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Castillo de la familia Haughton (MM B: 84511)


Anne Gaunt M.
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Cuando aquel muchacho la saludó cordialmente pero sin ninguna presentación de por medio, supo inmediatamente que aunque su mente no le permitiera recordarlo, ya lo conocía. Estuvo aún más segura cuando le dijo que quería hacer un reportaje sobre su familia, aunque todo eso solo dejó en su cabeza una ola de dudas y cuestiones que, como siempre, nadie podría o querría responder.

Chasqueó la lengua y se mordió el labio, quedándose durante un par de segundos con la mirada puesta sobre la de él como si así quisiera darse una nueva oportunidad de saber quien era exactamente. Jank había mencionado algo de Egipto ¿Habían estado juntos en un lugar como aquel? O mejor dicho... ¿había estado ella en un lugar como ese? Se sorprendió a sí misma y repasó en su cabeza cualquier cosa que pudiera recordarle haber estado en el país mencionado, aunque como de costumbre no lo encontró. Finalmente suspiró.

- Lamento no poder ayudarle – en vista de que se conocían quizás podría tutearlo pero tampoco estaba segura de hacerlo-. Tuve... un accidente – al decirlo, cierto gesto de consternación se le reflejó en la mirada, la cual apartó de la del chico en ese mismo momento. Esperó unos segundos más hasta que retomó la frase-, perdí la memoria y bueno, aún estoy en proceso de recuperarme. Parece que es algo lento.

Inconscientemente se abrazó a sí misma, rodeándose los brazos con sus propias manos. En otro tiempo ver un gesto de tal debilidad en ella hubiera sido prácticamente imposible, sobre todo ante alguien en quien no sabía si podía confiar, sin embargo en ese momento toda ella era un mar de dudas, de debilidades ¿Cómo podría esconderlo?

- ¿Quiere pasar un rato? - señaló la puerta de la derecha, a través de la que podrían llegar a la sala de estar. Primero tendrían que cruzar el gran comedor, aunque quizás eso él ya lo sabía ¿Habría estado alguna vez en el castillo? Decidió no preguntarlo, pues no era algo importante-. Podríamos hablar de ese reportaje que mencionó, quizás alguien más de la familia pudiera ayudarle con él – le sonrió amablemente y esperó su respuesta.

De pronto, abrió la boca al recordar algo.

- Por cierto, ¿cuál es su nombre?

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  • 3 semanas más tarde...

Las patas traseras de la silla se balanceaban de atrás hacia adelante. Mantenía el equilibrio más por cosa de suerte porque estuviera prestando verdadera atención al movimiento, su mente estaba perdida en un informe que sostenía con la mano de la alianza. Una arruga cruzaba su frente y tenía la comisura de los labios torcida, como si lo que estaba leyendo le produjera una gran preocupación. Tenía semanas teniendo conversaciones al respecto en el Ministerio de Magia y ya que no tenía que fingir ante nadie que en realidad le gustaba lo que leía, se permitía expresarlo ahí donde nadie podía verlo, hasta que Oniria volviera de su ducha.

 

Entre los tres habían encontrado un equilibrio tan perfecto que era impresionante que ninguno pudiese explicar cómo funcionaba. A veces estaban juntos los tres, a veces estaban en pareja, en ocasiones estaban en solitario. Pero siempre volvían a encontrarse. Así había sido en esa ocasión, que había pasado todo el día con Oniria dentro del castillo Haughton. Habían pasado años desde que habían estado juntas ahí dentro pero después de semanas se haberse casado, parecía casi normal. Escuchó la puerta abrirse y bajó el informe apenas un poco, para verla por encima del pergamino.

 

-A veces me sorprende mi propio nivel de tolerancia -rodó los ojos con una sonrisa dibujándose en su rostro, como cada vez que la veía, pero algo hizo que su expresión se transformara en preocupación-. ¿Te pasa algo?

 

El golpe seco de la silla al estabilizarse resonó por la habitación y el movimiento hizo que la copa de vino a medio acabar que tenía sobre la mesa se sacudiera con lentitud. Llevaban bebiendo todo el día.

 

@Oniria

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Oniria:

 

 

 

 

El agua caía sobre mi frente, dispersándose en serpientes transparentes en forma de venas. Tenía los ojos fijos en la pared de mármol. Lo había vuelto a escuchar. Aquel movimiento en mi vientre, la indiscutible sensación de que albergaba algo vivo. También existía en Leah como un leve ronroneo.

 

No era posible. Llevaba toda mi vida creyendo que yo... ¿pero qué si no podía significar aquello? Me preocupaba. Si jamás me había planteado casarme, mucho menos todavía ser madre. En la sociedad en que vivíamos, nuestro modelo de familia no estaba precisamente aceptado. Me inquietaba cómo podía afectar eso a...

 

Tenía que estar equivocada. Pero sabía, interiormente, que mis suposiciones eran ciertas. Salí de la ducha para envolverme en un albornoz blanco. No esperé a secarme para salir. Dejé la huella de mis pies descalzos por el suelo. Mi expresión contraída advirtió a Leah, que revisaba un pergamino.

 

––¿No has sentido nada diferente? ––Inquirí, rezando porque ella misma llegase a la misma conclusión que yo. Miré a la botella de vino a medias, junto a la copa de Leah, pero resistí el impulso de cogerla. Instinto de protección. Sacudí la cabeza, exasperada.

 

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-¿Diferente?

Alzó ambas cejas, sin comprender en lo más mínimo a qué se refería. ¿Qué podía sentir diferente después de todo lo que había pasado? Seguían juntos, los tres, habían sido semanas similares a las que habían compartido antes de casarse. En el Ministerio de Magia seguía todo exactamente igual, tal como en la Fortaleza Oscura. Nadie había parecido notar la triple alianza que estaban compartiendo... Arrugó la frente como si estuviera realizando un esfuerzo monumental por dar con algo, a petición de Oniria, pero acabó por rendirse con un suspiro.

-No, la verdad es que no -alcanzó la copa de vino y le dio un trago antes de ponerse en pie-. ¿Es que... tú sí?

De repente la invadió una sensación extraña, se adueñó de la boca de su estómago y lo apretó como si quisiera sacarle a la fuerza su escasa cena. ¿Y si se había arrepentido? Ella misma había dicho que siempre habría vuelta atrás. Se detuvo a mitad de camino, mientras caminaba hacia ella, con el creciente temor amenazando con delatarla. Si se había arrepentido tendría que dejarla ir. Y debía hacerlo acorde a todo lo que sabía hacía años. Ocultó la expresión de dolor con un ceño fruncido bastante forzado.

-Entendería si es así -murmuró, muy lejos de entender lo que estaba pasando en realidad. Sin hacerse una idea siquiera.


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Oniria:

 

 

 

Cuando la vi dar un trago a la copa de vino, comprendí que realmente era ajena a mis pensamientos. Me mordí el labio. Estaba malinterpretando mis expresiones de desasosiego. Acorté la distancia que nos separaba, envolviéndola en mis brazos.

 

––Estoy lo suficientemente loca como para casarme contigo, pero no para dejarte ––afirmé con seguridad, para luego mirarla fijamente––. No me refiero a eso. Mira en tu interior. ¿No has sentido nada?

 

Puse la mano sobre su vientre, abierta. Mis dedos cubrían gran parte de éste. Emanaba un calor agradable. Percibí un balbuceo orgánico, espasmos, pero quizá Leah no podría hacerlo. Mis sentidos eran miles de veces más sensibles que los suyos.

 

––¿Hace cuanto...? ¿Sísifo, tú y yo?

 

Me daba miedo formular la pregunta en voz alta, pero esperaba que Leah rellenase las lagunas y siguiera el hilo por fin. Suspiré.

 

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Se relajó automáticamente cuando la rodeó con los brazos. Entre ellos se seguía segura sin necesidad de palabras. Incluso empezó a quejarse cuando sintió que de movía, exigiendo con un ronroneo que no la soltara. Lo que no esperaba era lo que haría a continuación. Si bien sus palabras no habían cobrado ningún sentido hasta el momento, sentir su mano en el vientre la sacó de la ignorancia como si le hubiesen dado una patada hacia la piscina más fría de realidad. La expresión le cambió por completo y se puso rígida, dando un pequeño paso hacia atrás como si quisiera apartarse. Pero si no completó la acción porque estaba haciendo precisamente lo que Oniria insinuaba, contar.

-Tres semanas, casi un mes -respondió. Su voz era ajena a ella misma, una sombra barata y bastante dudosa de la original.

Tres semanas, casi un mes. Un mes y antes de eso, Sísifo y ella habían estado juntos. Y antes de eso, con Oniria. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que...? En un segundo pasó de un color normal al pálido anormal de los vampiros, tornándose casi azul. Tenía los ojos muy abiertos, desenfocados, sin ver nada más que lo que fuera que estuviese viendo en su cabeza. Una y otra vez contó, se obligó a encontrar algo que sabía que no había pasado. El pánico la invadió tan rápido que fue un milagro que no cayera de largo a largo entre la angustia y el alcohol de su organismo. Empezó a balbucear algo, primero en rumano, luego en inglés cuando fue consciente de que no hablaba en el idioma correcto.

-Hace... unos años, dijiste que eras estéril. Lo recuerdo. Sísifo debía serlo también, ¿no? Porque... -nunca se había molestado en hacer esa conjetura antes y podía ver en el rostro de Oniria que ella lo notaba. Sísifo era el primer hombre con el que había estado-. Voy... a... vomitar.

Y lo hizo, apenas un segundo después, alcanzando a moverse lo suficiente para no hacer un desastre y alcanzar una papelera.


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Oniria:

 

 

 

 

––Eso mismo creía yo... hasta hace poco. ––Musité, con la mirada perdida. Definitivamente no era estéril, y Sísifo tampoco. Teníamos un problema. En plural.

 

Observé cómo Leah se agachaba frente a una papelera llena de bolas arrugadas de pergamino para vomitar. Me incliné junto a ella, coloqué la mano en su espalda y retiré su cabello, con la expresión turbada. ¿Cómo nos enfrentaríamos a aquello? ¿Estaba lista para ser madre, renunciar a mi independencia, consagrarme a los cuidados?

 

––Debemos hablar con Sísifo... ––Susurré. Ignoraba cuál sería su reacción. Supuse que la sorpresa le impediría emitir sonido alguno. Su melancolía se teñiría de inquietud, cejas alzadas. Doblemente padre, a la vez, sin proponérselo. Era toda una hazaña. Reí para mis adentros, tratando de quitarle hierro al asunto.

 

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Temblaba pegada a la papelera como un adolescente, tratando de recobrar el mínimo de compostura. No podía sentir ni escuchar nada particular, no como Oniria, pero saber que estaba embarazada le provocaba una sensación indefinible. No sabía si tenía ganas de correr, de llorar, de abrazarse a ella y esperar que se tratara de un sueño. Se limpió la boca con la manga de la túnica y se enderezó de pronto. Otra vez su expresión había cambiado de improvisto. La miró directamente a los ojos, porque si bien había entendido lo suyo, apenas acababa de entender la segunda parte del problema.

-"Hasta hace poco" -repitió. Todos los engranajes de su cabeza resonaron en la habitación-. Tú también estás embarazada.

La risa empezó como un rumor. Se extendió levemente hasta que formó una carcajada. Más que diversión se notaba el nerviosismo.

-Estamos embarazadas, las dos -se levantó un poco fuera de sí, negando con la cabeza-. No voy a hablar con Sísifo, ¿has perdido la cabeza? No, por supuesto que no. ¿Qué se supone que le diga? Un mes, Oniria, ¡un mes! ¿Las dos? Merlín, voy a morir.

Volvió a la papelera y vomitó otra vez, en algún punto se perdió la noción de si tenía arcadas o lloraba.

Probablemente serí un embarazo complicado.


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Oniria:

 

 

 

Asentí, suspirando. Finalmente lo había comprendido. Estaba agachada junto a ella, acariciando su espalda tratando de infundirle tranquilidad. Pero yo misma estaba hecha un manojo de nervios.

 

La escuché reír como si fuese presa de un delirio.

 

––Claro que tenemos que hablar con él. Si no, lo notará, como yo, y se enfadará. ––Respondí, con la voz lo más calmada posible––. Necesita saberlo…

 

Vomitó nuevamente. Fruncí el ceño. No podía ni alcanzar a imaginar las implicaciones de ser madre. Estar a cargo de un menor, un menor sobrenatural inmerso en un mundo en guerra. Un individuo que no había elegido conscientemente vivir.

 

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Alzó la cara enrojecida y se miró, por primera vez en esos minutos de pánico, el vientre. Se veía exactamente igual que hacía un mes. No apartó los ojos por un largo rato de la superficie plana de su abdomen, en un silencio sepulcral. Estaba realmente embarazada. Tenía a alguien dentro de sí, alguien que era parte de Sísifo y de Oniria a partes iguales. Alguien que, sin duda, no debería estar ahí. O tal vez sí, ¿quién era ella para saberlo? Sísifo... pestañeó. En el momento de la boda, el sándalo... había sido una visión. Había visto a su hijo, no a Sísifo. Se estremeció.

-¿Lo notas? -preguntó con un hilo de voz.

La miró y se calmó, más por ella que porque estuviera tranquila en realidad. Oniria estaba pasando por lo mismo que ella y estaba demostrando un nivel de compostura que, ni regresando en el tiempo, lograría imitar. Su mirada llegó al vientre, igual al suyo, aún ajeno a lo que había dentro de él. En un movimiento inconsciente, hizo justamente lo que Oniria había hecho minutos atrás, llevó la mano hasta él y la dejó ahí. No era posible saber si esperaba que se moviera, si pretendía escucharlo o si quería protegerlo, fue un gesto tan natural que tuvo que disimular la lágrima que amenazaba con caer de su ojo izquierdo.

-No estoy preparada para esto. Ni para esto ni para Sísifo -se removió hasta que se pegó a ella, buscando reconfortarla al tiempo en que conseguía refugio-. No sé cómo va a reaccionar, no sé cómo vamos a reaccionar los tres -hundió el rostro en su cuello-. Tengo miedo...


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