunque lo duda, ningún general le cuenta sus planes importantes a sus soldados.

No le sorprende cuando uno de los recién llegados hace recuperar los sentidos al capturado. «Aficionado» piensa. La humanidad estaba programada para traicionarse, no sería extraño que aun en catástrofes como aquella hayan magos trabajando con muggles. Interrogar a un muggle que podía (o no) tener información tan relevante en un lugar tan abierto y con tanto público carecía de sentido. Ni siquiera era necesario considerarlo traición, bastaba con que aquellos niños fueran a contarle toda la historia a sus amigos y ya habría sobreinformación en la comunidad.

A pesar de todo, no dice una palabra ni cuando entre varios apuntan al muggle, ni cuando el muggle pareciera suicidarse ni ante la idea del veritaserum. No siente la curiosidad que muchos parecían tener, no cree que aquel hombre tenga algo importante que decir y, aunque lo tuviera, se enteraría de cualquier forma gracias al poco secretismo que había presenciado. Frank no quiere involucrarse con muchas personas, después de todo su estado como mago era secreto, está a punto de decirle a su hijo que se fueran cuando ve en la cercanía a Atenea, su mujer.

¿Qué haces aquí?

La bruja gira ante su pregunta pero le ignora completamente y corre a abrazar a Nicholas. Su llanto, un poco escandaloso, le causa algo de vergüenza y más al recordar cómo él también lloró hace minutos atrás. Les da unos minutos, dando la espalda al interrogatorio en una forma sutil de ignorar las reacciones de los otros magos presentes. Suspira. Luego de unos minutos, se acerca para separarlos seguramente Nicholas también se sentía avergonzado.

¿Nos vam...?

Señorita Atenea. Señor Cooper.— un elfo, que se había acercado a los magos, los saluda con extrema cortesía. — Mi amo Goderic les invita a tener una reunión de negocios con él ¿serían tan amable de seguirme?

«Hump ¿solo porque lo invitan debe ir? ¿se creía que eran amigos?» piensa. La sonrisa del Cooper está llena de malas intenciones. Su mirada fría no ayudaba a darle tranquilidad al elfo que prefiere encontrar consuelo observando fijamente a la bruja.

Está bien, iremos.— escucha decir a Atenea.

¿Qué?

Iremos a negociar con Goderic, Dobcher guía el camino.
Editado por Goderic Slithering

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El Día de la Ira

Hogwarts

 

Rohana Macnair

 

 

Era una bruja poderosa para sus catorce años cumplidos en marzo, pero eso no era suficiente para realizar magia compleja. Aunque había asaltado la sección prohibida de Hogwarts por las noches y robado algunos tomos de la colección secreta del tío Pik y Cissy, la magia de Rohana aún seguía creciendo y creciendo, adaptándose a la edad y la sabiduría que poseía. Bajo ninguna circunstancia podía realizar hechizos tan poderosos como los que había visto hacer a los maestros que habían resguardado el castillo tras estallar las primeras bombas. Aún así, no dejó de mover la varita junto a Ámbar y Kalevi para intentar despejar el camino hacia el interior de la Mazmorra. A ellos se les unieron un grupo que provenía de los terrenos y que Hana dejó pasar de inmediato.

 

—Podemos empezar por aquí. Hay menos escombros y, con un poco de suerte, alcanzaremos un pasadizo secreto que lleva a las mazmorras. —

 

Dijo uno de ellos, un hombre bien parecido con ojos color oliva y cabello negro y largo. De alguna forma le transmitió a Hana un sentimiento de confianza al escucharlo hablar, como si tuviera toda la situación bajo control. La bruja parpadeó y se dio cuenta que se había quedado viéndolo fijamente y que todos seguían trabajando para intentar acceder a la Sala Común de Slytherin, así que comenzó de nuevo a movilizarse para ayudarlos, no sin echarle unas cuantas miradas de soslayo al desconocido. No era profesor de Hogwarts, mucho menos un tutor. ¿Cómo había llegado allí antes del bombardeo entonces? ¿Estaba por solicitar un puesto en el colegio? ¿Era el padre de algún alumno? Hana miró alrededor, buscando algún joven estudiante que estuviera con él, que pudiera ser su hijo, porque de otro modo y a menos que su hijo fuera de Slytherin, si él era un padre debía haber estado buscando a su pequeño o pequeña en aquel desastre.

 

-¿Quién...

 

Pero la pregunta que había comenzado a formular quedó en el aire cuando dos alumnos con el rostro tiznado aparecieron, cargando una bolsa grande. La información no se hizo esperar y los chicos declararon que habían capturado un muggle de uno de los bombarderos. ¡Muggles! ¡En Hogwarts! Pero si el castillo estaba protegido con hechizos ancestrales anti-muggles, lo decía claramente en Una Historia de Hogwarts, libro que Hana había leído al ingresar al colegio tres años antes.

 

-¿Hana? ¿Cómo llegaron los muggles?- preguntó Ámbar que en aquel momento se había sentado sobre una enorme piedra caída, incapaz de seguir moviéndose por el dolor incesante de su tobillo maltratado. A su lado, Kalevi miraba el saco donde estaba el muggle con el rostro pálido debajo del polvillo, una de sus manos tomando la de Ámbar como lo habían hecho desde que eran pequeños. Los ojos de la bruja pelirroja estaban muy abiertos, temerosos.

 

-No lo sé... No lo sé...- fue todo lo que Rohana pudo decir, tomando asiento junto a sus primos.

 

Jeremy Triviani, el tutor, se hizo presente en la escena, muy maltratado pero al menos en una pieza y de inmediato comenzó a poner las cosas en orden. Le indicó a Zoella que usara un portal para entrar en la Sala Común y luego despertó al desmayado muggle con un hechizo, mientras todos se quedaban en silencio, expectantes, mientras esperaban la interrogación. Primero, el muggle dijo que no iba a decir nada y lo que pareció decir a continuación sonó a una amenaza, como si fuera a suicidarse y luego, el mago llamativo de cabello negro y mirada verde se presentó como Sebastian Crowld. ¡Sebastian Crowld! ¿Dónde había oído Rohana aquel nombre antes?

 

Me llamo Sebastian Crowld. Vine a Hogwarts cuando supe de los ataques, pero apenas pude hacer nada. Dale la poción y haz que lo suelte todo. Tenemos que saber quién es ese que se hace llamar a sí mismo el Inquisidor—.

 

-Y si no habla con eso, mi.erda que le haré hablar yo- dijo una fría voz de mujer que nadie había visto venir, ataviada con la túnica granate del Wizengamot, cabello negro atado en una cola de caballo ajustada y la mirada verde esmeralda más letal que se podría haber visto. En la mano derecha sostenía una daga sin distinción, sencilla. Truth-Teller la llamaban, la "Adivina" o "La que dice la verdad". En la izquierda, su varita mágica.

 

-¡Mamá!- gritó Rohana.

 

-¡Tía!- fue el llamado al unísono de Ámbar y Kalevi.

 

 

 

****

 

 

El Día de la Ira

Cissy Macnair

 

 

-¡Amita!- Jill salió corriendo a mi encuentro apenas me vio llegar al halla de la mansión Macnair, con Kore entre mis manos. La elfina parecía a punto de caerse del ataque de nervios que tenía, con sus dos enormes ojos azules abiertos como platos y sus manos huesudas temblaban. Detrás de ella estaban Swey, Dipsy y Tipsy, todos con la misma expresión nerviosa.

 

-Jil, necesito que resguarden la mansión y cuiden a Kore- dije de forma apremiante, moviéndome para dejar a mi hija en brazos de la delgada elfina, que nunca dudó al momento de tomarla. Kore se retorció al abandonar mis brazos, haciendo un pequeño quejido, pero eso fue todo-. ¿Dónde está Aidan?- pregunté, mirando alrededor. De haber estado en la mansión, en realidad, él hubiera salido a mi encuentro pero no fue así.

 

-Apenas escuchó la radio y miró en su aparato con pantalla (celular) salió corriendo hacia San Mungo- explicó la elfina-. Dijo algo sobre la señorita Arya- agregó, mientras se balanceaba para acunar a Kore.

 

Claro. Tenía sentido. Si Aidan había visto lo del ataque del Inquisidor a San Mungo, sería el primer lugar al que correría por su novia y su bebé no nata, porque ese sería el primer lugar al que Arya acudiría. Y probablemente al que también iría Juliette como medibruja. ¡Y donde estaría Hades! Sentí que algo me quemaba en el pecho y estaba a punto de conjurar un portal a San Mungo cuando busqué dentro de mí el motivo de mi huída del Hospital de Campaña. Tenía a una hija y dos sobrinos en Hogwarts, además de los hijos de los inquisidores del Ministerio. No podía correr tras tres adultos cuando había tres niños (y más) que me necesitaban en Hogwarts.

 

Miré el reloj. Eran las ocho y diez minutos. Ya había perdido siete minutos desde que había comenzado el ataque y Hogwarts bien podría estar sepultado bajo los escombros.

 

-Jill, Swey.... Dipsy, Tipsy- cada elfo me miró mientras los nombraba-. Cuiden a Kore y protejan la mansión. Si alguien intenta traspasar las defensas, lo quiero muerto- y con eso y otro Fulgura Nox, desaparecí del hall de la mansión Macnair.

 

*****

 

Alguien había vuelto a levantar las defensas de Hogwarts y me aparecí a cuatro kilómetros del castillo. Los bombarderos aún descargaban su lote sobre el edificio y los hechizos protectores que profesores y tutores habían puesto, seguramente. ¿Cómo habían encontrado Hogwarts esos malnacidos? Tenía que averiguarlo. Y tenía que averiguar quién era el Inquisidor, el loco que estaba detrás de aquella masacre. Como no podía aparecerme más cerca iba a tener que caminar y, desprovista de mi agilidad vampírica ahora que era humana, eso me iba a tomar tiempo. Con un hechizo, convertí la túnica granata del Wizengamot en algo cómodo y ligero mientras corría hacia el desastre.

 

-¿Qué demonios?- murmuré para mí misma y luego metí la mano en mi bolso de Moke, escondido siempre entre mi ropa. Mi escoba voladora estaba allí y la saqué con algo de dificultad, tirando algunos libros y pociones -esperando que ninguna se rompiera- en el camino.

 

Me monté de un salto y volé directo hacia Hogwarts.

 

Era obvio que las defensas se habían levantado contra muggles porque el escudo se onduló y me dejó atravesarlo, probablemente consciente de que ningún mago estaría atacándolos -o eso esperábamos- y corrí directo hacia donde sabía que los chicos estarían. El colgando en mi cuello seguía brillando con tonalidades rojizas, avisándome del peligro que todos corríamos aunque el bombardeo hubiera terminado. Los hospitales habían sido atacados a pie, a diferencia de Hogwarts y el MACUSA, así que bien podría haber un batallón marchando hacia el castillo en aquel momento. Con cada paso que daba más dentro del edficio, más destrucción y sollozos escuchaba. La gente que cruzaba en el camino arrastraba cuerpos de estudiantes y profesores por igual, algunos muertos, otros heridos, hacia el Gran Salón. Familiares buscando familiares, amigos buscando amigos. No dejé que el sentimiento de desesperanza me invadiera mientras bajaba a las tan conocidas Mazmorras donde estaba mi vieja Sala Común. Sabía que mis sobrinos y Hana estaban bien, lo sentía, como podía sentir el lazo con cualquier miembro de mi familia. Una conexión mágica irrompible.

 

Pero al llegar a la puerta de la Sala, sepultada por escombros, y ver a los reunidos allí, mis ojos primero fueron hacia el hombre que hablaba. Sebastian. Le había conocido, no personalmente sino por medio de Mackenzie y dudara que alguno de ellos lo recordase. Arqueomagos, tal como yo misma era una que finalmente se había volcado a la magia primigenia pero sanguínea. ¿Recordaría Mackenzie nuestra lección de Maldiciones cuando habíamos encontrado aquella cuna de magia primigenia junto a Mistify? Tendría que preguntarle, alguna vez.

 

Me llamo Sebastian Crowld. Vine a Hogwarts cuando supe de los ataques, pero apenas pude hacer nada. Dale la poción y haz que lo suelte todo. Tenemos que saber quién es ese que se hace llamar a sí mismo el Inquisidor—.

 

-Y si no habla con eso, mi.erda que le haré hablar yo- gruñí, apretando la daga que había sacado a medida que avanzaba por los corredores. La daga que poseía un pequeño recipiente en su mango, justo en el final, donde la sangre se reunía para ser utilizada para más tarde.

 

-¡Mamá!- gritó Rohana.

 

-¡Tía!- fue el llamado al unísono de Ámbar y Kalevi.

 

-Mis bebés- cambié el tono de inmediato, pasando del muggle, Sebastian, Jeremy -al que apenas había notado- y los otros reunidos, para abrazar a los tres Macnair que se encontraban allí-. Están bien- afirmé, examinándolos con ojo materno mientras evaluaba cortes y magulladuras. El pie de Ámbar estaba dañado, pero sólo una torcedura. La sien de Kalevi había sangrado, ahora sólo una costra quedaba. Y Hana tenía las manos y las rodillas lastimadas, pero parecía no importarle mientras tomaba a Ámbar de una mano y con la otra me tomaba a mí-. Estoy bien, estoy aquí... Tengo que sacarlos del castillo- murmuré para luego girarme al resto-. ¿Hay un plan de evacuación? No piensen en San Mungo, también fue atacado. ¿Algún castillo o mansión al que podamos llevarlos?- pregunté, mirando a Jeremy y luego a Sebastian.

 

@@Mackenzie Malfoy @@Arya Macnair @ @@Juliette Macnair @Jeremy Triviani @@Zoella Triviani

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