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The Arabic Place (MM B: 94021)


Bodrik
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Un tropezón, un golpe seco, una capa negra en medio del concurrido Callejón Diagon un domingo por la mañana. Mathías había aterrizado de mala manera, su aspecto era cenizoso y sudoroso. Su ropa estaba sucia víctima de la atropellada llegada.

 

Se puso en pie, vigiló que nadie le hubiera visto y sacudió su vestimenta, en su totalidad negra, manchada por el polvo. Croft no tenía muy claro que hacía ahí, últimamente se había dedicado a morir y no lo conseguía.

 

Alzó la mirada, un ojo gris y el otro verde, rasgo característico en el castaño; sus sentidos no le hicieron honor, pronto comenzó a ver borroso y se sostuvo de la piedra fría del callejón. La transición de vampiro a humano aún no había finalizado, sin embargo, él no mantendría el reposo que le habían aconsejado.

 

¿Que hacía ahí? ¿A dónde iría? Eran unas de las cuántas preguntas que Leonard, dentro de su cabeza, le hacía. No dejaba de hacérselo pasar mal y nunca lo haría. Era cierto que el demonio en su interior no estaba contento con el cambio pero... de hacerle la ley del hielo, había pasado a volverse todo un parlanchín y aquello, a Mathías lo estaba desquiciando.

 

Abrió el cuello de su camisa negra casi hasta el pecho, necesitaba respirar, sentía que de un momento a otro se desplomaría nuevamente. Inspiró el poco aire fresco que quedaba del invierno e hizo su mejor esfuerzo por avanzar.

 

Ante sus ojos, apareció una especie de bar o restaurante que parecía Árabe; al Croft siempre le había gustado aquél ambiente, se sentía de cierta manera en paz con aquella cultura y no tenía la menor idea de porqué. Avanzó lo más rápido que le permitieron sus piernas aunque no era demasiado.

 

Mientras avanzaba sólo pensaba; pensaba en tomarse un buen Whisky de fuego bien cargado como en los viejos tiempos, en sentarse y sobretodo, dejar de sudar frío. Aquella situación le incomodaba demasiado pero... aún más, el hecho de no saber cómo controlarlo.

 

Cuándo se dio cuenta, ya estaba en la puerta del local pero las luces se apagaron de pronto, su cuerpo se quedó muy quieto una vez que cruzó la entrada y sus piernas no respondieron, haciendo que de bruces, fuera a dar contra el piso inconsciente y vulnerable. Tal cuál, como odiaba sentirse.

 

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Luego de comerse dos raciones y probar otros siete platos, Mel decide darse por satisfecha. Sabe que no podrá darse un lujo como ese en lo que queda del mes, pero ¡vamos! No quiere pensar en las tristes perspectivas a futuro, si no en lo feliz que se siente mientras tanto. Tiene la barriga llena y un pedido extra en una bolsa para llevar a casa, a su familia. Lamentablemente, distraída por la euforia del momento, termina en la zona "narguile" del local. Enseguida su nariz se constriñe y alarga una mano hacia su rotro con presteza para cubrírsela. Sus facciones se contorsionan en una mueca de resignación y camina derecho hacia la salida, para no tener que respirar el pesado aire que apenas deja ver y que por muy poco no la hace lagrimear.

 

Cuando por fin consigue salir, un olor de distinta índole pero igual de penetrante hace que retroceda y se pegue con la puerta, que termina golpeándola por tres veces en la nuca como si se tratase de una puerta vaivén. Cuando mira hacia sus pies buscando la fuente de aquel olor, no puede evitar entrecerrar los ojos en señal de desconfianza; puede notar que la persona a sus pies se encuentra inconsciente y desea ayudar pero a la par, la bestia en su interior clama por alejarse. Después de todo, aunque no del todo desagradable, el olor normal y agradable de un humano, se encuentra entremezclado con el vampirismo y la muerte en una sola carne. No es capaz de explicarlo porque no se ha topado nunca con algo similar.

 

Mas puede más su deseo de ayudar ya que nadie en el callejón parece querer prestar atención al muchacho desfallecido. Conoce esa reacción de sobra: la del mago promedio inglés, "mind your own business". Peor aún si la persona en el suelo es medio-humano o no-humano. Mel suspira antes de acuclillarse e hincar con su varita al muchacho luego de dudar por unos segundos, un tanto nerviosa. Debido a que a pesar de ello sigue sin reaccionar, susurra un ennervate y se prepara para sostenerlo de ser necesario.

 

¿Dónde vive? ¿Quién es y por qué ha terminado allí?

 

Probablemente, el olor de ella le resulte igual de desagradable a él, así que prefiere guardar una distancia de medio metro. Algo prudente, que le permita ver alguna señal de reacción, en caso sea sólo leve pero que a la par le facilite el trabajo de alejarse en caso la confusión de retornar a sus sentidos lo ponga momentáneamente a la defensiva o lo torne violento. La bolsa de comida se encuentra en el suelo a un lado de ella y el aroma es delicioso, aunque no lo suficiente como para opacar, el de la persona que se encuentra ante ella.

 

―¿Puedes oírme? ―dice en voz baja, insegura.

 

Espera que el muchacho reaccione. No puede dejarlo allí y volverse sin más pero no tiene idea de qué pueda haberle pasado. También, tiene que admitir que aunque suene superficial y tonto en un momento como ese, los bollos y la comida se enfrían.

Editado por Melrose Moody

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Cayó sumido en un profundo sueño ¿O eran pesadillas? Las alucinaciones no lo dejaban en paz ni inconsciente. Sentía un potente dolor en la cabeza pero de resto, todo lo demás estaba en silencio, incluso los involuntarios latidos de aquél corazón que hacía poco más de una semana, latía de nuevo.

 

Todo en silencio, en paz y se preguntó ¿lo habría conseguido? ¿Era aquello lo que se sentía estar muerto? De repente, sintió una fuerza sobrehumana que lo arrastró desde el mismísimo infierno y... como si hubiera muerto ahogado, abrió los ojos y la boca en grandes proporciones, tomando aire.

 

Su respiración se agitaba y de nuevo los latidos de su corazón comenzaron potentes. Sus ojos y su boca se mantenían abiertos y pudo recibir oxígeno en sus pulmones como si llevara horas bajo el agua.

 

Una bruma cubrió su mirada y alteró la percepción de su realidad, el sudor comenzaba a salir de nuevo, frío, húmedo, incómodo. Se arrastró como una serpiente hasta evitar tambalearse; la imagen de un hombre de pelo blanco, muy parecido a Leonard, lo absorbió, sin embargo, una voz lo trajo de vuelta.

 

La primera palabra la escuchó distorsionada, pero la segunda, la logró entender. Aquél olor fulminaba sus fosas nasales aunque, en aquella ocasión, no era difícil percibirlo. Era una chica, no sabía quién ni porqué lo ayudaba, pero no parecía tener que preocuparse por qué quisiera hacerle daño.

 

Estaba aterrado, nunca en sus años, se había sentido así. Ahora no era el Mathías soberbio y prepotente de al menos hacía siete años atrás; ahora sólo era un hombre y estaba aterrado.

 

Sin pensarlo demasiado, cerró los ojos y al abrirlos, pudo verla mejor; no era alguien a quién pudiera distinguir así que de forma atolondrada, asintió varias veces con la cabeza para que supiera que la oía y, finalmente, con voz pastosa debido a la fiebre que le consumía, articuló palabras.

 

- Sa...saque-queme de a-aquí por favor.-

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Cuando reacciona, su voz debilitada y sus ojos vacuos hacen que dude todavía más, acerca de qué debe hacer a continuación. Intenta ver si hay un local cerca al que pueda acudir pero todo allí son restaurantes y está segura que no dejarán ingresar al muchacho en aquel estado. Lo único que tiene más cerca es una calleja anexa, un espacio vacío entre negocios.

 

Es capaz de llevarle hasta allí sin mucho esfuerzo, otra de las ventajas que su cuerpo afectado por la licantropía tiene. Lo difícil es tener que retener la respiración a intervalos a la par que lo sujeta. Al final, decide que es una precaución innecesaria; lo cierto es que luego de la primera punzada de fastidio y casi dolor, el olor se ha convertido más bien en una incomodidad secundaria. No es todavía enteramente vampírico y sobre todo, no está entremezclado en modo alguno con la esencia de la sangre. Lo único que sigue preocupándola es que aún puede detectar el rastro de la muerte bajo dicha estela.

 

Una vez ha logrado que se mantenga en precario equilibrio sentado sobre unos cajones vacíos y contra la pared, se toma un respiro y agita su varita para protegerse de posibles molestias. No es que se haya topado con hechos desagradables en el callejón antes pero bien dicen mejor prevenir que curar...

 

―Estás en el Callejón Diagon ―dice en voz más alta esta vez, con lentitud y claridad―. Ya no estás allí.

 

No tiene idea de qué lugar o situación pueda estar hablando pero Mel asume directamente que aún piensa que se encuentra en algún sitio peligroso. Ni siquiera se le pasa por la cabeza que pueda tratarse de algo más complicado. No quiere tomarle la temperatura ni nada por el estilo, puesto que no le corresponde pero el rostro del muchacho aún denota el mismo vacío que viera antes, además del sudor y la urgencia en su tono; no tiene idea de qué ha podido pasarle pero sin duda está enfermo, así que extrae un vial de su bolsillo, que destapa para luego derramar la pócima en su boca. Es una poción herbovitalizante, que le obliga a tragar de zopetón y a la fuerza, sabiendo que quizá no es lo más recomendable.

 

Es sólo que es lo más práctico que se le ocurre.

 

―Tómalo, eso te hará bien ―masculla con voz firme y regular, sin emoción alguna. A pesar de que ha tenido todo ese inconveniente, no había olvidado tomar la bolsa de comida, por lo que añade― si te recuperas un poco, puedo invitarte de mi cena.

 

La realidad es que le duele decir cada palabra y gastarse una cena de 100 galeones con un desconocido en lugar de invitársela a Ellie por sentirse culpable de no haberla llevado pero debe admitir con resignación que no le queda de otra. Eso, claro está, asumiendo que el desconocido todavía desee comer comida normal. Un escalofrío recorre su columna, pues espera de verdad que así sea.

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Una tos potente emanó desde el pecho, hasta la garganta del muchacho. Inspiró aire con suavidad, tratando de evitar que se prolifere la misma pero es casi imposible, empieza a toser sin descanso al menos dos minutos. No sabía que demonios hacía, ni si quiera cómo había llegado allí.

 

Sin poner resistencia, permitió que aquella desconocida le arrastrara hasta aquél lugar, estaba lleno de cajas y olía a humedad. El olor se entremezcló con el de la licantropo pero Mathías, ya había dejado de darle importancia a aquello, ya no le afectaba de la manera en que podía afectarle años, incluso meses atrás.

 

Cuándo por fín dejó de toser, sintió cómo una sustancia se deslizaba desde sus labios hasta su garganta, aterrizando en su estómago, como dos kilos de plomo. En un instante, casi pensó que iba a vomitar y al siguiente, comenzaba a sentirse considerablemente mejor, tanto así, que a pesar de la amabilidad de aquella joven por ofrecerle de su cena, pudo sentir el pesar que aquello le producía.

 

Una media sonrisa se desprendió de aquellos labios rasgados víctimas de la fiebre y, por primera vez, dejó notar una perfecta dentadura blanca, que era acompañada aún por unos colmillos un poco más largos de lo normal para un humano.

 

Se levantó con cierta desconfianza, tenía la duda latente de que sus piernas no respondieran pero, para su fortuna, no fue así; logró levantarse y mantenerse en pie. Su aspecto era deplorable y odiaba aquello, jamás se había visto tan mal así mismo, ni si quiera después de una buena redada en sus tiempos.

 

Intentó arreglar con sus manos su desordenado cabello castaño y carraspeó; no sabía cuánto duraría el efecto de aquella poción, pero lo cierto era que lo había hecho sentir mucho mejor. Inspiró aire y el olor de aquella comida se coló por sus fosas nasales. Recordaba ahora, que llevaba días sin comer.

 

― Lamento esto, no es la primera impresión que suelo dar ante nadie.―

 

Era un Mathías abatido, un Mathías perdido, un Mathías destruido. Pasó saliva con dificultad y, por primera vez, tuvo la valentía de mirarla a los ojos.

 

― Mi nombre es Mathías, Mathías Croft.―

 

Soltó sin muchas formalidades aunque en, ese momento, sentía claramente que estaba en deuda con aquella chica.

 

― Dime cómo puedo agradecerte que no me hayas dejado tirado en medio de cualquier sitio como una sabandija, por favor. Tengo dinero, puedo invitarte algo de comer después de todo... parece que lo que llevas ahí, ya debe estar frío. ―

 

Se llevó las manos a la cabeza un momento y decidió que una buena opción, sería no separarse demasiado de la pared; no quería encontrarse de nuevo de bruces contra el piso.

 

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Mel niega con la cabeza, para indicarle que no es necesario pedir disculpas. Gracias a la ayuda de la poción que ha hecho que él ya no yazca totalmente afectado, la propia Melrose ha podido incorporarse y observar más detenidamente al desconocido sin miedo ya a que pueda volver a caerse. No le ha pasado desapercibido el par de colmillos que viera apenas unos segundos atrás pero decide ignorar el detalle para no tener que despedirse rápida y groseramente.

 

―Eh... ―quiere decir algo también pero el muchacho entonces se ve más en sus cabales que nunca, así que le sostiene la mirada en silencio hasta que termina de decir lo que desea.

 

>>Melrose Moody ―es lo primero que dice, cuando siente que él ha terminado y que puede hablar al fin sin interrumpirle―. No necesitas pagarme ―alzó la bolsa para darle a entender que comerían de ella si es que esa era su intención. Aunque al inicio no había sido una decisión sencilla de hacer, la comida si ya no caliente al menos está tibia―. No lo hice por dinero ―su tono no trasluce más que naturalidad. Después de todo, suele estar relajada y considera que lo peor ya ha pasado, debido a que ahora él parece encontrarse mucho mejor. Por otro lado, odia la actitud indiferente de los ingleses hacia ese tipo de situaciones. Al menos, el Escocia alguien le habría gritado que se marchara a su casa o habría hecho algo<<.

 

Sin embargo, también tiene que admitir que la propuesta de aceptar la cena es tentadora. Después de todo, se ha gastado ya el dinero que había dispuesto ese mes para el consumo regular en restaurantes. Así que se le ocurre una idea. Después de todo, si el chico asegura que el dinero no es un problema para él, no debería importarle.

 

―Quizá puedo darte la cena esta vez ya que igual no llegará caliente a casa y otro día, podrías tú invitarme la cena ―extiende su mano en señal de amistad, segura de estar haciendo un trato. No es algo a lo que esté habituada, pero su sonrisa es sincera; es el tipo de sonrisa que esboza una persona que no pasado por momentos oscuros, más allá de un dolor físico que ha expandido su mundo. Nada turbio puebla su semblante, sus ojos o sus ademanes, pues Melrose es así: una persona simple y su expresión es límpida.

 

Espera que el chico se la estreche. Tiene planeado empezar con los kebabs y como el callejón por allí parece estar limpio no necesita en realidad trasladarse a otra parte. Sabe que quizá sería inaceptable y rústico para un inglés regular pero supone que él no va a darle mucha importancia. Ya que los planes de invitar a Ellie se han echado a perder, puede al menos rellenar el último de los rinconces que le queda libres en el estómago antes de pensar en qué excusa pondrá para regresar derecho a su cuarto, de manera que no se den cuenta que ha cenado sin compartirles.

Editado por Melrose Moody

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Mathías analizó cada gesto, cada ademán e incluso, cada palabra que pronunciaba aquella muchacha. En sus tiempos, la hubiese visto cómo cualquier cosa, estaba acostumbrado a menospreciar a las personas y a ser un total capullo con cualquiera que no perteneciera a su mismo estatus o, en aquél tiempo, a las filas de las que era partidario.

 

Ahora, Croft tenía un poco más de experiencia, la mala vida que había llevado desde que decidió echar su futuro por la borda, lo había vuelto más consciente; seguiría siempre su instinto, sus ideales, pero tratando de ser más persona. En un momento, se descubrió pensando en futuro y se sorprendió realmente. ¿A caso él, no había decidido que comenzara su transformación a humano para morir luego?.

 

Carraspeó la garganta y, cuando Melrose estiró su mano, Mathías lo dudó unos segundos, segundos casi inapreciables para la joven. No la hizo esperar y estrechó su mano finalmente; su tacto era cálido y el de él, aún conservaba aquél frío mortecino aunque... ya en menor medida.

 

― Acepto tu propuesta aunque... realmente no sé si en un futuro, te la pueda cumplir. ―

 

Su mirada se oscureció y los pensamientos de muerte invadieron de nuevo su cabeza. Inspiró aire e intentó sonreír de la manera más amable que creía pues... el antiguo Mathías, no solía sonreirse con alguien que a penas conocía.

 

Cuándo soltó la mano de la muchacha, observó el lugar y luego con detenimiento y sin ninguna prudencia, la observó a ella. Era realmente extraño pero por curioso que pareciera, se sentía tranquilo en su presencia; no sabía si se equivocaba, pero creía que tal vez, podría ser amigo de aquella chica.

 

― Y perdóname de nuevo, pero he de insistir. No quiero ser una molestia cuándo tal vez ya tenías planes. ―

 

Soltó mirando la bolsa de comida.

 

― Puedo comprar algo, de verdad, o reponer eso que llevas ahí. No ha sido tu culpa que yo me atravesara en tú camino, justo cuándo ibas de salida... aunque he de admitir, que la idea de compensartelo una próxima vez, suena bien. ―

 

¿Que era todo aquello? ¿Mathias Croft intentando hacer amigos? Era la fiebre o tal vez el hecho de que estaba sólo y destruido. No, era el hecho de qué más allá de modificar su estilo de vida, él estaba cambiando... ya no era aquél que había sido.

 

@Melrose Moddy

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La comida ya había llegado después de un espectacular show de baile árabe, el lugar en serio se veía cada vez mejor y era increíble. Por otro lado la comida que nos había servido se veía deliciosa, vi que mi tia empezo a probar su ensalada, yo por mi parte tome el taco y le di un mordisco, la carne estaba deliciosa, y los vegetales que la acompañaban le daban un mejor sabor, se podía distinguir los diferentes sabores de el plato.

 

- Wow, que Delicioso - comente mirando a mi tía - Este taco está estupendo, quieres probarlo? - dije mientras acercaba el taco. Esperaba que mi tía le diera una pequeña mordida al taco para seguir comiendo y disfrutando de la invitación que ella me había hecho, era un gran gesto de mi tia haberme invitado a comer.

 

Llevábamos poco tiempo de conocernos bien, pero mi tía era realmente chevere, siempre estaba dispuesta a ayudar a quien lo necesitara y no solo eso, el tiempo que empezábamos a compartir siempre se hacía ameno, además de que era mi compañera de clase, que de por sí era algo bueno por que asi podria estudiar con ella, también era mi familia, en la cual siempre podría encontrar un apoyo.

 

@@Dennis Delacour

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Mel se encogió de hombros ante la débil promesa y agitó la mano para indicarle que no perdiese su tiempo dándole muchas vueltas a eso. Aunque esperaba que pudiese cumplirla, en realidad no era de las personas que se aferrasen tampoco y aquel muchacho parecía del tipo que suele tener muchas cosas en la cabeza en las qué pensar.

 

Había algo en su semblante que hacía que Mel pensase en severas dificultades, así que ¿para qué seguir prolongando su agonía? Esa era la forma de razonar de Mel ¡Pasar a lo siguiente y olvidarse del asunto!

 

Por eso, mientras él hablaba, Mel se había sentado en el suelo, dedicándose a desempaquetar la comida y sacar un kebab para ella, primero y luego uno para él. Como si fuese lo más natural del mundo, agitó la varita para traer hasta ella el cajón que había usado para que él tomase asiento y puso sobre éste la cena, tendiéndole el otro kebab. También había tenido cuidado de limpiar el suelo. Sólo entonces, notó que él parecía encontrarse atravesando por algo importante.

 

No era como si Mel a pesar de su actitud fuese demasiado sociable; de hecho, no lo era, pues la mayoría solía poner pegas a su condición de licántropo, llamándola "escoria", "medio-humana" y cosas por el estilo. Desde que había aprendido a aceptar su condición y había dejado de lamentarse por ello las cosas habían mejorado pero eso, sumado a su defectuosa capacidad para socializar con normalidad, es decir a su actitud muchas veces poco comprensible, jugaban en contra de sus relaciones "en sociedad".

 

--Eh... --había estado a punto de morder su kebab y aún tenía el kebab de él en la otra mano extendida, por lo que tuvo que detenerse a medio camino para poder responderle.

 

Detestaba verse tan corriente como sin duda debía verse en un momento que parecía estar resultando de crucial importancia para él. Hacía que se sintiese un tanto insensible, aunque las personas que ya la conocían un poco más, machacaban la culpa más bien a su "excentricidad". Por eso, sonrió y lo miró un rato sin apartar la vista ¿Qué podría haberle pasado, qué tan distinto era su pasado del de Mel para que desentonaran tanto incluso sólo conversando sobre comida? Mel se lo preguntaba porque no era capaz de imaginarlo pero decidió que probablemente como en otras ocasiones, la honestidad le valdría tanto como si supiera legeremancia.

 

--Esta bien, no importa --su sonrisa no desapareció, si no hasta que la muchacha se rascó la nuca de forma similar a un perro (o más bien un lobo) buscando las palabras para explicarse--. No necesitas sentirte presionado ¿entiendes? --soltó, dando una dentellada a su comida y extendiendo el kebab que no estaba mordido una vez más en su dirección a la par que masticaba, mirándole casi como si le hiciera una pregunta implícita, sin estar segura de si la tomaría por insolente. Luego, tragó y agregó-- Ya está hecho y cambié de planes... no es la gran cosa --volvió a encogerse de hombros y empujó también el resto de la comida en su dirección-- ¿No tienes hambre? --su pregunta, fue rematada con una segunda dentellada a su kebab. Había tenido razón de empezar a comerla cuanto antes: tibio todavía estaba muy bueno.

Editado por Melrose Moody

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Mathias analizaba toda aquella situación en silencio. Sus pensamientos subían como burbujas de cerveza y bajaban tan rápido, cómo una pelota que es suspendida en el aire. Le habría gustado hablar con Leonard, después de todo, ese viejo demonio psicópata, era una parte de su padre que siempre le acompañaba. Negó con la cabeza al entender que perdía su tiempo.

 

Leonard se había dedicado los últimos meses, en hacerle la ley del hielo por lo que había hecho con su "funda". Justo ahora, se lo imaginaba en algún lugar de su subconsciente, sentado, viendo al vacío y cruzado de brazos; eso si que tenían bastante en común: la soberbia, el orgullo y lo cabezota.

 

Tiempo atrás, Mathías ni si quiera se hubiera imaginado en aquella situación. Unos años, incluso, meses atrás, no habría cabido la posibilidad de que aquél muchacho, se hubiese sentado a comerse un kebab con aquella desconocida sin saber si quiera si sus ideales o tal vez, su estatus social, se podía mezclar con el suyo, si era amiga o si pertenecía al bando equivocado.

 

No tardó mucho tiempo, para encontrarse a sí mismo sentado frente a la muchacha y con el Kebab que esta le había ofrecido, a punto de llevárselo a la boca.

 

― Gracias. ―

 

Fue lo único que dijo, disponiendose a morder. Sus colmillos se extrañaron, después de todo, llevaban siete años mordiendo piel, cuellos, brazos. Su lengua, por otro lado, parecía agradecida. Eran siete años de sólo probar aquél invasivo sabor a óxido que le proporcionaba la sangre.

 

Tragó finalmente. Se le dificultó muchísimo; era la primera vez que comía, desde que había empezado el cambio. Era más de lo que imaginó que podía soportar y estuvo a muy poco de irse en vómito. Se controló, si algo tenía el Croft bien marcado, era su educación.

 

Cuándo el primer bocado llegó a su estómago, sintió como si dos litros de ácido se hubieran esparcido por sus intestinos. Cerró los ojos y esperó un momento, la sensación poco a poco fue mermando.

 

Dicen que el cuerpo humano, necesita de 30 días de hacer una acción consecutiva, para adaptarse a ella. Sólo 30 días y él, llevaba 7 años adaptado a algo totalmente diferente.

 

Por suerte, pronto se sintió mejor y el segundo bocado, fue realmente la gloria al lado del primero. Cuándo quiso darse cuenta, indudablemente ya estaba de mejor humor y es que... Mathías, antes de haberse convertido en vampiro, disfrutaba de probar cualquier tipo de plato que estuviera a su alcance y volver a hacerlo para él, significaba algo más.

 

― Creo que has acertado al comprar esto. ― admitió sintiéndose claramente cómodo. ― ¿Puedo saber más cosas sobre ti Melrose Moody? ― terminó llevando un cuarto bocado a sus labios.

 

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Editado por Mathías Lear

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