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Libro De Los Ancestros Septiembre 2020


Gahíji
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Cantar una antigua canción llena de historia y lamentos. Entre peticiones, entre las cuerdas del laúd se escapaban las notas. Descansar. Respirar. Meditar. El árbol de fuego daba la energía suficiente y envolvía mi cuerpo en magia ancestral. Con los ojos cerrados esperaba.

 

Odio esta parte. Acepte proporcionar conocimientos a aprendices que no se lo merecían, sin potencial, sin nada. Habían pasado más de 190 años. Muy pocos me sorprendieron. En realidad, muy pocos. Seguí tocando el laúd mientras el ambiente poco a poco cambiaba. Era de noche. Casi amanecía. En cualquier momento, aquel que osaba molestarme llegaría y yo debía instruirlo. Comprometerme a ello no lo deseaba. Había podido mas la razón que el corazón.

 

Solía perder los estribos, Nkuku mi fiel ayudante, había dicho que esto me ayudaría. Se equivocó. Jamás me había importado la vida de los aprendices. Esta no iba a ser la primera vez.

 

Espere…

 

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Una parte de sí estaba enojada consigo mismo. El mes pasado, se había dicho a sí mismo que esa sería la última clase que tomaría con los guerreros Uzza, y sin embargo allí se encontraba otra vez — la noche moría lentamente, y a pesar de que aún faltaba tiempo para que el cielo se aclarase y aún más para que el sol anunciase su presencia en el horizonte, la hora de su clase se acercaba a pasos agigantados. Lo que le molestaba no era la alta exigencia de las clases, de hecho esa era una de las razones por las cuales le gustaban tanto dado que en verdad notaba grandes cambios en lo que había aprendido. No. Era la actitud con la que los Guerreros Uzza se paseaban ante ellos: como si los magos londinenses no fuesen más que escoria que por algún milagro de Dios habían sido dignificados con sus saberes.

 

Hacía ya tiempo, quizá desde su primera clase con ellos, que el Weasley se había decantado por tener una actitud idéntica para con ellos. Claramente, debía mantener las bases del respeto, hecho que no era recíproco, pero no se gastaría en ademanes innecesarios de educación si no los veía intencionados de su parte. Finalmente, cuando la hora llegó, empacó el Libro de los Ancestros en su bolsa de viaje y puso todos los amuletos y anillos de ese y los libros anteriores allí. Normalmente no los llevaba al cuerpo: los encontraba incómodos y además hoy en día tenía que procurar pasar desapercibido entre los muggles. Ya había leído y re-leído el libro unas cuantas veces: ahora solo quedaba hacerle frente a la clase.

 

Quizá, esta vez, si fuera la última.

 

Su cuerpo se materializó, minutos después, a la hora indicada y en el lugar indicada. Nathan divisó al anciano guerrero quien lo esperaba con los ojos cerrados: su semblante taciturno e impasible, su blanquecino pelo como una catarata sobre sus hombros y su torso. El Uzza se encontraba cerca de un árbol, su presencia imponente al igual que la del señor, y el Weasley tenía la impresión de que ellos dos estaban... de alguna manera... conectados. Se acercó a paso lento, su varita fuertemente aferrada en su bolsillo, como si aquello le diese seguridad. Su mente cerrada con los beneficios de la oclumancia, otro hecho que blandía como un amuleto para agigantar sus protecciones contra el temperamento inclemente que aquellos guerreros tenían.

 

Ehem. Carraspeó, una vez lo suficientemente cerca.

 

- Buenas noches, guerrero. - soltó, su voz calma y suave, lo menos intrusiva posible. - Mi nombre es Nathan... soy su alumno para esta clase.

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Abrí los ojos. Estudié al aprendiz. Me levante e hice una ligeras reverencia.

 

-Mi nombre es Gahíji –simplemente me presente- espero listo estés y seguro deberás estar para continuar, una vez que comiences no hay vuelta atrás –Mire al Weasley- no moveré un dedo para ayudarte, si has llegado hasta aquí, capaz eres, puedo contestar tus preguntas, guiarte, pero salir de los problemas tu solo debes hacerlo.

 

Dejé el laúd junto al árbol de fuego sabiendo que todo comenzaría en cuestión de segundos. Preparado estaba. ¿Lo estaría el aprendiz?. No me detendría a preguntárselo. En realidad no deseaba saberlo. Con un simple movimiento el portal apareció. Lo cruce sin mirar atrás.

 

~ 0 ~ 0 ~ 0 ~ 0 ~

 

Las últimas estrellas desaparecían en el alba. Poco movimiento de animales y criaturas. Paz. Tranquilidad. Una llanura extensa casi sin árboles. La planicie africana de la reserva Masai se levantaba frente a nosotros. A lo lejos, un pozo de agua donde seguramente los animales irían a beber.

 

La llegada del Weasley no se hizo esperar. El aprendiz decidió seguir adelante. Esperaba que no se arrepintiera, si lo hacía regresaría pronto a casa y volvería a mis obligaciones. Los aprendices no sabían cuando retirarse. Aun no volvería.

 

-Aun estamos a tiempo, si tienes alguna duda puedes expresarla, de no tenerla, nos moveremos mas –el inexperto aprendiz ahora decidiría o sellaría su destino con aquello- ¿Sientes que no tienes dudas?, entonces esperemos que más adelante no se presenten.

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Una parte de sí aguardó, expectante, una respuesta del Uzza quien se movió con una ligereza tal impropia de alguien de su edad. Nathan no se sorprendió del todo por ello: sabía que la población de los Uzza eran seres de extremada longevidad y fortaleza, pero aún así era impactante la imagen de un cuerpo tan frágil que se movía inmune a los achaques de la edad. Escuchó sus palabras, curiosamente entonadas pero con una voz sorprendentemente calma y receptiva: supo entonces que al menos aún no había defraudado al guerrero, quien se perdió en el espesor de un portal, instándolo a seguir sólo si estaba seguro.

 

Nathan sabía que sólo tenía una fracción de segundo para decidir: si se demoraba demasiado, podía parecer indeciso y no quería dar esa idea. Uno, dos, tres... se dio tiempo para pensar, mientras se acercaba al portal sin dubitación. No encontró motivo alguno para dar la vuelta, y asiendo su varita en una mano y su bolsa con todos los anillos y amuletos en la otra, tomó aire y atravesó el portal mágico que lo llevaría hasta su próxima aventura.

 

- * -

 

El cielo ganaba color en la medida en que las estrellas se perdían en el firmamento. Aún no había rastros del sol, pero la claridad era suficiente para ver que se encontraban en una explanada de terrenos áridos que se abrían en todas direcciones. A la distancia podía ver algunos animales que ya habían finalizado su jornada de descanso y comenzaban a andar de un lado a otro del terreno, indiferentes a la aparición de dos magos con significativa diferencia de edad en los confines de su hogar. Dónde estaban exactamente, el Weasley no tenía forma de saber, más agradeció que no se encontrasen en el medio del desierto cuando el sol ardía en su máxima potencia como el último guerrero Uzza le había hecho hacer. Sin embargo, tampoco tenía forma de saber si Gahíji no le tenía planeado algo peor.

 

Nuevamente el Uzza volvió a hablar, con un misticismo propio de este tipo de clases, instando al Weasley a re-evaluar sus opciones por última vez: ¿acaso estaba dirigiéndose hacia su propia muerte y no lo sabía?

 

Ya no importaba.

 

No era ningún cobarde.

 

Si la muerte esperaba al final de la clase, pues esa sería la aventura a tomar después.

 

- No tengo dudas, por ahora. - se sincerizó - Estoy listo. - creo, también penso, pero sin decir esta última palabra en voz alta.

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Espere. Observar el cielo podía relajar los pensamientos. Esta vez, la ira no apareció, al menos, no aun. Guarde silencio. El sonido ambiente era todo lo que se necesitaba. Aguarde la respuesta del aprendiz quien parecía seguro de sí mismo. Todos parecían seguros, a la final, muchos fallaban. ¿Él fallaría?, lo sabría en cuestión de minutos.

 

Asentí. ¿No había dudas?, aun tenía la oportunidad de preguntar. ¿No lo hizo?, debía estar muy seguro de sí mismo. Sin embargo, era apenas de madrugada, tenían hasta la noche.

 

-Por ahora. Muy bien –en cualquier momento vería la señal- Adelante entonces.

 

La llamarada de fuego ilumino el cielo cual bomba atómica. Los juegos habían comenzado. La sangre correría. La muerte había sido invocada. Había aceptado llegar al paraje buscando sus sacrificios. De reojo estudie al Weasly evaluando sus primeros movimientos al ver aquel extraño resplandor que en un segundo se había perdido en el horizonte.

 

Los primeros ataques no se hicieron esperar, los primeros rayos vinieron de diferentes direcciones contra nosotros. Los más peligrosos para Nathan eran los que venían a sus espaldas, yo me encargaría de los que venían a nuestra derecha.

 

¿Qué haría el aprendiz?, en una facción de segundo, debía decidir o todo por lo que había luchado llegaría hasta el final.

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Nathan tenía la impresión de que, a pesar de lo corto de su tiempo juntos hasta entonces, el Uzza esperaba que él dijera o hiciera algo más. Era distinto al resto de los guerreros con los que había tenido clases hasta ahora, y es que la mayoría de ellos no habían esperado demasiado tiempo hasta insultarlo o ningunearlo de alguna manera. Sin embargo, y por alguna razón, Gahíji mostraba más paciencia que los demás; ciertamente algo le decía que su temperamento no era algo con lo que el pudiese jugar, pero bastaba con decir que no sentía que tenía que caminar entre brasas calientes para avanzar en la clase.

 

Una vez más, habló. Y como si su voz estuviese conectada con el cielo, este irrumpió ferozmente en un show de halos de fuego que atravesaron toda su extensión en cuestión de segundos. En otras circunstancias, sería algo bellísimo de ver: cómo el cielo de temprana mañana se teñía de anaranjado, rojo y amarillo bajo la presencia de un cuerpo extraño, quien reclamaba soberanía por encima del sol. Pero no ahora: Nathan estaba seguro que su presencia no indicaba otra cosa que problemas para él.

 

El espectáculo llegó a su fin tan rápido como había terminado.

 

Luego vinieron los rayos. Y entonces, llego la hora.

 

¡Obsistens! – musitó, y el ademán de su varita lo llevó a que la totalidad de su cuerpo se viese rodeado por una cortina traslúcida de color azulado, que le confería una protección de trescientos sesenta grados.

 

Por el rabillo del ojo, Nathan pudo observar como Gahíji comenzaba a pronunciar encantamientos desconocidos para él que, de alguna u otra manera, le ofrecían protección contra los rayos que iban a por su frágil cuerpo. No pudo distraerse mucho en aquella imagen puesto que un rayo se acercaba a su posición a una velocidad creciente. Se apresuró a apuntar a una roca de metro por metro que había cerca de ellos, la cual se transformó en un pequeño oso panda que le plantó cara al rayo y volvió a su estado rocoso en cuestión de segundos. Aguardó, a la defensiva, al próximo ataque.

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-Le recuerdo que debe utilizar los encantamientos y hechizos del libro de lso ancestros si quiere o pretende vincularse a él – aunque el Weasley no fallo del todo defendiéndose debería haber utilizado alguno de los poderes. El aprendiz había actuado por instinto.

 

Podía utilizar o manipular el fuego como quisiera. No era necesario utilizar varita. Mi persona, mi ser. Era fuego.

 

-Le recomiendo que invoque el kansho y se prepare, le lanzare unos hechizos y usted deberá enviarlos contra los enemigos, tendra que por las buenas o las malas apender esto –observe a mi alrededor, estábamos rodeados pero aun los atacantes no estaban lo suficientemente cerca- ¿Dónde están los enemigos?, están en todos lados y en todas las direcciones.

 

Espere que Nathan invocara aquella daga, Caminé un par de metros. Lance sectusempras y Flechas de Fuego al joven aprendiz… ¿Deseaba herirlo?, había una posibilidad, era claro que no solía llevarme bien con los aprendices si estos no demostraban un mínimo de cerebro y prestaban al atención necesarias. Nathan podía mejorar. Había fallado en la primera prueba aunque se había protegido, ahora, debía herir a q quienes le atacaban. ¿Sería capaz?.

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Las palabras del Uzza crean una pausa en el espacio y tiempo para él. En medio de entre tantos ataques, es difícil concentrarse en lo que le dice, pero sin embargo capta sus palabras, que son como un baño de agua helada. Decide no replicar más que con un asentimiento, mientras procura que su rostro no muestre signos de la irritación que siente: le había pasado algo similar con otros Uzza en el pasado. Nathan entendía la idea de adquirir familiaridad con los hechizos de cada libro mediante su uso, pero también era un firme partidario de hacer cuanto racional uso de la magia fuera posible; de hecho, deseaba hacerle saber al guerrero que su elección de hechizo estuvo basada en lo que él creyó era la defensa más efectiva.

 

No tenía sentido concentrarse en ello ahora. El aprendiz era él, y el guerrero era quien tenía más experiencia de los dos, por lo que no tenía sentido rechistar. Haciéndole caso, se concentró en la daga Kansho que apareció, al cabo de segundos, en sus manos. Se trataba de una bellísima daga de empuñadura de plata, con detalles de varios colores brillantes: tenía el peso justo para maniobrarla cómodamente, dado que no era lo suficientemente pesada como para resultar una carga pero tampoco demasiado liviana como para soltarla accidentalmente. Blandió la daga en alto, listo para los ataques que sabía vendrían pronto a por él.

 

Efectivamente, en ese momento, atacantes se aparecieron en todas direcciones a paso rápido. No pudo, sin embargo, concentrarse demasiado en ellos dado que Gahíji comenzó a lanzar maleficios a diestra y siniestra; maleficios que el Weasley logró frenar e, incluso, devolver al Uzza utilizando su daga. No tenía tiempo de apreciar su funcionamiento, pero parecía que ésta repelía y devolvía, cuál espejo, los encantamientos a su perpetrador. Tanto sectusempras violáceos como flechas de fuego volvieron en dirección al guerrero, quien hábilmente lograba defenderse a la par de que seguía enviándole ataques.

 

Pronto uno fueron dos, y en efecto, otro de sus atacantes se había aparecido a tan solo dos metros de su posición. Mientras blandía a Kansho en lo alto como si fuese un escudo, Nathan rebuscó en uno de sus bolsillos a por su Arena Mágica del Desierto la cual tenía guardada en una pequeña bolsa de tela. De alguna manera, pudo desatar el nudo con una mano (aquella distracción casi le cuesta un Sectusempra, el cual pudo frenar con la daga por milagro de Merlín) y agarrar un puñado que sopló justo a tiempo a los ojos de su atacante. Aprovechó el momentum, y que Gahíji estaba defendiéndose de sus propios rayos que venían a atacarlo sin piedad, para propiciarle un corte con su daga.

 

Vara de Cristal – atina a decir, es su próxima herramienta a utilizar como defensa para los ataques del Uzza y los otros atacantes que aún no han llegado hasta él.

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Al fin el aprendiz estaba haciendo lo correcto. Utilizaba aquellas armas que, por las buenas o por las malas debía aprender a usar. ¿Qué sentido tenía si el aprendiz no conocía los pro y contras de todo aquello? Los ataques eran incesantes, podía recibir aquellos ataques gracias al poder que lograba concentrar. Curaba las heridas. Invocaba escudos mágicos, ¿Yo podía salir herido?, estaba claro que era factible, pero debía arriesgar mi integridad para que el Weasley pudiera descubrir rodo lo que aquello podía hacer.

 

Conjuré fuego. Envié las llamas y bolas de fuego a los atacantes. ¿Se sorprendieron ante mi poder?, Si, lo hicieron. ¿Me divertí causándoles daños mortales?, Si. ¿Era necesario todo aquello?, ¿Por qué no? De esta forma podía descansar mis frustraciones e ira en cualquiera que se pasara en frente. Necesario no era utilizar el amuleto para defenderme. Aun así lo use. Conjuré el trozo de ébano de fuego con incrustaciones de escamas de todos los tipos de dragones que existían en el planeta invocando así un gran escudo que me protegiera de los ataques mientras realizaba los movimientos necesarios de defensa.

 

Cuando el Weasley conjuró la vara de cristal supe que al fin el aprendiz había tomado el camino correcto. Lo observe, por un segundo esperaba que hiciera uso de ella. No fue así. Espero a que los magos atacaran. Cada vara de cristal era diferente, cada una era una huella digital del mago, de su poder y sus capacidades. Estudie la situación, cada vez quedaban menos atacantes y ambos estábamos lo suficientemente ilesos como para salir vivos de este lugar.

 

-Muy bien, que espera, utilice la vara de cristal, sienta el poder en ella y vea como los hechizos se convierten en efecto –aquello terminaría de completar el siclo. Nathan necesitaba aprender por mano propia el poder de aquel extraño y único elemento.

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Apenas dice aquellas palabras, su varita se vuelve de alguna manera menos tangible. Si bien no puede quitar su mirada de los enemigos que no dejan de atacarle, Nathan siente como ésta se vuelve cada vez menos sólida pero a la vez más pesada dentro de su mano. Hasta completar la transformación, utiliza los últimos segundos de vida que le quedan a su daga Kansho, la cual desaparece justo a tiempo para repeler un Sectusempra que de otra manera le hubiese dado de lleno en el rostro. Finalmente la Vara de Cristal completa su transformación, y Nathan se toma una fracción de segundo para apreciar su coyuntura. Es prácticamente tan alta como él y de color grisáceo, como las cenizas, aunque medio traslúcido. Aunque no logra identificar el material del que está hecho, es lo suficientemente ligero como para que la pueda manipular con facilidad y de un grosor perfecto para que su mano la envuelva.

 

Al principio, no está seguro de cómo accionarla. Rebusca rápidamente en su mente por algún fragmento del libro que leyó el día anterior: algo que lo guíe en como hacer uso de la magia que esta Vara dispone, más no encuentra nada. Lo único que recuerda es la premisa que describe su poder, caracterizándola por su capacidad de absorber rayos para transformarlos en efectos que luego pueden ser dirigidos hacia los enemigos. Como si le estuviese leyendo la mente, y decidido a ponerlo a prueba, uno de los guerreros envía un rayo rojizo hacia él que – aunque no ha escuchado el encantamiento – está seguro de que no es benigno. Resignado, apunta con su Vara de Cristal el dirección al rayo, y espera que ello sea suficiente.

 

Cuando el ataque está a manos de un metro de distancia, siente la Vara vibrar en su mano. No está seguro de ha sido un truco de la luz del sol que a estas alturas ya se alza por encima del horizonte, pero cree haber visto una especie de aura traslúcida alrededor de la punta de la Vara que actúa como un campo magnético, atrayendo y absorbiendo la magia del rayo, que ahora ha desaparecido. De alguna manera, aquello lo ilumina a cómo proceder, y apunta al enemigo que lo había atacado decidido a devolverle el favor. No puede sino arquear una ceja, sorprendido, cuando éste cae inconsciente al suelo.

 

Durante los próximos diez minutos, Nathan repite la secuencia una y otra vez, hasta que todos los enemigos que tiene frente a él han perecido ya sea bajo el impacto de la daga anteriormente o los hechizos de la Vara de Cristal, que finalmente desaparece para retornar a la forma de su varita. Recuerda haber leído que tanto Kansho como la Vara tienen limitaciones en el tiempo, aunque no en la magia que ostentan. Lo cual, debe admitir, es justo. Nathan mira a Gahíji, inseguro de cómo proceder... tiene la sensación de que pronto tendrá lugar un duelo entre ambos que terminará por decidir su calificación.

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