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Libro de los Ancestros


Khufu
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Otra noche más, observando el cielo nocturno, mientras esperaba que me llegase la confirmación que esperaba. Estaba en la terraza de mi habitación en el castillo Rambaldi, vestida con una camiseta, chandal y zapatillas de deporte, mientras manejaba el telescopio e iba anotando lo que veía en el mapa celeste. Era algo que hacía mucho tiempo que no hacía ya que, me había dedicado al estudio de las pociones. Un sonido particular había llegado a mis oídos. Alcé la vista y a lo lejos vi una pequeña mota blanca que subía y bajaba al contrario del viento. No es que hiciese mucho, pero la brisa era bastante patente al escuchar la arboleda que había cerca de mi casa.

 

La pequeña lechuza llegó y dejó a mis pies una carta, vi el sello y eso me llenó de alegría. Era de la Universidad. Lo recogí con manos temblorosas y al abrir la misiva, comprobé lo que esperaba. Me aceptaban en el siguiente nivel de libros, de los guerreros Uzza. No es que me hiciese gracia pero, si quería seguir obteniendo más poder, no me quedaba más remedio que seguir cursando y aprendiendo de esa magia que ya estaba aprendiendo tanto a aceptar como apreciar.

 

Lo recogí todo con un toque de varita y que fue llevado hasta mi habitación. La verdad es que estaba bastante más limpia que de costumbre, apenas había rastro de bolsitas de pociones, potingues mal hechos y olores nauseabundos que harían vomitar al más sereno. La cama estaba hecha y no sabía si realmente cambiarme de ropa. No sabía lo que hacer en ese aspecto. Vi en una estantería en dónde estaban todos los libros que había conseguido hasta el momento y con otro toque de varita, los guardé dentro del monedero de piel de moke.

 

Además de todo eso, con sus cachivaches, recogí otros tantos, como otros objetos que me serían útiles, además de mi petaca de whisky y la de los cigarros que siempre me acompañaban y que sacaban de quicio a mi tía. No pude evitar sonreír burlona. Nunca le gustaba que encendiese un mísero cigarro, pero al menos, no estaba ahí para controlarme como si fuese mi madre. Tampoco es que me apeteciese moverme, así que, mientras guardaba el morral de cuero dentro del bolsillo del pantalón recogí mi varita de álamo.

 

Decidí revisar el último libro que había comprado para ver las opciones que tendría y el que, mi varita con ese poder, se transformase en una vara de cristal me llenaba de curiosidad y estaba ansiosa por probar esos dones que nos proporcionaban los guerreros Uzza. Cuando me di cuenta, el sonido de ese molesto despertador sonó y lo silencié y a través de los ventanales que daban a la terraza, me indicaban que el amanecer estaba más que próximo. Así que, suspirando, hice un movimiento de mi varita y susurré.

 

- fulgura nox -apenas había hecho ese conjuro y sabía que podía realizarlo sin problema. Un portal oscuro había surgido y atándome el pelo en una cola de caballo alta suspiré y lo crucé hasta llegar al lugar que pretendía y en dónde había quedado con mi compatriota Thomas. Era la segunda vez que coincidía con él en el estudio de éstas artes y eso me alegraba. Al menos, tendría a un conocido en la clase y a pesar del desastre de duelo que había hecho me agradaba el charlar con él, antes de iniciar nada.

 

Había llegado hasta la localización que me había dicho el español, a los pies de la estatua de la Sagrada Diosa. Estaba segura de que mi hermana estaría feliz por adorar a esa diosa pero que a mí en mi caso, me daba exactamente igual. Yo estaba ahí por otros motivos y en cuánto puse el pie en el suelo árido del lugar y alcé la vista vi a mi joven compañero de promoción de esos libros.

 

- ¡Hola @@Thomas E. Gryffindor! - saludé con alegría - espero no llegar tarde -sonreí al muchacho mientras veía cómo portaba unas flores bonitas- al menos puedo decir que, el ser vampira, no se me pegan las sábanas - reí con ganas, mientras sacaba el morral de cuero y de su interior, extraje la petaca de cigarros, recogí uno y lo encendí con la varita, mientras le daba la primera calada del día. Eso me calmaba y reconfortaba porque siempre tenía cierto nerviosismo cuando tomaba una de esas clases.

Editado por Helike Rambaldi Vladimir
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  • 2 semanas más tarde...

―Han llegado otros dos jóvenes más, Señor. Parecen tan entusiastas como su juventud lo amerita. ―Observó con solo dar una mirada a la distancia a las personas que se reunían en torno a la estatua Sagrada. ―Probablemente no se hayan percatado de nuestra presencia. Si lo desea puedo ir a por ellos y guiarlos antes usted.

 

―Eso no será necesario, gracias Sely. ―La voz de Khufu sonó un poco más áspera de lo usual aunque sin perder la cuota de amabilidad ganada con el paso de los meses dentro de la Universidad.

 

Se puso de pie y sacudió las ropas de las escasas ramitas que habían quedado prendadas en sus pantalones luego de pasar un largo tiempo meditando un poco rodeado de la naturaleza. El último grupo que pasó por allí para guiarse con sus conocimientos había resultado bastante entusiasta, esperaba que estos muchachos demostraran también esos ánimos aunque estuviese reducidos en cantidad. Incluso, aunque hubiese sido uno solo, Khufu siempre añoraba enseñar a personas, a magos y brujas así.

 

Tampoco es que estuviera demasiado lejos de ello. Las voces de Thomas y Heliké llegaron como una especie de murmullo, tenía que se la distancia.

 

Había una especie de brisa fresca, eran los últimos días de primavera, y pese a este pequeño bálsamo, el sol seguía pegando fuerte cuando se llevaban extensos minutos bajo su calor cada día más abrasador con el inicio próximo del verano. Antes de avanzar el Uzza miró hacia otras direcciones, como buscando algo. Tal vez la presencia inapropiada de algún Arcano que le impidiera hacer uso de aquel sitio como si fuese una austera sala de clases. Él prefería los lugares abiertos, las enseñanzas allí podían ser más infinitas que entre cuatro paredes.

 

Avanzó con una velocidad nada propia de su edad, pero tampoco tan rápido por alcanzar su destino.

 

―Bienvenidos jóvenes. ―Saludó con más cordialidad de la que él mismo creía tener. ―Mi nombre es Khufu, guerrero Uzza que domina el Libro de los Ancestros. ¿Puedo conocer sus nombres? ―Inquirió mientras llevaba su mano izquierda sobre la derecha, los temblores no le abandonaban en ningún momento.

 

Les dio un momento para hacer lo que les pedía, aquellos primeros minutos formarían una primera impresión que seguramente se iría complementando el resto del tiempo que compartieran. Algunos optaban solo dar un nombre, otros se explayaban un poco más, pero ninguno estaba exento del lenguaje corporal o de cierta apreciación en la mirada. Khufu había aprendido a leer algunas de estos gestos en la experiencia, tristemente más de alguna vez omitió algún detalle, pero casi nada escapaba de su percepción.

 

Cuando hubieron terminado se animó a hacerles una pregunta más.

 

―Díganme, ¿Qué es para ustedes un guerrero? ¿Cuál creen que es la cualidad que hace más fuerte a uno?.

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No esperamos mucho tiempo a ser recibidos por el guerrero. O eso suponíamos. Aún esperaba la respuesta de mi compañero Thomas, cuando la voz de Khufu llegó a nuestros oídos. El humo del cigarro que tenía encendido parecía que se había quedao estático y yo enmudecí al verlo. Me apresuré a darle la última calada y lo hice desaparecer con la varita...

 

- Ésto, disculpe señor -lancé una risilla nerviosa - me gusta fumar porque así tranquiliza un poco mis nervios...

 

- Nombres... sí... ésto, bueno -¿porqué de repente me ponía tímida? No sabía porqué pero me daba la impresión de que era un guerrero fiero al que no había que, contradecir o cabrear.

 

Aclaré mi garganta y con voz fuerte y segura respondí.

 

- Mi nombre es Heliké Rambaldi Vladlimir, señor -asentí con la cabeza, para mostrar respeto al que sería nuestro profesor en esas clases especiales- y creo que con eso basta -sonreí a Khufu- no es para parecer petulante ni mucho menos, pero creo que los otros datos, no son tan importantes...

 

Y después lanzó un par de preguntas que, mientras esperaba que Thomas hiciese su presentación yo quedé meditando unos minutos la respuesta. Crucé los brazos y llevé una mano a mi mentón...

 

No demoré mucho más la respuesta que el guerrero estaría esperando por nuestra parte.

 

- Un guerrero es aquella persona que lucha por sus propios ideales. Aquél que se enfrenta a todos los peligros sin titubeos y llegar hasta el final.

 

Y medité un poco más la segunda respuesta que el Uzza estaría esperando de mí.

 

- Pienso que lo más importante, es el valor con el que cada uno se puede enfrentar a todos los retos que le imponga la vida y saber llevarlos a cabo sin dudas. Sé que quizá es un poco contradictorio que diga ésto, pero también debe respetar y temer a la propia muerte... Peligros hay por todas partes, cada uno con formas diferentes...

 

Y me callé para ver la respuesta que daría mi compañero @@Thomas E. Gryffindor que parecía intimidado o eso me dio la sensación al ver a Khufu aparecerse ante nosotros.

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-¡Vaya! Llegas muy puntual, Helike... ¿Cómo va todo?- saludó el chico, correspondiendo el sentimiento de alegría de la joven inmortal a través de un efusivo abrazo que antecedió a la cuota de humor que Rambaldi expresó en ese momento basándose en su vampirismo y la no necesidad de dormir como un humano común y corriente. -En mi caso jamás me he quedado pegado en las sábanas... Tengo un reloj biológico en la cabeza que me hace despertar sin problemas. El inconveniente es cuando estoy enfermo... Detesto hacer días de reposo sin poder salir al exterior- agregó antes de enseñarle la flor que había tomado del Árbol de Fuego. -Es para ti... Tómalo como una muestra de amistad ¿Vale? Porque me haces de estas clases un instante más ameno, querida- exclamó sin sonrojarse, al mismo tiempo que miraba el extremo distal del cigarrillo de la mujer (evitando el contacto visual directo para no colmar de rubor sus níveas mejillas), el cual no paraba de consumirse con cada aspiración que la aprendiz universitaria realizaba a la espera del guerrero Uzza. Y así sucedió, pues Khufu hizo su entrada magistral en el árido terreno con una paz muy similar a la que Sauda le transmitió en la clase de Oclumancia; sin querer queriendo ambos poderosos hechiceros tenían caracteres parecidos, a pesar de las rivalidades entre etnias, lo cual tranquilizó los nervios evidentes que Elros sentía. -Thomas Gryffindor, señor. Es un placer estar con usted- respondió el pelirrojo, efectuando una venia pausada con la cabeza en señal de respeto hacia la figura imponente del tembloroso Nesedy. <<¿Otros datos?>> fue la interrogante que surgió en los pensamientos del adolescente, debido a que luego de la presentación de Vladimir, le quedó un margen de duda que se ligaba a aquello que la bruja no deseaba ahondar.


-Creo que mi compañera tiene toda la razón, maestro... Encuentro muy acertada la definición que nos obsequió. No siempre un guerrero va a estar vinculado al sentido más "tradicional" que da énfasis al enfoque militar o que se tiende a involucrar en situaciones violentas y conflictivas... los muggles saben mucho de eso con las guerras que han conformado con el pasar de la historia misma. Es por eso que aquella parte de los... ideales que Helike muy bien expone, engloba más a la personalidad del temerario- comenzó diciendo, sin sentirse intimidado por Khufu ni por la altura que éste exhibía en compañía de su sabiduría. -Y, si bien es cierto que el valor es el motor o la base del actuar de un guerrero... para mí la esperanza es otra virtud que le va muy bien de la mano- añadió el muchacho, sintiendo la brisa fresca que recorría los confines desérticos del lugar que hoy los cobijaba.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Escuchó a sus alumnos y recordó a los muchos otros que habían pasado por esa clase. Todos eran magos un tanto simples o quizás con algo de temor de profundizar en sus pensamientos. No los culpó entonces, los londinenses no solían hablar demasiado sobre sus tan preciados ideales, ni mucho menos con un Uzza con un aspecto como el de Khufu, cuyas manos no dejaron de temblar mientras los escuchaba.

 

―Ideales si, van y vienen, otros se mantienen con nosotros por siempre y aquellos son los más preciados ― comentó con un gesto serio, casi aburrido ―pero recuerden que la mayor lucha que ustedes van a enfrentar es interna. Una vez que se vinculen (si pueden) al libro de los Ancestros, espero que luchen día a día para ser mejores magos y brujas, más poderosos, más completos…

 

Las palabras de Heliké sobre el temer la propia muerte aún resonaron en su cabeza mientras Thomas hablaba. Pensó por un instante en que podría pedirles las varitas mágicas en ese momento para probar su coraje y confianza hacia él, pero había algo que no lo convencía del todo, parecían dos magos demasiado tranquilos - poderosos, tal vez- pero tranquilos. Habían empezado muy correctos, poco arriesgados, demasiado de acuerdo.

 

Chasqueó los dedos y del suelo empezaron a surgir dos estatuas, una frente a Thomas y otra frente a Heliké. Al inicio, estaban envuelta en humo parecido al del cigarrillo que Heliké acababa de apagar, no permitiendo conocer los detalles de sendas estatuas, sin embargo, una vez que los pupilos las observaran, se convertirían en la persona que más amaran, o la que más odiaran.

 

―Una prueba de su fortaleza física y mental.

 

Khufu ya había invocado dichas estatuas antes, una vez convertidas, hipnotizaban a los estudiantes para hacerles pensar que eran reales, tal cual lo hacía la hechicera del Libro del Caos. Las estatuas atacarían para distraerlos en cualquier momento, empezando con hecharles la arena mágica del desierto; podían jugar con la mente de los chicos inundándolos de recuerdos relacionados con las personas que estaban suplantando o simplemente podían atacar a matar.

 

―Defiéndanse o ataquen, trabajen juntos o separados ―aconsejó Khufu, alejándose unos cuantos pasos para verlo todo mejor.

 

¿Serían capaces de enfrentarse a quien más aman? o, en todo caso, ¿serían capaces de controlarse al enfrentarse a quién más odiaran? Khufu estaba a la expectativa. Luego de eso, empezaría el verdadero entrenamiento.

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- Me gusta ser puntual -le dije con una sonrisa a mi compatriota.

 

- Vaya, gracias, galante por tu parte -mostraba una sonrisa sincera al ver cómo el joven me regalaba una flor - algunos deberían de aprender -comenté, negando aún, sonriente con la cabeza.

 

- Sí, estoy de acuerdo que, conociendo a alguien en éste tipo de enseñanzas es verdad, más llevadero -asentí. Pero luego, me callé para ver las respuestas que el español en esos momentos estaba dando. Al parecer, ambos concordábamos mucho en lo que respectaba a nuestros ideales. Fruncí el ceño, pensativa pero tampoco pretendía decir mucho más.

 

- Tiene razón señor. Los ideales es cierto, vienen y van... Estoy de acuerdo con usted -y sin poder evitarlo, solté una carcajada. Me había venido a la mente cómo hacía años atrás, había entrado en la Orden. Por supuesto, no era algo que me agradase. Había visto como las cosas cambiaban sin poder remediarlo. Por supuesto, el poco valor que tenían para usar el poder de la magia en su propio beneficio y por supuesto, el cómo el simple hecho de no ir más allá en la magia, había echo que, dudase de los ideales que al princpio, tan firmemente defendía.

 

El tan simplemente contacto con la magia oscura, (aunque fuera en clases de Artes Oscuras) me había enseñado que había más poder allá que el simple uso de la mal llamada magia blanca. No había ni bien ni mal, solamente magos debiluchos que no tenían ni el valor ni las agallas de llegar más allá de lo que su moralidad les limitaba. Hablando de ideales, en batallas iba bastante a mi aire, ayudada por otros, y al mismo tiempo ayudaba yo, pero intentando acabar con todo lo que despreciaba... el simple hecho de no tener la misma misión de proteger a los sangre limpia de los demás, había hecho que cambiase de opinión, bastante drásticamente en ese asunto... Y ahora, ahora me sentía más viva que nunca.

 

De nuevo, las palabras de Khufu (que su nombre me recordaba a un viejo faraón egipcio) resonaron en mi cabeza y eso había hecho que pusiese mi mente en lo que él pretendía enseñarnos. ¿Lucha interna? No entendía lo que quería decir. Tenía bastante claro cuáles eran mis ideales, mi familia, amistades, protección de la magia ante los muggles... Pero suponía que se refería a otra cosa. ¿Qué sino? Y ahí estábamos...

 

Me aparté unos cuántos metros atrás. No sabía cómo pero el guerrero había hecho que surgiesen estatuas. Pero éstas parecían neblinosas que impedían que se conociese al detalle sus caras. Pero de repente... Parecía todo más detallado. En mi cara se había formado un rictus de mal genio. No miré la de Thomas, ya bastante tenía con la suya y con la mía, cambiaba en apariencia... La forma de Matt, la forma de Sagitas, hasta que llegó la que no me esperaba en esos momentos... La del viejo vampiro que me había instruido... Lázarus...

 

- ¡Otra vez tú, atormentándome, maldito cerdo! -dije entre dientes, a causa de la mala leche que me producía tan sólo al verlo. La estatua- vampiro me sonreía burlonamente, negando con la cabeza- no se me olvida que me has traicionado. Intentando matarme, maldito cerdo...

 

Seguía con esa sonrisa petulante que tanto odiaba en su cara. No sabía lo que hacer. Khufu nos había dicho que debíamos o colaborar entre nosotros pero yo sentía cómo la visión se me tornaba borrosa, ciertamente el guerrero empleaba su magia con nosotros y eso hacía que mi mala leche aumentase más todavía. Yo, como vampira, usaba la visión para la caza y también la audición para saber dónde estaban mis presas, pero ahí, no podía evitarlo, sentía que estaba indefensa... A pesar de no ver demasiado bien, conocía lo suficientemente, sus rasgos, para saber que era él. El ser que más odiaba en el presente.

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Thomas asintió tranquilamente ante las palabras del Uzza, pues concordaba en plenitud con la definición de "ideal" que Khufu les expresó a través de un gesto de seriedad que no daba espacio para las quejas ni réplicas. -El poder no siempre es bueno... Hay algunos magos que caen en la ambición más allá de la convicción. Es por eso que es bueno conocer los límites de las metas que queremos alcanzar, sin tener que dañar a nadie ni a nosotros mismos- comentó Gryffindor mientras secaba su rostro, "algo humedecido", por la brisa que se formaba con el viento que golpeaba en el agua estancada del lago próximo a la plaza del Árbol de Fuego. Helike, por su parte, se mantenía reflexiva, como si las palabras de su maestro estuviesen resonando, una y otra vez, en sus pensamientos; calando en su zona interna más ligada a las emociones personales y la "lucha" que tendría que sortear, la cual carecía aún de significado para la vampiresa oriunda de tierras españolas. Todos esos detalles psíquicos, Elros los conseguía gracias al contacto visual directo que realizó con los ojos cafés claros de Rambaldi; utilizando su habilidad de "Legilimancia" en ella para así tener una noción más certera sobre lo que mantenía en silencio a su compañera, obviamente sin el afán de indagar demasiado en los deseos más ocultos y privados que la funcionaria ministerial podía conservar en secreto o en la intimidad de sus cuatro paredes.


Pero, justo cuando el pelirrojo estaba a punto de intervenir con una nueva interrogante; la superficie desértica bajo sus pies empezó a temblar tras un chasquido de los dedos del Nesedy, reuniendo gran cantidad de arena en un tumulto que comenzó a enaltarse poco a poco, conformando una especie de figura humana que no lograba identificar del todo, pese a la corta distancia que mantenía con ésta. Una fumarola grisácea envolvía en integridad al ente o "cosa" que ahora el fenixiano distinguía con mayor claridad; percatándose de que se trataba de su madre, Annick. <<No es posible>> alcanzó a esclarecer en su mente el veinteañero; pero cuando sus orbes se posaron en la mirada de amor de la McKinnon, un especie de trance hipnótico se apoderó por completo de su subconsciente. -¡Mamá!- vociferó Elros con nerviosismo, sintiendo una fuerte presión en su sien derecha producto de una serie de pensamientos algo nostálgicos de su infancia que emergieron de la nada, pero que logró controlar a la perfección por su poderoso y reciente control de la Oclumancia. En eso, la paladín sopló una gran cantidad de arena que yacía en sus manos; la misma que viajó a través del viento hacia los globos oculares de Granger, instaurando una ceguera temporal en él. Sin duda alguna, el muchacho conocía que se trataba de la "Arena Mágica del Desierto" y que su visión retornaría paulatinamente en segundos; así que sin dejarse llevar por sus emociones decidió convocar un "Obsistens" azulado en el caso de que recibiese un ataque inesperado. -¿Madre eres tú?- preguntó, sintiendo que un rayo colisionó "en seco" contra la barrera luminosa que ahora ya no estaba, volviéndolo vulnerable.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Mi compañero parecía que no lo estaba pasando mejor que yo. En mi caso estaba más enfrascada en la cara marmórea de mi "enemigo" por decirlo de alguna forma. Éste aún mantenía su risa petulante que yo, tanto odiaba y que antes, me hacía gracia en otros tiempos en que era mi instructor. No me decía nada, yo tampoco. La visión, poco a poco la iba recuperando pero aún así, tenía cierto escozor en los ojos que me hacía lagrimear un poco...

 

Pero ni siquiera lo vi venir. Sentí un dolor agudo en mis costillas que hice que cayese de rodillas al suelo y no pude evitar soltar un gemido de dolor...

 

- ¿Pero qué..? - pregunté, intentando adivinar el motivo de ese ataque. Me froté el lado en dónde había sido agredida. Seguramente tuviese una buena cicatriz o un moratón que, mi sangre vampírica se encargaría de limpiar con rapidez.

 

- Deberías de tener más cuidado... ¿qué es lo que te he enseñado? -apreté los dientes a causa de la rabia que me producían esas palabras. Sabía que ambos, tenía razón en lo que estaba diciendo. Por el rabillo del ojo mi compatriota había hecho una especie de escudo mágico para protegerse... Yo alcé la vista, o al menos lo que ésta me permitía ver en esos momentos. Tenía su varita en una mano...

 

- Tú no me has enseñado una mi**.da -solté, cabreada- sólo a... -otro latigazo en el lado derecho de mis costillas hizo de nuevo, que me arrodillase.

 

- Parece que realmente, no has aprendido los modales que te he enseñado -me levanté como pude, balanceándome con cuidado a causa del dolor producido por ese látigo mágico que había salido, invisible de esa varita marmórea.

 

Volvió a usar su magia, un rayo azulado y pensé en un 'salvaguarda mágica' el hechizo me hizo intangible y el rayo penetró por mi cuerpo incorpóreo.

 

- Tú no eres nadie para mí, ya no -le dije yo, con un tono chulesco y sin poder evitarlo con un tono de rabia al mismo tiempo.

 

- ya veremos querida... ya veremos -decía él mientras yo, intentaba o esperaba algún ataque por su parte. De nuevo, por el rabillo del ojo, veía a mi compañero que no lo estaba pasando tan bien como yo.

 

- Thomas, ¿estás bien? -pregunté, mirándolo preocupada.

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-Sí Helike, estoy bien. No te preocupes... ¿Cómo estás tú?- preguntó Gryffindor mientras se frotaba los ojos con un dejo de insistencia; debido a que la fuente de luz que le cegaba en medio del terreno desértico, poco a poco pasó a convertirse en una doble visión y luego en un enfoque borroso que permitió que su sentido finalmente se recuperase por completo con el pasar de los segundos. La imagen que tenía frente a su cuerpo indudablemente era Annick, pero no la mujer que residía en aquellos tiempos en el año 2017, sino la madre que los mortífagos le habían arrebatado en un futuro próximo cada vez más incierto para el joven extrovertido y aventurero de cabellos rojizos. Si no fuese por la destreza que había adquirido con Sauda; los pensamientos que brotaban en su mente hubiesen terminado con su templanza y valentía, sin embargo la actitud del muchacho era la de un guerrero temerario que no sentía lástima ni pavor al enfrentar a un "espejismo" que únicamente podría ser "real" frente a un "Priori Incantatem" o gracias a la grandeza de la mitológica Piedra de la Resurrección. -No eres más que una simple ilusión... bastante básica como para querer intimidar a un hechicero con tanto control de la mente como yo- expresó sonriendo entremedio de las variadas chispas azuladas que se conservaban posterior a la destrucción del cerco Uzza. -Señorita Rambaldi, confío en que usted podrá salir airosa de esta prueba. Conserve la calma y la concentración- declaró hacia su compañera, la misma que se había vuelto intangible tras una serie de "latigazos" que por poco la dejan derrumbada en el suelo.


Cuando "Annick" volvió a apuntar con su arma en dirección al pecho, ahora algo descubierto del veinteañero, una energía muy poderosa comenzó a sentirse en el costado izquierdo de la cadera de Thomas. Tanta fue la curiosidad y las ganas de saber de dónde provenía tal poder, que Granger descuidó su enfrentamiento para direccionar su vista hacia su nuevo destino. Allí, brillando como el acero más pulcro del mundo, se hallaba una daga de empuñadura de plata y piedras preciosas; la misma que se posó sin vacilaciones en su mano diestra en lugar de su varita de pirul como de costumbre. -¡Avada Kedavra!- fue la frase que retumbó en los tímpanos de todos los allí presentes, incluso de Khufu que se mantenía alejado del centro de los problemas. Pero, con algo de instinto e intuición, Gryffindor colocó la daga por delante de su pecho y recibió el impacto del rayo sin ocasionarle la muerte. "Kansho", aquella arma que ahora le acompañaba, absorbió la maldición asesina enviada por la McKinnon; y salió disparada contra ella misma como si de un rebote hubiese sufrido efecto. Al llegar a la "bruja", ésta estalló en decenas de fragmentos de vidrio que se volvieron arena en un abrir y cerrar de ojos, uniéndose nuevamente al árido piso del territorio universitario.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Ya no recordaba cuándo había sido su última clase de libros de hechizos, pero sí recordaba todo lo que había aprendido en ellas. Y también lo que le había costado superarlas. Y ni qué decir del trato con los Guerreros Uzzas.

 

No recordaba haber tenido una conversación normal con ninguno de ellos; ni en las clases ni cuando se habían reunido junto con ella y Niko cuando debían tratar alguna cuestión sobre el Ateneo. No obstante, eran pocas las ocasiones en que aquellos guerreros, o los ancianos arcanos, se dejaban ver fuera de sus lecciones. Y tampoco es que a Anne le interesara demasiado codearse con ellos si no era para aprender lo que estos tuvieran que enseñarle.

 

Había adquirido el libro de los Ancestros muchos meses atrás, pero no había podido asistir a la clase hasta aquel día, en el que había decidido dejarlo todo aparcado para poder centrarse en su propio aprendizaje, que siempre había sido uno de los puntos más importantes de su vida. Se dirigía hacia donde solía encontrarse Khufu, el guerrero que impartía las lecciones de aquel libro que le tocaba cursar, y no estaba segura de lo que se encontraría. Quizás tuviera que esperar al guerrero allí.

 

Se cruzó de brazos y se sentó en el suelo a esperar, colocando el bolsito que siempre llevaba colgado a la espalda sobre su regazo. En él llevaba un sinfín de cosas que podrían resultarle útiles durante la clase, nunca se estaba lo suficientemente preparado. Era mejor pasar aquel rato relajada, pues seguramente en la clase acumularía una buena cantidad de estrés que tardaría meses en olvidar, tal y como le había pasado con las anteriores. Así que toda paz antes de la tormenta era bien recibida.

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