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Les antiquités de Cathecir~ (MM B: 106590)


Circe Atkins C.
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Nada le hacía recordar que el tiempo es un círculo tanto como el callejón Diagón y su resistencia al cambio. Sin importar qué pasara alrededor de él, se rehusaba a cambiar un ápice. Tiendas diferentes, pero con el mismo propósito: atraer nuevos clientes. Scavenger siempre había disfrutado pasearse por ahí, y ahora que estaba de vuelta tenía muchas ganas de ver las tiendas nuevas.

 

Se detuvo un momento frente a la tienda, observando un poco su fachada; las puertas rústicas, los ventanales grandes, la campanilla en la entrada, esta era una auténtica tienda de antigüedades. Su entrada al establecimiento fue anunciada por el sonido agudo de la campana, y varios estantes la recibieron llenos de todo tipo de objetos. Scavenger sonrió abiertamente.

 

Su gusto por las antigüedades tenía más que ver con la historia de los objetos que con los objetos mismos. Su sentido estético era casi inexistente y una vida de lujos y cosas caras -como usualmente lo eran aquellos que adornaban el lugar- nunca había sido de su interés. Las historias, sin embargo, ahí es donde todo lo bello pasaba.

 

No se sorprendió mucho al ver a Richard Moody ahí. Por lo poco que sabía del hombre, la comercialización de objetos potencialmente caros y/o peligrosos sonaba exactamente como su tipo de cosa. Estaba hablando con otra mujer a la que no conocía, así que Scavenger decidió dejarlos sortear sus asuntos en paz, enfocándose en la fila más cercana a la entrada.

 

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Richard terminó rápido esa transacción porque había visto entrar a alguien que había creído ya apartada para siempre de la sociedad mágica. El brujo no intentó disimular su interés si no que, por el contrario, cuando la primera bruja se hubo retirado con su compra se quedó observando de manera descarada a Evans McGonagall, mientras ésta ojeaba los objetos en exposición.

 

—Sabes, las cosas realmente buenas está en la trastienda —dijo, con la mejilla apoyada sobre la palma y el codo sobre el mostrador, mientras sus ojos brillaban con aire divertido—. Aunque quizá eso no sea algo nuevo para ti, Evans.

 

Richard sabía que la bruja tenía un oficio de lo más curioso y nada común en Ottery. Entendía, por tanto, cuán útil podría resultar su ayuda en la clasificación de ciertas cosas en el local y si a ella le gustaba el tema ¿no era eso acaso tanto mejor? Richard no le quitó el ojo de encima por un buen rato, aguardando su respuesta pero también (y era tonto negarlo) maquinando. No le importaba pagarle por sus servicios, que le ayudara con algunos objetos mágicos "problemáticos" que se encontraban tras la cortina que separaba la trastienda del espacio que ahora ocupaban pero ¿qué tanto podía confiar en su discreción? Era algo que todavía necesitaba averiguar.

 

Normalmente, habría acudido con Ellie para solventar tales cuestiones pero la bruja todavía se encontraba algo resentida por algunos productos que habían "desaparecido misteriosamente" de la tienda hermana del antiquités, el tesoros olvidados, y luego "vueltos a aparecer" después de un par de meses. Richard, por supuesto, no iba a aceptar ni en los más salvajes sueños de Ellie que era el culpable así que el asunto se había zanjado de forma incómoda; Ellie, además, había comenzado a desconfiar un poco de los negocios de Richard debido a su obviamente cuestionable legalidad.

 

—¿Cuánto desde la última vez que nos encontramos? —se movió entonces cambiando de postura sobre la banca de patas altas en la que se sentaba tras el mostrador, con ademanes recordaban un poco a los de un gato— ¿Has estado de viaje... ocupada?

 

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>>Sabes, las cosas realmente buenas están en la trastienda.

 

Se había quedado viendo una caja de cerámica pequeña con ilustraciones florales, probablemente china, cuando la voz de Richard la sacó de sus pensamientos.

 

—No me sorprende— le respondió al tiempo que se giraba hacia él. Con la mano en la mejilla y el cuerpo medio recargado en un mostrador. Scavenger no lo conocía tanto como a otros miembros de su familia, pero tenía el sentimiento de que estaba siendo estudiada —Aunque muchas cosas pueden esconderse a simple vista si se sabe cómo.

 

Trató de recordar cuándo fue la última vez que se cruzaron, debió haber sido cuando todavía andaba mezclada en asuntos turbios, en el cuartel de aurores. Otra vida.

 

—Necesitaba alejarme un poco. —ofreció a modo de explicación por su ausencia —A veces siento que entre más me quedó en este lugar más difícil será el irme después, cuando en realidad tenga que hacerlo. Además, hay tantas cosas lejos de aquí valen la pena.

 

Tendría que ser suficiente para el Moody, no porque fuera aburrido sino porque era la verdad. Había pasado varios meses recorriendo diferentes universidades muggles en el último año, tratando de aprender tanto del mundo como le fuera posible. Sólo se atrevió a regresar a Londres cuando le fue absolutamente necesario, pero eso no lo iba a decir en voz alta, no frente a personas cuyas morales aún no entendía del todo.

 

Precisamente por eso Richard la inquietaba, no lograba descifrar qué era lo que lo motivaba, lo que lo movía. Ante esa inseguridad, decidió mover la conversación a un terreno donde se sientiera más cómoda. Tomando entre sus manos la cerámica que había estado examinando antes, empezó:

 

—Chino. Probablemente dinastía Song. No es el más raro de su clase, pero puede ser caro, incluso en círculos muggle. Me imagino que, con tus contactos, el conseguir este tipo de cosas no debe ser tan difícil.

 

>> ¿Por qué no me muestras que tienes de interesante en la trastienda? Por los viejos tiempos.

 

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Richard Moody

 

Las cosas que Evans dice tienen sentido. No es algo a lo que Richard esté acostumbrado y menos en brujas de su edad pero tiene que admitirlo. Su expresión no cambia si no que se desliza del taburete con los ojos clavados en ella y levanta la parte del mostrador para que Evans pueda pasar por la portezuela. Richard observa también la pieza que ella ha sostenido con interés. Decirle que prefiere los autos de carreras justo ahora y que hace mejor dinero con ellos en apuestas ilegales no parece muy cortés.

 

—Aquí.

 

Una vez ha pasado cierra la portezuela y revolea la mano con disimulo. Nada cambia alrededor de ellos, salvo el hecho casi imperceptible de que el letrero que hasta ese momento colgaba de la entrada mostrando el "Abierto" hacia la calle se mueve como si hubiera sido movido por una corriente de viento. Para cuando se trasladan hacia la trastienda, desde fuera puede leerse "Cerrado" en letras negras sobre fondo blanco.

 

La trastienda no está precisamente desordenada pero tampoco hay allí elementos cuya utilidad sea detectable a simple vista. Richard pasa de largo por más artefactos, artículos y libros hasta llegar a una esquina. Sobre una mesa mediana de madera pulida, descansa un libro bajo la luz de una lámpara. Richard la observa, esperando que ponga una expresión similar a "por supuesto que debía ser un libro" pero eso nunca llega, el rostro de la bruja no le dice mucho de aquello que podría estar pensando. Se siente muy tentado de usar legilimancia pero se contiene.

 

—Bien —dice entonces, para llamar la atención sobre sí mismo, algo que no suele hacer—, entonces, lo que sucede cuando apago la luz...

 

Un movimiento de su mano y la lámpara se ha apagado. Enseguida, del libro, empieza a surgir un material similar al nitrógeno líquido, solo que oscuro, que se vierte alrededor como si quisiera invadirlo todo. Poco después, cuando ha llegado a crear algo similar a tentáculos, la materia empieza a tornarse más sólida, como una sombra que surge del libro, con protuberancias similares a flagelos que buscan alrededor. Richard entonces toma una esfera de su bolsillo, la lanza al aire y de ella surge una luz cegadora: no es algo mágico si no un artefacto muggle que llena de luz hasta el último rincón solo por un instante, tiempo suficiente como para que Richard haga un movimiento discreto con la diestra una vez más y la lámpara vuelva a encenderse.

 

Cuando recuperan sus sentidos, están una vez más en el mismo sitio, solo que el libro vuelve a descansar, aparentemente inofensivo bajo la luz de la lámpara que enmarca sus límites.

 

—¿Opiniones? ¿Sugerencias? —refiere con voz seca.

 

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Siguió a Richard de inmediato, estaría mintiendo si dijera que el Moody no le causaba curiosidad, por lo poco que sabía de él y los círculos en los que se movía, no le sorprendería el enterarse que la venta de antigüedades era cubierta para algo más.

 

El encontrarse con un libro en la trastienda fue una grata sorpresa. Scavenger fue cuidadosa de mantener una expresión neutra, no quería darle a Richard la impresión equivocada. El libro no era el único objeto en el cuarto, pero era claramente el más importante. Después de que la luz de la lámpara regresara a sus ojos y ella se hubiese acoplado al cambio de iluminación, no pudo evitar sonreír.

 

No se arrepentía de haberse alejado de Inglaterra, necesitaba un respiro y su tiempo lejos le había enseñado tanto. Pero -la emoción de encontrar algo nuevo cada día, el ritmo de una vida activa que existía aquí, no sabía explicarlo, pero también lo había extrañado. De pie en ese lugar, con un misterio a resolver frente a ella… una sonrisa era la única manera en que podía expresarlo.

 

— Interesante. Al fin. ¿Puedo? — preguntó, haciendo un gesto hacia el libro. Sin esperar por la respuesta del Moody dio un par de pasos adelante, hasta quedar a menos de un metro del libro. Bajo la luz parecía un objeto normal, pensó por un momento en preguntar de dónde había salido, pero ultimadamente la respuesta era irrelevante.

 

Sabía de la existencia de un hechizo que podía revelar si el objeto estaba maldito o encantado, pero teniendo en cuenta los sucesos de hace unos segundos, la respuesta sería obvia. En vez de magia, se centró en los detalles del objeto. Cubiertas de piel, oscuras; una portada vacía. Usando la varita, abrió el libro para develar una primera página blanca, excepto por una nota en el margen derecho.

 

DE LA BIBLIOTECA DE GEORGE LEITNER

 

—Ah, — musitó con reconocimiento. —Tienes aquí algo peligroso, Moody. Es raro ver a un Leitner fuera de Alemania, pero no imposible. No sé qué clase en maldición tenga este tomo en particular, pero los Leitner son famosos, dentro de los círculos correctos, por sus…. dígamos, contenidos. Y no particularmente literarios.

 

No le dijo que hasta ese momento ella misma creía las historias acerca de los Leitner y su biblioteca llena de libros malditos mentiras y exageraciones de coleccionistas. Fue durante su estadía en Alemania, hace casi un año, cuando escuchó las historias de boca de un amigo académico. No les dio importancia en ese entonces. Los muggles creen en todo lo que escuchan.

 

—¿Planeas vender eso? — añadió con curiosidad —Hace no mucho me contactaron para ayudar a romper la maldición de un libro, uno diferente a este, por supuesto. En tu caso, ¿buscas liberarte del libro o sacarle provecho?

 

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—Quería explorar su valor y cuánto interés podría tener en ello o no —replicó Richard con honestidad—. Es extraño que encare algo que no conozca de ninguna forma, ni tan siquiera una pequeña referencia.

 

No es algo común que no tenga pistas. Normalmente, habría buscado investigar un poco a través de sus redes pero la guerra acorta esa posibilidad. Ahora todo material maldito busca ser monopolizado por ciertas esferas o explorado por el gobierno. Muchas de sus viejas conexiones no existen más o están tan oscurecidas que ni siquiera él mismo se había atrevido a contactarlas. De todas formas, no tiene prisa, aunque sí curiosidad. Es por eso que no le miente a Evans. Pertenece a ese grupo de seres honestos por quienes sabe que no será robado. Tampoco parece dispuesta a cobrarle por sus servicios o solo parece sentir la misma genuina curiosidad que alguna vez había visto en los ojos de Catherine.

 

—Entonces ¿qué es un Leitner?

 

Su conexión con las esferas alemanas es casi nula. Pandora había sido la que había mantenido cierto nivel de información al respecto pero desde que Catherine le devolviera sus memorias y se quedara sin eso en su cesera, Richard no tenía forma de obtener ninguna clase de pista por ese lado. Además, la propia Catherine estaba fuera de alcance y Richard no tenía mucha idea de su paradero. El brujo, no es de hablar demasiado, usualmente espera siempre ser el depositario de la información pero habla con Evans de todas formas. Está resultando ser una tarde bastante inverosímil.

 

—Me lo dio como prenda un mago en bancarrota —dijo, aunque la razón por la que le debía dinero no la reveló—. Dijo que volvería por él una vez consiguiera juntar el dinero y que no lo dejara estar sin luz durante la noche pero no lo vi más. Han pasado tres meses desde la última vez...

 

Eso le trajo a la cabeza otra cosa, aunque se quedó callado pensando en el detalle que había olvidado hasta ese momento. El muchacho había llevado un atado de tela con él, como si estuviera huyendo con unas pocas pertenencias pero ¿de qué podía huir exactamente un mago de una familia de renombre venida a menos? Las posibilidades eran infinitas.

 

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Editado por Melrose Moody

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Scavenger se quedó callada un momento, recordando tantos detalles como pudiese de la historia que iba a contarle al Moody. Alemania había sido difícil, un puñado de recuerdos encerrados en su cabeza en los que no se permitía pensar; poco a poco, fui aislando la historia, separándola de las otras partes de su memoria que no eran relevantes. Cuando sintió que recordaba lo suficiente, habló.

 

—George Leitner era un hombre alemán. Nacido a inicios del siglo XIX, aunque su infancia no es relevante, sino lo que hizo después. Estaba obsesionado con los objetos malditos, en especial los libros. Creía que no había nada mejor para atrapar las maldiciones más peligrosas que el papel y la tinta, así que durante su vida adulta se dedicó a coleccionar cosas como esa, — señaló el libro que descansaba tras de ella. —Siendo honesta, no creía que fueran reales. Hay registros históricos acerca de un George Leitner que vivió en Alemania en los años 20s de ese siglo, tenía una gran biblioteca, pero su mansión fue destruida en un incendio antes de que terminara la década. Para ciertas partes de Renania es una leyenda, un mito urbano.

 

Pensó por un momento en lo que Hans, la primera persona en contarle la historia de Leitner, daría por estar ahí y una sonrisa leve paseó por sus labios. Estaba consciente, también, de que ésta no explicaba exactamente qué era el libro, o cómo había llegado hasta ellos.

 

—La primera vez que escuché acerca de ese hombre fue precisamente por alguien que también se dedica a coleccionar objetos antiguos, se supone que los Leitner sobrevivientes al incendio son altamente codiciados, puedo ver por qué la persona que te lo dio lo quería de vuelta.

 

Scavenger era una persona curiosa, y el prospecto de descubrir los secretos de ese libro era muy tentador. Richard podría venderlo en una muy buena cantidad, sería injusto de su parte no decírselo, pero tenía la sospecha de que el Moody preferiría enfocarse en el libro y sus misterios, en vez de ventas y transacciones.

 

—Me temo que no te he ayudado mucho, —admitió al fin. —Por más que sepa quién fue George Leitner, eso no explica qué clase de maldición tiene este libro. Eso lo tendremos que investigar nosotros, si es que estás interesado en hacerlo.

 

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Richard Moody

>>Cuídalo por un tiempo ¿Eh, Moody? A tí te gustan estas cosas ¿no? De seguro sabrás sacarle provecho...<< la expresión de codicia en los ojos del chico había sido evidente pero también algo que Richard había reconocido como burla. Sabía que Richard quería el libro y Richard había juzgado, además, que lo había creído incapaz de lidiar con ello. Richard se había guardado para su fuero interno sus propias réplicas y le había contestado con una sonrisa. Que sí, que le encantaría quedarse con el libro. Había pagado la suma acordada y el muchacho había salido a la carrera.

 

Una sospecha enfermiza se instalaba ahora en el pecho de Richard ¿Y si se había equivocado todo ese tiempo? ¿Y qué si, en realidad, no era que no lo había creído capaz de lidiar con el libro si no que el libro en sí mismo era algo completamente distinto? Si el artefacto le guardaba alguna clase de lealtad...

 

Richard se movió muy rápido, quizá demasiado rápido para Scavenger. Una cosa era que tuviese que lidiar con alguna clase de maldición y otra muy distinta que tuviera un espía en su tienda. Lo primero no era más que un inconveniente habitual, mucha gente había intentado maldecirlo a lo largo de su abultada existencia y al final siempre terminaba encontrándole la utilidad a eso. Un espía en tiempos de guerra (con la caída del estatuto del secreto), era, sin embargo, algo que no podía permitirse ni siquiera por el aliciente de poder utilizarlo para su beneficio en algún momento.

 

Fue una cosa de segundos. Tomar el tridente que se encontraba apoyado en la pared. Clavarlo con fuerza sobre el libro, volcar frascos de tinta, pergaminos y el libro mismo y aplastarlo contra el suelo con ademanes agresivos, despiadados. Hundir el tridente para atravesar las páginas casi con placer. Ver la sangre negra manar y manar y un gemido de dolor...

 

Estaba tan concentrado en la tarea que ni siquiera prestó atención a la reacción que eso podría provocar en Scavenger. Era como matar a un bicho horrible, del que no se conoce el nombre pero que se encuentra un día pegado a la pared junto a la cama o escurriéndose por el suelo; una sensación violenta sí, pero cargada de alivio. Qué era esa cosa, si animal, bestia o alguna clase de ente individual, no quería saberlo. Solo saber que no iba a espiarlo más. Por supuesto, el tridente no era un objeto cualquiera, así que Richard sabía que esa cosa no se movería más.

 

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Cada vez que creía entender algo acerca de Richard, el Moody se encargaba de un modo u otro de demostrarle que no. Estaba convencida de que el misterio el libro sería suficiente para tentarlo, pero su reacción fue totalmente apuesta a lo que ella hubiera esperado.

 

Vio sus facciones endurecerse y antes de que pudiera preguntarle qué estaba mal, había cruzado la habitación y tomado un tridente de la pared. Si la memoria no le fallaba, Scavenger recordaba haber escuchado antes que Richard era impredecible, impulsivo; este conocimiento fue la única razón por la cual, cuando el Moody empezó a arremeter contra el libro frenéticamente, ella no salió corriendo.

 

La idea de que Richard pudiese lanzarse contra ella una vez terminado con el libro cruzó su mente, pero la descartó de inmediato, más por buena voluntad que otra cosa; tenía que creer que aún entre toda esa violencia, él era capaz de seguir algún tipo de lógica o código moral. Al final, el arranque no duró más que un par de segundos, y ahí donde el libro había reposado, ahora no había más que un manojo de hojas y sangre. El gemido de dolor que escapó del libro fue suficiente para sacarla del estupor.

 

—Dios, Richard. —dio un par de pasos, hasta quedar a lado del Moody, y observó el desastre con atención. —Si me hubieras dicho que planeabas destruir el libro desde un principio, te habría ayudado a encontrar una manera menos… desastrosa.

 

Aprovechando la cercanía, y siendo lo más discreta posible, se enfocó en Richard; la mirada en sus ojos era un poco histérica, y su respiración era pesada por el esfuerzo que acaba de realizar.

 

—¿Qué fue eso? — le preguntó, y esperaba que entendiera a qué se refería. —¿Está todo bien? ¿Es por la persona que te ha dado el libro? — Richard no estaba obligado a responderle, pero igual sentía una curiosidad tremenda.

 

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Richard se vuelve con expresión un tanto incrédula. Su comentario es simplemente... perfecto. Luego de mirarla fijo por un segundo explota en una carcajada.

 

—Por supuesto, tienes razón —la forma en que asume los hechos, le recuerda un poco a Mel pero a diferencia de ella, parece llegar a una comprensión más profunda de la situación, a pesar de no conocerlo demasiado—. Intentaré hacerlo... en la siguiente oportunidad. Aunque, eso podría haberle dado una pista al espía ¿no? —repone, pateando el libro desgajado en el suelo antes de completar— Y no podíamos darnos ese lujo.

 

Se sobreentiende que "el lujo" hacía referencia a "el lujo de que escapara"; el incluirla en la acción no es casualidad y, de seguro, tampoco es algo que ella pase desapercibido.

 

>>Está todo bien, es solo que creí entender que se trataba de un espía de algún tipo y necesitaba deshacerme de él<<.

 

Ya en otro momento tendría oportunidad de averiguar un poco más, acerca de cuál había sido el interés que tenían en sus asuntos para dejarle un espía de esa forma. Mientras tanto, no quería seguir en ese espacio. Levantó los trozos destrozados del libro y los metió a un cubo de metal. Después, se dio a la tarea de limpiar el suelo con algo de soluciones de limpieza y un trapo desgastado. Cuando hubo terminado y el olor antiséptico había invadido ya la estancia, tiró el trapo al cubo junto con los despojos e invitó a Scavenger a subir al segundo piso.

 

—Quizá no lo parezca pero me hace falta un trago —replicó.

 

Richard no era un ser de emociones aplastantes. La mayor parte del tiempo se dividía entre el tedio y la sorpresa, ambas leves y tan solo vestigios de lo que habían sido sus emociones humanas hacía muchos años. Sin embargo, poseía un cuerpo cien por ciento humano, por lo que no podía evitar percibir la adrenalina que el momento le había dejado. Quería apaciguarse pero también, relajarse. Disfrutaba de las emociones cuando tenía la oportunidad, si eran lo suficientemente intensas como para estimularlo de verdad, pero se había formado el hábito de hacerlo a solas, si eso era posible.

 

De todas formas, salió de la trastienda hasta ponerse detrás del mostrador y subió por las escaleras metálicas en espiral para señalarle el camino. Ya arriba, había una mesa y un par de sillas, por lo que sentó en una de ellas, echando un poco de oporto en un par de copas pequeñas.

 

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