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Prueba de Legilimancia #13


Rosália Pereira
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Ambas brujas cruzaron los portales de Rosália, rumbo a la orilla del lago. La pelirroja había decidido separar a ambas pupilas, que cada una demostrara de forma individual su válida frente a ella, y el portal de la pirámide donde ella las esperaba.

 

"Las pautas serán las siguientes, no podrán usar nada de magia Uzza, otros habilidades o cualquier cosa que no sea la Legilimancia. Solo las dejare hacerse de algunos conocimientos de Castelobruxo" dejo las suaves palabras en las mentes de sus alumnas, quienes se acercaban a la orilla del lago, en las dos puntas de la isla.

 

"Deberán cruzar este lago, ¿como? tras de ustedes hay una estatua, deberán entrar en los recuerdos de ellas. Descubrir que los hace tener una expresión afligida es su misión. Una vez logrado esto, serán transportadas al principio del laberinto. Donde quizás, sus peores pesadillas salgan a reducir. Deberán descubrir mediante lo aprendido en el invernadero, que es real y que es una ilusión"

 

Dos estatuas aparecieron respectivamente, un niño abrazado a un objeto que no se lograba descubrir frente a la Evans y un anciano, quien mantenía las pestañas en puño frente a la Moody.

 

"Logrado hacer caer abajo, las visiones. Se encontrarán con un arbusto frondoso. Les pido tengan cuidado, es un arbusto muy astuto y de ustedes dependerá lograr negociar con él para que se aparte y puedan conseguirme frente a la pirámide central. Que tengan mucha suerte, las estaré esperando" finalizó, observando cómo ambas brujas empezaban su tarea.

 

"Una última cosa... no confien en esa voz que estará apareciendo en sus mentes cada tanto. Intentará desconcentrarlas de su objetivo final que es llegar a mi"

 

Pereira observó el cielo,pronto comenzaría a llover y aquello podía hacerles una mala jugada a sus alumnas en el laberinto, el cual podría oscurecerse...

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Bel Evans Ollivander

 

Atravesar el portal no supuso dificultad, y el escenario del otro lado era sobrecogedor. La superficie del lago era lisa como terciopelo y sus aguas oscuras se veían acentuadas en su color por el cielo nublado sin atisbo de sol. La falta de otros sonidos alrededor me confirmó que estaba sola allí, y solo la voz de Rosalía me sacó de aquel contemplativo letargo: Estábamos al inicio de la prueba y sus múltiples desafíos, y todo lo que teníamos para afrontarlos eran los conocimientos mágicos adquiridos y los aprendizajes de la clase de Legilimancia.

 

La isla ni siquiera era capaz de distinguirse en ese ambiente gris y nublado.

 

Terminadas las indicaciones, me giré para observar la estatua que era la pieza clave para superar el primer desafío. Medía un palmo menos de mi tamaño, y en sus facciones se adivinaba un profundo dolor, aun cuando tenía la cabeza gacha, y los brazos sosteniendo algo que no se ha alcanzaba a distinguir a simple vista. Deslizando la palma suavemente a lo largo de su brazo, comprobé que estaba hecha de granito, pero algo más me inquietó al instante: El sonido lejano de un sollozo, que se repetía en un mismo intervalo, una y otra vez, un lamento hondo y profundo que reverberaba entero en toda la pieza.

 

Era un niño, cuya aprehensión era capaz de transpasar la fría superficie esculpida, un niño, que como casi todos ellos era espontáneo en sus emociones, e incapaz de ocultarlas, las exteriorizaba por completo. Pero lo que Rosália quería era que fuera por las causas de esa aflicción, encontrar en su mente las razones por las cuales había llegado a esa condición, y eso suponía un reto mayor por lo mismo que la mente de un niño funcionaba de una forma muy diferente a la de un adulto, y aun si podía entrar en sus recuerdos, la verdadera tarea y riesgo oscilaba en poder dar una interpretación en sus propios términos, antes que en las que mi cerebro adulto pudiese configurar.

 

Inclinándome hacia él, contemplé directamente su rostro, fijos en el bulto que tenía entre sus manos, y cerrando los ojos, tomé sus brazos, y aspiré aire profundamente para acompasar mi respiración a ese tenue sollozo que no dejaba de oír. Fue entonces, que algo parecido a una corriente eléctrica sacudió la punta de mis dedos, que empezaron a calentarse debido a la magia circulante, entre mi cuerpo y el de la estatua. La imagen, al comienzo opaca fue haciéndose más y más vívida, mostrando al niño sentado en una banca, al pie de un jardín repleto de geranios y pensamientos florecidos, cariñando con una sonrisa refulgente en su cara, a una pequeña gatita blanca con manchas tricolores en el cuerpo, que plácidamente, ronroneaba en su regazo. "Es mi mascota" murmuraba a quienes pasaban por la puerta de la calle, saludándolo cada tanto, "Va tener crías pronto" repetía acariciándole la pancita.

 

Escenas de él y su gata, juntos viendo una puesta de sol desde la banca y maullidos frente a un plato de comida de leche y galletas, se fueron sucedieron. Escenas de más risas, de juegos ¿Cuánto tiempo llevaban juntos? Era difícil calcularlo, pues en su mente el tiempo no tenía una existencia lineal sino enteramente vinculada a esos recuerdos, pero la caída de las hojas de los árboles frente a su casa, la desaparición de las flores y el viento frío con aroma a mar me alertaron de un cambio de estación, del otoño que daba paso al invierno en el ambiente y que en los ojos del pequeño había traído una pérdida del brillo que reflejaban sus primeros recuerdos.

 

La gatita tendida sobre un charco de sangre, sufría. Su respiración estaba agitada y sus patas quietas. No había lamentos, pero un velo empezaba a cubrir sus ojos, y aunque habían corrido con mantas para arroparla, las fuerzas empezaban a fallarle.

 

A lo largo de mi vida había visto suficientes personas en los estertores de la muerte para saber que era demasiado tarde para ella, que aunque él, acongojado intentaba alimentarla y arroparla, no cabía esperanza para un milagro. Su aliento era superficial, no había angustia en su semblante, pero frágil y exánime, parecía que podía desaparecer en cualquier momento, si lo último que le quedaba de voluntad para seguir allí se extinguía. La madre del niño, tocándolo del hombro lo había sacado de su ensimismamiento, para decirle que se despidiese de ella, porque ya no había nada que pudiesen hacer.

 

Que ella, simple y sencillamente, se estaba muriendo.

 

Él comenzó a llorar entonces, ese sollozo que hasta entonces solo había sido lejano, explotó de repente, nublando sus ojos por causa de las lágrimas, que empezaron a caer sobre ella, un lamento que alcanzó no solo mis oídos sino que tambaleó mi ser por entero, junto a aquel último maullido del animal, que iluminó su rostro arruinado.

 

"No te vayas" oí con toda claridad, una súplica susurrada entre llantos, mientras la cogía entre sus manos y la estrechaba contra su pecho, y que no encontró eco en el cuerpo de ella que empezaba a tornarse rígido. “Ella estaba justo aquí" dijo enseguida, mientras su madre en vano intentaba que soltara el cuerpo que mantenía sujeto "¿por qué se ha tenido que ir? Me siento triste, y me duele ¿Cómo haces para que deje de doler?".
Yo sabía que no había respuesta para eso. Así que como su madre, solo permanecí en silencio.
Pero había dejado de ser invisible a los ojos de él, que sosteniendo el cuerpo inerte del animal, me estaba haciendo ahora esas mismas preguntas a mí.
Llegada a ese punto, podía decirse que ya tenía descubierta la razón de la aflicción del niño. Pero no me bastaba. Necesitaba desentrañar en medio de esa tristeza, una razón que pudiese orientarlo a él para seguir adelante, pues no se me hacía justo solo dejarlo allí, con su pena y su dolor, rodeado de afecto familiar, y aun así, teñido de soledad.
Sostuve su mano entonces, sin saber siquiera que hacer al momento siguiente, porque mis pensamientos habían seguido el hilo de esa pérdida para recordarme mis propias pérdidas. Su mano pequeña me hizo caer en cuenta de lo grande que podía parecer por comparación a sus ojos, y el sonido irregular de su respiración continuó unos minutos más, por lo que lo tomé con más fuerza, mientras su madre abría la puerta y susurraba al viento una plegaria que acompañara a la gatita en su viaje a la eternidad. Y allí, mientras lo sujetaba sintiéndolo como un pájaro herido, comencé a entonar una canción, que en ocasiones como esas, podía ser el único consuelo que quedaba para empezar el duelo merecido a quien había sido alguien tan querido.
Él se mantuvo junto a su mascota, mientras su madre lo tomaba entre sus brazos para acunarlo, hasta que finalmente, todavía entre lágrimas, deshizo el agarre de sus manos, dejando que lo separasen de la criatura.
No hubo más palabras ¿eran realmente necesarias? Apenas un gesto de adiós del niño agitando su manita en dirección a su gatita, y luego hacia mí.
Al volver a abrir los ojos, estaba al pie de la entrada de un laberinto cuyas paredes estaban cubiertas de hiedra silvestre. Imbuida aun de los recuerdos de esa estatua (¿que sería real o solo la imaginación de Rosália?) y de esa aflicción en la que había tenido que sumergirme para comprender a cabalidad sus motivaciones, tuve la certeza de que el siguiente reto sería el doble de difícil porque lejos de la estabilidad mental con que había iniciado la prueba, ahora un delgado hilo separaba mi presente de los turbulentos recuerdos del pasado que no tardarían en acecharme en cuanto cruzase la entrada.
Y aun sabiéndolo, me eché a andar, porque ya no había forma de dar marcha atrás.

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@@Rory Despard

 

Pereira observó las acciones que la Olivander comenzaba a ejecutar. Se mantuvo en silencio, escuchando cada acción del niño en su mente. Durante el uso de su habilidad en el mundo exterior, las brujas se encontrarán con diferentes situaciones, y apesar de todo, debían de mantener el control absoluto de su mente, de sus emociones. Eso era lo que buscaba Rosália, observar ese control mental que habían adquirido hasta ahora.

 

Encontró las razones y dio un paso más, ayudar al luto del niño. La pelirroja sonrió suavemente complacida, mientras Bel empezaba a encaminarse al laberinto "Detente y respira. Recupera el control de tu mente antes de seguir. Recuerda observar detenidamente cada cosa antes de dar un paso y descubrir la mentira. No permitas que tus emociones se adueñen de ti" soltó con suavidad la arcana. Dando una vuelta a la pirámide con lentitud.

 

Un suave trueno se hizo presente, iluminando el cielo gris. Rosália percibía a sus pupilas y con suavidad les iría soltando pistas y cosas a lo largo de la prueba, al menos, antes de entrar al portal.

 

Escuchó esa voz, que comenzó a entrar en los pensamientos de Evans, infundiendole algo de terror quizás, intentando desmotirvarla. Esperaba que la mujer hiciera sobresalir su confianza, fortaleza. Para finalmente superar la prueba.

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Lo primero que capta es la humedad del ambiente y la poca visibilidad apenas a unos metros alrededor. El suelo es blando, por lo que el agarre es cómodo. Mas, lo que necesita no es la capacidad de percibir esos detalles si no las capacidades nuevas que ha estado afinando hasta ese momento.

 

Ante las palabras de Rosália, se gira para encontrar aquello que se le ha ordenado encontrar. Está apenas a un metro detrás de ella y, todavía con la voz de la arcana dándole instrucciones desde un plano abstracto, encara a la estatua con los ojos fijos, trazando las líneas de su espalda encorvada, las manos fruncidas, la expresión doliente. Melrose se detiene sin tocarla un buen rato, pensando en si debería hacerlo enseguida. No es de las personas que se detengan a reflexionar al respecto pero ese momento parece demandarlo: de todas formas, no es probable que vaya a hacerlo en un futuro cercano y quizá parte de sus rasgos puedan darle una idea de la razón antes de internarse en...

 

Pensamientos.

 

Fluyen, transparentes, un río de información. Mel se desliza en torno a los recuerdos en una bahía. Las olas rompen en medio de un clima gris y ventoso. Ella observa al individuo, encorvado, sosteniendo unas páginas desgastadas ¿es un muggle, un mago, un medio-humano? No hay forma de adivinarlo a la distancia. Sostiene unos lentes al borde de una nariz prominente. Sus manos agrietadas tallan un rostro surcado de arrugas para limpiarse las lágrimas con rapidez, como si estuviera trapeando un suelo que insiste en permanecer repleto de suciedad. Sus ojos parecen estar velados por una ceguera causada por la edad. A pesar de ello, Mel imagina que debe ser capaz de leer porque sigue pasando las páginas, sonándose la nariz con el dorso de la manga o deshaciéndose de las lágrimas de forma casi inconsciente.

 

Verlo tiene algo de descorazonador. Hace que uno se pregunte cuál es la razón de su lamento, que se supone que es exactamente lo que debe averiguar. Es solo que cuando está a punto de hacerlo, se da cuenta de que parece ser abusivo. Hurgar en lo que sea que representan esos papeles, ligados a memorias tristes. Tiene que recordarse varias veces que es una estatua para impulsarse a hacerlo. Cuando lo ha hecho, los recuerdos se vierten como un cántaro sobre una vieja tina.

 

Son poemas. Escritos hace mucho, por un muchacho, su hijo. Son cientos. Cortos, largos, sobre la vida, sobre la muerte, el hambre, la guerra, la lluvia, un paisaje, el perfume de una buena cena, una silla. El tema no importa en realidad; fueron poemas escritos junto con él, cuando volvían de pesca y aguardaban una cena preparada por su madre, la mujer que ya no lo acompaña. Habían sido escritos precisos, que les habían aportado la satisfacción de las cosas hechas con dedicación. Eran lo que él siempre había deseado, tanto para él como para sí mismo.

 

Ni su hijo, ni su mujer, ni la mujer de éste. No estaban más. Tampoco la lancha para pescar. El hombre moría; sus ojos apagados buscaban en las páginas el consuelo que le era negado en su presente. Sus manos trazaban con cuidado las líneas que iban leyendo, para no perderse. Estaba encorvado porque de otro modo el viento amenazaba con llevárselo. Mel se aproximó hasta estar a su lado, hasta que éste alzó la vista.

 

Es tan fácil ver a través de él, a pesar de que no dice nada. No lo entiende, porque es la primera vez que lo experimenta, en que entiende que alguien ha permitido que ingrese en su mente y que ella ha podido explorar en ella a través de lo que va encontrando, no imponiendo sus propias reglas, si no fluyendo con lo que la otra persona hace resonar. Un soneto: eso es lo que lee en esos momentos. El soneto que su hijo le hiciera, cuando fue a la guerra. No una guerra mágica si no una guerra de muggles. El año es 1916 y el día 30 de junio. Él parte hacia el frente, para intentar proteger a todos los muggles que pueda; los magos prefieren no meterse en las guerras de sus compatriotas no mágicos pero él está en contra. Lleva escribiendo sonetos por meses, ya no variando de tema como antes, intentando que sean publicados en los diarios mágicos; llevan peleando por meses a gritos, porque su padre, el hombre encorvado sobre las páginas escritas hace muchos años por su hijo muerto, cree que su primogénito está actuando de forma irrazonable, hipócrita incluso, por querer inmiscuirse en las batallas no mágicas. Ambos opinan que el otro se ha vuelto loco, ha olvidado quién es. Su madre llora pero no dice nada. Acaba de terminar su formación como sanadora y ha decidido ir al frente con su hijo. Su hija política fabrica artillería para el primer ministro muggle. Ninguno va a quedarse, todos creen que él se niega a ver la realidad. Su familia, opina que tanto su hijo, esposa y nuera han enloquecido, que él es quien tiene la razón. Los pensamientos fluyen más rápidos y complicados a medida que las lágrimas empiezan a manar de una manera casi frenética y él no se molesta más en limpiarlas.

 

Mel observa peces enormes, cómo las redes son manipuladas con magia, cómo unas pocas horas de pesca a la semana sirven para varios días, como la comida obtenida con magia puede conservarse más tiempo... y cómo su labor se ve reducida por otros magos, pues es similar a la realizada por algunos muggles o squibs. A pesar de que ellos lo hacen con magia, sigue siendo algo que puede hacerse sin ella y por tanto de segunda clase. Él y su mujer discutiendo, ella empeñada en formarse como sanadora. Más gritos, esta vez su hijo tomando su capa, su varita, un maletín repleto de pociones. Los tres lo observan desde una chimenea enorme. Su hijo se cala el sombrero, toma la mano de su esposa y se despide solemnemente de su padre, le deja los poemas sobre la mesa y una carta sellada: un artículo para el periódico mágico, en caso...

 

Somme, se suponía, debía ser tan solo una distracción menor, tan solo un pequeño complotaje para distraer a las tropas alemanas del verdadero frente: la batalla de Verdún. Todo había salido al revés; las bajas en Somme mucho mayores, cerca de casi un millón, contando ambos frentes. Las tierras francesas teñidas de sangre, los periódicos negándose a publicar la historia de un mago que trabajaba como un muggle, cuya familia había sido vaporizada en las trincheras.

 

¿Por qué no había ido con ellos ese día? ¿Por qué había tenido que gritarle? ¿Por qué un maldito diario prefería publicar investigaciones sobre una escalada de violencia que no estaba ni cerca de estallar, pues Gellert Grindelwald era apenas un adolescente o variedades ridículas mientras el mundo se desangraba bajo sus narices?

 

Mel no estaba de acuerdo, manipular a los muggles no era una posición que pudieran tomar pero tampoco dejar de ayudarlos. En realidad, no sabía cómo habría actuado ella en dicho contexto. Sus pensamientos, fueron casi como un vaho suave, que se deshizo en el aire, en el tornado de las palabras del anciano. Frustración, sobre la silenciosa muerte de su familia, humillación, por no haber logrado reivindicarlos. Finalmente, resignación, luego de pasarse toda una vida conociendo a otros individuos como él: que realizaban labores sencillas, ayudados por su propia magia. Algunos de ellos ni siquiera habían acudido a la escuela o habían sido considerados en los conteos de la población mágica alguna vez: invisibles.

 

Entonces, es cuando Mel entiende por qué llora. No llora por la muerte de su hijo o por haberle gritado. Llora, y Mel lo abarca del todo cuando las manos del anciano aferran esos trozos de papel y se va quedando muy quieto, encogido y solo en ese trozo de playa, porque no pudo hacer que publicaran su historia en el diario, ni siquiera porque su hijo estaba muerto. Mel ejerce entonces su poder: para recordarle que todos aquellos que conoció, con los que estableció una red de personas, no olvidó la historia. Cuando emerge de sus recuerdos, tiene una mano estirada hacia adelante, porque había alargado el brazo instintivamente para tomarlo del hombro. Ante ella, hay un árbol frutal enorme, cuyas copas se pierden en el entramado muy arriba. Lo que significa que debe estar del otro lado del lago, tal cual Rosália le indicara y que no muy lejos, se encuentra la entrada del laberinto. A pesar de saberlo, se toma todavía un momento, respirando ese aire dulce y llamativo. Tiene que hacerlo, para poder continuar con lo que sigue. Es un punto determinante para ella, de alguna forma, porque a pesar de que han pasado tantos años, más de un siglo, desde que esa historia ocurriera, siente una gran identificación con la historia: tener que alzar la voz por aquellos que a nadie importan, frente a los problemas de los que son más numerosos y por ello más "importantes".

 

Había logrado mantener el control sobre su inserción a pesar de haber tenido tamaña resonancia o, cuanto menos, eso le pareció.

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Las acciones de la Moody llegaron tan pronto terminó de hablar y dar las indicaciones iniciales. Aunque tardó un poco más que su compañera, lo descubierto, sabía que traería gran impacto en la bruja. El descubrimiento de los pensamientos del anciano hombre calaron profundamente en Melrose y Rosália lo supo, cuando se tomó un tiempo antes de seguir, a pesar de que el trueno llegó a iluminarlo todo, ella ni se inmutó.

 

"Sueltalo, deja ir y no te aferres a ello. Es algo de lo que harás tu tarea diaria con esta habilidad, al ver cosas tan atroces quizás en las mentes de otros, incluso descubrimientos que querrás hacer justicia. Calma, tarde o temprano todo cae en su sitio, tu objetivo es intentar ayudar, como me dijiste al inicio" soltó con suavidad, comenzando a materializar los dos anillos de principiantes en su mano.

 

La voz viajó al otro lado de la isla, con Melrose, justo cuando suaves gotas de lluvia se hicieron presentes. Observó el cielo, ensombrecido, y esperó paciente a sus pupilas. La voz comenzó a hacer uso de su tono grotesco, infringiendo temor y desconfianza en las brujas, por su lado, Pereira confiaba en que aquello no sería problema alguno "Recuerda observar bien lo que se presente ante tus ojos, cualquier indicio de debilidad que veas puede ser la cortina que oculte la realidad" agregó, transmitiendo toda la calma que podía.

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Bel Evans Ollivander


La voz de Rosália llegó poco después de cruzar el umbral del laberinto. Haciendo caso de su indicación, respiré varias y exhalé lentamente el aire, notando el vaho de mi propio alimento por causa de la baja temperatura del lugar. Una fina llovizna había empezado a caer y el suelo estaba fangoso bajo el pasto crecido. Con mi incapacidad para conjurar hechizos con varita, no me quedó más remedio que sumergirme en aquel lodo hasta la rodilla, y de esa manera, internarme en los pasadizos de la edificación.


Mantener el control de mi mente era clave para evitar complicar más el recorrido, pero era justo lo que ella había mencionado sobre no permitir que las emocionasen dominasen lo que (como siempre) me traía más problemas. Los sentimientos generados por la pérdida de aquel niño seguían teniendo eco allí, en lo recóndito de mis percepciones incofesadas, incluso cuando el recuerdo comenzaba a desdibujarse. Siguiendo consistentemente el camino de la derecha en cada encrucijada, los pasadizos comenzaron a estecharse más y las paredes se mostraban más y más altas.


¿Estaría yendo por la senda correcta?


No había forma de saberlo, pero una voz hizo que abandonase pronto esa preocupación, con una sola frase.


"Otra vez metida en tu propio laberinto"


Deteniéndome en seco, volví a respirar. No necesitaba escucharla por segunda vez, porque había pasado demasiados meses con el eco de aquellos susurros en la mente, para no reconocer al demonio Stolas, con quien había terminado haciendo el infame trato que me había dejado sin magia. La marca con forma de manzanillo de la muerte todavía seguía en mi pecho, pero no había vuelto a escuchar aquella voz desde el día de mi partida de Ottery. Quise pensar que se trataba de alguna tonta alucinación, pero nuevamente, su voz llegó hasta mí, susurrando maliciosamente, palabras que atacaban los flancos en donde más débil me había sentido: lo que significaba la amistad y haber perdido incontables amigos, el amor y la peligrosa intersección que podía darse entre este y la posesión y dependencia, el sentido del deber y de haber pertenecido a la Orden del Fénix, e incluso los alcances del uso de la violencia como vehículo para conseguir alguna clase de justicia.


Seguí caminando, tan solo movida por no darle el gusto de verme detenida por su presencia, pero mi mente estaba empezando a desconectar de la realidad presente, y de la tierra húmeda hasta mis rodillas, para rememorar todos esos actos que la voz del demonio traía para hacerme notar que mi esperanza no era más que un salto al vacío del que no saldría indemne. Yo lo sabía. No era que no fuera conscientes de mis fallas, de que no había podido salvar a mi mejor amiga de la juventud, de perecer a manos de su propia familia y luego, con una segunda oportunidad sobre la tierra, de que su alma se consumiese por el poder y la oscuridad. También tenía más interiorizado que nunca, la clase de lazo que me ataba a Garry Ollivander, y de qué manera merced a este había sido capaz de los actos más puros y más crueles. Pero era diferente tenerlo dentro de mí misma, como un punto de vista de las cosas que me ayudara a situarme, a escucharlo de la voz de él, dando argumentos que además resultaban del todo convincentes.


¿Era mejor rendirme, como él acababa de decirme? Porque todo lo que estaba diciendo no era falso, no era una mentira...

En medio de aquella enorme duda, cuando sentía que podía solo abandonarme y dejar que el frío y el cansancio me consumiesen por completo, sonreí recordando de repente, que aun siendo de esa manera las cosas, tampoco lo que estaba diciendo él podía ser toda la verdad.


Nada era peor ni más falso que las historías únicas. Y si algo había aprendido en las clases con Rosália era que controlar la mente era precisamente la capacidad de poder entender que lo que yo podía ver en un recuerdo, aun siendo el mismo recuerdo, variaba de significado, y que era el legirimante el responsable de dar una interpretación de las cosas. Una interpretación, que sin embargo, jamás podía ser absoluta, porque ni siquiera la propia persona invadida podía tener los mismos pensamientos en torno a un recuerdo todo el tiempo. Cambiar era parte de nuestra esencia como seres, y aceptar dichos cambios y todo lo que podían conllevar, era una de las cualidades que más apreciaba de mi condición humana.


Y era verdad, como no dejaba de repetirme Stolas, con esa voz grave y ese tono hiriente, que yo había huido de Ottery por no querer hacer frente a lo que había roto y se había roto dentro de mí, pero no era esa la única interpretación: Había también en esa decisión, arriesgada y extrema, una motivación positiva que había sido el optar por la búsqueda de mi propia felicidad que durante tanto tiempo había estado ligada siempre a los otros, más que hacia mí misma. No era todo malo entonces, ni tampoco era malo que estuviera allí, tomando esa prueba para demostrar que incluso las huidas podían ser parte de un camino hacia la recuperación y la construcción de algo más dignificante para el futuro. Que no tenía que ser malo admitir que se podía ser débil, y no por eso, menos consecuente con un ideal de valentía y de justicia común.


Era probable que no consiguiera un desapego completo de mis emociones. Yo era un ser emocional y no pensaba renegar de ello. Pero había aprendido al manejar la habilidad, que no era la solución (o al menos una solución para mí) el solo reprimirlas para así controlar tu mente, sino más bien canalizarlas adecuadamente, a través de todos los sentidos, para asegurar el equilibrio en lugar de quebrarlo. Llevada de un extremo a otro, por fin estaba encontrando el punto medio, ideal, para conseguirlo.


Y la seguridad de saberlo hizo que de inmediato volviese a ver con toda claridad mi entorno, y la salida final del laberinto. La voz de Stolas se había diluido y no podía saber si regresaría o no, pero me encontraba preparada para asumirlo. Una pequeña fortaleza nacida de todo aquel entrenamiento, y pensaba alegremente, en cuánto me iba servir para volver a Ottery y terminar con todo lo que no había podido asumir antes. Y como no, para afrontar el siguiente reto, antes de llegar a la pirámide que ya podía vislumbrar en el horizonte.


Un arbusto de adelfa era todo lo que tenía delante de mí ahora, con sus colores vivos, y sobrellevando bastante bien el clima frío y la llovizna.

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Su cuerpo reacciona ante la llegada del trueno, no del relámpago. Así que cuando éste se desvanece, ella ya está en movimiento. Lleva un ritmo preciso y casi automático. Sus pensamientos, diluidos con las gotas de lluvia ligera hacen que vuelva a la realidad después de diez minutos de ruta. Ante ella, se alza ahora el laberinto.

 

Aún estando tentada (por el olor) de tomar un poco de fruta de los árboles de antes, para que su boca tenga algo que hacer y así distraerse, no lo hace porque todo en esa isla parece estar cargado de rastros de magia. Podría resultar peligroso... y el hambre habría ganado de todas formas de no ser por el recuerdo de las instrucciones de Rosália, que la detienen de hacerlo justo a tiempo. Supone que la fatiga o hambre también podrían ser muestras de debilidad y que si están previniéndola de detectarlas de aquello que enfrente, debería servir como concejo también para sí misma. Es decir, piensa aplicarlo para todo. En realidad, no es así necesariamente, pero ella lo evalúa tal cual suele hacerlo siempre: de forma simple y sin pulirse demasiado.

 

Los setos son altos y Mel está segura de que podría sortearlos con facilidad, lo que puede ser entendido como la ruta fácil, así que se cuida de tomar esa opción. Mas, a medida que avanza, sus pensamientos abandonan la idea del anciano y empiezan a perderse en cosas de mucho antes; una ira creciente que trepa en su pecho. Recuerdos de odio, sobre la época en detestaba ser un licántropo y que su futuro estuviera "arruinado". Más pasos y revueltas, primero derecha, luego izquierda; el paraje no cambia, sigue siendo ese entramado similar en todo aspecto de principio a fin. Mel entiende que debe alejar sus pensamientos de todo eso pero más y más voces parecen alcanzarla con los sinsabores del pasado.

 

>>¿Tampoco fue una gran pérdida sabes? Apenas cuatro timos, tres de ellos aceptables. No entiendo por qué montar semejante drama porque la mordieran...<<

 

El cuerpo de Mel se crispa. Ha llegado a callejón sin salida. Retrocede, obligándose a repetir las indicaciones de Rosália.

 

"Recuerda observar bien lo que se presente ante tus ojos, cualquier indicio de debilidad que veas puede ser la cortina que oculte la realidad".

 

Por un instante, sigue divagango, en blanco. Después, se da cuenta que de esa forma solo habrá de llegar a otro punto muerto, por lo que que se detiene. No suele reflexionar demasiado respecto a esas cosas (en realidad, sobre nada) pero no tiene otra opción más que hacerlo esta vez. De pronto, entiende que no está siendo razonable. Si la habilidad de legilimancia es una prueba de su fortaleza mental para poder abrirse paso leyendo en los otros la información que necesita, entonces... entonces...

 

Las puertas de su mente se mantienen alertas y continúa su camino. Curiosamente, a pesar de que las voces antes no parecieran tener ánimos de callarse -pues, pensándolo a profundidad, se da cuenta de que parecían ser más bien voces que recuerdos- ahora sucede todo lo contrario. No sabe si es porque de pronto se mantiene alerta para seguir el rastro al que ese "hilo" de palabras pueda llevarla o si es porque ya no está dándole demasiadas vueltas al asunto pero ni las voces ni las memorias incómodas vuelven a molestarla. En lugar de eso, Mel se encuentra olfatenado el ambiente. Unida a la última frase de Rosália le había parecido ver la más fugaz de las imágenes: la de una pirámide.

 

Esa pirámide le era familiar pero el camino para alcanzarla parecía haber cambiado desde la última vez que estuviera en la isla. Justamente estaba pensando en qué haría si resultaba que se encontraba con algún obstáculo imprevisto, cuando vio que un enorme seto le bloqueaba el paso luego de doblar el último recodo. El primer pensamiento que tuvo apenas duró un segundo pero fue bastante alarmante: que había llegado otra vez a un punto muerto. No duró mucho; eso no podía ser: ese seto parecía ser distinto a los otros, tanto en color como en altura por lo que Mel suponía que no formaba parte de la estructura del laberinto estrictamente hablando. Podría dar media vuelta y buscar otra salida, si existía alguna además de ese boquete, pero no quería arriesgarse a demorar demasiado y de todas formas quizá pudiera sortearlo...

 

Cuando escuchó una voz, en su cabeza.

 

Sin duda, no podía ser otro más que el arbusto, cuyas hojas -notó recién- se agitaban cada tanto como si éste fuese una persona con un tic nervioso. Es la primera vez que Melrose se comunica con cualquier tipo de planta, punto final. Sabe que Rosália es capaz de comunicarse con las suyas pero Mel piensa todo el tiempo en cómo jamás había imaginado hacerlo ni en sus sueños más salvajes y que la que está dirigiéndose a ella debe ser bastante astuta y de gran voluntad, para que sus pensamientos la alcancen.

 

Es extraño también establecer comunicación porque es un tipo de ser vivo distinto a cualquier humano y de hecho, a cualquier criatura móvil si bien Mel entiende que es capaz de movilizar sus ramas, supone que sus raíces deben estar siempre en la misma tierra por lo que es un logro encontrarse "despierta". Además, sus pensamientos son claros y lineales. Primero, empieza por comprender qué hace allí: está salvaguardando el paso porque así se le ordenó y no dejará pasar a nadie. Cuesta un buen rato de largas explicaciones hacerle entender que se encuentra allí por una prueba y que por tanto necesita pasar. Además, luego de dicha explicación llegan otras objeciones: "por qué tiene que hacerlo por allí" o "¿se encuentra realmente preparada para afrontar la pirámide?" Todas las preguntas reciben respuestas abultadas para que puedan calar en él. Finalmente, llega el punto de quiebre "¿Por qué debería el arbusto apartarse? Eso no es asunto suyo".

 

>>El mundo es un eterno ciclo de dar y recibir. Pasaré hoy y tendré presente a los árboles, arbustos y similares cuando salga de aquí, con un anillo de legilimancia<<

 

La respuesta es demasiado obvia. Quizá incluso demasiado, porque toma otra media hora de explicaciones y ruegos e incluso un improvisado juego de adivinanzas (si yo gano, puedo pasar, si tu me ganas regreso por el laberinto) el convencerlo por completo. Las ramas se retiran lentamente hacia los lados, hasta abrir un boquete a través del cual pasa Mel, poniendo cuidado en no provocar que caiga ni siquiera una hoja. Se despide del arbusto y alcanza el emplazamiento donde se halla Rosália -y no es de extrañar- ya en compañía de Bel.

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@@Rory Despard

 

 

Rosália percibió las emociones de la Evans apelmazarse en su interior, justo como los grumos de una harina mal tamizada en la masa en las manos del panadero. Quiso intervenir, pero se reprimió mentalmente, recordando que ya eso no eran las clases, estaban en la isla de las pruebas, donde demostrarían su válida para vincularse con los anillos que reposaban en su palma cerrada tras su espalda. Y muy a su pesar, debía dejar al libre albedrio a ambas mujeres.

 

 

Sintió los pensamientos de Bel como propios, y suspiró. Su confianza estaba total y plenamente en ambas brujas, a pesar de lo que su naturaleza le dictaba, sabía que ambas lograrían salir de todo. Por eso les había impuesto tal magnitud de prueba, sabiendo que pasarían airosas la situación. Durante la clase Evans se mostró fuerte, pero la arcana supo que lo que su corazón guardaba era tan puro que la prueba lograría hacerse con ella, si su fortaleza mental no era mayor.

 

 

Con el paso de los metros, percibió la valentía desvanecerse y escuchó sus pensamientos - Paciencia... - susurró para sí misma, esperando que la Ollivanders. Justo como esperaba, encontrara el halo de la mentira, que ofuscaba sus ojos. La bruja cruzó lo que le quedaba del laberinto y Pereira sonrió, sintiendo la presencia de la mujer tras el arbusto a su izquierda.

 

 

El arbusto se mantuvo silencioso, a la espera de cualquier acción de la bruja. Mientras, Rosália esperó por la Moody. El intercambio entre Bel y la adelfa debía de ser justo, tanto para ella como para la naturaleza. Dándole un equilibrio a todo en la tierra.

 

 

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La Moody avanzó más rápido de lo esperando, haciendo del laberinto como si de su ruta diaria al trabajo se tratase. La arcana observó a sus pensamientos con curiosidad, percibiendo el enojo creciente en su interior, enojo que apareció tras comenzar a escuchar esas voces en su cabeza. Al contrario de Bel, Melrose parecía más fuerte, más segura, sin embargo, aquella prueba lograba desquebrajar y quitar las capas, como si de una cebolla se tratara, dejando así el centro para el portal propio.

 

 

Con cada cruce, Rosália sabía que ella se encontraba con la salida, pero su mente sobre analizando las cosas la hacía ver lo que no era, junto al hechizo de la prueba impuesto por la Legilimante. Y cuando la castaña logró percatarse del truco, se encontraba frente al arbusto que la impedía llegar a ella.

 

 

Las órdenes de Pereira eran claras, debía de intentar confundir las mentes de ambas brujas, hasta que la astucia de ambas saliera a relucir y con ello, lograr mediar con el arbusto y cruzar a la pirámide. Pasaron largos minutos, en los que Rosália observó los anillos en su mano.

 

 

Escuchó ruido a su izquierda y supo que Melrose Moody había logrado llegar a ella. Extendió su mano con los anillos y se preguntó, para estar sobre segura de que aquella era su decisión - ¿Estás lista para la prueba? -

 

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Bel Evans Ollivander

 

La adelfa no era una planta de climas fríos. Lo había aprendido hace mucho tiempo cuando buscaba arbustos que sembrar entre los límites del castillo Evans McGonagall y los amplios terrenos más allá del cerco de pinos. Los brotes no habían prendido en la tierra y lo peor, había terminado con una serie afección en la piel por no haber usado guantes para tratarla.

 

Me había confiado demasiado en que no resultaría "tan venenosa" como todos decían que era.

 

Pero lo era. Bajo aquella bella presencia, con esas flores de caliz rojizo y corolas rosadas que invitaban a acercarte a ella, sus hojas, tallo y raiz estaban cargadas de veneno y era ampliamente extendido el uso de sus hojas para pociones que alteraran el corazón. No era pues, una planta sencilla con la cual lidiar, así que permanecí a un metro de ella, pensando exactamente en qué hacer para que me dejase continuar hasta la pirámide.

 

Rosália había dicho que tendríamos que negociar con ella, y eso me llevó inmediatamente al primer ejercicio en el invernadero, por lo que me dediqué a contemplar a detalle al arbusto: Por supuesto, ella no podía hablarme con palabras, pero si prestaba atención encontraría inscrito en su cuerpo, sus necesidades.

 

"Tenme un poco de paciencia" musité en su dirección, aproximándose un poco más. Era un ejercicio diferente, ante la incapacidad de poder tocarla, tener que averiguar únicamente con el resto de sentidos lo que estaba sucediéndole. Las flores se veían estupendas, así que bajé la vista para distinguir en el cúmulo de hojas el tronco. Y la primera señal fue advertida al ver que una fina capa de escarcha lo rodeaba.

 

El clima frío podía ser responsable de eso, pero convencida que eso era apenas una señal de algo más, seguí examinando. A esa altura eran solo centímetros lo que me separaban de ella, y con la guardia baja, una rama bajó con fuerza golpeando mi cuello, que de inmediato empezó a llenarse de granitos por una reacción alérgica automática. Echándome atrás, con cierta molestia, miré a la planta, casi reprochándole lo que acababa de hacer. Pero ella volvió a permanecer quieta, aunque un pequeñísimo cambio había obrado.

 

La parte del tallo que asomaba justo por encima de la tierra había reverdecido.

 

Una idea había brotado en mi cabeza, pero necesitaba corroborarla, así que bajando las manos hacia la tierra, cerré los ojos, con la idea de poder percibir las raíces, que para mí eran como la mente en las plantas. Las raíces que podían extenderse bajo la tierra muchos y muchos metros, sin que los que caminaban por encima de ellas lo supieran. Raíces que comunicaban, que te anclaban a un lugar, pero que también te hacían crecer fuerte, cimentarte. La pregunta directa ¿Necesitas mi calor entonces? fue enviada en forma de energía desde mis manos hacia la tierra, y pronto, un sonido leve como un latido fue toda la respuesta.

 

Lo necesitaba.

 

Calor y magia combinadas, eran las que a fin de cuentas, le permitían estar allí. El problema era que hacerlo iba dolerme ¿pero acaso conectar con la mente de los otros seres no era también doloroso a su modo? Cada uno decidía de qué forma usar la legilimancia, pero lo cierto era que muchas veces de ahora en adelante, era bastante probable que hurgando en las mentes descubriese que no todo lo que otros me decían podía ser cierto. Podría ser (que voluntaria o involutariamente) terminase descubriendo pensamientos retorcidos o mentiras o secretos que iban a afectar mis sentimientos, o que me obligarían a cuestionarme mis propias acciones. Nada de eso se conseguía sin dar algo a cambio, y entenderlo era aceptar que esa era una carga que conllevabas con tan fantástica habilidad.

 

Y por encima de eso, eran una responsabilidad de tener que ser fuerte, para no terminar quebrándose uno mismo.

 

Terminando con esa distancia autoimpuesta, abracé a la planta y a medida que lo hacía, bajo mis manos, podía sentir su savia corriendo, para alimentarla y darle vida allí donde el frío había comenzado a dañarla. Cuando me separé, mi corazón latía arrítmicamente, pero ella estaba más fresca y lozana que nunca, y entre sus ramas hizo un espacio para que yo pudiese pasar, cosa que hice, bastante debilitada.

 

En el corto trayecto que me quedaba a la pirámide, rebusqué en mis bolsillos el vial de poción antiveneno y tomé un largo trago, para que pudiese paliar todos esos efectos de forma que llegase en óptimas condiciones a la prueba final. Rosália estaba esperándonos, como había prometido, y pasó menos de un minuto cuando Mel llegó también. Los anillos de aspirante brillaban en la palma de la arcana, y cuando llegó mi turno de responder una última vez si haría o no la prueba final, asentí en silencio.

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Esperó la respuesta de la Moody, y mientras sintió la presencia de la Evans al otro lado del arbusto con el que ella negociaría para llegar a la pirámide. La arcana percibió su pensar frente a la planta, quien aguardaba un veneno que te debilitaba al tacto. Pereira guardaba un antídoto que quitaría cualquier debilidad producida por el tacto de la planta.

 

 

El frio que albergaba la adelfa se hizo a conocer a la bruja al tocar su tierra. Pereira aguardó por un accionar, y al sentir como la mujer envolvió por completo la planta se sorprendió un poco, ella esperaba que retirara la brillantina helada que en ella estaba pero aquel accionar elevó la temperatura, derritiendo la brillantina y dándole su calor a la adelfa.

 

 

El arbusto le dio paso a la mujer, y Rosália tendió su otra mano con el anillo de principiante y el antídoto a la mujer. Esperó algunos segundos mientras ella lentamente se acercaba y tomaba algo de un frasco extraído de sus pertenencias.

 

 

- ¿Estás lista para la prueba? - le preguntó también. Ambas mujeres asintieron segundos después y ella solo comenzó a caminar a la pirámide donde las siete puertas aguardaban.

 

 

- La prueba final se llevará a cabo dentro del portal, marcará un antes y un después para la vinculación exitosa a sus anillos. Ahí estarán totalmente solas, y yo solo podré percibir todo por sus anillos que están vinculados al mío. Si llegan a tener la necesidad de regresar o se ven en peligro con su pulgar toque la cara del anillo y las sacaré del portal. Si llego a verlo necesario, les traeré de vuelta - comentó, adentrándose a la pirámide.

 

 

Un circulo les dio la bienvenida, donde las puertas de las siete habilidades estaban impuestas a su alrededor. La puerta de Legilimancia se encontraba abierta y el portal esperaba ansioso a sus nuevas víctimas - Lo que vean dentro del portal será de forma individual. El Portal da acceso a un mundo ajeno al nuestro y que resulta único en cada prueba. Nunca se repite. Pueden conducir al pasado, al presente, al futuro, a universos paralelos, a mundos de fantasía o a recreaciones de la mente; en definitiva, a cualquier parte. Va a jugar con sus mentes, de una forma más cruda que lo hecho por mí en la clase. Deben intentar a toda costa mantener el control de sus emociones, cuando sientan el borde del colapso cierren sus ojos y respiren profundo. Recuerden que lo que ahí dentro hay no es real y es producto del portal intentando vincularlas al anillo - agregó, frente a las brujas, quienes observaban el portal a sus espaldas.

 

 

- Cuando se sientan listas, crucen. Las estaré esperando aquí cuando finalicen. Mantengan la calma ante todo - Finalizó, corriendo su cuerpo a un costado para darles total acceso al portal.

 

 

 

@@Rory Despard @

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