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Libro de los Ancestros


Khufu
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«―Vuela, vuela, pequeño gorrión; que a pesar que intentes huir, ahí estaré yo…»

 

Corría. ¿O volaba? Era una extraña sensación de estar haciendo ambas al mismo tiempo, ella como humana, y ella con su forma animaga. Corría y volaba en la misma dirección, huyendo de algo que no alcanzaba a ver, pero sí a oír.

 

«―Huye, huye, te digo yo; pues aún en el otro mundo te veré, ¡oh!…»

 

La voz, extraña y vagamente familiar, se hacía cada vez más próxima, y juraría haber sentido que algo la jalaba hacia atrás por sus ropas y sus alas, pero en cuanto giró su cabeza para ver de quién o qué se trataba…

 

Saltó sobre la cama en un acto reflejo, sintiendo el cuerpo sudado pero frío al mismo tiempo, y con la respiración agitada. El brusco movimiento había terminado por despertarla asustada y con una sensación de cansancio, como si realmente hubiese estado corriendo o incluso volando. Miró a un lado, intentando ver si había despertado a Luca con su repentino movimiento, pero él no se hallaba allí.

 

Intentó calmarse por unos minutos, pero le fue imposible. Realmente había algo en aquel sueño que la inquietaba, aquella voz, aquella voz tan raramente de ultratumba sabía que la había oído antes, en algún lugar, en algún lado, pero no recordaba dónde rayos.

 

Permaneció observando el reloj de forma distraída, hasta que al fin pudo calmarse, pero entonces fue en ese momento que prestó real atención a la hora. Y saltó de la cama una vez más, pero esta vez hacia afuera y con un rostro diferente al anterior: ¡estaba llegando tarde, tardísimo a su clase de libro!

 

Trató de vestirse lo más rápido que pudo, realmente ni siquiera se fijó en detalle en la ropa y, sin perder un segundo y mientras se ataba el pelo a la buena de Merlín, desapareció con rumbo a la Universidad.

 

 

¿No había un lugar fijo acaso? ¿Dónde rayos se había metido el Uzza? No, no había caso, fácilmente llevaba unos quince o veinte minutos en busca de la ubicación del guerrero, pero no lo encontró. Se detuvo, cansada de tanto intentar correr con aquella arena, arrepintiéndose de no haber pedido indicaciones previamente.

 

¿Dónde rayos… están? ― dijo entrecortadamente, tratando de recobrar un poco el aire.

 

No había caso. Estaba a punto de rendirse, cuando, a lo lejos, alcanzó a distinguir a pequeño grupo de personas, entre las cuales alcanzó a reconocer a… Bastian y Sagitas, ¿no? ¡Bastian! Él seguro sabría dónde se encontraba el Uzza que les tocaba en aquella ocasión. Corrió, notando que empezaban a alejarse, dejando las pocas fuerzas que tenía en aquella carrera sin igual, ralentizada por la arena habitual en aquella zona desértica.

 

Hasta que al fin los alcanzó, agitada una vez más y sintiendo que las piernas le pesaban un mundo ante el doble esfuerzo, trató de recobrar el aliento mientras oía al nuevo Uzza hablar para que se presentaran, pero y aunque lo hubiese querido, Mei no pudo hacerlo de inmediato, estaba tan agitada que prefirió esperar a que otros respondieran primero.

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«Incauto» pensó en cuando su mente le dio paso a algo de realidad. Por una parte la clase no tendría pérdida. Con Sagitas la clase además de estar llena de aprendizaje seguramente estaría llena de accidentes y sería mucho más llevadera. Siempre era bueno ese extra de felicidad en el ambiente. Sin embargo frunció la nariz, había alguien que no era de su agrado, alguien que desde su trabajo en el ministerio había sido muy molesto y -desde su punto de vista- con una opinión parcializada.

 

—Mei Black Delacour. Verte caminando a tus anchas me molesta, muestra la incompetencia del cuartel general de inquisidores.

 

Sacudió la cabeza fingiendo resignación.

 

Pero decidió cambiar de tema, lo que aquel día le importaba realmente era las sorpresas que seguramente el Uzza había preparado para recibirlos. Presentarse. Le molestaba tener que hacerlo en cada sesión de aprendizaje. Solamente iba a decir su nombre.

 

—Mi nombre, Bastian Karkarov. Trabajo en el ministerio de magia.

 

¿Se consideraba un guerrero? En cierta forma si. Toda su vida fue aprender a golpear y a defenderse. Aprendió a pelear y ganar sus batallas. Más importante, le enseñaron a usar su fuerza para conseguir lo que él necesitaba. ¿Dominar varias artes marciales lo convertía en un guerrero? Probablemente, pero habían dudas en su cabeza. En su pasado habían demasiadas acciones cuestionables.

 

—Lo más importante de un guerrero. Es complicado, posiblemente se obtenga una respuesta distinta según a que guerrero le preguntes. Mis hijos dominan algunas artes marciales —dijo, no hacía falta que la gente supiera que él podía luchar cuerpo a cuerpo sin hacer uso de la magia —. Para ellos, y para mi, la principal característica de un guerrero es la perseverancia.

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Inflé los carrillos con aire y lo mantuve así, dentro de ellos, para después soltarlo de golpe en un bufido. Era una técnica algo fea pero muy efectiva de calmar los ánimos y solía usarla cuando suponía que nadie me veía, pues quien lo hiciera seguro que pensaba que me comportaba como una niña pequeña. Por eso, sentir la voz de Bastian me sorprendió y me provocó un ataque de tos, al soltar el aire tan deprisa y, a la vez, intentar detener mi acto instintivo.

 

-- Ufff... No sabía que estuvieras cerca -- me justifiqué.

 

El aviso del Warlock me había sonrojado. Así que me había visto tropezar... No sé porqué últimamente estaba tan patosa. Y casi tropecé de nuevo al ver a una persona que, en un principio, casi confundo con Babila, por su túnica especialmente colorida.

 

-- Creo que quiere que le sigamos.

 

Eso hicimos y, cosa rara en mí, ¡en silencio!, hasta llegar ante un... hum... un... Uzza. Eso está claro; todos visten de una forma similar pero, ante todo, todos tienen ese aspecto de guerreros implacable que da cierto miedo. Le estaba observando, hablando con alguien, cuando sentí una pregunta. Al principio, no me di cuenta que iba dirigida hacia nosotros dos, pues acababa de descubrir a Ishaya.

 

-- ¡Manoooo! Glups, perdón.

 

Sí, no debía meterme en medio de su clase, no sé bien de qué hablaban pero era claramente impactante ver toda aquella fuerza en manos de ambos contendientes. Además... ¿Qué era un gancho? ¿O había dicho Kansho?

 

-- ¿Qué cosa? -- dije, al darme cuenta que la pregunta SÍ me incluía a mí. -- Pues... El mejor atributo de un Guerrero...

 

Me puse roja, bien roja, muy roja, demasiado roja, cuando mi mirada, instintivamente bajó demasiado por la anatomía del Uzza. Miércoles... Debía reprimir esos actos inconscientes o iba a acabar como pisapapeles . Aquellos guerreros no se las daban de chiquitas cuando se enfadaban. Me abaniqué un poco con la mano para quitarme el calor de encima y, en ese momento, sentí que alguien más jadeaba.

 

Me sorprendió ver a la líder allá, a nuestro lado, también sofocada.

 

-- ¡Demonios, Mei? ¿Vienes a quitarme estudiar al con el Uzza? Oh, pues... En... can... tada... de verte...

 

Vale, ya me salió competencia, puff... Pues iba a luchar duro para que el Uzza supiera lo que valía. Sagitas era buena, Sagitas era una gran... esto... ¿guerrera?

 

-- El mejor atributo de un Guerrero es el saber mezclar la Valentía, el Arrojo, el Deber, el Honor y ... tener buen físico... Quiero decir, que ejercite cada día para conseguir buenos... hum... reflejos para... adelantarse al enemigo...

 

Me abaniqué con la mano. Qué frase más difícil me había salido y qué ganas de salir corriendo. Pero no iba a hacerlo, no iba a dejarlo junto a Mei. Junto a Bastian no importaba, él tenía a Valkyria así que no sería ningún problema para mis... esto... mi aprendizaje. Sonreí al Uzza y le tendí la mano para que... bueno... se supone que un Caballero besaría la mano de la dama que se lo ofrece, ¿no? ¿O escucho muchos seriales en la radio mágica?

 

-- Por cierto, no conozco su nombre, señor Uzza. Yo soy Sagitas Ericen Potter Blue y está invitado a mi mansión cuando quiera... esto... practicar en... en los jardines.

 

Mejor me abanicaba de nuevo que se me había olvidado por completo que por allá estaba mi hermano y podía chivarse a... a mi familia...

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Estaba cansado, por supuesto, de cualquier manera seguía siendo solo un ser humano y la forma en que me había desenvuelvo contra cuatro enemigos no era de pura suerte, aunque tuviera la ayuda del Señor del Caos en esos momentos pero, ¿no todos éramos la suma de nuestras habilidades?

 

Observé a los recién llegados y sentí un nudo en el estómago. Mei y Bastián, dos personas que detestaba con todas mis fuerzas por razones similares, pero no las mismas. Ver figuras en el poder con capacidades ausentes era algo que no podía soportar, la bruja al dirigir la Orden del Fénix y el mago al ser miembro del consejo de Warlocks, dos organizaciones que se movían a nivel jerárquico y de las cuales seguía estando en contra de su propio funcionamiento, después de tantos años desenvolviéndome en ambas.

 

Afortunadamente para mi tenía la presencia de mi hermana Sagitas que todo lo hacía más fácil, porque compartíamos no solo una misma esencia al ser descendientes de la Potter Black, sino que el calor como ser humano que emanaba era suficiente para hacerme sentir bien. ¿Alguna vez le habría dicho todo esto? Lo dudaba, siempre era reservado con mis sentimientos, hasta con mi familia. Sonreí tímidamente cuando la vi tartamudear y trabarse con sus palabras, un comportamiento usual en ella en este tipo de situaciones, si hubiera sido yo el Uzza me habría sacado los sesos en un movimiento... pero no lo era, lo lógico en este caso es que fuera simplemente un aprendizaje divertido.

 

Agradecí en silencio a las fuerzas del caos por su ayuda y dejé que el mercenario desapareciera de aquel lugar, ya no había ninguna amenaza y necesitaba esperar las siguientes indicaciones del Uzza aunque, conociéndolo, estaba esperando a que realizara preguntas donde no las había.

 

- Sobre la vara de cristal... - mencioné rápidamente después de escuchar a los nuevos aprendices decir sus razones de ser un guerrero - ¿por qué cada una es diferente? - Pregunta más tonta, era lo que pensaba, pero debía de hacerla para que notara mi "interés" con ese tipo de acciones en vez de recibir muecas de su parte.

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―Bienvenida ― dice el Uzza, cuando ve a una agitada mujer llegando tras los otros. La deja respirar, Khufu es consciente de que, a veces, puede ser muy escurridizo.



Fija su atención en Bastian Karkarov. Al inicio, su respuesta hace que el anciano alce una de sus blancas cejas, pero al final, la mención de la perseverancia lo hace recobrar la tranquilidad. El guerrero solo asiente, esperando por las respuestas de las mujeres presentes. Al notar lo roja que está una de ellas, piensa en ofrecerle más tiempo para descansar, suponiendo que se trata del cansancio provocado por el ambiente no tan agradable en el que se encuentran.



―Bueno, , aunque para adelantarse al enemigo no solo necesita un buen físico, sino una buena mente ― responde a la bruja, que en ese momento extiende su mano, aunque Khufu no entiende el para qué, realmente consideraba que la bruja era un tanto extraña ―Mi nombre es Khufu, ahora es su turno ― se presenta, dirigiéndose a todos y mirando al final a Mei, dejándole un poco de tiempo para responder antes de continuar.



―Y tiene razón, señor, quizás todas las respuestas difieran. Y eso es lo que espero, que cada uno sea un guerrero diferente, que cada uno potencie su mejor virtud.



Frunció ligeramente el entrecejo, pensando en aquellos que no tenían personalidad definida, predecibles, que no sabían que era lo que querían, que no sabían en que eran buenos. No obstante, los tres presentes se notaban seguro de sí mismos. ¿Seguiría esa seguridad en Mei, Sagitas y Bastian con la petición que Khufu tenía que hacerles?



―Para seguir su entrenamiento aquí, deberán entregarme sus varitas mágicas ― su tono de voz era amable, pero no dejaba a dudas de si hablaba en serio ―Deben confiar en mi ¿lo harán?



Mientras esperaba sus reacciones, se dirigió únicamente a Ishaya:



―Dos de tres están bien, tiene razón en cuanto a las restricciones sobre el kansho pero ¿no crees que es un tanto ilógico a la vez? Y aunque a veces creamos que se puede, no es así. Sobre la vara, si las varitas son diferentes, también lo serán las varas de cristal. Dependen del mago, de su esencia, de su poder.



Los cientos de pedazos de las estatuas empiezan a elevarse lentamente del suelo, como si el aire estuviera siendo controlado para juntarlos nuevamente. Y así sucede, solo que, en lugar de cuatro, hay una sola figura que se muestra, primero de piedra y luego con el aspecto más humano posible. Es una mujer rubia, de tez blanca, ojos azules y rostro ovalado. Es un rostro de facciones suaves que Khufu no reconoce, pero que seguramente Ishaya encuentra extremadamente familiar. Se trata de Cye Lockhart. O, al menos, una representación bastante similar de ella.



De inmediato, un recuerdo relacionado con aquella mujer atacaría la mente de Ishaya. Podía ser algo bueno o algo malo. Algo significativo o algo cotidiano. Algo que involucre solo a ambos o a un grupo grande de personas. Lo que importaba era que mostraría el recuerdo que traía la mente de Ishaya el solo ver la imagen de su pareja. Posteriormente, el hombre tendría que usar nuevamente el anillo de presencia con un alcance mayor y para esto, debía desligarse de pensamientos pasados (y futuros) para poder ver el presente. No sería nada similar al mirar en la biblioteca con el libro.


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Cye.

 

Levanté mi varita con rapidez a punto de lanzarle una maldición imperdonable a Khufu por haber sacada a relucir la imagen de mi esposa, importándome poco si me negaba el acceso a la prueba del libro, simplemente no podía dejar que alguien tan vulgar como él jugara con SU imagen. Pero las cosas no ocurrieron como las planeaba en mi cabeza.

 

No sé cómo fue que el anillo de presencia se activó en esos momentos, sin saber por qué, intentando llevarme hacia donde se encontraba mi amada esposa, la real. ¿Acaso esa era una función desconocida del anillo? Nada de eso venía explicado en el libro de hechizos, estaba seguro de ello, lo había leído la cantidad de veces suficientes para ir preparado a mi entrenamiento, a mi pequeño 'curso' de aprendizaje.

 

Miré de nuevo la figura enfrente de mi y ésta me sonrió. Se parecía tanto a ella... a esa vez... Nadie pudo predecir que después de tanto años seguiríamos comportándonos como aquellos atardeceres en el castillo Lockhart cuando era un simple Warrior en la Orden del Fénix, escapándome para verla antes de hacer mis guardias de brigadista, cortejándola un día, saliendo con ella, preparándonos para nuestra boda, con nuestro pequeño Eirian en sus brazos. Ella había llegado en mi pasado y no veía mi futuro sin su presencia, pero ciertamente envolvía cada decisión que tomaba en el presente.

 

Cerré mis puños con fuerza, por ello no soportaba a la bruja que estaba cerca de mi, la Delacour, demasiado corrupta y viciosa de poder como para saber defender a nuestra comunidad de cualquier tipo de peligro, cegada por una ambición que pocas veces vi en otra persona, jamás en los anteriores líderes que seguí en aquella organización. Estaba podrida e infectaba a los que estaban a su alrededor.

 

Ese era mi presente, cuidar a mi familia de aquellos que solo deseaban su bienestar personal, su deseo de poder y de estar en la cima, esas cosas eran las que debilitaban a nuestro pueblo.

 

Un simple suspiro y la vi, cenando con nuestros hijos quienes se turnaban para cargar al pequeño Eirian que reía de vez en cuando, intentando pronunciar sonidos que se parecieran a las palabras que le dedicaban; ahí era mi lugar, el único al que le debía fidelidad completa, porque ellos, ella era mi verdadero motor en todo este absurdo conflicto en el que nos había metido hace tanto tiempo ya.

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Aspiró hondo y soltó todo en un largo suspiro, haciendo que su respiración volviera un poco más a la normalidad.

 

Buenos días, guerrero ― dijo al fin luego de estar segura de no sonar demasiado agotada.

 

Observó de reojo a Bastian, y para cuando logró incorporarse por completo, lanzó un resoplido a forma de risa y en tono bajo aunque bien audible, respondió a su comentario:

 

Deberían plantearse seriamente la utilidad de Inquisidores, creo que enviaron a una lechuza bastante vieja que se perdió en el camino con mi citatorio.

 

Observó detenidamente al hombre, sorprendiéndose de su aspecto. Era un guerrero muy particular, diferente a lo que se había encontrado hasta el momento, aunque no podía negar que existían ambos polos: unos muy jóvenes –aunque su memoria era tan mala que no recordaba qué tanto- y otros realmente viejos. Sus ojos tan particulares tenían un matiz distinto al de cualquier otro, alcanzó a notarlo, algo que inmediatamente hizo florecer en ella un sentimiento bastante particular. Tenía cierto respeto a los Uzza, excepto tal vez Badru, pero aquel guerrero se llevaba con creces su respeto y admiración, un hombre con su edad el gozar de una aspecto tan saludable y una mirada cargada de conocimientos no era algo que se viera todos los días. Un viejo Guerrero, era algo realmente admirable.

 

Sagitas, ― exclamó sin darse cuenta al oír que la llamaba por su nombre, bastante sorprendida a decir verdad. A pesar de haber vuelvo a la Orden del Fénix y ser su compañera también ahora, no podía dejar de llamarla por su apellido siempre que podía ― no esperaba encontrarla.

 

Dejó que hablaran, pues el Uzza les había hecho una pregunta. La respuesta de Bastian le pareció interesante, y luego, la respuesta de Sagitas también, aunque… Levantó ambas cejas. Era impresión suya o… No, no podía ser, no podía estar coqueteando con el hombre. O eso quería creer.

 

Me llamo Mei Black Delacour y una de las líderes de la Orden del Fénix ― se limitó a decir, no sabía si el hombre tenía idea de aquella guerra existente dentro de Londres y de lo que significaba su última frase en consecuencia, aunque dudaba que le importara demasiado de todas formas, por eso mismo lo había dicho ―. Cada guerrero tiene un atributo distinto y coincido un poco con el señor Karkarov, la perseverancia importa, pero también creo que lo es las decisiones que se toman. ¿Luchar por que sí o luchar por una razón? Pelear por un fin, o simplemente pelear para matar. Creo firmemente que una decisión te convierte en guerrero, y la otra llanamente en un asesino, aunque la línea en ocasiones es muy delgada.

 

Dio un par de pasos, quedando a la misma altura de quienes serían sus compañeros, oyendo a su vez las palabras siguientes de quien se hacía llamar Khufu. Abrió muy grande los ojos y lo observó con sorpresa. ¿Su varita?

 

Hizo una mueca con la boca a la vez que la sacaba de entre sus ropas. La observó detenidamente, dudando un momento, pero al fin, estiró la mano y se la ofreció al Uzza. Aukan era un objeto con el cual contaba irremediablemente, era una extremidad más suya y le resultaba incómodo dejarla, pero confiaba en el guerrero.

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No se había fijado hasta ese preciso momento en que, de alguna forma, las palabras que ambos magos cruzaron crearon una especie de conexión complicada de explicar. No era una conexión que les permitiera entenderse, ni parecido, y Bastian estaba seguro que ni siquiera estaba establecida en ambos sentidos. Solamente fue algo que, en su interior, hizo un clic que no tardó en desaparecer. Pero en ese segundo, no hizo falta más, pudo sentir lo antigua que era la energía del guerrero. Aunque era est****o el solo pensarlo, su energía tenía cierta similitud... era como si de alguna forma hubiese estado cerca de Avalón. Pero eso era imposible... ¿o no? Quizá los rumores eran ciertos, quizá llegó a conocer a Merlín. Quizá.

 

―Hay algo en usted. No se como explicarlo, algo que me impide no confiar. Confiaré, si. Y no solo porque quiero continuar con el aprendizaje del libro de los ancestros, sino porque realmente me nace hacerlo ¿Es raro, no?

 

Volteó la varita mágica y la tomó por la punta. De esa forma extendió la mano poniendo a disposición del Uzza el mango.

 

―Me estaba pareciendo increíble que no sacaras a relucir la organización terrorista que dices liderar. No te engañes, ocultarse detrás de una brillante luz no te hace guerrera. Luchan por su propia cruzada, les da igual las personas que caigan en el proceso. ¿Hablas de decisiones? Decide entregarte, decide ser juzgada.

 

Realmente le dolían aquellas palabras. Ante el mundo su forma de ser, su aparente odio hacia los mortífagos y la orden del fénix, no debía cambiar. El problema estaba en que él si que cambió. En que en ese momento él era parte de la Orden, a sus palabras, él era también un terrorista. Aunque no lo eran, en absoluto lo eran.

 

Recordó que se encontraba, de alguna forma, desarmado. Aunque siempre podía invocar el caos y esperar que la suerte estuviese de su parte. Pardeó lentamente dos veces. La vaina, y la propia espada, aparecieron en su espalda. Aunque podía invocarla directamente en mano, se sentía más seguro con la espada en la espalda, en especial en las circunstancias en que se encontraba: sin varita.

 

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Khufu se mantiene en silencio mientras sus alumnos intercambian ciertas palabras, con tonos más o menos acusadores. Él mismo es un aficionado a la ironía, pero hay conflictos que van más allá del interés real del guerrero. Es la forma de actuar de cada uno lo que le llama realmente la atención. El qué tanto dudan al momento de entregar sus varitas mágicas dice mucho de ellos. Al recibir las de Mei y Bastian, les hace una reverencia casi imperceptible, recibiéndolas con sumo cuidado.

 

Da unos cuantos pasos hacia Sagitas, quien todavía no entrega su varita mágica, llevando una mano hacia un pequeño frasquito que cuelga de uno de los tantos collares que carga. Un segundo después sopla la arena mágica hacia la mujer, provocándole ceguera por tan solo unos segundos. Ella sería quien explicaría la sensación de ser afectada de esa forma.

 

– Arena mágica del desierto – comienza Khufu –útil en caso de que deseen escapar o desorientar a alguien. Una disculpa muy grande hacia usted –dice, mirando a Sagitas – aunque muy seguramente su compañera podrá comentarnos qué es lo que se siente.

 

No era un poder muy invasivo, ni peligroso y realmente consideraba que mejor se utilizaba en pociones, que quizás luego les enseñaría. En ese momento, invoca con facilidad una daga que parecía amoldarse perfectamente en su mano. De color plateado y lleno de piedras preciosas, parecía más una pieza decorativa que una verdadera arma.

 

–Kansho – dice, alzando la daga para enseñarla al resto – invóquenla cuando sea necesario. Es extremadamente peligrosa y poderosa. Si aprenden a usarla, les dará una gran ventaja sobre sus rivales. En esta clase, les va a servir para abrirse camino.

 

Al estar sin varita, esos dos poderes que impartía Khufu serían los que podrían utilizar para defenderse y atacar. Se disculpa con Ishaya por que va a ausentarse por unos minutos e invoca el haz de la noche, abriendo un portal lo suficientemente grande para que atravesaran los cuatro.

 

Aparecen en una mina subterránea, usada hacía muchos años atrás por muggles para extraer minerales. En la actualidad era solo un refugio de criaturas mágicas y no mágicas que hacían de ese su hogar, y que al ver invasores seguramente saldrían a defenderlo. Khufu nota como el aire es denso y escaso, provocando que cada movimiento se sienta más pesado de lo normal, intensificándose la sensación de ahogo a medida que avanzaran.

 

Cuando caminaran lo suficiente, encontrarían un lago interior, cuya tonalidad de un rojizo casi transparente era fuera de lo común. Sus aguas estaban encantadas. Al ver el reflejo, la persona vería lo que más desea en el mundo, como si se tratara de una versión alterada del espejo de oesed. ¿Qué sería aquello que más deseaban cada uno de los presentes?

 

–En este frasquito – saca unas pequeñas botellas, como las que almacena la arena del desierto, y se las entrega a cada uno –deberán poner el agua del lago que está, si mi anciana cabeza no me falla, en alguna parte de esta mina. Al salir, su recompensa será devolverles las varitas.

No sería muy difícil encontrarla, siempre y cuando no se dejaran engañar por criaturas como las hadas o los duendecillos, o tomaran un camino que no tenía salida.

 

Dicho eso, regresa por el mismo portal hacia Ishaya.

 

–La tranquilidad y la paciencia podrían llevarte lejos – comenta, cuando regresa y se sitúa frente al hombre– Intenta ver a tu esposa, usa la esencia de tu anillo, busca la forma de que llegue hasta ella y descríbeme con detalle que es lo que ves.

 

Los detalles eran importantes. Mientras más se fijara la persona en las cosas que había, más poder y concentración se necesitaba. Y, así mismo, mayores eran las consecuencias físicas que se vivían.

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Me sentía totalmente fuera de lugar en aquel momento. No sé porqué la visión de aquel guerrero me había afectado. Juro que no había tomado nada excitante en casa antes de venir. Tal vez fuera la calor. Sí, eso... Sería la calor. Así que aspiré aire de forma corta y espaciada mientras sentía las palabras de los demás que me acompañaban. De repente, me sentía muy avergonzada (¿por qué?; no había hecho nada malo) y la mirada inquisitoria de Ishaya antes de preguntar sobre el color de las varas junto con el hecho de que Mei me llamara por mi nombre, no por mis apellidos como era lo usual, no ayudaban a encontrarme mejor.

 

A eso podría haber contestado yo, no porque supiera el motivo que las varas de cristal cambiaban de color según las persona que las invocara. Me había leído el libro de los Ancestros por encima (yo nunca paso de una simple ojeada); era una gran sacerdotisa (muy humilde yo) y sabía el motivo por el cual las auras de cada persona eran diferentes; supuse que el motivo del color de las varitas se basaría en la misma esencia del humano que las invocaba. Sonreí cuando mi pensamiento no difería de la explicación del Uzza (¡por los dioses, como me afectaba su... el calor de aquella zona!). En cambio, la sonrisa desapareció por completo cuando nos pidió la varita.

 

Le miré con suspicacia y esperé a que los otros compañeros reaccionaran.

 

-- Para ser un buen guerrero hay que tener la varita cerca -- vale, lo decía quien la suele llevar en el pelo recogido pero, sin ella, me sentía desnuda. Más calor, leñés, a ver si estaba cogiendo gripe o algo así y me subía la fiebre. O la Viruela de Dragón; aunque se pensara que estaba casi erradicada del mundo occidental, yo había estado con miembros diplomáticos de países subsaharianos para un tema comercial y no quería haber pillado nada de nada. Me negaba a deshacerme de mi varita pero si la líder del bando (quien, por cierto, acaba de afirmar ese hecho; ¿es que estábamos entre amigos o es que al Uzza no le importaba este hecho?) la daba, yo no iba a ser menos que ella en cuanto a confianza. -- ¡Oh, vamos, dejaros de discutir sobre entregarse o no en el Ministerio y estar atenta a la musculat... a las indicaciones del Uzza!

 

Ufff, sí, creo que me subía la fiebre y mis reacciones estaban siendo algo dispares. ¿Estaría enferma? Nunca antes me hubiera permitido rebelarme ante la líder y un Warlock. Bueno, tal vez sí; siempre he sido algo díscola. Pero ahora era diferente.

 

¡Ahora me sentía cegatona! ¿Pero qué demonios había pasado? Por un momento pensé que era un síntoma más de mi malestar pero después uní el hecho que el Uzza se tocara... el cuello e hiciera un gesto indefinido con uno de sus abalorios y el que mi ceguera fue casi instantánea al tocarme el polvo de lo que fuera aquello que llevaba encima.

 

-- ¡Polvos Pica-Pica! -- exclamé, dolida por que el Uzza de mis sueños me hubiera atacado con algo tan vulgar. Era un guerrero; si quería que me callara, como muchos de los Uzza anteriores habían pretendido, sólo tenía que pedírmelo. Sin embargo, no había picor en aquella ceguera. Estaba algo sorprendida y comprendí, después de apartar pensamientos pecaminosos con el que hacerle pagar el no permitirme verle, que aquello debía de ser el potecito lleno de arena.

 

Él mismo dijo el nombre y, de repente, sonreí.

 

-- ¡Pícaro! -- le dije a él (bueno, supongo que a él, porque estando cegada no veía si se había movido; alargué las manos e intenté localizarle) -- Quieres jugar a la gallinita ciega... ¿En verdad quieres que cuente en público lo que siento...?

 

Avancé unos pasos con los brazos extendidos y con calor, muchos calor, que me subía por el cuello. En aquel momento, no era yo y sí era yo, no sé explicarlo, pero me sentía capaz de cualquier cosa y, sobre todo, de seguirle juego al travieso del Uzza:

 

-- Pues cuando me llegó eso a los ojos, sentí una ceguera repentina. -- Seguí buscando con las manos, bien podría ayudarme haciendo un poquitito de ruido. -- Llegó sin dolor, por cierto, muy amable de tu parte.

 

¿Desde cuándo le hablaba a la gente de tú a tú si no era conocida? En verdad que me estaba poniendo peor por momentos.

 

-- ¡Oh, demonios desdentados! -- bajé las manos y me las puse en los ojos, apretándolos con fuerza. Mi voz sonó dolida de nuevo. -- ¡Dioses! ¡Ha estallado una gran luz! ¡Agggg! Es desagradable, una luz muy potente que parece quemarme el cerebro... Los ojos... Esto es peor que un Strellatus.

 

Aparté las manos de ellos y los abrí, con un gesto de incomodidad. Después, mi expresión pasó a sorpresa.

 

-- Ahora ya no duele. Es... Es como si viera definirse las imágenes. muy borrosas. Aún veo la luz, pero se va apagando el fulgor para dar pie a figuras. Sois... -- Solté una risita, aunque sin dejar de lado el tono de enfado de mi voz. -- Sois gemelos, parecéis dobles... ¡Ah, no! Ahora ya os estáis fundiendo en una figura cada uno. Por un momento me ha parecido vislumbrar a dos Bastian enfrente de mí.

 

Parpadeé un par de veces antes de proseguir mi monólogo.

 

-- Veo borroso pero ya puedo definir que aquí está Mei. ¡Hola, líder, un placer verla de nuevo! Pensé que este Uzza querría dejarme cegatona para siempre. Allá está Ishaya y... ¡Oh, señor Uzza! Para lo mayor que es, vaya cuerpazo que gasta... Ahora lo veo perfecto.

 

Hem... Sí, el pasar por la ceguera momentánea no había cambiado mis sensaciones emocionales; por lo contrario, parecía que se habían incrementado. Ahora tenía mucho calor en las orejas. Sonreí más ampliamente cuando el Uzza empezó a contar sobre cómo funcionaba la daga.

 

-- Khan...sho... -- repetí con cuidado. -- ¿A dónde nos llevas, truhán? -- comenté, tocándome una de las orejas rojas y calentitas. -- ¡Oh, este lugar es muy romántico!

 

Sí, estaba completamente fuera de lugar. Me refiero a que el Uzza hubiera traído también a Mei y a Bastian, no a mis comentarios. Definitivamente, alguna enfermedad mágica me habían pegado aquellos extranjeros y se me estaba desarrollando en plena clase, aumentando la temperatura de mi cuerpo y desinhibiendo el pudor con el que solía a tratar a todos los que tenían más sabiduría que yo. Nos pidió agua y por mi mente pasó la imagen de mi varita soltando un Aguamenti sobre mi ropa; abrí ligeramente los ojos, atraída por la idea, hasta que recordé que él se había quedado mi varita. Rocé mi mano con la suya cuando recogí el frasquito que nos daba y sentí un estremecimiento placentero

 

-- ¿Agua de un lago? ¿Quieres que nos demos un baño?

 

Yo lo necesitaba. No por la calentura o la posible enfermedad que estaba fraguando en mi interior, sino porque me pareció muy tentador para atraer al Uzza a aquella agua azulada. Sí, me estaba resultado un galán muy romántico con todo lo que hacía...

 

-- ¿Nos desnudamos? -- en serio, para mí, en aquel momento, el resto de compañeros no existía. Así que me puse a caminar en busca del lugar de la cita con el Uzza. Estaba segura, él nos había mandado aquello para que pudiéramos vernos a solas, sin que el resto de compañeros nos espiase. Mi sonrisa crecía y crecía, sin notar que cada paso que daba era más difícil y que tenía el estómago revuelto. Yo, feliz como una perdiz mágica sin darme cuenta que una enfermedad crecía por dentro y que, además, podría estar contagiándola a mis compañeros. ¿Cuándo había sido la última vez que me había puesto una vacuna en San Mungo? Ni lo recordaba...

 

 

 

 

( :love: larguito y sin acabar, sigo después, que tocheo...)

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