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Flourish & Blotts (MM B: 98551)


Keaton Ravenclaw
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La joven bruja caminaba por las calles de Ottery sumergida en sus cavilaciones. Sin duda, los últimos tiempos habían estado rodeados por la monotonía y ya no encontraba casi motivos para la sonrisa. La maternidad, si bien la había llenado de dicha en su momento, no era lo mismo ahora que el pequeño gozaba de cierta independencia y ya no quería vivir aferrada a ella. Hacer cosas sin él resultaba insólito y creía que el desapego le estaba costando más a Urian que a ella.



-Desgraciado Black- musitó en voz baja pensando en el padre de su pequeño, que ahora lo tenía con él por unas semanas. El muy sinvergüenza había comprado a la criatura con promesas de diversión y malcriándolo, cosa que ella no aprobaba.



- ¡Bingo! - exclamó con júbilo cuando encontró la librería en la que había acordado reunirse con su prima dentro de unos minutos. Un par de tomos nuevos a su colección quizás la sacaran de su mal humor y además una excursión con Sam por esos lugares nunca estaba exenta de cosas especiales.



Miró su reloj y sonrió, como siempre la pelirroja venía tarde o quizás era ella que estaba temprano. Si lo pensaba bien, no estaba segura de la hora que habían acordado y no era que entre ellas dos esas cosas sirvieran de mucho. Si lograban llegar las dos en un mismo día ya era todo un logro, así que se dispuso a mirar la vidriera para no parecer demasiado rara ahí como un pasmarote en medio de la acerca, sólo esperaba que la Lestrange llegara pronto para sacarla de su aburrimiento.


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Helado. Café. Helado. Café. ¿Café helado?

 

Caminando a buen paso por Diagon, la joven se debatía consigo misma mientras ojeaba distraída las vidrieras a su paso, sin pararse a ver ninguna con verdadera atención.

 

Por un lado, el clima en Londres seguía siendo frío, por lo que le apetecía un café caliente con crema y chocolate, y por el otro jamás sería capaz de negarse a un helado, por mucho frío que hiciera... Mejor encontrar primero a la Lupin, así podrían decidirlo juntas.

 

Con su abrigo negro sencillo y la capucha del mismo puesta para evitar el aire frío, la Lestrange podría haber pasado desapercibida en el gentío si no fuera por la larga melena roja que llevaba suelta y que resaltaba sin dudas en el día gris. Las botas altas mantenían sus pies calientes y abrigados, pese a que a veces hacía algún parate en algún charco para saltar como si aún tuviera menos de cinco años.

 

Una sonrisa apareció en su rostro cuando divisó una figura imposible de confundir, junto a la vidriera de Flourish&Blotts. Acercándose en silencio para evitar que detectara su presencia, saltó sobre Poly y la estrujó en un abrazo, levantándola unos centímetros del suelo en su entusiasmo.

 

- ¡Viniste! Creí que esa lechuza era una broma o un pedido de rescate mal planificado... ¿Café o helado? ¿Y el bodoque? - le preguntó sin darle tiempo a contestar, al darse cuenta de que Urian no estaba con su madre, como solía estar las últimas veces que la había visto.

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Sintió cómo la chica se colgaba de su espalda y cedió un poco bajo el peso que resultaba, contra todo pronóstico, bastante reconfortable. Aquellas muestras de afecto tan espontáneas y propias de la pelirroja la hacían sentir mucho más cómoda que las paredes del castillo en Ottery o cualquier otro lugar que la gente llamara hogar. Para ella, esas palabra sólo cobraban sentido en presencia de los regaños de Sol o las risas de Sam.

 

- Sí que vine... Se que mis lechuzas suelen ser extrañas, pero pensé que había sido bastante clara en esta - expresó con una mueca extraña en el rostro. Últimamente no estaba segura de cómo comportarse entre adultos, aunque si lo pensaba Sam no era un adulto.

 

-¿Helado o café? Loca querida, estamos en una librería, si tú convences a alguien de traernos una de esas dos cosas, yo te dejo cuidar al bodoque tú sola unos días. Aunque de momento, está siendo cuidado por Black que tuvo a bien recordar que es padre y me pidió tenerlo unos días. - respondió esto último a regañadientes, producto de la tensión que le generaba que el niño estuviera con él.

 

- ¿Me acompañas adentro por algo que leer o prefieres ir a algún otro sitio por ese café o helado o café con helado que pareces querer tanto? - preguntó mientras le revolvía el cabello. Extrañaba tanto esos momentos y esperaba no tener que volver a entrañarlos.

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  • 2 semanas más tarde...

No podía creer lo que acababa de vivir. La morocha caminaba, de mal humor y maldiciendo por lo bajo, por las calles principales de la ciudad sin entender lo que había pasado. –Una clase…- dijo entre dientes mientras agitaba su varita en su andar. ¿Una clase de que? ¡Una paparruchada! Si apenas le habían dado un pergamino con las tediosas leyes de Gamp y los niveles de hechizos de transformación. ¡Pero si esos ella ya los sabía hacía siglos! Literal, podría decirse.

 

Llevaba aún la misma ropa con la que había asistido, esperanzada, a una clase de Transformaciones en el Ateneo. En realidad era la ropa que usaba siempre, ya que había perdido el interés por vestir de gala, arreglarse el cabello y verse unos centímetros más alta. No. Ella aún usaba su viejo mono negro, un enterizo de cuero que en este momento no tenía ni brazos ni piernas, solo un cierre que iba desde el abdomen bajo hasta el cuello, que podía levantarse hasta cubrir el gollete. No era el caso, ya que hacía un calor bastante prominente, por lo que la cremallera se abría sobre el pecho.

 

Sus botas todo terreno, acordonadas al frente, resonaban en la pedregosa callejuela. Por suerte ese sonido revestía sus injurias. –Leyes de Gamp… ¿Quién quiere aprender eso? ¿Quién no lo sabe aún, mejor dicho?- Había perdido un tiempo valioso que podría haber utilizado para su cometido, se arrepentía.

 

Pasó por el escaparate de un edificio blanco con un vidriado que relucía de limpio. En primer lugar un pequeño resplandor del astro rey hizo que achinara los ojos y desviara su mirada desde el piso hacia el local. Y ahí lo vió.

 

-Crianza de dragones para placer y provecho…uhm- llevó su varita, de color hueso, a su mentón, como si cada que se le ocurría una idea su afinada arma de sauce le indicara cosas directamente a su cerebro, como si de alguna manera se las susurrara. -¿Será que…? “Huevo al infierno”, vaya…- no terminó la frase porque la puerta, de madera caoba y muy presuntuosa para su gusto, se abrió súbitamente y dos magos bien vestidos y acicalados salían discutiendo acerca de brebajes. Llevaban libros nuevos bajo el brazo.

 

Volvió a girar la cabeza hacia la vitrina y se soltó el cabello con el propósito de esconderse un poco. No había perdido el hábito de preservar su identidad ante desconocidos, y si bien en ese momento ya no pertenecía a una asociación ilícita como antaño, las mañas son lo último que se pierde.

 

Cayó sobre su rostro una abundante mata de cabello negro como el ébano, aunque en algunas zonas se podían fácilmente notar los grises avenidos con los años. No le molestaba, de hecho, le encantaba que fuera así. Pero con la melena sobre la cara, el aspecto más bien salvaje que presentaba, las botas con barro en la suela, un morral alrededor de su cintura…no lucía como la gente que solía frecuentar esos lugares. ¿La dejarían pasar? Solo necesitaba echarle una ojeada a esos libros, investigar si podía encontrar algo más que sirviera a su propósito. Ni siquiera se sentaría si los dueños del local no estaban cómodos con alguien de aspecto tan oscuro en su negocio.

 

Pero los libros. Quería los libros.

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―Keaton...― Se escuchó cerca de la entrada justo después de que la campanilla sonara y anunciara la llegada de una nueva persona. Reconoció de inmediato la voz de Matthew, además, claro, aquel peculiar aroma a perro mojado que desprendían todos los licántropos. Sonrió de nuevo.

 

―Parece que llegó ya, Eleanora, veamos que tal te llevas con él. Solo te aviso que no le agradan demasiado las personas... Seguro no se alegrará de ver que estoy acompañado ―Le advirtió el italiano a la barista, esperando que entendiera, pero Eleanora no era precisamente de aquellas personas que se dejaba intimidar por ello.

 

―Más le vale caerme bien, bien sabes que puedo ser peor que Morgana si me lo propongo ―Respondió con voz burlona.

 

―Bueno, no digas que no te lo advertí ―Añadió y se enfiló a donde sonaba la voz del gitano seguido de la Grint. Al verlo, Keaton sintió como un escalofrío le recorrió la espalda. Amaba aquella sensación, aquella emoción que le provocaba ver a su marido ―Mi vida, por acá, espero no te moleste que esté acompañado. Te presento a Eleanora Grint, la barista que atiende la Cafetería de la parte alta. Es una vieja amiga, y no me cree que me casé, que alguien me logró soportar. Eleanora, él es Matthew Triviani, mi esposo... ―Los presentó y dejó que se mataran solos, porque de seguro eso iba a pasar.

 

―¡Vaya! Así que tú eres el desafortunado que se casó con este imberbe ―Dijo la Grint mientras analizaba con mirada juzgona al Triviani. Keaton solo miraba con temor, sabía cómo era su marido con gente como Eleanora. Aunque pensándolo bien, sería divertido ver una batalla entre ambos, aunque Matthew era más de jugar con su presa antes de comérsela...

 

 

 

 

Malena Catermole. Empleada de la Tienda. (Con Avril)

 

La campanilla volvió a sonar. Malena miró a la entrada y no pudo contener su expresión, abrió completamente la boca al ver el atuendo de aquella mujer: cabello todo enmarañado, las botas llenas de barro, aquel morral hippioso... la Catermole no pudo evitar tomar su varita mágica por debajo del mostrador y poner una cara de reprobación.

 

―Buenas tardes, bienvenida a Flourish & Blotts, ¿en qué le puedo ayudar? ―Dio la bienvenida con temor, pero con una voz firme. Sabía que su deber como empleada era la de atender a los clientes, de ayudarlos con sus pedidos, ayudarles a encontrar el ejemplar que deseaban, no a juzgarlos, ya que si daba un mal servicio... bueno, no quería imaginarse enojado a Keaton.

 

El problema que Malena tenía, sin embargo, era comprensible, antaño, había tenido una muy mala experiencia con una mortífaga que lucía exactamente o muy parecido a la clienta que acaba de entrar, una vampiresa, que usando los mas oscuros hechizos, la hizo caer en una trampa para beber su sangre, torturarla y convertirla en un ser sin alma, de hecho, si Keaton no la hubiera encontrado casi muerta en la entrada de la librería, seguro no se habría salvado. Era por ello que había actuado aspi, mas no quería decir que no se atendiera a la mujer solo por su aspecto, había que recordar a los Lestrange, magos riquísimos pero bastante mal vestidos.

 

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Witsi Witsi Araña subió a su telaraña, vino la lluvia y se la llevó.

 

Y así tras una pequeña tormenta espontanea, un par de rayos por allí y por aquí, apareció una extraña figura para esos tiempos alterados, donde la gente ya no se congregaba en espacios comunes, ni tampoco en privados. Si bien los momentos en donde dos bandos se encontraban en una lucha constante habían finalizado, o eso es lo que se aparentaba, lo cierto era que los magos seguían sin salir de sus casas. Aún se sentían con miedo a que en cualquier momento una batalla comenzara nuevamente y con ello sus vidas peligraran.

 

Pero esta figura no les temía a las pequeñeces, sino que se regocijaba de ellas. Una parte de su ser adoraba ver como la muerte consumía a muggles y magos, quienes llegaban a tratar de realizar sostificados artilugios con el mero éxito de la extensión de su vida o el escape fugaz a la parca. Pobres necios, incrédulos que no habían llegado a entender las historias de los Peverell a la perfección, si ella viene a por ti no puedes huir por siempre. Y ten por seguro que vendrá.

 

Salió el sol, la lluvia se secó, y Witsi Witsi Araña otra vez trepó.

 

Y allí estaba parado mirando hacia el horizonte refugiado en su capa blanca, tras sus anteojos redondeados de color violaceo, con una mueca parecida a la de una sonrisa o lo que intentara emular ya que en todo este tiempo en el cual estuvo fuera había olvidado la empatía que sentían los seres vivos. Llevaba puesto unos zapatos negros terminados con una punta redondeada, unos jeans negros ajustados a sus piernas que le dejaban moverse con total libertad y bajo la capa blanca su característica camisa negra desabrochada por los primeros tres botones.

 

-Se puede saber porque me trajiste a este lugar. – Dijo sin dirigirse a nadie en concreto, parecía hablarse a si mismo, ya que nadie contesto su consulta. – Que lugar más inhóspito. Entiendo el porque la gente no se pasea por estos lugares, ya no hay vida en las calles. – Una gran carcajada salió de su boca, pero no era la misma voz que había hablado esta voz era fría, gélida.

 

Se quedó allí un par de minutos, al otro lado de callejón. Diviso a una dama algo mayor, con canas en su cabellera negra como el ébano dirigiéndose hacia la entrada de una librería con una pequeña cafetería, que a juzgar por la cantidad de personas con las que contaba dentro, era de lo más concurrido de todo Diagon. Esta mujer se quedó mirando la vidriera del local por unos instantes, los cuales fueron los justos y necesarios para recordarla y darse cuenta de quién era ella, y con ello saber el porque la Muerte lo trajo hasta allí.

 

-Con que aquí estas pequeña mo… - no le salían las palabras- mo… - lo intentaba pero no se acordaba como era su sobre nombre, apodo, caracterización- Mortifaga, claro. Ja no te escaparas nuevamente de mí.

 

Se refugió aún más en su capa para que ningún rasgo de su cara fuera visible, que su cabello no apareciese y pareciese un extraño más yendo de compras a “Floriush & Blotts”. Con un paso seguro camino hacia el escaparate, en el cual ella ya se encontraba.

 

En busca de Aths....

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Metió las manos en los bolsillos del mono, ubicados en sus muslos, con todo y varita y vaciló por unos instantes frente a la puerta del lugar. Había perdido la práctica en eso de imponerse, de entrar a un lugar y ser reconocida y admirada, de ser temida. Claro que ser la hija de Ministro de Magia, irrevocable en su puesto desde hacía básicamente una eternidad, le había siempre abierto puertas que a los demás no se le abrirían en sus vida pero, ya no era la misma.

 

Levantó los hombros, sacó su mano derecha del bolsillo y apoyó su palma en el marco de la puerta para empujarla, pero justo antes de que lo hiciera escuchó la única palabra que podía movilizarla en cualquier sentido: “…mortífaga…”

 

Desistió de entrar para girarse sobre sus botas y ver quien estaba diciendo en voz alta aquellos disparates antiguos y lo que vio la dejo sin habla: ¿En serio una capa blanca? ¿Un pantalón ajustado? Seguramente si liberaba su rostro vería el maquillaje también, y de color rosa. ¿Quién era ese personaje que la llamaba mortífaga cuando ella hacía años que no pertenecía a dicha asociación y que, en caso de aún pertenecer, era ultra secreta?

 

Juntó sus labios superiores con los inferiores y emitió un silbido, imitando al que usan los patriarcas para hacer saber a una mujer que le gusta por la calle, de la manera más denigrante posible. –¡Que piernas preciosa!- finalmente piropeó embebida entera del sarcasmo más despreciable. -¿Esa capita tan impoluta la usas siempre, princesita?- y flexionó una de sus rodillas haciendo muecas pomposas y exageradas parodiando una reverencia real.

 

-No suelo escaparme nunca de nada, por lo que creo que me confundes con otra persona- le dijo mientras se acercaba a la estrafalaria figura que la acusaba de asesina, de torturadora, de manipuladora de artes oscuras…y de escapista, hasta llegar a tan sólo unos veinte centímetros de él. Solo se había equivocado con la última aseveración. El resto eran verdad, pero ni él ni nadie lo sabía.

 

El aire era denso y la atmósfera se había puesto de repente pesada y cargada de una energía que no era de allí, que había sentido cerca muchas veces y que no le interesaba frecuentar más por el momento. No era algo bueno, pero ella no podía perder su objetivo que estaba bien delimitado: Entraría a la librería, le pediría a la empleada que seguramente estaría detrás del mostrador esperando ansiosa por clientes de buena paga, se hundiría en miles de páginas que le hablarían de lo que había ido a buscar y tal vez bebería algún whisky. Pero primero tendría que descartar toda amenaza posible. Un sinsentido, pero intimidación al fin.

 

-¿Qué la trae por aquí señorita y más, insinuando incriminaciones tan poderosas como esa?- le dijo la morocha mientras ladeaba la cabeza y enfocaba su mirada gris en los pliegues de la capa. No se le veía la cara, pero sabía que era un hombre. No le reconocía la voz, pero sabía que lo había visto en algún lugar.

 

 

♦♦♦

 

@@Nexo Peverell

@@Keaton Ravenclaw

 

Off: ¡Gracias por recibimiento Keaton! Apenas Avril entre al local te sigo tu rol xD

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Un silbido se escucho, tenue casi apagado, pareciendo que el efecto a causar era otro pero que no pudo llegar a realizarlo de la forma correcta, ya que los cantos de los pájaros no habían dejado que siquiera pudieran llegarse a escuchar correctamente. La dama, que intentaba acercarse al sujeto envuelto en una capa blanca, se encontraba iracunda, sus rasgos faciales la delataban a leguas. Sus pelos habían comenzado a parecerse a los de un puerco espín erizándose en forma de defensa, dispuestos en clavarse en el otro ser.

 

Las palabras llegaron, “¡Que piernas preciosa!, ¿esa capita tan impoluta la usas siempre, princesita?” y luego un intento de reverencia, que casi deja a la anciana tirada en el piso. Pareciera que las rodillas casi ya no aguantaban de la forma que ella creía, pero pudo escapar con elegancia del momento vergonzoso y verse postrada ante los pies de la otra persona. “No suelo escaparme nunca de nada, por lo que creo que me confundes con otra persona.”

 

No se emitió respuesta alguna, ni siquiera un gesto o movimiento. Parecía que apenas respiraba ya que sus pulmones no parecían expandirse, ni siquiera un par de centímetros por la entrada de aire. Firme, erguido a veinte centímetros de la señora, su capa ondulaba por la tenue brisa, que presagiaba buenos o malos momentos; ella seguía hablándole esperando que en algún momento obtuviera una respuesta que no llegaba, mientras los pelos seguían erizándose.

 

-¿Qué la trae por aquí señorita y más, insinuando incriminaciones tan poderosas como esa?- La ceja izquierda le jugo una mala pasada al hacer una gran curva denotando su gran enojo. Mientras su voz comenzó a tener tintes agudos en ciertas sílabas, para demostrar su furia, pero seguía sin generar nada en la otra persona. Un minuto después los labios se volvieron a abrir, pero no hizo falta que dijera nada.

 

Una carcajada incontenible salió de la figura, durando un minuto exacto hasta que se quedo sin aire y tuvo que volver a respirar. Con dos bocanadas grandes de aire pareció recomponerse y sonrío hacía la mujer que seguía esperando una explicación, aunque ya estaba de peor humor que antes por todo el momento que estaba viviendo.

 

-Viste mis piernas, que buen entrenamiento tuve. Parece que mis años en el exilio dieron sus frutos. – dijo mientras estiraba la pierna derecha- Con tanto tiempo libre debía utilizarlo para mi beneficio, pero veo que tu no has optimizado bien tu tiempo. – dijo mientras volvía su pierna a la posición natural y su brazo izquierdo se levantaba para que su mano pudiera apuntar hacia sus rodillas- Casi te caes por querer hacerte la graciosa, pero shhh – bajo levemente su tono de voz para que solo ella pudiera oír- solo yo me di cuenta.

 

Lo fácil que se me hace sacarte de tus casillas jajá, tan solo tengo que decirte ‘Mortifaga’ y quedas traumatizada. Tranquila no pienso que lo seas, ya que serías muy poco eficiente siendo una de ellos. – Su brazo izquierdo paso por delante de su rostro y con su mano se quito su capucha, para dejar a la vista su rostro blanco pálido y su pelo enmarañado en puntas dispares de color – Ja, ya descansa un poco que solo parece que coincidimos en el mismo lugar por los azares de la vida Avril. – Comenzó a caminar y paso por su derecha, dándole dos palmaditas en su cachete trasero derecho – Vamos a divertirnos un poco, ¿quieres? Por lo visto mi otra mitad esta ansiosa por llevarte consigo y no tengo las intenciones de dejarte morir por el momento.

 

En busca de Aths....

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En cuanto el extraño se quitó la capucha pudo comprender el porque de la actitud. Se trataba de un Peverell, y si, lo recordaba muy bien, siempre había sido famoso por ver cosas que no estaban allí. En una ocasión llamó “Viejas Banshees con arrugas” a una de las mujeres más hermosas de la comunidad mágica y a ella misma. La morena jamás había sido una banshee pero el asunto de Nexo de imaginar cosas era muy conocido inclusive en aquel entonces. Podría tratarse de una esquizofrenia, enfermedad mental que hacía que la realidad variara un tanto. O a veces mucho, como en su caso.

 

¡Pero cuanto había evolucionado Avril en todo ese tiempo! Otrora hubiera bajado todos lo santos del cielo, juntado a los demonios del infierno y los hubiera entrenado como ejército para partirle la cara. Pero esa persona tan inmadura y llena de impulsos ya no existía. Hoy en si vida prevalecía su mente a su ímpetu. Negó con la cabeza con algo de pena mientras el individuo inclusive se atrevía a ponerle una mano encima. El delirio había llegado hasta ahí, la manía a este punto parecía incontrolable.

 

-Nexo, veo que estás mucho mejor de tu condición. Me alegro mucho.- dijo la morocha mientras apartaba uno de los mechones de su cabello que le caía sobre su escote y lo llevaba hacia la parte de atrás, junto con el resto de las sedosas hebras. Ojalá le hubieran añadido pociones medicamentosas, pobre tipo.-Te agradezco mucho los cumplidos y me disculpo por mi caída. Mi cuerpo ya no es el mismo que fue hace siglos- La Malfoy era un vampiro que no podía envejecer, su figura estaba más entrenada y en forma que nunca, ya que debía pasársela trepando montañas y montando dragones, inclusive reptando en cavernas subterráneas para curar basiliscos. Simplemente la enfermedad en la cabeza del Peverell no le permitía ver la realidad, sino una versión muy distorsionada de la misma y lo mejor era llevarle la corriente. No le interesaba congraciarse con semejante…persona.

 

-No estoy buscando diversión, lo siento tanto. Fue un gusto saludarte, pero voy a por una lectura apacible- sonrió llevándose la mano al pecho con expresión angelical- Ya sabes, la vejez.- Se dio media vuelta y se dispuso a seguir su camino. No lamentaba habérselo encontrado, siempre es bueno ver a gente que hacía tiempo no se veía, y corroborar que nunca cambian, de hecho, solo suelen exacerbarse sus defectos con el tiempo.

 

 

(Con Keaton)

 

 

Empujó una vez más la puerta de la librería pero esta vez, atravesó la misma con paso decidido. Un par de insultos no le harían perder de vista lo importante. Alzó la mirada y allí estaba otra vez, otra mirada llena de reprobación pero de parte de la empleada del local, se podía ver inclusive que había tomado su varita debajo del mostrador y estaba lista para atacar. Avril alzó sus manos y le mostró ambas palmas.

 

-Soy Avril Malfoy, la hija del Ministro de Magia- que bien se sentía usar esas cartas que tenía consignadas desde el nacimiento. Por orgullo, y también su impulsividad de antaño, jamás había obtenido rédito por ser la hija del Ministro pero claro, los años no vinieron solos, trajeron inteligencia y sabiduría a su personalidad y ahora sabía como manejar ciertas situaciones sin tenes que hacer uso de las Artes Oscuras. –Me disculpo si no llevo la vestimenta adecuada, pero pasaba por aquí y vi su vidriera- otra vez las disculpas. Por ser ella tenía que disculparse. Es que a la gente se sentía importante cuando las recibía.

 

-Estoy interesada en leer alguno de sus ejemplares, me interesan los huevos de dragón y como eclosionarlos- le dijo sin rodeos, señalando los dos libros que vio en el vitral. Metió la mano en su morral y saco una bolsa con galeones. Eso también le había sido asignado por cuna, jamás había sido pobre excepto en los momentos en que rechazó el dinero de su familia. -¿Se me permite echarle un vistazo a ambos y preguntar si tiene algo más en cuanto a esta materia?- Dejó los galeones sobre el mostrador, una suma que excedía cualquier alquiler de libros, tazas de café, botellas de whisky o lo que se le antojara pedir.

 

♦♦♦

 

@@Nexo Peverell

@@Keaton Ravenclaw

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  • 3 semanas más tarde...

Bla bla bla… nada tomo la importancia máxima para que Nexo quede atento a la escucha. Para él todas las mujeres rehuían a la cantidad de años a los cuales vivían por temor a que la gente pensará mal de ellas y hablarán a sus espaldas. Pero lo que no entendían que era que sus vidas seguían siendo un suspiro ante otras cosas muchísimos mayores, no importaba que fueran muggles, magos, vampiros, etc. todos al fin y al cabo eran simplemente pequeñas luces que duraban más o menos según sus razas, pero ninguna de ellas duraba una eternidad.

 

De todas formas, se notaba que los pequeños vestigios de vejez comenzaban a notarse poco a poco, con pequeñas migajas donde ella pensaba que le habían dicho algo que nunca ocurrió, cuando simplemente le habían comentado que su reverencia ficticia casi le juega una muy mala pasada y estuvo a punto de caerse. Igualmente, al ente le hizo gracia que entendiera todo por la mitad. Estaba acostumbrado a que todos lo tomasen por loco, ya que consigo llevaba más años de vida que toda la humanidad junta y sabía muchas más cosas que los demás por haber visto el comienzo y su continuidad.

 

-¿Lectura?, mira que allí no se encuentran esas caricaturas que tanto te gustan. Tengo entendido que solo se venden en librerías Otakus, en la sección de adultos. – dijo mientras le sonreía, aunque la morocha sin siquiera despedirse se dio media vuelta y se encamino dentro del recinto – Ya veo.

 

Sin emitir ningún sonido, casi como una sombra, acompaño desde atrás a la Malfoy hasta la entrada y se escabullo ante la primera abertura para poder distanciarse poco a poco. Caminaba con pasos largos, re ojeando poco a poco los libros que estaban a su alrededor. Intentando de no llegar a cruzarse a ninguno de los vendedores del lugar que lo aburrirían con las típicas preguntas a los consumidores.

 

-Veremos si es que no te quieres divertir un poco pequeña saltamontes. – dijo en voz baja, mientras estiraba sus brazos, cerraba sus ojos y continuaba caminando – Marco…

En busca de Aths....

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