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Aland Black Triviani

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Acerca de Aland Black Triviani

  • Cumpleaños 23/02/1992

Ficha de Personaje

  • Nivel Mágico
    7
  • Rango Social
    Dragones de Bronce
  • Galeones
    86819
  • Ficha de Personaje
  • Bóveda
  • Bóveda Trastero
  • Bando
    Neutral
  • Familia
    Triviani
  • Trabajo
    0
  • Raza
    Demonio
  • Graduación
    Graduado
  • Puntos de Poder en Objetos
    20
  • Puntos de Poder en Criaturas
    0
  • Puntos de Fabricación
    0
  • Rango de Objetos
    10 a 200
  • Conocimientos
    - Artes Oscuras
    - Leyes Mágicas
    - Conocimiento de Maldiciones
    - Idiomas
    - Aritmancia
    - Pociones
  • Medallas
    12000

Profile Information

  • Género
    Female
  • Location
    El interior de un cacahuete *w* [España > Andalucía]
  • Interests
    Palillo quería a Cerilla
    con un amor muy vehemente.
    Amaba su delgadez
    que veía muy ardiente.

    Entre Palillo y Cerilla
    ¿puede arder una pasión?
    Así fue. Y en un segundo
    ella lo volvió carbón.

Contact Methods

  • MSN
    iracorbu@outlook.com
  • Website URL
    http://twitter.com/#!/bladvak
  • Skype
    bladvak.13

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Reputación

  1. Una vez rodeada de la seguridad que me aportaban las paredes del castillo Triviani, recogí a mi mascota del suelo y la aferré con fuerza contra mi pecho. Junto a Alexander, esperé en el gigantesco vestíbulo a que alguno de los patriarcas hiciera acto de presencia. Muy de vez en cuando, el frío hocico de Apocalipsis me rozaba la mejilla alentadoramente, pues hasta el conejo sentía mi inquietud, pero ni aquellos gestos ni la inquisitiva mirada de mi hijo consiguieron respuesta alguna de mí. Permanecí en absoluto silencio y quietud hasta que un chasquido a mis espaldas me obligó a despertar de mi dilema mental. Una criatura que desgraciadamente se correspondía con mi hija acababa de aparecerse en el hall de entrada, a escasos metros. La había identificado incluso antes de girarme, ya que la esencia de Candela estaba inevitablemente unida a la mía. Ricé los labios en una sonrisa carente de diversión, más sarcasmo que alegría, e incluso Apocalipsis dio muestras de reconocimiento alzando sus dos orejas y clavando sus verdes ojos en ella. La salamandra que me surcaba parte del rostro suavizó su quemazón cuando la Zíngara adoptó por fin su aspecto más humano. — Encontré un vago... — mi sonrisa se marchitó cuando por fin comprendí a qué venía aquel despliegue demoníaco. Cubias parecía haber evadido los efectos del tiempo; seguía siendo el mismo de siempre. Mi nombre, pronunciado por él, me hizo recordar tiempos pasados, demasiado pasados. Fue inmediato, mi piel fue adquiriendo el tono de la grana alcanzando niveles de bochorno insospechados y enrojecí hasta la raíz del pelo. Supuse que mi vergüenza sería evidente desde Australia, con aquel aspecto de remolacha tan poco favorecedor. Preferiría haber pospuesto nuestro encuentro hasta haberme mentalizado, pero la (infinitos apelativos negativos) de mi hija había decidido arrastrarlo hasta mis pies. Ojalá pudiera patear su pequeño cuerpo sin sentir culpa alguna hasta convertirla en una alfombra más del castillo. Me limité a acuchillarla con la mirada, antes de dirigir mi atención de nuevo al Malfoy. — Ehm... Cubias — inconscientemente, retrocedí un paso. Si se podía morir de vergüenza, yo estaba a punto de demostrar que era posible —. Has vuelto — acababa de ganar mil puntos en el mundo de la obviedad. Carraspeé. ¿Cuándo se había instalado el desierto del Sahara en mi boca? —. Qué sorpresa — un nudo atenazó mi garganta y mi corazón, y de repente solté lo que realmente deseaba expresar —. ¿Has venido a Ottery por Ludwig? ¿O por tu esposa? Porque entonces te has equivocado de dirección — mi voz no podría haber estado más cargada de celos ni aunque lo hubiera intentado, y así sentencié la escena más bochornosa que recordaba, delante de mi familia y del único hombre por el que había mostrado interés en mi vida. Quería salir corriendo de allí para tirarme a un pozo o, con suerte, a un agujero que pudiera ser tapado para siempre.
  2. — Me ofende que dudes de mí — siseé —. No sé cómo ser madre, pero sí sé cómo ser leal a mi familia. Y tú eres parte de ella — clavé en él unos ojos indignados. Sostuve el frasco entre mis manos, girándolo entre los dedos para observar mejor el pequeño objeto. Alexander y yo nos encontrábamos detenidos en una planicie de brillante césped verde, enfrentados y separados por apenas un metro de distancia. Había depositado a Apocalipsis en el suelo para poder examinar el diminuto recipiente, pero ignoré sus gruñidos exigentes para regresar a mis brazos. — Alexander, ¿qué es esto? — con la mirada agudizada, elevé el frasco para verlo al trasluz, aún intrigada por su contenido —. No, mejor no me lo digas. Prefiero no saber si se trata de algo ilegal — desapareció en uno de mis bolsillos; cuando llegara al castillo lo pondría en un lugar más seguro —. Cumpliré con mi promesa. Silbé para llamar la atención de Apocalipsis y acto seguido reanudé mi marcha hacia la Triviani, seguida muy de cerca por mi hijo. El conejo se movía como una amorfa masa rosa junto a mis pies, como si separarse más le impidiera seguir con aquel ritmo tan elevado para sus cortas patas. Me pregunté en silencio cómo lograría cazar las grandes piezas que a veces traía, pues la mayor parte del tiempo parecía un animal obeso minusválido. — ¿Quieres comer en el castillo? — rompí el silencio —. Le diré a Chuck que prepare la cena, hay comida suficiente para otra persona. Y así tal vez tengas la oportunidad de ver a Alyssa, aunque... — mis pasos se detuvieron. Maldición. Había estado tan absorta pensando en la comida y en la visita de Alexander que no había percibido su llegada. El antaño patriarca de la familia, Lord Cubias, había regresado tras meses (¿años?) de ausencia. De hecho, varias mujeres lo rodeaban, recordándome a sus viejos tiempos de casanova. Probablemente habían tardado apenas unos segundos en aparecer tras él, entreteniéndolo en los terrenos Triviani. Apreté los labios hasta convertirlos en una fina línea, dividida entre las ganas de acercarme a saludar y el terror que me instaba a alejarme. Finalmente, ganó lo segundo. Sin ningún miramiento, tiré del brazo de mi hijo mientras caminaba apresurada hacia el castillo arrastrándolo tras de mí. — J0der — fue la única palabra que pude pronunciar. En mi mente resonaban mil insultos más elaborados —. Rápido, Alex, usa tus piernas, pareces una babosa lenta — apreté mi agarre, agachando la cabeza y acelerando el paso. El Malfoy a duras penas seguía mi ritmo, aún desconcertado por mis bruscas maneras —. Perdón. Es que quería evitar a cierta persona — expliqué cuando estuvimos en la entrada junto a un servicial Chuck que nos abría la puerta —. Soy una cobarde, soy una cobarde — murmuré, frotando las palmas de mis manos en las perneras de mis jeans —. Chuck, avisa a los patriarcas que haya por aquí — ordené con un gesto vago. Candela era un animal enfurecido con todo el mundo, Danyellus un petulante engreído y yo me moriría de la vergüenza hasta asfixiarme; Alyssa era la única que podría darle la bienvenida de un modo civilizado —. Diles que Lord Cubias ha regresado. ¡Date prisa y mueve tu escuálido trasero, maldito elfo!
  3. Perro insolente. Se atrevía a reírse de mí creyendo que nuestro parentesco me impedirá cometer filicidio. Apreté los labios para no soltar un improperio o una provocación, y así me mantuve incluso cuando preguntó por Alyssa. No podía dejar caer delante de mi hijo que su tía se encontraba fornicando cual conejo en celo con todos los mortífagos que se encontraba. Para ser justos, sólo habían sido Pik y Lacrimosa. De igual modo, tampoco podía comentar lo de su embarazo, pues aún no se había decidido exactamente cuál sería el futuro de aquel vástago non grato. — ... un favor — mi atención, totalmente dispersa, volvió a centrarse con total intensidad en Alexander. Torné el rictus en un gesto serio y prudente, pues ni yo era dada a ofrecer ayuda ni era habitual que él la pidiera. Distraída, me di cuenta de que los ojos azules de Alexander eran casi idénticos a los de mi gemela, mientras nuestras miradas se enfrentaban con solemnidad. El silencio se prolongó entre nosotros mientras el atardecer transformaba el cielo en un cuadro de luces rojizas y ambarinas. Era tarde, así que debíamos regresar al castillo si no queríamos morir congelados. Rompiendo aquel lazo invisible que nos mantenía en una cómoda quietud, me incliné para tomar a Apocalipsis entre mis brazos, quien había estado correteando como un adolescente entre mis piernas. Acaricié el pelaje rosa del animal y besé su cabeza, sin decir absolutamente nada. Alexander seguía esperando unarespuesta, pero yo me limité a comenzar el viaje de regreso a la Triviani. Con pasos vigorosos pero no excesivamente apresurados, me dispuse a atravesar las gigantescas extensiones verdes que pertenecían a la familia. Afortunadamente, el Malfoy había comprendido la indirecta y seguía mis pasos a una corta distancia; casi podía escuchar su mente trabajando por dar posibles explicaciones a mi silencio, el cual rompí inmediatamente al tiempo que recolocaba la carga de Apocalipsis entre mis brazos. — ¿Qué es lo que necesitas? — la cautela asomó a mi voz —. Haré lo que esté en mi mano para ayudarte, pero me gustaría saber antes si es algo serio o sólo... — fruncí el ceño, disgustada al pensar en aquella posibilidad, y giré el rostro para enfrentar a Alexander—. O sólo es una de tus bromas pesadas — un brillo de furia salvaje resplandeció en mi mirada.
  4. Algo entorpeció la fluidez de mi sueño, una especie de quejido. Era como una puerta chirriante. Una puerta chirriante que se removía entre mis piernas, para ser exacta. Resoplé al tiempo que un bostezo convertía mi cara en una mueca, resultando en un sonido animal bastante extraño. Poco a poco fui comprendiendo qué era lo que me rodeaba, y que la puerta chirriante no era otro que Apocalipsis. Sin embargo, mis ojos se alzaron un tanto para clavarse en la figura que cubría el poco sol que quedaba. Un nuevo bufido surgió de mi nariz. — Alexander — la voz arrastrada era más consecuencia del sueño que de la ironía que suponía ver a aquel mago en los terrenos Triviani —. Tendré que tatuarme vuestros nombres en mi brazo para acordarme de felicitaros a todos en Navidad — me puse en pie fatigosamente, ciertas partes de mi cuerpo seguían aún dormidas —. Me alegro de verte. Bostecé de nuevo, estropeando mi única frase mínimamente maternal. Apocalipsis retozaba a mis pies, frotando su lomo contra la hierba creyendo que era una especie de perro. Lo pateé suavemente para que dejara de ridiculizar a su raza y a continuación me centré en mi hijo adoptivo. Cambié el peso de pierna unas cuantas veces antes de aproximarme a él y darle un abrazo, en el que ambos nos mantuvimos estáticos como si nos diera miedo movernos más de lo exigido. Era tan incómodo y extraño... Candela hacía años que había aprendido a no esperar nada de mí como madre, pero era Navidad y Alexander raramente se dejaba caer por el castillo. Aquel gesto me costaría varias horas de escalofríos espeluznantes, pero al menos demostraría al Malfoy que en ocasiones me preocupaba por él. — Apestas a lobo — arrugué la nariz mientras me apartaba del rubio —. ¿Qué te ha poseído para que vengas a la Triviani? ¿Tanto echabas de menos mi figura maternal? — alcé las cejas en aquel gesto tan típico en mí.
  5. Se había marchado. Pestañeé varias veces seguidas, reteniendo en mi garganta aquel doloroso nudo. Preguntar a los Chucks no sirvió de nada, puesto que hacía semanas que nadie lo había visto por el castillo. En el silencio que se extendió por toda la torre pude escuchar mis propios latidos cada vez más pausados y enlentecidos, como un reloj al que las pilas le fallan y cuyas manecillas se van deteniendo progresivamente. Un sonido quebró aquel mutismo, por fin había sido capaz de soltar todo el aire que mis pulmones contenían. Me giré hacia las escaleras y descendí por ellas, mi mano resbalando por el pasamanos como un espectro. — ¿Por qué? — una voz agrietada que no reconocí como propia se arrastró por el espeso ambiente, titubeando. Como era de esperar, nadie pudo responderme mientras avanzaba penosamente por el castillo en dirección a los jardines. Varios elfos se inclinaron ante mi presencia, con el riguroso saludo que a base de torturas les habíamos obligado a aprender, pero a ninguno de ellos les presté más atención que a una minúscula mota de polvo. Cuando regresara tal vez colgara de las orejas o le rompería la pierna a alguno de aquellos infelices. Me encontraba aturdida, la huida de Apocalipsis me había arrebatado la capacidad para reaccionar a cualquier estímulo. El pánico atenazaba mi garganta. Razonándolo apropiadamente, cualquier persona en mi situación se habría sumido en ese estado de shock. Mi mejor amigo, mi querido compañero, mi mascota, había desaparecido sin dejar rastro, ni un miserable mensaje; había escapado de mi vida sin miramientos, y yo sentía como si me hubieran amputado los dos brazos. Visualizarme a mí misma como una croqueta discapacitada me hundió más el ánimo. Alcé la vista, sorprendida al ver que mis pasos me habían dirigido hasta un apartado rincón de los jardines. Allí los árboles se apartaban, creando una zona despejada a orillas del lago pero aislada del resto del mundo, un lugar al que acudía con frecuencia para pensar o, simplemente, mirar al vacío. En esos instantes ese vacío se encontraba en mi pecho, comprimiéndolo cruelmente. Era Navidad. El asqueroso demonio no había esperado a otras fechas para la atroz separación. Porque no podía tratarse de otra cosa, no era habitual en él desaparecer tanto tiempo, aquella bestia me había abandonado sin mirar atrás. Me hundí en la hierba, sintiendo que la quemazón ascendía hasta desembocar en mis labios, los cuales separé para dejar escapar una exclamación de incredulidad. La furia, sin embargo, consiguió dominarme, como era habitual en mí. La nostalgia y el miedo dejaron paso a una ardiente ira hacia Apocalipsis. — J0dido animal, ¿has decidido desaparecer? ¡No vuelvas nuca! — gruñí, aplastando la hierba que tenía a mi alrededor con ambos puños. Hundí los dedos en la tierra, ensañándome para liberar mi dolor —. Si te vuelvo a ver te arrancaré todo el pelo que tienes para vestir a Chuck con él, desgraciado. No te necesito, eres una mascota inútil que sólo daba problemas. Ahora no tendré que gastarme tanto dinero en tu maldita comida, que lo sepas — frenética, comencé a destrozar una margarita que estaba a mi alcance —. Eres feo, ¿quién quiere un conejo rosa? Engendro... Callé, agotada, sabiendo que eran palabras vanas las que salían por mi boca. Quería que mi conejo rosa regresara, quería poder acariciarlo de nuevo, quería... ¿Por qué se había marchado? Los pétalos de margarita volaron de mis dedos, arrastrados por el viento. Sintiendo cada parte de mi cuerpo como si pesara una tonelada, me incliné hacia atrás y apoyé la espalda en la hierba cubriendo el rostro con el brazo izquierdo. Pasaron las horas sin que yo fuera consciente, sin que mi cuerpo cambiara de postura. Reflexionaba, histérica. Tal vez no se había marchado. Tal vez había tenido un accidente, por improbable que eso fuera. Tal vez regresaría. Tal vez era sólo una tomadura de pelo. El 28 de Diciembre era el día de los inocentes y Apocalipsis había decidido gastarme una pesada broma, despareciendo durante dos semanas. Mis labios temblaron al pensar en esa esperanzadora posibilidad. Tal vez... Un cosquilleo en la oreja derecha me estremeció. Retiré el brazo que cubría mis ojos y giré la cabeza. Un conejo rosa de ojos asquerosamente verdes estaba a menos de cinco centímetros de distancia, su tenue respiración pulsando contra mi mejilla. Mantenía una postura regia, o al menos la más elegante que le permitía su rechoncho cuerpo. En la mirada del bicho se podía apreciar un mensaje claro de irritación y reproche dirigido hacia mí, el que me solía reservar mi madre cuando de pequeña me escondía bajo la mesa y ella tardaba varias horas en encontrarme. Como un resorte, me incorporé instantáneamente. — ¿Qué...? ¿Dónde estabas? ¿Por qué te has marchado? ¡Creía que me habías abandonado, rata rosa, y he pasado un día horrible por tu culpa! — me ahogué atropellada por mis propias palabras. Tomé un poco de aire para continuar —. Llevabas semanas desaparecido, la cesta donde duermes ya no estaba en su sitio y no has dejado ningún mensaje. Quiero una explicación. No te estará alimentando otra persona a mis espaldas, ¿verdad? — aquella posibilidad me hizo hervir de celos —. Si pillo al condenado que te está dando comida, le dejaré estéril para el resto de su vida — la amenaza, dicha entre dientes, era mortalmente seria —. Más te vale darme una explicación convincente, porque si no me gusta no vas a poder entrar en mis aposentos por los próximos cuatro milenios. Dormirás en el salón, alimaña desconsiderada — crucé los brazos para enfatizar mi postura. Apocalipsis me había contemplado durante mi monólogo con expresión ausente, como si realmente no le importaran mis palabras más que la reproducción de las orugas. Aquello consiguió indignarme más, y lo habría abandonado allí si de repente no se hubiera desplazado hasta un rincón de penumbra bajo varios sauces. Con torpes saltos me dirigió hasta la base del tronco de uno de aquellos gigantescos árboles. Los cuerpos de una familia de pollos yacían entre las retorcidas raíces que sobresalían de la tierra. No había signos de violencia, tan sólo la huella de un par de colmillos en sus cuellos. Pude acertar a ver que eran raza Cornish, de mis preferidos, una variante que estaría exquisita con un poco de arroz y especias. Un brillo intenso y hambriento resplandeció en mis ojos. — Oh, ¿son para mí? ¿Un regalo de Navidad? — sorprendida y complacida al mismo tiempo, le dirigí una rápida mirada a mi mascota. El animal agitó la cabeza asintiendo, mostró sus incisivos en lo que yo entendí como una sonrisa —. Gracias — enrojecí hasta la punta del cabello, comprendiendo que mi arranque de histeria había sido completamente infundado. Apocalipsis jamás me abandonaría —. Perdón por... tú sabes... — cohibida, me senté junto a él en silencio. Era vergonzoso haberme comportado como una niña pequeña, desvariando y exagerando la situación —. De verdad creía que me habías abandonado. Quizás he sido un poco dramática. Es culpa de las hormonas, sabes que me afectan demasiado. Necesito una dosis de chocolate para recuperar la cordura — le confié en un susurro. El conejo rosa simplemente apoyó sus patas delanteras en mi regazo y se impulsó para caer sobre mis piernas, una gigantesca bola de pelo colorido que se retorció hasta encontrar la posición más cómoda en la que dormir. Mis dedos acariciaron su lomo, perdiéndose entre la algodonosa piel. Puesto que llevaba semanas sin poder tocarlo, disfruté de la sensación mientras el conejo se hacía un ovillo hasta caer en un profundo sueño. Era relajante realizar aquel movimiento rítmico con las manos, y nos mantuvimos en silencio durante varios minutos. — Feliz Navidad, Apocalipsis. Perdón por no regalarte nada — me disculpé —. Supongo que con todo lo que ha sucedido en estas fechas estaba un poco distraída. Siento haberte gritado así — otra caricia, ésta vez más pausada —. Te lo compensaré debidamente. Puedo comprarte un pony para la cena. O llevarte a patinar sobre el hielo del lago como el año pasado, aunque no sé si esta vez podremos estar desnudos — fruncí el ceño —, hace mucho más frío y no quiero perder la sensibilidad en ciertas partes de mi cuerpo. También podríamos buscar a Sinh — una malvada carcajada se escapó —, esa petulante gata probablemente no aguantaría un baño en las aguas heladas del lago. Haremos un agujero, la meteremos ahí y luego lo taparemos para que no pueda respirar hasta que el hielo de la superficie de derrita en primavera — una de las orejas de mi mascota se agitó mostrando su conformidad con aquella idea —. Solo tendríamos que vigilar a Danyellus para que no nos vea. Aunque seguramente algún asqueroso Chuck se lo contará — bufé —. Bueno, tal vez deberíamos ir al castillo para que los elfos nos cocinen esos maravillosos pollos. Sin embargo, ninguno de los dos nos movimos. Los minutos se sucedieron uno detrás de otro y tanto Apocalipsis como yo continuamos en la misma posición hasta que nuestras cabezas se inclinaron suavemente hacia delante, ambos completamente dormidos. Mi mano permaneció curvada sobre el conejo, como si no quisiera que se escapara de nuevo.
  6. Mía, qué valor venir por aquí xDDDD Antes que nada debe pasarse Aly a decir si tiene hueco para ti o prefiere seguir teniendo a Dan como único hijo verdadero xD (todavía me sorprende que Bagy desee seguir siendo mi hija en esta familia, soy la peor madre existente u_u). Ah, y... la causa Triviani se resume en: 1) Odiar a los Malfoy. Dany es Malfoy y por eso es una vergüenza para esta familia 2) Ser leal a la Mafia Triviani y por tanto estar dispuesta a obrar fuera de la ley proxenetismo y esas cosas 3) Odiar a los Malfoy. 4) Odiar a los Malfoy. 5) Amar a Apocalipsis. PD: estáis a tiempo de uniros a nuestro maquiavélico rol en la triviani (?) xD
  7. xD Etoile ha caído en las garras de Dany. ¡Huye antes de que sea demasiado tarde! Bienvenida a la familia, eToilet. No hagas caso al pestoso de Daniel, a quien hay que molestar es a los "pequeños" de la casa, Dan&Cande xD Alyssa y yo somos las jefas Mentira, puedes hacer lo que quieras siempre y cuando no toques a Apocalipsis *-* Te habrán contado (espero) que la Triviani es una mafia, así que debes estar dispuesta a obrar fuera de la ley. :hero: Prostituirte si es necesario.
  8. El olor de carne putrefacta no era el más agradable del mundo, y menos aún cuando esa carne era rusa. La gente del norte no sabía alimentarse bien, y pese a su robustez a ese ministro le faltaban varios kilos para dejar de ser el palo de una escoba. Con meticuloso cuidado, cogí uno de los apéndices entre mis dedos elevándolo hasta la altura de los ojos. Un corte limpio; aquel pobre hombre sin pulgar nunca podría volver a sujetar con firmeza una botella de vodka. Ni un lápiz, puestos a excluir. Soltando de nuevo aquel amasijo de carne en el pequeño cofre, me alejé del calor de las llamas de la chimenea y me aproximé con la sutileza de un suspiro hasta nuestro cautivo. Había escuchado sus enfrentamientos con cada uno de mis familiares, y la escena era similar a la de un grupo de chacales acechando a su presa, vigilando al allegado para ser más rápido que él. Los Triviani estábamos deseando hacernos con ese pedazo de carne y divertirnos con ella. Mi interés en aquellos temas era más bien vano, pero quizás pudiera echar una mano en aquel juego desequilibrando aún más a nuestro convicto. Al no haber oído mis pasos a sus espaldas, se estremeció cuando aparecí en su limitado campo visual. La penumbra era mi gran aliado, pocas cosas había en Ottery tan inquietantes como mi rostro marcado y desprovisto de luz. Sonreí mordazmente, la salamandra curvándose en mi piel como una truculenta culebra. Sería interesante saber cuánto tiempo tardaría en darse cuenta de que era la gemela de aquella que le estaba succionando la vida lentamente. — No tiene por qué asustarse, camarada. Soy la más inofensiva de la manada — eché un vistazo sobre mi hombro, para comprobar que Dany no hubiera sacado ya algún utensilio de tortura. Aquel muchacho tenía algo en la sangre que le impedía tener buen trato con cualquier elemento viviente. Que estuviera perturbado lo hacía aún más digno de llevar el apellido Triviani. Desplazando a mi gemela, mi mano se aferró como una presa implacable a la base del cuello del hombre. Ignoré el sudor que recorría su piel, mezclado con la sangre derramada y la suciedad acumulada en todo el tiempo que llevaba cautivo. Si los soviéticos se enorgullecían por su dureza y su brutalidad, probablemente no fuera gracias a individuos como Petrov. Aquel saco de huesos grandes no duraría ni un solo asalto con cualquiera de la familia. Me costaba creer lo que decían los demás patriarcas, que ésa era la causa de tantas preocupaciones para la Mafia. Inhalé con fuerza, apreté mi agarre y le obligué a inclinar hacia atrás la barbilla. Las telarañas negras que habían ido apareciendo en la piel por el emponzoñamiento se desvanecieron suavemente, ahora que la matriarca Triviani no tenía sus despiadadas manos puestas sobre la víctima. Con un brillo sádico en mis ojos ahumados, ahora convertidos en astillas de plata resplandecientes, me giré hacia Alyssa con los labios rizados en una sonrisa. — Yo soy el perro loco de esta familia, debería ser yo quien lo aniquilara por un impulso desquiciado — sería hartamente improbable que disfrutara durante el proceso; el ministro ruso estaba resultando ser un completo aburrimiento para nuestros juegos —. Creo que estarás interesada en sacarle antes toda la información posible. Luego puedes convertirlo en un asqueroso cadáver y llamar a Chuck para que lo recoja. Y tú — mi dedo apuntó hacia mi hija —, más te vale que este secuestro merezca la pena, porque empiezo a sentirme decepcionada — golpeé la frente del ruso con mi dedo derecho, el rostro transformado en una mueca de desprecio. Los Triviani necesitaban un oponente digno.
  9. Los restos del papel que sostenía entre mis dedos se volatilizaron debido al calor que emanaba de mi piel. Había convertido el pergamino en cenizas negruzcas que desaparecieron en el oscuro suelo de la habitación, sujetas al capricho de las corrientes de aire. Soplé los últimos vestigios de la misiva de mis yemas, con la tranquilidad y parsimonia con la que un capullo florece en primavera. Pero pese a mi rictus inexpresivo y el acerado brillo de mis ojos plateados, por dentro sentía surgir una vorágine de sentimientos encontrados. Un sonido estrangulado ascendió por mi garganta hasta brotar como un sencillo gruñido, expresión de la inquietud que hervía en mí. El sencillo mensaje de mi hija, si hubiera sido cierto, me habría helado de preocupación, pero… —Tú estás aquí, pequeña bestia — su pelaje rosa absorbió mi caricia y sus pintorescos ojos siguieron el movimiento de mi cuerpo. Apocalipsis era demasiado inteligente, demasiado perspicaz, una aberración de la naturaleza que por designios del destino había decidido que yo fuera su compañera. Y no le importaba ni lo más mínimo lo que estuviera cruzando en ese instante por mi cabeza —. Eso quiere decir que está tramando algo. Me necesita para alguna maldita cosa y no es capaz de pedírmelo directamente — el movimiento fue tan irracional y brusco que me sorprendí a mí misma por la rabia descargada en aquel golpe contra la mesa. El tablero había quedado reducido a cuatro trozos disparejos y astillados. Poco se podría recuperar del escritorio, y sabía que Chuck se lamentaría por la pérdida de otro objeto de gran valor. "Era madera de teca oscura, un lujo", diría entre sollozos. Cerré los párpados y fruncí los labios, un dolor agudo latiendo de nuevo detrás de mis globos oculares me estaba dificultando la tarea de pensar con claridad. Mi voluble temperamento se veía crispado siempre que aquella ladronzuela de ojos grises regresaba esporádicamente. Me desquiciaba. Como un gato frente a un baño de agua. — No tengo más opción que ir, ¿verdad? — era bastante patético buscar orientación maternal en un conejo rosa, pero pocas personas en el mundo podrían desempeñar el rol de madre de manera tan desastrosa como yo. Era una espina clavada en mi conciencia que tardaría muchos años en salir. Por el momento sólo podía seguir el juego que Candela se traía entre manos. Salí de la torre a donde habían sido retirados mis dominios en el Castillo Triviani, un aislamiento que tenía más por objetivo mantener segura a la familia que ofrecerme paz y tranquilidad. Descendiendo por las marmóreas escalinatas, las decenas de escalones me parecieron millares, como si un truco de magia consiguiera que me mantuviera siempre lejos del final para nunca llegar a mi destino. Quizás fuera el intenso dolor de cabeza que me acechaba como un ave rapaz, o simplemente era una manifestación del poco valor que tenía para enfrentarme a mi hija. Su distanciamiento, su radical cambio, sólo conseguían enfurecerme. Pese a los años vividos, Aland Black Triviani seguiría teniendo el alma de una cría de seis años. Mi paso aminoró a medida que me aproximaba a las pesadas puertas de madera. No había necesidad de atravesar la entrada a la mazmorra para saber a qué tendría que enfrentarme. En la Triviani, especialmente entre los cuatro miembros más notorios de la familia, teníamos la peculiar cualidad de percibir la presencia de los demás a un nivel extremadamente molesto. La sangre tenía demasiado peso en nuestras vidas. Y por ello, mucho antes de recibir la insidiosa carta, había sido consciente de la llegada de Candela y de que Alyssa había ido a su encuentro, probablemente no con la mejor de las intenciones. La salamandra que me cruzaba el mentón había parecido un hierro candente lacerando la piel de mi rostro, una silenciosa alerta de que se avecinaba otro problemático episodio. Los Triviani bien podrían presumir de ser los más problemáticos e irreverentes de todo Ottery. — ¿Qué elucubra tu maquiavélica cabeza, Candela? Estoy segura de que falta un miembro más en esta bonita reunión, y que nos traes más problemas de los que mi delicada — tosí levemente, mis labios rizados en una peculiar mueca — constitución puede soportar — la Zíngara era una taimada alimaña, y quién mejor que su madre para ser testigo de ello —. Explica a qué viene tanto teatro antes de que te arranque los pelos por haberme enviado una nota falsa sobre Apocalipsis — chasqueé la lengua, impaciente, al tiempo que mis mercúreos iris se clavaban sobre Alyssa como una amenaza. Si quería arrancarle la piel a Candela para su nuevo abrigo, tendría que esperar a que yo estuviera fuera de escena.
  10. Mis dedos aún estaban aferrados al perlado cabello de Danyellus, en un afán de dejarlo calvo para el resto de su vida, cuando la última matriarca de la familia se dignó a aparecer acompañada de su actual amante. No presté ninguna atención a Alyssa, sólo enumeraba mentalmente las posibles formas de inflingir un profundo daño a mi sobrino sin tener que desfigurarlo. Al menos tendría la deferencia de mantener ese bonito rostro. Lo que no esperaba fue el violento movimiento de éste, que, con la vista clavada en el mortífago desconocido, decidió utilizarme como proyectil y me lanzó contra Alyssa. Unos hábiles reflejos adquiridos a lo largo de mis años por Escocia consiguieron salvarnos a ambas pelirrojas de un choque que nos habría perjudicado gravemente. Me sostuve sobre un pie, intentando mantener el equilibrio a duras penas sobre aquel tembloroso suelo que no dejaba de sacudirse debido a las continuas explosiones. — No sé dónde te lo encontraste, es una bestia salvaje — mascullé, dirigiendo una penetrante mirada a mi gemela al referirme a su vástago. Sacudí mi blusa, cubierta de pequeñas trazas de escombros —. Presiento que hoy nos vamos a divertir mucho — mis ojos se iluminaron, esta vez de entusiasmo, al ver la reacción de mi hija. No sentí pena alguna por el muchacho moreno cuando la daga lo atravesó dos veces. Su constitución parecía lo suficientemente sólida como para soportar las cuchilladas de Candela, aunque se había puesto bastante pálido por la abrupta pérdida de sangre. Con dos pasos llegué hasta a él y mi mano se cerró como una cruel presa en su garganta. Sin dejar de apretar el agarre, giré su rostro hacia el mío, hasta que nuestros ojos plateados se encontraron. Al instante, mis labios comenzaron a rizarse en una sonrisa lupina, aquella que solía usar para atemorizar a los más débiles. — Tienes valor para pisar terreno Triviani siendo un Malfoy — presioné estrangulando aún más su cuello; la diversión impregnaba aquellas palabras pese a la dureza de mi voz y mis actos —. Ojalá pudiera desollarte vivo y enviar tu pellejo a la "élite de Ottery" — escupí las palabras, soltando al joven y empujándolo hacia donde se encontraba mi sobrino preferido—, pero le cederé esa tarea a Danyellus. Ahora tengo una hija a la que perseguir — si mis suposiciones eran correctas, Alyssa desearía venganza. Todo había ocurrido demasiado deprisa, y quizás tanto mi gemela como su hijo no habían tenido tiempo suficiente para reaccionar por el imprevisible ataque de Candela. Aproveché la confusión de ambos para escapar de las mazmorras, que parecían estar viniéndose abajo por el aluvión de explosiones a las que se habían visto sometidas. A medida que cruzaba el castillo en dirección a la cocina, una decena de Chucks me asaltaron acongojados por la posibilidad de que el castillo se derruyera. Los empujé fuera de mi camino sin miramientos, irritada por sus quejosos lamentos. — Esto es tremendamente divertido — exhalé, empujando las puertas de la cocina —. Espero que esto no sea para mí — esquivé los cuchillos sostenidos en el aire, evaluando cautelosamente aquellas puntiagudas armas Candela se ocultaba tras la puerta, su cuerpo en tensión. Había llegado a la misma conclusión que yo, e inteligentemente esperaba la visita de una furiosa Alyssa. La examiné a conciencia al tiempo que ella me contemplaba impertérrita. Lo único que había heredado de mí era la mirada, y me seguía pareciendo inconcebible haber dado a luz a una bruja tan pequeña e indómita. Siseé, decidiendo que ella estaba plenamente capacitada para defenderse de cualquier asalto. — Voy a comer pollo — me di la vuelta, permitiendo que se las apañara sola. Mis ojos como el mercurio se posaron sobre el cadáver del Chuck, con su rostro cubierto de sangre y la causa de su muerte clavada profundamente entre ceja y ceja. Chasqueé la lengua, lamentando la pérdida de uno de los mejores cocineros de la Triviani, y rodeé el cuerpo menudo para dirigirme a la despensa. Allí siempre había algún plato de pollo asado preparado para los habituales ataques de hambre que me asaltaban a diario.
  11. Me encogí de hombros, indiferente, ante la petición de Erath. Habría resultado más fácil enviar a uno de los Chucks como guía de la joven empleada, pero en esos instantes la búsqueda de un supuesto fantasma era lo más interesante que me había ofrecido el destino aquel día. Tiré de uno de mis mechones pelirrojos, moviendo la cabeza al tiempo que comenzaba a caminar. — Por aquí s... — un estruendo no me permitió terminar la frase. Una explosión que hizo temblar hasta los cimientos del castillo resonó por las altas paredes del vestíbulo; tropecé y dejé caer bruscamente a Apocalipsis. Por un momento contemplé con pavor la vibración de las enormes cristaleras de la Triviani, que parecían estar a punto de quebrarse por la sacudida. Recuperada de la primera impresión, que me había dejado sin aliento, fijé toda mi atención en el conejo rosa que se arrastraba penosamente a mis pies como si de un minusválido se tratara. — ¡Apocalipsis! — chillé, acongojada. No parecía que mi mascota hubiera tenido un buen aterrizaje, y una de sus patas traseras estaba flexionada de tal modo que no tuviera que soportar ningún peso. Me agaché y frenéticamente comencé a palpar su suave pelaje rosa, presionando en ciertas articulaciones para averiguar si se había roto algún hueso. Me sorprendió el lastimero gemido que soltó, seguido de una pequeña convulsión. Sus ojos verdes brillaban vidriosos, reflejando el angustioso dolor que padecía. Me mordí el labio, clavando los colmillos en mi propia piel, la rabia bullendo de forma creciente. — ¡TÚ! — apunté hacia el Chuck más cercano; por la expresión de éste parecía que lo estuviera señalando con una guadaña y no con mi dedo —. Prepara un caldero con aceite hirviendo, esta noche cenaremos Gatto frito. Yo me encargo de despellejarlo — olvidando a Erath y a Apocalipsis, me incorporé y enfilé hacia las mazmorras. Sabía que había sido Danyellus el causante de aquel estrago. Llevaba sintiendo la presencia de mi sobrino y mi única hija sanguínea desde el primer momento en que había pisado los terrenos Triviani. Nunca me había inmiscuido en sus asuntos personales, pues entender aquella escabrosa relación sólo me podía producir dolor de cabeza. Sin embargo, ahora se trataba de un asunto más personal; nadie hería a Apocalipsis sin enfrentarse a mi ira. Y, por qué negarlo, era la excusa perfecta para perseguir al endemoniado Dany y comenzar otra de nuestras famosas guerras familiares. Como una furia indómita, crucé todo el vestíbulo a paso ligero, empuñando mi varita con tal fuerza que mis nudillos comenzaron a palidecer. Apunté hacia la puerta que daba paso al descenso hacia las mazmorras y ésta voló por los aires con un chasquido, convirtiéndose en una caótica explosión de astillas. Mis ojos grises se detuvieron un segundo en la figura que pude apreciar a través de una de las ventanas. Alyssa se aproximaba por los jardines exteriores al edificio principal, acompañada de un desconocido que ni me interesé en identificar. — ¡Tengo intención de dejarte sin descendencia, Aly! — grité, mi voz atravesando la gran distancia que nos separaba —. ¡Mataré a esa cucaracha que tienes por hijo, y si es necesario haré caer hasta la última piedra de este castillo! — las últimas palabras se perdieron cuando me adentré en los cavernosos pasillos que conducían a las mazmorras. No quería admitirlo, pero sentía un pulso de adrenalina que hacía tiempo que no disfrutaba. Formar parte de la Triviani era un entretenimiento exquisito.
  12. — Fantasma... — repetí, inclinando la cabeza en un ángulo extraño. Mis cejas se alzaron, incrédulas. ¿Fantasmas en la Triviani? Allí no tolerábamos los espíritus. Al menos, cualquier familiar que me conociera lo suficiente sabía que yo no toleraría la presencia de uno de esos seres en los terrenos del castillo, pues sólo daban problemas. Y además a Apocalipsis le aterraban, por aquella desagradable textura que te acariciaba cada vez que los atravesabas. Gesticulé para expresar la grima que me producía el mero hecho de pensar en ellos. — ¿Fantasmas? — repetí, como una débil mental incapaz de hablar correctamente —. No sabía de la existencia de ningún espíritu en la Triviani. Tenemos varios cadáveres enterrados en el patio de la entrada, pero yo misma me ocupé de que no volvieran a andar por la tierra — me crucé de brazos. Mis ojos grises se clavaron en Chuck, quien se encogió hasta formar una escuálida sombra a varios metros de distancia. El elfo supuso correctamente que luego descargaría mi enfado sobre él. Volví a desviar mi atención hacia la joven cuya melena pelirroja la delataba como una Haughton, y me centré en su serena mirada azul. Debía estar deseando regresar a su oficina ministerial cuanto antes, así que en un arrebato de bondad decidí permitirle realizar su trabajo en lugar de continuar con mi molesto interrogatorio. Pobre desafortunada; no le había atendido precisamente la matriarca más solícita de la Triviani. — Puede echar un vistazo a nuestra morada. Si quiere, puede empezar por las mazmorras — le indiqué, apuntando con mi largo dedo hacia la izquierda —. ¿Quiere que le acompañe? — me ofrecí.
  13. Apocalipsis trotaba varios pasos por detrás de mí, incapaz de seguir mi ritmo. Se había transformado en una especie de croqueta con orejas después de que Chuck convirtiera los almuerzos del conejo en un festín digno de reyes. De tanto comer, a mi mascota ahora le resultaba imposible mover bien las articulaciones de sus patas. Escuché un resuello a mis espaldas, y a punto estuve de sentir compasión. — Estás muy gordo — comenté, mi voz destilando rencor con cada palabra —. Eso te pasa por arrasar con la despensa de la Triviani. Llevo varias semanas sin que Chuck me prepare un plato decente. Ese asqueroso elfo... — apreté la mano en un puño, mis nudillos crujiendo. Los dos atravesamos el inmenso jardín, paseando junto al estanque alargado que acompañaba a los visitantes por el trayecto de entrada hacia las puertas del castillo. Tiempo atrás allí había habido peces de colores, carpas que yo había criado con sumo cariño. Eso fue antes de que la mascota de algún miembro de la familia decidiera convertirlas en su aperitivo matutino. Chasqueé la lengua, agachándome para recoger al conejo, apiadándome de él. — A este ritmo nunca llegaremos — hundí mi nariz en el suave cuello de Apocalipsis —. Te llevaré en brazos, pequeño monstruo. Juntos llegamos a las escaleras de la Triviani y, tras un gran esfuerzo por mi parte, cruzamos las puertas de vestíbulo. Podía captar el ligero aroma de un lechón asado y otros suculentos manjares, que llegaban hasta mí desde las cocinas donde los elfos estaban trabajando. Inicié mi marcha hacia aquella zona en particular del castillo, pero la presencia de una desconocida llamó mi atención. Mis cejas se unieron en un ceño, inquisitivas, cuando me aproximé a la joven bruja que hablaba con un elfo. Con un simple gesto de mi cabeza, Chuck enmudeció, hizo una reverencia y se apartó para permitirme a mí hacerme cargo del asunto que hubiera traído a aquella visitante a nuestras tierras. Soltando a Apocalipsis a mis pies, le ofrecí una mano enérgicamente a modo de saludo. Olía a vampiro por cada poro de su piel, y tras examinar sus rasgos obviamente europeos, decidí que no la había visto nunca antes. — Aland Black Triviani, matriarca de esta choza — solté abruptamente —. ¿Deseas algo? — incliné mi cabeza, extrañada.
  14. Vengo a hacer cambios en la ficha. Creo que he venido un mes y dos días después del último cambio, así que supongo que es legal xDDD He puesto códigos para alinear imagen con texto, así que cabe la posibilidad de que salgan mal u_u Si es así, no hay problema, ya me encargaré el siguiente mes de arreglarlo y hacerlo bien. *deja galletas al próximo que venga* Graciaaaas e_e Raza: Demonio. Aspecto Físico: http://i46.tinypic.com/2j1rhud.jpg Es una joven extremadamente alta (1,85m), pero que conserva una figura atlética y ágil, nada voluptuosa. Pese a no aparentarlo, posee gran fuerza y rapidez de movimiento, adquiridos en sus días por tierras escocesas. No le preocupa mucho su aspecto físico, por lo que suele vestir ropa cómoda: pantalones y blusas de colores neutros y apagados, que la hacen parecer aún más alta. El rasgo más característico de Aland es su larga melena ondulada de color borgoña, que le llega hasta la cintura. Su rostro tiene rasgos afilados, sin dejar de ser suaves, que le dan un aspecto infantil y serio al mismo tiempo. No es una persona muy cruel o fría, aunque su faz siempre expresa dureza y tenacidad, un reflejo de su determinación. Tiene los ojos de un gris mercurio que cambia de tonalidad según su humor, acompañados por unos labios carnosos y amplios que ocultan un par de colmillos, capaces de retraerse a voluntad. En su cuello se puede observar el tatuaje negro de una salamandra que le sube desde la parte posterior hasta casi la mandíbula por el lado izquierdo. A pesar de conocer hechizos que lo disimulan, le gusta mantenerlo visible. Es una marca que pone de manifiesto su pacto demoníaco, así que cuando se "transforma", el tatuaje adquiere un tono rojizo incandescente, mientras que sus ojos plateados se tornan del color de la sangre. El tatuaje de La Marca Tenebrosa lo mantiene en su brazo izquierdo, con la serpiente ocupando gran parte del hombro. De ese modo, es más sencillo ocultarlo con ropa. Posee varias cicatrices por todo su cuerpo, ninguna de la que tenga que avergonzarse, y todas en zonas que quedan fuera de la vista al quedar cubiertas por sus prendas de vestir. Cualidades Psicológicas: Destaca por su astucia, su impulsividad y su intenso carácter, características algo incongruentes con la primera impresión de seriedad que produce en los desconocidos. A lo largo de su vida ha sabido adoptar una actitud camaleónica, moldeándose a las distintas situaciones según lo requerido. Sin embargo, mantiene como prioridad ser fiel a las personas más cercanas a ella; su lealtad es absolutamente inquebrantable. A pesar de ello, hasta sus seres más queridos han tenido que soportar sus cambios de humor repentinos, normalmente causados por la falta de alimento. Sufre de una ligera neurosis, y durante sus crisis histéricas puede llegar incluso a mantener conversaciones consigo misma. Estos brotes de demencia suelen darse cuando llega hasta extremos niveles de furia, y desembocan en un comportamiento, bien infantil, bien destructivo. Aun así, por lo general, es fácil tratar con ella, ya que siempre se la puede sobornar con un poco de comida. Su atención por cosas determinadas es efímera; su intranquila personalidad le impide mantenerse concentrada en algo durante mucho tiempo. Es por ello que pierde el interés fácilmente por todo lo que le rodea, actuando impulsivamente. Sus actos raramente parecen tener lógica, aunque es bastante competente cuando se propone hacer algo. La determinación y tenacidad de su espíritu es algo de lo cual se siente orgullosa. Historia: Nacimiento y primeros años. Alyssa Nació el último día de Octubre, también conocido como la Víspera de Todos lo Santos. Fruto de una relación esporádica entre la noble Diana Triviani (*) y Orión Black, Aland, se crió en la ciudad de Venecia durante sus primeros años, en un nido familiar donde la fidelidad a La Marca erra una ley absoluta. Es por ello que desde muy pequeña vivió sumergida en el mundo mortífago. Lamentablemente, durante los primeros años de su vida, no tuvo noticias de su padre biológico, debido a que Diana decidió mentirle acerca de la identidad de éste, haciéndola creer que era hija de Marco Triviani (*), un intrépido marino que viajaba por el mundo. Su nacimiento coincidió con el de su prima hermana, Alyssa Black Triviani, hija de la gemela de su madre. Fue una sorpresa que ambas, además de nacer en el mismo día, resultaran ser exactamente iguales. El único rasgo mediante el cual podían diferenciarlas eran sus ojos (los de ella plateados, y los de Alyssa azules); de hecho, presentaban carácter y conducta similares. Tanto, que la gente olvidaba su original parentesco y las trataba como a gemelas. Por ello vivió en la mansión Triviani con la única compañía de su madre y Alyssa, quien se convirtió en su mejor amiga y alma gemela, creando un vínculo psíquico y sentimental entre ambas que superaba el de la sangre. Nadie se sorprendió cuando comenzaron a mostrar signos de lo que parecía comunicación mental. Escocia. Marco Triviani Cuando cumplió los 9 años, su madre decidió enviarla un tiempo a una aldea escondida en lo más recóndito de las Tierras Altas escocesas, a un clan en el que sólo había magos pero aún mantenían las costumbres de los highlanders de siglos pasados. El laird de los McAllister - así se llamaba el clan - la acogió como a una hija, dispuesto a enseñarle los misterios de la magia arcaica que en su familia nunca podría descubrir. Envuelta en aquella cultura celta y bajo la tutela de Alasdair, aprendió lo importante que era el vínculo con sus seres más queridos, a amar la naturaleza, respetarla y usarla en su beneficio. Además, el viejo druida Lachlan McAllister la introdujo en el mundo de las hierbas medicinales, las pociones y los venenos, fascinándola por su variedad y complejidad. Fue en aquellos años, rodeada de gente que apreciaba y que nunca olvidaría, cuando maduró como persona. Pese a su disconformidad, tuvo que regresar a Italia al cumplir los 11 años. Debido a un vuelco del destino, descubrió por su cuenta quién era realmente Marco Triviani: se trataba de un tío lejano de la familia, que no compartía ningún lazo de sangre con ella. Furiosa como nunca antes había estado por haber sido engañada con la identidad de su propio padre, Aland perdió los estribos de su indómito carácter y fue en ese instante se tornó en una persona histriónica y neurótica, más explosiva y violenta que anteriormente. En un principio, perdió la cordura varios meses, hasta que logró habituarse a su nuevo mental. La gente dejó de extrañarse que hablara sola o dijera frases que nadie entendía. Academia de M&H. Orión Black A lo largo de su infancia, Aland fue testigo de cómo el imperio de los Triviani en la península Italiana era víctima de los ataques de otras familias que competían por la hegemonía del país y la región veneciana. Fue ése el motivo que impulsó a las gemelas Isabella(*) y Diana(*), madres de Alyssa y Aland, a entablar relaciones con la familia Black, que ostentaba una posición de notable importancia en la sociedad inglesa. Más tarde, ese mismo objetivo de unificar ambos linajes fue la causa de que la Triviani asentara raíces en el país británico. El mismo mes de su undécimo cumpleaños ingresó en la escuela de Magia y Hechicería junto a Alyssa. Desde ese momento, alternaron su nueva vida en Hogwarts con visitas muy salteadas a su residencia en Venecia durante las vacaciones. A lo largo de su estancia en la escuela, conoció a su padre biológico (Orión Black) de un modo fortuito. Al principio, la relación entre ambos estuvo cargada de tensión y enfrentamientos, pero el tiempo logró que ambos terminaran solucionando sus diferencias - lo cual no significaba que de vez en cuando se enzarzaran en alguna disputa. La Marca Tenebrosa Al terminar sus estudios y establecerse en la Black, Alyssa y Aland decidieron ponerse al servicio de La Marca Tenebrosa, esforzándose cada día para escalar puestos. Lo que la impulsaba a ella era su propia determinación y el hecho de que había vivido desde siempre rodeada por ideales mortífagos. De hecho, nunca le interesaron los asaltos a aurores ni las rencillas entre bandos, así como la pureza de sangre. Aun así, dedicó la mayor parte de su tiempo a convertir La Marca en la mayor potencia de Ottery. Antes de llegar al rango de Mago Oscuro, ambas gemelas fundaron una nueva rama de la Triviani, que pronto comenzó a crecer hasta alcanzar un sólido puesto entre las familias más destacadas de Gran Bretaña. Entre su ingreso a La Marca y su ascenso a Mago Oscuro cometió el error de dejarse seducir por un mago cuya identidad aún desconoce, y para su desgracia, al día siguiente amaneció con la desaparición del sujeto y con un futuro hijo en su vientre. Nueve meses más tarde, dio a luz a dos gemelas a las que llamó Austria Candela y Acquamarine. Sólo pudo criarlas durante un breve lapso de tiempo, ya que una noche ambas fueron raptadas sin dejar rastro, aunque se sospechó que fue obra de los aurores. Pacto con Artemisa. Candela Triviani. Muerte de Alyssa http://i.imgur.com/8igBYeD.png Resignada y frustrada tras meses de búsqueda, se embarcó junto a Alyssa en una misión mortífaga en la cual su vida dio un giro de ciento ochenta grados. Asesinadas y torturadas a manos de sus eternos enemigos de La Orden del Fénix por culpa de un desertor que las traicionó, lograron una dulce venganza gracias a un pacto con la diosa griega Artemisa. Convertidas en demonios, juraron proveer a la deidad de las almas de aquellos que morían a sus manos. Sus rostros quedaron marcados por unos tatuajes oscuros - el suyo, de una salamandra - que simbolizaban el numero de víctimas, y cada gota de sangre derramada se veía reflejada en sus ojos, convertidos en pozos de rojo escarlata intenso durante las batallas. Su transformación la dotó de nuevas facultades físicas: mayor resistencia y velocidad, mejor percepción de su entorno, mayor agudeza en la vista, oído y olfato, afilados colmillos que pueden ser replegados, una apariencia eternamente joven… Podía percibir las almas de los que la rodeaban, aunque se convirtió en algo tan molesto que prefirió cerrar su mente e ignorarlas. Aceptó esos cambios como un obsequio en un principio, y más tarde como una maldición. Señalada por siempre con aquel tratado, siguió perteneciendo a La Marca y sirviendo fielmente a sus líderes. La relación que había comenzado con el mortífago Cubias antes de aquel suceso se fue perdiendo con el tiempo. Su vida volvió a sacudirse cuando adoptó a una hija en la familia Black que respondía al nombre de Candela. Tras investigar y hablar con ella, descubrió que se trataba ni más ni menos que de su hija perdida años atrás. La trasladó al castillo Triviani, para tiempo después averiguar que ella también había sido salpicada por aquel sucio pacto, convirtiéndola en un demonio como su madre. Sus aspiraciones y motivaciones fueron desaparecieron poco a poco tras uno de los sucesos más traumáticos de su vida: el suicidio de Alyssa. Incapaz de seguir manteniendo aquella naturaleza demoníaca, su gemela había decidido quitarse la vida, desgarrando parte de la humanidad que quedaba en Aland. Destrozada, negándose a perder el vínculo más fuerte que había entablado en su vida con una persona, logró mantener el alma de Alyssa atrapado en su interior, como un etéreo recuerdo de la que fue su compañera del alma. A los pocos meses, exhausta por su trabajo en La Marca y en el Ministerio de Magia y aún dolida por lo sucedido, decidió desaparecer durante una temporada. Muchos la acusaron de desertora y traidora, pero la Tríada la mantuvo como Mago Oscuro durante dos años, tiempo tras el cual decidió regresar a suelo británico. Regreso de las gemelas Black Triviani. Actualidad El haber mantenido consigo misma el alma de Alyssa, y con ayuda de artes oscuras tiempo atrás olvidadas, consiguió devolver a la vida a su gemela. Alyssa Black Triviani "renació", pero ésta vez libre del infernal pacto demoníaco con Artemisa, únicamente con su naturaleza de vampiro. Sin embargo, pese a su regreso, Aland se mantuvo apartada de La Marca el tiempo suficiente como para que al volver todo hubiera cambiado drásticamente. La Tríada ahora estaba formada por nuevos líderes, uno de los cuales era la misma Alyssa. Recuperado su rango y las antiguas relaciones con otros mortífagos, Aland comenzó a labrarse un nuevo puesto dentro de las líneas mortífagas, para desestimar cualquier habladuría por parte de sus compañeros de bando, la mayoría desconocidos para ella. Solicitó un puesto en San Mungo, convirtiéndose en jefa de la Planta 4, dispuesta a retomar las riendas de su vida, ésta vez cerca de su familia.
  15. — ¿Sabes una cosa? — empujé con una mano la cabeza de Apocalipsis para molestarle, dando golpecitos detrás de sus orejas —. Si vivieras con muggles o con uno de esos magos esmirriados... estarías alimentándote de zanahorias. Como si me hubiera entendido - había veces que juraría que el animal podía comprender mi idioma -, alzó sus orejas y clavó sus ojos verdosos en mí. Su hocico había dejado de ser rosa para teñirse de un rojo intenso, por la sangre del pequeño cordero que le había dado esa misma mañana. Me gustaba salir a cazar de vez en cuando a uno de los frondosos bosques de Devonshire, para traer algo que Apocalipsis considerara digno de su dieta. Normalmente mi botín consistía en ardillas o mamíferos de pequeño tamaño. También me divertía persiguiendo al ganado de algunos granjeros que descubrían que sus reses desaparecían misteriosamente durante el día. Una vez logré capturar una cabra, o al menos algo que se le parecía lo suficiente, con tanto pelo que Apocalipsis no pudo tragarse ni un solo bocado. Había devuelto al desaprovechado animal, ya destrozado, al mismo campo de donde la había recogido, desatando un espeluznante rumor entre los ganaderos de la zona, quienes afirmaban que una criatura similar al Chupacabras estaba causando estragos en la comarca. — Termina eso — le ordené, señalando al pobre cordero, que se había convertido en un amasijo de carne —. Me ha costado bastante conseguírtelo, Apocalipsis. El conejo movió rápidamente el hocico, agitando los bigotes, y se centró de inmediato en terminar su delicioso tentempié. Esperaba que nadie me encontrara, pues más de una vez había tenido que soportar el sermón de algún Triviani enfurecido por mis robos esporádicos. "Tienes que devolver a esa bestia", decían, refiriéndose a la ilegalidad de mi mascota, "es demasiado peligrosa para merodear por el castillo". Fruncí el ceño, disgustada, al recordarlo. — Vamos al lago — gruñí, poniéndome en pie —. Si nadie sale por los alrededores, quizás podamos nadar desnudos — le eché una ojeada a Apocalipsis, que me seguía trotando —. Aunque tú ya vas desnudo todo el día... — reflexioné. Tal vez un jersey gigante sería un buen regalo de cumpleaños para el conejo rosa.

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