Sheila Bennet. Enredada en Nueva York
¿Qué es lo que le pasaba? Sheila sabía que había actuado bastante poco profesional. El acompañante de la bruja francesa le había explicado que debían entregarle un espejo comunicador, pero que el apuro por la situación del agente del FBI los había llevado a actuar apurados. Y ahora estaban allí, en el puerto, aquello no podía ser bueno. Suspiró, debía enviar un mensaje a Tess pero sin que la vieran.
Así en silencio se dejó arrastrar a aquella especie de aventura, o más bien rescate. El joven mago era muy caballero, pero ella no se sentía segura. Él tenía razón, debían buscar con cuidado al agente, pero ella no era una bruja de lucha, su fuerte era la herbología, el trabajo en transportes y magias más suaves y relacionadas con otras ramas como la adivinación o las runas.
Gracias a la magia de Iolt que al mago lo habían encontrado a salvo. Aunque no podía dejar de sentirse frustrada, una trampa podría haberlo dejado muerto y a ella como culpable por enviarlo allí. Por ello se sorprendió que él mantuviera su idea de que ella fuera a Nueva Orleans.
Y los enredos continúan en Nueva Orleans
No quería estar allí, algo en su sangre le gritaba que se alejara de aquel lugar, pero se había comprometido y allí estaba. Encima compartía habitación con la embajadora francesa. Había alcanzado a oír que era tía del joven mago que había conducido el vehículo muggle y algo sobre un embarazo. ¿Acaso había traído a un bebé al lugar? Qué tontería pensar así, Sheila se molestó con sí misma por tener esas ideas, pero había algo que le hacía sentir que no todo estaba en orden.
Tess le había enviado una esquela de que la esperase, que estaba averiguando en los pantanos. Pero no aparecía. Así que esperó a que la bruja saliera de la habitación tras una ducha y ella misma se arregló para ir a donde podía estar su compañera. Salió despacio, llevando un par de anillos que le había dado Tess, de salvaguarda contra miradas indiscretas y detección de enemigos. Aunque ya bastante eran sus nervios mientras sostenía en el bolsillo de su chaqueta la varita de sicomoro.
Recorrer aquellas calles donde la desgracia había ocurrido en el pasado la hacían sentir nerviosa, podía sentir la presencia de las almas. No solo humanos, no maj o brujas caminaban por aquellas calles. Algunos estaban sedientos de sangre, otros de venganza, con suerte había algunos que solo querían paz, pero eran los menos.
Sheila se detuvo frente a un edificio, parecía uno de esos antiguos lugares en donde se vendía a los no maj productos “mágicos”. Entró en él, a sabiendas que allí encontraría algunos elementos no tan falsos para poder lidiar en aquel momento.
—Buen día jovencita, ¿en qué le puedo ser útil? —el hombre vestía un traje colorido, collares dorados que relucían sobre la blanca camisa que parecía fuera de lugar con un traje tan llamativo como el que tenía encima.
—Busco una réplica de este talismán —dijo Sheila mientras le tendía una foto donde se veía el artilugio que el embajador inglés llevaba en su cuello al momento de ser hallado. El hombre disimuló una expresión de asombro y la miró con más atención.
—Esos artilugios son de magia oscura niña, no cualquier puede manejar…
—Ahórrese las advertencias, no se las hizo al usuario anterior, necesito uno de estos, las brujas de Salem le recuerdan que se los debe —la sonrisa en los labios de la Bennett ya no era tan dulce ni ingenua mientras el hombre murmuraba que ya se lo traía e iba al fondo de la tienda. Sheila preparó su varita, no iba a confiar tan fácilmente en él.