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Nigromancia


Báleyr
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La locura era el último escalón antes de caer en picada hacia el precipicio, Aaron lo había comprobado en carne propia. Ahora su cabeza era una maraña de confusión, hilando erróneamente salidas falsas que lo llevarían a terminar dentro de la misma celda apestosa y mohosa. Ahí yacería la grandeza de un hombre abatido por su sed de poder, luchando sin descanso por salvar lo que desde hacia demasiado tiempo agonizaba, esperando una muerte lenta y sin la más mínima pizca de misericordia impresa en ella. Darla le brindaba un cobijo infructuoso, carente de la serenidad que el mago necesitaba en esos momentos, suplicando que la mano amiga le tomará por el cuello y lo presionará hasta arrancarlo del mundo terrenal.

— Las legiones de almas perdidas, siempre han buscado obtener lo mismo. Incautos que den un paso en falso y se vayan con ellas al infierno que habitarán eternamente— el tuerto expresaba prestando especial atención a la demanda de Darla. Le exigía acceder a la prueba, pero si apenas estaban calentando motores y para el era un deleite verlos al filo de la navaja. Era un hombre duro e imperturbable, la joven mostró valía y todo lo requerido por el Nigromante. Sin embargo, no le daba derecho a imponerse de una forma tan poco amable y mal educada.
— El está completamente loco y tú, bueno tú—acariciaba su barba de forma retadora— La legión de almas, no era esa insignificante mujer. Encuentra el alma del director de ese sanatorio, encapsúlala y solo entonces, ya podremos hablar de lo que tanto anhelas obtener— la orden del hombre era tajante e indiscutible. Cada uno de sus aprendices poseía bríos diversos, desde los más elementales hasta los que vagamente le recordaban sus años como aprendiz de Nigromancia.
Jamás se dejaba llevar por aire arrogantes o elitismo sin sentido, simplemente se limitaba a seguir lo dictado por sus maestros. Eso era lo que le faltaba a las nuevas generaciones, respeto por los más sabios y un poco menos de exigencia a la hora de realizar sus demandas. Las luces del sanatorio parpadeaban con desesperación, anunciando el ataque del alma más poderosa que no pudo encontrar jamás el sitio que le diera el descanso que creía merecer. ¿Cómo podía aspirar a los campos elíseos o al menos al paraíso?, si toda su vida se la paso experimentando con seres que muchos considerarían inocentes. Pero que ante el ojo del tuerto eran todo menos eso, para el simplemente eran desgraciados dentro de una jaula con alambres de púas como barrotes.
— El último reto Potter Black y Caelum, pelear hasta morir o quedarse ahí tendidos como el par de debiluchos que son—dureza pura brotaba por los poros de la piel del anciano. Levantándose del sitio donde momentos antes reposaba tranquilamente, no los dejaría salir de ahí hasta que comprobará con sus propios ojos que eran lo suficientemente osados para plantarse delante de la pirámide. Báleyr siempre tan desalmado con los que deseaba aprender como sanar un alma herida y traerla de vuelta al cuerpo que abandonará de forma inesperada. Insensato a la hora de planear cada una de las pruebas que debían sortear, carente de la misericordia que algunos se jactaban de ir derramando allá donde sus pasos los llevaban.
— ¡A trabajar!—su voz era como un latigazo sobre la espalda de ambos magos— Queda muy poco tiempo, no lo sigan desperdiciando—chaqueó la lengua, enviando la más poderosa de las almas de la legión, contra ese par de inconscientes entes que de no ponerse las pilas, si que acabarían dentro de los peores círculos del infierno que existieran en el mundo de los muertos.
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- Si yo estoy loco, imagina tú... anciano- respondí de inmediato en medio de la nada. Al menos no lo dudo; pensé.

 

De pie junto a Darla, nos encontrábamos en un espacio en blanco, sin principio ni fin, donde su figura y la mía contrastaban con las paredes inexistentes de quizás qué dimensión, ¡un infierno! había disimulado el arcano, pero qué era un infierno sino la propia avaricia existencial de cada uno de nosotros, incluyéndole. Podría ser un gran maestro del arte que buscábamos aprender junto con Potter Black, sí, pero quizás el mismo Baleyr había sido preso de un ego inconsecuente, propio de todo aquél que divagaba sobre la vida eterna y sus consecuencias.

 

-Podré ser débil para ti ahora, Baleyr. Pero créeme que llegará el día en que nos encontraremos a la par, sea cuando sea, sea dónde sea...- susurré tras la apariencia mortifaga que aún determinaba mi presencia. Bufé cuando oí sobre la búsqueda del director del sanatorio. Que predecible- ¡haberlo dicho antes! - exclamé molesto mientras desenvainaba mi varita.

 

Alrededor se fue pintando todo en lo que parecía ser un paisaje en óleo, con rasgaduras de pincel en sus distintas tonalidades. Era el mismo sanatorio, en el mismo patio céntrico con el árbol donde hacía unos minutos casi perdía la vida, pero indistintamente nos situábamos dentro de una pintura; ¿alguna puerta al infierno, tal vez? ¿alguna tela dibujada por un impío?... ¿Baleyr pintaba cuadros?. Por un momento creí que nos estaba plasmando en alguna imagen que le quedaría en el recuerdo: ¿Enviaría él al alma más poderosa de la legión, siendo el alma que capturábamos con Darla hace minutos atrás, parte de esa misma legión?

 

-Que vengan cuando quieran...- murmuré ahí junto a la bruja. Estaba un tanto aburrido de esperar, llegando a desconocer cuánto tiempo habíamos esperado el momento, del cual anhelaba una buena recompensa, la nigromancia. Giré el rostro metálico hacia la bruja y le hablé en susurros, propio de la apariencia que me distinguía- no me moveré de acá...

 

Siendo tal, un intolerante de frágil temperamento, me crucé de brazos pensando en cómo llamar la atención de quien por seguro buscaría evitar la captura. Podría ser posible que si íbamos tras él, el famoso director del sanatorio, nos estuviese esperando en su despacho o sorteara barreras para dificultar nuestra llegada, como también cabía la opción de que se ofuscara cuan cobarde, como había hecho hasta ahora. De tal manera, concluí que son ellos los que buscaban una vida y que nosotros más que ser la misma vida que ellos buscaban, éramos la llave para movernos entre ambos mundos, por lo que sin haber obtenido la nigromancia, ya estábamos un escalón por sobre los mismos demonios que no sabían como escapar de su propio infierno.

 

- ¡VEN AQUÍ!- grité con un sonorus mientras las luces parpadeaban y los aires se volvían más densos. Me abrí de brazos y generé un círculo astral de protección para mí y la bruja, conocimientos tan audaces que al tratarse del mismo mundo de los muertos, ni ellos podrían abatir- ¡Ven aquí maldita legión! y ofreceré mis servicios a tu ejército de profanos cuando no esté más en el mundo de los vivos...

 

¡Mentiras! ¿era un villano no?, un antagonista de mi propia historia. Con el horrocrux creado más el que idearía tras matar al auror, tenía la posibilidad de mantenerme entre la vida y la muerte, más aún obteniendo la Nigromancia, comprendería el uso de aquél canal para hacerle frente a la inexistencia. Allá Tom si es que no pudo salvarse; ¡de seguro fue porque era in sangre sucia!

 

Un rugido ensordecedor estremeció el entorno y todo lo que veíamos o al menos yo veía, comenzó a derretirse, como si sobre un cuadro de fresca pintura cayese agua. ¡Frente a nosotros emergió una sombra oscura!, oculta entre la neblina que comenzó a concentrarse mientras mil y una voces se oían por nuestro alrededor. Dos manos tan grandes como el sanatorio hicieron temblar la tierra a nuestro alrededor, aferrándose a la tierra entre lamentos que darían origen a un rostro sin rostro, pero tan grande que si hubiese un ojo allí, sería como tener la luna en frente.

 

¿Tenía miedo? ¡claro que lo tenía!, pero demostrarlo era otro camino.

 

-Con que esta es la legión...- comenté a Darla sin dejar de observar como la criatura se formaba ante nosotros con quizás qué intenciones-... menudo demonio. ¿Conoces algún rezo muggle?- bromeé observando como desde el abdomen de la criatura, pues la misma no pudo salir del todo, se abría una compuerta de fuego- Ignea...- susurré enarbolando la varita sobre mi cabeza, bañándome en lirios de fuego que me protegerían al entrar en aquél sofocante calor- deberías hacer lo mismo, ¿no?- consulté a Potter Black- venga Darla, quizás dentro encontremos al famoso director, qué sería de todo sin un par de hechizos que cruzar ¿verdad?...

 

@@Darla Potter Black @Báleyr

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No era la primera vez que se adentraba en el mundo de los sueños , cuando había explotado el Ministerio en 2015, Darla había descubierto que su madre era una oneroi y ahora, de nuevo frente a la imagen de sí misma, atada y con odio en los ojos verdes, se preguntaba si eso era un sueño.

 

—No, no estamos soñando —respondió Scarlet desde la cama en la que seguía amarrada, haciendo que Darla tuviera un estremecimiento por todo su cuerpo.

 

—Si no es un sueño, y no es un infierno ¿a dónde nos envió realmente el nigromante? —preguntó la pelirroja.

 

—A donde se abandonan los recuerdos, Aaron ve al hombre que alguna vez hubiera sido si no dejaba su recuerdo en la camilla de metal y tú me ves a mí, la madre de Corvus Aidan, orgullosa de un hijo parido con amor pero nacido de la traición.

 

Darla se mantuvo en silencio ante la respuesta del recuerdo de Scarlet, tratando de entender.

 

—A ti te salva una cosa que es la misma maldición que tú tienes, tú eres un horrocrux, tú llevas dos almas, tú compartes dos vidas, miles de recuerdos y la fuerza de quien fue y vino de la muerte y el infierno, él está al borde de la misma locura que el nigromante, ambos capaces de coquetear con la muerte, de verla a los ojos pero de jugar a nunca alcanzarla —las palabras de Scarlet sonaban sombrías con un dejo de amargura en su voz. Darla se preguntaba quién estaba más maldito o más loco si ella o Aaron —observa —le dijo en ese momento señalando hacia la nada en que estaba el par.

 

¿Acaso había tres Darlas? No, era ella misma, de rodillas, con los ojos cerrados tras intentar salir de allí, las palabras de Báleyr y de Aaron le parecían tan vacías como innecesarias. Ella ya no tenía fuerzas y sin embargo, era su cuerpo el que no daba más, las dos brujas, o mejor dicho las dos almas que habitaban el cuerpo de Darla estaban enfrascadas en aquella discusión sobre quién estaba más loco o más maldito. La verdad es que en ese momento a Darla le importaba poco, se veía a sí misma desde aquella proyección astral que era su vida y veía a los otros dos o más bien veía a uno y oía al otro mientras Báleyr y Aaron parecían desafiarse para medir quién tenía el ego mayor, o más sabiduría. Era obvio que en años se sapiencia lo era el arcano pero el hecho que le negara poder llegar porque quería al alma que presidía a las almas en aquel lugar demostraba que en capricho ambos hombres se igualaban.

 

—Ésto debería terminar —dijeron Scarlet y Darla a la vez, la Potter Black se giró y miró a la que sería su alter ego.

 

—No, yo estoy contigo, pero yo soy solo el recuerdo de lo que fue, tú debes volver con él y si no terminas la misión, será imposible salir de aquí.

 

—Pero no es justo —comenzó a protestar y todo se volvió una luz cegadora para ella, encontrándose de nuevo junto a Aaron, odiaba esa sensación de impotencia que le producía el sentir más extraño que había tenido en años.

 

—Vara de Cristal —pronunció, Edelweiss, su varita se había convertido en su diestra en un bastón tornasolado, variando sus colores desde el azul de los dragones hocicorto sueco hacia el castaño claro del aliso, la Potter Black se ayudó con ella para reincorporarse mientras Aaron continuaba su discurso, aunque esta vez dirigido a ella:

 

«Con que esta es la legión… menudo demonio. ¿Conoces algún rezo muggle?»

 

La expresión de Darla se volvió dura, recordando la cruz que Seba solía llevar al cuello. Sí, claro que conocía, pero rezar por ambos era más que innecesario, su vida ahora no tenía importancia. Suspiró resignada mientras él seguía hablando.

 

«Ignea... deberías hacer lo mismo, ¿no? venga Darla, quizás dentro encontremos al famoso director, qué sería de todo sin un par de hechizos que cruzar ¿verdad?»

 

—¿Acaso importa que me pase? —gruñó molesta pasando frente a Aaron sin aplicarse la protección e ingresando a lo que parecían las puertas del infierno mientras extendía su zurda e invocaba la Espada del Invierno, comenzándola a girar suavemente por sobre su cabeza, la espada comenzó a desprender el brillo de las auroras boreales hasta invocar un clima de casi cuarenta grados bajo cero, la nieve comenzó a caer y el suelo se convirtió en hielo —no me obligues a utilizar el Cháos, ahora era ella quien desafiaba al alma que buscaban —porque no solo te atraparé en este maldito lugar, lo destruiré por completo, estoy harta de estar acá y quiero acabar con la misión y contigo si es necesario —los ojos de la Potter Black se volvían por momentos rojos y luego negros, como si en realidad fuera a utilizar el Fūsiō, uno y otro poder oscuro le permitían controlar el hielo, el fuego demoníaco y la oscuridad, aunque ella siempre había preferido la oscuridad no temía a consumirse en un fuego tan doloroso que había llevado a más de uno a la muerte, con suerte, cuando no a la locura.

 

Se había olvidado del Black, molesta como se sentía, vibrando en una sintonía que solo había tenido cuando había realizado la misión que la había llevado a convertirse en un vengador oscuro. Había destruido todo a su paso, y ahora estaba a punto de pasar igual aquella alma maldita estaba allí para ser el carcelero, podía verlo, un torbellino de almas se liberaría hacia su infierno o su redención cuando lo tuvieran a él.

 

Salvaguarda Mágica, pensó en el momento en que elevaba frente a ella su vara de cristal desmaterializándose en el momento en que una lanza de fuego atravesaba el espacio, surgida de algún lugar frente a ella. Así que él quería jugar al infierno, pues le daría uno pero de hielo, giró con más fuerza la espada pronunciando el hechizo que había visto grabado en los grimorios antiguos, la temperatura pareció bajar aún más.

 

—Ni un alma maldita resiste el hielo —murmuró mientras de pronto se hacía consciente de que su compañero quizás tampoco lo haría, con calma bajo la espada, preguntándose si era lógico lo que hacía e importándole un bledo.

Editado por Darla Potter Black
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El ambiente se había enrarecido lo suficiente como para que Báleyr comenzase a mostrarse a gusto. Observaba cómo sus pupilos luchaban contra aquellas almas atormentadas, y veía cómo se esforzaban por alzarse sobre ellas para demostrarle que eran capaces de obtener lo que buscaban. Pero, ¿realmente lo eran?

 

Caelum llamó al alma que debían derrotar y se encargó de proteger a ambos, mientras Darla daba rienda suelta a un poder que interesó bastante al arcano. La observó en silencio, asintiendo para sí, y sintió cómo la fortaleza del alma oscura del director de aquel inhóspito lugar comenzaba a quebrarse ante la voluntad de los aspirantes a nigromantes. El ojo de Báleyr brilló durante un instante, complacido con lo que veía.

 

El hielo que conjuró Darla hizo frente a aquella especie de infierno en la tierra que los espíritus querían utilizar para apoderarse de ellos y de sus vidas frenó el avance del ataque, si bien no logró terminar de exterminarlo. Una voz surgida de la nada, grave y profunda, retumbó alrededor de los dos pupilos del tuerto, que sintió la vibración de aquella voz incluso en su pecho.

 

No... saldréis... de... aquí... vivos... —el mensaje era claro, y sus intenciones aún lo eran mucho más.

 

Báleyr se hizo oír entre el rugido de las llamas.

 

¡No olvidéis atraparle, es la única forma de detener su poder! ¡Vamos, jóvenes inútiles! ¿Y vosotros queréis enfrentaros al Portal? Menos rezos muggles, y más demostrarme que merecéis llevar el anillo de la habilidad, par de vagos —casi escupió. Ninguno de los dos podía verle la cara pero, de haberlo hecho, habrían visto al anciano sonreír casi con placer. Le encantaba hostigar a sus pupilos, pues estaba firmemente convencido de que era la mejor manera de sacar todo el potencial de sus mentes.

 

Aquel espíritu maligno intensificó su fuerza y varias llamaradas surgieron del vórtice por el que quería arrastrar a los dos aspirantes a nigromantes. El hielo que Darla había creado fue lo único que minimizó un poco su alcance, pero comenzaba a derretirse.

 

O le atrapáis, o no salís de aquí —sentenció el tuerto, lanzándole a los pies de ambos muchachos una cápsula metálica del tamaño de un frasco de perfume—. Ese es vuestro pase a la Prueba, ya os lo dije hace un rato.

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Si algo le había quedado claro es que no pensaba dejarse dominar, ni por ese proyecto de alma demoníaca ni mucho menos ahora por el arcano. ¿Qué había cambiado? No lo sabía con seguridad, había llegado con un ánimo particular, un deseo de conectarse con la muerte ya fuera para atraer a su muerto o para pasar al otro lado con él. Scarlet había visto la posibilidad de vivir su vida de ahora en más y por eso había colaborado con gusto al entregar el recuerdo más dulce y doloroso de su mente a la vez.

 

Sin embargo desde que habían llegado las cosas se habían ido complicado, ni ella ni Caelum habían esperado enfrentar aquella situación, lo imaginaba, en ese momento vino a su mente las palabras de él, cuando aún estaban en los aposentos del arcano: «¡Oh! créame madame, cuando le digo que nuestros caminos se han cruzado más de alguna vez… Creo que el destino nos ha unido hacia éste camino por alguna razón, bruja...» Él tenía razón, Caelum nunca sabría cómo había salvado la vida de la Potter Black sin proponérselo y la pelirroja sospechaba que algo más había hecho en el mismo momento en que se le había revelado sin que ninguno de los dos se diera cuenta, después de todo eran las almas las que se jugaban al entrar en contacto con aquel semillero de muertos furiosos u opacados de la vida.

Báleyr estaba logrando acabar con su paciencia, inútil tu hermana, había pensado como la más rastrera de las muggles del mundo, pero se contuvo de verbalizar sus pensamientos mientras notaba el hielo que comenzaba a derretirse. Tenía dos opciones, utilizaba su manejo del hielo o se convertía en él, ya había caído en mil pedazos al convertirse en oscuridad, y no había podido contar con Caelum, para nada. ¿Estaba dispuesta a sacrificarse de nuevo o dejaría que él fuera el que se jugara para salir de allí? De pronto se dio cuenta que allí estaba el vínculo, él le había contagiado su deseo de salir adelante, sin ella. Se mordió el labio y cerró los ojos.

—Memento Mori había sido su frase de guerra desde siempre, sí, todos morirían alguna vez… —but not today… Fūsiō volvió a extender sus brazos, uno con la espada del invierno y otro con su varita, mientras el doloroso efecto de la habilidad de magia elemental oscura iba tomando forma en ella, nunca lo había intentado más allá de la oscuridad y fue la primera vez en mucho tiempo que sintió como el frío recorría sus venas a medida que el hielo iba haciendo mella en su cuerpo.

Edelweiss se desmaterializó en su diestra mientras la espada del invierno brillaba potenciada por el hielo que iba convirtiéndose en la esencia de la Potter Black. Su diestra se extendió mientras abría nuevamente sus ojos que eran ahora de un color tan pálido como la de las cumbres nevadas. Su sonrisa se dibujó en sus labios mientras extendía ambas manos hacia adelante y susurraba con voz seductora y desafiante.

—Pues ven por mí maldito infernal, con gusto meteré tu trasero congelado en cada ampolleta a fragmentos para que jueguen contigo Caelum y Báleyr, o mejor dicho con lo que quede de ti un rayo de hielo surgió de la punta de la espada y de los dedos de Darla dirigido hacia el centro mismo del alma del director del manicomio. El hielo se convirtió en miles de pequeñas esquirlas que se fueron clavando en él hasta comenzar a desgarrarlo lentamente mientras la bruja no pensaba en la energía que gastaba, solo en salir de una buena vez de ese lugar, su mano giró y cada trozo de hielo la imitó, tomando una forma cada vez mayor como estrellas de hielo expandiéndose aún clavadas en el ser.

—O me ayudas a atraparlo o vas con él adentro de la ampolleta rugió la vampiresa, sintiendo que cada palabra del arcano había sido clavada en su orgullo —y no vuelvas a amenazarme anciano, o no será Caelum quien te quiebre el cuello ni arranque tu otro ojo —ya daba todo por jugado, no quedaba nada de la Darla que había invocado el hielo, solo del ser que el Fūsiō imponía, convirtiéndola en el vengador nocturno capaz de ejecutar las órdenes más oscuras para la Orden del Fénix, órdenes que solo los oscuros eran capaz de realizar.

 

Editado por Darla Potter Black
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  • 1 mes más tarde...

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Protegido por el ignea entré sin mayor cuidado a lugar donde unos momentos más tarde la bruja desataría gran parte de su poder. Las palabras del arcano habían vociferado a través de las flamantes lenguas de fuego que azotaban todo a su alrededor, inclusive buscando marcar nuestras prendas, nuestra piel. Por suerte el círculo astral ralentizaba todo a nuestro alrededor y con ello, esquivar ataques, era algo muy sencillo ¡irónico! a mi gusto. Sin embargo y a pesar de la muestra de algunos conocimientos, la extensión mágica y maderosa siempre cuidaba el frontis, evitando ser aturdido por cuestiones como una lanza o bolas de fuego que parecían ser extraídas de algún videojuego muggle... Había visto esas cosas en la habitación de Kalevi, mi pequeño ahijado. 

Luego, la peliroja había logrado detener momentáneamente a un ente que de seguro era el espíritu que el maldito anciano quería para su colección. Fue entonces cuando me propuse colaborar. El hielo comenzaba a derretirse y la verdad era que, de cierta manera, lo agradecía pues el ignea no me protegía muy bien de las bajas temperaturas y el vaho bajo la máscara mortífaga me traía la nariz un tanto húmeda; de hecho creía castañear los dientes pero con tanto rugido infernal no se distinguía ni se oía.  

>> ...O me ayudas a atraparlo o vas con él dentro de la ampolleta...<<

Se veía cansada, dando todo de sí para capturar al tormentoso espíritu mientras yo luchaba por darme algo de calor con unos basilíscos serpentiles que había logrado crear tras conjurar un fuego maldito. La máscara podía notarse entre huecos de espirales formados por las mismas criaturas del fuego inextinguible. 

-¡Oh, cierto! ya creía que había que asesinar a Baleyr para llegar a la prueba...- aposté extendiendo ambas palmas para proyectar unas manos fantasmales que tomaron al espíritu por los tobillos mientras que con una rápida floritura ordenaba a los basiliscos lanzarse cuán arpón a su intangible cuerpo.

No buscaban dañarle, buscaban reducirle y así lo hiceron, abriendo sus fauces para que la primera lo contuviese y la segunda tragase a su hermana, encogiéndose hasta hacer bailar una pequeña botella de cristal que ardía cuan metal a máxima temperatura. El paisaje que nos rodeaba comenzó a desintegrarse sin hacernos daño.

-¿Lo tenemos?...¡Lo tenemos!... ¡¿Viste eso anciano engreído?!- alcé la voz- quiero mi maldita prueba... ¡ahora!

 

@Darla Potter Black @Báleyr

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Sus palabras parecieron ser la medicina perfecta para impulsar las mentes de los dos aspirantes al máximo nivel de arrojo posible. Tanto fue así que ambos se tomaron la libertad de faltarle al respeto, pero decidió no darle importancia por el momento. Darla hizo otra demostración de poder que agradó al arcano, mientras amenazaba también a su compañero en busca de apoyo para terminar de doblegar y atrapar a aquella alma desgraciada que pretendía destruirlos. Caelum también hizo su parte y, en cuestión de un par de minutos, el espíritu quedó encerrado en la cápsula que les había dado un instante antes. 

El ambiente se calmó enseguida, quedando todo en completo silencio y casi en una total oscuridad. Báleyr golpeó con suavidad el suelo con su vara y ésta se iluminó, alcanzando también a los dos jóvenes. Les miró largamente, con el ojo entrecerrado. 

— ¿Ya os habéis cansado de insultarme? Jamás saldrías viva de este sitio si te atrevieras a alzar tu varita mágica contra mí. No os equivoquéis —el anciano miró a la mujer largamente y luego desvió la mirada hacia el otro—. Asesinarme, dice... Sigue soñando, porque a este paso será lo único a lo que podrás aspirar en tu vida. Es momento de regresar, aún nos queda algo que hablar.

Dicho aquello, volvió a golpear con su vara en el suelo y un portal apareció a un par de metros de donde se encontraban. Este pareció aspirarlos y, en una décima de segundo, los tres habían aparecido en la oficina que Báleyr solía utilizar dentro de las instalaciones escolares. La temperatura era mucho más templada y el ambiente, en general, mucho menos denso. El anciano caminó hacia un sillón de madera y se dejó caer en él, invitando a sus dos pupilos a que le imitasen con un sencillo gesto de la mano. 

— De acuerdo, considero que ya sois medianamente dignos de presentaros ante el Portal para obtener el anillo de habilidad. No obstante, me encantaría recordaros que sobrevalorar vuestras propias habilidades no os va a llevar a ningún sitio salvo a ese hacia el que os querían arrastrar hace un momento —añadió con malicia—. Así que tened cuidado. Os quejáis de mí... pero el Portal siempre será la peor prueba que deberéis enfrentar. 

Hizo una metódica pausa en la que se dedicó a observar su vara, como si esta fuera el objeto más interesante del mundo entero en ese instante. 

Si de verdad os sentís preparados, mañana os espero junto al lago al amanecer. Aprovechad lo que queda de día para descansar, porque lo necesitaréis. Y ahora... fuera de aquí, par de presuntuosos. 

Las últimas palabras, si bien las soltó con tono gélido, llegaron acompañadas de una sonrisa torcida que escondía cierta simpatía por ambos aspirantes. Eran verdaderamente poderosos, y se moría por ver cómo se desenvolvían en la prueba real. 

 

@Darla Potter Black @Aaron Black Yaxley

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Por un largo rato ¿o habían sido apenas segundos? Había pensado que tendría que imperar a Caelum, no hubiera dudado ni un segundo de utilizar el imperdonable contra el mago si este no hubiera reaccionado. Recién entonces fue consciente de que parte del calor que aún mantenía el lugar era por los fuego malditos invocados por el mago. No quiso evitar sonreír con su ironía.

 

Su mirada de hielo había seguido el movimiento de los basisliscos y, aunque no fueran suyos ni obedecerían sus órdenes, no pudo evitar sisear en Pársel exhortándolos a que se deshicieran de una vez de aquella alma maldita que se creía un demonio. La ironía de la similitud le encantó, aunque no tanto como la euforia del Black cuando estuvo contenido en la ampolleta, se giró y lo observó, preguntándose cuánta de la locura de aquel lugar seguía aún en él… y en ella.

 

La Potter Black hizo un suave movimiento para desaparecer la espada del invierno y poco a poco fue recobrando su ser, tal cual parecía recobrar la calma el lugar en que estaban. Sus ojos recuperaban la visión normal y por un momento recordó el verdadero objetivo que la había llevado allí. Caelum no tenía ni idea de qué manera había afectado su alma y su corazón durante aquellas pruebas que le había impuesto el arcano durante su enseñanza antes de enviarlos a la prueba definitiva que el joven mago por fin exigía.

 

—Te ganaste letra a letra mis palabras —fue la respuesta que diera una orgullosa Potter Black —no estoy viva maestro, ya deberías saberlo y yo no vine a salir viva de aquí —agregó con una tranquilidad que distaba de sentir, la sangre aún se revolvía en sus venas, ella era una mujer afín al fuego y la oscuridad, el hielo no era más que un medio para ella y que haberse convertido en su canalizador le causaba un revuelo al que no estaba acostumbrada.

 

El portal que los arrastró provocó que lanzara un gruñido molesta que logró calmar al aparecer en la sala donde todo se había iniciado. El que todo pareciera normal una vez más le recordó que así era el mundo con los arcanos y uzzas, dudo en sentarse, observando de reojo a su compañero, mientras escuchaba en silencio al arcano.

 

—Nos veremos en el portal —fue la respuesta que soltó con una calma y cansancio acumulados, no iba a descansar, necesitaba reponer fuerzas con una cacería y sangre, a punto había estado de clavar sus colmillos en Aaron cuando sus fuerzas se habían agotado y luego de que éste había derramado sangre sin medir las consecuencias de que su compañera, aunque controlada, era un vampiro.

Editado por Darla Potter Black
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  • 2 meses más tarde...

Grelliam M. Ollivander

Los pasillos del camino que lleva hacia la mazmorra de Báleyr, el arcano que enseña en la magia de la Nigromancia, son tan oscuros, fríos y sombríos como posiblemente lo sea el sumergirse a la profundidad de este conocimiento. Sus pasos se arrastran lentamente unos tras otros en busca de ese lugar de todas formas, como si no encontraran algo mejor que hacer de el brujo. No es involuntario tampoco, es consciente de lo que hace (o lo que está por hacer), aunque el porqué es tan incierto aún, es indescifrable casi tanto como un secreto para sí mismo. Es su mente jugandole otra mala broma tal vez. Pero eso no es importante ahora. Igualmente ha estado sumergido en este ensimismamiento por ya demasiado tiempo, tanto que casi ha conseguido encontrarse a sí mismo en él. Ahora es solo otra característica suya, como son el silencio y las alucinaciones constantes que lo acompañan. El hecho de estar y no estar en el ahora, o mejor dicho, en el aquí es bastante natural.

Finalmente se detiene cuando el pasillo no puede ser más oscuro que la noche afuera, apenas hay luz ahí lo suficiente para que alguien con muy buena vista pueda encontrar la entrada a la mazmorra sumida en el muro, casi escondida. Es en ese momento en el que parece haber despertado de la ensoñación pues observa su alrededor como si no reconociera el lugar que ha sido monótono, lúgubre y cruelmente frío con él todo este tiempo. Pero no está perdido. Su nariz hace ese ruido de espesa congestión cuando inhala difícilmente. La enfermedad no lo abandona. Jamás le ha gustado el frío, puede sentirlo siempre, aun cuando su cuerpo por naturaleza desprende calor agradable, pero él no es capaz de gozar de eso. En cambio, el frío se cuela siempre, hasta sus huesos, al interior de cada una de sus fracturas, de las cicatrices de su cuerpo. Pero sentir frío todo el tiempo es solo algo bueno porque entonces puede disfrutar de una buena taza de té, del calor de las entrañas de otras personas, del fuego quemándolo todo.

Algo como eso es lo que tiene de referencia para saber cuando verdaderamente está en la realidad. No obstante, hoy todo es tan frío en ese lugar, que cuando siente nuevamente el muro de roca (del que se ha estado apoyando todo este tiempo con la mano, como si trazara en él una línea imaginaria para no perder el camino de vuelta) no sabe con certeza si está realmente ahí.

Con la misma sutileza con la que lo haría un reptil se pegó al muro, lentamente colocó el rostro sobre el barro endurecido de la pared y olfateó apenas antes de reposar su mejilla en ese mismo lugar. Da la impresión de alguien queriendo husmear, tratando de escuchar del interior del espacio del arcano a través del espeso muro de piedra cocida, pero para cualquiera eso puede ser imposible. La mazmorra de Báleyr es silenciosa como una tumba. Aun en esa posición se desliza (o arrastra) por el muro hasta que su mejilla salpicada de cicatrices, manchas y moretones sienten una textura diferente, no es más blanda de lo que es el muro, pero es diferente. Grelliam murmuró algo entonces. Nada salió de su boca, solo un suave sonido que se ahogó en lo grave de su garganta haciendo vibrar la manzana de Adán en ella.

Está a solo un instante, a una sola acción de cambiarlo todo (o de no hacerlo). Someter a su ya fragmentada mente en las inciertas corrientes de la magia de la sangre es sin duda el mayor o el peor de sus aciertos. ¿Dejará esta enseñanza también otra huella imborrable sobre su cuerpo? Eso solo era importante si interfiere con su objetivo final. Con la mente en blanco, ajena a cualquier perturbación que pudiera interrumpir todo esto, el muchacho finalmente llamó a la puerta del arcano. Dos golpes apenas fuertes hicieron eco a lo largo y ancho del pasillo. Pacientemente esperó, por una respuesta del otro lado.

 

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Los días pasaban uno tras otro mientras Báleyr trabajaba en algunas investigaciones casi sin descansar, sin salir de aquellas mazmorras ni relacionarse con nadie. Un tímido elfo que se disculpaba mucho y le incordiaba a todas horas era el encargado de que no se desnutriera: su mente estaba absorbida por aquel problema al que intentaba dar solución. Precisamente por eso había olvidado echar un ojo al montón de correspondencia que el elfo le había dejado sobre su escritorio junto con una bandeja de fruta, de la cual solo había tocado una manzana que había mordisqueado mientras hojeaba un grimorio que tenía más años que él. 

 

Algo se me escapa... —murmuró para sí mismo, rascándose el cuello suavemente. Su único ojo paseó por las líneas de aquel libro buscando alguna palabra que captara la atención del anciano, pero lo único en lo que se fijó fue en la grotesca ilustración que mostraba en imagen lo que sucedía cuando un espíritu de aquel nivel tomaba contacto con un humano. Frunció el ceño y chasqueó la lengua mientras pasaba la página: había visto demasiadas cosas como para dejarse preocupar por una tontería como aquella. 

 

El sonido de alguien tocando a la puerta lo sobresaltó, y alzó la cabeza lentamente con intención de maldecir a aquel que se hubiera atrevido a molestarle. Agarró su vara de cristal, que tenía apoyada en la pared justo a su lado, y cerró el libro con un fuerte golpe que levantó una pequeña nube de polvo. Un suave movimiento de vara sirvió para que la puerta se abriera, y descubrió a un muchacho que parecía esperar por él. Alzó una ceja, la de su ojo tuerto, y estuvo tentado de mandarle al cuerno. Llevaba tanto sin recibir alumnos que, durante un tiempo, había pensado que ya nadie se interesaba por la nigromancia. "Pero este joven incauto me va a ayudar", pensó de repente, armando un plan en su cabeza. Superando las ganas de soltar una risotada mezquina, alzó su mano libre para hacerle un gesto. 

 

— Pasa, te vas a quedar ciego en ese pasillo.  

 

Solo entonces fue consciente del desorden que reinaba en su despacho en ese momento. Los libros de apilaban en todas partes: sobre las sillas, mesas, estanterías e incluso el suelo. Había pergaminos igualmente esparcidos por todo el lugar, y un viejísimo maletín con pociones e ingredientes descansaba sobre el escritorio junto a la bandeja de fruta. Con un movimiento rápido, todo empezó a recolocarse en su lugar mientras él aguardaba, en silencio, observando al recién llegado. Le encantaba poner nerviosos a sus pupilos. 

 

— Bien, ahora sí puedo ofrecerte un asiento —dijo entonces, señalándole un silla enfrente de la que él mismo ocupó. Soltó su vara de cristal a su lado, y esta se quedó recta a pesar de no estar apoyada en nada—. Cuéntame, joven. ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí y por qué? 

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