- Ustedes los francotiradores son bastante admirables. - Habló una voz detrás de aquellos hombres. La azotea del edificio tenía buen espacio y excelentes ventanales, asi como una vista magnífica desde ese ángulo para mirar el gran precipio que abajo, se transformaba en una bulliciosa calle. Por su lado, la luz del día dejaba ver mejor que en la noche. El rubio sonrió con cierto misterio escondido con elegancia.
Hacía dos horas que esperó en el ascensor mientras subía, para localizar lentamente a sus víctimas una a una. Esos ojos rojizos de un tono vino, atraían la atención de pocas personas, que solo pensaban que aquel efecto era de ojos marrones expuestos a la luz. Nadie le hacía caso. Todos lo tomaban como alguien mas. Un usuario simple, un funcionario, un contador, un cobrador elegante, de todo menos un absoluto peligro para lo que se avecinaba. Si es que llegasen a detectarlo. Simplemente era un humano, alguien común y corriente con pendientes que atender y una bolsa económica que mantener.
O eso es lo que aparentaba...
Mezclándose entre los pasillos, pidiendo algunas indicaciones, caminando tranquilamente había arribado a la azotea. Gracias al color de sus ojos y de mantener aún su habilidad despierta, encontró fácilmente entre el mar de cuerpos calientes y llenos de sangre, los aromas que tanto buscaba. Y ahora, alli estaba.
- ¿Quién es usted? ¿Qué está haciendo aquí? Esta es un área privada, le pido por favor que se retire... - Al mismo tiempo se escuchó un radio, un transmisor de cuyo aparato salió una voz medio entrecortada que daba instrucciones. La localización, el tipo de sonido y otras palabras, le dieron exactas pistas de donde cada uno se encontraba. Sonrió con ligera astucia, alertando un poco a los hombres al ver que no se marchaba. - Ustedes han sido muy amables al darme lo que buscaba... - Sacó una cajetilla del bolsillo, extrayendo un pequeño cigarro. Lo sostuvo entre los labios y a continuación sacó su encendedor, prendiéndolo. Acercó la punta del tabaco a la flamita y aspiró un par de veces, obteniendo humo. Con toda calma guardó sus enseres sonriendo. El cigarrillo humeaba. - Pero ahora, necesito que me entreguen otra cosa y no será por las buenas... -
Uno de los hombres sacó de inmediato una pistola, pero ya el chico rubio lo tenía abrazado. Besó dulcemente su cuello, justo sobre la yugular, mas en vez de beber, deslizó sus manos hacia el cuello de este con ternura y lo giró con brusquedad, rompiéndole las cervicales al instante. El cuerpo cayó al suelo con pesadez, revelando a un chico sonriente de medio perfil, aun con el cigarrillo en la boca. - Ni se moleste. - Murmuró desapareciendo de su vista. Unos instantes después, la cabeza del segundo se movía repentinamente hacia arriba, perdiendo la vida. Esta vez el chico no lo soltó. Lo sostuvo entre sus manos como a un muñeco, deslizando sus dedos por la piel que lentamente se enfriaba, observando por detrás el costado y los ojos sin vida.
- Qué hermosa piel... - Los dedos bajaron lentamente del contorno del rostro hasta el cuello y luego hasta el pecho. El joven observaba a su víctima con una sonrisa plagada de morbosa obsesión. Lamió un costado antes de juguetear con el ojo apagado, aplastándolo con su dedo. La sangre se derramó. Lo acercó a su oído. - ... Ustedes los mortales son tan frágiles como ingenuos. Es por eso que el mundo estaría mucho mejor con los magos... - Sonrió desapareciendo. Se había lanzando ahora desde el ventanal, una sombra cruzando rápidamente el cielo en un salto, aterrizando en la azotea del costado. La sonrisa tétrica de placer en sus labios.
En una hora, todo el círculo de francotiradores que cuidaba el edificio había muerto. Una silenciosa y placentera muerte, robándoles además las armas, únicamente para destrozarlas con su fuerza, quedándose con las balas antimagia. No solo había descubierto eso, también encontró otros pequeños detalles que luego compartiría con su grupo. Mortales desdichados. Estaban jugando bastante sucio. Su última parada fue la azotea del edificio principal donde se encontraban sus víctimas. Aterrizando con suave elegancia, se dirigió a paso tranquilo hasta el sistema de conductos de ventilación. Miró a izquierda y derecha, antes de tomar el ventilador central y arrancarlo sin problemas. Extrajo ahora de su bolsillo un pequeño frasco aparentemente vacío, pero cuyo líquido poseía el color del agua, le quitó la tapa y lo vertió sin demora dentro del conducto. Mientras lo hacía, sonrió.
Lo último era actuar. Tendrían como mucho un margen de media hora de ventaja a partir de que el efecto de la poción nueva hiciera efecto. Hasta ahora solo sabía lo letal que resultaba ser el polen de esa pequeña criatura y lo usaría a su favor. Esperó con tranquilidad, fumando el cigarro al borde de aquel edificio.
15 minutos después, el pánico cundió en el edificio. La gente salía huyendo y otros se desmayaban para no despertar jamás. La calle misma se volvió un caos. Aprovechando esto, lanzó una aguja hacia la posición donde sentía el aroma de su grupo, una pequeña advertencia de que procedieran. Se colocó una máscara anti venenos, encantada justamente para proveer oxígeno durante algunas horas y se deslizó por la puertecilla de la azotea sigilosa, aprovechando el bullicio, para buscar a sus presas y por consiguiente a sus compañeros.