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Libro de los Ancestros


Khufu
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Karkarov, podríamos pasar el día entero discutiendo esto, pero hay cosas muy claras: Por algo nos revelamos y dejamos de ocultarnos tras una luz en el rostro; luchamos para combatir contra los magos oscuros que intentan dominar Londres, y por sobre todo, desde el momento en el que me declaré lo que soy, decidí ser juzgada, y pronto me verán por el Ministerio (ya que parece que Inquisidores se toman vacaciones todo el año).

 

Soltó un suspiro imperceptible y cerró los ojos, a la vez que bajaba la cabeza y se frotaba el puente ente sus ojos con los dedos. No era como si Bastian no supiera eso, ¡vaya que lo sabía! Pero por su bien, mantenía las apariencias, eso había decidido el hombre y respetaba su decisión, pues a fin de cuentas su puesto era muy beneficioso para gran parte de la Orden. Pero luego de tanto tiempo… era tan raro volver a fingir, no lo hacía desde aquella vez en que aún mantenía su identidad en secreto. Una risita baja se escapó de sus labios al oír las palabras de la pelivioleta, quien casi que los retó como niños.

 

En cuanto captó que Khufu volvía a moverse, levantó la cabeza y se concentró en el hombre, quien se acercó a Sagitas y… le sopló algo sobre la cara que hizo que la mujer diera un poderoso grito. Mei saltó en el lugar de la sorpresa, viendo la reacción de la mujer con sumo detalle y curiosidad, y escuchando atentamente la explicación. Así que esos polvos servían para eso… bueno, nada que un Strelaltus no pudiese hacer, pero con su rango era más probable que hiriera a alguien haciendo eso que si lo hacía un Templario o Legionario.

 

Oyó la descripción que Potter Blue hacía, bastante detallada de hecho, y no pudo evitar dejar escapar una risa, aunque conteniéndola por poco y dándose vuelta para evitar que la miraran, para luego camuflar aquello en una tos fingida. Al parecer el entrenamiento del guerrero Uzza no había pasado desapercibido para la mujer.

 

Sin perder tiempo, se acercó hasta donde el resto había avanzado mientras ella hacía las de enferma y se metió a través del portal, viendo que aparecían en un lugar total, pero que muy diferente al anterior. La luz era escasa, por no decir nula, y el terreno era muy irregular. Por un momento tuvo un recuerdo de ella apareciendo en un túnel en el que apenas cabía y sintió algo de claustrofobia, pero meneó rápidamente la cabeza al oír que Khufu les daba instrucciones.

 

Supongo que tenemos permitido usar poderes del libro por si algo llegara a suceder, ¿no? ― inquirió más para ella misma que una real pregunta para el Guerrero, pero que de todas formas fue verbalizada alto y fuerte mientras tomaba el frasquito para comenzar con la misión.

 

Tragó saliva, no tenía varita, así que rogó porque la luz no fuese nula a medida que se adentraban en la mina.

 

Oye, Karkarov, ¿esperas una invitación enviada por el Ministro para avanzar o qué? ― le lanzó con una sonrisita burlona en sus labios mientras lo veía quedar atrás, yendo por detrás de Sagitas, quien parecía estar inmersa en su propia charla.

 

Avanzó más, tratando de hacer el mayor silencio posible, escuchando los sonidos que la rodeaban. No tenía idea de dónde se hallaba aquel famoso lago, pero algo debía guiarla a ella, tal vez un ruido de goteo o una pequeña cascada, o muy por el contrario, el destino podía jugarle una mala pasada y hacer que se cruzara con alguna criatura.

 

Pues sí, el destino le era cruel, y lo supo en cuanto se apoyó en una roca para evitar caerse y… la misma se movió. Dio un rápido salto, retrocediendo y levantando la mano… para luego darse cuenta que no tenía la varita, ¡rayos, su varita!

 

La criatura comenzó a moverse y hacerse más grande, ¿o se estaba levantando? Bueno, al parecer aquello último, pues en cuanto quedó en su tamaño normal se percató de que se trataba de, nada más y nada menos, un trol.

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Sus labios se fruncieron en lo que pareció una mueca. Una mueca que escondía una sonrisa. La conversación con Mei, de alguna forma, se estaba encaminando por un lugar que ambos querían. Bastian estaba enterado de las circunstancias, habían cosas que no se realizaron y le permitirían realizar ciertos movimientos en su favor. Ya hablarían luego de eso en privado, por su puesto, para ultimar los detalles de las acciones que tomarían como Orden del Fénix.

 

El Warlock podía decir que, de alguna forma, conocía bien a Sagitas. No precisamente porque en sus vidas hubiesen tenido la oportunidad de tener muchos momentos en donde vivieron como amigos. Sino por la conexión que ellos compartían. Eran hermanos a un nivel que aún le costaba entender y, claramente, explicar. Eran sus auras las que se conocían, las que podían sentirse cuando estaban cerca e inclusive de alguna manera extraña comunicarse de forma precaria. Y por eso él sabía que algo raro le sucedía a la mujer, en primera porque su aura se tambaleaba de forma extraña y en segundo lugar porque en su cabeza no se recreaba una situación en la que, en público, Sagitas se dirigiera así a un Warlock.

 

En fin, que quedaría muy raro si él se lo preguntaba directamente. Así que, burdamente, como lo hizo ya en el pasado, intentó enviarle su mensaje; su preocupación sobre si realmente se encontraba bien, sobre si le estaba pasando algo o no. No había forma de saber si tuvo éxito enviando su pregunta al menos que ella la respondiera. No hubo mucho tiempo de hacerlo realmente, pues el Uzza le sopló una pequeña nube de polvo. Pasaron unos cuentos segundos, quizá un minuto.

 

―Disfruta de tu libertad mientras te dure.

 

Fue el último en atravesar el portal que el Guerrero invocó. Estuvo desorientado por un rato. Todo era demasiado oscuro para su gusto. Quizá en la piel de un animal le sería más sencillo. Negó con la cabeza pese a que posiblemente nadie lo vería. Había algo en su conciencia, algo que seguramente Sagitas recordaría. No era momento para dar explicaciones ni pedir disculpas. Él, con su forma animal, atacó al hombre de color que solía deambular por la oficina de accidentes mágicos en un desliz.

 

Invocó el Kansho en su mano derecha mientras que, con un ágil movimiento de la izquierda, se hizo con la espada que colgaba en su espalda. Sin hechizos de por medio, la daga mágica era como cualquier daga. Era una arma blanca que se podía usar de la misma forma que cualquier otra arma blanca del mismo tamaño. El diamante, de lejos, era más fuerte que la cabeza de un apestoso trol.

 

Lanzó la daga y la clavó justo entre los ojos de la criatura que, luego de aspirar su último aliento, cayó al suelo.

 

―Un trol no puede matarte, algún día pagarás por tus crímenes Delacour.

 

Se encontró con su líder de pura coincidencia, o quizá no. Quizá el lugar oscuro en que se encontraban estaba encantando y todos los caminos llevaban al mismo lugar. Eso era bueno, su prioridad era encontrar a Sagitas. El agua esa del lago le daba igual, si la lograba conseguir bien; pero le importaba más encontrar a su hermana de sacerdocio.

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Alargaba un pie, después el otro, poco a poco.

 

-- Khan... -- alargaba el primer pie. -- Sho... Khan... -- alargaba el otro...

 

Así, poco a poco, muy poco a poco y cada vez más lento, fui mencionando el nombre de la Daga una y otra vez. Me gustaba aquella daga. Yo tenía varias dagas, una de ella, la ceremonial de sacerdotisa. Sin embargo, aquella que nos había enseñado el Uzza, era deliciosamente decorada con orfebrería fina. Nunca había tenido una así; yo solía tener pocas joyas y muy sencillas. Lo más enrevesado era la gota de agua con una pequeña flor azul dentro. Así que aquella daga me parecía, en aquellos momento, el más y mejor tesoro que me podía haber regalado el Uzza.

 

-- Khufu me quiere -- le dije a un topo que me miraba en una esquina de la gruta. -- Me quiere mu-mu-muuuucho. Mira, mira. Es un Khan.... Shoooo...

 

¿Quién habla con los topos? Los locos, ilusos o Sagitas; no sé si alguien más. Aquel animal no era muy grande pero sus ojos resaltaban en la oscuridad. Un momento, ¿quién había apagado la luz? ¿Por qué se estaba tan a oscuras allá dentro?

 

-- ¡Ay, pillín! -- dije en un gritito emocionado. -- Así que quieres una cita nocturna... Hum... ¡Qué lindo! Bajo la luz de las estrellas...

 

Sí, sentía fiebre y mi pulso se había acelerado. Jadeaba un poco, como si me costara respirar. Pero como en aquel momento sólo pensaba en los musculitos del Uzza, no llegué a pensar que podría ser un signo de enfermedad o que podría ser un signo de que la gruta aquella no era un buen lugar para estar. O las dos cosas a la vez...

 

Así que moví la daga ante el topo, feliz por la joya que llevaba en las manos cuando, de repente, sentí que mis dedos se tocaban. La daga había perdido la corporeidad y había desaparecido.

 

-- ¿Ein? -- pregunté al aire, sorprendida. Me pasé la otra mano por la frente y limpié un poco de sudor que la empañaba. Sudaba. Mis ojos, sin embargo, miraban el vacío que había entre mis dedos. Y me hubiera quedado allá, mirando mis uñas manicuradas y la palidez de la mano, si no hubiera sentido un ruido. Eran unos pies que se arrastraban, unos susurros de voces, un rascar de garras en el suelo y... -- ¡Maldito roedor! ¡Tú, ladrón de tres cuartos! ¡Devuélveme mi Khufu, digo mi Khansho! ¿A quién se le ocurre tener un escarbato en este lugar?

 

Ciertamente, aquel bicho tan mono que había confundido con un topo muggle era un maldito ladrón. Corría, a mucha velocidad, a demasiada para mis tobillos cansados y mis pulmones forzados. ¿Desde cuándo estaba yo en tan baja forma, si cada día hacía ejercicio en el Circo? Allá había otro síntoma de que algo iba mal y, sin embargo, volví a ignorarlo. Ahora me preocupaba más el recobrar mi daga.

 

Algo en la profundidad de mi mente me informaba de que mis compañeros estaban teniendo problemas y que, tal vez, debiera unirme a ellos. Sin embargo, mi yo prefirió seguir al escarbato para poder llegar al lugar de encuentro con el Uzza, el lago.

 

-- ¡Lumus! -- para mi sorpresa, no hubo luz. Me puse a reír al verme elevar un dedo al aire. ¿Dónde estaba mi varita? -- ¡Ahhhh, sí, mi Uzzita me la devolverá como regalo cuando le llenara el potecito con agua.

 

El animal correteaba como un demonio de rápido y yo le seguía lo más rápidamente posible, aunque los golpes contra las paredes que no veía y los tropiezos hicieron que se me escapara varias veces. Además, la sensación de calor y ahogo crecía por momentos y necesitaba encontrar el lago para refrescarme. Esa idea empezó a hacerse imperiosa en mi mente.

 

No tenía varita pero sí tenía toda la quincalla de los libros. Eran engorrosos y me entraron ganas de quitármelos todos e ir tirándolos por el camino, porque pesaban como un muerto. Sin embargo, a punto de quitarme el Anillo de Presencia, vi al ladronzuelo en medio del camino . Me tiré encima de él y, no sé si por buena suerte o porque era la persona más patosa del mundo, la gota de esencia que se había formado , no sé cómo, en mi mano, quedó en el animal cuando se escabulló de mi abrazo por el más diminuto hueco entre mi cuerpo, mis brazos y el suelo.

 

-- ¡Maldito bicho! -- grité, cabreada, ahora muy en serio.

 

El mal humor desapareció en cuanto visualicé al animal correteando por el corredor oscuro. Enarqué una ceja, sorprendida por la calidad y la claridad con la que veía el lugar por el que caminaba. Yo no veía nada pero podía distinguir todo, aunque con la visión de un escarbato, desde una perspectiva muy baja. Así que me puse a gatear para poder seguir su ritmo sin darme con obstácul0s altos que escaparan de la línea de visión del animalejo.

 

Le vi llegar al lago y sonreí. Se me olvidó todo, el escarbato, la daga, que las aguas fueran rojizas... Aquel lago era una maravilla. Lástima que estuviera tan abajo, engastado entre rocas altas, casi como en un acantilado. Llegar al agua no iba a ser un problema, con el Amuleto Volador colgado del cuello. Planeé, silbando, hasta una roca cercana al nivel del agua del lago. Me asomé al agua, de gatas en la roca y... Sentí escalofríos.

 

La imagen era la mía, con pústulas en la cara y unas legañas en mis orbes ojerosas. ¿Esa era yo una visión? ¿Era agua mágica o algo así? Casi parecía un espejo... Seguí observando y noté que la imagen sonreía, tosía de forma espasmódica y sacaba del bolsillo una poción verdosa que bebía de un trago. Su/Mi imagen mejoraron con notoriedad.

 

¿Qué significaba eso? Si supiera interpretarlo de forma consciente, sabría que yo misma sabía que estaba enferma y que llevaba la poción encima, que sólo debía beberla para sanar o al menos mejorar lo suficiente para llegar al centro médico y recobrar, así, el sentido del pudor perdido. Pero sólo el inconsciente me decía lo que necesitaba, lo que deseaba que hiciera. Mi yo seguía siendo una mujer febril sin mucho ton y son en sus actos. Mi Yo me decía que tenía que tener el agua preparada en el frasquito para dársela al Uzza. Tal vez el premio, además de mi varita, pudiera ser un besito...

 

Recoger un poco de agua no fue nada difícil. El escarbato me miraba desde allá arriba. Le saludé con la mano, pensando para mis adentros que, como le pillara, le iba a estrangular por robarme la daga. Entonces pensé que al Uzza no le gustaría que su regalo hubiera acabado en la tripa marsupial de aquel bicho y que, tal vez, se podría enfadar conmigo.

 

-- ¡Bichito, bichito lindo...! Ven con mami...

 

Tenía que recobrar el objeto mágico pero trepar por aquellas rocas casi lisas iba a ser imposible, y el amuleto sólo funcionaba hacia abajo, no hacía arriba. Sin varita... El animal desapareció y pude ver que se metía en un agujerillo imposible de seguir. Le grité y murmuré un "Brrrrrr" tan alto que retumbó en toda la cueva e hizo que el agua temblara en ondas irregulares. Eso o había algún bicho por ahí abajo, pululando.

 

Rebusqué en mis bolsillos pero no para encontrar la poción que la imagen del lago me había enseñado. En su lugar, saqué una pomada hecha en un libro anterior, a base de Polen de Lirios de Fuego y me la apliqué en las manos. Me puse a silbar mientras sentía un aumento del tacto espectacular. Eran unas flores potentes que tenían muchas posibilidades, una de ellas la de adherirse a cualquier superficie. Así, empecé a trepar por las paredes lisas que bordeaban el lago. Era fácil y divertido.

 

Estaba a medio camino cuando algo tiró de mí. Parece que las ondas del agua no habían sido provocadas por mis gritos sino que, por lo contrario, mis chillidos habían molestado a quien vivía en el lago.

 

-- ¡Socorrrooooo! -- grité, mientras me veía lanzada al vacío, sin ver a mi enemigo.

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La varita, oh, maldición, ¡la varita!

 

Gruñó de forma notable, notando cómo el trol, aunque lento, se percataba de que había un intruso en lo que parecía creer su cueva. Se preparó, aunque no muy segura de lo que debía hacer, pero antes de que se le viniese algo a la mente que no fuese algún hechizo habitual de la Orden, oyó cómo si algo cortara el aire, un cuchillo, y acto seguido, un sonido de golpe seco y, para finalizar, el trol que perdía el equilibrio y comenzaba a caer justo por encima de ella.

 

Se hizo a un lado lo más rápido que pudo, viendo caer a la criatura y sintiendo el piso temblar debido al peso del mismo. Alzó la vista entonces, para encontrarse con Bastian del otro lado, quien se dirigió a recuperar lo que era, sin lugar a dudas, una daga. ¡La daga, maldición!

 

Se puso en pie con cuidado y luego de invocar la daga en su mano derecha, se tocó de forma disimulada el anillo que tenía en su dedo índice, activando la salvaguarda contra oídos indiscretos.

 

Gracias, ― dijo al fin, esta vez dirigiéndole una mirada distinta a la que había fingido cuando se hallaban en el Ateneo y frente a otra persona ― creo que tenemos unos minutos para dejar la actuación de lado, y será mejor que vayamos juntos por si…

 

Pero no alcanzó a terminar, pues alcanzó a oír a lo lejos un grito de socorro que sólo podía corresponder a la voz de Sagitas. Le lanzó una fugaz mirada a Karkarov antes de echarse a correr a toda velocidad, tratando de seguir la dirección de los chillidos.

 

¡Demonios! ― exclamó, frenando repentinamente al encontrarse con la enorme abertura y precipicio que daba a lo que parecía ser el lago. Y justo alcanzó a verla, cayendo y a punto de estrellarse contra el rojizo lago que se agitaba de forma descontrolada, como si algo estuviese a punto de salir de allí ―. Maldición… ¡terreus!

 

Movió la mano en un acto reflejo, en dirección a Sagitas. Inmediatamente varias raíces hechas totalmente de tierra salieron desde un lado de la pared de roca y se extendió a una velocidad de vértigo y sin perder su grosor, el suficiente para sujetar a Sagitas y retenerla, aunque de forma dificultosa. Mei notó como si algo estuviese tirando de la mujer, intentado obligarla a meterse dentro del lago.

 

Bastian, ¡ayúdala! ― exclamó, intentando controlar las raíces de tierra que sujetaban a la Potter Blue y tiraban contra aquella fuerza que no alcanzaba a ver como para saber qué era.

 

Un leve susurro a su lado la alertó, haciendo que girara la cabeza para ver… ¿un escarbato robando su colgante que en realidad era un frasco?

 

¡Oye, shu, shu!

 

Sí, el animalito, que al parecer le había gustado el brillo particular de lo que simulaba ser un colgante, se sobresaltó al darse cuenta de que lo habían descubierto, y en un intento de escapar, jaló del colgante, produciendo que se abriera el frasquito.

 

No lo dudó y aprovechó la ocasión, movió su mano libre, sacudió el frasquito y sopló en dirección a la criaturita, que inmediatamente chilló ante el hecho de encontrarse totalmente ciego.

 

¿Ese escarbato tiene… una daga?

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Su ojo permite ver todo lo que hacen. Sagitas perdiendo su daga a manos de criaturas, Mei enfrentándose a un trol del que después Bastian ayudó a enfrentar, a pesar de las aparentes diferencias que mostraban a cada tanto. Eso era exactamente lo que Khufu buscaba, que cada uno encontrara la forma de desligarse de su varita mágica para enfrentar peligros que, en situaciones normales, serían muy fáciles de acabar.

 

Y si bien todos eran muy poderosos, el uzza sabía que habían situaciones que no podrían controlar completamente sin la ayuda total de la magia. Aquel era el caso de Sagitas, que además de desarmada se encontraba muy enferma, por lo que dejó a un estático Ishaya, y abrió un portal de vuelta, apareciendo justo a un lado del lago, en el que ya se había visto reflejada la primera bruja.

 

Por fortuna, Delacour y Karkarov no estuvieron tan lejos de la mujer en peligro, logrando controlar la criatura del lago y ayudar a la bruja. Evidentemente, las diferencias se dejaban de lado cuando era necesario.

 

―¡Potter Blue! ― brama el Uzza con tranquilidad mientras hace que la varita mágica de la bruja aparezca en su mano ―Buen momento para usar la Vara de Cristal y acabar con el peligro y no solo contenerlo. Una varita hecha con madera de un árbol de los acantilados de Girona te dará la determinación necesaria.

 

El reencontrase con la varita mágica luego de un buen tiempo sin ella haría que la transformación de la misma a la Vara de Cristal fuera mucho más sencilla. El poder que debía concentrar sería menor, pues la conexión mago - varita estaba en su punto más alto.

 

―Y ustedes también ― dice, mirando a Bastian y Mei ― El núcleo de pluma de fénix, es… interesante, muy interesante. Todos juntos pueden neutralizar todas las criaturas aquí y hacer que este lugar deje de ser un peligro.

 

Algo similar a lo de Sagitas experimentarían sus compañeros, cuando sus varitas aparecen en sus diestras. Si bien no todos habían logrado la misión de llevarles los frasquitos con agua del lago, Khufu se sentía orgulloso de saber lo lejos que llegaron. Obviamente, todo tenía su truco.

 

―El amuleto anti robo está activo justo aquí― dice, aunque no está muy seguro de que lo escuchen si cada uno estaba entretenido con sus varas de cristal ― quizás por eso los atacan. Ahora, cuando terminen, salgan de aquí.

 

Pero primero, aunque Khufu no lo había recordado, debían recuperar la daga del escarbato.

Editado por Khufu
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―Me está cansando seguir fingiendo...

 

Se percató, por su puesto, de activar el mismo anillo que previamente activó Mei. Sus palabras eran ciertas. Todo aquel asunto, que era meramente político, le estaba cansando. Le estaba impidiendo ser y hacer lo que él verdaderamente buscaba. Quizá la solución fuese sencilla... Sacudió la cabeza, no era el momento para pensar en eso o para tomar una decisión apresurada.

 

Y en realidad, aunque hubiese querido seguir pensando en su futuro, en su mente se formó la señal de auxilio un segundo antes de que el chillido llegar a sus oídos. Era Sagitas. Sagitas se encontraba en peligro y él, en lugar de calmarse, se puso nervioso. Muchas ideas cruzaron por su cabeza. Corrió, por su puesto, en la misma dirección en que iba Mei. La diferencia radicaba en que, estando su tía en peligro, en ese momento ya no le importaba ocultar su figura animal.

 

Llegó al lugar un poco antes que Mei corriendo sobre sus cuatro patas, en forma de tigre. Transfigurar a animal no necesitaba de varita, el aro de la animagia le permitía canalizar la magia suficiente y realizar una transformación perfecta. Saltó, y en el aire, escuchó que Mei le decía algo que no llegó a comprender. ¿Qué pensaba cuando saltó siendo tigre y sin una varita mágica?

 

En fin, que a poco de caer sobre las raíces creadas por la líder de la orden su cuerpo volvió a deformarse y adoptó la apariencia de un humano. Llevó la mano al cuello y activó el amuleto volador con lo que, pese a no tener varita, cayó suavemente sobre las raíces de tierra que se resintieron por el peso extra.

 

―Sagitas ¿Estás bien? No se cuanto tiempo pueda controlar Mei esto así que deberíamos saltar.

 

La varita mágica apareció nuevamente en su mano. Movió la varita mágica e invocó un Fulgura Nox que los llevaría a un lugar firme. Cruzó esperando que Sagitas hiciera lo mismo. Algo había en el lago, lo sintió.

 

Vara de Cristal...

 

Aquel hechizo era, sin lugar a dudas, el que más le interesaba aprender. Su varita mágica vibró, no era un hechizo común, e inmediatamente comenzó a crecer entre sus dedos. Era una vara entre blanca y amarilla. En la punta de la misma descansaba una especie de espera pequeña totalmente transparente en donde descansaba una pluma de fénix: el núcleo de su varita mágica.

 

Sectusempra

 

Añadió finalmente. El núcleo de su varita, ahora haciendo las veces de parte superior de la vara de cristal, brilló. Bastian sintió el aumento de poder, era imposible no sentirlo. De esta forma un corte se proyectó en el cuerpo de la criatura del lago.

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¿Por qué grité? Supongo que fue la impresión de caer hacia atrás, de espalda, de pensar en el agua que iba a tragarme. Si hubiera estado en mi sano juicio, hubiera usado de nuevo el amuleto que planeaba para caer despacio. Pero como no pensaba con propiedad y sentía escalofríos, sólo pensé en que me caía y que seguro que me haría papilla. O se me comía lo que fuera que me había agarrado. Sentía mucha calor y ahora sí me daba cuenta que estaba enferma. Me pareció oír la voz de la líder del bando que decía algo sobre el Terreno, aunque no sé qué quería decir.

 

Así, de repente, me convertí en un muñeco que se disputaban entre varios, lo que fuera desde el lago, unas raíces de tierra desde el acantilado... Creí que iban a desmembrarme, creo que era peor el remedio que la enfermedad, por así decirlo.

 

-- ¡Demonios, Mei! -- grité a la líder. -- ¡No te preocupes por el escarbato! ¡Qué me rompo!

 

¿Le había gritado a la líder? Hay que reconocer que, a veces, soy algo suicida. De repente, mi nombre que atrona la gruta y me hace pegar un respingo; y no sólo a mí, sino también a lo que fuera que me sujetaba desde el lago. Me vi suelta, sujeta por aquellas raíces de tierra que había invocado mi compañera. El Uzza había aparecido a mi lado y (ay, por un segundín pensé que venía a salvarme, mi amorcillo guerero, pero se me pasó enseguida; seguro que iba avanzando en el estadio de la enfermedad y ya no tenía tanta psicosis calenturienta) me dijo algo de una vara de cristal.

 

-- ¿Lo qué? -- pregunté. Me agarré a la raíz terrosa y noté que mi mano sostenía ya algo. -- ¡Mi varitaaaa!

 

Creo que nunca estuve tan feliz de tener una varita en mi mano. La agarré con fuerza y me la puse en el pecho, con todo el amor verdadero que sentía por ella. Pensé en varios Episkeys pero nada; es decir, me sentía mejor pero no del todo. Así que pensé en lo que el Guerrero había dicho. Una vara de cristal...

 

-- ¿Cómo si fuera cenicienta? -- dije en voz alta, aunque dudaba que Khufu entendiera la referencia al cuento muggle. -- Vara de Cristal -- pronuncié en voz alta, con tono de duda. Después pensé en Semillas de Hielo. Era un rayo pero, por lo que recordaba, la Vara de Cristal podía convertir un sencillo rayo en un terrible efecto. Así, un viento helado rodeó un tentáculo invisible hasta ese momento y una forma de hielo se vislumbró bajo el agua rojiza. En otro momento, me hubiera sentido muy curiosa sobre aquel hechizo que había actuado con tal rapidez que había congelado al "loquefuera" antes de que volviera a agarrarme. Entonces, reaccioné con prontitud, salté de los brazos de tierra de Mei y caí sobre la piedra donde había recogido el agua que quería el Arcano. -- ¡Eeeh, tú! ¿Cómo sabes lo de la madera de mi tierra catalana; pocos, por no decir nadie, saben lo del árbol del acantilado de Girona.

 

Era inútil discutir con el Uzza puesto que, seguro, me había leído el pensamiento o vete a saber qué. Me enfurruñé un poquito porque me gustan que mis intimidades queden bien escondidas. Además, de la Vara que había surgido de mi varita surgía un brillo al que no estaba acostumbrada y me deleitaba con la nueva forma de ella.

 

-- ¿Durará mucho? ¡Huy! Con usted son sorpresas una detrás de otra. ¿Cómo que juntos podemos neutralizar todas las criaturas que...? ¿Pero de cuántos bichos hablamos?

 

¿Qué saliéramos? En verdad, no me encontraba muy bien porque los Episkeys habían funcionado a medias. Eso me recordó que tenía que avisarles.

 

-- Por cierto... Creo que estoy enferma. No sé si es viruela de dragón o alguna enfermedad nativa de un país subsahariano, no estoy segura pero... Podría ser contagioso. Así que me gustaría salir de aquí para irme derechita a San Mungo. ¡Oh, Bastian, te amo! Gracias por este portal...

 

Era un decir, no es que le amara como su esposa Valkiria; era una expresión de alivio, que cambió en cuanto vi que lanzaba un Sectum hacia mi. ¡Menos mal! No es que se vengara de algo sino que atacaba al bicho del lago que se estaba descongelando.

 

-- Leñes, gracias de nuevo... Creo que os debo la vida. Más que eso, mi honor me obliga a devolveros este favor. Y prometo cumplirlo, aunque antes... Tengo que buscar a un escarbato ladronzuelo para que me devuelva mi daga antes de irme de este lugar. ¿Qué hechizo funcionaría para atraerlo hacia nosotros? ¿Un Accio mal bicho?

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Entonces quería que utilizara el anillo de presencia de una forma diferente... esto era complicado de procesar, Khufu había sido una persona demasiado compleja, no decía mucho y sus enseñanzas eran demasiado limitadas, como si quisiera que adivinara lo que quería de él. Eso me conflictuaba, nunca había tenido a un "guía" que se sintiera tan alejado del aprendizaje, del entrenamiento, pero de todas formas debía de quedarme callado y acatar.

 

Controlé mi respiración para concentrarme en mi esposa, en su esencia, alejarme del sitio donde me encontraba en esos momentos con el guerrero y todo indicaba que él también se retiraría ya que creó un portal y desapareció. Mejor aún. tomé asiento en el lugar donde mi cuerpo físico se encontraba y dediqué toda mi atención al anillo.

 

- ¿No vas a querer comer? - Era ella, su voz, tan suave como siempre. - Si no comes papá se va a enterar y se pondrá triste porque no quisiste comer.

 

Un par de balbuceos lanzó mi pequeño Eirian, nuevamente intentando responder ante las palabras de su madre, apenas entendiendo lo que estaba queriendo decir, suponiendo que su reacción era más por mi mención que por otra cosa, algo que me hacia enormemente feliz.

 

La cuchara de plata se sumía en el pequeño plato de papilla que le había preparado su mamá, por supuesto, los elfos nos ayudaban siempre con la comida pero queríamos atender a nuestro hijo de manera particular, porque creíamos que era lo más correcto por hacer; inclusive las ropas que tenía se las habíamos tejido, aprovechando que era apenas un pequeño, en ese momento tenía un mameluco blanco con detalles en rojo y amarillo, como si fueran llamas... lo que me recordaba que toda mi familia estaba luchando en contra de los mortífagos, a quienes pertenecía.

 

La risa de Cye llenaba el lugar, radiaba de una manera tan especial con Eirian, él había llegado en el momento preciso para dar un empujo a nuestra vida: para ella, mi esposa, significaba ponerse en contacto con sus raíces mágicas, puras mientras que, para mi, me había echo recapacitar acerca de las personas e ideologías que defendía.

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Khufu los observa un tanto extrañado. Los tres presentes no tienen problemas al enfrentarse a trols y otras criaturas peligrosas (e, incluso, Sagitas de preguntarle a un guerrero como él sobre cómo conocía la madera de su vairta mágica), pero sí al encontrarse a un inofensivo escarbato. Una ligera sonrisa aflora en sus labios, surcado de arrugas su rostro ya de por sí maltratado por los años y las batallas, aunque la oscuridad alrededor suyo haga que no se note demasiado.

 

Siente que ha llegado el momento oportuno. Las varas de cristal de cada de uno de los presentes muestran su verdadero poder y la determinación que los mueve. Presiente que está frente a personas lo suficientemente confiables para otorgarles los conocimientos del Libro de los Ancestros, que muy celosamente guarda, que muy pocos siente que de verdad merecen.

 

―Lo último que aprenderán ― dice el uzza en un momento de aparente tranquilidad, mientras ellos pensaban qué sería mejor para atraer a la criatura ―será a usar el anillo de presencia.

 

Lo tiene en uno de sus frágiles dedos, a pesar de que no lo necesita gracias a los años de entrenamiento para tener las visiones del presente, gracias a su “tercer ojo”. Casi involuntariamente lleva la mano hacia la cabeza, como si recordara el intenso dolor que provocó todo el proceso para perfeccionar ese poder. No cree que nadie más sea capaz de algo como eso.

 

Sin más (y asegurándose de que la daga estuviera de vuelta con Sagitas), volvió a abrir un portal para regresar junto a Ishaya.

 

Era el momento indicado para terminar con la clase. Entrecierra con cansancio sus ojos para cubrirse de la tormenta de arena que comienza a penas tocan nuevamente la universidad. No era una tormenta normal pues se trata de la Arena mágica del desierto. Es una tormenta esporádica, de corta duración. Khufu respiraba con tranquilidad ya acostumbrado a aquel fenómeno de la naturaleza. Podía sentir la fricción de la arena con su torso desnudo.

 

El cielo azul no se lograba divisar bajo el ambiente terroso y árido provocado por la arena en el aire. Movió con ímpetu su cuello para quitar la tensión que se ha acumulado en él. Levanta su pierna derecha y se rasca la pantorrilla con su pie. El viento propio de la tormenta no había logrado moverlo ni un centímetro de su eje de equilibrio, lo cual resultaba curioso para su deteriorado cuerpo que incluso temblaba por el paso del tiempo.

 

―Una simple gota extraída del anillo les permitirá ver ― dice, sin moverse de esa posición, el énfasis en la última palabra es mucho mayor que en las otras― En una hoja, en una piedra, en una carta, no importa donde la dejen, tendrán acceso silencioso. Dejen una ahora. Ishaya, tu ya tienes experiencia y te será sencillo. Los demás, lo probaremos pronto.

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  • 4 meses más tarde...
No era un día como cualquier otro en la vida del joven Gryffindor, puesto que durante aquella jornada de primavera comenzaría con el aprendizaje del Libro de los Ancestros de la mano de un guerrero Uzza que tenía fama de ser un tipo bastante solitario, puesto que prefería rodearse de animales antes que de seres humanos; tal vez por alguna situación traumática que había experimentado o simplemente por ya estar decepcionado de la raza pensante tras vastos años de erudición conviviendo con ellos. -Vaya... Nuevos objetos. Creo que terminaré convertido en uno de esos gigantescos armarios de "Borgin & Burkes" del Callejon Knockturn... Aunque este Amuleto, según lo que dice en la página 23 del tomo, me servirá de gran ayuda en mi Vulcanización Mágica- expresó el adolescente mientras veía con curiosidad la porcelana que representaba al dios griego Hermes con su casco alado. También, dentro de los raros materiales, estaba otro frasco con arena y un anillo con una diminuta cavidad en medio; el mismo que parecía ser un elemento inofensivo que deberá descubrir con paciencia una vez que estuviese en la cátedra con Khufu. -¡Brahmsy! ¡Hey Brahms! ¿Está todo preparado para el viaje?- consultó el fenixiano con un dejo de apuro, alzando su voz rumbo a su elfo doméstico que continuaba guardando cosas adentro de la bolsa con hechizo de expansión indetectable. -Mi señor Thomas... Sólo falta que usted introduzca lo que tiene en sus manos, señor. Me preocupé de poner un pequeño recipiente plástico con cereales de chocolate, yogurth con trozos de fresas y frutos secos para que tenga algo que comer en algún minuto... Debe ser agotador recibir doctrinas de los Uzza, señor- platicó el leal sirviente de ojos marrones claros y orejas levantadas como un inocente can adiestrado.


-Ya no hay mucho tiempo que esperar... Debo acudir cuanto antes al sitio de reunión, o Helike me regañará por ser un compañero impuntual. A las chicas no se les debe dejar "plantadas", eh... Recuerda eso siempre, Brahmsy- musitó el paladín con simpatía, cerrando su ojo izquierdo en señal de complicidad con el elfo obsequiado por su padre. Fue así que Elros descendió con prontitud las escaleras de su hogar hasta arribar al vestíbulo donde se despidió de su madre Annick con un beso en ambas mejillas; y al salir a la fachada de la residencia de La Orden, no olvidando todo lo que debía de llevar consigo, el apuesto animago concentró todas sus energías para abrir el portal (Fulgura Nox) que lo trasladaría directamente hacia su nuevo objetivo. En un "abrir y cerrar de ojos", la figura del patriarca de los Granger se abrió paso a través del Haz de la Noche, materializando su organismo en la mismísima Plaza del Árbol de Fuego en un perímetro cercano al Oasis donde cohabitaban las tiendas del Pueblo Uzza. -La señorita Rambaldi debe estar por llegar. Le dije que nos juntáramos a los pies de la estatua sagrada de la Diosa- balbuceó, casi para sus adentros, el pelirrojo; aprovechando de coger una de las hermosas flores de la especie para regalársela a su amiga, obviamente sin el afán de cortejarla. Vestido con jeans azabaches, una camisa nívea y deportivas grisáceas; el gran ejemplar de "mono extrovertido" se sentó en una de las bancas del árido terreno, esperando que la española llegase antes que el perteneciente a la tribu de los Nesedy.


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Editado por Thomas E. Gryffindor
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