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El Día de la Ira


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Junio de 2020

En algún punto de Nueva York, Estados Unidos

El contacto cálido que había tenido con el cuerpo del Weasley, inexplicablemente había relajado un poco su alma y su mente. Era como si él, en esos momentos fuese aquella tranquilidad que necesitaba en su vida, así que no pudo evitar sonreírle abiertamente y relajar su postura. Se sentía cómoda con él y más, porque sabía que él comprendía parte de todo el caos que se estaba viviendo fuera, y no como ella, que había estado recluida en la oficina, desde hacía al menos un mes, de su habitación a la oficina y viceversa, algo que estaba matándola lentamente, pero que al ser su rutina diaria le funcionaba bastante bien.

 

—No tienes nada que agradecer, siempre serás bienvenido Nathan. —dijo sinceramente, recordando las miles de veces que habían coincidido, y que el lazo de amistad que los unía era sincero y fuerte.

 

Claro, que dejar Gringotts, los había distanciado un poco pero de momento, estaba segura que esa reunión les permitiría no solo ponerse al día con cuestiones laborales, sino un poco más personales. Pensando en eso, ordenó a la elfina doméstica que les llevara una botella de whiskey de fuego y un par de vasos con hielo, era todo lo que necesitaban por el momento. El café, quizás funcionaría en otro momento, pero no en ese, en donde todo estaba vuelto un caos completo y podría explotar en cualquier momento.

 

—Todos estamos teniendo que hacer sacrificios para adaptarnos un poco más a la situación, así que no te preocupes. No luces nada mal querido. —lo aduló con una sonrisa coqueta, mientras le guiñaba un ojo— Sé, que la situación a nivel internacional no es sencilla… todo esta al borde del precipicio, así que puedes hablar tranquilamente. —añadió, volviendo a su tono serio y profesional.

 

Clarisse, su elfina doméstica eligió justo ese momentoo para ingresar a la oficina y dejar en la mesa delante de ellos el pedido del alcohol. Sin dudarlo, la Black Lestrange, llevó el vaso a sus labios y comenzó a escuchar las palabras que Nathan tenía para darle. Sin duda, terminar con el líquido, no era el mayor de sus problemas. Todo era mucho más serio de lo que incluso alguna vez podría haber llegado a pensar, ¿estaban colapsando? ¿tan rápido? ¿justo en esos momentos? Eran las preguntas que rondaban por su mente.

 

Sabía lo que significaban esas palabras, el problema que se avecinaba y para el que tenía que estar más que lista para lidiar. El Fondo Mágico Internacional, tenía cierta estabilidad económica de momento, pero eso no iba a durar durante mucho tiempo. El dinero, se estaba dando como pan caliente a más de una nación, todas tenían revueltas, todas querían proteger a sus nacionales. Pensando en eso, simplemente bebió de fondo el licor y continuó escuchando atentamente las palabras del mago.

 

— ¿Qué tantos fondos está perdiendo Gringotts? ¿Los funcionarios del Ministerio aún conservan sus cuentas? ¿las familias más influyentes? Sé que los Black Lestrange, desean que saque los fondos de la familia del banco, pero aún me niego porque le tengo un poco de aprecio y cariño a la institución, aunque mi dinero esta ya aquí en el FMI, para protegerme y proteger los intereses de otras personas. —completó con una fingida tranquilidad.

 

Estaba preocupada, podía entender la situación por la que pasaban más de uno de los duendes y empleados que antes habían estado bajó su cargo. Podía incluso sentir el desazón y tristeza, así como la preocupación en las del castaño, ella también estaría volviéndose loca de trabajar en el banco aún, pero el destino la tenía en otra situación y quizás, solamente quizás podía ayudar desde las sombras, por el bienestar de la comunidad mágica que la vio crecer y convertirse en lo que era hoy por hoy.

 

—Nadie me ha escrito de Gran Bretaña, pero supongo que si estás aquí es porque necesitas o quieres algo, aparte de informarme de la situación, ¿no es así? —se atrevió a preguntar con tranquilidad— ¿Necesitan ayuda del fondo? Por favor, se lo más sincero posible y dime, como embajador y empleado de Gringotts, como sientes la situación actualmente. —pidió.

 

Necesitaba conocer totalmente la versión y el sentir de su amigo, porque en caso contrario podría comenzar a negar ayudas a la nación que la vio nacer, para beneficiar a la estadounidense que la estaba acogiendo de una manera aceptable, Además, de pensar, en que América y Asía, también tenían algunos problemas, en especial el primer continente, el sur era un hervidero de guerrillas, que ya había costado la vida de decenas de magos y brujas.

 

—Los duendes tienen miedo, también lo tendría… —concedió después de unos segundos— El banco dejó de ser el lugar seguro y acogedor que era, ahora mismo es un campo minado que explotará en cualquier momento, sino tiene una buena guía. —añadió, considerando que era justamente lo que ocurría con el FMI, sino hacía un correcto trabajo como directora y daba los apoyos a quien realmente lo merecía y necesitaba.

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Grimmauld Place #12

Islington, Londres

Cuando Mackenzie comienza a hablar, Ellie decide que lo mejor es tomar asiento. Dejando de lado el hecho de considera aquella una reunión oficial de la Orden del Fénix, el cansancio por las horas en la estación de alquimia y los recuerdos poco agradables que compartió Kaori con ella la tienen con los sentimientos a flor de piel. No duda que la información que están por compartir no será más esperanzadora y quizás termine dibujando un peor recuadro acerca de la nueva realidad que están viviendo... Pero sabe que no puede huir de su responsabilidad con la Orden del Fénix y con sus propios ideales, a pesar del peligro que eso supone. «Todos estamos haciendo sacrificios, algunos más grandes que otros», se dice, al advertir que la mujer no parece estar completamente bien. Se siente intrigada, pero no hace preguntas todavía pues sospecha que estas serán respondidas con su relato.

 

Rodea la taza que está frente a ella para calentarse las manos frías, pero se siente incapaz de darle un trago al café; su estómago está hecho un manojo de nervios y su garganta está tensa, conteniendo las palabras de ira y temor que se le acumulan en el pecho. ¿Qué más? ¿Qué más falta por contar? ¿Qué otro peso terminará cayendo sobre sus hombros? No puede evitar sentir cierto resentimiento con Hobb y Kaori por no estar ahí con ella, pero sabe que ellos tienen asuntos que los mantienen ocupados para esas reuniones. «Todos tenemos un papel que jugar. Quizás este es el mío».

 

Cuando Mackenzie termina de hablar, la taza está fría. El silencio se instala por unos breves momentos y Ellie se obliga a echarse hacia atrás en la silla, al percatarse de que había estado inclinándose hacia adelante.

 

Intenta recordarse que sólo es una persona más en los terribles eventos que azotan a la Comunidad Mágica Internacional; no es más que una de las hormigas del hormiguero, un grano de arena en una montaña... Intenta recordarse que, al final del día, sólo es una humana. Pero es inevitable sentir culpabilidad por no saber tantas cosas. No tenía la menor idea de que Mackenzie había sido secuestrada. ¿Por qué no notó la ausencia de uno de sus compañeros? Por supuesto, lo importante es que gracias a Elvis Gryffindor la bruja está allí para contarlo, pero de todas formas el pensamiento la perturba. «Esa mujer, Valkyria Karkarov, también fue secuestrada hace tiempo y apenas nos enterados. ¿Quiénes más están en peligro sin que lo sepamos, sin que los recordemos...?».

 

Sin embargo, lamentarse acerca de su culpabilidad sería egoísta, cuando no es ella la que está sufriendo.

 

Cierra los ojos, recordando su conversación con Kaori bajo la luz de la nueva información.

 

—No tiene sentido —sentía la garganta reseca, como si tuviera ganas de llorar. No obstante, se esforzó por contenerse—. S-si... si quieren matarnos... ¿por qué se llevaron a los bebés de los hospitales? —susurró, con un hilo de voz.

—Los bebés son los más vulnerables —le respondió Kaori.

 

Aquella debe ser la respuesta. No quieren eliminar a los magos y a la magia de la faz de la tierra. Quieren tener el control de ella y de ellos. No duda que tengan la capacidad de controlar a cientos y miles de magos, especialmente si cuentan con la magia como recurso. Pero para experimentos, lo mejor, sin duda, son los bebés. Ellie separa los labios, pero no se atreve a decirlo en voz alta. Tampoco le parece que haga falta: ellos deben entenderlo, razón por la que insisten en rescatarlos.

 

—Entiendo a lo que te refieres —susurra, con un hilo de voz. Es cierto, es un dilema: la razón les dice que no confíen, pero el corazón insiste en que deben mantenerse unidos.

 

»Tenemos muchos recursos que podemos usar a nuestro favor —dice Ellie. En la Orden del Fénix no sólo hay magos y brujas con influencia social y poder económico, sino verdadero poder mágico y habilidades extraordinarias. Ella misma posee conocimientos que no dudaría en poner al alcance de sus compañeros, aunque no tenga la valentía ni la habilidad para aplicarlos en una misión de aquel calibre—. Me preocupa la logística necesaria para rescatar a miles de bebés —por mucho que lo intente, ni siquiera es capaz de imaginar esa cantidad de infantes. Y honestamente, le sorprende: no imaginaba que la población mágica fuera tan densa, como para producir tantos niños mágicos al día. Pero, claro, su visión se limita a la comunidad a la que pertenece, cuando hay magos en todo el mundo.

 

»No podemos gastar tiempo en una reunión —dice, poniéndose de pie—. Enviaremos mensajes, por todos los medios posibles. Además de participantes para la misión, necesitamos recursos: encantamientos, pociones, objetos mágicos, trasporte.

 

En ese momento, Elvis se une a la reunión, declarando que concertó una cita para el rescate: en una hora, varios magos y brujas se reunirán en el Hospital Hindenbug. Aquello va más allá de la Orden del Fénix, se trata de algo que afecta a toda la comunidad mágica. Sin embargo, le preocupan las intenciones de personas ajenas a la organización, pero supone que el mago ya consideró aquello. También le preocupa la poca planificación y consideración con las trampas y problemas que podrían encontrar allá, pero es una carrera contra el reloj.

 

—Honestamente, no sé con cuántos más podamos contar —responde Ellie a la pregunta de Elvis—. Puedo ponerme en contacto con una o dos conocidas, pero esta no es la única reunión en la que he estado hoy. Mientras hablamos, hay otras misiones en curso. Y, tristemente, hay más información acerca de magos secuestrados y torturados en clínicas muggles, aunque es ingenuo pensar que no hay magos tras todo ésto —continúa. Le gustaría contarles más acerca de Valkyria y lo que presenció, pero no es el momento—. En definitiva, creo que no es una lucha entre magos y muggles.

 

«Tenemos que pensar cómo mantener al bando en sincronía, a pesar de no estar en el mismo lugar físicamente —se dice a sí misma, comprendiendo el tono de la reunión. Comprende que quizás los presentes se sienten solos, como si fueran los únicos dando la cara por la Orden del Fénix pero lo cierto es que hay mucho más, por toda Gran Bretaña. Hay muchos flancos que cubrir, muchos lugares donde son necesitados— Quizás... quizás esa vieja radio mágica acerca de la que leí...». Piensa en la época en que Harry Potter estaba buscando los horrocruxes de Tom Riddle, para poder derrotarlo. Ya que el Ministerio de Magia censuraba la información acerca de Potter y toda la Orden del Fénix, un alumno de Hogwarts creó una estación de radio para mantener la esperanza viva. Quizás eso es lo que necesitan.

 

—Les enviaré lo que pueda y a quiénes pueda —declara, apoyando los nudillos sobre la mesa—. Yo... yo debo ocuparme de algo más —añade por lo bajo. Y es que con tantos miembros de la Orden del Fénix arriesgándose en ese tipo de misiones, conociendo las terribles consecuencias de ser descubiertos como magos, hay otra misión muy importante. Un antídoto para la fatídica pastilla de la que se ha comenzado a saber.

Editado por Ellie Moody

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Mackenzie Malfoy

 

Grimmauld Place nº 12

 

 

 

Escuchó a Ellie en silencio, tratando de recuperar las fuerzas que se le habían estado escapando con cada una de sus anteriores palabras, mientras trataba de extraer de una mente, que había sido torturada hasta casi quebrarse, la mayor cantidad de información. Había intentado con tanto ahínco abrir su mente para exprimir de ella todos sus recuerdos, que ahora le costaba relajarse y aplacarla. Pensamientos fugaces de los presentes penetraban en su mente, captando la molestia de Xell, la preocupación de Sagitas y la reserva de Ellie. Escuchó en su propia mente el recuerdo de esta última acerca de una conversación sobre experimentos con bebés que la preocupaba sobremanera y se sintió decepcionada de que no estuviera dispuesta a compartir toda la información. Sabía que Ellie también podría leer la decepción en la mente de Mackenzie, pero no se molestó en utilizar Oclumancia. Lo cierto es que no tenía nada que esconder a sus compañeros de bando, pero aunque tal hubiera sido el caso, estaba utilizando la legilimancia más como un acto reflejo de una mente maltratada durante meses, que de una forma consciente y voluntaria. Por más que le molestara reconocer su propia debilidad, aún no se encontraba en plena forma como para controlar correctamente sus habilidades.

 

—A mi también me preocupa la logística, aunque tal vez no haya mucho tiempo para planificar todo esto con calma —respondió con voz entrecortada por el esfuerzo. —Todos los mensajes que oficialmente —recalcó aquella palabra— pueda enviar la Orden del Fénix serán de mucha ayuda. Gracias por el apoyo y los recursos. Es cierto, vamos a necesitar cantidades extras de todas esas cosas.

 

Se volvió hacia Sagitas, que en aquellos momentos la miraba con expresión confundida y la interrogaba acerca de una cuestión que Mackenzie también se había preguntado hacía ya unos meses, cuando supo de la existencia de los Redentis.

 

—¿Recuperar un Redentis? Pues no lo sé, Sagitas. Esa es una pregunta que me hice yo también al principio, aunque más adelante ya sólo quería matar a esa odiosa mujer. —El recuerdo de Mathilda Grimblehawk la ponía enferma. Respiró hondo y continuó, evitando pensar en la secretaria de la Confederación Internacional de magos y poniendo el foco de sus pensamientos en los cientos de magos inocentes que podían estar también a merced del Inquisidor. —Hasta donde yo sé no hay un contrahechizo para el Juramento Inquebrantable, pero conozco a alguien que investigó hace años sobre ello, quizás descubriera algo y, aunque así no fuera, es una línea de investigación que habría que retomar.

 

Muchos años atrás había tenido la oportunidad de conocer a un hombre a quien se le había intentado desvincular de un Juramento Inquebrantable. Había perdido toda su voluntad en el proceso y la mente de aquel hombre quedó hecha trizas, convirtiéndolo en poco más que un vegetal durante el resto de su vida, que afortunadamente para él, no duró mucho más. Recordó aquellas investigaciones ilegales y también las posteriores, realizadas por el Ministerio de Magia. Había archivos de todo ello. Y, si no bastaban, Mackenzie sabía de un investigador bastante capaz que también se había interesado por la cuestión. También sabía dónde encontrar los resultados de sus investigaciones, aunque estos últimos estarían sin duda protegidos por complicados encantamientos e ingeniosas maldiciones. Sonrió al pensar que no sería necesario salvar los obstáculos de una mente genial. Afortunadamente para ella, bastaría con preguntarle.

 

Elvis entró en ese momento en la cocina, con la urgencia de quien sabe que el tiempo apremia. Mackenzie le escuchó hablar sobre una periodista y un agente del MACUSA y no pudo evitar preguntarse si serían de fiar. Se reprendió a sí misma, recordando sus anteriores palabras. Cuando la desconfianza acecha, es el momento de confiar.

 

—Yo voy contigo, Elvis —se levantó y se puso a su lado, con la confianza de quien se siente parte de algo más grande que uno mismo.

 

Su mente seguía abierta y a su aire, no era capaz de controlarla del todo. Sintió la visión de Elvis en su propia cabeza, notando que la nostalgia que sentía el mago se clavaba como una púa en los nervios más sensibles de su cerebro. Mackenzie no había formado parte del bando en aquellos tiempos grandiosos que recordaba la mente que estaba leyendo, pero no le eran desconocidos. Los había vivido de otra manera y desde otra posición, primero como mortífaga, después desde la alta política. Y aún así, comprendía el sentimiento de Elvis hasta el punto de que su recuerdo también resultaba doloroso para ella. Pero igual que el mago, decidió que no valía la pena perderse en el pasado. Debían de ocuparse del presente.

 

Una tímida esperanza se asomó tras las palabras de Ellie, pero Mackenzie la desechó en el acto, recordando amargamente sus tiempos en la política. Lo que pueda y a quien pueda. Esas palabras también las había repetido mil veces Mackenzie cuando quería despedir a sus interlocutores con un bonito eufemismo de no me comprometo a nada. Se alegró de haber dejado la política, una vez más. Afortunadamente, ahora Mackenzie podía vivir con pasión sus propias causas, podía ser sincera consigo misma, podía ser leal a sí misma, podía arriesgarse, comprometerse, enfangarse, ganar y perder. Podía vivir, en definitiva.

 

—Gracias Ellie. Todo el soporte que nos puedas dar es bienvenido y espero que tengáis éxito también en esa otra misión —evitó comentar la diferencia entre urgente e importante. ¿De qué iba a servir?

 

Mackenzie comenzó a recoger las cosas que le había traído Hamilton, mientras escuchaba los planes de Elvis. Releyó los mensajes de Sebastian en el móvil, pero no había tiempo de responderle. Después de más de dos meses capturada, tenía una larga lista de mensajes sin responder. Algunos le hablaban de la píldora que Ellie acababa de comentar y de Laura Campbell, la directora del proyecto de investigación en Genetics Corporation. Supuso que Ellie tendría también sus fuentes de información, por lo que no vio necesario comentarle que su mejor amigo era muy cercano a la joven inventora de la terrible píldora.

 

—Vamos ya a ese Hospital, no hay tiempo que perder —apremió a Elvis, Sagitas y Xell con la mirada. —Conoces la zona lo suficiente, Elvis y tienes experiencia en estas cosas. Te seguiré en todo lo que digas. —De pronto, se acordó de la Varita de Sauco. Tenía que recuperarla. —Sólo te pido que me dejes encarar a Mathilda. Tiene algo que me pertenece y necesito recuperar.

 

Mackenzie salió de la cocina y de Grimmauld Place 12. Cuando llegó a Polonia, el frío del lugar y la gelidez de sus terribles recuerdos del Hospital Hindenburg le recorrieron todos los huesos del cuerpo y no pudo evitar un escalofrío.

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Junio de 2020

En algún punto de Nueva York, Estados Unidos

 

Le dio un largo trago a su whiskey de fuego, y saboreó la sensación en su garganta por unos segundos. Jugueteó, mientras tanto, con el vaso en tanto pensaba la mejor forma de responder la seguidilla de preguntas que la Black Lestrange le había hecho.

 

- Déjame mostrarte, - concertó finalmente, y procedió a hacer algo que muy rara vez se veía entre magos hoy en día. Nathan sabía que su amiga era legilimente, al igual que él, y oclumente, al igual que él. Por lo general, la mayoría de los magos mantenían dichas habilidades en secreto, pero ambos se lo habían confiado al otro años atrás. - para que veas por ti misma. - el Weasley extendió su mano para que Mia la tomase. Desde el momento en que sus manos entraran en contacto, él le otorgaría a su amiga completo acceso a los recuerdos de su mente, no para exponer todos sus secretos sino para, pura y exclusivamente, mostrarle uno de sus recuerdos. Nathan se estaba colocando a sí mismo en una posición de inmensa vulnerabilidad, pero confiaba en las buenas intenciones de la mujer que tenía en frente.

 

*-*

 

 

Un café en Cavendish Street, Londres, Inglaterra

Dos días atrás

 

Miró el reloj que llevaba ajustado alrededor de su muñeca: ya llevaba más de una hora esperando. Estaba sentado en la mesa de un café londinense, esperando a su "cita", quien evidentemente llevaba un retraso. Procuró no bufar muy audiblemente al mirar por la ventana y ver que el callejón que daba camino al café estaba vacío, sin rastros del asesor del Ministro de Magia, a quien ya estaba cansado de esperar. La taza de té que tenía en frente delante de sí hacía ya rato se había enfriado, y le había perdido el apetito. En circunstancias normales, un simple encantamiento no verbal hubiese bastado para que esté a la temperatura perfecta, pero no se atrevía a hacer magia estando tan expuesto, no en estos días.

 

La mesera que lo había atendido inicialmente ya había preguntado si estaba todo bien tres veces, a lo cual el Weasley había respondido afirmativamente, sin saber que más decir. No entendía el afán de los muggles por ser tan serviciales. Sin embargo, había aprendido a través de copiosa lectura y cuidadosa observación, que la atención al cliente era algo a lo cual los muggles le prestaban extremada atención, sin importar de qué lado de la relación cliente-empleado estuviesen. Comenzaba a pensar que sería mejor irse de allí para no atraer más atención, y de hecho estaba a punto de pedir la cuenta cuando el joven de treinta y tantos años que había estado esperando entró por la puerta del local.

 

Los ojos del muchacho se cruzaron con los del Weasley inmediatamente, y para alivio suyo (y a pesar de sus muy desafortunadas otras elecciones en la vida) el asesor era uno de los pocos magos que tenían un mínimo de noción de cómo vestirse frente a los muggles, algo que también lo tomó por sorpresa dada las previas intenciones de magos de su casta. De hecho, de no saber que era él, no le habría prestado atención en absoluto y lo habría calificado como otro muggle más. Supuso que, en tiempos como estos, hasta ellos reconocían que su magia estaba en peligro.

 

- Buenas tardes, Nathan. - soltó, apenas llegó a la mesa, y le extendió su mano al Weasley quien la estrechó firme y brevemente con la suya. - Perdona la demora, he tenido otra reunión que se extendió un poco más de la cuenta. Espero, sin embargo, que la nuestra sea breve. - acotó, mientras tomaba asiento en el sillón frente al Weasley y ordenaba una taza de café a la mesera, quien apenas estaba a medio camino hasta la mesa cuando recibió el pedido.

 

- ​Igor Malfoy. Sí, por favor, agradecería que no me hicieses perder más tiempo. - respondió el Weasley, indiferente ante el tono de su mensaje. - ¿Qué es eso tan importante que el ministro tiene para decirme, pero no lo suficientemente importante como para decírmelo él personalmente? - agregó, cuidando esta vez su entonación. A pesar de lo extraordinario de los tiempos que transcurrían, no era una buena idea declarar su oposición ante el actual régimen político a viva voz frente a uno de los trabajadores ministeriales que más contacto tenía con su responsable.

 

- No te lo tomes personal, Nathan. - contestó Igor, tras lo cual agradeció a la mesera quien había dejado el café frente suyo. - Esto bastará para lo de los dos, ¿cierto? - agregó, mirando a la mujer, extendiéndole un billete. Ella asintió. - Puedes quedarte con el cambio, entonces. Gracias. - La mesera le agradeció y se retiró rápidamente, como si supiese que el tiempo durante el cual su presencia frente a ellos era bienvenida había expirado. El Weasley se sorprendió: no era precisamente parte de la cultura muggle británica dejar propinas, por lo que se preguntó de dónde lo había aprendido el Malfoy.

 

- En fin... que no te lo tomes personal. El Ministro no ve a nadie que no sea su familia y sus asesores estos días. Te imaginarás, con el clima político actual, que es lógico que busque limitar sus contactos. - Nathan asintió, más no ofreció nada en respuesta, sino que espero a que el mago develase finalmente el motivo de su reunión. - El Ministerio está al tanto de la crisis económica que estamos viviendo; el último reporte de Gringotts causó un escándalo en los eslabones superiores, y quieren que tú te ocupes de evitar el colapso de nuestro sistema bancario. Han emitido una orden directa para que ninguno de los funcionarios ministeriales, sobretodo aquellos en rangos altos, puedan extraer sus reservas de Gringotts; pero te seré franco, han sido muy claros, no pondrán ni medio galeón para amortiguar la crisis.

 

Nathan quedó boquiabierto; claramente perplejo ante la ridiculez de lo que estaba escuchando.

 

- ¿Y cómo exactamente pretende el Ministerio que solucione una crisis económica sin dinero? No puedo forzar a la gente a mantener sus depósitos en Gringotts; va en contra de las reglas del banco, por no mencionar que estaría quebrantando unos cuantas leyes mágicas y violando derechos individuales también. - retrucó el Weasley, aferrándose a su taza de té para evitar golpear la mesa, o peor, el rostro de su compañía.

 

- No seas irracional, Weasley. Que nadie pretende que avasalles ningún derecho ni ley, solamente...

 

- No. Si la verdad que en los últimos meses todo se ha hecho de acuerdo al pie de la ley. De verdad que no sé de donde habré sacado esa idea. - respondió seca e irónicamente el Weasley, incapaz de contenerse a sí mismo.

 

- Solamente... - respondió el Malfoy, acentuando la palabra a modo de advertencia - pretendemos que solicites la ayuda correspondiente.

 

*-*

En algún punto de Nueva York, Estados Unidos

Junio de 2020

 

Nathan soltó la mano de su compañera, volviendo al presente. El sólo revivir el recuerdo le hacía hervir la sangre, por lo que le dio otro trago a su whiskey de fuego para calmar su temperamento, que últimamente estaba más irascible que de costumbre. Miró a los ojos a su amiga, esperando que con haber visto ese recuerdo entendiese la seriedad de la situación que los atravesaba actualmente y, aún peor, que se avecinaba en el futuro próximo.

 

- Como habrás visto, los funcionarios ministeriales aún mantienen sus depósitos en el Banco, sin embargo con el resto de las extracciones creo que los fondos de Gringotts actualmente son menos del veinte por-ciento de lo que era hace unos meses. En el último reporte que enviamos al ministerio, dejé bastante en claro que de continuarse la situación actual, no tendré más opción que comenzar a liquidar activos y, eventualmente, llamar a concurso de acreedores.

 

El peso de las palabras del Weasley era prácticamente tangible. A medida que hablaba, Nathan sentía como una gran carga salía de sus hombros, pero le apenaba saber que parte de esa sensación era porque la estaba transfiriendo a los de su amiga. Deseaba, más que nada, que no fuese su trabajo traerle estas malas noticias y, por sobre todo, que no fuese el trabajo de su amiga tener que lidiar con este tipo de situaciones. Carraspeó, y finalizó su trago de una vez. Decidido a revelar el verdadero propósito por el cual había venido a verla, dado que aún la bruja podía pensar que sus intenciones eran otras.

 

- En fin, que he venido aquí para ver qué hacemos. No permitiré que el Fondo ponga un solo galeón en las manos de este gobierno. No quiero que lo hagas porque de verdad es dinero que no sé si alguna vez podrás recuperar: con la fuga de efectivo que tenemos, y en virtud de que Gringotts nunca invirtió demasiado en activos propios, me parece que pronto el banco colapsará. Sabes tan bien como yo que eso no sería de lo peor para el gobierno mágico británico, sobretodo desde que decidieron que la reserva ministerial pública estuviese en el ministerio años atrás. Si te soy honesto, creo que la única razón por la que me enviaron aquí, es porque el pánico social se les fue de las manos y este es un gran incendio que aunque sea tienen chances de apagar.

 

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La noche reposaba sobre los adoquines cubiertos por las frías gotas de rocío. El zumbido de una ventisca hacía mover los delgados letreros de los negocios provocando que las cadenas que los sostenían rechinaran a falta de aceite, el chasquido de un encendedor, y los latidos de veinte corazones, era lo que escuchaba mientras caminaba hacia el hospital.

Perseguí el ruido de aquellos latidos, y los encontré justo frente al edificio, uno de los estaba sentado en la baranda fumando un cigarrillo, de allí venían los chasquidos. Pensándolo bien, no había pactado un punto de encuentro con Elvis y con Smith, pero cuanto más sigilosos nos moviéramos mejor sería para la misión.

 

Me escondí detrás de una pilastra junto al edificio, tratando de identificar algún aroma o voz de quienes se encontraban ocultos ¿Amigos o enemigos? Otro chasquido, acompañado por una voz que pronunció mi nombre.

 

-¿Panda?- dije saliendo de mi escondite y acercándome a la mujer -¿Será que mi padre envió a sus esbirros a la misión en lugar de venir el mismo a ocuparse del asunto? De todas formas me alegra que estén aquí, pero debemos escondernos- a metros hacia el sur había un callejón -Será mejor que no vean veintiún magos frente a una posible instalación de Genetics Corporation o seremos carne picada en cuestión de segundos.

 

Marchamos rumbo al callejón, con mi varita lancé un hechizo para silenciar sus pisadas. Nos aglomeramos unos con otros allí y me quedé fumando junto a Panda tras la pilastra donde había estado hacía unos segundos. En ello veo que Eobard se acerca a nuestra posición y nos saluda.

 

-Me encantará tomar una copa y contarle lo todo lo que sé sobre usted cuando esto termine- extendí mi mano para saludarlo -El plan es esperar aquí hasta que lleguen refuerzos. Estamos improvisando debido a la urgencia por lo que si tiene ideas que aporten a la causa estaremos encantados de escuchar, lo mismo para ti Capitana- observé a Panda con tranquilidad.

 

El ulular de una lechuza rompió el silencio del parque frente al hospital ¿Tendríamos compañía?

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Sede de las autoridades Federales Mágicas de Suiza, Berna

 

Me encontraba un poco nerviosa puesto que esta era la primera vez que ejercía este cargo, ser la secretaria de la Primer ministro de Francia era una responsabilidad bastante grande, ultimar detalles de las distintas reuniones, tratados, contratos y demás era una presión importante a decir verdad. Tome un respiro y me centre en lo que debía hacer, hace unos días venia programando una reunión con el Canciller de Suiza.

 

-Mon séjour a été très agréable. J'avoue que c'est un peu mouvementé et tu me manques beaucoup.- Le dije en perfecto francés iluminando mirostro con una sonrisa. -Tout est parfaitement dit, il suffit d'entrer dans la réunion.- La castaña me dio dos besos en la mejilla que me hizo soltar una risita por la muestra de cariño. -Je t'aime ma petite fleur...allez.- Le indique con un gesto amable para que me siguieran @Ada Camille Dumbledore y @taison_greyback

 

Ella me pidió que nos anunciara y así lo hice, esperando que nos reciban como es debido. al entrar al lugar nos encontramos con una sobriedad digna de dicha reunión, el mandatario @ se encontraba con sus asesores y ministros ya dispuestos a su alrededor y con una mesa de por medio.

 

-Muchas gracias por recibirnos señor canciller.- Hable con total calma. -Es sumamente amable y por favor reciba los siguientes presentes.- Hice le señas para que le entregaran los regalos que habiamos traído y recibieran nuestros asesores los que les entregaban.

 

Los presentes consistían en una flor de lis de fondo azul realizada en distintos metales preciosos un símbolo de la heráldica francesa, un sello de la república con el lema "Liberté, égalité et fraternité" y otros mas pequeños pero no menos relevantes mientras escuchábamos las palabras que nos dirigían...estaba ciertamente de acuerdo con una coalición franco/suiza para mantener la paz de nuestros pueblos a costa de lo que sea. Me tome unos segundos pensado que grado de explosión teníamos tan lejos de casa, mi segunda casa a decir verdad por que la primera siempre seria Inglaterra...

 

-Dígale que se sume a nosotros...- Susurre al asesor que me informo de la llegada de @ no sabia quien era y por que uso el nombre de Ada para presentarse en la reunión pero en cuestión de la seguridad de ella me interiorizara cuanto antes, -No recuerdo que yo le enviara invitación alguna ya que soy la encargada de esos pendientes para la ministra de mi país.- Quizá estaba siendo muy desubicada y él resultaba un personaje de la política muy importante y yo no lo sabia.

 

Dije alguna vez que realmente detesto la política...si lo hago, pero esto lo hacia por mi "Petite fleur" debía ser útil a su causa y fiel como ninguna otra.

 

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Editado por Lady Luxure Grindelwald

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Sede de las autoridades federales magicas de suiza , berna

 

 

El rubio caminaba muy por detras de la ministra junto a Misha su enorme lobo blanco , quien era el hermano de la loba que acompañaba a la ministra , cuando vio a su compañera ministerial @@Lady Luxure Grindelwald y comprendio que todo esto era posiblemente de lo que el hubiese creido en algun momento , recorrio rapidamente con la mirada el lugar , el cual simplemente era majestuoso pero sabia que no tenia tiempo para investigar cada rincon .

 

Miro a su lobo , e inclinandose levemente frente a el lo miro profundamente a los ojos -Misha quedate en la puerta vigilando - el lobo al percibir las ordenes del rubio se sento en el piso forma casi automatica.

 

Antes de entrar acomodo su corbata y su sobretodo , luego metio sus manos en sus bolsillos y entro a paso seguro por detras de la ministra , al entrar saludo con una leve reverencia al canciller - muchas gracias por su amabilidad señor canciller , permitame presentarme soy Taison Greyback jefe de seguridad de la señora ministra y jefe del departamento de aurores frances - se presento cortezmente mientras movia un asiento para que la ministra se sentara en el -Madame-.

 

Escucho con atencion tanto lo que dijo el señor canciller mientras tomaba asiento al lado de la ministra, como lo que estaba pasando con su compañera ya que el era el responsable por la seguridad de los presentes , quedo fascinado ante la idea de la union entre ambos paises de cara a esta crisis con los nomaj , prefirio que la ministra @@Ada Camille Dumbledore hablara y expusiera lo que ella creyera pertinente exponer , por lo cual solo se limito a cruzar sus manos analizando lo que ahi se dijese .

 

Las viejas costumbres lo obligaban a analizar las posibilidades de seguridad en cuanto a lo que se llegara a plantear por parte de ambos mandatarios . Mientras miraba de reojo a la loba que no se despegaba de la rubia , en cuanto a la seguridad de la ministra estaba tranquilo , pero habian mas personas importantes en aquella habitacion y era su obligacion tambien protegerles aun cuando solo fuera en ese momento unicamente.

 

 

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En Grimmault Place:

 

Fruncimiento de ceño; primera reacción ante las palabras de Ellie a quien había estado escuchando en silencio. Desilusión; segunda reacción que no pude detener y se quedó grabada en mi rostro mientras sentía que había algo que no entendía. No había dicho el "sí" tajante y resoluto que me esperaba; tampoco un "no" definitivo. Sólo la idea de la posibilidad y de la logística que se necesitaba para ello.

 

-- ¿Miles de bebes? -- contesté, al fin. Mi voz no era fuerte, o no más fuerte de lo que solía, pero el susurro con el que hablaba Ellie en aquellos momentos, como si supiera que había oídos extraños escuchando, hizo que mi tono sonara como un estruendo en la cocina. -- ¿Cómo que miles de bebés?

 

Me suponía muy lerda para imaginar a unos bebés secuestrados, unos, algunos, muchos, unos cuantos... ¿Miles de Bebés? ¿Para qué necesitaba aquel maldito Inquisidor miles de bebés? Eso le daba a la situación en la que nos movíamos un aire mucho más diferente. No hablábamos de una mujer secuestrada que nos había podido enviar una pista y que Elvis había conseguido interpretar para salvarla. ¿Cuánto tiempo habíamos tardado en recuperar a Mackenzie? ¿Unos dos meses? No sé porqué me enfadaba, si por la sensación de que Ellie nos daba largas, si porque no sabía cómo podían haber miles de bebes en hospitales el mismo día y a la misma hora para ser secuestrados o que aquel Esquizofrénico (¿Se decía así?) Muggle que se autodenominaba El Inquisidor tenía tanta información como para atacar en nuestros puntos más débiles y sensibles como sociedad mágica.

 

Di un golpe imprevisto en la mesa con la palma de la mano y varias tazas de café vibraron; hasta yo me asusté por la emoción que descargaba con aquel manotazo.

 

-- Los recursos están aquí -- Y me señalé con otro par de golpes en el pecho con la otra mano. ¿Por qué tenía que ser tan vehemente en mi rabia? Seguro que me dolería el pecho durante varios días. -- ¿Cómo crees que puedo mover todo un circo , con su staff, animales, utensilios,mobiliario...? Yo puedo proporcionar encantamientos, pociones, objetos mágicos, trasporte... Y no soy la única -- añadí, al recordar como el mismo Elvis había conseguido sus propias pociones y las había puesto a disposición de la curación de Mackenzie. -- Y no creo ser la única que pueda abrir portales para movernos de un punto a otro más rápido que un parpadeo.

 

¿Qué estaba insinuando con aquello? ¿Qué a veces la burocracia era más carga que las ganas de hacer las cosas? En aquel momento, todo lo que había dicho Elvis sobre su hija Shelle, periodista de un periódico de fuera, estuviera dónde fuere ese lugar, y lo del plan B, se desdibujaba en la información que había más misiones en curso y que no podíamos aspirar a que la Orden estuviera en todas, que seríamos los que quisiéramos seguir adelante, que nos podíamos mantener informados con la radio, que ella tenía que irse para ocuparse de otra cosa...

 

Decepción, pura y dura, intentando despertar de aquella sensación de que hoy no me había lavado las orejas y que no sentía bien; preguntándome qué podía ser tan o más importante que bebés secuestrados (miles de bebés) y cómo era posible que hubiera una pastilla que curara la magia, que no era una enfermedad y, por tanto, no tenía cura, y un antídoto para una pastilla que no podía existir. Lo que fuera que aquellos muggles habían conseguido, nunca curaría la magia. La apagaría, la dormiría, la dejaría en un uso por debajo de cualquier valor asumible, como las drogas de un yonkie que te hace creer que eres otra cosa mientras el chute te hace viajar al infinito. Yo no entendía de sanación, ni de genética, ni de enfermedades pero la Magia no era una enfermedad. Yo no era una enferma, ni los presentes lo eran. Por tanto, no habría pastillas para curar mi magia. Y ni iba a tomar algo que pudiera mermar mis capacidades, fuera como fuera, ni deseaba no tener aquellas capacidades intrínsecas en mi ser (maldito Demian Luxure, con su campaña de apoyo a que los magos aceptaran tomar esa pastillita, como si quisiera tener una sociedad de yonkies dormidos a sus pies; ¿qué tanto aporte mortio habría en aquellas difusiones de su radio para pedir que accedieran a ello?) Vale, no entendía ni papa de pastillistas pero, lo que era yo, no iba a tomarme ni una ni a molestarme en ayudar a los bobos que accedieran a tomársela en su propia decisión.

 

Ufff, espera, Sagitas, empiezas a echar humo por las orejas. Estaba con Mackenzie, yo seguía en mis trece de ir a salvar a los bebés y mis ojos lanzaron una expresión de furia al contestarle afirmativamente, que la acompañaba.

 

-- Yo también voy al hospital ese de Polonia pero... -- tuve que hacer un gran esfuerzo para que mi voz se mantuviera en ese tono medio y no ascendiera en un grito agudo. -- Pero dame un minuto. Necesito tomar aire. Y tal vez comprarme una radio-loro de esas que se llevan en el hombro a todo grito para escuchar las noticias que nos envíen nuestros compañeros de la Orden.

 

¿Estaba siendo justa? No, posiblemente no, pero salí de la cocina y abrí la puerta de Grimmault Place para escapar de aquel cuartel que, de repente, me parecía más lóbrego que cuando entré... ¿aquella mañana? El aire no era lo frío que me esperaba ni lo sanador que pretendía. Olía a fritanga, a hierba seca y a alcohol esparcido por los bancos. Cerré los ojos para intentar mantener el equilibrio, el físico y el mental. No deseaba caerme de los escaloncitos que llevaban a la puerta número doce.

 

Y hubiera seguido con los ojos cerrados un minuto más, con las manos apoyadas en el quicio de la puerta, si no hubiera sentido el nombre a grito pelado de mi sobrina Xell. Una sensación de peligro invadió mis fosas nasales y bajé los escalones del cuartel que, al no estar yo encima, volvió a difundirse en la nada. Unas porterías más alejadas, una mujer golpeaba una puerta preguntando por Xell y diciendo que era defensora de su especie. El dueño de aquella casa le empujaba y le decía que se largara, que allá no había nadie llamado así.

 

-- ¿Especie? -- susurré, cada vez más enfadada, con la varita asomando de mi manga, aunque aún sin mostrarme a la extraña. -- ¿Es que ahora encima vamos a ser tratados como una especie en vías de extinción?

 

Aunque algo de razón tenía ese pensamiento. En vías de extinción si no parábamos aquello de una vez.

 

 

 

(puente y contesto a Sean y a Dick, prometido)

Editado por Sagitas Potter Blue

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El Día de La Ira.

 

Giraba sobre su eje sin detenerse, pese a que la gravedad lo llamaba a gritos. El detalle con el que aquel pequeño objeto había sido diseñado provocaba que con cada giro apenas perdiese impulso; aunque fuese algo nimio, aquello era hipnótico. El metal reflejaba la iluminación eléctrica del lugar, atenuada adrede para crear un clima artificial de calidez mezclada con falsa privacidad. La manufactura era exquisita y se balanceaba a la perfección entre lo llamativo y lo sobrio. Aquel anillo podía pasar desapercibido a la vez que resultaba imposible no detenerse a apreciar los milimétricos detalles en el escudo de la familia Macnair grabado sobre plata. En el instante en el que aquel pequeño objeto detuvo su trayectoria frente a ella, la aristócrata salió bruscamente de la abstracción mental en la que se había sumergido mientras el aroma a cerveza tirada crecía a su alrededor. Lo tomó con delicadeza y volvió a guardarlo en su bolsillo.

 

Aquel modesto bar no destacaba en la tradición nocturna londinense ni tenía una posición reservada entre los primeros resultados de los buscadores de internet muggles, esos que indican los sitios de moda o aquellos que pueden permitirse publicidad paga para captar la atención de potencial clientela. Su fachada, donde predominaba la parquedad de los tonos grisáceos, no lograba imponerse frente al resto de los negocios gastronómicos y las casas bajas de aquella poco transitada calle. Los casuales transeúntes solo detenían sus pasos para repasar los atractivos descuentos en tragos y los 2x1 en varias marcas de cerveza industrial escritos en letras de colores pastel en un letrero de estilo pizarra dispuesto junto a la entrada del local. La falta de Wi-Fi abierto en el lugar, un requisito fundamental para asegurarse el favor de los millennials, provocaba que los más jóvenes desistieran de ingresar al lugar para humedecer la garganta. El único indicio de modernidad de aquel bar era la enorme cantidad de medios de pago electrónico que aceptaba, expuestos uno a uno mediante stickers adheridos en la puerta.

 

El espacio era reducido pero lograba, de alguna forma que no podía descifrar, no volverse un completo caos. Los pasillos formados entre las sillas, pese a ser estrechos, estaban medidos inteligentemente para que los erráticos movimientos de los borrachos no molestasen a quienes bebían tranquilamente un jarro de cerveza helada. Las distintas charlas entre los clientes, agrupados en un número limitado de pequeñas mesas de madera gastada por el constante flujo de copas y personas, se mezclaban entre ellas hasta el punto de tornarse indivisibles, dada la imposibilidad de guardar demasiada distancia. Las diferentes voces, las carcajadas e incluso los llantos melancólicos de las almas en pena se superponían unos con otros en el bullicio, aportando a “Flaming Bar” un clima animado imprescindible para afianzar la relación con sus visitantes habituales y atraer nuevos. Sin demasiada publicidad, aquel negocio familiar y de pocas pretensiones se había ganado su humilde lugar en la noche de Londres gracias al siempre eficiente boca a boca.

 

El pintoresco bar era el sitio perfecto para pasar desapercibido, al menos en relación a los más famosos y concurridos clubes del centro de la cosmopolita ciudad y los alrededores del mismo. No resultaba particularmente complejo captar la actividad de los dealers, que con cuestionable disimulo vendían su mercancía en las mesas más apartadas de la entrada. Había en la atmósfera del lugar cierto tufillo a complicidad, a la necesidad comunitaria de escapar por unos momentos de la mirada de un Estado que reprimía cada vez más la libertad. La policía, que desde la caída del estatuto habían aumentado exponencialmente el número de inspecciones y de consecuentes detenciones, interrumpía en el bar cada dos horas y apenas permanecían allí unos escasos cinco minutos en los que eran invitados a una cerveza por los encargados del barril. Si bien las nuevas inscripciones para sumarse a la fuerza policial habían experimentado también un considerable aumento, la formación de los cadetes llevaba meses y el terreno a cubrir para detectar la actividad mágica ilegalizada resultaba imposible de vigilar en su totalidad a toda hora. Era por ello que, lejos de los sitios lujosos a los que gustaba asistir, la Médici se había vuelto una figura habitual de “Flaming Bar” para recrear cierta “familiaridad” con los empleados. El ambiente del lugar, apartado de las grandes concentraciones de gente y de las huellas que había dejado la guerra, le calzaba como anillo al dedo para evitar encuentros indeseados con los funcionarios ingleses. Incluso le había tomado el gustillo a mezclarse entre la clase media suburbana que asistía allí luego de su extenuante jornada laboral.

 

Lucrezia se inclinó unos centímetros más sobre la barra, apoyando sus codos sobre la poco higiénica superficie de madera que, bajo la influencia del alcohol, parecía extenderse infinitamente hacia los lados. Procuró mantener la espalda erguida para repeler las miradas de quienes buscaban en ella una presa fácil de seducir. Permitió que la capucha de su ligero sobretodo cayera por el repentino movimiento, dejando así que su lacio cabello negro se desplegara sobre su espalda con libertad; ni un rastro quedaba de su natural color dorado, aquella característica que la opinión pública reconocía como sello distintivo de una mujer de la alta sociedad italiana con sobrada influencia tanto en el mundo de la política como el de las finanzas y como quién había amenazado la vida del ministro de magia inglés y sus seguidores. La figura de fugitiva número 1, sin la cobertura que la guerra entre naciones le hubo significado durante semanas, la había obligado a diferenciar su aspecto físico del expuesto en las imágenes que el Ministerio había hecho circular semanas atrás para dar con su paradero.

 

El movimiento de sus dedos fue apenas perceptible para toda persona que allí se encontraba, salvo para la avispada mirada del atento cantinero que, gracias a una vasta experiencia en aquel rubro, lo interpretó como la más clara indicación de repetir el trago que apenas minutos atrás le había preparado a su clienta favorita, de aspecto refinado y misterioso. El robusto hombre, de mediana edad y cuya prominente barriga se escapaba tímidamente debajo de una camisa que se esforzaba inútilmente por ajustarse a su cuerpo, decidió priorizar a la única mujer que había tomado asiento en una de las banquetas ubicadas en la barra. Las damas primero, suelen decir. Le sonrió a quien resultaba el dueño del bar, cuya confianza se había ganado con las generosas propinas que solía dejar para los empleados. Apena unos segundos después la aristócrata recibió un pequeño shot de tequila, junto a un salero y un gajo de limón. Lo bebió de un único sorbo para que el ardor de la bebida abrazara su garganta.

 

A medida que su acelerado metabolismo procesaba el alcohol que había ingerido y que el tiempo pasaba sin detenerse en ello, algo comenzaba a surgir tímidamente en su fuero interno. No era un pensamiento, no; más bien se trataba de algo que escalaba desde las profundidades de su inconsciente para tomar el protagonismo en su cabeza y que se expresaba como una sensación extraña en todo su cuerpo como si fuese un malestar general que anticipaba una dura fiebre. Algo estaba desajustado, mal. Todo ello se sentía súbitamente incorrecto, como si el tequila hubiese desbloqueado ideas que se había esforzado por censurar para garantizar su propia seguridad ¿Por qué estaba allí otra noche más, rodeada de personas desconocidas, y no en la comodidad de su lujosa mansión que no había visitado en semanas por el peligro que ello representaba? Si las infame decisión de Aaron de exponer a todo el mundo la existencia de la magia había decantado en la prohibición de la misma, provocando que incluso él tuviese que huir como rata de la vida pública ¿Por qué tendría miedo de volver? Sin dudas, atrapar a quien había interrumpido su fallida reunión de los 28 amenazando con volar todo por los aires había dejado de ser su prioridad mucho tiempo atrás ¿Por qué no enfrentarlo ahora que lo carcomía su debilidad? ¿Por qué estar bajo la amenaza de un mentecato cuando nunca se había dejado amedrentar por nada ni nadie?

 

- Te has quedado congelada, Zoe.- la llamó el cantinero, quien había caído con facilidad en la trampa del nombre falso.- Debo cerrar, ya es la mañana. Puedes volver mañana si quieres.

 

- Oh, lo siento. Fue un día difícil en el trabajo…El tiempo se pasa volando últimamente.- se disculpó Lucrezia simulando sinceridad, incorporándose y dejando que sus pies volvieran a hacer contacto con el suelo.

 

La joven aristócrata apoyó sobre la barra una pequeña montaña de libras, superando con creces el monto de todo lo que había consumido aquella madrugada. Su experiencia con el sistema bancario y las divisas muggles le permitía manejarse con mucha más facilidad que el resto de los magos y brujas a quienes habían obligado a adoptar un modo de vida no mágico para sobrevivir en el anonimato. Su prodigiosa mente conocía de memoria las monedas de cada país y su correspondiente conversión. Conocía también, por supuesto, el efecto que el dinero tenía en las personas. Sonrió complacida al notar los indicios de alegría reprimida en el rostro del cantinero por ver tamaña cantidad de billetes y con un simple ademán le indicó que se quedara con el vuelto. Pese a que los cuantiosos fondos que guardaba en el banco Gringotts se encontraban congelados aún conservaba una considerable riqueza propia de la gente de su casta.

 

La Médici dio media vuelta y atravesó airosa el pasillo que llevaba directo hacia la salida del bar. Las voces de los últimos clientes que aún permanecían en el lugar se extinguieron bruscamente en el instante en que la puerta se cerró tras su paso, produciendo un chirrido que quedó camuflado entre el ruido producido por la carrocería de los automóviles que circulaban por la calle con un flujo pausado y tranquilo. La luz de la mañana todo lo cubría, reflejándose en los aparadores de los negocios de moda cuyos maniquíes vestidos con atuendos que anunciaban el verano observaban con sus frías maridas a aquellos que pasaban por delante. Se respiraba normalidad, algo que había sido añorado por la ciudadanía toda luego de una ya finiquitada guerra que había tenido al centro de Londres como su escenario más crudo y cruel. Había algo reconfortante en la tranquilidad de la atmósfera que confrontaba abiertamente con los pensamientos que atravesaban la mente de la mujer en aquel instante.

 

Lucrezia colocó sus manos en los bolsillos de su sobretodo borgoña, guareciéndolas del frío húmedo de la media mañana, y acomodó los mechones de su negro cabello que se resistían a respetar la perfección de su peinado. La aristócrata partió hacia la derecha, avezada conocedora de los alrededores de aquel bar que había frecuentado en las noches pasadas. La falta de peatones transitando la calle sentenció aquel instante como la ocasión perfecta para romper con la inefable ley de prohibición de la magia que tanto limitaba su accionar frente a las miradas de terceros. Caminó con tranquilidad para no levantar ningún tipo de sospecha entre los curiosos que, desde la protección de sus automóviles, la observaban allí, sola y sin llamar la atención más que por su innata belleza. La mortífaga esperó cauta a que el semáforo de la esquina diera luz verde para que los coches avanzasen y dejasen de ser un peligro; solo entonces prosiguió con su plan.

 

Se adentró en el callejón más próximo, ubicado entre dos altos edificios de ladrillo que proyectaban una conveniente sombra sobre el angosto pasillo que resultaba perfecta para pasar desapercibida. Una vez se percibió lo suficientemente alejada de la gente extrajo de su bolsillo un objeto que desde su desaparición de Buckingham había llevado consigo siempre pero que no había vuelto a usar pese a la tentación: su espejo comunicador. Lucrezia lo sostuvo con firmeza frente a su rostro, asegurándose que el cristal reflejase el mejor ángulo de sus angulosas facciones. Separó apenas sus carnosos labios pero para su sorpresa las palabras no brotaron de su garganta inmediatamente ¿Era realmente el momento de salir de la clandestinidad, aquello que se había convertido en su forma de vida en las últimas semanas? Su mente formuló un único deseo, tan fuerte y claro que la aturdió como el más chirriante de los sonidos: que del otro lado hubiese una respuesta.

 

- ¿Podemos vernos?

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A las afueras del Hospital Hindeburg

Casi se da una palmada en la frente al ver a semejante número de personas ahí reunidas. Parecían parte de una milicia privada, pero la discreción definitivamente no era lo suyo. Con todo, agradeció que Shelle le orientara mejor respecto a la situación. En ese momento, los presentes le eran desconocidos. ¿La guerra había unido a sinfín de causas?

En ese caso, esperemos salir vivos de esto. estrechó la mano para corresponder el saludo. Soy lo último que queda de los Minutemen de Boston tras los ataques, así que en definitiva puedo descartar un ataque frontal total.

Los ataques a Nueva Inglaterra, aunque silenciados por los medios, habían dejado tras sí una devastación tanto muggle como mágica. El grupo que mencionaba, era conocido por sus ataques de guerrilla, breves, pero significativos. Para sus adentros, deseaba que Nash hubiese podido recuperar a alguno de los suyos.

La mencionada Panda, parecía ser quien dirigía al pequeño grupo que casi echaba a perder la cubierta. Aún ahí, fuera de las avenidas, eran un blanco potencial. Sostuvo su varita con la diestra, trazando un mapa en el concreto a medida que movía el fragmento de nogal negro.

Podría crearse una distracción en la entrada principal. Un grupo pequeño, cinco o diez personas. Eso nos daría tiempo para entrar por dónde menos lo esperen. ¿Alguien tendrá algún plano del interior de las instalaciones?

Si bien, el interpreté de ese tipo de documentos, era Wells, Black Lestrange tampoco se quedaba atrás. El trazo del edificio en vista de planta, apareció en el centro, mientras que una serie de puntos se agruparon en lo que parecía ser el frente de la edificación. En la parte trasera, se dibujaron una especie de flechas que acompañaban a otro grupo de puntos, representando el equipo de extracción.

Nos podría dar el tiempo necesario para ingreso y extracción. A menos, claro, que no sean los únicos objetivos por los que estamos aquí, porque en todo caso, habrá que ponernos creativos con los disfraces. Poción multijugos, aunque seguro estarán esperando que la usemos.

Aquello era un conflicto entre distintas facciones. Incluso si un grupo perseguía un mismo objetivo, podía tener distintas directivas. No le extrañaría que hubiese algún interés de por medio, pero de ser así, quería conocer cuántas variables le fuera posible antes de salir de la trinchera. Algo no le cuadraba; el plan daba la impresión de ser sencillo, pero tenía la impresión de que estaban de pie sobre una trampa, esperando al mínimo movimiento para activarse
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