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๑۩♚۩๑ Mansión Black Lestrange ๑۩♚۩๑ (MM B: 78195)


Mia.
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De un momento a otro, fue tan rápido, que no dio tiempo a reacción... Matthew observo su mano y con sangre el dibujo de algo similar a un colibrí --¿Que demonios?-- Exclamo. Podía sentir que luego de esto cosas buenas no vendrían... mas bien parecía una odisea salir de este lugar. Necesitaba ver a su padre, lo buscaría a como diera lugar.

 

Fue todo tan ligeramente veloz, cuando intento dar un simple paso su cuerpo entro en un estado de firmeza, no su cuerpo, su conciencia. Lo que temía, que se encontrara bajo el control total de su madre... Dejo de ser el mismo, callo a la merced de la Black Lestrange... Cosas nuevas estaba a punto de experimentar, sentimientos que estaban reluciendo en el Licántropo, algo que nunca se imagino... Sentir empatia por el daño a los demás, culpa por sus actitudes altaneras con cualquier ser vivo.

 

Lo único que controlaba el mago eran sus ojos, podía ver con claridad todo lo que sucedía, pero su mente sentía, algo que el intento y logro ocultar por muchos años, fue rebelado por una bruja. Comenzó a clavarse una daga que poseía en sus manos, no entendía porque lo estaba haciendo, solo lo hizo. A la ves que el mismo chico se mutilaba, una de sus hermanas, Lady, también sufría el daño físico que el, sentía como atravesaba cada capa de su grueso abdomen, le dolía... experimentaba lo que era el dolor, sentimental y físico pero... Sentía que la muerte asechaba en cada momento que mas la ajustaba dentro de el.

 

--Oj-- Balbuceo tras escupir sangre. Rodo sus ojos avellana y visualizo a su hermano, esa mirada la conocía, completa de rencor y odio, con libre albedrío para hacerle lo que quisiera al Black. Estábamos experimentando un completo abuso de poder... Lo advirtió, pero nadie quiso hacerle caso a las palabras de Jessie, les había parecido demasiado dramática para todo esto. Lagrimas abordaban la cuenca de sus ojos; --Me hubiera gustado... si no sintiera el dolor y no me culpara por todo esto...-- Murmuro al borde del quiebre.

 

No entendía el porque curar a una de sus hijas y no a ambas... Noto la diferencia de favoritismo entre ambas, no podía hacer nada, tampoco lo haría... solo se dedico a sufrir en silencio y sin fuerzas para argumentar nada, ni suplicas por lo sucedido. << ¿Buscas el perdón? no lo mereces... >> Una voz invadió su mente.

 

@ @@Jessie Black Lestrange @@Susan V. Goldstein @Romalo_LPZ

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El horario que debía cumplir en el Ministerio de Magia había acabado y el mago de cabellos negros se encontraba cerca de su casa, el castillo Black. Pero a pesar de encontrarse medianamente libre, aún debía realizar una tarea pendiente antes de acabar su jornada. Ese era el motivo por el cual avanzaba con paso ligero sobre una calle un tanto lejana del centro del poblado mágico, dónde las enormes mansiones se elevaban de forma esporádicas. Allí, ante su presencia fornida, se hallaba la casona Black Lestrange.

 

Los pasos del galés se detuvieron ante la verja, que por cuestiones mágicas, intuyó, le permitieron el paso. Si bien desde aquel lugar hasta la portada de la casona existía un bosque tupido de álamos, supo abrirse el camino, convergiendo el sonido de su avance con el de animales voladores que iban refugiándose en las copas de los árboles.

 

La razón de aquella visita, bajo una tarde británica que iba dando lugar a una noche un tanto nubosa, era un tanto confusa. Black trabajaba en el Departamento de Transportes y Deportes Mágicos, había regresado a uno de sus antiguos cargos en el último mes, y tendría que hacer ciertas inspecciones en cuanto a hechizos anti-apariciones y red flú. Un memorándum había llegado aquella misma mañana de la casona de los Black Lestrange, sin especificar claramente qué era lo que no estaba funcionando.

 

Mientras meditaba aquello, el mago de cabellos negros alcanzó la puerta. Golpeó rítmicamente tres veces, sin necesidad de hacerlo en una cantidad mayor ni tampoco con más fuerza. La puerta se entreabrió y Black, con su presencia, intimidó al elfo doméstico que acababa de aparecer, sin habérselo propuesto si quiera.

 

Necesito hablar con Mía Black Lestrange —dijo con su acento galés, carraspeando las palabras—. Es un asunto del Ministerio. —No necesitó darle más explicaciones al elfo, aunque tampoco tenía muy claro si aquel ser de ojos grandotes y orejas caídas había sido informado de aquello.

 

Black aguardó allí, bajó las nubes amenazantes, a tan sólo unos centímetros del interior de la casona. La capa de viaje, un tanto fina acorde a la época, lo resguardaba de una brisa que empezaba a participar del tiempo nocturno. A su espalda, el sol terminaba de ocultarse.

 

@@Mia Black Lestrange

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Un día más de labores en Gringotts, concluyó para la directora. Ese momento tan anhelado y deseado para todo trabajador había llegado, podía retirarse a su hogar a descansar un poco y prepararse para que el día siguiente la jornada comenzara una vez más, como cada uno de los días que conformaban la semana, el mes y el año. Podía decirse, que su vida se había tornado en una rutina casi cronometrada, porque siempre realizaba las mismas actividades, a los mismos horarios, con las mismas personas.

 

Lo que para más de uno sería aburrido y monótono, para ella era todo lo contrario, porque lo apreciaba y disfrutaba. Debido, a que si algo cambiaba durante su día laboral o personal, era casi seguro que el caos se desataría y sería difícil de controlar. Motivo por el cual, en el instante en que recibió el memorándum por parte del Departamento de Transportes y Deportes Mágicos, supo que una noche ajetreada le esperaba, totalmente resignada, emprendió la marcha hasta la casona de su familia.

 

Como su rutina se había rotó, en vez de aparecer en sus aposentos, prefirió hacerlo en los jardines pertenecientes a los Black Lestrange. Gozando de cómo la brisa del aire acariciaba sus brazos desnudos, cerró los ojos durante un segundo, permitiéndose quedarse durante al menos un par de segundos en esa posición, hasta que sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Era momento de ingresar y ponerse cómoda, para esperar a su visitante.

 

Sin embargo, el destino estaba empeñado en cambiar todo… porque, la figura de un varón de cabellos negros se vislumbraba en la entrada de la mansión. Había llegado antes que ella, eso era irónicamente divertido, por lo que no pudo evitar que en sus labios se formara una media sonrisa, la cual la acompaño hasta quedar detrás de él.

 

—Bienvenido a mi hogar señor Black —hizo notar su presencia y pasó a su lado, despidiendo al elfo por el momento—. Adelante, hace un poco de frío. —completo invitándolo a pasar.

 

Respirando profundamente, sintió como poco a poco su cuerpo comenzaba a calentarse y como la piel de sus brazos y piernas recuperaba su consistencia habitual. Sabía que había sido una locura salir únicamente vestida con su vestido color negro de la oficina, usando únicamente el largo de su rubia cabellera como protección para sus brazos y hombros desnudos, confiando en que no haría frío, pero había errado.

 

—No entendí exactamente, su memorándum… —pidiéndole que la siguiera, lo condujo hasta el segundo piso de la casona— Entiendo, que tiene relación con los Servicios Ministeriales que contraté hace algunos años, ¿correcto? —finalizó, abriendo una puerta de cedro con las iníciales B y L, talladas dentro del escudo de la familia.

 

Tomando asiento en la silla detrás del escritorio, se permitió observar fijamente al galés, vestía una capa de viaje usual para el clima que reinaba en Londres, algo que apreció, porque le daba un porte aristocrático combinado con su nívea piel. Sin duda, tenía muchísimo tiempo que no veía a Martín, así que estaba segura que ese encuentro sería interesante.

 

—Disculpa, soy un poco despistada, puedes tomar asiento —ofreció con una media sonrisa y un brillo peculiar en su mirada— ¿Quieres algo de beber?.

 

Entornando su mirada, notó como en esos momentos una de sus elfinas personales aparecía en su despacho y se quedaba de pie, en las sombras, aguardando a que le dieran indicaciones sobre las bebidas, aunque conocía bien el gusto de su ama por el whiskey de fuego.

 

@@martin N´ Roses

Editado por Mia Black Lestrange
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La reconocible voz de Mía Black Lestrange hizo que por unos instantes se olvidara del elfo doméstico que tenía en frente y también del lugar en donde se encontraba: la propia casa de aquella bruja. Hacía tanto tiempo, años quizás, que no entablaba una conversación con ella que el mero hecho de escucharla hizo que se retrotrajera al pasado, hacia aquellos tiempos en donde en tantas actividades habían coincidido. En especial el bando tenebroso, que acechaba al mundo mágico con sus actividades clandestinas. Tuvo que esforzarse, aunque le llevó un par de segundos, para salir del ensimismamiento en el que había ingresado.

 

—Es todo un placer para mí, señorita Black Lestrange. —Tal vez ya era tiempo de llamarla señora, puesto que se trataba de la matriarca de la familia, sin embargo, su aspecto juvenil y aquel vínculo del pasado le dio lugar a saltar un poco la formalidad inicial.

 

Black no estuvo desatento en comprobar el vestido que usaba la bruja de cabellos rubios ni el tiempo que estaba haciendo en Inglaterra aquel día: las nubes densas amenazantes de lluvia y un viento que se acrecentaba con el correr de las horas, no, no era momento para andar tan desabrigados. Sin embargo, Mía parecía estar lo más cómoda, y el mago la siguió al interior de la casona.

 

Ascendió las escaleras detrás de la bruja, vislumbrando todos los detalles que allí existían. No cabían dudas que las familias más tradicionales del mundo mágico, en especial aquellas que veneraban al bando oscuro, tenían en sus castillos o casonas un aire único y un cuidado en detalles muy importante. Lo que hizo que la comodidad en aquel lugar fuera un hecho para Black. Entró finalmente a una habitación en cuya puerta se lograban ver dos claras letras «BL», la abreviación de los Black Lestrange.

 

Mía tomó asiento y el galés aguardó allí, contemplando el lugar con sus ojos grises tormentosos para luego detenerse en ella.

 

—Es extraño lo que voy a decirte —empezó Black, en un tono sereno pero bastante claro—. Pero me temo que los memorándums del Ministerio se han vuelto locos. De hecho, creí haber recibido uno desde aquí requiriendo mis servicios… —Hizo memoria o por lo menos, fingió hacerlo. En parte era cierto, ¿había un motivo real para haber aparecido allí? Pudo haber confirmado, sin llegar al lugar, si existían problemas o no en las conexiones de la casona. Sin embargo, había decidido por pasarse personalmente. Tal vez era una mera excusa para coincidir con aquella bruja que hacía tiempo no veía.

 

Tras la invitación, Black tomó asiento y en ese momento, apareció una elfina doméstica.

 

—Agradecería un poco de whiskey de fuego… Mi bebida favorita. —Recordó los viejos tiempos en la Academia de Magia y Hechicería, cuando en sus huidas a la taberna de aquel recinto educativo, había alimentado aquel gusto por una de las bebidas más especiales del mundo mágico. Una bebida que de conocer los muggles, matarían por ella. Aguardando el pedido, hubo una cosa que el mago no pudo detenerse a comentar—. El vestido te queda muy bien, ese color te queda muy bien. —Dejó escapar una tenue sonrisa que se apagó al escuchar los leves pasos de la elfina doméstica.

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El Ministerio de Magia atravesaba una pequeña crisis, lo había podido comprobar por sí misma, hacía unos días cuando sintió arder el tatuaje de la marca tenebrosa que tenía tatuado en el antebrazo y que ahora mismo se encontraba oculto mediante un hechizo bastante conocido entre los mortífagos. Aquella profecía que anunciaba la muerte de un arcano, había causado un revuelo descomunal, por tanto, meditando la posibilidad de haber sido victima de alguna broma o equivocación esbozó una sonrisa, fuera por lo que fuera, eso había propiciado aquel encuentro.

 

—Veo que se trató de una confusión —comenzó enarcando una de sus cejas—. Pero no importa mucho, porque en realidad es todo un placer volverte a ver Martín, en especial después de tantos años sin saber de ti. —le quitó peso al tema, dejando en claro que poco importaba el motivo por que hubiese llegado, sino que ahora mismo se encontrará allí.

 

Tras su pequeño intercambio de palabras, había quedado claro que no tenían temas laborales que tratar, por lo que soltó un suspiró cerrando los ojos durante unos segundos, disfrutando del momento de encontrarse en casa y sin pendientes que tratar. Era momento de olvidarse por al menos unas horas del Banco y enfocarse en atender al que ahora era su invitado, más que visitante, porque con el tiempo que había pasado, no dudaba que demoraran al menos un par de horas en ponerse al día.

 

Sin prestar demasiada atención a la elfina, espero a que el Black hiciera su pedido.

 

—Curiosamente, también es mi predilecta —soltó en cuanto terminó de hablar el pelinegro— Trae una botella. —ordenó a la elfina, para después encaminarse hasta la chimenea.

 

Mirando los troncos apilados en el centro, listos para prenderles fuego, felicitó mentalmente a los elfos de la casona, la conocían lo suficientemente bien como para saber que ese sería el sitio en que reposaría al llegar a casa. Levantando su varita mágica, encendió el fuego, el cual comenzó a arder lentamente, hasta que pocos segundos después, se volvió completamente consistente, logrando que el despacho comenzará a calentarse lentamente, generando un ambiente mucho más acogedor e íntimo, algo que le pareció lo correcto en esos momentos.

 

El halago proveniente del Black logró que se girara para posar su mirara en sus grises ojos. Mordiendo su labio interior, se acercó un poco más hasta la silla en la cual se encontraba sentado y en el momento en que iba a responder, notó como su elfina doméstica aparecía. Desviando su atención a ella, le indicó que dejará la charola sobre el escritorio, por esa ocasión, se encargaría de servir. Con una pequeña reverencia y una palabra casi inaudible la criatura se retiró, dejándolos nuevamente completamente solos.

 

—Gracias… aunque, no es lo único que se me ve bien —respondió dándole un guiño—. Hace un poco de calor, supongo que esa capa de viaje es un poco incomoda —acercándose por el costado de la silla—, permíteme ayudarte a quitarla.

 

Su última oración, fue acompañada por sus hábiles manos viajaron hasta el cuello del mago, buscando soltar los broches que mantenían la capa en su lugar. Sin tarde demasiado, consiguió su cometido y sin perder la oportunidad acarició accidentalmente la pálida piel de su cuello, en el momento en que acomodo su camisa, aprovechando para liberar el primer botón y conferirle una postura más desaliñada, propia de todo aquel hechicero después de su trabajo. Sus movimientos fueron tranquilos y rápidos, casi como si lo hubiese hecho alguna otra vez anteriormente, pero en realidad no era habitual.

 

—Espero que estés más cómodo así. —susurró en su oído, para después alejarse un poco de él— ¿Con hielo? —aprovechando el espacio que confería el escritorio y la silla en la que se encontraba su interlocutor, se sentó en el borde del escritorio, permitiendo que la estilizada figura de sus piernas rozara con las suyas— ¿Seco? —completó, aprovechando para servir en uno de los vasos un hielo y el líquido color carmín.

 

Aguardando durante unos segundos la respuesta del mago en esa postura, tomó de golpe el contenido de su vaso y disfrutó de la sensación de quemazón que le produjo, la misma que aumentó un poco su temperatura corporal y logró que en sus ojos se reflejara un brillo singular en sus ojos verdes.

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El despacho en el cual se encontraban era de por sí sobrecogedor y ameno, sin embargo, al encender un fuego intenso como acababa de encender Mía, se volvió aún más agradable. Naturalmente por aquello último, Black empezó a sentir que parte de sus atuendos empezaban a sobrar pero fue la bruja quien se adelantó y lo resaltó. Complacido por las ágiles manos de su acompañante, el mago de cabellos negros percibió hasta el más mínimo detalle: desde la desaparición de su capa de viaje, el desabotonar del botón superior de su camisa, y el roce en su cuello.

 

Por la expresión del pálido rostro del mago era difícil intuir qué estaba pasando por su mente. Lo cual en parte era una ventaja, porque los pensamientos empezaban a cruzarse unos con otros y la temperatura, provocada en parte por el fuego creado, iba en aumento.

 

—Mentiría si dijera lo contrario —murmuró entonces al mismo tiempo que se reincorporaba de la silla, quedando en evidencia los centímetros que tenía por encima de Mía—. Seco… —repitió.

 

De forma inconsciente y mientras quedaba al lado de la bruja, se aproximó al escritorio relamiéndose los labios de forma distraída. Alcanzó el vaso con la bebida y también, al igual que ella, le bastó un sorbo para dejarlo sin contenido. Pero aquello no sería todo, porque existía aún mucha bebida en la botella de whiskey y también porque había un montón de temas a tratar.

 

—Veo que beber también se te da muy bien —dijo Black con un dejo de picardía en su voz. El contacto de las piernas torneadas de Mía, que segundos atrás ella había provocado, ahora fue generado por él, con la yema de sus dedos, a la altura de su rodilla, como si se encontrara pidiendo permiso—. Pero lo demás, te ruego que me dejes descubrirlo. —Dicho aquello, en un breve susurro muy peligrosamente cerca del rostro de la bruja, el mago posó sus labios en aquel cuello que se le antojaba delicado y deseable, para terminar marcando allí un camino zigzagueante.

 

Depositó con la mano izquierda el vaso vacío que aún mantenía, y buscó rodear con ella la espalda de la bruja, aún sentada en el escritorio. Con las caricias de Black, el vestido de color negro había ido cediendo, elevándose unos centímetros a límites insospechados y sumamente peligrosos.

 

—Me agrada ver tus ojos desde tan cerca. —Se encontraba a unos tres o cuatro centímetros de los ojos verdes, contemplándolos con aquellos propios y sumamente tormentosos. Incluso el galés podía notar su reflejo en ellos, y el efecto del fuego de la chimenea, sólo avivaba lo que estaba sintiendo en aquel momento—. Me inventaré más memorándums de ser necesario. —Y al decir aquello, una media sonrisa apareció en su pálido rostro, de forma incontenible, como admitiendo parte de la trampa que lo había llevado hasta aquella situación. Sin embargo, no se sentía culpable y, para peor, o tal vez para mejor, estaba tentado a volver a hacerlo.

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La temperatura de la habitación subía vertiginosamente, y no precisamente por el calor desprendido de la chimenea. Algo, que sabía perfectamente, al sentirse pequeña, cuando el Black se colocó delante de ella, esbozando una media sonrisa coqueta, escuchó con atención las palabras que emanaron de sus labios, la estaba retando sin siquiera saberlo y como era lógico, ella aprovecharía y disfrutaría lo más posible las consecuencias, esperando que él también lo hiciera.

 

Girando un poco su cuello, disfrutó de las caricias del galés, mientras que inevitablemente de sus labios salía un gemido. Invadida, también por el tacto de sus manos, soltó una risotada y tomándolo por la solapa de su saco, lo hizo acortar la distancia que los separaba. Provocándolo al no retirar sus manos de allí y mantener su agarre, al sentir que su vestido ahora cubría casi nada de sus piernas.

 

­

—Y a mí el tenerte tan cerca, aunque no estemos en igualdad de condiciones —afirmó jugueteando con los botones, desabrochándolos uno a uno­—. No necesitas inventarte nada Martín, creo que podremos obtener lo que deseamos siendo un poco más directos. ­—finalizó mordiendo su labio interior.

 

Tomando la iniciativa, eliminó la escasa distancia que separaban sus labios. Para unirlos con los del ojigris, buscando profundizar un poco la conexión que tenían pasó uno de sus brazos por su cuello y tomó su cabello, atrayéndolo más a ella y con la otra, intentó retirar el saco que traía, que en ese momento únicamente era un estorbo porque la camisa colgaba de sus brazos totalmente abierta, dejando al descubierto la piel pálida.

 

En cuanto se separó unos milímetros del Black, recorrió con las yemas de sus dedos su torneado pecho, deteniéndose al llegar al inicio del pantalón. Mirándolo a los ojos, lo retó silenciosamente a dejarla continuar con su recorrido y bajar a descubrir partes de su anatomía que aún no conocía y que eran tentadoras en sus pensamientos.

 

—Podrás descubrir algunas otras de mis habilidades. —susurró en su oído, aprovechando la cercanía para morder ligeramente su lóbulo y bajar lentamente por su cuello para detenerse en la comisura de sus labios— Pero, ¿quieres hacerlo? —añadió subiendo un poco más su vestido, y dejando ver su lencería de encaje, al mismo tiempo que corría sus rubios rizos a su espalda para que sus hombros y cuello se apreciaran por completo.

 

Lo estaba provocando un poco, lo sabía pero poco le importó. Disfrutaba de las sensaciones que se estaban generando en su interior y no tenía intención de hacerlo sola. Mirando la botella de whiskey, negó con lentitud, al parecer no sería necesario terminarse su contenido para ponerse al día. Esbozando una sonrisa, espero la respuesta del pelinegro.

Editado por Mia Black Lestrange
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Después de la reunión familiar (?)

 

Sacó la cabeza del pensadero, sosteniéndola con ambas manos. Había pasado más tiempo de la cuenta analizando sus recuerdos, particularmente, aquellos que lo remitían a Nueva Orleans, en 2009. Aquellas fatídicas vacaciones eran la principal razón por la que evitaba visitar suelo americano desde hacía años.

 

Vampiros, magia oscura, y playeras con diseños hawaianos. Debo estar volviéndome loco.

 

Apoyó los codos sobre el lavabo de su baño personal. El rostro que le devolvía la mirada, estaba un poco más cuidado que la última ocasión. Aún con la cabellera que alcanzaba sus hombros, y la barba de varios días, seguía pareciendo un joven mago. El continuo uso de las Artes Oscuras ya no le estaba pasando factura como al inicio. Parpadeó un par de veces, analizando su atuendo; al menos no llevaba pijama como la última vez.

 

Echó un vistazo a través de la ventana de su habitación. Los jardines parecían pacíficos, inclusive durante la tarde, cuando al sol aún le faltaban horas para ocultarse. Se colocó los lentes para apreciar mejor la vista de los terrenos familiares; el grifo, Grand Marnier, se encontraba descansando sobre sus cuatro patas a un par de metros del cementerio.

 

No había tenido la oportunidad de convivir con la criatura desde su llegada a la casona, por lo que vio la oportunidad perfecta para hacerlo. Consiguió abrir la ventana, y tomó asiento sobre el marco de ésta. Las alturas no le causaban vértigo, aún estando en el tercer piso. Empuñando su varita, se acercó un pedazo de pergamino y una pluma de faisán. Apoyando el papel en sus piernas, comenzó a escribir.

 

 

Estimado Matthew:

 

¿Cómo estás? Espero que bien después de la última paliza que hubo en el castillo Triviani. Demostraste una pericia que no siempre es vista en tierras británicas. Por este presente, te invito a visitarme en la mansión Black Lestrange, donde quizá podemos poner en práctica ese potencial.

 

Saludos cordiales,

E. A. B. L.

 

Hechizó la misiva para que se convirtiera en un avioncito de papel, que salió disparado a su destino. Como era clásico del castaño, el memorándum picaría a la persona a la que estaba dirigida hasta que decidiera abrir el mensaje. Guardó la varita en el bolsillo de los jeans azules que traía, y extrajo un peculiar objeto del mismo.

 

Tiempo de averiguar si esta cosa en verdad es útil para caídas de más de un metro.

 

Apoyándose del marco de la ventana, se dejó caer al césped. Como llevaba el amuleto volador en la mano, no fue un impacto directo, sino que, más bien, descendió con gran lentitud. Algo irónico, considerando que su calzado le permitía alcanzar altas velocidades. Depositó su mano izquierda sobre el césped, como apreciando el contacto con el crecimiento arbóreo. Mientras esperaba una respuesta a su invitación, se encaminó hacia dónde estaba el grifo.

 

@@Matthew B. Triviani

Editado por Joseph R. Black Lestrange
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El contacto de sus labios terminó siendo la última chispa necesaria para lograr desatar la combustión de su cuerpo. Deleitándose y rozándolos con intensidad, Black no detuvo sus manos ansiosas y exploradoras, buscando la suave piel descubierta de la bruja, sin importar que existiera o no tela que la estuviera cubriendo en aquel instante. Así se topó con la lencería de encaje que, más que detenerlo, lo incentivó a conocer más. Los labios de Mía parecieron quemarlo al rojo vivo pero sintió más deseo, como si aquello fuera posible.

—¿Acaso en estas condiciones vas a contarme que hablas pársel? —Bromeó el mago de cabellos negros, dejando escapar al mismo tiempo una sonrisa—. Pero sí —dijo adoptando un tono en su hablar diferente, más pícaro que buscando formalidad—, quiero hacerlo. —Las últimas dos palabras de su boca salieron a apenas unos milímetros de los labios de Mía. Podía percibir el aroma de su piel, incluso de sus risos rubios que ahora se habían ido a su espalda, dejando libre los hombros desnudos de la bruja.

Black ayudó a Mía al levantar un poco más el vestido negro, sintiendo, de repente, como una de sus manos acababa de llegar no sólo a la lencería que ahora se volvía visible, sino a un punto álgido que cubría la misma. La expresión del rostro de la bruja la delató: el desenfreno de placer sólo acababa de empezar y en aquel instante, literalmente, estaba en sus manos; o por lo menos, en una de ellas.

La chimenea había quedado encendida y de lado al mago de cabellos negros, cuya espalda ya se encontraba completamente visible, resaltándose con las lenguas de fuego generadas el tatuaje de una rosa que lo abarcaba todo allí, hasta la zona baja de su espalda. El ambiente cálido y de luz tenue, acompañó para que el mago lograra deshacerse finalmente de aquel vestido tan seductor que hasta un segundo atrás cubría el cuerpo de Mía. Pero era cosa del pasado. Dejándose llevar por el nuevo panorama, los ojos tormentosos la observaron detenidamente, cada centímetro de la nueva piel suave que acababa de revelarse.

¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que había puesto un pie en aquella habitación? Era difícil saberlo y el mago nacido en Gales no tenía la mente puesta en ese asunto. En lo único que pensaba, si es que lo hacía, era en la bruja que tenía en frente, semidesnuda y cuya piel sentía que le quemaba la propia. Aunque reconocía que, en su interior, él también se encontraba así, ardiente como el fuego que los iluminaba con vaivenes rebeldes.

—¿Volvimos a quedar en desigualdad de condiciones? —Inquirió Black sabiendo la respuesta que le daría Mía—. Desabróchalo. —La invitación era clara y directa, como segundos atrás había reclamado la bruja. ¿Qué necesidad tenía postergar lo impostergable? Un nuevo contacto de sus labios los fundió en un beso renovado e intenso, buscando transmitir en aquel punto todo lo generado en la habitación; y sus manos… no se detuvieron en su afán de provocar y dar placer, recorriendo a la bruja por completo.

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—Irónicamente es uno de mis talentos —soltó con una risotada tranquila, que poco trasmitía su estado actual—. Pensé que no lo admitirías tan rápidamente. —admitió al sentir como la hábil mano del Black se adentraba un poco más a aquella parte de su anatomía que no veía la luz del sol.

 

Su respiración comenzó a acelerarse con cada una de las caricias, podía fingir que no le afectaba, pero no, era todo lo contrario porque sentía como su cuerpo pedía más y más, no se conformaba con las sensaciones que comenzaban a apoderarse de su cuerpo y dentro de poco tiempo de su mente. Sin perder contacto visual con él, sus ojos se iluminaron de un brillo inusual, aquel que solo era perceptible cuando estaba extasiada, por lo que abrió un poco más sus piernas, para permitirle el libre acceso, pidiéndole de manera silenciosa que no se detuviera.

 

Para esos momentos, había perdido el sentido del tiempo y el espacio, enfocándose únicamente en la figura del mago que se encontraba a escasos centímetros. No sentía la dureza del escritorio debajo de su casi piel desnuda, y mucho menos, como el fuego de la chimenea había alcanzado su punto más ardiente. La botella de whiskey, había quedado olvidada a su costado, y uno de los vasos había caído al suelo, liberando unos centímetros más de espacio para ellos, y dando constancia de que poca importancia le prestaba a lo que los rodeaba.

 

La invitación del pelinegro, la tomó como una orden, porque en ese momento con ambas manos se deshizo del botón y el cierre que mantenían en su sitio el pantalón, permitiendo que este cayera al suelo con un sonido casi imperceptible. Uniendo sus labios en una danza apasionada, aprovechó el nuevo acceso que tenía a piel que no había sido explorada aún, posando una de sus manos en la espalda desnuda, bajó hasta llegar a la altura donde el bóxer comenzaba, para volver a subir y bajar, siguiendo un ritmo, provocando esa parte de su cuerpo.

 

Su otra mano, al sentirse con libertad jaló el bóxer y el resorte cedió, permitiendo que esta ingresará dentro del mismo y tuviera contacto con aquella parte que se había endurecido segundos o quizás minutos atrás. Tomándolo entre ella, comenzó a acariciarlo pausadamente, queriendo que él sufriera el mismo efecto que ese momento tenían sus caricias sobre su cuerpo, generando el aumento si es que era aún más posible de su temperatura corporal y de su ritmo cardiaco. Sin dar tregua alguna, terminó el beso, respirando profundamente y dirigiendo sus labios hasta el cuello del ojigris.

 

—Creo que nunca estaremos en igualdad —soltó, siguiendo un camino lento por su cuello y llegando hasta su pecho, como un único aviso de sus intenciones, porque en ese momento aprovecho que una de sus manos aún estaba rodeando la espalda del mago y liberó la presión que el bóxer tenía sobre ciertas áreas que cubría—, comenzaré a acostumbrarme. —amenazó con diversión.

 

Tomando por sorpresa al Black, se puso de pie y lo miró durante unos segundos, aprovechando que aún permanecía con los tacones, casi estaba a su altura, por lo que no le costó trabajo que sus brazos pasaran por su cuello y lo hiciera girar, para dejarlo ahora a él, del lado del escritorio. Besándolo nuevamente, se separó un segundo de él, para comenzar a bajar siguiendo un camino desigual por su pecho, para detenerse peligrosamente cerca de cierta parte de su anatomía que segundos antes había liberado, logrando que estuviese completamente desnudo. Mirándolo a los ojos, usó en esa ocasión ambas manos para darle placer, manteniéndose casi de rodillas, porque en realidad por ahora se mantenía en cuclillas, disfrutando de la piel que sus manos tocaban y exploraban de manera traviesa,

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