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Wild Pizza (MM B: 107336)


Nicole Evans Crowley
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Matt Ironwood.

 

 

-¿En Inglaterra? Desde Julio – se apresuró a contestar la pregunta de la bruja que accedió a comer algo con el – Quizás ya se dio cuenta por mi acento pero soy americano, estoy realizando un curso internacional que abrieron sus aurores – le explicó mientras se sentaba del otro lado de la mesa frente a la bruja que se presentó como Hannity.

 

-Soy de Hawaii, vivo en la isla de Oahu, así que podrás entender mi torpeza en un clima como este – realizó un gesto con la cabeza hacia la enorme ventana empañada que tenían al lado donde la nieve y la lluvia se seguían acumulando en aquella fría noche.

 

-¿Tu eres inglesa no? – no es que fuera necesario que le contestara, el acento delataba a la mujer pero uno podría equivocarse quizás fuera galesa o vaya a saber uno que. El castaño levantó la mano cuando vio pasar a una camarera por detrás de la barra principal de aquel lugar para que viniera a traerles el menú, quería saber que tan diferentes eran las pizzas inglesas a las de americanas ¿Tendrían una pizza hawaiiana?

 

-Dijiste que te apellidabas Ollivander – recordó aquel detalle y decidió que quizás fuera un buen tema para iniciar una conversación -¿Tienes algo que ver con los famoso Ollivander? ¿Los reconocidos hacedores de varitas británicos? – sería realmente interesante conocer a un miembro de una familia tan reconocida a nivel mundial, incluso en Estados Unidos eran sabidos los grandes dotes de creación de aquella familia.

 

Tan absortó Matt se encontraba en la conversación con Hannity que no se percató de la extraña figura que observaba desde hace un buen rato a la pareja conversar, oculta en las sombras desde el otro lado del frío callejón.

 

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  • 8 meses más tarde...

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Cuando abrió los ojos, esperaba que la luz le diera de lleno en la cara, pero en su lugar, comprobó anonadado que estaba en un recinto totalmente desconocido, de fachada colorida, y un enorme letrero que rezaba "Wild Pizza". Antes incluso de entrar, le bastó ver por los ventanales de fuera hacia el interior para saber que era enorme.


No supo cuanto tiempo se quedó mirando el menú, con comidas que no había probado nunca. Las líneas de colores sobre las paredes blancas parecían magia pura, no la del tipo que hacía su mamá en ocasiones, cuando la observaba en la cocina, o la que había ojeado que podía hacerse en los libros de sus hermanos mayores, sino magia de verdad, única.


¿Pero cómo es que había llegado hasta allí? ¿Estaría soñando? Tenía que ser un sueño, todas esas criaturillas en la pecera, y esa vegetación exuberante ¡y los sillones! Sin poder contenerse, Rory corrió hasta uno en forma de U, y sentándose comenzó a dar pequeños saltitos emocionado, de lo mullido y suave que era, tan diferente a la áspera superficie del puñado de sillas que tenía en casa.


Hasta ese momento, había creído estar solo, pero de repente, de la parte trasera de una enorme barra de madera, le pareció escuchar una risita. Asustado, dejó de dar los saltitos, atemorizado de que hubiese cometido un acto imperdonable y fueran a echarlo de tan bonito lugar. Inquieto, comenzó a andar en dirección a la barra. Sus pasos eran cortos, y torpes, por causa de la ansiedad que estaba recorriéndole. La risa se dejó escuchar más fuerte, y entonces no tuvo dudas acerca de que era real y no solo producto de su imaginación.


Nunca, en sus escasos ocho años, había sentido aquel peso en el pecho, casi cortándole la respiración. ¿Si tan solo daba media vuelta y salía por donde había entrado? Dio una mirada hacia la puerta, considerando la posibilidad, pero respirando hondo, al final optó por traspasar la barra. Y lo que vio del otro lado le hizo abrir enormemente los ojos.


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  • 4 semanas más tarde...

Sentía sus ojos cansados. Era posible que exteriormente estuvieran rojos y caídos, reflejando su estado de ánimo. Creía que sería necesario lavarse la cara, preferentemente, con agua tibia. Esta idea fue reforzada cuando tocó su cara al bostezar y sintió la piel seca y aspera. Aún así, sería un acto que requería de las fuerzas e intenciones que en ese momento no tenía. Dejó pasar unos minutos y se puso de pie.

Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuántos minutos había estado sentada en el Callejón Diagón sentada y ensuciando sus rodillas. Posiblemente ésto llamaría la atención de las demás personas; aún así, era algo que carecía de importancia a su corta edad. Sacudió superficialmente su vestido blanco y de seda, y miró a su alrededor, tratando de buscar el lugar que le interesara más.

— Ese puede ser —musitó-.

Caminó hacía el negocio con el cartel de "Wild Pizza" y a medida que se acercaba, observaba cada uno de los detalles que lo caracterizaban. Era un heho que en el lugar se dedicaban a vender diferentes tipos de comidas, en especial pizzas. También era posible que vendieran bebidas y dulces, lo que la entusiasmó aún más. Había olvidado por completo la idea de lavarse la cara.

Por lo tanto, llegó hacía la puerta del local con las rodillas sucias y su pelo desprolijo. Ni siquiera cuando observó las vidrieras se dio cuenta de su reflejo, sólo se dispuso a ver lo que había dentro. No podía distinguir la presencia personas en el local, pero sí de mesas y bandejas. Recordaba que había encontrado diez galeones de oro más los tres que había obtenido como forma de regalo, y estaba dispuesta a gastarlos en productos que ofrecían en ese lugar.

De esa forma, se acercó al lugar y sin entender bien el sistema que manejaban, dijo:

— ¿Hola? ¿Hola? —preguntó, sin siquiera abrir la puerta ya que desconocía si debían abrirle—. ¡Hola!

Desde esa posición pudo distinguir el picaporte y sin importarle más, lo abrió. De esa manera pudo ver mucho mejor lo que había dentro del local. Lo primero que captó su atención fue un niño mirando muy asombrado hacía la barra.

 

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Cómo ya se me había hecho costumbre desde mi llegada, me encontraba vagando sin destino aparente por el callejón buscando algún lugar para poder tomarme algunas copas, pasarla bien y quien sabe, tal vez hasta divertirme con alguien más.

 

No llevaba tiempo caminando cuándo encontré un lugar con luces de neón y anuncios, al parecer era un club y un restaurante. Decidí entrar y ver cómo eran los clubes en el mundo mágico. De inmediato me di cuenta que efectivamente eran muy diferentes a los clubes del mundo muggle, ya que había peceras sin vidrio, una especie de ductos para que las criaturas pudieran nadar pero tampoco tenían vidrio. Sentía que en cualquier momento una de esas bestias podría saltarme encima.

 

El lugar no se encontraba lleno pero tampoco estaba desierto. Pasé de largo de la mayoría de las personas que se encontraban acompañadas. Decidí ir directo a la barra del club y que la noche decidiera por mi. Subí las escaleras tratando de no acercarme mucho a los ductos de agua que pasaban cerca. Al llegar a la segunda planta divisé la larga barra, así que decidí acercarme a un espacio vacío y me senté en uno de los taburetes.

 

-Un ginebra solo, por favor.- Comencé a ver a los demás ocupantes del lugar esperando encontrar algo interesante, pero nada llamó mi atención cómo para verlos por más de 2 segundos. Un pequeño elfo me sirvió mi bebida y la puso en la barra. Saqué mi cigarrera, encendí mi sempiterno cigarrillo y le di unas cuantas caladas... al parecer esa sería una noche tranquila.

 

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Había sido un largo día en San Mungo, pero sobretodo muy estresante, hoy había llegado más casos que de costumbre, probablemente, ella lo atribuía, era por todo lo que estaba pasando en la comunidad.

 

Estaba cansada, pero no podía llegar a casa con semejante ánimo, preocuparía a Bernadette y no quería que su padre la viera así, la mejor forma de llegar relajada a casa era ir a algún lugar a pasar un rato agradable.

 

Tenía mucho que no salía del trabajo e iba a algún lugar, con una sonrisa recordó la vez que había ido a un bar con sus padrinos después del trabajo y habían terminado en casa de los padres de Evans, y pensar que era la primera vez que Hannity conocía a sus abuelos sin siquiera saberlo... ¡Que buenos recuerdos de cuando todo era más fácil!

 

La rubia vió que estaba abierto un local, el cual era una pizzería a la que había ido hacia ya tiempo y recordaba que en aquel lugar también era una especie de club, así que sin pensarlo más entró, había gente en el lugar y la rubia lamentaba no llevar sus zapatos altos para que por lo menos la vieran al pasar y no creyeran que era un elfo doméstico que trataba de abrirse paso entre ellos.

 

Llegó al área del bar, se aproximó a la barra, en dónde se encontraba un hombre alto con un cigarrillo en la mano, no le molestaba el humo puesto que sus padres también fumaban y en cierta forma estaba acostumbrada al olor.

 

-Una margarita, por favor.

 

Miró al joven que estaba a su lado -Parece que es una buena noche ¿No cree?

El elfo le entrego su bebida y ella alzo su copa hacía él antes de beberla en pequeños sorbos.

 

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Escuché a alguien mencionar que era un buen día pero al voltear a ver no pude encontrar a nadie. No fue sino hasta que elevó su copa hacía mi que me di cuenta que había una mujer pequeña sentada cerca de mi. Juraría que era la primer bruja pequeña que conocía... tal vez era mitad elfo, quién sabe.

 

Pasé mi cigarrillo a la mano libre y levanté mi shot de ginebra en dirección a la bruja. Ciertamente era una persona atractiva. Al parecer ser pequeño aquí era ser diferente y a mi me encantaba lo diferente. Sus ojos eran de un azul casi del mismo tono que el mar y su cabello de un peculiar color muy lindo... interesantes cosas se encontraban en los clubes del callejón.

 

-Esperemos que así lo sea, señorita.- Sonreí a la bajita bruja y ahí era el punto donde decidía si ignorarla o entablar una conversación con ella. No acostumbraba interactuar con extraños pero ella llegó amablemente y saludó, así que consideré que lo más educado sería presentarme propiamente.

 

Tomé de un solo trago el shot y lo dejé en la barra, no sin antes pedir otro igual. Me acerqué un poco más a la bruja y quitando los cabellos sueltos de mi cara le ofrecí mi mano. -Buenas tardes, Albus Renaldi Argenti Macnair, un gusto conocerle señorita... - Esperaba no ser ignorado o alejado, pero me quedé ahí, con la mano esperando respuesta de mi acompañante.

 

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- Hannity Ollivander, un placer- saludó tomando la mano que él le ofrecía, lo miró, en apariencia era joven, probablemente uno o dos años menor que ella, Hannity cumpliría en los próximos meses 19 años, pero por la experiencia que tenía al tratar con vampiros y la nula temperatura que tenía él al tacto era obvio que así era.

 

Sonrió al verlo, en ese momento era uno de los pocos en los que le hubiera gustado heredar la altura de su padre y no la baja estatura de Evans, Hannity media 1.48 y a comparación de su acompañante si parecía una elfina, río más.

 

-Usted parece que es nuevo por aquí señor Argenti O ¿Será que yo la paso trabajando todo el día y no me percato de otras personas?

 

Tomó otro pequeño sorbo a su bebida mientras lo miraba, el efecto que podía tener el alcohol en ella empezaba a surtir efecto, simplemente se sentía más relajada de lo que había estado al entrar a aquel lugar, la tensión que tenía del trabajo había disminuido y tener compañía en ese momento era ideal.

 

-Es bueno encontrarse a alguien agradable después de un día pesado, ¿lleva mucho tiempo por Ottery señor Argenti?

 

No quería parecer inoportuna al preguntar otras cosas, probablemente la plática se daría en el tiempo que estuvieran en aquel lugar.

 

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-Ollivander, ¿cómo la tienda de varitas? Tiene usted razón, soy nuevo por aquí, habré llegado hace 1 mes probablemente, pero no conozco a mucha gente.- En ese momento me sirvieron nuevamente mi ginebra, por lo que decidí nuevamente brindar con la señorita, aunque no bebí todo el contenido del trago, solo la mitad.

 

Sonreí de manera amable y mis colmillos asomaron un poco fuera de mis labios. No era la mejor manera de presentarse con alguien pero probablemente sería más normal para ella que para mi.

 

-¿En que trabaja, señorita Ollivander? Por cierto, puede llamarme Albus, muy poca gente me llama por mis apellidos.- Me giré un poco en el taburete y ahora podía verla de frente, sin tener que girar el cuello. Tenía un aroma cómo a químicos, a fármacos pero no atinaba a decir si trabajaba en una farmacia o en una morgue.

 

Sobre todos aquellos olores del club, el olor a cigarrillo, a multitud, se encontraba un olor suave bajo una capa de olor a sal... su sangre. ¿Cuánto tenía sin alimentarme? ¿Debía preocuparme? Supuse que no. Clavé mis grandes ojos morados en sus azules perlas que me miraban y nuevamente sonreí.

 

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-Así es, provenimos de la gran familia de magos creadores de varitas, mi bisabuelo era un fabricante, aunque mi padre y yo no seguimos, por ahora, esa tradición familiar- alzó su copa en el momento que él también la alzaba en señal de brindis. -Ottery es un buen lugar para vivir, a pesar de todas las complicaciones que últimamente ha habido después del anterior ministro...- tomó delicadamente su copa y bebió otro sorbo mientras él sonreía y hacía otra pregunta, está vez más personal.

 

Los modales de la rubia habían hecho que ella lo llamara señor y por su apellido, pues sabía que había algunas personas a las que no le gustaba que comenzarán con informalidades como el hablarles por su nombre, o tutearlos, pero este joven era diferente, en muchas ocasiones ser diferente es una buena señal, así que sería como él lo pedía y lo llamaría por su nombre.

 

-Soy medimago en el hospital San Mungo, preparándome para trabajar en el área forense señor Albus, de alguna forma me gusta trabajar más con muertos que con vivos- sonrió tímidamente y sus mejillas se sonrojaron un poco. -Y usted ¿a qué se dedica?

 

Por fin lo había visto de frente, era lógico que por su naturaleza vampírica era atractivo, aunque eso por ahora no le llamaba la atención, su mirada violeta, en el instante que sus miradas se cruzaron, era fría. -Tiene un lindo color de ojos Albus...

 

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Editado por Hannity Ollivander

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No era solo su imaginación, él realmente había escuchado a alguien tras la barra...

Pero el sonido de la puerta del local abriéndose lo distrajo por completo centrando su atención en la pequeña figura que acababa de aparecer. Una niña como él, aunque muy desaliñada y con los ojos hinchados. Por como iba viendo la estancia, parecía que también era su primera vez en ese lugar.

— ¿Estás perdida? ¿Has estado llorando? — expresó aun manteniendo cierta distancia de ella, por pura timidez.

Él nunca se había perdido, pero su madre a menudo le advertía de toda clase de abominaciones que podían sucederle a los niños desobedientes y que se alejaban de sus padres al visitar un sitio grande, concurrido o desconocido. Rory sabía que su hermano mayor se había perdido en una feria agrícola, y aunque lo habían encontrado, el incidente había quedado perenne en la memoria de sus padres, y que era la razón de todos esos cuidados extremados.

¡Y recién lo pensaba! ¿Qué diría su madre de que él estuviese en un lugar así? Sin duda podrían estar preocupados, pero él no tenía la más remota idea de donde se encontraban. ¿Podría ser que ella lo supiera? Aunque si estaba perdida...

Mi nombre es Rory, Rory Despard — le dijo esbozando una sonrisa, que no mostraba sus dientes, pues le avergonzaba que acababan de caérsele los dos incisivos superiores—. ¿cuál es tu nombre?

Ya había hecho muchas preguntas, y quizá era mejor quedarse callado. Sí, eso le habría dicho su papá, y como si lo tuviera al costado, se calló de repente, esperando por respuestas y pensando que si no estaba perdida, ella podría saber donde es que exactamente se encontraban.

@@Sherlyn Stark Editado por Rory Despard

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