El Callejón Diagon se preparaba para las celebraciones de Halloween. En todas partes, magos y brujas avanzaban por las calles de la ciudad, engalanados con sus mejores galas, dispuestos a acudir al Baile de Halloween. Los más ricos y prestigiosos magos de la comunidad hacían uso de sus carruajes más lujosos y los que no podían permitirse alquilar uno o bien no tenían uno propio, desfilaban por las avenidas en busca de los trasládores que el Ministerio había dispuesto para transportar a todo el mundo al lugar de la celebración. Algunos pocos, volaban en exóticas criaturas envueltos en abrigadas capas para resguardarse de la fria noche de otoño que se avecinaba.
Era una tarde nublada, como otras muchas tardes de otoño. Conforme el ocaso se acercaba, las nubes parecían bajar del firmamento y envolvían las calles con una tenue y húmeda capa de neblina. A pesar del frio y de la humedad, nada hacía presagiar lo que se escondía detrás de las alargadas sombras de la tarde.
Comenzó a avanzar, agazapada, sin que nadie se diera cuenta de su presencia. Y, de pronto, la leve capa húmeda que envolvía las calles se hizo más y más espesa hasta convertirse en una cerrada capa de niebla. La Niebla avanzaba, quizás Miss Ligeia girara con ella. Aquella Niebla era suya, su garra fiel, su arma más poderosa. Giró y giró en la tarde brumosa y avanzó por la calle atrapando a cuantos en ella estaban.
Y siguió girando, adquiriendo las más extrañas formas con cada uno de sus giros. Al llegar a las verjas de El Hipogrifo Asustado, no le costó trabajo deslizarse entre sus barrotes de hierro y avanzar por los jardines hacia las ventanas y balcones. Penetró por ellas.
Nada pudieron hacer sus habitantes cuando la Niebla tomó la forma de, irónicamente, un hipofrigo con los ojos sangrantes y atacó con ella.
Miss Ligeia reía en la distancia. Alguien más la haría compañía aquella noche en el Castillo de Tantallon, aquel reservado para los muertos. Quien fuera el próximo fantasma, eso sólo la Niebla lo sabía. Al menos de momento. Con un poco de suerte, serían varios los miembros de aquel negocio que acabarían convertidos en fantasmas. ¡Llevaba tanto tiempo sola! ¡Por fin tendría compañía en Tantallon!
Quizás, cuando los otros fueran llevados por la Niebla a su otro castillo, el de Hampton, las bestias que allí había dejado acabaran también con ellos. Sería un placer tener tanta compañía, para endulzar su eterna soledad, porque más allá de la tumba, los muertos se quedan solos y las lágrimas de los vivos tan solo duran lo que la Niebla tarda en matar.
¡Venganza! Esta era su hora, la hora de Miss Ligeia y de su Niebla fatal.
Un grito fantasmal se oyó en El Hipogrifo Asustado cuando la Niebla se replegó y avanzó hacia el siguiente negocio. Muy pronto sabrían quiénes habían sido atrapados por ella.