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Prueba de Nigromancia #18


Báleyr
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Las luces de la media tarde volvían el escenario lúgubre. Báleyr había citado a las dos mujeres a orillas del lago que entonces se veía sumamente gris. Una fina capa de neblina llegaba a sus tobillos pero la visibilidad aún era buena por lo que no sería sorpresa cuando Madeleine y Zoella arribasen al lugar. Dió unas dos o tres caladas a su pipa y contempló el cielo, cuando el sol se perdiera por completo las ánimas estarían preparadas para cumplir su función. Hasta entonces los colores que teñían aquel lienzo se entremezclan, rojos, anaranjados y azules, una verdadera belleza.


Bienvenidas, jóvenes.


El recibimiento sería calmó, como las aguas que descansaban a sus espaldas. Había torturado al menos a una de ellas lo suficiente como para comenzar a presionar desde temprano. Triviani era un caso particular, la estaba utilizando sin que ella lo supiera para lograr devolver el alma de la pequeña Amelia a donde pertenecía.


Espero que ambas sean conscientes del por qué están aquí y de lo incierto que les espera más allá.


Hizo una pausa breve en la que ninguna dijo absolutamente nada.


Necesito que lo afirmen, por favor, en voz alta para que pueda oirlas. Solo así las dejaré pasar


Aguardó. Cuanto más tiempo pasaba la niebla subía poco a poco, centímetro a centímetro y se volvía densa, casi sólida. Y cuando por fin obtuvo respuesta, casi al unísono por fracciones de segundos, enseñó lo que sostenía su mano oculta dentro de las capas de una modesta túnica ocre. Una pequeña caja donde les pidió amablemente que depositaran sus pertenencias y a cambio les otorgaría a cada una una sortija plateada, simple, lisa, como un fino listillo gris al que alguien le sacó brillo. Eran los anillos de aprendiz.


Una fina barcaza de madera oscura emergió a la superficie. Las brujas deberían montarse en ella para cruzar al otro lado, allí comenzaría la primer de sus pruebas. Las terminaciones del transporte en ésta ocasión no poseían esfinge alguna que intentaste hundirlas si respondían mal alguno de sus acertijos, sino que simplemente tenía una fina hoja de grimorio clavada con una daga. Para que un Nigromante pudiera por fin completar su camino debía trazar tres sendas, la primera de ellas era "La Senda del Sepulcro". Con éste dominio serían capaz de doblegar almas y hacerlas a su voluntad, accionar que deberían deducir al leer la definición que Báleyr les regaló.


Las ánimas despertarían cuando emprendieran viaje, intentarían tumbar la barcaza y apoderarse de los cuerpos que les servirían de envase para regresar al mundo de los vivos, estaban ansiosos y desesperados.


Más si conseguían emplear todas sus fuerzas para utilizar las almas en pena a su favor tocarían tierra firme en cuestión de minutos, quizás unos cinco minutos. Solo entonces, en la proximidad con el otro lado verían las inmensas puertas del laberinto que posiblemente conocerían por antiguas habilidades, los Arcanos solían tener gustos en común para impartir conocimientos. En ésta oportunidad las puertas se abrirían sin más, sin pedir demasiado de las mujeres, pues el segundo reto se encontraba dentro de sus laberinticos pasillos.


Flotando, a varios centímetros del suelo, del otro lado de la entrada había una segunda hoja de grimorio en la que rezaba el título "Senda del Osario" y "Senda de las cenizas". La primera de ésta garabateaba varios rituales mediante los cuales un Nigromante podía devolver momentáneamente la vida a un cadáver o de forma permanente, como Madeleine lo hubo ensayado sobre el corazón. La segunda, la senda de las cenizas era un poco más profunda y aunque no todos lo considerasen así, la más peligrosa de las tres; el Nigromante, dominando éste área del grimorio sería capaz de echar un vistazo al mundo de los muertos, caminar en él, particular incluso de manera indirecta en lo que sucede. Pero se dice que practicarlo demasiado debilita al mago o bruja en cuestión.


Caminarían largo rato, hasta que los pies dolieran, casi hasta perder la noción del tiempo. Entonces oirían los gruñidos, los rasguños irregulares en las paredes de piedra húmeda, los temblores en el suelo frío, de tierra y granito. Unos siete ínferis se lanzarían a la persecusión, de golpe y sin previo aviso. Deberían concentrarse pues un pasadizo secreto les llevaría a la última prueba para poder dar con la ansiada pirámide que poseía la marca de Uróboro y las siete puertas sagradas que les permitirían vincularse con la habilidad.


El pasadizo que debían encontrar intentando sobrevivir a los ínferi, les transportaría a un corto pasillo de tonos violáceos con antorchas incrustadas en las paredes. Frente a sus ojos, nuevamente y para el cansancio, la opción de seis puertas, pero solo una haría brillar la sortija del aprendiz en sus manos al acercarse. La puerta que correspondía a Zoella tenía del otro lado un cuarto que ella reconocería de inmediato y en el centro una mesita de té con alguien que le esperaba ansiosa.


¿Jugamos?


La voz infantil de la niña resonó por doquier hasta que ambas quedaron solas. Allí continuaba su misión, averiguar qué había sucedido mientras vivía, quién le había dejado estancada en el limbo, y cómo la devolvería a su sueño eterno.


Y por último, Madeleine. La joven que aún se rehusaba un poco a las artes de la sangre y la muerte. Su puerta la plantaría frente a un cuerpo inerte, con varias partes de su cuerpo calcinado, al cual debería revivir pues éste era el único capaz de abrir la cerradura para llegar a la pirámide.


En dicho sitio oscuro y pulcro, silencioso y frío, tras haber sorteada las tres pruebas esenciales, las tres sendas, les estaría esperando Báleyr fumando de su pipa y tironeando de su barba larga, debía hacerles una última pregunta, la misma que al principio ¿Están verdaderamente listas?


Cuando el portal las absorbiera irían a parar a habitaciones diferentes, blancas, repletas de burbujas que albergaban recuerdos a lo largo de toda su vida. Recuerdos trágicos, tristes, emotivos, grises. Allí donde habían perdido una vida el portal les permitiría devolverla o no, pero al menos intentarlo para saldar aquella cuenta pendiente que no permitía cerrar la herida.

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La calva había sido sacada sin aviso previo de la monocromatica habitación blanca donde le hacía compañía a Amelia. No habían tenido oportunidad de encontrar los secretos pero Zoella ya creía conocer cómo desvincular a la joven fantasma de aquel lugar y aprovecharía eso para liberarla en cuanto el llamado del tuerto hubiese acabado. Su cuerpo había aparecido a las orillas de un lago, lugar que reconoció de su prueba para la habilidad de hablantes de pársel.

 

Se quedó helada al observar al viejo tuerto fumar de la pipa. En silencio llevó sus pasos a él y observó la presencia de otra bruja para ella desconocida. En silencio, y observando entre la niebla su alrededor Zoella supo que ya el arcano había visto que estaba lista para obtener su anillo ¿pero ella se creería lo suficientemente preparada? Eso estaba por verse.

 

- Estoy lista para someterme a la prueba - contestó sin más, sabiendo que aquello la conduciría por una segunda aventura en aquella ya conocida isla. La calva se percató de la siguiente acción de Báleyr, suspiró y se quitó los anillos y amuletos Uzza que siempre llevaba encima junto al único anillo de habilidades que poseía. Invocó su varita y suavemente la depositó sobre sus pertenencias para luego tomar ese fino anillo de plata que el hombre les tendía, ese su anillo de aprendiz que luego tomaría una forma única en el dedo de la bruja.

 

Lo colocó en el índice de su mano izquierda, dedo que había guardado únicamente para aquel anillo. Una barca emergió del centro del lago para flotar de una forma fantasmal a la orilla y esperar a que ambas brujas lo cruzaran. Triviani no esperó más y solo llevó sus pasos a la barca para visualizar aquel trozo de pergamino anclado con una daga.

 

"Ver, invocar y dar órdenes a los espíritus de los muertos"

Se leía, la ojigris conectó directamente con la senda de la que había hecho uso para mantener a raya a Amelia. La senda del sepulcro sería la primera prueba. Recordó la pureza del cuerpo entero y casi de inmediato vació su mente y serenó sus acelerador pensamientos. Debía mantenerse centrada al por completo durante aquel paso, o los espectros lograrían adueñarse de su cuerpo.

 

El barco emprendió con lentitud un viaje, en medio de la espesura de la densa niebla. El frio calo en los huesos de Zoella que suspiró para observar a su alrededor. Voces comenzaron a surgir y un par de manos fantasmales se hicieron ver a las orillas de la barca. Debía ordenar al espíritu, usar ese poder peligroso que si era empleado de forma errónea el precio a pagar era el alma propia.

 

Zoella relamió sus labios y cerró sus ojos. Debía de ejercer una gran fuerza de voluntad para ordenar a esos fantasmas. Abrió sus manos y con suavidad les pronunció - Deben obedecer - la barca se sacudió de un lado al otro y risas macabras se oyeron a su alrededor.

 

La bruja perdió el equilibrio por un par de segundos y su torso cayó por uno de los costados de la barca. Una mano fantasmal la tomó e intentó jalarla hasta el agua, esa sería su oportunidad para poseer aquel cuerpo. La mujer recordó como Jeremy la llamaba usurpadora y la mirada del hombre y el enojo la cegó. Hizo uso de su fuerza para liberarse de ese agarre fantasmal que parecía no querer soltarla.

 

La vampira tomó la daga que sostenía la hoja y cortó su mano para extenderla al agua. Apretó de la palma ya cortada y dejó verter un par de gotas en ella, la nigromancia era una clase de magia oscura de la que a veces exigía sacrificios y por esa vez la sangre de la vampira sería suficiente, y más que sangre una parte de su humanidad comenzaba a ser ofrecida como ofrenda a la magia de la Nigromancia.

 

- Llevenme a la orilla - ordenó, para luego observar a las manos fantasmales sostener con firmeza las orillas de la barca y llevarla a la orilla de la isla. Durante el camino Zoella empujó a un par de espíritus entrepitos que intentaron subirse a la barca. Con lentitud llegó a la orilla y como alma que lleva el diablo se alejó de aquella barca para adentrarse al laberinto.

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Bajo la luz pálida de la tarde, el mundo parece gris y frío. El lago que se extiende a las espaldas del Nigromante es un espejo plateado del cielo, completamente calmo pero, a la vez, amenazante. A medida que los minutos pasan, mientras Madeleine camina hasta llegar a su destino, la luz del día se vuelve tenue y la escena comienza a adquirir tonos más cálidos y ciertamente hermosos. «Se acerca la hora dorada», dice para sus adentros. El espectáculo duraría quizás veinte minutos, o un poco más o un poco menos, y entonces llegaría la noche. Con la noche llegarían a la isla las sombras, las tinieblas y todo aquello capaz de escurrirse en la oscuridad... Probablemente se trate de un momento peligroso para practicar la nigromancia, desafiando los límites de la vida y la muerte, pero no está asustada. Para Madeleine, la noche es familiar y la oscuridad el lugar donde más segura se siente. Recuerda vagamente las palabras de Catherine, que le dejó en el pensadero del Grimmauld Place #12 antes de romper su varita y marcharse —una de las tantas veces que se marchó de su vida—, pero el pensamiento se esfuma cuando escucha la voz de Báleyr.

 

—Bienvenidas, jóvenes.

 

Su tono de voz es tranquilo, inexpresivo, pero Madeleine no se confía por lo apacible de la escena. Su preparación en la mazmorra se trató de una jornada bastante intensa, donde constantemente el arcano desafió sus preceptos acerca de lo que es correcto y lo que no, lo que es natural y lo que no, y si aquello fue sólo el preámbulo de las pruebas que enfrentará a continuación, más le vale estar preparada. En ese momento, luego de una siesta reparadora y una comida generosa —y todavía con la calidez del hogar en el pecho—, puede asegurar que está lista. Sin embargo, ¿qué pasará cuando sus ideales vuelvan a verse desafiados? ¿Qué pasará cuando llegue el momento de cuestionarse si aquella decisión es la correcta? No puede saberlo, es cierto, pero está dispuesta a correr el riesgo.

 

—Hola, Báleyr —musita Madeleine, echándose hacia atrás la capucha de su capa negra de viaje y revelando un rostro curtido por las guerras, enmarcado por un desordenado cabello castaño—. Sé por qué estoy aquí y sé que no sé a qué deberé enfrentarme, pero quiero descubrirlo por mi misma. Haré tus pruebas.

 

Cuando termina de hablar, advierte que la noche está cada vez más cerca y que una extraña neblina ha comenzado a ascender por sus pantorrillas desnudas. Disimuladamente, baja la mirada para observarla y se da cuenta de que ésta es bastante densa, dificultándole incluso ver sus botas de combate. Si bien aquello es extraño y comienza a sentir la necesidad de comprender qué es lo que está a punto de suceder, entiende que aquello no le será de ayuda demostrándole su valía a Báleyr —aunque ¿desde cuando le interesa aquello?— o llevándola a lograr sus objetivos. De cualquier forma, el arcano distrae su atención cuando les pide que dejen con él sus pertenencias. Aunque no es muy explícito al respecto, Madeleine comprende a qué pertenencias se refiere exactamente: amuletos mágicos, talismanes, anillos, cualquier cosa que les otorgue poderes especiales. Está acostumbrada a aquel protocolo, aunque no le agrade. Con una mueca de fastidio, vacía los bolsillos de su falda negra y deposita en la caja las pocas pertenencias que lleva con ella, incluyendo su capa de viaje que le estorbaría más de lo que le serviría de ahora en adelante. Lo único que conserva es un relicario plateado colgado del pecho, el cual no contiene ninguna propiedad mágica, y el anillo liso que le es entregado a ella y a la otra bruja, otra de las aprendices del Nigromante.

 

No hay más palabras, pero no es necesario. Madeleine observa que entre las aguas calmas aparecen un par de embarcaciones de madera oscura, el medio que deben usar para llegar a la isla donde las espera la Gran Pirámide. Es otro protocolo al que está acostumbrada, aunque Mahoutokoro todavía sea un lugar nuevo para ella: atravesar el lago, recorrer el laberinto y lograr entrar a la pirámide, donde normalmente el arcano espera para ver a sus aprendices adentrarse en el Portal de las Siete Puertas. Lo cierto es reconfortante la idea de que conoce el camino, aunque sea de forma general. Antes de echarse a andar hacia las orillas del largo, toma una gran bocanada de aire y se esfuerza por recordar que no está ahí porque alguien más la obligue, o porque quiera demotrarle nada a nadie. Quiere comprender la Nigromancia porque lo necesita. No para intentar salvar a nadie, no para enmendar los errores de su pasado. Comprender la muerte, es comprender la vida. Es comprender sus límites y reafirmar sus ideales. Aunque termine vinculándose, no cree que alguna vez sea capaz de considerarse una Nigromante, pues ese nunca fue su objetivo.

 

—Nos vemos en la pirámide, Tuerto —masculla por lo bajo, mientras se arremanga la blusa blanca y camina con pasos firmes hasta la barca dispuesta para su uso.

 

De inmediato, advierte que en la popa hay una daga clavada que sostiene un trozo de pergamino. Madeleine recupera la daga y lee lo que dice el pergamino, que parece tratarse de un fragmento de un grimorio, como el que ella misma interpretó en la mazmorra de Báleyr.

 

«La Senda del Sepulcro».

 

Mientras el barco comienza a adentrarse en las tenebrosas aguas, Madeleine lee rápidamente la página de aquel grimorio. Está familiarizada, por lo menos de forma teórica, con esa práctica de la Nigromancia: la invocación y manipulación de espíritus para el beneficio propio. La idea de imaginarse a sí misma como una liche es, cuando menos, incómoda; sin embargo, es cierto que aquel no es un ritual que le sea totalmente ajeno. Durante su incursión y redescubrimiento de la Magia de la Oscuridad, terminó adentrándose en las artes del ocultismo, en donde hay diferentes rituales para convocar espíritus y almas en pena, normalmente para atormentar a alguien más. Sin embargo, esto es diferente. «¿De verdad lo es? ¿Por qué demonios es diferente? ¿Por qué no tengo reparos en usar la Magia de la Oscuridad, pero siento tanto recelo con la Nigromancia?». Una vez más, los recuerdos de Rus de Kiev vienen a ella. Lo que odia es a los nigromantes que ha conocido, la nigromancia que ha visto...

 

La primera sacudida del barco la saca de su ensimismamiento.

 

—¡¿Pero qué caraj...?!

 

El pergamino cae al suelo empapado de la barca y Madeleine sólo es capaz de mantenerse de pie debido a su agilidad sobrehumana. Sosteniéndose de uno de los bordes de madera, asoma la mirada al agua y entonces los ve perfectamente, al mismo tiempo en que un frío helado atraviesa su pecho. Son ánimas, almas errantes. Parecen personas, pero sabe muy bien que no lo son pues no existen. No están en aquel plano por completo, aunque ciertamente pueden intervenir, como están demostrando al intentar alcanzar la barca y, probablemente, alcanzarla a ella. Podría ponerse a pensar por qué la atacan, pero al final todo debe ser obra de Báleyr para forzarla a atravesar la primera senda de la Nigromancia, como bien lo describió aquella página del grimonio. Él quiere y está dispuesto a convertirla en una nigromante, pero ¿ella lo quiere?

 

Otra sacudida le recuerda que no tiene todo el tiempo del mundo y es momento de tomar una decisión. ¿Qué quiere obtener de aquello? ¿Por qué está allí? ¿Qué clase de resolución quiere lograr? Las manos fantasmales se asoman por el borde de la barca y puede sentir el gélido frío que emanan. ¿Qué quiere? Baja la mirada, ve los rostros... Y las ve. Sofía y Kimi, buscando aferrarse a aquel plano. Fueron las víctimas de un nigromante que las vio sólo como títeres, existieron luego de sus muertes como inferis hasta que ella y Pandora las liberaron.

 

—Ustedes están muertas—susurra con tono amenazador y seguro, aunque las palabras duelen y las lágrimas nublan su vista. Con fuerza, empuña la daga—. Ya no pertenecen aquí.

 

Maldice por lo bajo cuando siente el corte de la hoja, pero no protesta. La sangre mancha sus manos y, entonces, sostiene con fuerza los bordes de la barca junto a ella. Algo que aprendió mucho antes de que conocer a Báleyr, es que aquella clase de magia se realiza con sangre y se paga con sangre. Quizás ahora no sea necesario, pero ve justo hacer un sacrificio por hacer uso de la Nigromancia, sólo para recordarse a sí misma que siempre habrá un precio que pagar y no hay forma de escapar de ello. Cierra los ojos y siente las manos aferrándose a su brazo, provocando que se le erice el vello de los brazos.

 

—Llévenme hasta la isla —ordena con firmeza, con la seguridad de sentir cómo emplear de aquella forma a las ánimas crea otra mancha en su alma y cierne otra sombra en su corazón.

 

La barca deja de tambalearse y el agarre de las manos deja de ser brusco, hasta que desaparece por completo. Apenas es consciente de que se mueven, hasta que siente cómo la embarcación choca contra la arena de la orilla. Madeleine se pone de pie lentamente, temblando ligeramente.

 

—¡Lárguense! —exclama, cuando salta del barco— ¡Ya no tienen nada que hacer este plano! ¡Lárguense a descansar y déjenme en paz!

 

Cuando vuelve el rostro por encima del hombro, se da cuenta de que está completamente sola. Comienza a dudar si todo fue real o producto de su imaginación... Hasta que observa las marcas rojizas en sus antebrazos. Sin embargo, el frío ha desparecido. Sabe que aquellas no podían ser Sofía y Kimi, pero quiénes quieran que fuesen, están mejor en el mundo de los muertos que en el de los vivos. Madeleine guarda la daga y se echa a andar hacia la entrada del laberinto, confiando en que a esas alturas la sangre de sus heridas ha comenzado a coagular y no se ha provocado una hemorragia importante. El lado bueno de tener ciertos conocimientos de medimagia y experiencia como sanadora.

 

Aunque no es la primera vez que debe recorrer el laberinto, siente que está por adentrarse en algo totalmente desconocido... y razón, tiene.

 

—¿Y ahora qué? —masculla, al ver que en la entrada está flotando otro pergamino. Madeleine lo toma y comienza a leerlo rápidamente, teniendo que forzar la vista por la escasez de luz a medida que la noche se cierne sobre ellos. «La Senda del Osario, la Senda de las Cenizas...». Al terminar, observa a su alrededor pero no hay nada que pueda percibir. Todavía, por supuesto. Deja escapar un suspiro, al comprender que debe adentrarse para descubrir los siguientes obstáculos. Quizás Báleyr se tomó sus palabras con demasiada literalidad, pero está bien. Ella no teme al peligro, normalmente salta hacia él como una maldita desquiciada y aquella no puede ser la excepción.

 

No está segura de por cuánto tiempo camina. Los pies comienzan a dolerle y un extraño frío comienza a atormentarla. La luz es completamente inexistente, de modo que intentar ubicarse es algo prácticamente imposible. Ni siquiera es capaz de ver el cielo nocturno, pues al alzar la mirada los altos setos parecen crecer hasta bloquear su vista. No siente que esté caminando por un jardín con forma de laberinto, sino que se está adentrando a una cueva, a una gruta, a la boca de un lobo. Y comienza a pensar que así es, cuando al posar la mano en la pared junto a ella para tomar un poco de aire siente la roca fría de los muros.

 

—Maldito seas, Nigromante —susurra Madeleine, cerrando los ojos con fuerza. Le es difícil mantener la concentración, se siente tentada a regresar pero, al volver la mirada, sólo hay oscuridad. Está perdida y está...—No, no estoy sola.

 

Pero aquello no la reconforta, preferiría estar sola.

 

Se da cuenta de que, entre los susurros de la brisa nocturna, hay voces, rasguños e incluso gritos lejanos. Comienza a caminar más rápido, en un intento de alejarse de ellos pero aquello parece tener más bien el efecto contrario: mientras más corre, mientras más rápido se mueve, estos se hacen más fuertes y más reales. Siente las vibraciones de los rasguños en las paredes de piedra, distingue las palabras que susurran en las sombras y los gritos parecen tratarse de llamados hacia ella. Es una pesadilla, probablemente una que ha tenido en más de una ocasión. Perdiendo por un momento el sentido de la realidad, simplemente comienza a correr sin mirar a dónde se dirige. Quiere salir de ese maldito lugar, sea cual sea, sea donde sea que acabe. Entonces, como si no fuera poco, escucha el sonido de algo arrastrarse tras ella y un leve quejido.

 

Al asomar la mirada, observa a los inferis. Por inercia busca la varita en el bolsillo de su falda, pero no está ahí, porque el desgraciado de Báleyr se la quitó. Intenta convocar un poco de fuego demoníaco, pero su incursión en la Magia de la Oscuridad no ha llegado tan lejos. Y no intenta hacer nada más, pues sólo está atrasándose y ellos comienzan a acerarse.

 

«Tiene que haber algo. Una pista de qué hacer, una herramienta, una...».

 

—Una salida.

 

Al ver el pasadizo, no lo piensa dos veces. Se arroja por el agujero disimulado en una esquina del pasillo donde se encuentra, confiando en que, aunque no la condujera a ningún lado, por lo menos le serviría como escondite y refugio.

 

Sin embargo, pronto descubre que no se trata de un simple agujero. De un momento a otro, Madeleine pasa de estar siendo perseguida por inferis a encontrarse en un pasillo tranquilo cuyas antorchas parecen irradiar una luz púrpura. Allí hay exactamente seis puertas cerradas, de las cuales evidentemente le toca elegir una. No está segura de si se trata de una carrera a contrarreloj, así que no pierde mucho tiempo intentando recuperar el aliento y de inmediato comienza a investigar la estancia. Camina lentamente frente a las puertas, intentando dar con una pista o encontrar una forma de usar los conocimientos que encontró en el pergamino flotante, cuando observa que su anillo comienza a brillar frente a una de las puertas.

 

—Esa debe ser la señal —murmura por lo bajo.

 

Abre la puerta y se adentra en aquella habitación. Lo primero que ve es la puerta, al otro lado, con el uróboros tallado en la sólida madera... pero entonces, se da cuenta de que hay algo más en la habitación. Sobre un altar de piedra pulida, hay un cadáver humano; sobre la cabeza, tallado en la piedra, está un símbolo que representa una llave. Madeleine comprende rápidamente el significado de aquello. Está forzada a hacerlo, si quiere llegar al Portal.

 

Por supuesto que aquello no le agrada. Una cosa es reanimar un corazón, un simple trozo de carne pero usar la Nigromancia de verdad, ir contra el tabú de revivir personas. «Pero, bueno, ¿qué demonios esperabas cuando decidiste meterte en este enredo?». Madeleine se acerca y observa la carne chamuscada, lo cual le trae recuerdos de las guerras de bandos y su servicio a la Orden del Fénix como sanadora, donde vio muchas heridas así. Tiene los conocimientos y la experiencia para sanarlo, eso es una cosa. No es atravesar la Senda del Osario lo que le preocupa, sino llegar hasta la Senda de las Cenizas, un paso necesario si quiere que aquel cuerpo sea más que un títere. Debe buscar un alma e introducirla allí.

 

—De alguna forma debo salir de aquí... —susurra, a sabiendas de que se está introduciendo en un falso conflicto adrede. Siempre hay otra elección, siempre hay una alternativa.

«Al ca***o. No lo hago porque me estén obligando, lo hago porque quiero y porque puedo. Quiero y puedo llegar al Portal y, finalmente, darle sentido a todo. No me romperé y ni la Nigromancia ni Báleyr me someterán. Me apropiaré de estos rituales y lo haré con respeto».
Madeleine se recoge el cabello en un moño en la nuca y se planta frente al altar. Esta vez no hay grimorio y no hay nadie que la guíe, ni siquiera tiene el apoyo de su varita mágica. Esta vez está sola, ella con la magia en su estado más puro, crudo y salvaje. Sin embargo, tiene experiencia dominando esa clase de magia y no se dejará dominar. Lo primero que debe hacer es ocuparse del cadáver, hacerlo recobrar un estado digno y decente; no porque no pueda darle vida así, sino porque no quiere. No permitirá que su mente y su alma se rebajen a eso. Se toca las heridas todavía húmedas y dibuja un círculo alrededor del cuerpo, para hacer fluir la energía a través de él. Entonces, cierra los ojos y posa las manos sobre el dibujo.
Las piel y los músculos del cadáver se regeneran, la piel deja de retraerse sobre los huesos, los ojos vuelven a aparecer en sus cuencas. Hay cicatrices que podría borrar, pero decide dejarlas para recordar lo que ha hecho, de la misma forma en que abraza el dolor de sus heridas para recordar que está pagando aquel ritual con su propia sangre —además de, probablemente, un poco de su alma—. Está atravesando la Senda del Osario, está empleando todos los vestigios humanos de aquel recipiente para volver a darle una forma digna. Cuando termina, considera que el cadáver sigue siendo en sí mismo un osario, pero no por mucho tiempo.
—Así no me podrás ayudar —rezonga Madeleine—. Es hora de atravesar la Senda de las Cenizas.
Eso es, quizás, lo que define a un Nigromante, lo que los distingue de cualquier reanimador de pacotilla: ser capaz de ver e interactuar las tierras de los muertos. No está segura de qué es lo que sucederá a continuación, pero... quiere descubrirlo.
Esta vez, dibuja un círculo en el suelo, a su alrededor, y dibuja las runas y formas que consigue recordar del pergamino. Se sitúa justo en el centro, aunque estira los brazos sobre el cadáver restaurado.
Las palabras salen de su boca sin que ella apenas sea consciente de ello. Más que recordar el ritual, intenta hacer contacto con la magia de la sangre, con la nigromancia, con las energías que está manipulando. Así, lo que está haciendo es dejarse llevar, lo cual es peligroso pero es algo necesario en aquel tipo de rituales y todavía más cuando está intentando establecer contacto con las tierras de los muertos, con otro plano. El frío que sintió en el laberinto y que también sintió en el barco regresa, mucho más intenso e invade todo su cuerpo. Entonces, comienza a sentir una brisa que le hace cosquillas en los brazos... hasta que comprende que se sienten como yemas de dos. No permite que el miedo se apodere de ella. Aunque no comprenda lo que ocurra, sí debía estar preparada para vivir una auténtica pesadilla y probablemente eso sea lo que esté por ocurrir.
Decide no abrir los ojos. Ya luego habrá tiempo de ver aquel lugar.
—¿Qué alma quiere ocupar un cuerpo? —musita— ¿Qué alma está dispuesta a servirme?
Las manos se aferran a sus brazos, pero Madeleine se mantiene firme. No se dejará llevar.
—¡Nada de lloriqueos, nada de gritos! —exclama— ¡Y nada de trucos! ¡¿Quién me servirá en el mundo de los vivos?!
Aparta el agarre de los espíritus que con más desesperación buscan aferrarse a ella, pues esos son los más peligrosos y en los que no puede confiar. Finalmente, nada la está tocando pero todavía percibe una presencia, una mas bien indiferente.
—¿Tú me servirás? ¿Tú me obedecerás?
No aguarda por una respuesta. Esta vez, es ella la que la toma del brazo y la arrastra.
Al abrir los ojos, se encuentra frente al cadáver, con ambas manos sobre su pecho. Sin embargo, la verdad es que ya no es un cadáver. La observa fijamente, con ojos que carecen de vitalidad y, por el contrario, parecen llenos de miseria.
—¿Qué puedo hacer para servirle?
—Abre la puerta.
La persona se levanta del altar y camina hasta la puerta.
—¿Sabes lo que debes hacer? —susurra Madeleine.
—Para esto estoy aquí —responde su creación.
A pesar de que no hay pomo ni cerradura, abre la puerta con facilidad. El uróboros se ilumina brevemente, pero rápidamente se apaga.
—Mi servicio ha terminado —dice aquella persona—. Ahora, por favor, déjeme regresar.
—¿Disculpa?
Madeleine se queda helada. Una cosa fue expulsar a las ánimas del lago para asegurar su descanso, pero ésto... ésto es mucho más.
—Tú me creaste. Tú preparaste este cuerpo, me trajiste del mundo de los muertos. Cumplí con mi servicio así que ¿qué propósito puedo tener? ¿Acaso pretendía simplemente dejarme a la deriva, en un lugar al que no pertenezco, en un cuerpo que me es ajeno? Tú lo sabías, por eso no elegiste a nada que quisiera estar aquí. Pero no puedo simplemente esfumarme, debes hacerte cargo. Me lo debes.
Es cierto. En el fondo, lo consideró pero... parecía una idea irreal, algo que simplemente no ocurriría. Como, si al atravesar la puerta, eso no existiría más. Pero las cosas no son tan sencillas.
—Gracias —murmura Madeleine—. Ya puedes regresar al lugar a donde perteneces.
No tiene su varita para hacerlo limpio y rápido, así que empuña la daga por última vez. La clava en el corazón que se esforzó por hacer digno de existir. Y el cuerpo se desploma, de nuevo es una cosa, aunque no puede evitar preguntarse si alguna vez dejó de serlo. Arroja la daga y atraviesa la puerta.
Al otro lado, reconoce al arcano, que la observa fijamente con su único ojo. Sin embargo, no tiene nada que decir, decide esperar a que sea él quien rompa el silencio.
Editado por Ellie Moody

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Los pasos de la bruja se detuvieron justo en la entrada del laberinto, donde la oscuridad se alzaba y la niebla dificulta la vista. La calva miró atrás, ya había dejado el lago a un par de metros y estaba segura de que algo la esperaba en la entrada, donde la segunda prueba sería mostrada. En su mano descansaba aún la daga y con lentitud la guardó en las botas que siempre usaba en las clases de los guerreros Uzza.

 

Una segunda hoja se encontraba flotando frente a ella, con lentitud se acercó y la leyó en silencio absoluto.

 

"Almas muertas pueden regresar y observar las tierras de los muertos".

La senda del Osorio y la senda de las Cenizas. La bruja las reconoció de inmediato y supo que esa era la clave para recuperar el alma inocente de su bebé. Un llanto de bebé desde adentro llamó la atención de la bruja quien comenzó a correr desesperada para distinguir el origen del sonido. Sus pies tocaban la tierra en el suelo y seguían por aquel infinito pasillo desolado, donde el llanto reinaba y retumbaba en medio de la oscuridad. La calva no sabía cuanto tiempo había estado corriendo, pero debía de encontrar el llanto, debía de ver al bebé que lloraba su bebé.

 

Un gruñido la hizo detenerse, sus pies se clavaron en la tierra y observó a su alrededor. El llanto había parado y ella respiraba agitadamente. Ya no recordaba que hacía, la necesidad de encontrar el alma de su hijo la cegaba ahora. Unos rasguños se escucharon detrás de ella, o en frente, ya la bruja no lograba orientarse y solo giró su cuerpo en 360º buscando el origen de aquello. El suelo tembló y la Triviani comenzó a correr nuevamente hacia su izquierda, siguiendo su instinto corrió sin detenerse, huyendo del suelo que se movía como si un terremoto azotara el lugar. El frío comenzó a ser más fuerte, recordando a las heladas montañas rusas que visitó durante el solsticio de invierno, donde junto a Anne y Jeremy emprendieron una aventura.

 

Jeremy.

 

El nombre de su hermano vibró en su mente y sin ella quererlo su vista se nubló entre lágrimas. Miles de recuerdos a su lado llegaron como una rafaga de cuchillas cortantes, recuerdos con sus embarazos y las memoria que guardaba de todo lo sucedido la noche en Azkaban. Un grito desgarrador sonó desde el fondo de su garganta mientras se detenía nuevamente, agachándose para esconder su rostro entre sus piernas. Un sollozo desconsolado se escuchó en el laberinto, la bruja ya no quería seguir, se quedaría ahí bajo las penumbras con las penas adueñándose de ella. Un sonido la hizo alzar la mirada, la bruja no observaba nada por la oscuridad pero sabía que algo la miraba desde el fondo.

 

Se incorporó lentamente, secando bruscamente con el dorso de su mano las lágrimas que de sus ojos caían. Un olor putrefacto llegó a sus fosas nasales mientras siete ínferis llegaron corriendo a ella. Aun con un suave rastro de lágrimas comenzó a correr, sus pies resbalaron casi haciéndola caer pero logró retomar el equilibrio para seguir huyendo de aquellos cuerpos muertos que la perseguían. Por instinto buscó su varita para maldecir por lo bajo al recordar que el viejo tuerto la tenía. Giró la vista y los cuerpos se encontraban cada vez más cerca, bajó su torso cuando una rama apareció en su campo de visión mientras corría, rama que ralentizó un poco a los cuerpos revividos por magia oscura.

 

Una rama apareció en sus piernas, la bruja cayó de forma estrepitosa al suelo mientras los ínferis corrían a su cuerpo. Levantó el torso y sacudió la cabeza algo aturdida para observar un diminuto pasadizo a la altura del suelo, pasadizo lo suficientemente grande para que su cuerpo cruzara. Se arrastró con toda la velocidad que pudo pero sintió algo jalonearla por el tobillo. Se sostuvo con desespero de una rama mientras con la otra pierna pateaba el rostro de aquel cadáver que intentaba sacarla de su unico metodo de escape.

 

- Suelta, maldito ínferis - murmuró, sintiendo el miedo de morir ahí mismo. Una fuerte patada alejó al cuerpo de magia negra. Se arrastró para regresar la vista y darse cuenta de lo fornido de los cuerpos que no alcanzaban a cruzar el pasadizo. Se deslizó por el lugar hasta llegar a un corto pasillo ahora iluminado por antorchas. Las paredes malva lograron refrescar a la Triviani que se dejó caer al suelo.

 

Cerró sus ojos calmando su sistema y se arrodillo violentamente para regresar todo el contenido de su estómago, tuvo unas cuantas arcadas más, arcadas que estrangularon su estómago vacío. Respiró con dificultad y tembló, mientras se recostaba de la pared a su espalda. Sus párpados se cerraron por un par de segundos en lo que su pulso regresaba nuevamente a la normalidad.

 

Por fracciones de segundos recordó a Dennis, y casi de inmediato Arya también apareció en su mente. Estaba al borde del colapso, al borde de la locura total y todo por la prueba previa al portal, portal que sabía lograría quizás desquiciar en su totalidad a la calva. Su matrimonio con Jeremy nuevamente se rememoró en su mente y supo que era suficiente, impulso su cuerpo para incorporarse. Miró a la derecha y el pasillo seguía de forma infinita mientras que al observar a la izquierda unas puertas se mostraban.

 

Sin pensarlo mucho, llevó sus pasos para encontrarse con las seis puestas totalmente iguales. Intentó abrir las dos primeras y ninguna cedió, regresó y llevó sus pasos a las dos últimas y ocurrió lo mismo. Comenzó a acercarse y un destello la hizo ver su mano, una de estas puertas la llevaría a algún lado. Tomó el poco de la puerta de la izquierda y el anillo se apagó, supo que la última puerta era la indicada por descarte. El pomo cedió y se adentra sin mucho protocolo, las monocromáticas paredes blancas la rodearon y en el centro una mesita de té con alguien que le esperaba ansiosa.

- ¿Jugamos? - La voz infantil de la niña resonó por doquier hasta que ambas quedaron solas. Amelia giró su rostro luego de soltar aquellas palabras, pero el rostro apesadumbrado de la infante llamó la atención de Zoella. Los ojos de Amelia lagrimeaban sin fin, y uno de sus ojos parpadeaba involuntariamente, como si de un tick se tratara. Triviani acercó sus pasos a la mesa de té y se sentó en silencio. Como pudo, le regaló una sonrisa a la niña que con ojos vacíos visualizó a la calva.
- ¿Té? - le preguntó la niña, sirviendo en una taza un té imaginario. Zoella asintió y bebió de forma imaginaria de aquel té - ¿Donde está tu muñeca? - preguntó la calva a la niña, que estaba más transparente de lo que recordaba. La niña rió suavemente y alzó la mano mostrando la muñeca - Mamá me amaba, tu voz es idéntica a la de ella - contestó la niña, colocando la muñeca sobre la mesa de té para comenzar a sollozar fuertemente.
Triviani se quedó estática, un suave temblor llegó a ella y las lágrimas se aglomeraron en sus ojos. ¿Era ella el alma de la niña que esperaba cuando joven de Jeremy? No pensó que las almas pudieran crecer, y suposo que de esa forma era pero no quiso saber quién habría anclado el espíritu en aquel plano. Con sus manos cubrió su boca, reteniendo un sollozo que amenazaba con escaparse. La ojigris buscó respirar hasta calmarse y tomó la muñeca, esa muñeca que para nada era animada.
Tomó la daga, y en silencio la clavó en medio de la muñeca. Amelia gritó de una forma tan espeluznante que Zoella soltó la daga junto a la muñeca, objetos que cayeron en el piso mientras ella se alejaba del centro del lugar. Se agachó, observando el alma de su hija titilar mientras observaba la muñeca en el suelo, Triviani tomó la daga y con suavidad tomó la daga cortando su brazo, ahí donde las venas rebotaban. Un chorro de sangre brotó, empleó sus temblorosos dedos para dibujar una silueta difusa alrededor de la muñeca. Las runas que solo los discípulos de Nosferatus lograban leer se mostraban en su muñeca. Realizo uso de la sangre de caín que corría por sus venas y regeneró la piel de la cortada.
Pronunció unas palabras en la lengua muerta, invocando el uso de robar almas para observar una luz brillar donde Amelia estaba, liberando así al espíritu del objeto frente a su cuerpo - ¿Mami? - dijo la dulce voz de la niña, con gran miedo - Tengo miedo mami, ¿me vas a dejar? - preguntó en un sollozo Amelia, quien observaba a Zoella con los ojos humedecidos.
- Mami te va a liberar, no tengas miedo - comentó la calva, en un suave hilo de voz - Tu hermanito estará allá a donde vas, no estarás sola. Mami los visitará cuando pueda - agregó, sintiendo las lagrimas recorrer sus mejillas. La bruja alzó su cuerpo, su alma ya estaba comenzando a desquebrajarse como ofrenda al mundo de los muertos, siendo así la humanidad que poseía entregada a cambio. El dominio del manto fue invocado, tras realizar un suave corte en la palma de su mano para soltar unas gotas sobre la muñeca.
Una risa alegre de niña sonó junto al llanto de un bebé. Amelia desapareció frente a los ojos de Zoella quien cayó al suelo presa del llanto. Ahí supo que debía de abandonar la idea de traer a su otro hijo al mundo de los vivos. Hablaría con Jeremy y ambos harían un funeral para el pequeño cuerpo, como despedida.
Una puerta sonó al fondo, puerta que chirrió llamando la atención de Zoella. Aún no había terminado aquello. Se levantó como pudo, se sentía cansada y débil pero debía terminar aquello, por sus hijos. Tomó la muñeca de Amelia y la guardó en el bolsillo trasero de su jeans, lo llevaría como recuerdo.
El sitio oscuro y pulcro, silencioso y frío le dio cobijo a la bruja que con lentitud se acercó hasta la bruja que había aparecido al inicio de la prueba pero se había separado al empezar. El arcano tuerto las observaba mientras fumaba de su pipa. Triviani secó las lágrimas y sorbió su nariz, obligándose a calmarse antes de escuchar al Nigromante.

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  • 2 semanas más tarde...

Báleyr tiene un aire oscuro y algo siniestro esperando allá, en la pirámide. De pie, su gran altura imponía respeto en el silencio de la gran Sala de Ouroboros y las dos pupilas le encontraron allá, con las manos a la espalda, contemplando los diferentes portales, apagados aún.

 

- Veo que han regresado vivas. ¿Qué les ha parecido el trayecto hasta aquí? Interesante, ¿verdad? - Les dijo, sin mirarlas, con la vista de su ojo único fija en otro lugar, a uno que ellas aún no veían.

 

El Arcano había seguido el transcurso de las dificultades que habían tenido que superar cada una de ellas y podría parecer frío pero no era así. Báleyr se había preocupado por cada uno de los escollos surgidos y alegrado por ellas cada vez que lo superaran. Pero eso no lo llegaría a demostrar.

 

- Si estáis aquí puede que aún tengáis alguna oportunidad. ¿Conserváis los anillos de Principiantes? Son muy importantes. Sin ellos, no se abrirá el Portal.

 

Dejó que ambas comprobaran y aseguraran que no los habían perdido antes de seguir. Su ojo azul, por fin, se dirigió hacia ellas, girando sus pies en un círculo redondo tan perfecto que pareció que había levitado sobre ellos. Se acercó sólo un par de pasos a ellas para avisarlas del peligro.

 

- Una de esas puertas es el Portal de la Habilidad de Nigromancia. Cualquier cosa puede aparecer que la crucen. Cualquier cosa. No voy a decirles lo que van a pagar a cambio de salir de ahí. Personalmente, no me importa si salen vivas o muertas. Mi única condición es que me traigan una de aquellas velas encendidas. Son de un sólo uso así que si se apagan, me es igual que el portal se abra porque yo lo cerraré para que se queden encerradas.

 

Su ojo azul brilló con cierta intensidad que era poco común en él.

 

- ¿Están dispuestas a cruzar el Portal para vincularse con el Anillo? En cuanto digan que sí en voz alta, el Portal se abrirá y podrán cruzarlo. Tomen una vela y que esa llama no se apague. Les va la vida y la prueba en ello.

 

El Arcano volvió a darles la espalda, esperando que sus decisiones fueran las correctas.

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La Sala de Ouroboros donde los portales de las diferentes habilidades se encontraban era el fin de aquella infinita prueba. Triviani sentía su pecho arder, su cabeza había comenzado a doler segundos atrás y sus ojos ardían por el llanto contenido. Sus ganas eran nulas, sus energías mínima y sin embargo, ahí se encontraba frente al hombre tuerto que hasta ahora solo la había quebrantado.

 

La bruja escuchó en silencio lo que parecía una burla sarcástica o una sincera pregunta, no quiso analizar el tono y solo se dedicó a observar su mano donde reposaba aún el aro plateado del anillo de principiante.

 

El cuerpo del arcano se acercó a ambas pupilas mientras una suave advertencia fue soltada. La pregunta llegó luego de una suave indicación, la calva observó las dos velas encendidas y tembló.

 

- Sí, estoy dispuesta – pronunció con firmeza, se acercó para tomar entre sus manos una de las velas y se detuvo frente al portal que se abrió ante ella. Se abrió para someterla a una de las pruebas más difíciles de aquella isla.

 

Triviani cruzó el portal con lentitud, la vela iluminada apenas la oscuridad que la envolvía. Sus energías habían abandonado su cuerpo minutos atrás luego de escuchar aquel llanto de bebé por última vez y las pocas ganas que le quedaban era lo que la impulsaba a seguir adelante. Posó su mano libre sobre la muñeca que descansaba en su bolsillo trasero y suspiró sintiendo la oscuridad envolver su cuerpo. Se dejó llevar por el portal y sintió su cuerpo caer en un vacío infinito. Recordó el día en que murió, cuando la misma sensación se alojó en su interior, algo en su estómago se vio apretado y decidió que debía reunir energías, tenía que reunir energías. Recordó la vela y llevó su mirada velozmente en la llama de la vela, llama que parecía no apagarse con nada, al menos por ahora.

 

Sus ojos habían dejado de llorar hace rato, se obligó a colocar su mente en blanco recordando como el portal juega con todo aquello que te destruye. Al fondo, escuchó una voz y con desespero intentó buscarla. El murmullo a cada segundo se fue haciendo más claro hasta que reconoció el dueño de esa voz. Con sus brazos y piernas intentó moverse hasta allá, pero algo la mantenía presa justo donde estaba.

 

- ¡Usurpadora! - pronunció Jeremy, causando que los parpados de la Triviani se levantaran. El rubio de su hermano se encontraba viéndola con gran enojo en sus facciones. Zoella alzó la mirada desorientada, descubriendo que dormía en el escritorio de su laboratorio personal en el Quimera Lab ¿Cómo había entrado su hermano ahí? Rascó su nuca, percibiendo los cabellos implantado en su cabeza ¿desde cuándo había dejado de ser calva? Le restó importancia y parpadeó un par de veces, aclarando su vista hasta encontrarse con un Jeremy furioso observando la incubadora con su niño en el interior.

 

Recordó la vela y con algo de desespero la buscó en el lugar, para encontrarla apoyada frente a una foto de ella con el vientre abultado. Suspiró para girarse a donde un gruñido del rubio sonaba.

 

Triviani soltó un grito al verlo frente a su bebé y con movimientos torpes intentó apartar al mago de la incubadora con formol, este la detuvo y confrontó. Los ojos del primer amor de la bruja crispaban de fuego puro, la inmensa furia que este alojaba destellaba en las pupilas brillantes de color oceánico. La calva sintió sus ojos picar al ver como la apartaba para estamparla contra la pared más cercana, con toda la fuerza que sus brazos alojaban.

 

- ¡Estás malditamente enferma! Como vas a guardar a mi hijo de esa forma, luego de que lo abortaras ¡Y ni siquiera tienes el valor de dejarme verlo! También es mi hijo ¿Estás experimentando con él? ¡Té p**** dije que no usaras a mi hijo para tu abominables experimentos! – espetó el ahora Black mientras golpeaba la pared a un costado de la cabeza de la bruja. La ojigris tembló de puro miedo mientras se dejaba caer al suelo una vez este la soltó.

 

El mago enojado tomó la incubadora y la estampó contra el suelo, liberando el cadáver del pequeño nonato para tomarlo entre sus brazos – Jamás pienses que te dejaré acercarte a su tumba – escupió para desaparecer y dejar a una Zoella quebrada en llanto. El llanto desconsolado de la bruja era lo único que se escuchaba en la habitación hasta que un zumbido sonó un tono más alto.

 

Las luces parpadearon y la mujer alzó la mirada al percatarse de la presencia de algo en la habitación. Una risa sonó, risa que ella logró identificar para sentir el miedo crecer en su interior. EL demonio que había torturado su alma en Azkaban estaba de regreso. Levantó su cuerpo y buscó algo con que cortar su mano. Palmó entre sus ropas para buscar algo hasta que dio con la daga que encontró en una de las pruebas de la isla. Cortó su palma y la extendió, el demonio detuvo sus pasos y el rostro se le desconfiguro todo – Ni un paso más Barkai – espetó, al sentir la sangre gotear en el suelo, sangre que recorrió un camino directo a los alrededores del demonio.

 

Un gélido viento sopló, la vela sobre la mesa bajó en la intensidad de su llama y la calva temió que realmente se apagara. Bajó la mirada al percatarse de como la sangre de su cuerpo impedía con un circulo maldito, que el demonio se moviera de su lugar. La sabiduría de la Nigromancia que dentro de ella estaba comenzaba a hacer de las suyas. Su cuerpo dolía, pero no más que el interior de su ser. Pronunció unas cuantas palabras en latín y detrás del cuerpo poseído por aquella alma demoníaca un portal directo al inframundo se abrió – Quedas desterrado de este plano y absuelto de cualquier deber que te haya sido encargado Barkai. Regresa a su lugar – sentenció, cerrando con fuerza su mano para observar como unos brazos negruzcos jalaban el alma que poseía aquel cadáver. Casi al instante la diminuta llama casi extinta destello en un fuego intenso.

 

Los párpados de la bruja se fueron cerrando con suavidad, intentó tomar la vela pero su cuerpo se sintió flotar y quedo inconsciente. Segundos pasaron cuando un suave tacto en su rostro apareció, Zoella no lograba describir qué era pero sabía que se trataba de algo indefenso e inocente. Movió sus manos y entre sus dedos un pequeño cuerpo fue percibido. Abrió sus ojos y un bebé era lo que mimaba a la bruja.

 

El pecho de la pálida bruja se infló de total amor, escudriño al bebé y se percató de que era suyo, los ojos del pequeño ser que entre sus brazos descansaba se lo decían. Acarició la mejilla con lentitud mientras sus ojos se inundaban de lágrimas.

 

- ¿Mami? – una suave voz llamó a sus espaldas, al girar su cabeza por sobre su hombro Amelia la observaba con cálidos ojos - ¿Por qué llorar? ¿Geralt te hizo algo? Sabía que ese bebé te iba a hacer daño. ¡Le diré a papi que venga a castigarlo! – gritó para desaparecer por donde mismo había venido.

 

Zoella frunció el ceño ¿Papi? Se levantó con el pequeño cuerpo entre sus manos y camino en dirección por donde la pequeña niña había desaparecido ¿Dónde estaba Dennis? Se preguntó mientras llegaba al final del pasillo donde las escaleras estaban. De fondo, escuchó la voz de la niña gritarle a alguien mientras lo llamaba papi. Había olvidado la vela por un instante, pero ya no deseaba saber si realmente la vela aún existía en aquel plano del portal.

 

Triviani bajó lentamente, acunando al niño entre sus brazos. Llegó al último escalón y siguió la voz hasta la cocina donde un fornido cuerpo masculino reía mientras le daba la espalda a la puerta. Amelia saltaba a su costado mientras jalaba de la camisa de este.

 

- Deja a tu mamá tranquila, desde que tuvo a tu hermano anda sentimental ¿Puedes ir a poner la mesa? Ya casi está listo el desayuno – reconoció esa voz, esa voz que identificaría aun a millones de kilómetros, esa voz que por años la acuno y protegió – Jeremy – pronunció esta para observar al mago girarse en su dirección, con un delantal de flores que le quedaba fatal y unos utensilios en sus manos.

 

El mago la recibió con una radiante sonrisa para acercarse a ella y besarla con tanto amor que la bruja sintió extraño al recordar los mismos besos que este le daba cuando apenas eran unos jóvenes enamorados entrando en la adultez – Despertaste temprano mi amor – pronunció, para luego dejar un beso en la coronilla de Geralt.

 

Triviani sintió extraño en su interior ¿Así sería su vida si ella y Jeremy hubiesen seguido juntos? Un nudo se formó en su garganta y quiso largarse a llorar. Unas fuertes pisadas se sintieron descender por las escaleras hasta cruzar por la cocina. Un par de besos fueron dejados en cada una de sus mejillas, besos que provenían de unos adolescentes Frankie y Thomas que saludaban a su madre con efusividad.

 

Por otro lado, unas jovencitas que reconoció como Lady y Ada entraban por lo que parecía ser la puerta que daba al patio y entre sus brazos se encontraban algunas frutas dentro de un canasto. Ambas brujas saludaron al par de adultos y llevaron sus pasos a la sala.

 

El Triviani se percató de la mirada nostálgica de la bruja y la envolvió entre sus brazos - ¿Estás bien? – preguntó, retirando mechones de cabellos que se colaban por su rostro. Ella bajó la mirada al pequeño bebé y lo estrechó entre sus brazos a la par que un par de lágrimas corrían por su rostro – Sí, solo estoy feliz – contestó ella para sentir como un suave beso era dejado en su frente. No deseaba que aquello terminara jamás, lo que su corazón siempre había anhelado se había hecho realizado, por unos cortos segundos….

 

El lugar se encogió ante los ojos de la bruja y esta gritó con dolor, percibiendo como lo que tanto había soñado era arrebatado frente a sus ojos, por segunda vez en la vida. El portal jugaba con las debilidades de la bruja y ella se lo estaba permitiendo.

 

Una puerta brillante apareció frente a la Lugarteniente, iluminó esta con la vela aun encendida que se encontraba en su mano, una puerta común de madera era todo lo que se mostraba, tomó el pomo y abrió de ella para sentir cómo algo la empujaba desde su espalda para caer al vacío total.

 

Despertó, y se encontró nuevamente en Azkaban, al borde de la muerte y con aquel fierro atravesando su cuerpo. La única diferencia es que estaba sola, con la vela iluminando la oscuridad a un par de metros de ella. Maldijo mientras bajaba la mirada y se encontró con el abultado vientre, había matado a su bebé por la idiotez de distraerse y alejarse de su hermano. Comenzó a gritar por ayuda mientras sentía su alma abandonar su cuerpo, acariciaba su vientre y le pedía a su bebé que no muriera, que ambos saldrían de esto. Pero nadie llegó, nadie parecía escuchar su llanto desconsolado. Los párpados de Zoella se fueron cerrando lentamente, dejándose ir, muriendo poco a poco, sus pupilas solo observaban como la vela se hacía cada vez más borrosa mientras ella perdía la consciencia.

 

Buscó aire con violencia y se levantó, se encontraba en una camilla. Tocó su cuerpo buscando el fierro y no estaba, su vientre estaba plano e intacto. Con la mirada buscó algo a su alrededor para encontrarse con la incubadora donde el feto de su bebé esperaba porque ella volviera a traer su alma, pero no lo haría. Dejaría ir a su bebé a descansar en paz con Amelia, como le había prometido a la pequeña niña.

 

Esta vez, justo como la primera vez, la vela se encontraba a un lado de una foto de ella embarazada, sola. Con la peluca sobre su calva cabeza y una resplandeciente sonrisa que hacía muchísimo no se alojaba en su rostro.

 

Apagó la incubadora, vació el contenido y extrajo el conservado cadáver. Se arrodilló en el suelo, y con su propia sangre comenzó a realizar un círculo alrededor del bebé, un círculo con diferentes formas nigrománticas a su alrededor.

 

Liberaría el alma de su bebé, para llevarlo al descanso eterno. Comenzó a pronunciar algunas palabras en latín, palabras que recordaba haber leído en uno de los tantos tomos de Nigromancia que la biblioteca Triviani resguardaba. Se encontraba arrodillada frente al círculo, su corazón terminaba de soltar a lo que por meses se había aferrado, ahí entendió que vivía lo que tenía que vivir, ahí las primeras palabras de Báleyr tomaron sentido.

 

A sus oídos una risa de bebé sonó, seguida de un llanto, junto a un par de balbuceos sin sentido. Por el rostro de la calva lágrimas corrían, en lo que parecía un llanto de despedida. La humanidad de Zoella comenzaba a desaparecer mientras ella se vinculaba con aquel anillo de Nigromancia.

 

­ Adiós bebé – pronunció, al ver como las luces a su alrededor se atenúan y el cuerpo del bebé ya no se encontraba donde anteriormente estaban. Con pasos lentos salió del lugar, encontrándose con una inmensa pradera. No reconoció dónde estaba, pero había tomado la vela antes de salir, presumiendo que aquello era el fin.

 

Al horizonte dos niños saltaban, y corrían agarrados de las manos en medio de risas. Logró identificar a Amelia por un lado, y al niño del otro lado supo que era Geralt, quien era idéntico a Jeremy, a diferencia de sus grises ojos heredados de Zoella.

 

La bruja se dejó caer de rodillas, mientras los observaba alejarse a la distancia. Ambos corrían al alba. Con una mano retuvo los sollozos que amenazaban con escaparse de su garganta. La vela permanecía inerte en su mano, la llama parecía no moverse o siquiera extinguirse.

 

¿Sería aquello una buena o mala señal? Cerró sus ojos con fuerza, queriendo salir de ahí. No quería seguir experimentando episodios que eran uno más doloroso que el anterior. Un fuerte temblor se sintió a su alrededor, un quiebre se escuchó a lo lejos para aparecer ante los ojos de Zoella un quiebre en medio de la tierra, quiebre que corría en su dirección a toda velocidad. Esperó por él, sabiendo que sería su fin y quizás el fin de la tan desgarradora prueba.

 

Ya había perdido su humanidad con cada paso que daba, entregando su alma a la nigromancia y su estudio, comprometiendo su ser al servicio de la habilidad. Su cuerpo cayó súbitamente por aquella fosa, y sostuvo con fuerza la vela entre sus dedos, sin soltarla.

 

Cayó de rodillas frente al portal, con el brazo extendido al frente y la vela entre sus manos. Vela que en cuanto salió del portal se apagó, como aquel último soplido de un alma antes de irse.

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La llama azulada de la vela ilumina el rostro de Madeleine y se refleja en sus ojos bien abiertos. Aunque acerca el rostro, no puede sentir la calidez del fuego; por el contrario, un susurro helado hace que se le erice el vello de los brazos. Evidentemente, aquella no es una vela como cualquier otra y el arcano no se molesta en dar explicaciones. Las órdenes, breves y claras, calan profundamente en ella; sospecha que su énfasis en mantener el fuego vivo es más que un simple capricho. Hay algo muy importante detrás de ello, probablemente una cuestión de vida o muerte, pero es algo que deberá averiguar una vez emprenda su camino y decida correr el riesgo. Aunque no piense activamente en ello, Madeleine sabe que entrar al portal significa, a grandes rasgos, poner su propia vida en riesgo por poder. No duda que más de un mago o bruja incauto hayan perdido la suya por querer poner a prueba los límites de sus capacidades y, a veces, se pregunta cuándo será su turno, cuándo se pasará de la raya y todo se terminará. ¿Qué le garantiza que su habilidad de hablar pársel no le arruinó el cerebro y el juicio? ¿O que no es más que un títere de lo más profano y retorcido de la Magia de la Oscuridad? ¿Qué le garantiza que no se ha convertido en un títere más de la nigromancia, que es esta magia la que la domina en lugar de ser ella quien lo haga?

 

«Nada —dice para sus adentros—. Pero si no soy capaz de confiar en mí misma, ya todo está perdido».

 

—Cruzaré el portal —dice Madeleine con firmeza, mientras la vela flota entre sus manos y hace resplandecer levemente su liso anillo de aprendiz. Entonces, levanta la vista y espera.

 

Estando justamente en el centro de la estancia, el Uróboros dibujado en el suelo la rodea y la encierra en su circunferencia. Al principio todas las puertas, cada una de las Siete, le parecen iguales y se siente incapaz de distinguir cuál es la correcta; por eso se mantiene inmóvil por unos momentos, a sabiendas de que actuar por impulso podría costarle la prueba. Así que cierra los ojos y exhala lentamente, intentando despejar su mente... Entonces, la llama azulada se aviva entre sus manos y en una de las puertas, el sello que representa la Nigromancia comienza a iluminarse con un resplandor rojizo que tiñe su rostro. Entonces, lentamente, el portal se abre. No puede ver lo que hay al otro lado, sólo hay oscuridad y pequeñísimos puntos de luz que brillan a la distancia. Antes pensaba que eran estrellas sobre un cielo estrellado, pero luego de su incursión al Portal de las Siete Puertas está segura de conocer su naturaleza. Son puertas. Puertas al pasado, al presente, al futuro, a otras realidades, a otros universos. No tiene la menor idea de lo que le depara, pero sabe que una vez aparezca en otro lugar, no habrá error; aquel lugar será el indicado para ella, el único donde podría demostrarse como Nigromante, como nexo entre el mundo de los vivos y los muertos, como titiritera de almas y cadáveres...

 

Aquella idea todavía hace que se estremezca. Llegado a aquel punto, ha sacrificado bastante y sabe que todavía no es suficiente... Y el Portal lo sabrá. Sin embargo, a pesar de sentir que está desafiando su propia naturaleza e ideales, se siente tranquila. Conocer la verdadera esencia de la muerte y la vida, conocer la magia oculta en las sombras del miedo, le otorga una paz que jamás ha conocido. Saber no significa creer que puede hacer todo lo que quiera. Pero ¿será capaz de mantener aquella idea en mente, cuando sea desafiada y retada por el Portal?

 

Conteniendo la respiración, da un paso hacia adelante. Está a punto de lanzarse hacia el abismo, a sabiendas de lo peligroso que es, a sabiendas de que la persona que regresa puede que no sea la misma que entró, pero está decidida a hacerlo. Quiere comprender todo. La oscuridad la abraza y ella se deja llevar. Entonces, sin estar segura de por qué, intenta recordar una plegaria que aprendió en la infancia, pero es incapaz de encontrar las palabras y, tras unos instantes, olvida en qué está intentando pensar.

 

◈ ◈ ◈

Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar

—Lo siento, Madeleine.

 

Madeleine parpadea, confundida, como si acabara de despertar de un sueño. Su madre yace en una cama, luciendo como una muñeca de porcelana, pálida, frágil y pequeña; pareciera que en cualquier momento las finas sábanas la van a consumir, sin dejar el más mínimo rastro de su pelo platead. Todavía resuenan en su mente las palabras de Catherine, en aquel entonces una desconocida de pocos modales, diciendo que no hay ninguna posibilidad para Pandora y que no pueden hacer nada por ayudarla; que todo está a punto de terminar. El recibidor del castillo Evans McGonagall está lleno de caras conocidas, la mayoría aliados de la Orden del Fénix y familia de su madre, y junto a ella están sus hermanas Helen y Ania. Aún así, no hubo un momento en el que Madeleine se sintiera más sola y más desolada, sintiendo que parte de ella estaba muriendo junto a Pandora; pero no es por amor, sino por culpa. Sabe que fue ella quien, sin saberlo, desencadenó la serie de eventos desafortunados que llevaron a su madre alojar a Mordred en su cuerpo y permitirle llevarla hasta su final.

 

En ese momento, se siente dispuesta a hacer cualquier cosa por mantenerla junto a ella. Pero ¿qué puede hacer? Sólo es una muchachita que no sabe nada de la vida ni de la magia.

 

Sin embargo, súbitamente, lo recuerda. Recuerda que no es una adolescente, sino una mujer adulta que pasó por las enseñanzas de Báleyr. Conoce las tres sendas de la nigromancia: la Senda del Sepulcro, la Senda del Osario y la Senda de las Cenizas. Puede hacer algo, ¿no es así? Aquello ha pasado antes, es cierto, pero en aquel arrebato de locura y desesperación tiene la sensación de que puede cambiar las cosas. Si Pandora no muriera, podría tener un madre de verdad, podría conocerla más, aprovechar los momentos perdidos. Serían felices viviendo en Winterfall, el hogar de la familia Stark, y sus vidas ahora serían completamente diferentes y mejores. El dolor jamás la habría dañado, ahora no estaría rota. Quizás sería feliz, incluso.

 

Entonces, con su débil voz, las palabras que Pandora dijo en aquella ocasión se repiten:

 

—La inmortalidad es una bendición... y maldición, que no le deseo a nadie... Mordred me ha dado la posibilidad con la que no me había atrevido a soñar. Irme, realmente, sin posibilidad de volver. Hijas... no puedo explicarles el regalo que eso significa. He vivido suficiente. Y plenamente. Las amo.

 

Madeleine levanta la vista al volver a oír sus palabras. Detesta volverla a ver en su lecho de muerte. Mordred comienza a cantar una canción tan hermosa como terriblemente enloquecedora y lo que debería estar a punto de ocurrir es que Madeleine se entregará al llanto y aplastará su rostro contra el pecho de Pandora, pero algo la detiene. Una visión, que nada tiene que ver con la habilidad de la Videncia sino con la Senda del Sepulcro. Puede ver, de pie tras el respaldar de la cama, a una mujer de pie, con el cabello castaño, la piel sonrosada y los ojos llenos de humanidad. Aquel es el espíritu de Pandora. Y luce... feliz, en paz. Súbitamente, se da cuenta de que en sus manos está la vela de fuego azul y que su luz la ilumina por completo. Entonces, sus ojos se posan sobre ella y, aunque sus labios no se mueven, puede escuchar perfectamente lo que dice:

 

—Todo está bien. Todo estará bien. ¿Por qué te niegas a aceptarlo?

 

Las lágrimas traicioneras vuelven a correr por su rostro y siente que el dolor desgarrará su pecho, pero sabe que es cierto. En ese momento sintió mucho dolor pero luego llegaron Catherine y los Moody a su vida. Y, viéndola perfectamente en aquel momento, se da cuenta de que ella también lo es. La odió por todo el dolor que le provocó, la odió por abandonarla, pero en el fondo supo que lo suyo no era vida, que no podía culparla por elegir la paz de la muerte. Qué inhumano sería de su parte obligarla a quedarse, sólo por sus tontos deseos infantiles; qué inhumano de su parte sería arrebatarle la poca humanidad que le queda a Pandora al revivirla con la Nigromancia, condenando a su alma a tener una existencia todavía más miserable. Y qué inhumano de su parte sería sacrificar su propia humanidad por ello.

 

A medida que la voz que canta mengua, la imagen del espíritu de Pandora comienza a volverse difusa. Y aún así, ésta comienza a acercarse a ella.

 

—Ten —le dice a Madeleine, entregándole la vela—. No puedes perderla, es tu guía y tu único lazo con el mundo al que perteneces. Si dejas que se extinga...

 

—Estaré condenada a quedarme de este lado —responde Madeleine por lo bajo—. En el lado de la muerte y el olvido.

 

Cuando Madeleine sostiene la vela entre sus manos, la llama se aviva y el espíritu de Pandora desaparece. Su cuerpo ya no es más que algo vacío, algo que jamás volverá a ser una persona. Pero sabe que es lo correcto.

 

Entonces, una vez más la oscuridad la abraza. Una vez más, Madeleine se deja llevar pero sus manos protegen el fuego gélido de la vela y su mente se concentra en la luz que emana. La escena se desdibuja y la luz de la vela comienza a dominar todo el lugar, hasta el punto en que todo lo que puede ver es el fuego a su alrededor. Escucha voces y gritos, como los que la atormentaron en el laberinto, pero sabe que no debe concentrarse en ello. Si pierde la concentración, el fuego se apagará y perderá su camino. Se obliga a concentrarse, a concentrarse, a concentrarse...

 

◈ ◈ ◈

valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar

—¿Por qué las retuviste?

 

—Era una oportunidad única —responde el supuesto nigromante.

 

Pandora está junto a ella, todavía con vida, exigiéndole respuestas a Darius. Recuerda perfectamente lo que está ocurriendo ahora, pues últimamente ha pensado mucho en aquella misión de la Orden Oscura; la única diferencia es que ahora todo ocurre bajo una luz azulada. El hombre les reveló que mantenía cautivos a los deteriorados pero reanimados cadáveres una mujer y una niña, víctimas de una maldición Inferi incompleta; si bien no fue él el que las secuestró, torturó y asesinó, sí fue responsable de arrebatarles la poca dignidad que les quedaba, tratándolas como a cualquier criatura deplorable y viéndolas como una oportunidad para consagrarse como nigromante, al descubrir la "cura" para la maldición. Madeleine entendió que no estaban vivas, pero también sabía que lo que estaba haciendo Darius no estaba bien, pues iba totalmente en contra a lo que aprendió acerca de la Senda del Osario.

 

En aquel entonces no era capaz de ponerlo con palabras y sólo podía mascar la indignación junto a Pandora, pero luego de su jornada con Báleyr comprende por qué su "experimento" la escandalizó tanto. Es cierto que, como le dijo el arcano, ellas no eran más que marionetas; que no importa su apariencia o incluso si pueden decir palabras, no representan a quiénes fueron en vida, pues son un cuerpo sin alma y sin mente. Sin embargo, aunque se proclamara un nigromante, Darius no mostraba el más mínimo respeto por aquella práctica. Su mente era tan retorcida, su mente estaba dañada y no tenía el más mínimo ápice de moralidad, que era capaz de trabajar con naturalidad sobre unos cuerpos en tal estado de deterioro. El arcano nunca le dijo que aquello fuera bueno o malo, pero sí que era una señal inequívoca de la percepción del nigromante y especialmente del estado de sí mismo. Sería una ingenua si a esas alturas no aceptara la existencia de la experimentación en humanos durante la historia, e incluso que ella misma ha usado la nigromancia en cadáveres, pero ella lo hizo con dignidad para la memoria de los muertos. Y puede sonar como una excusa est****a, pero esa es la clase de Nigromante que sería y especialmente la persona en la que quiere convertirse: alguien que recuerda que vive entre los vivos y no entre los muertos, alguien que respeta en la medida de lo posible las reglas de ambos mundos y alguien que no jugará con la nigromancia por mero placer o ambición de poder.

 

Aún así, sabe que hay algo que puede hacer y que en aquel momento dudó de hacer. La existencia de nigromantes como Darius hace más daño que bien y, aunque sean "iguales" en cuanto a la naturaleza de su magia, sus elecciones los hacen muy diferentes.

 

En esta ocasión, no es Pandora quien habla. Madeleine se planta frente a él.

 

—Has olvidado tus raíces naturales —susurra Madeleine—, así que lo mejor será que te reúnas con la Muerte de una vez por todas.

 

Cuando levanta una mano, puede sentirse capaz de controlar su cuerpo. Lo obliga a quedarse inmóvil, incapaz de siquiera decir una palabra más que haga dudar pues está segura de lo que está haciendo. Ese tipo de nigromante no merece una segunda oportunidad, su alma está completamente dañada y perdida —aunque el daño no sea visible—. Entonces, la poca vida que le queda a Darius se extingue tras un resplandor verdoso. Madeleine guarda su varita mágica y vuelve la mirada hacia los inferis que se retuercen en el suelo, ridículamente contenidos por cadenas, como si les quedara mucha fuerza en aquellos patéticos cuerpos. Se niega a volver a llamarlas por su nombre, especialmente al volver a saborear las palabras de Báleyr. Ya no hay nada humano allí.

 

Quizás podría sanar sus cuerpos, quizás podría atravesar la Senda de las Cenizas y buscar sus almas, pero no es aquella la decisión correcta. Si lo hiciera, sólo sería por capricho, no por verdadera utilidad. Lo mejor es ponerle fin a aquello.

 

Avada kedavra —susurra una vez más y, un instante después, ambos cuerpos se quedan inmóviles.

 

No hay ningún alma cercana, no hay ningún cambio en la atmósfera, pero Madeleine se siente en paz. Antes no tuvo la valentía de hacer aquello pues tenía dudas y no paraba de preguntarse si Darius tendría algo de razón, pero ya no las hay. No tiene la menor duda de que éso es lo único que pudo y tuvo que haber cambiado: su propia confianza en sus ideales.

 

La vela que iluminaba la escena regresa a sus manos, con el fuego todavía vivo aunque gélido. Madeleine la hace flotar entre sus manos y, una vez más, se deja guiar por las llamas azuladas.

 

◈ ◈ ◈

y sabiduría para entender la diferencia

En esta ocasión, no hay recuerdos y no hay caras conocidas. Está completamente sola en un abismo, donde la única fuente de luz es la vela que levita entre el círculo dibujado por sus manos. De repente, lo recuerda. No está segura de cuánto tiempo ha pasado, si es que en ese lugar el tiempo ocurre, pero desde que atravesó el portal no ha hecho más que caminar en el abismo, recorriendo aquellos de sus recuerdos que se encuentran unidos al Mundo de los Muertos, pues es allí donde está. Y es la vela la que ha guiado todo su camino, la que le ha permitido caminar como una persona viva en aquel lugar y encontrar respuestas a sus preguntas. Es por eso que el fuego debe mantenerse encendido y por eso que Báleyr no puede dejarla regresar sin ella, pues ya no tendría lugar con los vivos. Tras aquella serie de reflexiones, es capaz de recitar internamente la Plegaria de la Serenidad y aquello le hace sonreír... aunque sabe que aquello no es todo.
Antes de entrar allí, tuvo un pensamiento bastante acertado: todavía hay un sacrificio que debe hacer, antes de que el Portal le permita regresar.
—Pero recuérdalo: tú eres la única que se está exigiendo a sí misma realizar un pago.
No es la primera vez que se enfrenta a la Otra Madeleine. Ya la ha visto antes dentro del Portal. Su rostro, curtido por la guerra, es iluminado por las llamas azuladas de la vela. Está a un metro frente a ella, sosteniendo el grimorio que Báleyr le entregó en su mazmorra y que, suponía, pasaría a volverse suyo.
—Debe existir un intercambio equivalente por este tipo de magia —murmura la Verdadera Madeleine—. Sé que quizás sólo sea una fantasía para mí misma, pero la necesito. Si hay un precio, si hay un sacrificio, mantendré mi cordura y mi fidelidad a mi misma.
—¿Estás segura? —repone la Otra Madeleine con sorna, poniendo los ojos en blanco— No serías la primera bruja que intenta convencerse de que lo tiene todo bajo control y, en poco tiempo, no es más que una esclava de la Magia de la Sangre.
—Es una promesa que pretendo cumplir, a diferencia de otras. Por eso, entregaré esto.
Recuerda que dejó todos sus objetos mágicos en la caja del arcano, pero hubo algo de lo que no se deshizo: el relicario de plata. No se trata del que le obsequió Catherine en la Fortaleza Errante antes de abandonarla, sino del regalo que contra su voluntad le hizo Aylin Stark, su hermana, poco después de la muerte de Pandora. A pesar de odiarla, guardó muy cautelosamente aquel obsequio por tratarse de un souvenir con algo de Pandora: un mechón de su cabello, lo único que le queda de ella. Nunca lo usó, pero siempre lo mantuvo cerca... hasta ahora. Su relación con su madre es problemática y todavía muy complicada, pues descubrió que la odiaba tanto como la amaba, y así como quiere librarse de aquel peso también se siente obligada a mantener el relicario y su recuerdo cerca de su corazón.
Es por eso, que aquel debe ser el sacrificio para vincularse con la Nigromancia.
—Es mi lazo con Pandora —susurra Madeleine—. Renuncio a él, a cambio de todo ésto.
—¿No crees que le romperás el corazón?
—Creo que es la única forma de que las dos tengamos algo de paz.
También, reflexiona, aquel suceso de su vida es lo único que podría hacer que su camino en las sendas de la nigromancia se tuerza demasiado.
—Como gustes.
El relicario, guardando el rizo plateado, desaparece ante sus ojos y es reemplazado por un anillo plateado, con una pequeña gema de ónix enzargada.
—Este anillo te vinculará con el Mundo de los Muertos —recita la Otra Madeleine—. Así podrás ver a los espíritus desde tu plano, podrás manipular y preparar a los cadáveres, podrás observar las Tierras de los Muertos y hacer que las almas que allí habitan regresen entre los vivos. Sin embargo, también dejará tu alma vulnerable y expuesta a las consecuencias de tus decisiones. Cada cosa que hagas, por más pequeña que te parezca, causará una cicatriz que jamás desaparecerá. Tendrás el toque de la Muerte en ti, lo desees o no. Estarás maldita para siempre. ¿Todavía estás segura de que es lo que quieres?
—No lo quiero. Lo necesito.
Con una mano sostiene la vela y con la otra extiende la mano hacia el anillo. Se da cuenta de que la llama comienza a menguar, amenazando con extinguirse; por un instante siente el reflejo de detenerse, pero no puede hacerlo. «No me harás apagar el fuego, no caeré con trucos baratos». Encierra el anillo en la mano y el fuego se aviva, con tanta fuerza que el resplandor la ciega.
Y cuando abre los ojos, se da cuenta de que una vez más está encerrada en el Uróboros. Todavía tiene entre las manos la vela, con una llama mínima, pero viva todavía. Y se da cuenta de que, en el dedo donde estaba el anillo liso, resplandece la gema de ónix.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Báleyr se mantuvo así, con las manos cruzadas en su espalda, un buen rato desde que sus pupilas atravesaron el portal. Quieto, estático, casi majestuoso en aquel silencioso salón... Cualquiera podría pensar que no le importaba lo que sucedía allá dentro. Muy al contrario, el único ojo del Arcano se movía intensamente de un lado a otro del Portal de la Habilidad, ahora cerrado, preocupado por la suerte de las mismas.

 

Estuvo ahí, al lado de las dos, cuando sus decisiones las llevaban de un camino a otro. Incluso en un par de ocasiones, estuvo a punto de sacarlas del Portal, temiendo por sus vidas. Sabía lo que eso significaría para cada una de ellas, volver a atrás, olvidar lo vivido y también perder la oportunidad de vincularse a la prueba. El Portal no olvidaba, no permitía la injerencia ajena para salvar a nadie. Quien entraba, era válido o no, sin más posibilidad, sin piedad hacia ninguno de los aspirantes.

 

Se preocupaba en vano. Ambas habían sabido actuar en todo momento. La primera en salir fue la Señorita Triviani, con la vela encendida durante breves instantes. Cuando se apagó, el Arcano parpadeó con su ojo azul fijo en ella. Sudorosa pero vencedora, la saludó con un leve movimiento de cabeza y no pronunció palabra. Sólo un movimiento con su mano hizo levitar la vela, ahora consumida, hacia las otras velas que proclamaban la victoria de otros pupilos que, como ella, habían vencido la prueba del Portal.

 

Enseguida apareció la segunda. Ella resplandecía de una manera especial. El Arcano atrajo la vela, casi encendida, hacia sus manos. La contempló un breve instante y, después, la apagó de un soplido. Era interesante mirar su contenido. La transportó hacia el resto de velas e inició la salida de la Pirámide, dejándolas de nuevo a su espalda.

 

- En sus dedos luce el Anillo de Nigromancia. Úsenlo con sabiduría. Les va la vida en ello. La Muerte ya se ha quedado con sus caras...

 

Si esperaban algún gesto amable, la Nigromancia no lo tenía. Era una Habilidad despiadada.

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