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A Magic Valentine


Nicole Evans Crowley
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San Valentin llegaba con sus característicos colores rojo, rosa y blanco e inundaban con alegría y amor aquella estancia que se preparaba para recibir a cientos de personas dispuestas a disfrutar de un ambiente único y agradable en el cual pudieran vivir una experiencia una e inolvidable. Todos estaban invitados, desde los actuales alumnos, tutores, profesores hasta los graduados y todas aquellas personas que en algún momento formaron parte de aquella institución.

El Hall era la primera estancia en donde la gente seria bienvenida a aquel evento en donde el amor estaba en el aire, literalmente. El espacio seria el lugar en el que los invitados podrían reunirse con sus citas, si es que tenían una y sino era el lugar indicado en el cual encontrar a la persona indicada o bien entablar una nueva amistad.Cuando las personas ingresaban al lugar a través de las puertas principales del castillo se topaban con el gran recibidor que habia sido adecuada para la ocasión.

A cada lado de la entrada se encontraban enormes jarrones de cristal, que le llegaban a uno a la cintura, de los cuales salían varias ramas en todas direcciones, en dichas ramas se encontraban colgando corazones rojos y rosas de diferentes tamaños y corriendo entre las mismas ramas se encontraban pequeños focos que iluminaban los corazones dándoles un toque vivo.

A la derecha del lugar se encontraban las escaleras que llegaban de los pisos superiores y por las cuales llegaban algunas cuantas personas, los escalone se encontraban iluminados por una luz suave de color blanco. Al otro lado de la sala, del lado izquierdo, se encontraba una mesa grande, "La mesa de las parejas", cubierta por un mantel rojo sangre, sobre la mesa se encontraban pequeños trozos de pergamino rosa pastel en los cuales uno podía escribir su nombre para ser emparejado con alguien, si es que la persona así lo deseaba.

Justo frente a la entrada principal, en la pared opuesta, se encontraba la entrada al Gran Salón de la cual llegaba el susurro de la música, decorando los costados de la entrada se encontraban los mismos jarrones que franqueaban la entrada principal haciendo que ambos umbrales combinaran a la perfección.

Del alto techo colgaban algunas telas de seda y tul de color rojo y rosa que se cruzaban unas con otras formando una telaraña colorida; por debajo de estas volaban de aquí a allá pequeños y regordetes querubines con su arco y su carcaj lleno de flechas que descendían hasta las personas que habían dejado su nombre en la mesa de parejas para entregarles un pergamino con el nombre de la persona asignada y la ayudaban a encontrarla entre la multitud.

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GRAN SALÓN

San Valentín dentro de la comunidad mágica no era ni mucho menos un evento ignorado. Profesores, directiva y alumnados aguardaban expectantes a la que era sin duda alguna una de las fechas más aclamadas, y en la que debía celebrarse una fiesta como todos los años, tratando evidentemente de superar a su antecesora. Invitaciones se habían enviado con esmero a todos los estudiantes de Hogwarts a fin de que asistieran allí con su media naranja, sus amigos, o a conocer quizás a quien sería su otra mitad.

 

El gran salón era uno de los sitios preferido de los estudiantes, por excelencia. Quizás, se debía a que tanto colegiales como alumnos pasaban gran parte de su tiempo allí, siendo dentro de sus tres comidas (que solían ser bastante abundantes) como en sus ratos libres, donde se reunían allí con personajes de otras casas. San Valentín había transformado el castillo en un lugar de ensueño y delirio rosa. Y por supuesto, el Gran Comedor no se había visto inmune.
Para la muy sonada fiesta, maestros, elfos y organizadores se habían esmerado en pulir cada mínimo detalle. Es entonces que el gran espacio, dividido por lo general en cinco mesas (cuatro de las casas y una de maestros) se había distribuido de otra manera. Al menos una veintena de mesas de al menos doce personas cada una se distribuían en los bordes de la amplia estancia, cada una bellamente decorada con arreglos florales en tonos rosas, todas aguardando la cena que sin duda sería espléndida, cortesía de los elfos. El techo encantado, había sido transformado mágicamente para mostrarse despejado, con estrellas brillantes y quizás unas cuantas nubes que ocultaban parcialmente una luna magnífica.
Candelabros flotaban sobre las cabezas de los invitados, iluminando con delicadeza la estancia. Querubines encantados volaban a través de los presentes, lanzando a quien menos se lo esperase algo de confeti rosa, una idea que había sido inspirada en la famosa tienda de té de Madame Tudipié. En el centro, una pista de baile se extendía hasta casi llegar a los bordes compuestos por las mesas. Una esfera de espejos brillaba justo en la mitad, reflejando sutilmente la luz de los candelabros.
Al lado derecho de la pista de baile, se encontraba una tarima donde las aclamadas Brujas de Macbeth se presentarían, tocando sin duda las baladas y éxitos románticos que les caracterizaban. En el otro extremo, se encontraría la mesa de dulces y golosinas, con bandejas de cristal repletas de bombones, gomitas rosas, malvaviscos y demás. En el centro de la mesa, un ponche que los maestros cuidaban celosamente para evitar que se viera contaminado con hidromiel o whisky de fuego.
Quien conociera a Peeves, habría coincidido totalmente que aceptarlo en la fiesta iba a ser una idea terrible. Había pasado semanas convenciendo a los profesores y directores que su comportamiento sería ejemplar, y eso había sido lo que les había llevado a ceder. Vestido de querubín, con un pañal quizás demasiado pequeño y unas alas de cartón, el poltergeist flotaba aparentemente inofensivo sobre las cabezas de alumnos y maestros. Nadie sabía, que en su poder el travieso espectro tenía un frasco de amortentia, que vertería en los vasos de los descuidados asistentes, al azar.
Es así como el Gran Salón aguardaba nuevamente a sus invitados, testigos quizás de las magníficas fiestas que allí se celebraban. San Valentín no sería una más, pues prometía ser un evento memorable.

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Los jardines de la Academia eran, por tradición, uno de los lugares más concurridos por estudiantes, especialmente en su tiempo libre. Algunos escogían realizar allí sus tareas, unos leían, otros solo buscaban disfrutar del momento al aire libre. Era bien sabido también, que era el lugar favorito de las parejas pues allí era fácil escapar del bullicio de las aulas, escapar de miradas curiosas en algún rincón alejado y solitario pero mágico. Podría decirse que el amor ya se sentía en el aire, porque, si prestas atención, aquellos jardines eran capaces de contar aventureras y apasionadas historias de amor.


Invierno no solía ser su mejor época, los jardines suelen experimentar cierto abandono cuando la nieve recubre sus pastos y hojas. Pero San Valentín, despertaba sensaciones diferentes, ésta vez sería el entorno perfecto para que las parejas pudieran profesar su amor en sus inmediaciones y, si tenían mucha suerte, escapar de la envidia y uno que otro rumor.


Cualquiera que ingresara allí, profesor o estudiante, encontraría los familiares jardines irreconocibles. La decoración de aquella ocasión era esmerada y los usuales colores de la fecha se hacían presentes en forma de flores rojas y blancas pero también, se apreciaban los colores fríos invernales, entre ellos el gris y plata… formando un paisaje que rayaba en el romanticismo.


Ningún rincón había sido omitido, ningún detalle olvidado. La luz de unas velas con llama mágica ardían emitiendo una luz temblorosa que alumbraba el adoquin de los caminos que cruzan su extensión Unas esculturas de hielo en forma de corazones y querubines escondidos coronan la entrada del laberinto. Los transeúntes no podrían imaginar que, por allí, esperaban unos querubines traviesos que buscaban, en su afán de promover el amor, parejas para soplar una lluvia escarcha plateada en sus cabezas.


El detalle que eclipsaba la vista, incluso del más enamorado, era la fuente. Usualmente hacía danzar el agua pero ahora estaba congelada, aunque el hielo parecía estar hecho de luz, pues al fijar la vista era posible apreciar cierto brillo interno. Pasada aquella primer impresión, lo siguiente era la pérgola, toda detallada entre rosas, aguardando en su interior unas bancas que parecen estar hechas de agua congelada pero en realidad son de un fino cristal.


No hay forma de escapar del amor, así como tampoco hay forma de no sentirse enamorado con solo estar allí.

Editado por Kyttara Gryffindor R

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Aunque aquel día no me agradaba del todo, me había decidido por asistir a la fiesta de san valentín que habían organizado en la universidad, así que luego de haber tomado un baño y de haber colocado encima mi túnica de fiesta y de haber acomodado mis rizos un poco con crema para peinar, salí de la mansión Gryffindor desapareciendo allí mismo en el cuarto para que luego mis tacones sonaran a las afueras del recinto estudiantil. Comencé a avanzar tranquilamente y a la entrada entregué la invitación que había sido llevada a mi casa.

 

Iba en calidad de ex alumna, pero la escuela estaba totalmente cambiada a como la recordaba. Me sentía nueva y no conocía a nadie, salvo a algunos árboles que seguían en la misma posición.

 

Llegué hasta los jardines solamente y no pude evitar sentir fascinación por tanta belleza junta. Obviamente estaban adornados todos los árboles, con unas luces tenues que invitaban a todas las parejas a dejarse bañar por la luz y perderse tal vez en un apasionado beso. Las flores de los árboles se mezclaban con pétalos de rosa. Era un espectáculo único. Seguí camiando y llegué hasta el gran salón, del cuál me arrepentí un momento de haber llegado.

 

Había escuchado alguna vez que en la gala de san valentín de hacía varios años atrás en que el profesor Gilderoy Lockhart había metido las manos para hacer todo un desorden con el gran salón y parecía que ahora habían tratado de asemejar su acto: Querubines volando por allí, candelabros y corazones volaban por doquier. Sentí que el estómago se me apretaba, pero ya era tarde y era hora de quedarse allí quisiera o no, después de todo ya había llegado.

 

Al menos esperaba tener a alguien con quién charlar, tal vez conocer a mi media naranja.

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Una invitacion muy hermosa llego ami poder

Y esto ..... al abrir la invitacion la fiesta era tematica

San valentin oh por dios sali corriendo a ver los

Pasillos y corredores de la escuela

 

Aaaaaah dios mio , dios mio

 

Asi que de nueva cuenta fui al cuarto de chicas slitherin

Gritando que hermoso esbaba muy alegre mas de lo normal

Timida fui al gran salon a mirar

 

Hermoso , hermoso

Dando suspiros de niña enamorada y al das no se que

Fui aver que me pondria para la fiesta

Tiene que ser muy lindo, nada extravagante

 

A jaaaaa aqui estas

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u.u nunca mas un juntos para siempre

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Maddie ~

3er año

Al bajar hacia el Gran Salón para la cena, le sorprende la cantidad de gente que se empuja para bajar las escaleras. Sin embargo, deduce el motivo, cuando la multitud se despeja y puede ver todo ese... rosa. La pequeña Madeleine sacude la cabeza. Todos saben que San Valentín no se celebra en Hogwarts desde aquel desastre de un par de décadas atrás. ¿Quién pudo haber convencido al director de éso? Piensa que quizás lo mejor es evitarse todo éso y regresar para seguir practicando sus encantamientos. Oh, pero su estómago está rugiendo; no ha probado un bocado desde el almuerzo. Cabizbaja, esperando que nadie la moleste, se dirige al salón.

 

Todavía tiene puesta la túnica, aunque abierta, de forma que se advierte la desaliñada forma en la que usa el uniforme; la camisa blanca está por fuera de la falda, y el nudo de la corbata es flojo. Además, un par de centímetros bajo sus rodillas, se notan sus calcetines a rayas multicolores. Las blancas están sucias, es la excusa que ha usado toda la semana, y por lo que le han quitado un par de puntos a la casa. Sus tenis tampoco han sido muy bien recibidos, pero, ¿cómo puede caminar despreocupadamente, y sin ser escuchada, con esos pesados mocasines negros?

 

Sin embargo, apenas se asoma en el Gran Salón, sabe que no sobrevivirá ahí dentro. No confía nada en esos querubines flotantes... Así que se sienta en las escaleras, con el estómago todavía rugiendo. Sin embargo, apenas unos momentos después, se le ocurre la gran idea. ¡No debe haber nadie vigilando las cocinas!

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Había sido una pena que me dieran de baja de la plantilla de profesores de la escuela, sin embargo entendía las razones, yo mismo había solicitado el permiso de vacaciones prolongadas para regresar a mi país natal, Francia, y arreglar unos asuntos con el Ministerio de Magia de dicho que país donde seguía ostentando un cargo diplomático, como embajador de arte, cultura y deporte. Pero ello no me excluía de las actividades que se realizaban en dicha institución, al contrario, podría aparecer como un invitado especial ya que durante varias generaciones pude ver a decenas, o cientos, de alumnos pasar por estos pasillos.

 

Mi túnica la había elegido muy sencilla, de la misma forma bombacha que tanto me caracterizaba, pero de una tela tipo satín, suave, delgada, brillante, dando el toque perfecto para la ocasión; su color verde olivo contrastaba de una manera hermosa con el decorado del lugar y, al encontrarme en los jardines, se sentía todavía más armonioso. Esperaba encontrarme con algunos de mis amigos, viejos compañeros de trabajo o ex alumnos, así como con los nuevos estudiantes para ponerme al día en la educación mágica.

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Hacía unos días que había escuchado por los pasillos de la orden que las chicas del bando andaban organizando una fiesta en la academia por las vísperas de San Valentin, o era justo en esas fechas no recordaba del todo bien, a mis manos había llegado una de las invitaciones de las que se andaban repartiendo, creo que sería una linda instancia para salir con mi novia y volver al lugar donde lo nuestro había comenzado.


Con ilusión lleve la tarjeta a casa esperando la Potter Black no tuviera planes para aquel día, subí los escalones hacía nuestro departamento esperando encontrarla.


Entre con suavidad intentando no hacer mucho ruido, aunque sabía que de alguna forma ella me escucharía ese oído súper desarrollado que tenía hacía que no se le escapara nada, aun así hice mi intento por sorprenderla.


Me coloqué tras ella y tape sus ojos con ambas manos, -¿Quien es?- dije cambiando un poco mi voz.


Luego seguí cubriendo sus ojos con una sola mano y deje la tarjeta en sus manos, para que la pudiera ver cuando quitara mi mano de sus ojos.


-¿Me acompañarías?, creo que ese lugar podría traernos recuerdos- dije sonriendo.




Como lo pensaba la respuesta de mi chica había sido un si, tras eso ambos fuimos a cambiarnos de ropa, no sabía muy bien que vestimentas llevarían los otros, o si la cosa era formal, así que solo opte por algo sobrio, un pantalón negro con camisa blanca desabrochada en sus primeros botones, además de una chaqueta del mismo color del pantalón, como tal los zapatos debían ser el tono.


Puse la varita como siempre en el bolsillo trasero del pantalón, en cuanto mi prometida estuvo lista partimos rumbo a la academia de magia, esperando encontrar una noche tan especial como todas las que habíamos vivido juntos.

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Había llegado temprano, cosa rara dada la locura que reinaba en el Cuartel en el último tiempo, Seba aún no llegaba, pero desde que no trabajaban en el mismo lugar eso no era novedad, sus horarios no siempre coincidían. Tras un baño relajante la pelirroja había envuelto sus cabellos en una toalla y se había recostado en su sillón favorito a leer, esperando la llegada de su amado.

 

En algún momento su cuerpo había querido pasarle factura, pero ella no lo había dejado, odiaba sentirse tan distinta desde un tiempo a esta parte. En eso estaba pensando cuando unas manos cubrieron su rostro. Ella no solía bajar la guardia, de hecho se había acostumbrado a ponerse atenta cuando las esencias que llegaban a ella eran desconocidas, pero se había acostumbrado a dejar que la esencia de sus seres queridos y sus elfos pasaran desapercibidas a su puesta en alerta.

 

Una sonrisa se dibujó en su rostro, pues por más que disimulara su voz, su aroma y su corazón eran para ella una marca que la hacía elevar hasta el séptimo cielo en cuanto entraban en contacto.

 

--Oh... ¿quién será? --dijo divertida para luego ver la invitación en su regazo y besar la sonrisa de su Seba --con gusto mi amor --su sonrisa se había ampliado al recordar que en los Jardines Sumaes y la cafetería del lugar habían sido los testigos del inicio de su historia de amor.

 

Darla terminó de secar sus cabellos y los recogió en una coleta de la cual algunos rizos escapaban coquetos sobre su frente y mejilla. El vestido fue otra historia, la Potter Black eligió uno corto, sin mangas, con un amplio volado blando rodeaba el escote en V y hacía a su vez de mangas sobre sus hombros dejando sus brazos desnudos. Su cintura era remarcada por un etrecruzado cordón negro como formando un corset en una tela de amplio cuadrillé de unos diez centímetros que combinaban el blanco, negro y gris, desde las caderas salía una falda acampanada del mismo diseño que llegaba por encima de sus rodillas. Unas botas cortas negras y acordonadas de taco fino y alto completaron su atuendo, en un bolsillo secreto y protegido con magia guardó su bolsa de piel de moke y a Edelweiss, su varita.

 

Seba ya la esperaba tan guapo como siempre y la Potter Black ronroneo decidiendo por poco quedarse con él en casa pero habían decidido disfrutar de una nueva velada romántica en la Academia y de verdad quería revivir su romance en aquel lugar.

 

--Estás guapísimo --susurró al tomarse de su brazo y tras besarlo con mucho amor antes de partir hacia el lugar de la fieta.

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Con mi amada del brazo me aparecí a las afueras de la academia, la verdad nunca se me había ocurrido averiguar si se podía aparecer en el interior, pero lo dudaba un poco, -¿Estas bien mi amor?- sabía que lo estaba que estas cosas no le afectaban a mi mujer, pero aun así no podía dejar de preocuparme.


-Espero que pasemos una linda noche- pronuncie antes de besar sus labios un par de veces, luego pasé una mano por su cintura y la guie hacía el interior del lugar.


No recordaba del todo pero creía que la ultima vez que había entrado por esas puertas había sido cuando había tomado clases avanzadas con mi novia, subía los escalones de uno en uno. Ya al ver la entrada se podía notar que se habían esmerado con el arreglo, los jarrones con flores y corazones le daban un buen toque.


Estiré un poco la mano para sacar una de las rosas y entregarla a mi Darla, sonreí con timidez ante ella luego besé su mejilla.


-Aquí te besé la primera vez, bueno no exactamente aquí- dije riendo mientras saludaba a quienes recibían en la entrada, luego avancé mas al interior sin soltar a mi amada.

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