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Botica Macnair (MM B: 97349)


Cissy Macnair
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A pesar del desespero que sentía, aún atada, herida y en manos de los mortífagos en un lugar diferente al de la batalla con la Orden, intenté que no se reflejara en mi rostro. Por ello, puse cara de enfado y apreté las mandíbulas, en un gesto que, en realidad, quería ahogar mis palabras. Era mejor no decir nada hasta que supiera qué terreno pisaba. Me esperaba cualquier cosa de ellos. Lo que no me esperaba es que una de las mortífagas iniciales, una de las que me había secuestrado en la "Ojo Loco", me diera la mano.

 

Fue extraño, una sensación de familiaridad enganchó su mano con la mía y supe que, de alguna manera, aquel tacto me era conocido, aunque en aquel momento no pudiera reconocerla. No sé si me alegré o si me enfureció pero una voz femenina me mostró lo que yo no había sabido ver antes. Aquella mujer estaba malherida, así que me senté bien, a pesar de estar atada, y seguí dándole la mano. Por un momento cruel, deseé su muerte, que pagara con su vida por haberse atrevido a atacar mi mansión y haber puesto en peligro mi vida y la de mis familiares que estaban dentro. Duró un instante, después me llegó el arrepentimiento por desear eso tan horrible a una persona, aunque fuera mi secuestradora.

 

Seguí agarrada a ella por la mano y me incliné hacia ella. Fue cuando noté el movimiento de mi cuello, en el que llevaba un collar, un topacio amarillo. Miré a la enmascarada y después fruncí el ceño. Tuve que maniobrar para poder poner mis dos manos sobre ella. Cerré los ojos y me imaginé tocando el collar que llevaba encima. Imploré a la Diosa Tierra por el alma de aquella mujer y murmuré un Curación. Era un sencillo hechizo de los Uzza de un libro bastante básico. Esperaba que entre mi poder de sacerdotisa y aquel hechizo del Libro de la Fortaleza fuera suficiente para curar a la mortífaga herida.

 

Creo que lo conseguí pero no estaría segura hasta que ella se moviera. Después, gruñí.

 

-- ¿Alguien puede quitarme estas cuerdas? Son algo incómodas, ¿saben? Ya sé que soy su prisionera pero podrían sentarme en una silla, ¿no?

 

¿Qué habría pasado con los miembros de la Orden del Fénix que habían acudido a mi rescate?

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Hubo un chasquido y aparecimos con Harpo en tierra firme. El Elfo se tapó la boca con ambas manos y abrió sus ojos aún más. Y me miró. Le hice una señal de que hiciera silencio porque no habíamos aparecido en el espacio exterior, sino claramente dentro de una casa o local. Se oía el eco de algunas voces cercanas y que al mirar, me di cuenta que provenían de arriba. ¿Estábamos en un sótano?

 

Me acerqué al comienzo de las escaleras. Era como algún pasadizo, lleva a algún lugar más. Pero no me interesaba saber dónde, porque si el Elfo me había llevado hasta allí, era porque Sagitas se encontraba cerca. Mi corazón empezaba a latir rápidamente.

 

— Vete. Ya mismo. Recuerda que…

 

Señor Gryffindor, espere —la voz de Harpo era apenas audible. ¿Sabría dónde estábamos? Eso no importaba. Vi cómo rebuscaba entre sus ropajes y sacó un objeto largo y delgado, oscuro. ¡Era una varita! —de la ama Sagitas. La encontré en la sala.

 

Lo miré extrañado pero me dio una cruza de ambas sensaciones. La primera era susto porque eso significaba que Sagitas era una bruja desarmada. Y la segunda, qué podía recuperarse de alguna manera. La aferré entre mis dedos y le dirigí un gesto con la cabeza, a modo de agradecimiento y de que se fuera. No quería que fuera un estorbo.

 

Harpo desapareció rumbo a la Gryffindor, lo sabía.

 

Me acerqué con sigilo, pegando mi espalda contra la pared y subiendo de a poco los escalones. Escuché unas voces y no titubeé en apuntar con mi varita enfrente. Tomé airé y aflojé mi cuerpo. Sabía lo que tenía que hacer. Cuando llegué al piso de arriba, al sitio por donde entraba las personas, pude ver que se trataba de un local. Las grandes puertas de cristales me mostraban que afuera era el Callejón Diagon. Había una muchacha de cabello azul y otro de cabello castaño

 

Mi herida del pecho dolió. Y mi ira ardió.

 

¡Sagitas! —mi voz sonó como el rugido de un león. Era una escena extraña, porque la bruja estaba maniatada pero con sus manos curando a una persona cubierta por una máscara. Di unas zancadas apuntándola con la varita. Era una mortífaga. Pero su vientre era el de una embarazada. Estaba lastimada, su sangre en el piso lo demostraba. Miré a Sagitas y a la mortífaga desde allí. Y apunté a las dos personas que estaban recibiendo a alguien en el exterior. ¿Ése era un carruaje? —¡Strellatus!.

 

La luz de mi varita salió despedida demasiado fuerte contra la vista de Ariadna y de Franko, impactando en sus ojos imposibilitando su vista. Me giré hacía Sagitas. Con un movimiento perezoso de mi varita, ella quedó suelta de las cuerdas que la aprisionaban. Y le lancé su varita. Solamente la miré. Quería regañarla, quería decirle que muchas veces le había dicho que no podía estar sola. Y muchos menos ahora No era momento para preguntarle sobre aquella imagen. Pero tenía que ganar tiempo.

 

Corpus Patronus —murmuré, logrando que miles de hilos plateados salieran hacia adelante, enlazándose entre si, formando un hipogrifo adulto tan plateado como la luna misma. Estiró sus alas, las batió y con un salto sobre sus patas traseras, se abalanzó hacia los dos cegados, el nuevo que recién llegaba (Anthony) y la puerta de cristal. A alguno lograría embestir y sino, destrozaría aquella entrada—. Ahora, nos vamos.

 

Me agaché al lado de la mortífaga que Sagitas había curado, Alessa. Tomé su varita que estaba tirada a su lado y la guardé en el interior de mi túnica. Luego la tomé desde su mano y estiré la mano libre para que Sagitas se agarrara. Claramente que iba a hacerlo porque la bruja pelivioleta me iba a ver enojado.

 

Y los tres desaparecimos rumbo a Fabricantes de Mentiras Mi local estaba cerca y nadie sabía de él, tendríamos un lindo momento allí.

 

 

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Editado por Elvis F. Gryffindor

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Estaba apunto de llegar a las chicas recién llegadas, sin duda Era un imprevisto en aquel momento y mientras me acercaba veía que la chica era la nueva ministra y estaba curando a la que estaba embarazada.

 

No me dio tiempo de llegar para desamarrar a Sagitas cuando alguien apareció y me aviento un hechizo que me imposibilito la vista, agarré mi varita que aún tenía en la mano después de mandar el patronus y murmure —Finite Incantatem— mi vista y la deverdad Franko estaba regresando lentamente por lo que grite fuertemente mientras veía desaparecer al trío, Sagitas, Alessa y El chico que los había cegado —Artemis— mi elfina apareció en medio del local.

 

—Llevame a donde se fueron los que acaban de desaparecer—

 

—Agarrese de mi señora—

 

—Si llega Cissy, dile que en un momento mas la llamo con la nueva localizacion— se dirigió a Franko y desapareci con mi elfina.

 

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El portal me escupió dentro de mi propio negocio, pero mis dedos se habían resbalado del agarre de Aaron, quien me había empujado a un lado al verse prisionero de Akane. Tardé un momento en darme cuenta que algo pasaba a mi alrededor, porque de pronto una luz intensa brilló y luego la puerta del local se hizo añicos mientras un enorme hipogrifo plateado pasaba por allí. Mi cuerpo, en shock, parecía no estar dispuesto a moverse, pero gatee de rodillas junto a Sagitas, su cabello violeta despeinado y medio pegado por una ligera costra de sangre, apenas llegué a tocarla antes de que desapareciera del lugar, con Alessa y Elvis.

 

-¡Elvis!- grité.

 

No supe si me escuchó, pero la estela de la desapaición había quedado allí y no podía desaprovechar la oportunidad. A un lado, mi hija Ariadna que parecía haberse repuesto de alguna especie de ataque, llamó a su elfina para pedirle que la llevara hacia donde fuera que Elvis, Sagitas y Alessa hubieran ido, ignorándome completamente y pidiéndole a un muchacho que me avisara si yo aparecía. ¿Por qué nadie me veía? ¿Por qué no había desaparecido junto a Sagitas si había logrado tocarla?

 

Fue cuando me di cuenta que mis manos estaban ensangrentadas, probablemente producto del golpe al caer por el portal, lo que había ocasionado que mis manos trazaran un dibujo en el suelo que me dejó en medio de otra especie de portal, uno Antari. ¡Me había vuelto un eco! Por un momento no estaba aquí ni allá, sino en un lugar entre medio y por eso nadie me había visto o notado siquiera mi presencia.

 

Anulé la marca del suelo como pude y "aterricé", ahora sí, sobre el suelo de la Botica. Pero la estela ya se estaba desvaneciendo y con ello mis posibilides de encontrar a los tres desaparecidos. Así que me aferré a la estela y también desaparecí.

 

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Una agradable conversación estaba compartiendo con la boticaria, pero en un abrir y cerrar de ojos aquella tranquila mañana mutó a una escena de lo más extraña, e incluso algunos dirían que bizarra. Poco después de escuchar aquel sonido proveniente de las afueras del callejón, dos figuras femeninas arribaron al local. El Lovegood tuvo que refregarse ojos para poder dar crédito a lo que observaba, la mismísima ministra de magia recientemente electa atada de manos, siendo escoltada por otra mujer aparentemente embarazada y malherida que llevaba la cara cubierta.

 

Una vez más esas máscaras tan características decían presente, aquellas que el castaño repudiaba al igual que muchos de los ideales y personas que representan, aunque podía rescatar algunos puntos buenos, no lo iba a negar; sin embargo lo mismo corría para el bando contrario. El único motivo por el cual tomó la decisión de ingresar a la Marca Tenebrosa fue para poder cuidar allí dentro a su hermana Isabella, tarea que anteriormente cumplía su padre hasta que éste desapareció repentinamente.

 

El Myrddin se dispuso a acercarse para auxiliar a la ministra y su secuestradora cuando de pronto se oyó un fuerte rugido de una tercer persona que subía por las escaleras del subsuelo. A penas tuvo tiempo de ver el rostro del mago, lo suficiente como para cerciorarse que no le era conocido en lo más mínimo, antes que conjurara un hechizo que terminaría impactándole cegándolo por completo.

 

-¡Enfoiré!- insultó con furia en su idioma natal llevándose instintivamente las manos a sus ojos. Pocos segundos después sintió como algo se les abalanzaba preparado para embestirlos por lo que no hizo otra cosa mas que tirarse a un lado en un intento por cubrirse. Pasado todo el alboroto la joven de cabellera azul anuló el hechizo regresándole el sentido de la vista -. Pero espera...- atinó a frenarla sin éxito, la muchacha ya se había ido con su elfina.

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Era una suerte contar con el cochero de conducta diligente, por lo que si alguien miraba el carruaje, no le resultaría extraño que permaneciera aparcado frente al local ya que el incidente de la llanta, revelaba sin palabras el motivo de permanecer en aquel lugar. Al principio, yo solo miraba por la ventana del carruaje, pero muy poco podía ver desde aquella distancia, eche mano de mi varita -- Homenum Revelio--tras ese movimiento sutil con mi arma mágica pude comprobar que hay personas dentro de la Botica, así que desciendo del carruaje, aún no he pensado con que pretexto entablar conversación con la gente del lugar, muerdo mi labio sin detener mi andar hacia la puerta de aquella botica, algo me hace desear enterarme de las actividades que se desarrollan ahí.

 

Mi capa oscura me hace sentirme como alguien del grupo, si...increíble que algo tan sencillo me trasmita esa seguridad que a veces se escapa de entre las manos, mi traje azul con adornos dorados es uno de los que recientemente he adquirido y he tomado el gusto de usarlos más regularmente...mis ojos miel atentos recorren el interior, por lo que la aparición de un elfo no me sorprende, solo me hace preguntarme el porque de su ansioso gesto al decirme que Ariadna Macnair Gryffindor solicitaba que fuese cuanto antes a la librería del castaño Gryffindor....en el vestibulo vi a gente desconocida, un joven que se ve confundido (Franko Lovegood) por un momento pensé en hablarle pero que aquel elfo pronunciará el nombre de mi amiga, me ayudaba a priorizar mi actuar: acudir a la ayuda de la peliazul.

 

El desconcierto se dibujo en mi cara...¿Para que me estaban llamando?...realmente no tenía ni idea, pero la curiosidad me hizo dirigirme al lugar esa modesta librería que posee Elvis...salí de nuevo a la calle, el cochero seguía trabajando con la rueda rota del eje, me aleje del carruaje, me tomo unos minutos orientarme para ir así el local del Gryffindor, más tarde regresaría a mi carruaje y tal vez a la Botica que era lo que en primer lugar, pretendía conocer mejor.

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  • 2 semanas más tarde...

(Inciso para salir y poder situarme en el rol de rescate, perdón por la demora):

 

Nadie me contestó, nadie me ayudó a incorporarme a una silla y sentí el frío de aquel suelo un rato más. Tampoco sabía si la muchacha estaba bien porque no se movió aún, aunque sentía el movimiento de su respiración. Al menos, estaba viva. Reconocía el lugar y no entendía cómo había acabado allá, excepto porque la dueña fuera una de las que me había secuestrado. Intenté alejar esa idea. Si salía de ésta, la analizaría. Si no salía, pues no merecía la pena darle más vueltas.

 

Alguien gritó mi nombre y respingué, pensé que sería uno de ellos que veía como forcejeaba con las ataduras para intentar forzarlas de alguna manera.

 

-- ¡Elvis! -- exclamé, al reconocerle.

 

Sentí un gran alivio. Mi primo había conseguido encontrarme. ¡Y había encontrado mi varita! Me desligó de las cuerdas que me sujetaban y me la lanzo. La varita pareció reconocerme, como yo a ella, y se iluminó en la puntita. No era el momento de hacer saltar chispas, pero lo hubiera hecho porque me sentía muy feliz sintiendo su contacto. Pero tuve que ceder en mis felices emociones porque Elvis tiene la mirada dura que me ordenaba sujetar su mano sin protestas.

 

¡Y cualquiera se negaba! Sobre todo porque dijo que nos íbamos y sí, eso era lo que más quería en este momento, largarme de allá y regresar a la comodidad de mi casa, a un lugar seguro, a un lugar fuera de aquella tienda. Además, llegué a oír a alguien gritando el nombre de mi primo y supe que tenía razón desde el principio; sabía qué lugar era aquel.

 

Y en algún momento tendría que hablar con ella. No cabía duda que quería equivocarme, pensaba que Cissy había cambiado sus ideas y que podía formar parte de mi Equipo Ministerial pero... ¿Podría confiar en ella, después de lo vivido hoy?

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  • 3 semanas más tarde...

BOTICA MACNAIR
Unos días después…


La oscuridad que me envolvía por completo se vió invadida por un remolino de colores, el cual dejó de girar cuando deposité nuevamente mis pies sobre el suelo. Cuando abrí los ojos después de dejar de sentir aquel tirón imperceptible en el ombligo, pude ver que estaba en el medio del callejón Diagón. Tenía que admitir que la tranquilidad que nos rodeaba era incómodo. Porque parecía como si siempre estuviera alguien mirando desde las sombras.

Portaba mi varita en una mano, aferrada entre mis dedos como a la espera de ser usada. Tenía que admitir que hacía muchos meses que no la soltaba. Era como si una alarma interior me estuviera avisando todo el tiempo que algo iba a pasar. En la otra mano, llevaba un rollo de pergamino, con aquel sello de cera violeta, con el logo del ministerio. Mi capa empezó a ondearse cuando arranqué mi caminar.

Miré de reojo, no había nadie.

Luego me enfoqué adelante, observando los carteles. Un viejo que barría la entrada de su negocio levantó la vista al verme y luego una ceja. Lo ignoré. Caminé hasta encontrarme con el cartel que buscaba, el cual tenía que admitir que lo veía por primera vez, ya que la anterior visita había sido un poco diferente.

“La Botica Macnair”

Rezaban aquellas letras, las cuales pasé por debajo para atravesar el umbral de la entrada, que para mi suerte, estaba abierta. Aún quedaba un poco de lío, si. Pero como había dicho la señorita Macnair, tendría que encargarme de los daños. A un costado había rastros de las garras de mi hipogrifo. Lo único que habían reparado eran los cristales de la entrada, seguramente por el simple hecho que no quedara nada al descubierto.

— ¿Hola? ¿Hay alguien?

Mi voz se perdió entre los rincones. Tenia que decir que todo aquello protocolar me aburría, siendo la situación que habíamos atravesado con anterioridad. Por eso que aprovechando, me atreví a entrar, solamente unos pasos quedándome cerca de las puertas de cristal. Miré a un costado y luego a otro. Claramente tenía un lindo (y oculto) trabajo

 

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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