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Agencia de Viajes El Fénix Aventurero (MM B: 78435)


Sagitas E. Potter Blue
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Siwa, Egipto. Con Sagitas

 

Caminé hacia la mesa donde descansaban algunos elementos, como toallas, telas limpias, diferentes elementos de sanación y un pequeño recipiente de barro, además de varias jarras de agua limpia. Vertí un poco en un pequeño recipiente, y ahí deposité la semilla, de la cual en algún momento acabaría naciendo un nuevo sicomoro.

 

Sonreí al oirla decir que gracias a la diosa había tenido varios hijos.

- Su marido y usted deben estar orgullosos entonces. - comenté. - Yo tengo una hija, Aya, y un muchacho, Sett. En otro tiempo, hubiera creido qeu nuestros linajes podrían haberse unido - recordé, despreocupado, recordando la fascinación qeu mi hija mayor había sentido por el joven del pelo encendido.

 

Aunque aquel último dato aportado por la pelivioleta me habría hecho casi me hizo atragantarme, antes de girarme, con ojos como platos. La miré primero a ella, y luego al chico inconsciente, antes de soltar una risotada.

- Maldito zorro. - dije, sorprendido aun - Ni siquiera lo había mecionado! Él... Shabal Aldhiyb Al'Abyad - murmuré, mientras me acercaba. Entendí que ella no lo entendería, aunqeu seguramente las dos úlitmas palabras le sonarían de algo, pues era el nombre que dábamos a su hijo en nuestro pueblo. - Un cachorro...si hace unos años me lo hubiera dicho....Oh, dios...

 

Cuando llegué hasta ellos, puse una mano sobre la frente del chico, antes de mirar a Sagitas.

- Necesitaré su ayuda, si no le importa - seguro que colaborar la tranquilizaría, y además, ayudaría a saber como se encontraba el chico. Regresé hacia la mesa, y regresé con los útiles de curación, el recipiente y una jarra de agua. - Es momento de revisar que las heridas estén sanando bien.

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  • 7 meses más tarde...

En Egipto:

Aquel hombre era sabio. Se notaba en sus movimientos, precisos, sin dilación, autoritario. Todos le obedecían, hasta yo. Me quedé detrás mientras él, Siwa, hacía esas cosas desconocidas para mí. La Magia de Egipto era una rama a la que aún no había podido acceder, aunque me moría por acceder a ellos. Tal vez este viaje, por suerte, podría ayudarme en ello.

¡Ay, en qué cosas pensaba en vez de atender la salud de mi hijo! Matt medio muerto y yo pensando en cómo aprender magia ancestral de cuyo origen había salido la gran magia de los Uzza.

-- ¡Aya y Sett! ¡Qué lindos nombres! Son... -- me tragué el "egipcios" en un carraspeo. ¡Pues claro que eran nombres egipcios, lerda de mí, si estábamos en Egipto! -- Son muy elegantes, cortitos, me gustan.

Sí, sé disimular bien, en eso tengo experiencia. Ahora me asusté. El hombre había dicho algo en su idioma y juro que me soltó un insulto grande. ¿Qué había dicho o hecho? Después me di cuenta, cuando su risa recorrió la tienda de forma contagiosa y otros se unieron a ella, que era el nombre de mi hijo en su idioma y que estaba contento. Asentí, sin saber bien si había entendido lo que había dicho.

-- Sí, tiene un... una cachorra... ejem... cachorrita. Se llama Ar... Elentari. -- Él seguro que no entendería mi broma, parecían ser gente muy sencilla, buena y nada mentirosa, con lo que tal vez no supieran desarrollar la idea de mi nombre. O tal vez sí, o no, o yo qué sé...

Menos mal que él intuyó que me sentiría más segura y tranquila si le ayudaba, por lo que me dijo que me pusiera a su lado para revisar sus heridas. Le ayudé a quitarle aquellos vendajes.

-- ¡Oh, Diosa, cómo huele! -- Esperaba no ser descortés con aquel comentario, podían ser las heridas como el mejunje que le había puesto. -- ¿Es normal ese... hum... efluvio?

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  • 3 semanas más tarde...

Bayek de Siwa. En la tienda, con Sagitas (y Matt moribundo)

 

Arrugué la nariz, preocupado por aquel olor al mismo tiempo que Sagitas se alarmaba. Los jóvenes dejaron algunos recipientes con aceites, alcohol, agua, cremas y hierbas, todos útiles para la sanación en una mesita cercana y nos dejaron a solas, mientras que alargaba mi mano para palpar la zona alrededor de la herida de Matt. Solté un suspiro y miré a su madre. No le podía mentir.

- Si...es normal. Pero no es bueno. - respondí. 

 

Había cosido la herida de la mejor forma posible, pero la cicatriz que le recorrería el costado iba  a ser inevitable. Toda la zona estaba enrojecida, y evidentemente inflamada.

- La púa del dragón se hundió hasta el fondo. Tuvo suerte, seguramente fue una de las situadas en el extremo de la cola, una pequeña, o le habría atravesado de lado a lado. Pero no evitó que tocara el pulmón ni que...bueno... - no quería ser mucho más específico. Estaba seguro de que entendía la situación. Señalé las vendas que habíamos retirado, cubiertas de restos de sangre mezclado con algún tipo de elemento de aspecto pastoso, oscuro. - ese color, y el olor, indican el efecto de algún veneno, tal vez segregado por el dragón, que le están provocando una infección. 

 

- Por favor, dígame si tiene fiebre y si la zona de la herida está caliente - pedí, sonriendo apenado - Uno de los efectos de mi cuidado constante con los fénix es que he perdido sensibilidad al calor. - me disculpé. 

 

Giré, preparando vendas y aceites para limpiar de nuevo la herida, antes de aplicar los ungüentos y poder vendar de nuevo. Mi viejo amigo debía sobrevivir...teníamos que conseguir que pasara aquella noche.

 

 

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En Egipto:

¡Cuánto hubiera dado en aquel momento para que me dijera que aquella olor era uno de los productos exóticos que sus acólitos dejaban a su lado, en forma de ungüento, hierbas o diluidas en cuencos con agua, aceites, alcohol...! Pero no, la verdad era mucho peor y más dolorosa. Ese olor era él, mi hijo, de su interior que se moría. Ahogué un grito de desconsuelo. Algo me decía que, de haberlo hecho, hubieran entendido mejor mi dolor, pero me lo tragué, porque, en el fondo, soy demasiado occidental para demostrar en público lo que siento. 

Guardé silencio y miré aquel costado inflamado, rojizo y ... ¿qué era aquello viscoso que había en las vendas? Tragué saliva y me costó mucho, como si mi garganta también estuviera hinchada. Miré al sacerdote y noté que costaba respirar.

-- La Diosa le acompañó, entonces -- dije, aunque no puedo decir si lo dije con un tono irónico o de devoción. Toqué mi amuleto de curación y me pregunté si funcionaría, con el veneno de dragón. Puse las manos cerca de aquella zona pustulenta y murmuré una oración breve. No quería desairar a aquel hombre con mis propios conocimientos de primeros auxilios, pero no podía dejar morir a mi hijo sin intentarlo. -- Está muy caliente. ¿Puedo ayudar?

Si me decía que no, me quedaría atrás, pero no dejaría de tocar mi amuleto de la Curación. Algo haría, seguro.

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Bayek de Siwa.

 

Cerré los ojos, murmurando una plegaria silenciosa a los dioses, pidiendo qeu no le recibieran aun en la Duat. Que le dejaran regresar con nosotros. Entendía el grito ahogado de la mujer...tenía hijos, y sufría por ellos, aunque hacía muchos años desde qeu estuve a punto de perder al pequeño Sett. Además, me sentía culpable porque, de no haberle escrito, tal vez nunca...

 

Miré de nuevo hacia la cama, donde Sagitas palpaba, con cierto miedo ( y un poco de asco, normal..) la zona herida, que parecía mostrar signos de infección. Noté la ligera reacción en la cara del chico, más un espasmo natural del cuerpo qeu una reacción de alguien consciente.

 

Su afirmación me hizo volver la mirada hacia la mesa, tomando los elementos para acercarlos y que ella misma pudiera elegir.

- Por favor. Su diosa, nuestros dioses...cualquier ayuda es buena para evitar que cruce las puertas de la Duat y pueda volver a reunirse con nosotros.  - afirmé, dando un paso atrás. - dígame que necesita y la ayudaré yo mismo en lo que necesite.

 

Mientras decía aquello, pasos afuera se acercaban, airados, seguidos de una voz nerviosa y enfadada. Reconocía aquella voz en cualquier parte. Llegué a la entrada de la tienda justo a tiempo para detener el avance de mi hija Aya. El miedo era evidente en ella, que comenzó a gritar nada más entrar en la tienda, sin reparar en lo qeu pasaba en la cama. Sagitas no nos entendería, pues mi hija hablaba en Egipcio, y yo le contestaba de la misma forma, intentando calmar su ímpeto e impedir que se acercara a la cama. En ese momento, sería más un estorbo que otra cosa.

- Basta, Aya. Yo ya he hecho todo lo que podía por Aldhiyb Al'Abyad. Solo nos queda que él tenga la voluntad de no cruzar la Duat, de que Osiris no le permita el paso...y de que ella pueda ayudarle a volver - dije, ahora, en el idioma común, haciéndome ligeramente a un lado para que mi hija pudiera ver a Sagitas. De nuevo impedí el paso a mi hija, manteniendo la mano en su pecho, haciendo el el arco tintineara ligeramente al chocar contra el carcaj. Tras ella, Sett, desde el exterior, observaba, en silencio. 

 

Eché una última mirada hacia la cama, dejando ver claramente mi preocupación. 

- Si necesita algo, solo pídalo y se lo traeré. Que los dioses la guíen. - y salí de la tienda tras mis hijos, dejándolos a solas.

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En Egipto:

Me sorprendió que me dejara ayudarle con mis propias creencias. En realidad, la Diosa era la misma, sólo cambiaba la ideología que había entre nuestra sociedad y nuestra religión. De todas formas, no era momento de filosofear sobre el origen de nuestra fe. Aún así, no pude evitar pensar que, en el caso contrario, no sé si lo hubiera considerado una injerencia ajena. Eso sí que era una diferencia notable entre nosotros; los egipcios eran mucho más amigables y más abiertos que los occidentales.

-- Muchas gracias, es usted un sacerdote excelente, Sr. Bayek. -- No sabía la forma correcta para saludarle, así que sólo me incliné un poco hacia él en señal de respeto.

Nos interrumpió una voz femenina, furiosa. Una mujer quería entrar en la tienda. Su aspecto era de una guerrera; no sé porqué había pensado que, según esas etiquetas extrañas que tenemos los extranjeros sobre esta sociedad, las mujeres eran delicadas y cubiertas de telas que sólo insinuaran su belleza interna. Esta mujer no. A pesar del rictus rígido de su mirada y de los ropajes de cuero que parecían más un peto protector, se le notaba una mujer de gran belleza. Pero era una belleza práctica, con el pelo recogido y vestimenta liviana que le daba movilidad. No me dejé embelesar; su presencia y el tono de voz en ese lenguaje desconocido me indicaron que estaban en mi contra, en nuestra contra. ¿Qué sucedería?

El sacerdote le contestó en su idioma, así que me quedé con las ganas de saber qué pasaba, aunque por instinto, me puse delante de Matt, defendiéndole con mi cuerpo. No quería ser descortés en una tienda en la que era una invitada, pero, por supuesto, no iba a permitir que nada interrumpiera la lucha que ya mantenía mi hijo por sobrevivir a aquel dragón. ¡Maldito dragón! ¿Quién sería los atacantes?

Volví a alejar ese pensamiento. Urgía devolver a Matt al mundo de los vivos, no podía permitir que mi hijo acompañara a mi marido en el mundo de los muertos. Bayek de Siwa volvió a mi idioma al mencionar que yo debía ayudarle a volver. Eso me hizo reaccionar; por muy poquito, pero parecía que me iban a permitir usar mi magia particular.

-- Sí, necesito pociones de... -- Allá no había pociones y yo había perdido mi maletín en el accidente de avión. -- Necesito hierbas aromatizadas que tranquilicen el espíritu. Hierbas que contrarresten el veneno, jugo de aloe vera para impregnar la herida. Y quedarme sola para poder acercarme a él.

En realidad, les quería fuera para usar mi Habilidad de Nigromancia y disputarle el alma de mi hijo al mismo Hades. Pero no estaba segura si eso me lo permitirían los egipcios. Estaba segura que iba en contra de su religión el disputar con lo que ellos consideraban dioses. Deidades o no, mi hijo volvería a casa, no entraría en el infierno, o en el Duat ese que mencionaba continuamente el sacerdote.

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Bayek de Siwa. Egipto.

 

A pesar de que sacaba a mi hija de la tienda y me los llevaba de alli, alcancé a escuchar las peticiones de Sagitas. Tardé unos minutos en regresar, una vez que mis hijos habían aceptado permanecer en sus tiendas, al menos, hasta el día siguiente.

 

Cuando regresé, Sagitas parecía aun ensimismada, mirando a su hijo. Era duro ver aquella imagen, y podía entender lo que ella debía sentir ahora. 

- Siento...disculpe a mi hija. Esa era Aya. es muy impetuosa a veces y...ella estaba fuera con su hermano, han regresado en cuanto lo supieron. - me disculpé, mientras acercaba la mesita con los elementos qeu habían preparado los ayudantes, y depositaba los cuencos que traía para completar su pedido. - Ellos sienten mucho aprecio por su hijo. Están preocupados.

 

Me froté las manos un momento, sin saber que decirle. Asi qeu comencé a señalar los recipientes.

- Este contiene hierbas para tratar infecciones y venenos. - dije, señalando un recipiente amarillo. - Este cuenco azul contiene una mezcla de hierbas aromáticas. Si las mezcla con estas otras puede preparar una infusión para calmar el alma, pero...si no sabe si podrá beberlo, también puede quemarlas, tiene carboncillos encendidos ahí...desprenden un aroma muy agradable y cumplen las misma función. Y en ese otro cuenco, el verde, tiene jugo fresco de aloe vera. Si necesita algo más...estaré fuera, solo avíseme.

 

Retrocedí unos pasos, deteniéndome un momento a su espalda, observando de nuevo la escena. 

- Suerte. - dije, estrechando un momento su hombro, dejándola a solas. Nadie les molestaría.

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En Egipto:

Escuché las explicaciones del hombre en silencio. Si aquella forma de entrar, hablar y comportarse era porque estaba preocupada por mi hijo, no quisiera estar delante cuando estuviera enfadada. Una idea pasó fugazmente por mi cabeza. ¿Y si...? ¿Y si hubiera algo entre ellos? Es decir, yo conocía poquísimo de la historia de mi hijo mientras no regresó a Ottery, a la Potter Black. ¿Qué habría pasado en su vida, en esos casi veinte años que no nos habíamos conocido?

Era igual, como mucho una mera anécdota que alguna vez le preguntaría, cuando lo superara, cuando volviéramos a casa.

-- Gracias -- acerté a decirle, cuando me explicó cómo y qué eran todos aquellos cuencos que habían puesto a mi lado. -- Gracias -- volví a repetir, sintiéndome algo lerda por no saber qué decirle. Es más, ¿qué podía decirle a alguien que intuía lo que iba a hacer y que, tal vez, no estuviera del todo de acuerdo con ello?

Cuando me quedé sola, con la promesa de no entrar en la tienda, miré alrededor. Por primera vez, me sentía perdida, sin saber qué hacer o cómo empezar. Es muy fácil adentrarte en el Hades y tomar un alma, pero esta vez era la de mi hijo.

Nunca me había parado a pensar en lo que dolía, en lo que podría sufrir el alma desgarrada que arrastrabas de nuevo a un cuerpo descompuesto, pero... esta vez era la de mi hijo.

Me importaba mucho dar algo a cambio de traer un alma, aunque tampoco lo hacía si no mereciera la pena. ¡Y esta vez era la de mi hijo, daría lo que fuera porque él volviera!

Así que cerré los ojos, me concentré. Después encendí los inciensos y dejé que el aroma se esparciera por la tienda. Mezclé las pociones con el aloe vera (pociones, no, ingredientes, mi mente occidental me traicionaba), hice un mejunje y agradecí que Babila me hubiese enseñado a hacer mezclas improvisadas para casos imprevistos. Lavé sus heridas con agua limpia, intentando no ver los reflejos de dolor de sus músculos. Introduje la pasta anti veneno en ella y después la cubrí con la pócima de aloe y vendas limpias. Y después recé, por él, a mi Diosa Oscura, para que no se lo llevara.

 Después, lo más fácil y lo más difícil: traerlo a casa. Me senté en el suelo, en una postura incómoda y negué con la cabeza. No, mejor poner aquel camastro que Bayek había puesto en una esquina para que yo descansara, al lado de mi hijo, necesitaba cogerle de la mano. Lo trasladé intentando hacer el mínimo de ruido para no alentar a nadie fuera ni turbar el descanso mortal de mi hijo. Suspiré, me preparé y tomé la pócima que me había enseñado el sacerdote para aligerar el alma.

Me tumbé y tomé la mano de Matt. El contacto me asustó, de lo frío y caliente que estaba. Es decir, estaba frío, como un muerto (¡no diosa, no!) pero a la vez despedía calor de fiebre. El efecto de aquellas hierbas fue casi inmediato y me sumergí en una especie de limbo que no me era desconocido

Buscarle no fue tarea fácil, aquel lugar era... Igual y diferente... Había un cierto rigor en el caminar de los muertos que no era como el que había visto alguna vez. Allá había como... un camino... El Hades era diferente, siendo igual, al mundo de ultratumba de los egipcios. Los muertos que iban a su destino y se alejaban de sus cuerpos, apenas me veían, pero como si un halo de vida me delatara, marcaban distancia conmigo con lo que pronto me vi caminando como si los repeliera. Excepto a los demonios. Bueno, en mi mundo serían demonios, allá eran los vigilantes de... como lo llamen los egipcios, los que controlan que los vivos y los muertos no se junten.

Y eso sólo tenía dos formas de acabar: o devolviéndome al mundo de los vivos o matándome para que dejara de estar viva y siguiera caminando entre ellos.

-- Vengo a por mi hijo -- les dije, con una valentía en la voz que no sentía. -- Me iré de aquí con él.

-- No sí ha entrado en el Duat.

Me encogí de hombros. Pues si era era la condición, no le dejaría entrar. Así que grité, con todas mis fuerzas:

-- ¡Matt! ¡Matt Blackner! ¡Quédate quieto estés donde estés! ¡¡Voy a buscarte!!

Y a pelearme fieramente contra quien me impidiera encontrarlo.

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  • 2 semanas más tarde...

Tenía muchísimas ganas de planear un viaje, le estaba urgiendo, quería bosques, quería vegetación, quería aires frescos y que le quitaran todo ese aroma a moho y a encierro que había tenido por meses.

Si no fuera por que era una bruja muy limpia y que gustaba un poco de su orden aunque no de maneras tan obsesivas, seguramente se sacudiría de la cabeza una manada de conejos del polvo muy polvosos.

No estaba segura de si había llegado muy temprano o si tenía que haber pedido una cita tomando en cuenta que se encontraban en unos tiempos bastante delicados y donde ahora casi todo se hacía por sobre aviso.

Pero recién salida de sus propias prisiones ahora se imaginaba tendida quizá en una playa de las alohas o las bahamas o si existían los cruceros magicos uno de esos también le vendría de perlas.

-Muy buenas tardes, me preguntaba si ustedes se encontraban de servicio en estos momentos me gustaría de ser posible tratar de planificar un viaje con toda la seguridad disponible con ustedes

Intentaba abrir la puerta para poder entrar esperando que los dueños pudieran escucharla aunque si estaban cerrados seguro se le iba a romper la mano al hacer esfuerzo al empujar la manija.

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http://i.imgur.com/7WhajUW.gif ♥ TE AMAMOS SAGITAS ♥

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  • 4 meses más tarde...

Duat. (Sagis no de dejes que me lleven)

 

Izquierda...derecha...

 

Recordaba caminar por la arena, siguiendo aquel ritmo, con el sol abrasador del desierto sobre mi y el terrible dolor que había seguido al entumecimiento en el costado.

 

Izquierda...derecha...

 

Unos pies aparecieron ante mi, a la distancia suficiente como para detenerme sin chocar con él. Despacio, alcé la mirada desde aquellos pies oscuros, descalzos, hasta encontrarme con la mirada de Anubis, impasible, aferrado a su vara. A nuestro alrededor caminaban más personas, pero solo se desviaban, creando un pequeño vacío entre nosotros. De todas formas, no me importó. Anubis me sostuvo la mirada unos instantes, antes de darse la vuelta.

 

Le seguí. Simplemente decidí seguirle, sin pensar. MI mente vagaba, en blanco, sin pensar en qué lugar era aquel, o qué estaba pasando. Ni siquiera recordaba que estaba haciendo antes de caminar allí.

 

Me daba igual. Era...no sentía nada. Ni dolor, ni cansancio, calor...nada. Era como si la empatía se hubiera apagado de repente y mi cuerpo hubiera decidido no sentir nada. Solo caminaba siguiendo a Anubis en silencio, hasta que se detuvo frente a una sencilla casita de piedra blanca y techo plano, de una sola planta. Ahí, Anubis se detuvo, dando un golpe seco con su báculo en el suelo. Un golpe que haría retumbar los cimientos de cualquier edificio cercano, pero al cual tampoco reaccioné. Me detuve, alzando de nuevo la vista hacia el dios. 

- Adéntrate en la Sala de las Dos Verdades, y sométete al Juicio de Osiris, señor de la Duat, para conocer tu destino entre nuestros muertos.

 

Tardé un par de segundos en reaccionar, antes de mirar la casita y encaminarme hacia la oscuridad de su interior, sin darme cuenta de que, a lo lejos, Sagitas gritaba, llamándome. 

 

Frente a mi, sentado en su trono, en la amplia sala (era tan grande aquella casita? Ni siquiera recordaba haberme fijado en eso) que contaba con algunas velas para iluminar la sala en penumbra, una silla de madera frente al trono, en una posición inferior. Entre medias, una mesa de piedra, sencilla, en la cual descansaba una balanza de oro y una pluma blanca, Osiris me observaba. En otro momento, seguramente habría sentido su satisfacción. Parecía divertido de tenerme allí, y ansioso por comenzar. Pero realmente, no me importaba. Caminé hasta quedarme de pie, con la mirada perdida.

- Aldhiyb Al'Abyad. El Lobo Blanco. El que Siente a la Muerte. - se puso en pie. Yo era alto, pero él lo era más. - Matt Blackner. Bienvenido a mi humilde morada. - comenzó a caminar, acercándose. Ni siquiera me inmuté. - Comencemos con el juicio.

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