Lo minutos pasaban, marcados por el reloj imaginario que funcionaba como un mecanismo perfecto en su cabeza. El casi etéreo silencio que la rodeaba le permitía a la aristócrata transitar la espera con una serenidad impropia de una dama de alta cuna a la que le negaban el privilegio de la prioridad. En un ejercicio de relajación, tantas veces practicado en soledad, la bruja había apaciguado el ritmo de su respiración, volviéndola más pausada. Incluso había aprovechad para quitarse anticipadamente los guantes de aterciopelada tela que cubrían sus antebrazos, guardándolos en uno de los tantos bolsillos secretos distribuidos por su voluptuoso vestido.
Fue en el exacto momento en que por su cabeza cruzó fugaz la idea de encender un cigarro que la puerta se abrió ante sus ojos. Tuvo que bajar su mirada, entretenida en los detalles de las reptiles aldabas, para encontrarse con la presencia de un elfo doméstico que la observaba con una desconfianza que en vano se esforzaba por ocultar tras la servicial expresión de su rostro. La humanoide criatura tenía un aspecto dejado, como si sus servicios no se hubiesen requerido en bastante tiempo ¿Tan en desgracia había caído aquella familia, que había representado el pináculo del poder real en algún punto de la historia reciente? No tardaría en averiguarlo; esa era una certeza. Se adelantó al tímido intento del elfo doméstico de romper el tácito pacto de silencio.
- Ahórrate las palabras, sé que puedo pasar. Ve a buscar las mejores copas que queden en pie en esta mansión.- le ordenó sin un ápice de empatía en su voz, como si de su propio elfo se tratase.
Apartó la puerta, que hasta ese momento se había mantenido apenas entornada, e ingresó en la sala de recepción. Apuntando al hueco vacío formado por sus dedos encorvados, la aristócrata comenzó a dibujar círculos con su varita que fueron reduciendo su radio a medida que, al son del movimiento, una botella se iba materializando. El contenido que se balanceaba en su interior no provenía de cualquier bodega cochambrosa ni era un simple “detalle” en agradecimiento por una invitación que nunca había existido: se trataba de un añejo vino Di Médici, elaborado con materia prima de excelencia cosechada en los viñedos familiares. Su magnífica calidad, que cualquier catador experimentado podría detectar con tan solo percibir su frutal aroma, era reconocida en toda Italia. Aquel regalo de cortesía era una declaración de intenciones típica de los círculos diplomáticos en los que la aristócrata acostumbraba a moverse.
Se fue adentrando con suma calma en la sala, dejándose guiar por la delgaducha criatura que había aprovechado para adelantarse nuevamente a sus pasos. Los sincronizados golpes de sus finos tacos contra la pulida madera del suelo anticiparían a los moradores su presencia, algo acentuado adrede. Le resultaba una obviedad que los miembros de la familia presentes en ese momento ya estaban al tanto de que entre las paredes de la mansión se movía una invitada no esperada ¡Y qué mejor que ahorrar sorpresas, cuando éstas podían convertirse en caldo de cultivo para la animadversión! Los mejores negocios, los que reportaban mejores ganancias, se nutrían de la confianza y de un ambiente distendido…y para eso estaba allí.
Descartaba encontrarse con el patriarca de la familia, ya que eran contadas las veces que lo había visto en persona y era una personalidad de la alta sociedad mágica reconocida por el misticismo que rodeaba su vida. El ex ministro supo mantener con pericia su privacidad durante su servicio como funcionario público y pocos detalles se habían filtrado a una prensa, por obvias razones, subordinada al poder político. Sin embargo, apenas sus ojos captaron las siluetas de los presentes, a la aristócrata la invadió una sorpresa aun mayor a la que hubiese experimentado de encontrarse al mismísimo Crazy Malfoy. Incluso se vio obligada a disimular un espasmo que casi llegó a interrumpir su respiración. Frenó en seco, presionando con sus delgados dedos el frío vidrio de la botella de vino.
Su azul mirada se clavó en uno de los varones que conformaba aquella reunión, a quien reconoció como Ludwig Malfoy. No tenía un ápice de duda de que se trataba de él; tantas veces había visto aquel atractivo rostro en fotografías familiares que sus facciones se habían grabado en su retina ¿Cómo era posible que el padre de Thiago se encontrase en aquella sala en ese instante, cuando se lo había dado por desaparecido (o muerto) tantos años atrás? La aristócrata selló todas sus repentinas emociones bajo una sonrisa fría y se dispuso a acercarse aún más a los presentes, centrándose en lucir la belleza de su vestido a cada delicado paso que daba. Las posibilidades de conclusión de aquella velada se presentaban ante ella como infinitas.
- Buona serata…- susurró, dejando que en sus palabras danzara un sutil tono seductor - Veo algunas caras desconocidas, normal dada mi ausencia en Inglaterra en los últimos meses. Mi reputación me precede, claro, pero para aquellos despistados mi nombre es Lucrezia Di Médici. Dejen lo que están bebiendo, no es digno de ser ingerido por alguien del linaje Malfoy.
Al caminar alrededor de los distintos asientos, la aristócrata aprovechó para engrandecer su presencia. Lucrezia tenía un talento natural para llevar ese tipo de reuniones y sobre todo para administrar los silencios. Cada instante, cada mínimo detalle, resultaba vital para conducir una charla de negocios. La tenue luz que se proyectaba sobre su blanca piel y la altura que sus zapatos le hacían ganar sobre el resto enaltecían su estilizada figura, sobresaliente para alguien de su estirpe. Mientras los elfos domésticos depositaban copas en las manos de los presentes, la aristócrata iba vertiendo el vino con delicadeza. Se detuvo, no sin ninguna intención, a medio metro de Ludwig. Sin embargo, aunque su atención se centraba en él, se aseguró que sus palabras se sintieran dirigidas a todos por igual.
- ¿Debería hacer una pequeña introducción a mi visita a esta mansión? Me conocerán como alguien cercana a la actual ministra, una consejera de confianza que articula todas las medidas relacionadas a las finanzas del Ministerio. Ese es un puesto que ejerzo testimonialmente ya que en el último tiempo me estuve ocupando de ciertos asuntos en mi natal Italia. La vida como funcionaria pública no es para mí, prefiero otros caminos en el ejercicio del poder…- la blonda dejó que sus últimas palabras fuesen por una ligera sonrisa pícara - Entonces ¿Brindamos por la inquebrantable alianza de nuestras familias?