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El Parque de las Lamentaciones y Circ dels Joglars (MM B: 102350)


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Hélène Eloïse Bellerose

Hacía muy poco que había llegado a Inglaterra y la castaña aún no conocía bien su entorno, ni había tenido ocasión de hacer muchas amistades. Muy por el contrario, con una apatía impropia de su especie y de su entorno, se había dedicado ciento por ciento a la renovación del castillo familiar y no había invertido ni una décima del tiempo en hacer contactos o crear nuevas amistades. Hélène disfrutaba de su soledad, no solamente había aprovechado para reconectar un poco mejor con sus raíces familiares, sino que también había tenido oportunidad de tomarse unos días de tranquilidad y calma, lejos del correteo parisino del que tanto estaba acostumbrada.

 

Recibía ocasionalmente visitas de amigos de la familia, quienes, en un favor especial hacia el padre de ella, acudían de cuando en cuando a la residencia con la excusa de charlar y tomarse un té. La heredera siempre supo que eran iniciativas paternas para de cierta forma protegerla y tranquilizarse porque no podía estar físicamente con ella en ese nuevo país que la muchacha tan obstinadamente había decidido hacer su hogar, y a ella no le molestaba, más bien agradecía las atenciones y la compañía brindada, y así había dejado transcurrir uno, dos, tres meses…

 

Una de estas visitas recurrentes había sido la de su madrina, una mujer amable y ya de edad que siempre le hacía reír con sus ocurrencias y a quien le gustaba que le llamaran simplemente Madame. En una de las últimas visitas, madame había estado especialmente insistente con la idea de presentarle a un muchacho. Un joven, sobrino de un conocido con quien esperaba que la castaña pudiera salir y a socializar un poco. Hélène se había rehusado a la idea en principio, encontrándola un poco anticuada, sin embargo, la insistencia de la mujer finalmente le había convencido y hasta le había entusiasmado. No supo cuando ni cómo, pero había terminado accediendo a una cita, una cita a ciegas, la primera en su vida.

 

Y es así como la mujer movió los hilos sin compartirle un mayor detalle de sus planes hasta que fue netamente necesario. No supo el nombre de su acompañante hasta ese mismo día y los detalles que conocía sobre él eran realmente mínimos. Un nombre y una dirección era todo lo que tenía hasta ese momento y aunque estaba bastante nerviosa ante la incertidumbre, puso especial esmero en los detalles hasta el último minuto.

 

Madame había elegido para esa velada un circo, como adivinando lo mucho que emocionaría esta idea a la francesa. El lugar que había elegido era bastante peculiar, pues además de tener un circo que era la atracción especial, contaba con amplios terrenos rodeados de mucha naturaleza, donde se podía tomar paseos relajantes y ver varias criaturas mágicas.

 

Bellerose llegó al recinto cuando la tarde empezaba a caer, justo a la hora del crepúsculo. Una suave pero gélida brisa le despeinó los cabellos y la hizo estremecerse levemente. Caminó unos pasos rodeando la propiedad, insegura sobre dónde debía esperar a su acompañante y decidió que lo mejor sería hacerlo en la peculiar puerta de metal que guardaba la entrada hacia la propiedad. Se detuvo allí con suavidad y se acomodó ligeramente el chaleco de piel para cubrirse un poco mejor.

 

Alzó los ojos al cielo y se maravilló del espectáculo de luces que estaba teniendo lugar. Un magnífico atardecer tintado de magentas, naranjas y fucsias se desarrollaba ante sus ojos. Casi no había nubes, lo cual era un augurio de una noche despejada y sin riesgo de lluvias súbitas. Ese pensamiento hizo sonreír a la muchacha, pues definitivamente el atuendo que llevaba no le hubiese ayudado mucho de ser el caso.

 

Revisando el reloj de muñeca comprobó que faltaban tan solo unos minutos para la hora, por lo que quizás en un acto de nerviosismo previo empezó a peinarse los cabellos y alisarse los vaqueros negros. Quería estar completamente presentable para dar una buena primera impresión.


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Leonid Yaxley

 

 

Sus pasos resonaban por sobre los viejos adoquines de piedra que cubrían el Callejón Diagon, mientras el sol comenzaba a ocultarse por el oeste desplegando un espectáculo de luces y colores que no solo se manifestaba en el cielo sino también en las fachadas y tejados del sin fin de negocios que se sucedían unos tras otros a ambos lados del Callejón y por los cuales aquel rincón de Londres era tan conocido entre la comunidad mágica.

 

Pero el ruso no se encontraba en aquel lugar para comprar algo, no, sus motivos eran muy distintos y también nuevos. Jamás había tenido antes una cita a ciegas, no era su estilo pero de alguna forma había aceptado pese a una reticencia inicial. Aún se encontraba acompasando en su nueva vida, repartiendo su tiempo entre Rusia y Reino Unido, comprendiendo y siguiendo una nueva cultura, otros ambientes, otras formas de actuar.

 

Si le preguntaban aún no se sentía con una base lo suficientemente fija como para empezar una relación, o siquiera conocer a alguien, pero pese a todo Leonid aceptó y esperaba dejar todos aquellas inseguridades atrás.

 

Una suave y fría brisa recorrió el Callejón proveniente del norte, agitando las pocas hojas que aun colgaban de los nudosos árboles. El pelirrojo se subió un poco más el cuello de la chaqueta para protegerse del viento, por debajo llevaba una simple camisa blanca y un par de pantalones cargo color beige y calzado deportivo.

 

La cita sería en un parque, eligió la comodidad y la prolijidad en esta ocasión más que la elegancia, esperaba no haberle errado.

 

Después de recorrer un par de cuadras más llegó a El Parque de las Lamentaciones, lugar donde se encontraría con su cita. Pudo observar un circo alzándose en el medio del parque y varios corredores verdes y vegetados que ocupaban el resto del espacio, pese al nombre parecía un gran lugar.

 

Y allí estaba ella, junto a la entrada. Inmediatamente sintió como el estómago se le contraía, los nervios comenzaron a crecer pese insistencia del ojiazul de mantenerlos a raya, era una situación nueva y no podía negar que se encontraba nervioso.

 

Mientras caminaba hacia la bruja pudo notar lo realmente hermosa que era, había algo muy especial entorno a ella, un aura que parecía coronarla y aumentaba aún más el nerviosismo del ruso.

 

-Buenas noches - comenzó diciendo mientras le sonreía - Soy Leonid Yaxley - trató de tragarse los nervios pero una duda asaltó su cabeza impidiendo aquello ¿La saludaría con una apretón de manos o con un beso en la mejilla? Automáticamente antes de que fuera tarde extendió su diestra para estrechar la mano de la bruja.

-¿Has <<tenido>> antes aquí? - su inglés ya marcado por su fuerte acento ruso se entorpeció aún más por los nervios - Perdón, venido aquí antes, lo siento, aún lucho con el inglés - se corrigió rápidamente ¿Así comenzaría? No quería parecer un estupido en los primeros tres segundos.

 

 

 

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Hélène Eloïse Bellerose

 

Lo vio dirigirse hacia ella desde lo lejos, un hombre bastante alto y atlético empezó a acortar las distancias que les separaban. Dudó por una fracción de segundo sobre la identidad del mago, sintiéndose boba y ansiosa. ¿Y si no era? ¿Y si se acercaba a saludarle, pero se equivocaba? Aguardó unos segundos más jugueteando con el bolso en las manos, esperando una señal más concisa de que en efecto se traba de él. No tenía mayor pista, pero… la mirada fija del muchacho le confirmó que al igual que ella, él le había identificado y cuando estuvo segura de que se trataba de Yaxley, la semiveela le dedicó una sonrisa encantadora, aunque por dentro se moría de los nervios y el corazón le latía a cien por hora.

 

Leonid se detuvo junto a ella y le tendió una mano amable, que Hélène tomó con suave gentileza. —Hélène Bellerose, enchantée. — La calidez de la sonrisa que le dedicaba aumentó, mientras un pensamiento curioso le cruzaba por la cabeza: ambos eran extranjeros y por lo que pudo percibir, ninguno de ellos estaba muy familiarizado con el entorno.

 

Sintió la inseguridad del ojiazul a medida que trataba de expresarse en inglés. Le pareció adorable y hasta se identificó con los esfuerzos, a veces ella también sufría uno que otro faux pas. —Lo haces muy bien. —Le animó. No quería que él pensara que la situación le divertía en mal sentido. —El inglés n’est pas non plus mi lengua materna. —Rió suavemente, pensando que en algún momento algún error de comunicación habría, pero que sin duda sería una experiencia interesante.

 

Jamais. No he venido nunca aquí, pero estoy gratamente sorprendida. —Respondió a la pregunta. —No llevo mucho tiempo aquí y para serte honesta no he salido a turistear. Madame se desespera porque piensa que soy un ermitaño o algo así… —Rió nuevamente, negando con la cabeza al recordar el discurso que la mujer le había dado para convencerle. —Pero bueno, podemos empezar por conocer este lugar. ¿Te gusta el circo?

 

Mientras conversaban, Hélène emprendió el camino hacia el interior del recinto. Aún tenían algo de tiempo hasta que la función del circo empezara, si es que se animaban a ir. Si no, podían quedarse entretenidos paseando en el gran jardín, que seguro tenía mucho que ofrecer.

 

¿Hace cuánto llegaste a Inglaterra? —Preguntó, esperando que la pregunta no hubiese sido muy impertinente. Supuso por el acento que vendría de alguna región de Europa Oriental, pero eso era algo que ya averiguaría en su momento. Por ahora, se encontraba muy a gusto en la compañía de Yaxley.

 

@@Syrius McGonagall

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Leonid Yaxley

 

 

Aliviado descubrió que Héléne tampoco tenía por lengua materna el inglés, por lo que la francesa podía entender completamente los problemas de alguien que intentaba hablar en otro idioma -Pues tu lo manejas mejor que yo - le sonrió a la Bellerose.

 

Después de las presentaciones ambos magos emprendieron el camino hacia El Parque de las Lamentaciones, mientras cruzaban por debajo del enorme cartel que anunciaba el funesto nombre el pelirrojo esperó una vez más que solo fuera aquello, un nombre. El camino de grava principal se curvaba y conducía directo hacia la gran tienda de circo que se alzaba en el centro del parque, la tela a blanca con franjas rojas contrastaba con el cielo del ocaso.

 

Mientras caminaban la charla entre los dos recién conocidos se dio de forma natural lo cual colaboró con que los nervios del ruso se fueran disipando -Pese al nombre, parece ser un bonito lugar - comentó Leonid en tanto la bruja le explicaba que al igual que para él, era su primera vez en aquel rincón del Callejón Diagon.

 

Mientras la francesa hablaba el mago sonreía, comprendía totalmente su situación. Los grandes cambios en la vida como mudarse a otro país demandaban mucho tiempo y energía, y dejaban de lado muchas veces el ocio y el tiempo compartido con otros, pero siempre era bueno permitirse salidas como aquellas, despejar la cabeza en momentos como los que ambos magos parecían estar viviendo era fundamental.

 

-Si he ido a circos, sobretodo cuando era niño - le respondió a la bruja que caminaba a su izquierda - Pero a medida que uno crece las responsabilidades lo hacen contigo - sonrió - Hace años que no voy a uno - le explicó, era una buena noche para romper la racha.

 

-Llegue apenas hace unos meses, reparto mi tiempo entre Moscú y Londres, así que mi vida por el momento es una locura, espero que con el tiempo me vaya acompasando a este nuevo ritmo - alegó Leonid antes de preguntarle a ella lo mismo -¿Y tú desde hace cuanto estás en Londres? -

 

Se estaban acercando a la entrada principal de la enorme tienda del circo y el mago pensó que lo mejor sería comprar los boletos con tiempo pero no pudo evitar notar lo vacío que se encontraba el lugar, quizás la función comenzaría en un par de horas, más entrada la noche pero aún así, no ver otros visitantes se le hacía algo extraño.

 

Se detuvieron frente a la pequeña y colorida casilla que rezaba en una chillona pintura roja “Boletería” - Voy a comprar los boletos, invito yo - se adelantó Leonid antes de dejar a Héléne por unos momentos mientras iba a por los boletos.

-La función comenzará en dos horas, a las nueve - le comentó al regresar con el par de boletos - ¿Te gustaría recorrer el parque o quiere hacer otra cosa? - le propuso, tendrían que matar el tiempo y el ruso sentía mucho interés en seguir conociendo a la Bellerose.

 

 

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Hélène Eloïse Bellerose

 

El camino que recorrían demostraba lo bien cuidado que estaba el recinto. A pesar del nombre tan oscuro, tal y como Leonid había mencionado, el lugar más bien se veía bonito y rodeado de vida. La francesa suspiró aliviada, por alguna razón pensó que Madame le estaba enviando a una casa del terror o algo así.

 

El nerviosismo previo ahora se empezaba a transformar en curiosidad por conocer mejor al pelirrojo. Parecía a simple vista una persona muy interesante y de carácter agradable, lo que facilitaba el desarrollo de la charla. El comentario sobre la vida adulta le hizo reír y asentir para demostrar que estaba completamente de acuerdo. —¿Verdad que nadie te explica lo difícil que va a ser el ser un adulto? ¡Qué ingenuos fuimos de niños al desear crecer tan pronto! —Suspiró haciendo un leve puchero sin darse cuenta.

 

—Desde hace unos tres meses, más o menos. Es mi primer intento de ser un adulto funcional y valerme por mí misma. —Comentó con solemnidad, aunque en realidad la sonrisa no se le había desvanecido del rostro. —Primer paso: aprender a calcular mis impuestos sola. —Bromeó. Pudo explayarse más y comentarle que le estaba costando bastante eso de ser un adulto independiente, aunque quizás eso lo dejaría para más adelante, cuando hubiera más confianza.

 

¡Moscú! —Exclamó, contenta de haberle dado en el clavo. —Dicen que es hermoso, aunque jamás he ido. Debe ser interesante eso de tener que viajar mucho, reconfortante al saber que puedes visitar a la familia de cuando en cuando ¿no? —Quizás asumió erróneamente que la familia del ojiazul se había quedado en Rusia, pero le pareció lo más lógico, quizás porque lo asoció con su caso personal. Esa idea le causó un poco de nostalgia, aunque pudo disimularla bastante bien. No tenía previsto volver a casa en mucho tiempo, tenía una misión y un objetivo que lograr para si misma.

 

Sin darse cuenta el camino los llevó a la boletería y Yaxley se adelantó a invitar. Hélène le sonrió con agradecimiento, conmovida por un gesto que le pareció galante. —Merci, lo siguiente irá por cuenta mía. —Ofreció, esperando que en efecto pudiera darse la ocasión.

 

No hubo fila para comprar y en realidad casi no hubo gente en espera para la función del circo. Sabía que estaban un par de horas anticipados, sin embargo, hasta ese momento apenas notó que casi no vio gente ni siquiera en el camino. Leonid volvió unos segundos después y le anunció que tenían dos horas para hacer alguna actividad. La castaña lo meditó unos segundos, aunque en el fondo sabía que lo más práctico era quedarse ahí mismo y disfrutar del parque.

 

Podemos quedarnos aquí, sé que hay un montón de criaturas mágicas que podemos ver. Entiendo que hay hasta un restaurante donde podemos ir a comer algo más tarde —Se animó. —¿Te gustan los animales? —Creyó importante preguntar, no fuera a ser que ese plan incomodase a Yaxley.

 

¡Ay mira! ¡Hay un Aethonan por allá! —Señaló al horizonte, donde un prado lejano albergaba varias criaturas entre ellas al precioso equino alado. El pelirrojo no sabía todavía, pero estaba por enterarse de la afición de la heredera por aquellos animales. Lo miró intentando contener toda la emoción que le embargaba, sin éxito obviamente. —¿Podemos ir a verlo? —Y agregó para sus adentros: ¿pooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooorfis?

 

 

@@Syrius McGonagall

Editado por Kassandra Weasley

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Leonid Yaxley

 

 

El mago estiró su mano para darle su boleto a Hélén para que lo tuviera con ella, mientras él guardaba el suyo en uno de los bolsillos del cargo - Tengo familia repartida entre los dos países - comenzó a explicarle un poco de su situación actual - Pero mi trabajo está en Moscú, soy un miembro de las Fuerzas Especiales desde hace un par de años - Leonid se sentía orgulloso del trabajo que ejercía, era parte de un grupo de magos y brujas que tras un arduo entrenamiento físico, mental y espiritual velaban por la seguridad del país.

 

-Tengo un pequeño apartamento en Moscú pero soy originario de Krasnoyarsk en Siberia, mi familia vive en el pueblo de Kansk al sur del Krai - le terminó de explicar a la pelinegra - ¿Y tú? ¿Eres de Francia? - suponía que así era no obstante también podría ser quebequés aunque se decantaba más por la primera opción.

 

La ojiazul le propuso recorrer el parque mientras esperaban por el inicio de la función a lo que el ruso aceptó encantado, las amplias avenidas verdes que comenzaba a iluminarse con los faroles mientras el atardecer daba paso a la noche prometían ser un buen lugar que recorrer mientras conocía un poco más a la bella bruja.

 

Por lo cual la pareja de magos enfiló sus pasos por uno de los tantos caminos arbolados que se extendían por todo el parque. La fresca brisa de Febrero recorría de vez en cuando el camino de gravilla haciendo susurrar las hojas de los diversos árboles a ambos lados mientras una luna de plata ya comenzaba a destacar sobre un cielo de terciopelo negro tachonado de estrellas, era una noche de invierno maravillosa.

 

Mientras recorrían la avenida charlaban con una facilidad que sorprendió a Leonid, no es que fuera una persona introvertida pero normalmente le costaba un poco más soltarse con personas que recién conocía pero con Hélén era todo distinto, se sentía realmente a gusto en compañía de la bruja, no se arrepentía de haber aceptado aquella cita.

 

Mientras salían de una charco de luz dorada que arrojaba uno de los tantos ornamentados faroles que iluminaban el camino la Bellerose le señaló un prado un par de metros más adelante donde se observaban un grupo de aethonans pastar - Claro, me encantan esos animales - le sonrió a la bruja.

 

Nunca tuvo un Aethonan pero eran animales majestuosos, amaba los caballos desde pequeño montaba y su patronus de hecho tomaba la forma de un imponente caballo - Nunca tuve un Aethonan - manifestó en voz alta para su compañera lo que pensaba - Pero amo a los caballos, tengo uno en la dacha familiar, se llama Hippolytos - recordó con cariño a su fiel amigo, era una de los seres que más extrañaba cuando estaba lejos de casa.

 

Se detuvieron junto a la cerca que separaba el verde prado del camino mientras los majestuosos animales seguían en sus asuntos sin apenas prestarles atención, el pelirrojo observó a Hélén y después se giró para comprobar si había alguien cerca, se le había ocurrido algo y para su suerte no se veía a nadie en aquel sector del parque.

-¿Qué te parece si entramos al prado para verlos más de cerca? - le propuso con una sonrisa - No hay nadie cerca - el mago se acercó hasta la tranquera de madera -¿Qué dices? - la invitó en un tono juguetón.

 

 

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Hélène Eloïse Bellerose

Bellerose estaba realmente disfrutando de la velada y sobre todo de la grata compañía. Leonid no solo era un mago bien parecido, sino también era un gran conversador. Le explicó un poco mejor a qué se dedicaba y eso aumentó el estima que la bruja le tenía hasta el momento ya que pudo deducir de inmediato la fuerza, dedicación y disciplina que esa rama en especial conllevaba. Lo miró con admiración y no pudo evitar preguntarle algo al respecto. —Me imagino que has visto y experimentado vivencias muy fuertes en tu trabajo, ¿no? —Estaba segura de que debía tener muchísimas historias que contar, sin duda.

 

—Sí, de Francia. —Afirmó. —París, para ser exactos. —Sonrió con comodidad, se sentía libre de compartirle más detalles. —Trabajo en la cancillería francesa y de momento como secretaria del embajador aquí en Reino Unido. —Desde muy pequeña se había interesado mucho en la política y al poco tiempo de graduarse había decidido que iba a hacer carrera diplomática. Esa era su primera misión fuera de su país y se sentía emocionada aunque bastante ansiosa. —No tengo familia aquí y tampoco sé cuando podré visitarlos... —Comentó con algo de nostalgia.

 

Avanzaron unos metros más por el camino que se iba iluminando de a poco con farolitos. Eso fue en realidad lo que le hizo darse cuenta que ya había caído la noche. Elevó los orbes claros al cielo, maravillándose momentáneamente por la calma que le transmitía la negrura del firmamento. Luego regresó su total atención hacia los animales del prado. Ya se encontraban en la cerca que separaba la zona transitable del parque de la zona de las criaturas y aunque no se encontraban tan lejos de los ejemplares, aún no le parecía suficiente.

 

Colocó ambas manos en la cerca con suavidad, sintiendo la rugosidad del tablón rozarle las palmas. Recibió con entusiasmo el comentario de Leonid y se emocionó especialmente al éste mencionar lo mucho que amaba a los equinos. —¿De verdad? ¡Yo también! — Esa afición que ambos compartían le animó a hacerle una invitación especial. —Yo tengo dos, una parejita. Athiara y Magnus están conmigo desde que eran un par de potrillos, ya tienen 5 años. Vinieron conmigo a Inglaterra, cuando gustes podrías venir a cabalgar...

 

No pudo evitar soltar una risita de complicidad al ver al mago barrer el espacio con la mirada en busca de gente. La idea que él propuso le pareció completamente loca y aún así, se sorprendió de verse a ella misma asintiendo como una niña pequeña, completamente fascinada con la idea de cometer una travesura.

 

La adrenalina le invadió casi de inmediato mientras intentaba buscar la mejor forma de cruzar al otro lado. Debían ser rápidos y discretos si no querían llamar la atención, aunque...con todo el cuidado del mundo, la muchacha se dispuso a saltar la barda, intentando no cargarse el pantalón en el intento. Notó que la agilidad de su compañero era mayor pues él lo hizo en un abrir y cerrar de ojos, pero había que adjudicarle la agilidad de alguien que está acostumbrado al ejercicio físico.

 

—¿Oops? —Susurró confundida al tocar el suelo al fin y desestabilizarse por una breve fracción de segundo. Esperaba que aquella pequeña torpeza no le causara tan mala impresión al pelirrojo. Se recompuso como pudo y se ajustó con cuidado la vestimenta, sacudiendo con una movimiento sutil de la mano cualquier partícula de polvo que pudiera haberse adherido a la tela. Una vez recompuesta recuperó por completo el entusiasmo que le causaba la idea y observando a su acompañante con complicidad empezó a dirigirse directamente hacia el prado, donde los ejemplares continuaban pastando despreocupados.

 

—Ah... ahí estás. —Susurró guardando una distancia prudencial aunque corta con el ejemplar más cercano. El tamaño del animal era mucho mayor comparado con los caballos que Bellerose estaba familiarizada a tratar. Se acercó con seguridad, el equino levantó la vista del suelo con lentitud y ella lo miró fijamente a los ojos. Se acercó un poco más sin romper el contacto visual y extendió una pálida mano que depositó con suma suavidad en la cabeza de éste, justo a la altura de los ojos.

 

Invadida por una nueva oleada de emoción, giró hacia su compañero sin despegar las manos del aethonan, a quien ella empezaba a acariciar con movimientos lentos, pero rítmicos.

 

—¡Tuviste la mejor idea del mundo! —Le reconoció, completamente agradecida por la experiencia que esa idea le estaba brindando. —¿No te animas? —Invitó con mirada cómplice.

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Leonid Yaxley

 

 

El mago saltó por encima de la tranquera y cayó con sus pies sobre el pasto que ya comenzaba a humedecerse por el rocío, para después rápidamente girarse hacia Héléne por si necesitaba su ayuda para pasar por encima del cercado pero no fue necesario, la bruja saltó el obstáculo con facilidad y soltura para caer a su lado.

 

-Para ser una relacionista internacional, saltas vallas como si no fuera la primera vez - bromeó el ruso mientras la tomaba de la mano para que se estabilizara - ¿A cuantos campos has entrado ilegalmente en Francia? - le sonrió con complicidad antes de emprender la marcha hacia el grupo de Aethonans que pastaban con tranquilidad bajo el baño de plato que derramaba la luna por sobre el prado.

 

Retomando la invitación que quedó sin responder por la interrupción ilegal al campo se volvió hacia la bruja que caminaba a su lado - Me encantaría ir a cabalgar - hacía mucho tiempo ya de la última vez que montó con Hippolytos, últimamente la convulsiva situación que el mundo vivía demandaba que siempre se encontrará de una misión en otra, no se quejaba amaba su trabajo pero no podía negar que atesoraba momentos como el que estaba viviendo, apartado de las preocupaciones de un mundo caótico.

 

Y por otro lado, no podía negar que deseaba seguir compartiendo su tiempo con Héléne, no tenía idea en que podía llegar a terminar todo aquello, pero de lo que estaba seguro era que él no iba a detener la evolución de aquel encuentro.

 

El grupo de siete Aethonans apenas demostraron algo de interés por los dos intrusos, simplemente levantaron sus cabezas para observar al par de magos y pronto volvieron a sus asuntos, Leonid supuso que estaban acostumbrados a la presencia humana pero aún así eran animales poderosos y muy capaces de causar daños si se sentían amenazados, debían ser cuidadosos.

 

La francesa se enfiló hacia uno de los Aethonans mientras el pelirrojo hizo lo propio con el animal que más cerca se encontraba. Era un semental magnífico que imponía presencia con su tamaño, aun con sus alas plegadas era un espécimen enorme. -Hey amigo - llamó su atención con un tono cariñoso mientras avanzaba a pasos lentos -¿Cómo te encuentras hoy? - se mantuvo comunicando con el animal esperando ver su reacción.

 

El semental zaino levantó su cabeza del fresco pasto y clavó sus enormes ojos negros en el mago - Solo vengo a saludar - replicó el ruso -No te preocupes - años de contacto con caballos le habían enseñado a leer sus reacciones y todo lo que podía percibir del animal que tenía en frente era calma, la criatura no se sentía amenazada para nada.

 

Ya más confiado estiró la mano para acariciar el hocico del caballo y el animal aceptó la muestra de afecto, una sonrisa inmediatamente afloró en el rostro del mago. Se volteó para observar los avances de su compañera pero la alegre exclamación de la bruja le confirmó la situación.

 

Y allí la encontró, acariciando a su aethonan y muy contenta por la idea. La Bellerose era una bruja muy hermosa pero todo se potenciaba aún más cuando una sonrisa sincera le cruzaba el rostro, la luz de la luna se reflejaba en su cabello y en la oscuridad de la noche sus ojos azules resaltaban con fuerza, era una visión.

 

La voz de ella fue la que rompió el hechizo sacándolo de ese trance en el que había entrado, avergonzado Leonid apartó la vista rápidamente. Acarició distraídamente al animal mientras procesaba la pregunta de la francesa -¿Qué te parece si montamos? - volvió a mirarla decidido a dejar la repentina vergüenza atrás -No creo que lo vayan a notar, será solo por un par de vueltas - le sonrió.

 

Jamás había montado en un aethonan pero si lo había hecho en caballos y voló en escoba, posiblemente se tratara de un híbrido entre los dos, o eso esperaba. Subirse no fue difícil, el caballo apenas se agitó un poco bajo él, lo complicado fue acomodarse entre el enorme par de alas que se mantenían aún replegadas.

-Será divertido - le prometió a la bruja volviéndose hacia ella - Comprobemos si tantos años de andar a caballo funcionan igual con los alados - bromeó el pelirrojo.

 

 

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Hélène Eloïse Bellerose

 

La heredera tenía una personalidad generalmente tranquila, no era mucho de tomar riesgos y tampoco se le podía tachar de impulsiva. Acostumbrada a respetar las normas y seguirlas al pie de la letra, la muchacha que estaba tomando las riendas aquella noche era otra. Algo en Yaxley hacía que una personalidad más aventurera influyera de ella con una naturalidad tal, que aunque se sorprendió un poco de las decisiones que estaba empezando a tomar no dudó ni un solo momento en ejecutar ninguna de ellas. Estaba viviendo el momento y en realidad disfrutándolo mucho.

 

Algo en él le inspiraba mucha seguridad. Sentía que podía salirse del guión e improvisar, y eso era algo que no podía decir de cualquiera. La sugerencia de montar los Aethonans la meditó solo unos segundos, pero al final, ¿qué era lo peor que podía pasarles? ¿que les vetaran para siempre de aquel lugar? Rió nuevamente con emoción y asintió con vehemencia ante la idea. Eso sí que era algo que podía hacer bien y no tenía miedo de pasar vergüenza, aunque él había sido muy gentil al ayudarle con la barda.

 

No estaba vestida para montar, eso era un hecho. Tomó un impulso inicial para alcanzar al alto animal, resbalándose un poco en el sedoso pelaje, aunque eso no le hizo amilanarse. Volvió a tomar impulso y con algo de esfuerzo se puso finalmente en posición para cabalgar apropiadamente. Era curioso, pero jamás había montado sin el equipo apropiado, es más, se sentía un poquito nerviosa al no tener montura ni estribos para guiarse. Se intentó animar a si misma pensando que tan difícil no podría ser, sentía mucha confianza de poder manejarse en la situación, aunque ya se vería si lo seguía sintiendo estando en el aire...

 

 

Sujetó la crin del zaino con gentileza, dándole varias vueltas en las manos para agarrarse mejor. Lo hizo primero con la zurda y luego con la diestra. Se sentía un poco incómoda ya que definitivamente no estaba acostumbrada a lidiar con alas y menos de ese tamaño, pero se sentó lo mejor que pudo y una vez segura de que más sujeta no podría estar, sonrió con amplitud una última vez al pelirrojo.

 

Espoleó al animal con la suela de las botas que calzaba esa noche y luego de un meneo, la bestia empezó a moverse tal y como un caballo lo hubiese hecho. Galopó con paso lento en un principio y la castaña lo guió con cuidado entre los demás ejemplares que ni siquiera se habían inmutado con el movimiento. Lo asió nuevamente para que apretase el paso, consiguiendo un andar mucho más rápido. Ya estaban sobre la marcha, pero... ¿Cómo iba a hacerlo despegar? haló gentilmente la crin hacia sí, al mismo tiempo que espoleó una última vez. Eso fue todo, el equino agitó las alas un par de veces y con una patada de impulso emprendió el vuelo.

 

Experimentando por completo la nueva sensación de libertad, Bellerose empezó a reír extasiada. Bestia y jineta se empezaron a alejar cada vez más de la seguridad del suelo y lo que en un momento había sido ansiedad se empezó a convertir en calma y diversión.

 

—¡El que llega al último es un huevo podrido! —Gritó para hacerse escuchar en medio de la corriente de aire creada por la velocidad que ensordecía por completo y le calaba los huesos. A ella no le importaba. Estaba llena de adrenalina y divirtiéndose como una niña pequeña.

 

Ya había lanzado el reto, ¿pero a dónde habían de llegar? Guió al caballo alado para ganar un poco más de altura y luego miró hacia abajo, intentando encontrar un destino en el inmenso parque. No pudo distinguir mayor cosa en la negrura de la noche, pero el brillo del agua llamó su atención y hacia allí se dirigió sin dejar de reír.

 

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Leonid Yaxley

 

 

Lo positivo de haber arrancado último la carrera fue poder ver como la francesa lidió con el Aethonan, ahorrandole el trabajo de aprender a controlar el animal sobre la marcha al pelirrojo. Sujetó con firmeza a las crines del caballo alado pero con cuidado de no incomodarlo y le habló a la criatura- Vamos amigo - para ahondar más en la conexión entre montura y jinete antes de espolear con sus zapatillas y comenzar el galope.

 

La carrera inicial fue lenta y elegante, el Aethonan galopaba con suavidad por sobre el prado iluminado por la luna casi como si flotara sobre el suelo pero con el pasar de los segundos la velocidad comenzó a incrementarse y el ritmo se volvió más frenético. Leonid se mentalizó para el despegue, se sujetó con fuerza e inclinó la cabeza por sobre el cuello del caballo preparado para cuando el animal desplegara sus enormes alas y se elevara hacia el cielo estrellado.

 

El despegue fue imperceptible, la gracia del animal era envidiable por lo que la transición entre la tierra y el aire fue de una suavidad completamente inesperada para el mago. Cuando sintió los dedos de la brisa revolver su cabello se irguió nuevamente en la montura y pudo ver como El Parque de las Lamentaciones se extendía sus pies. Una mezcla de éxtasis y adrenalina estalló en el interior del ruso mientras la luna y las estrellas parecían estar tan próximas, volar siempre le generaba una sensación de libertad plena, el viento lo despojaba de las preocupaciones terrenales y el cielo extendiéndose en todas direcciones lo colmaba de un disfrute que sólo en las alturas podía conseguir.

 

Las alas de Aethonan batían con suavidad a sus espaldas y él mismo respondía a la perfección a las direcciones que Leonid le indicaba con suaves toques de sus piernas, unos metros por delante y ya descendiendo hacia lo que parecía un pequeño lago pudo distinguir a Hélén, la bruja se maneja con soltura y gracia sobre su montura y al parecer no le temía para nada a la vertiginosa velocidad que alcanzaba.

 

Sonrió, no podía alcanzarla, la ojiazul le había sacado ya una buena distancia, sin dudas tenía que aceptar ser el “huevo podrido” aquella noche. Resignandose a las burlas hizo descender a su Aethonan hacia la orilla del lago donde ya la Bellerose se encontraba desmontando, el animal aminoró su velocidad ayudándose con sus alas mientras el suelo se acercaba a recibirlos, tan elegante como el despegue lo fue el aterrizaje, el zaino solo tuvo que trotar un par de metros antes de detener por completo el empuje del vuelo.

 

-Que conste que ganaste, porque saliste primero - se fue atajando el ojiazul mientras descendía del Aethonan bromeando sobre el resultado de la carrera. Hélén se encontraba frente a las orillas del apacible lago de aguas negras -Espero que no te hayas aburrido mientras esperabas que llegara - se acercó a la francesa - Me entretuve con unas nubes - acotó deteniéndose sobre la arena con guijarros que rodeaba el lago.

 

-Es un hermoso lugar - tras la adrenalina de la carrera por los cielos, las apacibles aguas del lago donde la luna y las estrellas se reflejaban con claridad era un contraste más que agradable. Se volvió hacia la bruja que se encontraba de pie junto a él, nuevamente aquellos nervios iniciales dejados atrás por el ímpetu del vuelo volvieron aflorar, pero se esforzó en volver a controlarlos.

 

-Y hasta el momento ¿Que te está pareciendo la noche? - ambos habían llegado a aquella cita por la acción de terceros, en su caso fue su familia adoptiva, los Evans los que le insistieron en que fuera y no se estaba arrepintiendo para nada pero esperaba que la bruja estuviera disfrutando de igual forma.

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