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Atraco en los puertos de Londres


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El viento meció mi cabello castaño ondulado y luego llevó algunos mechones hacia arriba mientras yo apartaba otros de mi cara. Mis ojos marrones recorrieron el lugar intentando encontrar rostros conocidos que no reconocerían el mío bajo esta apariencia tan mundana, tan perdible entre la multitud. Así lo había decidido por la mañana, deshaciéndome de la piel de mi habitual yo, tan llamativa, por alguien que no existía y que si me metía en problemas nunca más sería vista de nuevo.

Alguien me había hablado de que se estaba contrabandeando en el Puerto de Londres, pero no me había quedado claro si eran criaturas o algún tipo de objeto. Por lo que preferí presentarme yo misma en el Puerto y observar el trajín y el devenir de la gente, los magos se mezclarían con los muggles y no sería evidente de que allí habría algo que no encajaba, sólo para el ojo crítico que sabía lo que estaba buscando.

- Apártate, muchacha.

Un corpulento hombre casi me derriba de un empujón, estaba entrometiéndome en una trayectoria que no pensaba alterar por nada del mundo, por lo que gruñó al tener que pararse por un pequeño segundo. Di una zancada a la derecha mientras me arrebujé en mi abrigo color tierra, escondiendo las orejas en unas solapas levantadas, arrepintiéndome de no llevar también un sombrero.

El problema radicaba en que no sabía a quienes estaba buscando, pues nadie le había convocado, y tampoco conocía el aspecto que tendrían, ni si como ella misma alguien usaría la metamorfomagia para ocultar el verdadero aspecto. Miré por encima de las cajas que me iba encontrando por el camino, como si fueran a dejar mercancía valiosa tirada por ahí. Una pena no tener rayos X en los ojos, no había forma de saber nada de aquellos cargamentos sin abrirlos.

En la lejanía distinguí un buho, mientras ponía una mano por encima de mis ojos. Un animal extraño junto al mar, esperaba ver gaviotas en aquel entorno...

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Mis asuntos casi nunca se mezclaban con el mercado negro. Sin embargo, a veces… me cruzaba involuntariamente hacia ese lado problemático de la comunidad mágica. Resulta que estar enfocado en los estudios de las magias oscuras y lo desconocido te lleva a conseguir ciertos ingredientes que la Madre Tierra no te provee así sin más. Y para eso se necesitaban contactos. Y esos contactos, al igual que todo el contexto, tenial el nivel de seguridad menos infinito, casi. Me daba más confianza leerle la palma de la mano a un recién nacido, toda gorda y sin surcos, que aceptar la invitación de un duende renegado.

 

Pero ahí estaba, con una taza de té calentándome las manos. El vasito descartable era lo más insulso, pero al menos no perdía el respeto si llevaba una de las jarras térmicas. Las apariencias lo eran todo.

 

- ¿Estás esperando el tren o qué? Los idi***s hoy salieron a la calle parece.

 

Un tipo rudo, pero un poco más pequeño que yo me pegó con su hombro. Me hizo derramar todo el té y solté un par de profanaciones. Lo miré con mi mejor cara de odio y el tipo aceleró el paso. Un abrigo negro que iba de pies a cabeza recibió el resto de mi bebida. La elección del color al menos fue correcta, sabía que tarde o temprano me iba a manchar. Gruñiendo, bajé el sombrero, no quería que se me viera así sin más.

 

Tenía que buscar algo, una pista. O un indicio de dónde se llevaría el acto ilícito. Y, vaya, quién lo diría.

 

- ¿Un búho en el Támesis? Vaya… Cualquiera diría que un mago estaba cerca –me dije a mí mismo, validándome las sospechas. Aquel pergamino enrollado debía contener información exacta del traslado. Y con la información, venían las posibilidades del robo. Y con el robo, bueno, podríamos decir que al fin cumpliría con el ritual que hacía un par de semanas había empezado.

 

Tomé la varita bajo mi abrigo y comencé la marcha hacia la pobre ave. Ignoraba, en ese entonces, que alguien más estaba buscando exactamente lo mismo.

Editado por Orión Yaxley

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Había decidido salir otro día cuando las cosas que estaban ocurriendo en el muelle se estuviesen calmando, el humo y los restos del barco egipcio que se había estado quemando los días anteriores había desaparecido, había incluso cesado la pelea mágica que también se había llevado a cabo ahí.

Esto el joven mago lo agradecía, ¿Por qué? Porque a pesar de sus inclinaciones, de su lealtad, Danny no solía ser un chico belicoso y ese tipo de enfrentamiento no le parecían el mejor medio para conseguir lo que se quiere. Por esa razón había decidido planear algo diferente y ponerlo en práctica para aplacar los ánimos de todos los magos y muggles así. Conejillos de indias, les dicen.

Ahora caminaba por el muelle tranquilo, con las manos dentro de la chamarra de mezclilla que llevaba puesta, ya que sentía un poco más frío de lo habitual. Al caminar mira a su alrededor verificando que todo estaba tranquilo, por lo que se descuelga su cámara fotográfica que llevaba al cuello y toma una que otra fotografía. El paisaje era increíble y no pensaba perderse la vista por culpa de pensamientos tontos.


"Sonríe"

Hace una toma a una gaviota que se paraba en una estaca al final del muelle, y esta levanta el vuelo. Obviamente no se le escapa al ojo de Danny, quien toma la fotografía justo cuando echa a volar y la imagen nítida queda grabada en la memoria de su cámara. Era increíble las cosas que se podían guardar como recuerdos, cualquier cosa. Y más increíble era darse cuenta de su afición por la fotografía y el hecho de que le servía de terapia ocupacional.
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El Gryffindor olímpicamente paso de Hasani, ya tendría tiempo a ajustar cuentas el mago en otra oportunidad. Ahora necesitaba echarse a la bolsa unas cuantas criaturas o objetos valiosos, venderlos en el mercado negro le volvía agua la boca. Aunque ya tenia bastante dinero en sus arcas, no estaba demás incrementar las riquezas y poder costearse a placer alguna habilidad o libro de hechizos. No cabía duda de que la pobreza solía ensañarse con algunos magos y brujas, ella no era la excepción a esa regla.


— No es como en los viejos tiempos, ahora todo cuesta más que un ojo de la cara y eso es decir mucho—torciendo un poco la lóbrega sonrisa que se plasmará en sus labios. Continuaba con su sigiloso andar, imitando por momentos a un felino en plan de lanzarse a cazar alguna clase de antílope. Infinidad de barcos se proyectaban apilados como los pisos de una pirámide, alcanzando el último de ellos el tan deseado trofeo. Dando un pequeño respingó sintió la cola de su crup, golpear de forma incesante su pierna izquierda.


¿Qué demonios hacía en el puerto?, ¿Cómo dio con exactitud con la ubicación de la Nigromante?. Esas y otras tantas interrogantes se aglomeraban en su cabeza, posiblemente la correa no fue del todo eficaz. Aunque no le cuadraba que una de sus mascotas desacatará de esa forma su orden, pasando por alto el castigo que podría ganarse por abandonar los terrenos de los Macnair. Alargando la mano para darle una palmada en el lomo, no recibió a cambio un gesto amigable, sino todo lo contrario unos colmillos que estuvieron a nada de clavarse en su surda.


— Bien decía yo, esté pequeño no es de mi propiedad— ladeando la cabeza reconoció su fallo, al detectar que solo una colita de movía como reguilete. Y es que la otra le fue cercenada de forma indolora o eso es lo que había intentando que creyera de dicho proceso. Nada en la vida o dentro de la inmortalidad se librará de causar dolor o alguna clase de satisfacción y ella lo pudo comprobar en carne propia. Perdidas miles y asesinatos en su contra otros tantos, pero eso no le causaba ninguna clase de sentimiento de culpa o algo similar.


Lo supo al nacer en las sombras, jamás vería a la luz del sol como una amiga confiable o algo que le brindará un calor real o satisfactorio. El pensar en eso le causaba malestar, aversión al astro rey, solo le veía como algo que era útil para una porción de la población mientras que para el resto pasaba sin pena, ni gloria ante sus ojos. Tomando por el lomo al can, no le permitió el lanzarle una nueva mordida— Ahora eres mi rehén—riendo por debajo amarraba a la presa a su costado. Si se le ocurría ladrar para llamar la atención, no le quedaría nada más que ponerle un bozal o noquearlo con algún hechizo.


Retomando su plan original, rebuscaba en las bolsas de su chamarra le frasco que le sacará de encima a ese viejo traficante— Veamos que tan eficaz es la porquería que vendes—derramando unas gotas sobre la madera del navío, detectó que se hizo un boquete a través de está. Colándose por ese hueco, no dejaría el mismo expuesto a la mirada de los curiosos derramando gotas de otro frasco lo sello en un santiamén. Ahora era momento de indagar dentro de la bodega, haciéndose de algunas cosas de valor y otras tantas que podía anexar con placer a su colección personal.

Cuando eres tan grandiosa como yo, es difícil ser humilde

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Básicamente ya eres la mitad de una maldición

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