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Prueba de Animagia #29


Suluk Akku
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Comencemos, entonces. Todo viaje tiene un final, y muchas veces este final, es dónde tuvo inicio.

El páramo africano en el que se encontraban, de pronto sufrió un importante cambio de temperatura. Pero no era obra de la naturaleza, no a conciencia, al menos. La arcana había rozado su collar de cuentas de hielo, atrayendo pequeños copos que se arremolinaban sobre éstas. Tomó dos de ellas, encerrándolas entre sus palmas, como si aplastara nueces. Al abrir su mano, dos gemas de fulgor carmesí tomaron el lugar de la nieve. Le ofreció una a su pupilo, transportando a ambos hacia las avenidas del Ateneo de Habilidades.

Seguro te es familiar, porque aquí debiste acudir cuando descubriste tu metamorfomagia, ¿no es así? inquirió la Inuit, toda vez que el resplandor les abandonó y estuvieron en tierra firme. Debes ser cauto, pues aunque el abandono es evidente, la magia en este lugar prevalece. Y así lo hará por miles de años, mucho después de que tú y yo hayamos dejado este plano existencial.

Hablaba con la calma que rara vez la caracterizaba, siendo más confianzuda con propios y extraños.

Llegar a la pirámide no será fácil, debes probar que eres digno. Y el primero de estos retos, implicará en que atrapes algo que, espero, no se convierta en tu cena. Un escarabajo, particularmente, uno adorado por egipcios. Sin él, no podrás avanzar al lago.

Mientras hablaba, extrajo el talismán inuit de entre las ropas. Lo hizo girar entre sus manos cuatro veces. Cerca del adoquinado sendero en el que estaban parados, una colorida marabunta de insectos salió del suelo, como hormigas de su vivienda. Había escarabajos, sí, pero también otros bichos, y todos venían en diferentes formas. Lo que obtendría del correcto, sería una especie de runa para poder liberar la barcaza que le permitiría cruzar el cuerpo de agua. Pero no sería fácil al dispersar estos por la avenida en la que se encontraban.

No se lo mencionó, pero se encontraría con un hipogrifo salvaje que custodiaría el sendero del bosque, cual esfinge que protege un tesoro. La característica de esta criatura sería su particular apetito por los reptiles. El pupilo, incluso siendo experto en el trato con las bestias, tendría que optar a ocultarse de ésta por encima del contacto directo.

Al llegar al lago, deberás abordar la embarcación que he dispuesto para ti, la reconocerás porque tendrá grabada la runa. No tomes otra advirtió, obviando lo que sucedería si no lo hacía . Tampoco intentes nadar. O tocar el agua, a efectos prácticos. Una baja de temperatura sería mortal en este punto.

De entrar en contacto directo con el agua del lago, ésta se congelaría al instante, producto de un hechizo de meteorología impuesto por Suluk. El bote que lo llevaría a la isla donde se encontraba la pirámide y el laberinto estaba diseñado para fallar a medio camino, así que debía encontrar una forma de cruzar el lago sin tocarlo del todo.

La menor de tus preocupaciones yace en el laberinto que te separa de nuestro punto de reunión. Puedes intentar orientarte con tu varita mágica, pero yo no confiaría tanto en tus ojos, pueden engañarte le sugirió, colocando una mano en su hombro a manera de despedida . Y, seguro lo sabrás, pero no toda la flora es amiga.

Habiendo situado los retos a vencer para el castaño, era momento de que lo dejara para que comenzara a resolverlos.

Te estaré esperando en la Habitación de las Siete Puertas. Hasta entonces.

Adoptó la forma de gaviota ártica y emprendió el vuelo, dejando atrás al aspirante a la habilidad. Vigilaría su progreso desde las alturas, inmune a las restricciones que había puesto, pues ella ya dominaba la animagia.
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Apenas tuvo tiempo de reaccionar para atrapar la gema que le lanzaba Suluk. En cuanto la tomó entre sus dedos, el resplandor escarlata cubrió su persona, enviándolo a través del espacio hacia el destino que la arcana había elegido, resultando al familiar al castaño desde la última vez que se presentara a una prueba de esas.

Era como una Aparición conjunta, quizá menos turbulenta. Pero ello no evitó que tuviera que inclinarse sobre una de las jardineras y ceder ante las náuseas que le causaba ejecutar semejante tipo de magia.

Disculpe por eso, Suluk. Viajar en compañía siempre me genera estos efectos secundarios se cubrió los labios con el dorso de la mano a la par que la ancianita invocaba a los insectos.

Tuvo cuidado de no pisarlos, a pesar de que más de uno se acercó y escaló el cuero de las botas. Mientras le daba vuelta al enigma del escarabajo, escuchó las restantes advertencias. Todo parecía estar conectado, pues si no encontraba la llave, no podría tomar el barco, y mucho menos, llegar a la isla. Un laberinto parecía la menor de sus preocupaciones en aquel momento. Y sin más, la arcana de Animagia se convirtió en un ave, emprendiendo el vuelo hacia aquel lugar que, de momento, estaba fuera del alcance del Black Lestrange.

A ver, escarabajo. Cuerpo circular, antenas y pinzas para destrozar a su presa. Empecemos por ahí.

Realizó un estiramiento de brazos antes de efectuar la transfiguración. Lo que se le había dificultado en un inicio era la cara, pues se cruzaba con sus cambios como metamorfomago. Ahora lo dominaba mejor, así que el alargue de su barbilla no le costó tanto. Sus ojos se volvieron dos rendijas, y su cuerpo se encogió varios centímetros, quedando como un lagarto a punto de saltar por su presa. La piel reseca, propia del camaleón, adoptó la tonalidad base en un color caoba, similar al del adoquín.

Comenzó buscando los especímenes que mencionó Suluk, por lo que se fue calle abajo, al contrario del camino que conducía al bosque. La ventaja que tenía, era la total tranquilidad del Ateneo, al punto de que sus propias pisadas producían un eco. Los escarabajos parecían haberse ido en conjunto, porque encontró unos de tipo rinoceronte más adelante, invadiendo los bancos de roca.

«Piensa, Eobard. Egipto. Tú sabes de historia... ¿cómo sería exactamente algo que adoren los dioses?»

Se topó con algunos que catalogó como mayates. No era un bichólogo, pero tenía cierta certeza gracias a lo aprendido con los no mágicos. Intentó relacionar ambos aspectos para hallar la respuesta, mientras barría un grupo de escarabajos toro que lo retaban con su cornamenta. Entonces recordó cuando se metió al Templo de Abu Simbel con Nash Wells, a inicios de año. Los paredes estaban repletas de ellos, pues eran animales sagrados para ellos, además de los gatos.

«¡Eso es! Un escarabajo pelotero, justo como en las jeroglíficos de las pirámides», pensó, torciendo su boca en su forma camaleónica, a manera de sonrisa.

Los halló al borde de una jardinera, en lo que parecía ser el inicio de un elegante jardín. Cada uno hacia lo propio, arrastrando una esfera de composta en distintas direcciones. Quedaba el enigma de cuál podría ser. Se cruzó con tonalidades amarillentas, como el oro de los sarcófagos; azules, emulando las telas de seda de la realiza; y hasta variedades moradas, como las moras.

Todos parecían dignos de adoración, pero algo no cuadraba. Los regentes epigicios se caracterizaron por la sencillez y puntualidad al momento de idolatrar algo. Los dibujos mostraban un escarabajo pelotero oscuro. Pasaba desaparecibido, a simple vista sería como cualquier otro. Y quizá era justo lo que buscaba, pues encontró uno que se dirigía hacia un árbol, sin empujar una pelota.

«Debe ser la llave. Ojalá lo sea, no toleraría engullir más de dos o tres.»

Le alcanzó dando pequeños saltos, justo cuando comenzaba a ascender por el tronco. El camaleón de Parson disparó su lengua a toda velocidad, atrapando el bicho al salto, e inmovilizándolo con la viscosa saliva. Casi se lo traga, pues era un movimiento involuntario, así que retornó casi de inmediato a su forma humana.

Un sabor metálico lo obligó a escupirla. Afortunadamente, el escarabajo se había disuelto, pero había dejado atrás lo que necesitaba para continuar. Sostuvo la figura con cuidado para examinarla a la luz de la puesta de sol. No era exactamente una runa, pero tenía forma de un ave, como la gaviota ártica en la que se transformaba Suluk.

Con dicho objeto en la mano, deshizo su trayecto, volviendo al pie del bosque. Apenas inicio el recorrido por el camino hacia la costa, la gélida brisa invadió el espacio, causando que se abrazara el pecho. Una ligera neblina, producto de la humedad, le hacía imposible distinguir del todo lo que estaba delante de él, a un par de metros. Los alaridos resonaban en la madera, como un preludio de la criatura, de silueta confusa, a la que se enfrentaría.
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Se posó sobre una de las ramas del pino, a bastante altura para evitar que el Black Lestrange la viera. Aunque sus poderes le permitían camuflarse casi tan bien como lo hacían los camaleones y otras especies de reptiles. Las garras fueron reemplazadas por las botas Inuit, y rápidamente se les unió la Vara de Cristal, que sostenía impasible.

Niño listo susurró Suluk Akku, agudizando la mirada cuál águila, para ubicar a su pupilo . Lástima que no te advertí de mi amigo emplumado.

Dio un golpecito en la ramita con la varita, seco y sin reverberación. La cabeza de Amarok emitió un resplandor grisáceo, invisible a los ojos del aspirante debido a la altura a la que se encontraba. Eobard ya había cruzado su campo visual, y se dirigía derecho hacia el hipogrifo.

El ave lanzaba alaridos ante la confusión de encontrarse en un lugar desconocido, pero no era hostil. La magia arcana empleada por la anciana Inuit, dispersó los remanentes de la niebla, permitiendo un campo de visión amplió tanto para su alumno como para la bestia, a la que hizo enfurecer debido al hambre. Podría comerse cualquier reptil, pero hasta un humano le parecería apetitoso.

Grande sería la sorpresa del castaño al encontrarse una criatura mágica de ese calibre, volando enérgica hacia su posición, sin intenciones de darle tregua.

Ojalá no te entretengas tanto, que tu bote saldrá pronto, joven Black Lestrange.

Adoptó la forma de un mono araña, columpiándose silenciosamente entre las copas de los árboles, para alcanzar el lago en el que próximamente, esperaba, alcanzaría su estudiante para iniciar el tramo que lo llevaría al laberinto. Ya llevaba la runa en mano, así que podría subir a la embarcación, si sobrevivía al ave.
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Aún con toda la cautela que tomaba al adentrarse en el bosque del Ateneo, la repentina aparición del hipogrifo lo desorientó. Se lanzó hacia él, tal como el halcón le había atacado en Madagascar, sólo que en su forma humana, lo único que pudo hacer fue rodar hacía un costado.

Se incorporó tras realizar el giro de barril, mirando por encima de su hombro para no perder de vista a la criatura, que al parecer siguió en línea recta. Un ardor le recorrió el brazo derecho, como si le escociera la piel: su reacción tardía le había costado un zarpazo importante, aunque no lo suficientemente profundo para que se desangrara.

Tomó precauciones, guardando primero la runa en uno de los compartimentos de su pantalón.

Qué extraño, un hipogrifo no suele comportarse así. Ni siquiera cuando tiene hambre se dijo a sí mismo, sosteniéndose la extremidad. Con los jirones de la playera, se hizo un vendaje improvisado.

No le dio tiempo de más, pues el ente volvió a la carga, aunque se aseguró de mantenerse oculto entre los árboles. Consideraba poco práctico intentar pacificarlo, aún con los poderes Uzza, que estaba seguro no tendrían efecto ahí, dada la rivalidad con los Arcanos. Tomó una roca y la lanzó hacia el oeste, contrario a su ubicación, para despistar.

Ingenuo, creyó que sería suficiente como para volver al sendero que le conduciría al lago. Subestimó al hipogrifo apenas unos segundos, los suficientes para que al animal escuchara sus pasos y se volviera al camino principal. Escuchó el aleteo; no le daba tiempo para hacer otra maniobra arriesgada, así que improvisó. Adoptó su forma animal, escondiendo el cuerpo de camaleón entre la tierra suelta. Le quedó un ojo al descubierto, pero ya había camuflado sus escamas para coincidir con la tonalidad marrón. La criatura gruñó, evidentemente confundida por la desaparición de su presa.

Esta vez, sí que aguardó a que se hubiera retirado, para poder emerger de la tierra. A pasos pequeños, pero seguros, retomaba su trayecto, pero parecía destinado a encontrarse con el ave, que logró distinguirlo por las rendijas de sus ojos. No le quedó más alternativa, que usar su lengua como una especie de arpón, adhiriéndose a un árbol, y posteriormente elevándose a terreno estratégico.

Mientras hacía ello, los colores en su piel cambiaban fugazmente, yendo del verde de la vegetación, al grisáceo de la neblina que ahora se arremolinaba en las copas, para quedar finalmente en un tinte propio del tronco de un pino.

«Esto es nuevo. Definitivamente la capacidad de camuflarse a voluntad está infravalorada, ahora entiendo por qué los otros reptiles detestan al camaleón»

Se quedó quieto, como una estatua de madera perfectamente tallada. No se atrevía siquiera a parpadear, por miedo a ser descubierto. Aquel tono le estaba resultando más útil que los anteriores, así que escaló valiéndose de la fuerza en sus extremidades, hasta alcanzar la copa del árbol. Desde ahí, el lago no le quedaba tan lejos, así que decidió evadir al ave por ese camino alterno.

Llegando a la costa, entendió a lo que se refería Suluk sobre abordar el bote correcto. Al menos una docena de navíos estaban amarrados a la orilla, cada uno con un barquero distinto, invitando al Black Lestrange a visitar la isla. Sacó la runa de su bolsillo, la que tenía forma de gaviota, y se dispuso a buscar el transporte que la arcana le había puesto.

Resultó ser el bote menos ostentoso, pues no tenía joyas o nombres rimbombantes. Era una simple tabla de alguna madera antigua, pues parecía petrificada y la maleza le había crecido. Alcanzaba a verse la figura del ave ártica, por lo que el joven asumió que ése sería su transporte. Puso un pie para corroborar que no se hundiría con su peso, pero no tuvo alternativa, más que arriesgarse, pues la plataforma se puso en movimiento.

Dejaba atrás el bosque y se adentraba de a poco en el lago. La vista de la pirámide parecía cada vez más cercana, pero aún le quedaba bastante tramo por recorrer. Echó una ojeada a los troncos y juncos que sobresalían del agua, como una evidencia de que la vegetación florecía aún en el más inhóspito sitio.

Sí no tocas el agua, todo estará bien susurró, castañeteando ligeramente sus dientes. Una ráfaga de viento helado le pegó de lleno . Llegaré, aunque sea como una paleta de hielo.

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Llevaba una notable ventaja respecto al muchacho, hasta que lo vio cruzar el lago, empleando la tablilla que le había dejado para tal fin. Suluk había dejado atrás su forma de ave, para convertirse en una rana pequeña, que observaba todo desde un islote situado fuera del sendero principal.

Contra todo pronóstico, Black Lestrange avanzaba. Tenía una herida en uno de sus brazos, pero la arcana no podría ayudarle, pues en el reino animal sobrevivía el más fuerte.

Estás cerca, pero una pequeña distracción en el momento justo, te podría llevar al punto de inicio.

Los vientos del norte ya hacían su trabajo, habiendo sido programados por Suluk al frotar el amuleto Inuit con sus manos. A medida que la tabla se acercaba a la porción de tierra entre el agua, iba aminorando su marcha. Incluso, se podía decir que prácticamente no avanzaba, desde la perspectiva de la arcana.

Una vez que la falla de navegación ocurrió, y que el castaño comenzó a arreglárselas para llegar a la isla, Suluk se escabulló entre la vegetación saliente, para finalmente convertirse en la gaviota ártica y emprender nuevamente el vuelo hacia la pirámide. Llegó por el extremo sur, contrario al punto por el que aparecería Eobard, sí eventualmente superaba el laberinto.

Recinto antiguo. Pirámide de dioses, siete puertas en tu interior. Mundos infinitos.

Volvió a su forma humana, apenas tocó el suelo. Mientras caminaba, apoyaba la Vara de Cristal sobre la roca, causando una especie de eco en las paredes. Su silueta se veía colosal desde el interior de la pirámide, allí donde había quedado de ver a su alumno.

De entre sus propios ropajes esquimales, extrajo unos cuantos retazos de éstos. Fragmentos que no necesariamente le habían sobrado, sino que preparaba para ocasiones que lo ameritaran, como la prueba que tenía lugar en ese momento. Con un pequeño hueso de pescado, como esos que solía despellejar ella misma, comenzó a trabajar la piel, a espera de la compañía del patriarca Black Lestrange.
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Una ventisca aminoró el avance de la embarcación, que ya era de por sí mínimo. El castaño buscó con qué aferrarse a la madera, pues la tabla paró de golpe. Casi por instinto, volvió a su forma de camaleón de Parson, gracias a la cual pudo seguir en el medio de transporte, debido al tamaño de sus extremidades.

Estaban en pleno verano, pero la temperatura parecía más acorde a mediados de invierno. Quizá era un recordatorio de lo que pasaría si tocaba el agua.

«Claro, tiene sentido ahora. No toques el agua, pero te forzaré a que lo hagas, porque ya no hay otra forma de avanzar».

Analizó la posibilidad de revertir la transformación y usar la varita para sortearlo, pero era demasiado simple. Mundano en exceso, así que seguro Suluk le habría puesto contramedidas mágicas. No, aquello debía resolverlo valiéndose de su forma animal. Aún con la herida causada por el hipogrifo, le era posible desplazarse, como había notado al escapar de éste al escalar un árbol.

Recordó un poco de la biología de ciertos reptiles, producto de su conocimiento de las ciencias no mágicas. Los camaleones, así como algunas serpientes y lagartos, tenían la capacidad de realizar saltos de mediana distancia, al estar provistos de una razonable fuerza en sus extremidades. Echó una ojeada a la vegetación que de vez en cuando sobresalía del agua. Aquello formaba un camino irregular, pero bastante más seguro, para llegar del otro lado.

«¡Paleta de reptil!», pensó al dar el primero salto hacia una serie de juncos que alcanzaban hasta un metro fuera del agua. Rápidamente, enroscó la cola, para evitar que ésta tocara el cuerpo de agua, y ascendió a la punta. De ahí, lo más cercano había, y que lo ayudaba en su trayecto, era un tronco. O lo que quedaba de éste, pues sólo parecía flotar la mitad de éste.

Realizó otro salto de fe, como él comenzaba a llamar a tales hazañas. Clavó sus pequeñas garras en la madera, a manera de asegurar su ascenso. El esfuerzo lo estaba cansando, pero no podía rendirse. Teniendo su punto de apoyo, se lanzó de lleno al siguiente punto libre de agua, que resultó ser una pequeña porción de tierra, suficiente para alojar la extensión del camaleón.

Se las arregló para realizar un par de veces más en el camino de juncos, pues estaban situados a mayor altura, por lo que le proporcionaron mayor distancia de salto. Una vez en la costa, volvió a su forma humana, apoyando sus manos sobre las rodillas para recuperar el aliento. La transformación le exigía un cierto esfuerzo físico, pero estaba dispuesto a dominarlo.

Una más. Suluk, allá voy, no desesperes dijo entre respiraciones entrecortadas, incorporándose para adentrarse al laberinto que yacía frente a él. La última etapa a vencer.

Nada más cruzar la primera avenida, se encontró con una vegetación complicada, compuesta por una especie de hiedra que penetraba hasta su piel y le causaba urticaria. Al inicio, intentó cruzarlo a la fuerza, resistiendo el impulso de ponerse a un solo pie y rascar su pierna.

Finalmente, tuvo que convertirse de nueva cuenta en camaleón, adhiriéndose a la pared del seto para poder cruzar esa avenida sin sufrir más retrasos. Todavía le quedaba tramo, pero cada vez se acercaba más a la pirámide donde tendría lugar su prueba.
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Agudizó los odios cuál murciélago orientándose con el sonido, para escuchar los alrededores de la pirámide. Casi podía sentir que estaba ahí presente, observando al camaleón lanzarse a la pared de hierba, como una araña que huye del peligro a través de su telaraña. Una ligera sonrisa atravesó sus arrugados labios.

Con que, ya casi estás aquí. Supongo que comenzaré a creer en que no eres la excepción a darlo todo, como tus familiares antes que tú susurró la Arcana, aún con el hueso de pescado en mano.

Terminó de tejer una especie de bolso, al cual no se le vería fondo, y que una vez cerrado, impediría que los artículos ahí depositados fueran reclamados, hasta el final de la prueba, tuviera el resultado que tuviera. La depositó a sus pies, a la espera de la aparición del castaño.

Ya lo había visto en acción durante la secuencia del lago, por lo que estaba al tanto de su herida. Si bien, podría dejar que entrara al portal sin curarse, y arriesgarlo a una prueba aún más complicada debido a la limitante de movilidad, decidió hacer de la Sala de las Siete Puertas una especie de punto de control.

Por la magia de los que han pasado antes que yo, y de los que vendrán después.

Le hablaba a otra de las gemas de su collar Inuit, el cual invocó otra pequeña nevada en dicho espacio. Talló la esfera hasta revelar la gema, de resplandor esmeraldino. Verde, como la vida misma. Aquel orbe levitó hasta alcanzar la entrada al pirámide, donde recibiría al aspirante y al contacto, curaría las heridas recibidas para llegar hasta la Sala.

Suluk se mantuvo firme en su posición, de espaldas a las siete puertas que daban acceso a las pruebas, lista para recibirlo.
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La dificultad del laberinto no aminoró en los siguientes tramos. Se mantuvo en la forma de reptil, aprovechando la distancia de salto que efectuaba al ser un camaleón, para cubrir la distancia en el menor tiempo. Su estrategia funcionó, hasta que la vegetación del seto lo obligó a regresar al suelo, camuflándose para evitar a depredadores no deseados.

En el camino, se encontró con una especie de libélula, cuyo aleteo veloz la hacían una presa valiosa. Lanzó su lengua para atraparla, pero no la engulló. Guardaría esa proteína por si se requería.

Avanzó hacia un pequeño claro dentro del laberinto, con el bicho zumbando dentro de su boca, causándole una sensación de cosquillas. Estuvo tentado a dejarlo ir, pero se alegró de no hacerlo, pues lo que se topó adelante habría sido el final del camino.

«En serio, ¿con las plantas también? No quiero ni imaginar cómo sería un híbrido entre la tentácula venenosa y esta»

Una planta carnívora le cerraba el paso, pero no era un espécimen común como los que poseían los no mágicos. Medía al menos un metro con veinte centímetros de altura, y sus cepas latigueaban el sendero que le rodeaba con excesiva violencia. Apenas el camaleón dio otra pisada, una de estas le asestó un golpe.

No podía quemarla; valoraba la fauna al igual que la flora, y supuso que Suluk no habría aprobado un daño innecesario a un ejemplar, sin importar su procedencia. Además, como humano, llamaría más la atención al ser de mayor estatura que en su forma animal.

Entonces se le ocurrió: una distracción. Debía ser rápido y preciso, por lo que analizó los caminos posibles, aprovechando su amplio campo de visión. Si lograba lanzarle algo a la planta para que atrapara, aprovecharía el lapsus para colarse bajo lo que, suponía, era la boca de ésta. ¡Eso era! Le escupió a la libélula que pensaba utilizar como almuerzo, propulsándola hacia lo más alto del seto.

Naturalmente, el sonido de expulsión, así como el que hacía aquel bicho, llamaron la atención de la planta. Con sus cepas, comenzó a dar golpes al aire, esperando atrapar a la libélula, pero fue infructuoso, pues ésta era más rápida. Aprovechando la confusión, el camaleón atravesó el peligro, adoptando la tonalidad oscura del sendero.

La arcana me matará por la demora, si es que estas cosas no lo hacen primero.

Un último tramo, que aparentemente parecía vacío, se reflejó en los ojos del reptil. Avanzó, pero con cautela, a la esperanza de algún otro bicho. Nada; hasta el viento proveniente del exterior soplaba ahí, como un preludio a lo que vendría. Continuó dando pasos, hasta que un crujido lo hizo girar uno de sus ojos hacia atrás. Había caído justo en una última trampa.

El pasillo se cerraba desde atrás a medida que él avanzaba, haciéndolo a una velocidad impresionante. Aún dando largos saltos, el castaño no podría salir de ahí, y tampoco confiaba tanto en sus capacidades humanas, así que lanzó su lengua hacia la pared derecha del seto, adhiriéndola a la maleza, como si fuera una caña de pescar y su cuerpo un carrete.

Su impulso fue suficiente para sacarlo avante, mientras la hiedra se cerraba a sus espaldas. Cayó a cuatro patas un metro más adelante, en aquel sendero que llevaba a la pirámide. Volvió a su forma humana, por fin, y miró por encima del hombro. El seto volvía a la tranquilidad que le caracterizaba previo al ingreso de un aspirante. La hiedra que casi lo comprime, volvió a su sitio, como si nada hubiese pasado.

Bueno, supongo que eso es todo. Para la primera etapa, al menos. Ouch. se sostuvo el costado derecho. Una molestia derivada del esfuerzo continuo. Con todo, había mejorado notablemente, puesto que ya podía mantenerse más tiempo en su forma camaleónica.

Frente a él, la estructura arcaica se veía igual de imponente que si se observaba a una distancia razonable. La esfera resplandecía como un tesoro a la entrada de la estructura, invitándole a acercarse. Contrario a su habitual desconfianza, el Black Lestrange se aproximó. En apariencia, similar a la que Suluk le había prestado para viajar con ella.

Podría ser una trampa pero, ¿qué caso tiene haber corrido todos estos riesgos para echarse atrás?, pensó, sosteniendo la gema verde entre sus dedos. Ésta emitió otro brillo cegador, desapareciendo a los pocos minutos. El cambio que hizo en él, fue curar las heridas recibidas por el hipogrifo, así como la urticaria que adquirió en el laberinto.

Con la balanza equilibrada, se adentró al recinto, esperando encontrarse con la arcana, si es que ésta no se había de decepcionado ante el tiempo transcurrido para llegar allí.

¡Ah, de, barco! anunció su llegada a la Sala de las Siete Puertas, agitando ambos brazos para indicar dónde estaba, cual explorador que se reencuentra con su grupo Contra todo pronóstico, he llegado, arcana Suluk.

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¡Por fin llegas! ¿Qué tal el clima del lago? Seguro estupendo para un ente que se adapta, como el camaleón le recibió enérgica, acudiendo al encuentro mientras la Vara de Cristal resonaba en la estancia . Veo que tuviste complicaciones en el laberinto, así como con el hipogrifo, pero por lo demás pareces estar en una sola pieza.

Le miró las ropas, que aunque seguían hechas jirones, no dejaban ver herida alguna en su cuerpo; su entidad física en verdad estaba recuperada. Realizó un encantamiento convocador al bolso que había tejido previo a la llegada del Black Lestrange. Éste flotó hacia ambas personas, depositándose en el medio sin emitir sonido alguno. La boca de dicho contenedor se abrió. Teniendo al castaño a la expectativa, continuó.

Bienvenido a la Sala de las Siete Puertas. Una por habilidad, pero como antes, sólo estás por una de ellas.

Si bien él conocía la dinámica por su experiencia pasada, era su deber seguir explicando y, sobre todo, advirtirle de lo que estaba a punto de realizar. Una vez hecho, señaló la puerta que correspondía a la animagia. Cerrada en ese momento, pero que abriría en breve, si él así lo quería.

Creo que estás consciente de que no puedo acompañarte ahí dentro, más que en esencia. Pero no temas, que sí me requieres, estaré allí para darte consejo.

Se detuvo un momento por si el Black Lestrange tenía algún otro comentario respecto a la realización de la prueba, para volver a formular la pregunta que los había llevado a tal sitio. Le miró a los ojos, que conoció grisáceos y con inseguridad por salirse de la tradición familiar de convertirse en zorro. Ahora el muchacho parecía determinado.

Lo preguntaré una vez más, ¿deseas realizar tu prueba? inquirió a la par que devolvía la varita a su forma natural. Buscaba algo entre sus pieles, dándole tiempo si lo había pensado mejor . Porque no habrá vuelta atrás. Sólo lo que lleves contigo.

Con la punta del pie, por fin señaló la bolsa de pieles inuit, con su vacío casi infinito. Se adentraría en terreno desconocido, por lo que sus bienes materiales no tendrían efecto alguno dentro de lo que fuera que enfrentara.

Y en todo caso, quiero que deposites aquí todos los objetos mágicos que traigas contigo indicó con voz menos severa que la utilizada para explicar los pormenores de la prueba. Suponía que el joven no pondría reparo a tal instrucción . Sí, eso también incluye tu varita mágica. No temas, que dudo mucho que te haga falta.
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Contuvo el impulso de pedirle a la arcana que chocaran puños o manos, ya que además de ser una práctica muggle, distaba mucho del contexto en el que ambos se encontraban, así que se limitó a ladear la cabeza con una ligera sonrisa. Estaba satisfecho con su progreso hasta ese momento, pero también consciente de que aquello apenas empezaba.

Casi me pierde en el laberinto, arcana. opinó Eobard mientras encogía los hombros. Sujetó su varita de nogal negro, conjurando magia no verbal para reparar su ropa y modificarla un poco, combinándola en un sola pieza de seda . Pero la lengua del camaleón es bastante útil para esos casos, creo. Eso sí, nunca me acostumbraré al sabor de la libélula o los escarabajos, es un tanto amargo.

Hizo una mueca al experimentar la sensación en su boca que dejaba el contacto con algunas clases de insectos, a pesar de no haberlos comido, a la par que la arcana le hablaba del lugar en el que estaban.

Amara, en su momento, le prestó una serie de textos para que revisara en esa misma estancia, así que la situación no cambiaba mucho, pues Suluk simplemente hacía las advertencias protocolarias sobre la prueba que estaba a punto de realizar, así como las condiciones bajo las que la efectuaría.

Es un bonito recinto. Lástima que no me pueda quedar demasiado tiempo. Al menos, hasta la siguiente ocasión que haga una habilidad, supongo.

Le volvía a hacer la misma pregunta de hacía un par de minutos. ¡Por supuesto que quería realizar la prueba! Quedaban atrás las inseguridades derivadas de su forma animal, tan distinta a la que quizá se hubiese esperado de él. Más importante, estaba satisfecho con ésta.

Sí, sí quiero realizar la prueba de Animagia, arcana. respondió al fin, sin rodeos . Recuerdo que la arcana de metamorfomagia nos entregaba una especie de anillo para comunicarnos, ¿será algo parecido?

Ya estaba hecho; habiendo dicho esas palabras, lo único que podía hacer era avanzar. Mientras la inuit comenzaba los preparativos, se encorvó, asomándose hacia el fondo del bolso, como si buscara algo. Dejó caer su varita mágica, así como el anillo en forma de rayo que contenía gran parte de los poderes Uzza, y que estaba seguro Suluk había inutilizado. No llevaba más consigo, salvo sus gafas, pero éstas no tenían propiedad mágica alguna.
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