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Castillo Gaunt • (MM B: 102403)


Anne Gaunt M.
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Mientras caminaba hacia las escaleras, para subirlas y dirigirme a mi cuarto, pude escuchar lo último que él dijo sobre los adolescentes consentidos, me detuve y le dije desde el primer escalón: — ¡No es así! — Tomé aire y continué — ¡Nunca te he pedido nada! — Y continué subiendo las escaleras a mi habitación. Se iban apagando las voces de conversación entre Anne y mi padre; algo de hacer una fiesta resonaba pero seguí con mi marcha y no le presté atención. — Ya que él no me deja participar no tengo porque ayudar — Me dije a mi mismo cuando una niebla blanca apareció frente a mí y, tiempo seguido, se materializó un elfo doméstico.

 

Era Sput, el elfo de mi padre. Lo miré y sentencié: — ¿Qué necesitas? , ¿Para qué te manda mi padre? — le dije con un tono de rabia y lo miré con mis ojos de vampiro. — Joven — dijo el elfo con tono sereno y paciente, y prosiguió — Su padre me envía para que me pida lo que necesite — dijo y le dirigí mi mirada y él bajó la suya, — Está bien, si necesito algo te llamaré. Puedes retirarte — paso seguido el elfo hizo una reverencia y desapareció de enfrente mío. Seguí hasta llegar a mi habitación, entré en ella y me tiré a mi cama, Sin poder ya percibir lo que hablaban seis pisos más abajo.

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Su curiosidad fue saciada al instante. Los ojos grises de la Haughton se abrieron de par en par mientras miraba a uno y a otro alternativamente. ¿¡Santos era el padre de Emmet?! Eso significaba que... no, no podía ser. La licántropa notaba la boca seca y se sentía incapaz de pronunciar palabra, hasta tal punto que vio cómo ambos hombres mantenían una breve charla que acabó finalmente con la salida de Emmet de la sala, visiblemente enojado cuando su padre le había mandado a cazar para después comentarle a la Mago Oscuro que aún tenían cuestiones que poner al día respecto a la familia. Parecía que Graham había dejado bastante trabajo a sus hijos antes de morir...

 

Hasta pronto, Emmet... —murmuró, incapaz de decir nada más. El vampiro tampoco era responsable de aquello pero Santos... a Santos sí tenía que decírselo de alguna forma—. Disculpa que te cambie el tema pero... ¿eres consciente de lo que significa el hecho de que tú seas mi hermano y... él también, además de tu hijo? ¡Es mi hermano y mi sobrino a la vez! —exclamó, cuando notó que la puerta de la sala de estar se había cerrado, indicando que Emmet ya no escucharía aquella conversación. Sintió que el bebé volvía a removerse dentro de su vientre y aspiró aire hasta sentir llenos completamente los pulmones. Tenía que relajarse... no podía perder los nervios con tanta facilidad. Soltó todo el aire que había tomado y miró al patriarca Gaunt, torciendo ligeramente la cabeza—. En fin, tampoco sé de qué me extraño... hasta hace unos meses tú y yo no sabíamos que éramos hermanos, así que no tenías forma de saber Evarela era mi madre... mejor dejemos el tema estar... aunque, sinceramente, ahora no sé qué trato he de darle a Emmet, si como hermano o como sobrino —añadió, exponiendo en voz alta la duda que llevaba un rato girando en su cabeza.

 

Guardó silencio de nuevo, a la vez que se frotaba con nerviosismo la frente. ¡Menudos líos familiares existían en el mundo mágico! No era la primera vez que había visto una relación de aquel tipo, aunque sí la primera vez que le sucedía a ella misma. Aunque no podía olvidar aquel detalle de dos de sus hermanos, que acabaron saliendo juntos... Tosió con fuerza con la intención de alejar aquellos pensamientos de su mente. No era el momento de detenerse en esos detalles.

 

En fin, a lo que íbamos. Tienes razón, había olvidado que aún tenemos que ir al Dpto. de Control de Criaturas Mágicas. Necesitamos algunos elfos para el castillo... o a mi elfina le dará un infarto cualquier día de estos, es demasiado vaga como para encargarse de tantas estancias —apuntó, aguantándose las ganas de reir ante el recuerdo de Terracota protestando cuando vio lo enorme que era el nuevo hogar de su ama—. Así que... ¿vamos juntos? Eso me recuerda que también sería conveniente contratar servicios anti-aparición para evitarnos visitas no deseadas... y, de paso, algún servicio de la red flú. Aunque para eso tendremos que ver de cuánto dinero disponemos... creo que nuestro padre dilapidó su fortuna de mala manera, así que probablemente nos toque esperar a reunir suficientes galeones para ello —añadió, torciendo el gesto. Se puso en pie e hizo un gesto con la cabeza, invitando a su hermano a seguirla—. ¿Vamos?

 

De repente, un fuerte golpe resonó en la parte alta del castillo, concretamente en la séptima planta... aunque los patriarcas no podían estar seguros de la localización exacta. ¿Qué había sido eso? La mortífaga estiró la espalda y sintió que los músculos de su cuerpo se tensaban, a la vez que había desenvainado su varita a una velocidad vertiginosa. Giró la cabeza hacia Santos, sin saber muy bien qué pensar de aquello.

 

Santos... ¿lo has oído? Es como si alguien hubiese tirado algún mueble en los pisos superiores del castillo... no tendremos fantasmas, ¿no? —preguntó, no muy segura de qué secretos tendría el castillo aún ocultos y, peor aún, si le gustarían a medida que los fuese descubriendo.

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El grado de perplejidad de su hermana era alto, tanto que su rostro no expresaba otra cosa que no fuese confusión. Al cierre de la puerta, de la estancia en donde se hallaban, Anne desahogo su pensar respecto a la situación que de una u otra forma a ella también se le veía involucrada. Santos habló —entiendo que sea difícil de entender, pero, Evarela y yo... ya sabes— admitió, con una sonrisita llena de rubor, dándole la espalda a la bruja y llevando ambas manos a su cabeza, sin nada más que decir. En seguida, notó el ligero malestar de la castaña, el demonio volteó con inmediación y se acercó, se colocó en cuclillas cerca de la chica —debes tranquilizarte linda, tómalo con calma— colocó una mano sobre su vientre y la otra detrás de su espalda en señal de afecto y comprensión —que niño tan inquieto— sonrió mirando a la Hauhgton. Y respecto a Emmet, deberás tratarlo como mejor te sientas— anexó poniéndose en pie.

 

La onda de silencio que inundó la sala, sirvió de meditación para ambos hechiceros. Ciertamente, los lazos familiares en el mundo mágico eran difíciles de entender, pero incluso la familia de la que ahora ellos estaban a cargo, había logrado salir adelante gracias al incesto del que fueron participes sus antecesores.

 

Si, tenía pensado ir mañana mismo por la mañana al Ministerio, a resolver unos asuntos pendientes y puedes alcanzarme allá— contesto paseándose por el lugar con las manos atrás. No nos podemos quedar estancados, si dinero es el que necesitamos, tendremos que hallar la forma conseguirlo, así yo me tenga que partir el lomo trabajando, estoy dispuesto a colaborar—. Se detuvo y permaneció inmóvil creyendo haber escuchado algo anormal <<deben ser los tranquilizantes>> pensó.

 

Te sigo— respondió y se dirigió hasta donde Anne, para ayudarla a ponerse en pie, con caballerosidad ofreció su brazo como apoyo para juntos caminar. En su andar por los corredores de la planta baja, un ruido descomunal rasgo el silencio y la calma del castillo. Por la amplitud del sonido y el sitio en el que se encontraban, era muy probable que el fenómeno proviniera desde lo más alto del edificio. Si hace un rato lo escuché también, será mejor que vaya a echar un vistazo, no vaya a ser algo pero que un fantasma—.

 

La verdad es que no había tratado antes con una mujer embarazada tan allegada, pero si algo sabía es que no podía realizar esfuerzos en gran magnitud —Preferiría que te quedes aquí, alertaré a Emmet y bajo en seguida a avisarte— mirando a los ojos a la mujer-lobo, materializó su varita y con un desplazamiento acelerado se subió las escaleras principales.

 

Una ves que llegó a la sexta planta, se dirigió a la habitación de su hijo quien al parecer estaba igual de confundido que Anne y el propio demonio —Emmet, ¿escuchaste...algo?— sus palabras fueron interrumpidas pasos que provenían la misma trayectoria que él tomó por llegar hasta ahí, era su hermana —que testaruda Anne— entendía a la perfección que de los presentes ella era la de más experiencia y mejores dotes con la varita, pero no se perdonaría nunca si algo lle llegase a pasar a ella o al sobrino que cargaba en su seno.

Editado por Santos Malfoy

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¡Cuántas cosas para ordenar! — exclamé al entrar a mi habitación. Miré a mí alrededor y me dirigí a la ventana para abrirla, para que entrara aire y ventilara toda la habitación. Tenía algunas cosas que acomodar en mi biblioteca, ropero y escritorio. Comencé a abrir mi valija y sacar mi ropa. Parecía un robot, iba de aquí para allá doblando y guardando prendas por el ropero y los cajones.

 

Una brisa fresca entraba por mi ventana y recorría todo el espacio de mi habitación. Podía sentir el aroma de los humanos; provenían del pueblo contiguo al Castillo. Mi sed de sangre volvía a renacer luego de la caza de la semana pasada. La brisa era más pesada y más rápida, produciendo un remolino de aroma delicioso. — Esta noche saldré a cazar — me dije a mi mismo mientras terminaba de ordenar mis cosas, continuando por lo libros de la biblioteca.

 

Un golpe bastante audible, y más para mí teniendo el sentido tan desarrollado, provino del piso continuo al mío, el séptimo. Pareciera como si algo pesado, un mueble o algo así, se hubiese caído de sopetón al suelo. Lo primero que llegó a mi cabeza fue que estaba atacando al castillo pero no creía que fuera eso porque ya estaría volando rayos por todos lados. Me quedé estático un rato para ver si podía volver a escuchar algo luego del golpe. Si era un ladrón o un intruso la pasaría muy mal por meterse con mi familia; pero no escuché nada salvo la voz de mi padre del otro lado de la puerta preguntándome si había escuchado algo.

 

Me dirigí a la puerta, con varita en mano, sin contestar y la abrí. Estaban Anne y mi padre del otro lado, ambos con la varita en la mano. Giré mi mirada a ambos — ¿Que ha sido ese ruido? — le dije y ambos se miraron. — Alguien parece que ha entrado al castillo o algo pesado se ha caído— continué sin dejarlos hablar. Salí al pasillo con ellos y cerré la puerta de mi cuarto detrás de mí.

 

Me posé en el barandal de la escalera y le dije: — Si es un ladrón, ¿me lo pueden dejar a mí? — los miro serio para que no lo entiendan como un chiste. — Tengo mucha sed y antes de ir al pueblo, prefiero que haya caído algo aquí en la casa — los miré fijamente con mis ojos azules esperando una respuesta. — Total, si es un ladrón o un intruso nadie lo buscará —. Me quedé apoyado en el barandal esperando a que tomaran una decisión.

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Wina, elfina personal de Mery Anne Haughton.

 

Con desesperación la pequeña elfina apareció en los jardines del castillo Gaunt donde la madre de su ama Mery debía de estar. Estaba totalmente nerviosa, sus diminutos pies tropezaban consigo mismos hacíendo que diera zancadas y alguna vez que otras cayera al suelo, aunque eso no impedía de que Wina llegara hasta la puerta del castillo. No supo si llamar o aparecerse dentro de este pero eligió la segunda opción sabiendo de que la señora Anne se enfadaria muchisimo con ella.

 

Comenzó a dar vueltas por el hall sin saber que hacer, por lo que se enctó en el suelo de este para esperar a ver su tenía la suerte de que Anne apareciera y la viera.

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Shave, elfo personal de Emmet Haughton Gaunt.

 

El pequeño elfo llegaba al Castillo Gaunt a servir a su nuevo amo, Emmet. Sus pequeñas piernas se cansaban de caminar el largo trecho hasta la entrada principal del castillo. Sus pequeñas manos, con dedos y uñas largas, se juntaban en su pecho por los nervios que sentía al conocer a su nuevo amo y por conocer al resto de los elfos que allí habían.

 

Luego de unos minutos, llegó a la puerta principal del Castillos e ingresó sin tocar. Sus ojos verdes se dirigieron a la inmensidad del hall del lugar. Se quedó allí esperando a que su amo apareciera para que le dijera que hacer o por dónde comenzar las tareas.

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Cuando ambos hermanos salieron al pasillo, la matriarca Gaunt alzó un pie para comenzar a subir la escalera: quería saber qué pasaba en el último piso de su castillo, ese ruido no había sido normal. Sin embargo, Santos manifestó que prefería que se quedase allí abajo por el embarazo, para evitar exponerse a cualquier problema o peligro que pudiese haber más arriba. La licántropa torció el gesto, pero se dijo a sí misma que no discutiría que el muchacho aquello.

 

Está bien, esperaré aquí. Ten cuidado, por favor —le dijo, guardando su varita lentamente y quedándose al pie de la escalinata, con gesto dócil. Vio cómo el Gaunt comenzaba a subir y su gesto torcido cambió para transformarse en una pequeña sonrisa. ¡Por supuesto que no iba a quedarse allí! Era la mayor de sus dos hermanos y no iba a permitir que les pasase absolutamente nada, a pesar de saber que ella no debía poner en riesgo al bebé que llevaba dentro. Cuando estuvo segura que de Santos no podía verla, comenzó a subir la escalinata detrás de él. Sacó su varita y siguió ascendiendo, con todos los sentidos alerta.

 

Santos se había detenido en el sexto piso, y eso mismo hizo ella, siguiendo los pasos de su hermano. Se encontró al patriarca hablando con su hijo Emmet, preguntándole si había sentido el golpe del piso superior. Tras esto, ambos hombres se percataron de la presencia de la Mago Oscuro, que mostró una sonrisa inocente tras haber desobedecido el consejo de su hermano.

 

Lo siento, pero no puedo quedarme al margen de la acción —comentó simplemente, guiñándole un ojo a ambos. Tras el comentario de Emmet, soltó una carcajada—. ¡Genial! Subamos y a ver qué nos encontramos... si es comestible, es todo tuyo, herman... esto, sobr... bueno, Emmet —añadió, un tanto dudosa aún por el trato que debía darle al chico. Recordó que éste no había estado presente en la anterior conversación que ella y Santos habían mantenido en el salón de estar de la planta baja. Lo mejor sería que, cuando todo se calmase, se sentara a charlar con el vampiro sobre aquel tema para aclararlo totalmente.

 

 

Terracota, elfina personal de Anne K. Haughton. Recibiendo a Wina, elfina de Mery.

 

Terracota seguía frotando los cuadros que había en una de las salas del tercer piso del castillo. Estaba harta de fregar, pero así lo había mandado su ama Anne... ¡y cualquiera se atrevería a desobedecerla! Aún recordaba el día que no había planchado bien su camisa, hacía meses, en el castillo Haughton... le dolió la espalda sólo al recordar el golpe que recibió en aquella ocasión. Secajo, sin embargo, nunca se llevaba palizas... él era bueno, obediente y ordenado, siempre detrás de la Haughton para hacer lo que la mujer quisiese... ¡qué elfo tan pelota!

 

Entonces escuchó algo inusual que sólo un oído tan fino como el de los elfos podía captar. Había alguien en el vestíbulo. Soltó el trapo del polvo que fuerza y desapareció con un chasquido para aparecer en el lugar donde había alguien más con gesto hosco, pensando en que no dudaría en echar a patadas al extraño. En lugar de un mago desconocido para ella, se encontró de frente con otra elfina, a la cual no conocía.

 

¿Y tú quién eres? ¿Qué haces aquí? —le preguntó con tono desagradable, mirándola de reojo.

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Tomé mi varita y la dejé a un costado de mí. — Hermanita no vuelvas a subir las escaleras — le advertí para que no le pase nada al bebé. Me acerqué a ella y, tocando su vientre, le dije — No quiero que le pase nada a mi sobrino o sobrina — rio al decir eso y mis ojos se tornan más azules de lo normal. La brisa que se colaba por debajo de la puerta de mi habitación trajo un aroma a carne humana fresca — Lo que ha entrado a la casa es comestible… — hago una pausa y sigo percibiendo —…y es humano — aclaro para terminar. Me quedo al lado de mi hermana y miro a mi papá — ¿Qué haremos? — le pregunto en primera instancia ya que siendo el patriarca de la familia debía seguir lo que él decía. — ¿Subimos y vemos que es? ó ¿tú vas en busca de lo que sea y me lo dejan a mi? — le termino de preguntar y se escuchan pasos provenientes del intruso en el piso de arriba.

 

Me quedé apoyado en el barandal de la escalera esperando las palabras de mi padre para poder proceder. Mis garras repercutían en el metal de la escalera percibiendo el olor delicioso que venía del intruso, mi boca se inundaba de saliva saboreando la sangre de aquél que acaba de entrar en la casa. — Lástima por él o ella — sonrío sarcásticamente — Nada ni nadie va a entrar a mi hogar con el propósito de robar o dañar a mi familia — miro a mi papá apretando con mi mano la baranda de la escalera y deformando un poco el hierro. Creo que me conocían lo suficiente como para saber cómo me comporto con respecto a esos temas. Mis colmillos se asomaban por encima de mi labio inferior listo para perforar y absorber sangre. Mi sed aumentaba a medida que el aroma se hacía más fuerte y el viento los traía a mi nariz.

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Mery Anne Haughton

 

Una vez recuperada de el ataque fenixiano la ojigris tenía un lugar pendiente donde ir de bastante importancia. Apareció a las afueras del castillo Gaunt donde seguramente su madre Anne debía de estar haciendo cualquier cosa que no se le ocurría a la chica.

 

Caminó con paso rápido hasta llegar a la puerta de entrada que se encontraba abierta. Sin pensarlo dos veces, empujó a esta entrando a la estancia. Para su sorpresa se encontró a dos elfinas hablando. Una de ellas le era muy familiar. Se acercó hasta ellas para comprobar que Wina se encontraba hablando con uno de los elfos de su madre.

 

- Wina, detrás mía, acompáñame a hablar con Anne -dijo con frialdad dándole un pequeño empujón en la cabeza a esta. Después miró a la otra con asco-. Y bien, ¿donde se encuentra la señora Haughton? -preguntó con el mismo tono de voz. Los elfos para la ojigris eran seres despreciables, sin contar a los tres que le servían a ella, al igual que los odefos y los muggles, aunque no podía hacer que desaparecieran del mapa.

 

 

Wina, elfina de Mery

 

La pequeña estaba muy desesperada pero ya no le quedaban fuerzas como para buscar por todas las habitaciones a la madre de su ama. Otro elfo apareció justo donde estaba la pequeña. Se quedó observándola con asco y mirada de superioridad para después ponerse de pie y colocar su ropa andrajosa.

 

- Soy Wina, elfina personal de la señorita Mery Anne Haughton, hija de Anne K. Haughton -dijo con tono orgulloso mirando a la otra elfina por encima del hombro-. Venia en busca de la señorita Anne para contarle una cosa que sucedió bastante importante, ¿donde se encuentra? -dijo para escuchar a alguien entrar por la puerta de entrada.

 

Se quedó mirando a la figura femenina que se alzaba ante ellas para comprobar que era su ama. Le hizo una pequeña reverencia para no llevarse así ningún regaño y se colocó detrás suya con la cabeza gacha siguiendo las ordenes de esta.

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Al notar la mano de Emmet en el vientre, la Haughton sintió cómo su bebé se removía agradeciendo la caricia. Sonrió levemente y apoyó también ella la mano allá donde se encontraba su hijo, que prometía ser bastante inquieto... tal y como había sido ella de pequeña y la mayoría de sus hijos. Tras esto, miró a su sobrino-hermano con cariño.

 

No te preocupes por mí, de veras. Aún me siento ágil para subir y bajar las escaleras... ya veremos de aquí a un par de meses. Y respecto a tu sobrino... tranquilo, que no le pasará nada —comentó, con una ligera incomodidad al pensar en las facultades que perdía por estar embarazada. Apartó aquello de su mente, no era momento de detenerse en semejantes ideas. Comenzó a subir las escaleras lentamente, olfateando con disimulo el aire para ver si captaba qué o quién era lo que había en el piso superior.

 

Al principio, su nariz captó el aroma de un ser humano. «¿Quién puede haber en el castillo?», pensó, incómoda. No había quedado nadie allí tras la muerte de Graham, su padre. Hasta los elfos domésticos se habían ido, liberados por los nuevos patriarcas de la familia. Sin embargo, conforme siguió avanzando, notó que aquella presencia no era humana... aunque quizá lo había sido mucho tiempo atrás. Cuando alcanzó el séptimo piso se detuvo y alzó la mano, mirando hacia los dos pasillos que se extendían a ambos lados de la escalera. Finalmente, señaló hacia la derecha.

 

Es por allí y... Emmet, siento decirte que lo que buscamos no es humano. ¡Creo que es un fantasma! —murmuró, dividida entre la curiosidad y la emoción.

 

 

 

Terracota, elfina personal de Anne K. Haughton.

 

Definitivamente aquella elfina le caía mal. Terracota la fulminó con la mirada, imaginando dentro de su cabecita cómo quedaría el marco de unos de aquellos cuadros gigantes de la tercera planta incrustados en la cabeza de la tal Wina. Tuvo que hacer de tripas corazón para no soltar una carcajada maléfica ante aquella idea, e iba a responderle de forma mordaz cuando vio que una figura femenina llegaba hasta donde las dos elfinas se encontraban. Los ojos castaños de la criatura se clavaron en ella: la conocía perfectamente. Y precisamente por eso, cuando la muchacha se presentó, esbozó una sonrisa burlona.

 

Uy, pero qué solicitada está hoy mi ama... —comentó, con sorna—. La señorita Gaunt se encuentra en el castillo aunque, para serles sincera, no tengo ni la menor idea de en qué parte —añadió, encogiéndose de hombros y recalcando con especial énfasis la palabra "Gaunt"—. Yo tengo bastante con limpiar toooodos los cuadros del tercer piso. ¡Ojalá y ardiesen todos cualquier día de estos!

 

Sí, ojalá y ardiesen. O, mejor aún... en cualquier despiste ella misma les prendería fuego. Una nueva carcajada amenazó con escapársele, por lo que se apretó la boca con las manitas. Se giró hacia las escaleras y comenzó a subir, recogiendo el trapo que había lanzado al bajar a abrir. Cuando ya casi había alcanzado el primer piso, se acordó de la mujer y la elfina de la entrada, y se giró con parsimonia.

 

Bueno, y ahora hablando más en serio... creo que la ama Anne se encuentra en los pisos superiores del castillo. Ella y sus hermanos andaban de aventureros, investigando qué son esos endemoniados golpes que no paran de sonar desde que llegamos a este enorme castillo —informó. Tras esto, continuó su camino ascendiendo hasta el tercero piso, donde los cuadros de los antiguos Gaunt seguían esperando su limpieza.

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