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Enemigos de ayer y hoy


Juliens
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Escuchó una a una las opiniones de las sacerdotisas, intentando alinearlas con lo que ella misma había visto en la isla. Era obvio que algo había puesto a Avalon contra ellas, las verdaderas preguntas eran qué y por qué.

 

—Sea lo que sea, — intervino después de su prima Lily, —está avanzando. Tenemos que detenerlo, pronto.

 

Su calma fue interrumpida entonces por un grupo de animales que irrumpió de una de las orillas del claro directamente hacia ellas. Todos era animales que habitaban la isla comúnmente, pero al igual que la pantera en la playa, sus ojos emitían un brillo cremesino que parecía extenderse un poco sobre los párpados.

 

Sagitas, siendo la más cercana a ellos, fue atacada primero. Scavenger la vio caer al piso con un tigre encima y estaba a punto de lanzar un hechizo para defenderla cuando sintió un dolor agudo en la pierna derecha. Un bowtruckle había clavado sus garras justo en el cartílago de su rodilla. Por instinto extendió la mano para intentar tomarlo, era un bicho sorpresivamente fuerte, considerando su tamaño, después de unos segundos sin éxito, apuntó su varita y aplicó el mismo truco que antes; un rayo impactó contra el bowtruckle y éste a su vez colapsó hacia el piso, dejándola en paz. A su lado, sus compañeras se deshacían de sus animales también

 

Fue Xell quien llamó su atención, ya que en vez de pelear contra el animal que la atacaba, Scavenger la vio concentrarse y extender la mano hacia la criatura con un gesto cariñoso. Estaba a punto de decirle que tuviera cuidado, pero para su sorpresa pudo ver como poco a poco el rojo de los ojos del tejón desaparecía. Cuando su compañera abrió los ojos de nuevo el animal parecía haber regresado a la normalidad.

 

Ella sabía que muchas cosas eran posibles en Avalon, que al ser un lugar lleno de poder la magia se manifestaba en maneras distintas al resto del mundo. Entendía también que la naturaleza de las sacerdotisas era la sanación, el equilibrio entre las energías que las rodeaban y regían la tierra misma, pero que una pudiera ejercer ese poder le era imposible, hasta entonces. Recordó entonces que antes del ataque Sagitas estaba hablando de unos hechizos del clan que podían usar para lidiar con esto, a lo mejor esto era uno de ellos.

 

Le hubiese gustado ahondar en el tema, darse un momento para hablar con cada una de las presentes para descubrir qué se había perdido en esos años, pero ante la urgencia de lo que las rodeaba, ese era un lujo con el que no contaba.

 

— Sí, estoy bien. Gracias. — le respondió a su prima. — Creo que esto es algo externo, viene de afuera de la isla. Debemos evitar que llegue al centro de la isla, si la pirámide sobrevive podremos revertir el daño hecho, como dice Sagitas, entre todas. Mientras, no creo que podamos seguir haciendo … eso— señaló a Xell, que aún sostenía el tejón entre sus manos — con todos los animales en la isla, son demasiados para nosotros.

 

>> Tenemos que movernos, llegar a la pirámide como dice Lily, aquí afuera sólo somos blancos fáciles para los animales.

 

Empezó a andar hacía donde ella sabía se encontraba la pirámide, esperando que a pesar de sus años lejos de Avalon el edificio siguiera en el mismo lugar. Con la varita bien empuñada en su mano derecha, dio el primer paso y sintió una ráfaga de dolor recorrer su rodilla, esa mordida que el bowtruckle le había puesto iba a causarle problemas si no la atendía pronto. Ya tendría tiempo para hacerlo, ahora lo importante era llegar al centro. Se giró para mirar a las demás sacerdotisas.

 

—¿Vienen? — les preguntó.

 

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Los oscuros permanecen en silencio, expectantes. Desde las densas sombras del laberinto de cachivaches viene un sonido quejumbroso y lastimero, que suena a metal y a óxido; lo escuchan acercarse, pero en lugar de reaccionar, observan. Madeleine, conociendo la naturaleza de todo lo que almacenan en aquella bodega, considera que no es una locura admitir que hay algo que puede moverse. Intenta no alterarse, sino esperar y ver. Sin embargo, aquel sonido le eriza el vello de los brazos y la obliga a llevar la mano a la empuñadura de Melle, que está guardada en la vaina que carga en la espalda.

 

«Déjà vu».

 

Por una milésima de segundo, no está el subsuelo de la Fortaleza Errante. Por una milésima de segundo está junto a Jank, Catherine, Zarco y Saya. «¡Hora de usar a Melle!», dice Jank. Y entonces... el canto lastimero del Fénix, que emana del filo de su espada de meteorito.

 

 

—Jank —susurra Madeleine, arrugando ligeramente la nariz al recordar el olor de la sangre del venado. Sin embargo, no hay tiempo para pensar en aquellas nimiedades—, ¿crees que...?

 

El claqueteo metálico es más fuerte y más cercano. Su voz se ahoga, cuando lo observa salir de las sombras.

 

Mide por lo menos tres metros de alto. Recuerda que antes el metal brillaba como lava ardiente, pero ahora luce oxidado y opaco, aunque no tan poco amenazante como lo habría deseado. Madeleine observa la abertura que hizo Melle en el monstruo metálico, casi decapitándolo; en el interior observa la mecánica interna, llena de cables, engranajes y quién sabe qué más. De alguna forma, la cabeza y las extremidades están unidas al cuerpo, aunque la verdad es que le importa muy poco de qué forma aquello es posible. Camina lentamente al principio, como espíritu errante y olvidado... Pero cuando se encuentra frente a los oscuros, a pesar de los metros que los separan, un brillo rojizo aparece en los agujeros de la cabeza que emulan ojos. Entonces unas líneas con un resplandor similar se extienden por el cuerpo y las extremidades, como si se tratase de sangre fluyendo por las venas.

 

Su cuerpo reacciona antes que su mente. Sus músculos se tensan, comprendiendo lo que está a punto de suceder, pero sin saber cómo verbalizarlo.

 

Una serie de chirridos resuenan por toda la cámara, cuando los pasos cobran rapidez y fuerza. Está corriendo hacia ellos... Y Madeleine no tiene intenciones de que la aplasten contra la pared.

 

—¡Cuidado! —suelta, aunque sabe es es est****o. No es como si los demás no pudieran observar el gran traste metálico que corre hacia ellos.

 

En lugar de desenvainar a Melle, Madeleine levanta una mano desnuda y vacía hacia adelante. Es una locura, pero no lo piensa dos veces. Estudiar y entrenar es bueno, pero ¿de qué sirve todo ese esfuerzo, si no es capaz de usar lo que ha aprendido cuando de verdad es necesario? Con un gesto veloz, recoge las sombras de su alrededor para invocar una criatura de las sombras. Las tinieblas se arremolinan frente a ella; al principio se tratan de varios montones de oscuridad, pero parecen demasiado débiles como para tomar forma, de modo que se unen y moldean la gran figura de un lobo. Su pelaje negro es grueso, con la apariencia de un millar de espinas oscuras; lo interrumpe una línea de pelo escarlata, que dibuja un rayo atravesando uno de sus costados. En sus rostro, unos ojos del mismo color se iluminan.

 

Un sudor frío perla la frente de la invocadora oscura.

 

Sin que Madeleine hable en voz alta, el lobo salta hacia adelante revelando unos grandes y filosos colmillos. El monstruo le da un manotazo para apartarlo, frustrando su ataque, pero no derrotando a la criatura, ya que lo único que el puño metálico alcanzó fue una sombra momentáneamente incorpórea.

 

No es suficiente. Necesita más ayuda.

 

Retrocede, mientras estudia rápidamente el escenario. Sin embargo, más que encontrar una idea o un plan, lo que sus ojos se topan es una chiquilla desconocida trepada en el techo, justo sobre ellos. Sabe que debería saber quién es, pero la verdad es que no tiene la menor idea. Si llegó a verla antes en la Fortaleza, no le prestó atención.

 

—¡¿Quién rayos eres y qué crees que haces allá arriba?! —rezonga Madeleine. Pero en aquel momento, más sonidos comienzan a surgir de las sombras. Desde allí, sin embargo, no puede ver nada. «No creo que esa muchacha se haya subido a investigar, pero ahora necesitamos información».

 

Cierra los ojos y concentra su energía psíquica, capacidad que maneja nuevamente con naturalidad. Se concentra también en la desconocida, que está "refugiada" en el techo. No quiere asustarla, así que se limita a proyectar su voz dentro de su mente. «Dinos qué hay en las sombras».

 

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Beatriz Bouligny

 

Lo que se manifiesta desde las sombras, no es lo que Bea espera. Es una criatura que no tiene signos de ser viviente. Es una máquina. Puede notar que está imbuida de un tipo de magia distinta a la que ella conoce, puede percibirlo por la forma en que mueve y como sus junturas y la conformación de su estructura parece ir en contra de las leyes físicas. De otro modo no podría tenerse en pie ni moverse a esa velocidad. Luce desgastada, como si hubiera tenido tiempos mejores pero Beatriz percibe con claridad la fuerza aletargada, que podría despertar en cualquier momento. Solo esta un poco adormecida y oxidada...

 

El grito hace que por poco se caiga del techo, lo que no sería tan difícil porque todavía le cuesta dominar el phantom. Sin embargo, se queda pegada allá arriba, mirando. La criatura se mueve hacia ellos pero al fondo, ahora que sus ojos empiezan a acostumbrarse a la luz tenue, alcanza a notar fluctuaciones; bultos más pequeños, que se mueven nerviosamente de un lado al otro, como si estuvieran confabulando en silencio. Está pensando justamente en qué podría hacer al respecto, cuando escucha nuevamente la voz del regaño pero esta vez en su cabeza. Ella no sabe cómo contestar de la misma forma, así que cuando contesta, poniéndola al día acerca de sus averiguaciones, lo hace en voz alta, como para que todo el mundo lo oiga.

 

Lo que es poco común es que es como si las criaturas también lo oyesen, pues de pronto dejan de moverse intranquilas y se instala una quietud extraña, a pesar de que el mecanismo sigue moviéndose y atacando. Bea se mueve hacia un lado, en la pared y se impulsa para encajar una patada de prueba. Intenta hacerlo lo más rápido y limpio que puede y nota cómo la superficie se mella pero también cómo su pie empieza a dolerle cuando se aleja. Se aproxima a la líder de la comitiva y le dice en voz baja lo que acaba de ver desde arriba, de cómo esas criaturas se quedaron quietas cuando ella voceó que podía verlas moverse.

 

Quizá pueda sonar prejuicioso pero no es muy alentador que sean inteligentes y parezcan predispuestas a ocultarse o intentar pasar desapercibidos, o incluso engañarlos, actuando y pensando como lo haría un humano. A veces, enfrentarse a ese tipo de entes puede resultar demasiado problemático.

 

@@Ellie Moody

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Lo de los animales no lo ve venir por ningún lado y por lo mismo le toma por sorpresa, a ella que siempre supo que hacer se queda quieta con la varita en la mano, dejando que ese tejón le muerda el pie, ¿qué sucedía con los animales? tal parecía que alguien los hubiera hechizado para que nos hiciera daño, pero ¿como y por qué? era un misterio para la vampiresa, a duras penas escucha aquel: "debemos llegar a la pirámide" que hace que asienta, mientras intenta sacarse de encima un tejón que se le subió en la pierna, siente sus garras penetrar la carne y se dice que tiene que pensar rápido o ese pequeño la lastimará sin razón aparente.

 

- Purificación Espiritual - Susurré viendo como el animalito volvía en sí y escapaba rápidamente del lugar -

 

- Necesitamos llegar a la Pirámide y refugiarnos y defendernos desde allí, no quiero lastimar a los animales pero creo que algo no anda bien aquí y que ese algo los esta haciendo comportar contra nosotros que somos quienes los cuidamos así que varita preparada y andando, rápido y veloz - Dije con mi repique de campana sonando más preocupada de la cuenta -

 

El viaje a la pirámide se me antojaba lejano y demasiado escabroso, los animales seguían comportándose extraño pesé a que los había purificado antes, sentía escalofrió mientras miraba los arboles por doquier y caminaba con mis amigas de clan, me sentía en casa pero a su vez estaba nerviosa y ansiosa, porque la vampiresa sentía que había algo que se le estaba escapando y esperaba saber que era más pronto que tarde.

 

- Claro como no me di cuenta antes, chicas, ¿ven aquello de allá? ¡¡¡Por la diosa!!! ¿Acaso no es fuego maldito o algo así? - Les dije señalando aquel fuego oscuro que se cernía sobre los arboles, los animales y las plantas por todos lados -

 

No era un fuego normal y común, no se veían llamas azules, era negro como el carbón mismo, era más negro que una noche sin estrellas y tan tétrico que reprimí un escalofrió, ¿de dónde salía aquello? ¿sería ese el origen de todo? parecía posible pero no estaba en la labor de saberlo, mientras caminábamos hacía allí reprimí un arcada al ver a varias ardillas, perros, pájaros y lobos muertos y abiertos en canal, parecía que alguien les había hecho una cirugía y los había dejado allí triados para que lo viéramos, la pregunta lógica ahora era ¿quien lo había hecho? y lo más importante, ¿por qué con animales? sentía que teníamos que averiguar aquello para llegar a nuestro destino y conseguir saber aquel conocimiento que aun nos era negado y que íbamos a aprender en aquella aventura familiar que estábamos viviendo.

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—¿Algo extraño? —Preguntó Vera, ante el anuncio de Hobb. La bruja no había notado nada hasta aquel momento, pero nunca dudaba del instinto de aquel mago, mucho más sabio y experimentado que ella.

 

Se giró en redondo, poniendo en alerta todos sus sentidos, tratando de captar aquel extraño olor a muerte del que hablaba Graves, pero no fue capaz de sentir nada más allá del endemoniado dolor de todo su cuerpo, después de varias horas de duro ejercicio. Lo peor era la pierna, las viejas heridas tenían la mala costumbre de hacerse notar más cuando peor se sentía uno.

 

—Hobb, yo no siento nada raro. —Se extrañó Vera.

 

Vio que el mago invocaba su Pole y Vera pensó que un Thunder Clone complementaría bien. Dos clones idénticos a Vera surgieron de la nada a su lado. La joven bruja los envió a explorar el Templo Paladín, con los poderes de percepción y fuerza divididos en cada uno de ellos, de forma que el uno podría detectar cualquier cosa extraña que estuviera sucediendo, mientras que el otro tendría la fuerza suficiente para luchar si era necesario.

 

Vera no los perdió de vista, mientras ella misma seguía intentando captar aquel olor del que hablaba Hobb. No tardó en sentirlo, a través del clon con la percepción agudizada.

 

—¡Por allá! —Indicó Vera, señalando con la mano hacia un lugar cercano a la entrada del templo paladín. —Tienes razón, es un olor como a óxido... extraño.

 

Vera salía ya corriendo en la dirección que le indicaban sus clones, esperando que Hobb la siguiera, cuando el segundo clon empezó a luchar contra lo que parecían inferis. Había demasiados. Tantos que los clones no tardaron en ser rodeados por una enorme manada de ellos. Cuanto más se acercaban, más nítido se sentía aquel olor a muerte. La joven casi sintió una arcada, agudizada como tenía su percepción a través del primero los clones. Sintió alivió cuando ambos clones fueron superados por los inferis y explotaron en una bomba de electricidad que se llevó a bastantes de ellos por delante.

 

Pero eran muchísimos. Tantos que en el exterior del Templo Paladín, se amontonaban en una informe masa por millares. Algunos habían conseguido entrar, aunque Vera no se explicaba cómo habían podido superar los encantamientos que protegían aquel lugar. ¿Qué estaba sucediendo?

 

—¿Crees que deberíamos pedir ayuda? Son muchísimos.

 

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Cuando Vera menciona que no siente nada la duda lo invade. Los últimos días duda constantemente de sus acciones, de sus instintos. Estuvo tanto tiempo pensando en que Kaori encontraría una cura que en cuanto le dan la noticia deja de confiar en muchas de las cosas que hizo. Piensa que quizá las cosas hubiesen salido mejor si desde el principio aceptaba que perder el brazo o morir era algo inminente.

 

Y aunque Vera no siente le demuestra su confianza invocando a sus clones a quienes manda a investigar. El brazo izquierdo le cuelga prácticamente inerte y ni siquiera intenta moverlo porque sabe que le dolerá aún más que tenerlo inerte y en reposo. Mientras está quieto, de pie, utiliza el Divine Intelect para acelerar sus pensamientos y formular mejor sus ideas. Aunque muchas de las batallas se ganan luchando y con fuerza siempre es necesaria la estrategia. Finalmente los clones de Vera le dan la razón.

 

Guarda la varita mágica en el bolsillo del pantalón y se concentra en la magia paladín que irradia el templo. Invoca un báculo usando el Staff of Mercy cuando llegan al sitio en dónde los inferir se están acumulando. Mira desde la parte superior del muro como conforme pasan los segundos se acumulan más y más. Con el báculo en la pano invoca un pantano que se comienza a extender fuera de control. Debido a la magia de los muros el pantano no crece hacia el interior del templo.

 

—No podemos pedir ayuda Vera. ¿Quién podría ingresar al templo si no es Paladín? Nosotros dos junto a Höōr tenemos que luchar el día de hoy

 

 

@@Mackenzie Malfoy

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Hace algún tiempo había aprendido a utilizar magia en su vestimenta para regular la temperatura. No era agradable realizar misiones de vigilancia en plena tormenta, además resultaba peligroso no moverse como debía por la rigidez en sus músculos a causa del frío. Sin embargo, puede notar levemente que comienza a sentir frío en su espalda, muy probablemente la magia ya comenzaba a desgastarse. Al terminar aquella sesión de entrenamiento tendría que ir a comprar más ropa para encantar o pensar en hacerse más resistente al frío acostumbrándose a climas extremos. Probablemente se decidiría por la segunda opción, es más adecuado a sus ideales de no depender del todo de la magia.

Abandona sus pensamientos cuando el olor a sangre inunda sus fosas nasales. No le molesta demasiado la vista ni el aroma aunque tampoco es que le agrade. Se pregunta quién lo cocinará, si el mismo mago o si pedirán ayuda a sus elfos domésticos. Por su parte, Goderic jamás había cocinado venado aunque sí lo había hecho con otras carnes. Sin embargo, sabe que cada carne debe tener su propia preparación y tiempos de cocción para sacar el máximo de provecho. Su estómago comienza a gruñir al pensar en comida, realmente el chocolate no había sido suficiente para saciar las calorías consumidas en su entrenamiento.

La satisfacción que siente porque su idea resultase del gusto del resto, aunque con observaciones, la trata de ocultar en su rostro. Solo aquellos que lo conocen realmente, podrían descubrir un brillo de orgullo en sus ojos que resultaría imperceptible para el resto de sus compañeros. Madeleine, la bruja que también había participado en su aventura en búsqueda de las bitácoras del clan, es la que lidera la caminata hacia la bódega. Lo cual le parecía adecuado considerando que era una de las brujas con mayor grado de conocimiento de la magia de la oscuridad.

Cada paso lo siente. Puede sentir sus músculos estirarse, exigiendo azúcar y proteína para reponer el desgaste muscular. Sin embargo, ya comenzaba a acostumbrarse a aquel dolor en su cuerpo. Dentro de la fortaleza se quita su capa, no la necesitaba ahora que se encontraba bajo la calidez de la chimenea. Una pequeña mueca se forma en su rostro al bajar las escaleras. Su rodilla quejándose, no se encontraba muy bien luego de recibir una patada de su sombra.

Al llegar a la trastero no puede dejar de maravillarse con la cantidad de artefactos que encuentra a la vista. Uno debería creer que debido a sus misiones tanto en el SMS como en el simposio de ladrones, Goderic se encontraba un poco acostumbrado a objetos como aquellos. Sin embargo, probablemente nunca dejaría de gustar. Al parecer, tenía alma de coleccionista. Observa sin tocar, no quería activar nada sin querer.

Siente un temblor y lo primero que hace es buscar la ubicación de Emily, pensando en que había activado algún artefacto descuidadamente. Sin embargo,cuando la encuentra descubre que no fue ella. El sonido le incomoda pero se mantiene atento. La criatura metálica que se acerca hacia los magos no lo reconoce, sin embargo sabe que no tiene buenas intenciones por lo que inmediatamente utiliza una mejora en sus capacidades físicas con Phantom.

Observa a Madeleine acercarse al ente. ¿Estaba loca? Hace menos de unos segundos gritaba para que tuvieran cuidado y ahora se colocaba en riesgo. Por suerte, la mujer sale ilesa de aquel intercambio. Nota a la bruja que se encuentra en el techo ¿en qué momento llegó ahí? No lo sabía pero esperaba que pudiera recopilar información relevante para todos. Se acerca a Emily, sabe que para detener a aquella amenaza tendrán que trabajar en equipo.

¿Alguien tiene algún plan? — pregunta esquivando un manotazo metálico.

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A Hobb le pasaba algo en aquel brazo inerte. Apenas lo movía para nada, como si fuera una carga que tuviera a duras penas que soportar. Su rostro también dejaba vislumbrar ese cierto aire de cansancio y desazón resignada que suelen mostrar las personas cuando un terrible dolor las consume por dentro. Vera conocía bien esa sensación, esas punzadas hirientes que cobran vida en nuestro interior y van mordiendo cada pulgada de carne y músculo hasta penetrar en los huesos y llegar hasta el alma. Ese dolor que aúlla, gime y rabia por dentro, ese dolor que oprime y retuerce todo nuestro ser, hasta que uno se ahoga dentro de él, se resigna en sus fauces y enloquece entre sus garras.

 

No había llegado a usar la Pole que incocó antes y ahora acababa de crear un pantano con Staff of Mercy, un báculo que Vera sólo había conjurado una vez, mientras entrenaba con Höōr. Las arenas fangosas lograron atrapar y hundir a muchos de aquellos eres en el exterior del Templo Paladín, pero como bien indicó Hobb, no podían penetrar en él.

 

—Bueno, podemos pedirles a los Duendes de la Tormenta que nos ayuden. Sé que hay muchos por aquí, aunque casi ninguno se deje ver. ¿Nunca te ha espiado Höōr con ellos? Le siguen por todas partes, aunque la mayoría siempre andan en la Herrería. ¿Nunca viste esos resplandores azulados que chispean un momento y luego desaparecen?

 

Vera sonrió al recordar la primera vez que entró en la Herrería Sagrada. Entonces fue cuando más claramente logró verlos y a Höōr le había sorprendido bastante. No estaba segura, pero pensaba que al Æsir ciego no le había hecho ninguna gracia que Vera los percibiera, aunque fuera brevemente.

 

—Lo cierto es que no me refería a buscar ayuda humana. No hay muchos paladines hoy por aquí. Pero esos Ansuz... esas criaturas de Thor.... Se dice que están hechos de energía sagrada y que su pureza disipa las tinieblas a su paso, que son capaces de conjurar grandes tormentas...

 

Aunque Höōr le había dicho que era peligroso, que no se podía tratar de invocar un Ansuz sin el beneplácito de los dioses, puesto que la forma que se invocara dependería en gran medida de la voluntad divina, Vera pensó que había llegado el momento de arriesgarse. Se había fijado bien en el Maestro cuando había conjurado aquel Ansuz. Y, además, ya tenía acceso a los libros que hablaban de aquel conocimiento. Debía intentarlo.

 

Cerró los ojos, serenó su mente y se concentró en la energía de aquel lugar, en la magia sagrada. Por algún motivo, los Duendes de la Tormenta volvieron a acudir a su mente en aquellos momentos de intensa conexión con la magia paladín. Cuando abrió sus maltrechos ojos, ahora ocultos tras las venda, el corazón le saltó en el pecho de alegría. Sus pies ya no tocaban el suelo. Estaban posados sobre lo que parecía una nube tan densa y etérea como lo eran las nubes de las tormentas. Jirones de vapor condensado se desprendían de la superficie algodonosa de la nube y giraban en torno a Vera, arremolinándose sobre sus piernas y su cintura, elevándose por encima de la cabeza de la bruja.

 

Con un sólo pensamiento, el Ansuz con forma de nube se elevó en el suelo y adquirió altura. En el interior de su vaporosa forma, los relámpagos crepitaban llenos de vida y energía. Por alguna razón, Vera supo que los dioses estaban de buen humor aquel día, que Thor se sentía especialmente aguerrido y que todo el Valhalla estaría con ellos en la lucha de aquel día. Era una sensación maravillosa.

 

Vera se alejó montada en su Ansuz, en dirección a los inferis. Reía. Reía, como hacía muchos años que no reía, quizás desde la noche de la Tragedia.

 

—¿No quieres probar tu Ansuz, Hobb? Esto es maravilloso —Le dijo antes de salir disparada en dirección a la maligna plaga de criaturas oscuras, preguntándose si Hobb podría ver la forma de su Ansuz o si no había atinado a hacer lo que fuera que hubiera que hacer para mostrarla.

 

Todavía riendo sobrevoló por encima de los ínferis que habían logrado penetrar en el Templo Paladín. Más tarde tendrían que averiguar cómo había sucedido aquello, pero ahora era momento de deleitarse, mientras las terribles criaturas se dispersaban en todas las direcciones y huían del Templo despavoridos, ante la pureza de aquella energía divina. La oscuridad se dispersaba a su paso y las criaturas que emanaban de ella eran incapaces de soportar la luz de los propios dioses. Los embates de la tormenta de arena que el Ansuz levantaba a su paso hacían el resto y las criaturas salían del templo para hundirse en las arenas fangosas que había conjurado Hobb instantes antes.

 

—¡Vamos, Hobb! ¡Únete a la fiesta! —Le animó Vera.

 

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Saca con pesar las manos de sus bolsillos cuando la oscuridad la obliga a utilizar su varita mágica para obtener algo de luz mientras descienden hacia la bodega. El recorrido se realiza en un silencio cómodo, al menos para Emily, ya acostumbrada a la manera de trabajar de los oscuros: analíticos por sobre todo y cada quien a su ritmo. Pero si había algo que apreciara de la forma en que llevaban las misiones era que existía la camaradería suficiente para descubrir a algún oscuro echando un vistazo al resto del grupo, asegurándose de que todo marchara bien.

Aún más oscuridad los recibe en la bodega, hasta que los candelabros se encienden. Guarda la varita mágica ahora que tienen más iluminación y vuelve a guardar sus manos, en un intento inútil por atenuar el frío que siente, a pesar de las varias capas de ropa que usa. Parpadea varias veces hasta que sus ojos se acostumbran y lo que ve no es, para nada, lo que hubiera imaginado.

Esperaba encontrar estantes organizados con indicaciones de los objetos recolectados, tal vez una breve descripción, o al menos una fecha que les diera algún indicio. La realidad era otra y le daba la impresión que literalmente los antiguos miembros del clan bajaban a la bodega y echaban los objetos en alguna de las pilas, quedando sin un orden en particular.

—Aquí esto es inútil —comenta por lo bajo, guardándose el anillo detector de enemigos, uno de esos instrumentos derivados de la magia de los uzza, que en ese momento podía encontrar oscuridad en todo lo que la rodeaba.


Había mucho trabajo que hacer allí y no puede evitar sentir cierta emoción mezclada con curiosidad. Empieza a recorrer con la mirada buscando un punto de inicio para trabajar y retiene el impulso de dirigirse directamente a los armarios para comprobar si escondían aún más objetos en su interior. Un súbito temblor la alerta frenando sus pasos y se encuentra la mirada acusadora de Goderic sobre ella, pero considera que no es buen momento para reclamar aquello. El ruido de metal le molesta y espera que se detenga, pero la gigante criatura que se acerca hacia ellos hace que deje de pensar en eso.

Ante el grito de Madeleine, su primera reacción es esquivar. Había pasado muchas horas aprendiendo a dominar el Phantom precisamente para situaciones como esa, en que necesitaba que su agilidad fuera mucho mayor. Su segundo movimiento es verificar que todos estuvieran bien, dejando su mirada durante unos segundos más en la mujer en el techo, preguntándose cuánto tiempo habría estado allí observando al resto del grupo.

—¿Cuántas criaturas más viste? —pregunta a Beatriz. A pesar de que hay más iluminación que antes, la bodega es de grandes dimensiones y muchos sectores se mantienen en las sombras, el escondite perfecto para lo que fuera que los está atacando.

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—¿Alguien tiene algún plan?

 

Maldice por lo bajo. La única pregunta que no quiere escuchar en aquel momento.

 

Madeleine no es, precisamente, una mente maestra. Ella es una persona muy apasionada e impulsiva, que se deja llevar con el instinto y sus emociones más que por la razón. No es una estratega. Es una guerrera. Ante el peligro, no retrocede ni se detiene a pensar: empuña su varita mágica, con tanta fuerza que podría astillarla, y va hacia él. Pero muchas veces aquello le ocasiona más problemas de los que soluciona y ella misma es la prueba viviente de ello, con el mapa de cicatrices que hay sobre su piel y su alma. Y ella lo sabe muy bien, pero... ¿qué se supone que haga? Aquella es su naturaleza y no puede ignorarla. «Ni siquiera soy buena para otra cosa, así que ¿cuál es el punto?». Tampoco pretendía elaborar una estrategia con la información de aquella muchacha, todavía desconocida; sólo quería saber a qué amenaza se enfrentaba y reaccionar rápidamente ante el peligro.

 

—Mi plan es intentar deshacernos de esa maldita cosa —suelta Madeleine, sin pensarlo dos veces tampoco.

 

Recuerda las palabras de Karkarov, en el patio de la Fortaleza Errante: estudiar sí, destruir no. Pero, ¿qué otra opción tienen? Por lo que la chica de las rastas les ha contado, más allá de su campo de visión hay criaturas con un poco más de raciocinio que una doxy. Una parte de sí le dice que quizás podrían buscar la forma de neutralizarlos, pero... ¿qué pasa si no se trata de una solución definitiva? Peor, ¿y si la explicación se debe a la Ley del Karma? «Para cada acción hay una reacción de fuerza equivalente en la dirección opuesta», recuerda que fue la forma de Ellie de explicar la idea del karma. ¿Y si ahora deben pagar por coleccionar tantas cosas en aquel lugar por su ambición, en lugar de destruirlas?

 

No se siente bien... pero deben hacer algo.

 

Por los momentos, el lobo de sombras mantiene distraído al monstruo, lo suficiente para que tengan un breve momento para hablar. Sin embargo, incapaz de concentrarse en elaborar un plan, los oídos de Madeleine perciben algo más. Algo que viene de las sombras. Si pone atención, puede oírlos: chirridos de madera, golpeteos secos, quejidos metálidos. Puede oírlos, porque se han acercado cada vez más y la masa de criaturas —que se tratan en verdad de objetos reanimados, que un conocedor relacionaría con un encantamiento vitae—. No dice nada en voz alta, pues por el silencio que se ha instalado entre ellos, asume que todos lo están comenzando a escuchar. Ésa es la respuesta para Kakarov.

 

—No sé qué podemos hacer —musita, bajando la mirada—. Pero por lo menos debemos distraerlos y contenerlos aquí abajo.

 

A Madeleine se le ocurre lo que podría ser una solución definitiva, pero no se atreve a decirlo en voz alta. Es demasiado drástico, incluso para ellos. Aquel lugar es demasiado valioso como para perderlo por completo.

 

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