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.: Castillo Triviani :. (MM B: 78361)


Mentita
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La última vez que había pisado los terrenos de Candela Triviani, se había jurado a sí misma no volver a semejante jaula de locos. Y la promesa le duró una travesía ida y vuelta del Ministerio. Los hijos de Aaron eran pieza importante en esta nueva era de gobierno, y no podía dejarlos sin supervisión, aunque ninguno de ellos fuera un crío, ella se sentía responsable indirecta del abandono al que su padre les había sometido, sin quererlo siquiera, puesto que, como ya era de conocimiento público apenas se iba enterando de todo. Así que, tras mucho pensarlo, decidió tomar un lugar en el Castillo, esperaba que Candela no se opusiera, pero si ese llegar a ser el caso, sacaría a relucir la invitación vitalicia que le había dado una de las fundadoras de la familia en Ottery, su madrina Alyssa.

 

Ninguna de las dos cosas hacía, sin embargo que la pobre Yaxley dejara de temblar mientras caminaba hacia la entrada principal. Por un lado, cabía la posibilidad de encontrar mitad del castillo en llamas y la otra mitad en gritos, y por el otro lado, cabía la posibilidad de encontrarse con personajes incómodos, porque el castillo últimamente era demasiado concurrido y ella, ya se había acostumbrado a la soledad de la Manor.

 

Se había recogido el cabello en el sombrero de ala corta que llevaba, y usaba una túnica en color turquesa a juego con el accesorio, y caminaba rauda mientras veía rarezas en medio del jardín. Claro, ella sabiamente había decidido ignorarlas, si los accidentes eran pan de cada día en la Manor Yaxley, en el castillo Triviani lo que no faltaban eran las locuras. Estaba por detener el camino cuando uno de los elfos domésticos se le apareció de frente, quitándole el poco color a sus mejillas.

 

¡Muy buenas tardes señorita, ¿Yaxley?! — chilló y preguntó a la vez mientras la ojiazul trastabillaba hacia atrás e intentaba con todas sus fuerzas no caerse de espaldas— Mil disculpas señorita, debe perdonar a Chuck, Chuck es muy torpe, él no quisiera haberla incomod...

 

Ya, ¡basta! —chilló también la bruja y sacudió la cabeza cuando logró recuperar la estabilidad— Ahora entiendo porque algunos vivimos sin elfos. Necesitan un nuevo código de conducta, chicos. ¿Está Mathew o Zoella en casa? ¿O Jeremy? —o Callum, pero claro, eso se lo calló— Necesito ver a alguno de mis sobrinos.

 

Sacudió los trozos de césped inexistentes en su túnica y caminó detrás del elfo unos metros más, esta vez, prestando más atención a los detalles. Hubo uno en particular que no pudo ignorar, una explosión. Ignoró el camino que intentaba trazar y se adelantó al elfo para ingresar al castillo y seguir el ruido y el bullicio. Encontró finalmente al consentido de sus tres sobrinos, a Mathew y resopló, eso sin duda alguna lo había provocado él.

 

Querido sobrino, apenas tengo veintidós años, pero como sigas con ese humor, me harás de cuarenta en dos meses —se regañó acercándose a él con los labios frunciendo y fingiendo que regañaba a un crío—, ¿Cómo has estado? Insisto en pensar que si no vengo yo, no te vuelvo a ver en años.

 

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Matthew Triviani



Negó.

Chuck había salido corriendo desde la cocina hasta la puerta para recibir a su tía Maida, la cual había reconocido por su inconfundible voz. Las nubes reflejadas en la ventana de la cocina despertaron su curiosidad, apoyo ambos brazos sobre la mesada, reflejando su mesurado rostro en el cristal perfectamente limpio, esperando y deseando que la tormenta empezara. Café y días nublados eran de sus preferidos. ¿Qué pasaría en el momento en que atravesara esa puerta? -hablando de Maida- ¿Su historia estaba por cambiar de nuevo? Bueno, tampoco era algo a lo que no estuviera ya acostumbrado. Un segundo después, comenzó a caminar, tenia que hacerlo ya que para ese momento ella se estaba acercando.

¿Y se suponía que no debían llamar la atención? bueno, todo el alboroto y el cadenero proveniente del almacén dejaban en claro que él no llamar la atención era lo que menos importaba. Saludo a su ahora madrina, y le invito una taza de Café que apareció con ayuda de Frida -su varita- era una de sus favoritas, negra, con unos bigotes tallados en dorado, cuan oro.

Enarco una ceja luego de su comentario, Mientras no toques a Odisk, tus años estarán bien... comentó, sabiendo que no entendería la referencia Mi gato, se llama Odisk, te dará consejos a cambio de un pequeño y módico precio; una caricia. añadió como curiosidad Pero claro, te quitara años de vida.

Un pequeño soplido a su café y dio un sorbo de el, dejando sus gélidos orbes azabaches en el pálido rostro de su tía.

Me encuentro bien, a veces extraño a mi esposo, pero creo que el pasear por el sin fin de pasillos del castillo me hace bien. ¿Quieres acompañarme?

 

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Sonrió y contradictoriamente negó con la cabeza. Seguramente si hubiera sido Zoella, habría seguido regañándolo, sin embargo, aunque quería muchísimo a la bruja, debía reconocer que sentía debilidad por Mathew, acarició su brazo en señal de saludo mientras le escuchaba sus excusas acerca de comportarse como habitualmente lo hacía. ¿Tenía un gato? ¿Alguna vez había estado en la Manor? Maida se sacó el sombrero mientras se acomodaba un poco y dejaba su vista pasear por la cocina del castillo, no recordaba haber pisado esa parte de la estructura nunca. Se sentó frente a él mientras le veía terminar la taza de café, o al menos eso creía ella. ¿Su esposo? Sí, lo sabía, sólo que se le dificultaba recordar el nombre.

 

Ya, en eso de extrañar sin quererlo me he vuelto toda una experta —comentó relajando los hombros al fin—, pero bueno, supongo que al menos tendrás algún tipo de comunicación con él, no creo haberte heredado la suerte de las parejas desaparecidas —se río—. Aunque quizá si esté en la sangre, mira cuánto tiempo estuvieron separados Orión y Gatiux.

 

¿Qué sería de ellos? Ojalá estuviera en alguna especie de celebración privada del compromiso, ojalá estuvieran de cacería o de rituales con esas cosas raras que suele hacer el tío, pero ojalá se comunicaran, se había también cansado de estar tantos días sola en la Manor. Despejó la cabeza sacudiéndola un poco y regresó a las cosas que decía su sobrino, ahora que lo pensaba, jamás había paseado por el Castillo y tomando en cuenta su imponente arquitectura, no le parecía mala idea hacerse un tour.

 

— Si, puede ser, de paso me ayudas a escoger alguna de las habitaciones de invitados, deben tener muchas —soltó de pronto—, tengo que terminar de consultarlo con Candela, pero me gustaría pasar unos días con ustedes, la Manor está completamente sola, Aaron no se donde se perdió y ya sabes que ese lugar esta lleno de cosas raras.

 

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  • 2 semanas más tarde...

Asintió cuando su piel quedó por fin cubierta con algo de ropa, si bien había invocado precisamente la que parecía ser la más gastada de su armario. El pantalón vaquero estaba rasgado en algunos puntos, aunque su padre le había advertido que parecía ser una moda entre muggles. Pero estaba segura de que los de los muggles no tenían aquellas aberturas por haberse arrastrado con ellos por el bosque, así que existía una clara diferencia que podía notarse sobre todo en la gastada tela de la parte de las rodillas.

 

En la parte de arriba llevaba una sencilla blusa oscura, ancha y con pronunciado escote. Lo que tenía poco remedio era su despeinado cabello plateado. La única salvación al respecto es que lo llevaba corto. Lo manoseó mientras se levantaba de un salto y miraba a los ojos de Zoella, que acababa de abrir la puerta.

 

Yo... pues... —se siguió manoseando el pelo mientras miraba el suelo. Por algún extraño motivo ahora, frente a Zoella, se sentía est****a. ¿Dónde estaban los efectos del alcohol cuando se les necesitaba?—. Estaba buscando... busco a tu hermano.

 

Se sentía la lengua pastosa, pero decidió que iba a terminar aquello por lo que se había desplazado hasta el castillo Triviani. Justo entonces volvió a sentirse est****a, pero no por los mismos motivos. ¿Por qué iba ella a agachar la cabeza frente a nadie? Se soltó el mechón de pelo que llevaba un rato acariciando y alzó la cabeza con gesto orgulloso, justo para percatarse de la presencia del elfo doméstico. Frunció el ceño ante su lugarteniente.

 

¿Qué le hacías a esta pobre criatura, Zoella? —preguntó, con tono glacial. No quedaba ni rastro de la torpeza que había exhibido un instante antes. Los nudillos de la mujer estaban ensangrentados y su ceño se frunció un poco más. Esperaba no tener que mantener palabras de más con la mujer.

 

 

@ @ @ @@Candela Triviani

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Seguía dentro de su habitación, hacia varios días que no salía de ahí, la noticia de que quien creía su padre no era verdad y ahora mas que nunca formaba parte de la familia Triviani con la póstuma confesión de su madre, seguía dando vueltas en su cabeza.

 

Era muy extraña la mezcla de sentimientos que tenía por dentro, rabia por haberse enterado de aquella manera de su verdadero origen, tristeza por que su madre jamás fue capaz de hablar con la verdad, agradecimiento para su padre adoptivo que siempre la hizo sentir amada, aunque claro muy probablemente el pobre se había ido a la tumba creyendo que ella en verdad era su sangre.

 

En el fondo, muy en el fondo, debía reconocer que ahora no se sentía a la deriva, tenía una familia, un padre, que por raro y suigéneris que fueran, sentía que pertenecía a aquel lugar donde ahora se encontraba. Probablemente aquel sentimiento de empatía que había sentido a su llegada era justo eso el mismo llamado de la sangre que nunca se podía dejar de percibir.

 

Se miró en el espejo intentando reconocer sus rasgos como lo que ahora era, una Triviani, sonrió, definitivamente lo era, sus rasgos eran finos y elegantes, sus ojos expresivos y con aquel brillo que prevalecía en los miembros de la familia, eso era un signo inconfundible. No cabía la menor duda. Un suave suspiro escapo de sus labios mientras tomaba el valor para salir de su encierro voluntario, era momento de volver a la luz y disfrutar de aquel ultimo y sorpresivo regalo de su madre.

 

Dejo la habitación para bajar al salón donde se escuchaban voces, aquella casa siempre estaba en movimiento, gente entraba y salía, iban y venían de un lado al otro, una suave risa como un canto angelical se escapo de si al recordad a aquellos peculiares ocupantes del castillo, poco conocía del mismo, probablemente más tarde daría un paseo para familiarizarse con el inmueble e incluso sus terrenos donde probablemente encontraría muchas sorpresas.

 

Se detuvo en la puerta del salón de Matthew y una bruja conversaban entre risas divertidos, no quería ser imprudente y mucho menos ser mal educada por lo que reacomodando sus cabellos oscuros y carraspeó antes de decidirse a saludar.

 

--Buenas tardes…-- dijo en un hilo de voz lleno de timidez esperando no ser inoportuna ya que no conocía a la mujer que acompañaba a su ahora padre.

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Matthew Triviani

 

Tuvo la pequeña intención de cercenar su mano, pero se limito a observarla, siguió con sus orbes azabaches su muñeca, la cual lo acariciaba en forma de saludo de manera agradable. Es que a él no le gustaba demasiado el contacto físico con las personas, más allá de ser su tía favorita y su madrina; lo detestaba.

 

No. comentó escuetamente No tenemos algún tipo de comunicación, a veces creo que ha de estar muerto en algún lugar... añadió.

 

Se había acomodado en una de las bancas de la cocina, dio un vistazo rápido a los Chucks que estaban por doquier moviendo la mercadería de la familia, seguramente estarían por preparar algo para degustar, eso esperaba, que sean buenos con la recién llegada y la atendieran como a un miembro más de aquella honorable familia. Maida se centro frente a el gitano, y este blandió su varita para acercarle la taza con café y una pizca de licor.

 

¿Consultar con Candela? se rio inconscientemente, algo poco habitual en él. Seguramente ha de estar ebria por ahí, con esto de su nuevo trabajo no dispone de tiempo para calidad familiar... O al menos eso dice ella dio un sorbo corto a su café Entre nosotros, se acerco sobre la barra hacia ella Seguramente esta buscando la manera de matarnos con alguna poción extraña. volvió a su lugar y entrecerró los ojos con una mueca formando una sonrisa, mientras le hacia seña con sus cejas de que bebiera el contenido de su taza favorita.

 

Pero vamos, no te entretendré con cosas demasiado obvias, madrina. se lanzo de la banqueta y dio unos cuantos pasos hacia el umbral de la cocina. Tomó por el cuello a Alondra y beso su frente. Te presento a mi hija, Alondra. con una mirada árida levanto levemente su diestra y señalo a la mujer de porcelana.

 

Ahora qué has aparecido, ¿que tal si vamos los tres en busca de sus habitaciones? preguntó ¿O te han asignado una habitación, Alondra? ​añadió, tomándola por el hombro.

 

 

@@Alondra L. Santoro @

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La pregunta exigente de la Gaunt me hizo volver a fruncir el ceño de más ¿Debía darle explicaciones a mi líder o simplemente le dejaba pasar al castillo? El elfo había logrado salir impune esta vez, al igual que los otros Chucks, pero para la próxima no se salvarían. Apreté mis puños, sintiendo mis nudillos arder, ahora sabía que mi sangre se estaba mezclando con la de las criaturas.

 

Se escuchó el suave goteo de la sangre caer, mientras un silencio nos rodeó a ambas. La dura mirada de la mortífaga estaba clavada en mi, la mujer me ponía los pelos de punta... bueno, me los podría de punta si tan solo tuviera alguno. Sin embargo, no lograba intimidar mi figura. Me mantuve quieta, con el mentón en alto, de manera altanera. Si, era su Lugarteniente ahora, en cierta manera debería de obedecer y atender a sus interrogantes, pero estaba en mi casa, podía mantener algo de autoridad ante la bruja.

 

- Le daba su merecido - espeté sin más, viendo mi nudillo limpio lleno de un par de raspones - El muy maldito insultó mi imagen junto a los otros - sin más, me retiré a un lado, permitiendo que la imponente figura de Anne entrara al castillo. Mi tono, al igual que el suyo era algo fuerte, ambas a pesar de compartir puestos dentro del alto mando del bando, ella por votación y yo por elección de ella, aún teníamos esa rivalidad por culpa del mayor de los hijos de Candela.

 

La mujer era la reciente pareja del rubio, y yo lo había sido en el pasado, durante cuarenta y cinco largos años. Quería aceptar a Anne, lo había intentado, pero los celos y la tristeza se adueñaban de mi cuerpo, producto de aquel casamiento secreto que tuvimos, uniéndonos mediante ese lazo de sangre que los vampiros emparejados hacen.

 

Aunque ahora, el Triviani no me dirigía palabra alguna, mi cuerpo sentía pequeñas secuelas de sus sentimientos, o eso creía, deseaba a toda costa regresar a hace unos meses atrás, y no alejarme de él en Azkaban, así quizás el aun me hablaría, o pelearíamos, lo extrañaba. Recordaba aquellas largas charlas, las risas, las bromas y demás vivencias a su lado, siempre me recriminaba, por contarle tarde lo de nuestros hijos, así quizás aún estuviera a mi lado, toqué mi vientre inconscientemente, el dolor en mi pecho por la reciente perdida de un nuevo fruto de nuestro lazo sanguíneo estaba fresco, recordé la profecía vista en el ministerio, y los recuerdos de aquella noche, donde me habían anunciado la perdida de ese bebé nubló mi vista. Recordé la mirada del ojiazul en la cámara de las profecías, su fuerte hablar y como me trató, como si ya no fuera lo que antes fui para él.

 

Un nudo se formó en mi garganta en cuanto volví a ver a Anne, me sentía enojada, celosa, triste y deprimida ¿que tenía ella que yo no? Observé las facciones de la bruja, sus ojos y rostro, bajé levemente la mirada, analizando cada detalle de la Gaunt. Cerré mis ojos y una repentina lagrima cayó de mi ojo. Levanté mi mano y la sequé bruscamente - Jeremy no está, últimamente se la pasa poco en casa, más cuando yo estoy en ella - el tono de mi voz fue duro, intentaba ocultar la tristeza y el enojo hacia la Gaunt.

 

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Jeremy estaba en las mazmorras, buscando cualquier señal que marcara un paradero, en los dibujos que Callum había dejado escritos en las paredes. La estadía del Askar en aquel sitio había sido larga. Puesto que el vampiro estaba enfadado con él, y no le permitió salir para que no huyera del país. Aunque sus motivos eran sumamente egoístas a vistas de todos, bien en el fondo tenia miedo de no volver a verlo. Cuando paso por al dibujo del aparato reproductor masculino en miniatura y su nombre grabado en el, se dio cuenta que allí no encontraría pistas de nada. El ca.bron había aprovechado la inocencia de Frankie, Eso quería creer, para salir del encierro.

 

Regreso a la superficie habitable del castillo Triviani, donde reinaba una paz sumamente extraña. Sus habitantes solían estar haciendo siempre alguna cosa que no hacia mas que crear caos y provocar ruidos, pero ese no parecía ser el día. Jeremy extrañaba a su familia, pero aun no estaba preparado para verlos. El vació que había dejado Zoella dentro de él era enorme. No le importaba que la usurpadora de su cuerpo se paseara como si fuera la verdadera italiana. El vampiro sabia que no lo era y por eso no dejaba de evitarla. Los pasillos estaban pulcros, con cada cosa en su lugar. Los Chuck parecían haber arreglado algún beneficio con Candela luego de la guerra que ellos habían ganado por mucho margen. Ahi la magia y los problemas familiares, no les habian ayudado para nada.

 

No se esperaba encontrar en su camino a su prometida y a la usurpadora. Enmascaro su malestar con una sonrisa para Anne. A la otra ni se gasto en mirarla. Se acerco a la Gaunt para recibirla con un beso en los labios.

 

-Que sorpresa verte aquí. No esperaba que vinieras -Dijo con sinceridad, antes de darle un beso en los labios -Estoy feliz de verte, mi señora.

 

 

@ @@Zoella Triviani

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  • 3 semanas más tarde...

Al escuchar la respuesta de su lugarteniente, alzó una ceja con gesto escéptico. El alcohol que parecía haber desaparecido de su sangre hizo una nueva aparición estelar, provocando que no pudiera refrenar sus pensamientos... ni su lengua.

 

Pero no merece un castigo por eso. Nadie tiene la culpa de tu escasez de pelo —le respondió, encogiéndose de hombros y siendo consciente de que aquellas palabras molestarían a la Triviani. Tampoco es que le importara demasiado, dadas las circunstancias. Le tenía bastante coraje desde hacía mucho tiempo, sobre todo desde que había sabido que tenía un pasado con su prometido... lejos de su relación fraternal. Eso de que tuvieran hijos juntos era algo que no podía superar.

 

Miró una vez más al elfo y luego aprovechó el hecho de que ella se hiciera a un lado para poder entrar en el castillo. Lo hizo con la cabeza alta, y sin alejarse demasiado de ella, casi golpeándola con el hombro al pasar. Para marcar terreno; para demostrarle que su reciente asociación en el bando mortífago no era más que una conveniencia para ella. Por su bando, haría lo que fuera necesario. Aunque en el fondo... la mujer no le terminaba de desagradar. El problema era su anterior relación con el hombre de su vida.

 

Al escuchar que él pasaba poco tiempo en casa, sobre todo si ella estaba, alzó una ceja. Pero relajó el gesto casi inmediatamente para que la mujer no se percatara.

 

Así que... tenéis problemas entre vosotros, ¿no? Y... ¿puedo saber a qué se debe? —preguntó, intentando sonar afectada aunque con poco resultado. Se tambaleó casi sin darse cuenta; el alcohol seguía allí, esperando su oportunidad.

 

Justo en ese momento notó que el apelado llegaba al lugar donde estaban ellas y la besó. Estaba segura de que notaría el vodka en su aliento... pero ya no había oportunidad de remediarlo. Le miró unos instantes en silencio, evaluando la respuesta.

 

Claro, ¿para qué iba yo a venir aqui, no? —comentó sin saber exactamente qué quería decirle. Las ideas se agolpaban en su mente. Miró hacia el interior, con el ceño fruncido—. ¿Dónde está @@Candela Triviani , eh? ¿Dónde está vuestra madre? Tengo que hablar con ella.

 

 

 

@@Jeremy Triviani @@Zoella Triviani

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El viento acariciaba su rostro con el tacto suave de una madre en la mejilla de su hija. Su rubia cabellera desplegaba todo su lacio esplendor al rozar el aire como si de una estela dorada se tratase. Su blanca piel apenas sufría el impacto de la velocidad con la que atravesaba el cielo de Ottery, manteniéndose estática y apegada a los músculos de su rostro. Sus azules ojos, enmarcados por sus largas pestañas bien definidas, se mostraban cristalinos. Su semblante serio carecía del júbilo que normalmente le provocaba volar, un momento que solía considerar de la más pura libertad. Apenas hizo notar un atisbo de satisfacción en su dura expresión cuando la fachada del Castillo Triviani logró divisarse entre la espesa niebla. Frunció su ceño y sus delgadas cejas se inclinaron ligeramente, como un ave rapaz que detectó a su presa.

 

Y apretó aquella piel áspera con un perfecto equilibrio entre fuerza y delicadeza. Razz, el hipogrifo que la transportaba sobre su lomo, comprendió mediante su prodigiosa inteligencia y estricto entrenamiento la orden que su dueña transmitió con aquel gesto. Comenzó a aminorar la fuerza con la que blandía sus alas y progresivamente la velocidad de su vuelo en pendiente comenzó a reducirse; tal reducción se volvió aun más sustancial cuando la distancia se volvió efímera y sus filosas garras se abrieron, precipitando el aterrizaje. La adiestrada criatura había surcado el aire con una pericia tan magnífica que volvió su contacto con el rocoso techo del castillo un espectáculo visual digno de admirarse; sin embargo, nadie más que Lucrezia se encontraba aquella noche allí para presenciarlo.

 

Sus negras garras se cerraron bruscamente contra uno de los bordes del techo, permitiéndole a la aristócrata una más que suficiente estabilidad para descender con suma facilidad y su característica liviandad del hipogrifo. Colocó ambas piernas del lado derecho del lomo del animal y simplemente se dejó caer sin hacer un solo movimiento para recuperar la estirada postura de la que se vanagloriaba. Acarició el grisáceo y suave plumaje de Razz como un mero gesto de cariño y agradecimiento y le dedicó una mirada que la criatura captó con sus ojos dorados, advirtiéndole implícitamente que no se moviese de allí. Por último, le sonrió y se apartó de él con un movimiento holgado, aprovechando que nadie estaba allí. La utilización de un hipogrifo en lugar de la típica aparición tenía un motivo que la blonda italiana había sopesado tiempo atrás: no dejar rastros mágicos.

 

Caminó por el sólido techo de piedra manteniendo la elegancia de sus movimientos pese a la irregularidad que la arquitectura del lugar presentaba, dándole una estética gótica que Médici consideraba muy esperable de aquella familia de maníacos. No fue hasta llegar al centro del lugar que detuvo sus pasos súbitamente. Su azul mirada se concentró en un punto medio de aquella extensión de piedra en el que intuía que justo abajo se erguía una habitación posiblemente deshabitada. Fue así que su blanca varita se hizo tangible entre los delgados dedos de su mano zurda, que cubría con un guante negro en conjunto con el de su diestra. Apuntó directamente hacia aquel punto y comenzó a dibujar un círculo en el aire; simultáneamente aquel círculo se proyectó en el suelo, dibujándose con una luz rojiza que a medida que avanzaba emitía una estela de humo cada vez más notable. Al cerrarse, el bloque de piedra se desprendió y se precipitó hacia el interior de aquella habitación, levantando una pequeña nube de polvo. El diámetro resultaba perfecto para escabullirse allí adentro, como Santa Claus por una amplia chimenea. Así lo hizo.

 

Saltó y dejó que sus pies se encontrasen con el suelo. Sus negros tacos, bajo el manto de un encantamiento simple, le ofrecieron un equilibrio perfecto que apenas se vio mermado por la altura de la que se arrojó. El sonido del impacto de aquellas lujosas piezas de cuero contra el bloque de piedra que anteriormente había cortado apenas resonó en la inmensidad de esa habitación abandonada del castillo Triviani, asegurándose cierta discrecionalidad. Descendió hasta quedar por fin a la altura del suelo de madera, acomodó su cabellera rubia de manera que ésta cayera a los lados de su cuello y avanzó nuevamente mientras sacudía los pliegues de su acampanada falda para que el polvo se desprendiera de la carísima tela que la conformaba. Abandonó la vacía habitación y se dispuso a recorrer los serenos pasillos del lugar en busca de lo que había ido a buscar. Sin embargo, una pregunta alborotaba su mente mientras procuraba imprimir a sus movimientos el mayor silencio posible.

 

¿Cómo conseguir un mechón de cabello de una mujer que era calva?

 

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