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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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―Podemos decirle a los elfos que nos ayuden con las cosas que aún puedan servir y que estén bajo los escombros, pedirles que las lleven hasta la cabaña y pues... salvarlas ¿no? ―Ella también tiene allí cosas que son de bastante importancia y que espera que por un milagro no deba darlas por perdidas. Suerte fue que decidió dividirlas en caso de que otras visitas griegas indeseadas aparecieran. La Moody y la Gryffindor eran lugares de todas maneras accesibles, así que dejó un par de objetos en la Madriguera. Ahora lo agradecía de corazón. ―Al menos hasta que sepamos que hacer con este lugar. No será fácil levantarlo otra vez, pero ya pensaremos en un plan para eso.

 

Más que nada era una sugerencia que de pronto parecía una buena idea. Antes de irse le debía dejar esas indicaciones Dysis, su elfina, para que se pusiera manos a la obra.

 

Aunque la mueca que se forma en su labios dista bastante de ser una sonrisa, espera que la interpreten de ese modo. Dentro del corazón no siente otra cosa que no sea gratitud ante las respuestas a sumarse de Mel y de Eileen, tres brujas pueden manejarse mejor que una sola, y ellas ya vieron lo complicado que pueden resultar sus hermanitos. No tiene más información que aportar de los gemelos.

 

―Tal vez quede algunas de sus prendas por ahí, la mayoría de las cosas volaron por aires... ―Se agacha un poco y tira de un pedazo de tela que estaba bajo una madera. ―Aunque creo que esto pertenece a una de sus capas... ¿Puedes rastrearlo con solo esto? No recuerdo en estos momentos cómo demonios usarlo para seguirlos. ―No era mentira, tenía la cabeza en otra parte. ―¿Uh...? ―Volvió a agacharse, había una especie de marco pequeño de fotografía. ―Creo que esto también le pertenece, alguna vez lo vi en su habitación cuando lo desperté muy poco amablemente, me llamó la atención porque Richard no es del tipo sentimental, pero no me fijé quien estaba en la imagen. ―Confesó.

 

 

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Una de las razones por las cuales consideraba a Ellie inteligente era justamente porque a veces tenía esos chispazos de revelación repentina, que jamás habrían funcionado en Mel. No sólo no tenía la capacidad, si no que además sentía que no le alcanzaba el ingenio como para poder sacar provecho de ello, aún si las tuviese.

 

Por otro lado, lo de rescatar las cosas tampoco era una idea descabellada. La propia Mel tenía algunas ropas y cacharros que quería conservar. Sin embargo sentía que todo se tornaría demasiado insulso si intentaba hacer algo en esos momentos para recuperarlas, cuando la prioridad era la persona, Richard, el desaparecido.

 

―Yo recuerdo el hechizo ―aseveró algo sonrojada―, mis padres solían utilizar todo el tiempo esos encantamientos localizadores para buscar mis objetos perdidos.

 

Alzó la varita ante el trozo de capa que la muchacha sostenía, cuando sus ojos repararon en la foto. Mel no había conocido de mucho tiempo a Richard, por lo que no tenía forma de saber de su pasado, sin embargo, la mujer del cuadro se le hacía conocida. Tenía el cabello azul, con mechones grises entremezclados y una expresión melancólica, con un chiquillo pelirrojo al que observaba y por momentos sentaba en su regazo.

 

―Quizá esté loca ―aclaró―, pero yo recuerdo haber visto un cuadro de esa mujer en el Castillo Evans McGonagall ―había sido durante la boda de Bel Evans McGonagall, boda que se había pasado, en su mayor parte, conversando con aquella mujer del cuadro. Sin embargo, no era eso lo que más llamaba su atención― y ese niño... ¿no es acaso uno de los gemelos? ―masculló, ya menos segura.

 

De hecho lo parecía, pero Mel había creído que eran inseparables. Por lo general no solía tener una buena memoria pero aquella mujer le había causado un gran impacto... al igual que los gemelos.

 

Con un ademán adicional, tuvo el encantamiento listo y el trozo de capa flotó envuelto en luz azulada que bordeaba la tela. En cuanto lo ordenaran o tocaran, volaría hacia su dueño.

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Ellie también se acerca para observar la fotografía. No conoce a la mujer del retrato, pero cuando detalla su cabellera, siente una punzada de familiaridad, como si la hubiera visto antes. Con insistencia, se esfuerza en recordar...

 

Al encontrar la cabaña a las afueras de Ottery St. Catchpole, el lugar era completamente diferente. En el interior había un encantamiento de expansión indetectable, que volvía la cabaña habitable para quizá unas diez personas, y que Ellie no tuvo reparos en desactivar pues no iba a ser necesario, ara ella como única habitante de la casa. También habían muchas cosas, de algunas de las cuales se adueñó al considerar abandonadas. Sin embargo, las que no le parecían útiles, de todas formas las guardó, pues algo no se sentía bien en desecharlas. Entre capas de viaje destrozadas, chivatoscopios modificados y libros, había un relicario de plata. En el interior (Ellie no pudo resistirse a abrirlo) había un mechón de cabello gris, con un tono azulado, exactamente igual a la cabellera de la mujer de la fotografía.

 

No sabe por qué no lo dice en voz alta. Quizá es porque todavía no conoce muy bien a estas personas, o quizá es porque le pareció que aquel era un objeto sentimental.

 

—Si es uno de ellos, esperemos que la fotografía toque su fibra sensible —musita.

 

Ya el trozo de la capa de Richard, gracias a Mel, vuela en el aire con un resplandor similar al de un traslador.

 

—Bien, andando —es extrañó en ella tomar iniciativa, pero siente que la situación es urgente. Con un movimiento de su varita, el trozo de tela comienza a avanzar y las brujas comienzan a andar tras él. Lamentablemente, dejó la escoba voladora en casa.

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  • 4 semanas más tarde...

Cuándo abre los ojos, reconoce el lugar. Es un claro en el mismo Escocia, donde los gemelos sembraran cerezos una vez. No es un claro natural, pues de otro modo los cerezos estarían muertos; la magia que los protege es similar a aquellas escasas que Richard era capaz de realizar, antes de aprender a manejar su magia sin varita.

 

Los gemelos habían cuidado ese claro siendo niños. Ahora, no es más que un recuerdo.

 

En el costado izquierdo de su cara puede sentir el espesor de la sangre y su olor le produce náuseas. Contiene su asco sólo gracias a un severo autocontrol y más bien a la preocupación de que ésta siga manando. Una fea costra empieza a formarse y Richard desea con todas sus fuerzas una toalla limpia y agua tibia. Odia las costras y las heridas: suelen dejar marcas.

 

--¿Por qué estoy aquí?

 

Su expresión vacía no delata sentimiento alguno. Más que nunca se ve similar a una estatua. Su mirada se pierde entre el anillo de árboles de tonos rosa, como si viese más allá ¿se trata del pasado o del futuro?

 

El menor de los hermanos está a punto de contestarle cuando el mayor lo detiene con un seco ademán. No se molestaron en darle una respuesta.

 

--Nunca nos dijiste que habías aprendido a manejar tu magia.

 

Richard no respondió enseguida. Sabía que Armisael, el mayor de los hermanos, había sido siempre el que menos autocontrol había tenido. Luciel se encontraba tras él, estático. Él siempre se había mantenido así, a la zaga.

 

--No, es verdad --replicó por fin-- nunca pude hacerlo si no hasta el año pasado --dirigió la vista entonces hacia el mayor de sus hijos, retornando al presente y negando con la cabeza--. Pero tú estás más allá de toda esperanza --sus palabras carecen de emociones, son como escupitajos al suelo-- dejaste que se te fuera de las manos. Está fuera de control.

 

La expresión de su hijo no demostró la furia que sentía mas Richard pudo percibir enseguida la sed de sangre llegar en su dirección; su instinto asesino siempre había sido fuerte y para alguien como Richard acostumbrado a huir y buscar señales a su alrededor más como una bestia que como un humano, la sed de sangre de Armisael es casi como un golpe físico.

 

¿Cuándo había empezado él a odiarlo tanto?

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No sabe por cuánto tiempo han caminado, pero, por las luces del sol, pronto anochecerá. El cielo está teñido de tonos pasteles, un degradado de durazno a púrpura; puede ver ya la luna y algunas estrellas. Un poco más allá, en línea recta, puede ver árboles de troncos de madera oscura y follaje rosado, en contraste con el bosque de pinos que han estado atravesando. Ellie piensa que no hay manera de que aquello sea natural, mas no cree que sea información relevante, de modo que se limita a seguir andando tras el trozo de tela flotante. Se ha recogido el cabello en un moño a lo alto de la cabeza, para que la brisa le refresque el cuello y la nuca, y también se ha arremangado hasta los codos las mangas de la túnica. Se siente un poco cansada por la caminata, por no mencionar que las pantorillas le palpitan por el ejercicio y los pies le duelen, pero todavía se siente capaz de continuar; no obstante, no sabe qué rayos harán.

 

Esa misma mañana, no habría entrado en su cabeza que no sólo presenciaría un ataque, sino también un secuestro; muchísimo menos habría llegado a imaginar que estaría dirigiéndose hacia donde deben estar aquellos vándalos. En realidad, todavía no lo procesa. ¿Qué se supone que hará? ¿Mel y Athena sabrán qué hacer, le dirán en qué puede ayudar? ¿O esperan algo más de ella? «Eh, chicas, yo siempre he tenido una vida tranquila, ¿entienden? Ésto no es lo mío...». Pero cuando recuerda a Athena dispuesta a hacer cualquier cosa para rescatar a su padre, teniendo que ser apartada por Mel para mantenerla a salvo, no se atreve a hablar. ¿Qué ha tenido que vivir una adolescente para ser así de valiente y decidida?

 

—Eh... ¿oyeron eso?

 

Ellie se detiene y escucha atentamente. Su oído no es muy agudo, es humano, pero está segura de escuchar el rumor de unas voces.

 

—Quizás no deberíamos acercarnos tanto —susurra—. Ehm, ¿qué se supone que haremos, si...?

 

Entonces, casualmente, su mirada se posa sobre el trozo de tela que todavía avanza. Justo antes de entrar el claro de los cerezos, el encantamiento pierde efecto y el harapo cae, perdiéndose en un arbusto; sin embargo, ya no importa, pues les ha mostrado el camino.

 

—Sip. Parece que están ahí.

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  • 4 semanas más tarde...

Armisael soltó un bufido. Pronto, fue evidente que se estaba burlando de sus palabras.

 

—¿Yo? ¿inestable? —su expresión era torva pero no parecía estar fuera de sí. Al contrario.

 

Alargó entonces una mano hacia un lado. Su palma miraba hacia arriba pero en lugar de estar extendida la tenía semiabierta, como si estuviera sosteniendo algo invisible. Entonces, una pequeña flama apareció flotando a poca distancia entre sus dedos. Era naranja, rojo, amarillo... los colores escalonados típicos de un buen fuego. No parecía quemarle y titilaba con energía.

 

—No lo entiendes ¿no es así? —su hermano parecía desear detenerle pero no se atrevía a hacerlo— Eres tú el inestable, tú el que ha denegado su magia —soltó una risotada amarga—. Estás en tu límite y ni siquiera te has dado cuenta. Pronto estallarás y podremos beneficiarnos de toda tu magia.

 

La expresión de Richard se tornó fría ¿de qué demonios estaba hablando? Dirigió entonces una mirada al otro gemelo, Luciel. No había dicho nada hasta entonces pero secundó las palabras de su hermano con un seco asentimiento. Richard se detuvo unos instantes antes de llevar una mano a su rostro, apartándose los rizos de la frente con cansancio.

 

—Tus circuitos están al límite —continuó Armisael—. En orden de controlar tu magia, retuviste todo tu poder mágico en tu interior, para que hicieras uso de él de forma controlada —el gemelo ya ni siquiera parecía estar disfrutando todo ello. Su expresión era más bien de expctativa—. Pero ni siquiera un cuerpo no-del-todo mortal como el tuyo puede aguantar tanto. Calculamos que dentro de poco, empezarás a morir.

 

Fue como si sus palabras hubiesen hecho el conjuro. Richard sintió una punzada en el pecho, así como también en los brazos. Sus piernas no parecían especialmente dañadas pero el dolor le hizo caer de rodillas. Era como si le estuviesen clavando estacas o le hubiesen quemado en carne viva y se ensañaran con la zona afectada una y otra vez.

 

—Tus circuitos mágicos se están rompiendo —explicó entonces Armisael y su voz parecía sonar desde una mayor distancia que la que realmente existía entre ambos— tienes que olvidarte de esa mier** de Uagadou y empezar a liberar tu magia a como una vez fue.

 

Richard negó con la cabeza y soltó un gruñido como un perro lastimado. No era sólo que se negase a hacerlo, era que de verdad no tenía idea de qué hacer. Hacía más de un siglo que sus planes no fallaban de manera tan estrepitosa. Luciel se inclinó hacia adelante al parecer con intenciones de ayudarle pero Armisael volvió a apartarlo de él.

 

—No te acerques. Empezará a degenerar en breve, no voy a permitirte hacerte daño por este anciano.

 

Su expresión era terca y decidida y Richard de pronto no parecía encontrar ningún sentido a cuanto iba diciendo. Degenerar, morir. Todo imposible ¿qué demonios estaba sucediendo?

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  • 2 semanas más tarde...

Shite...

 

Cuando Ellie vuelve el rostro hacia Mel y Athena, sabe que han oído lo mismo que ella. Abre la boca, pero ¿qué puede decir? Ella apenas conoce a Richard (en realidad, apenas los conoce a todos), pero entiende que ellos tres son más cercanos, son una familia real... o algo así. Mel parece más confundida, pero se atreve a asegurar que Athena, la hija de Richard, debe estar bastante afectada. Si de por sí que éste haya sido secuestrado, que no haya podido ayudarlo más, quizás la tenga mal, el escuchar que está muriendo debe ser terrible.

 

Con esas palabras, se ha dado cuenta de que Richard no es un mago común y corriente, mas sería incapaz de describirlo con exactitud. A falta de otra comparación, se encuentra pensando en los obscurial y en que él tiene similud con aquel fenómeno. Lo primero que querría decir es que debe liberar esa magia reprimida pero ¿no tuvo Richard una buena razón para contenerla en primer lugar? Le gustaría hacer preguntas, pero sabe que no es el momento.

 

―Mel... ¿crees que puedas alcanzar a Richard, corriendo o algo así? ―susurra― Creo que debemos rescatarlo cuanto antes... y... ehm.. ¿llevarlo a San Mungo?

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Mel asiente, aunque no está segura de qué hacer. La figura ante ellos se encuentra doblada en dos en el suelo, al parecer debido al dolor. Jamás ha escuchado de nada semejante y no está segura de comprender del todo la situación. Todo lo que entiende es que ambos gemelos parecen estar esperando algo importante y que parecen estar tomando precauciones para no tocarlo. Al menos, el mayor de los hermanos parece tener eso muy presente, al impedir que su hermano tome parte en algún tipo de contacto con Richard.

 

—Ni siquiera tú mismo, has alcanzado a adivinar cual es la medida real de tu magia.

 

Es tan sólo un susurro, que viene de parte del menor de los hermanos, no de Armisael si no el chico al que llaman Luciel. Mel cree captar el sentido de sus palabras, aunque la intimide y asuste un poco y esté segura de que nadie más que ella ha podido oírlo. Adelanta primero un paso y luego otro. Luego, cuando tiene una mejor vista del claro, de Richard y sus acompañantes, sus latidos parecen detenerse un instante, cuando observa el cuadro con mayor claridad.

 

Richard yace ahora no doblado en dos si no tendido en el suelo cubierto de hierba, separado por unos metros de los gemelos que lo vigilan con insistencia. Alrededor de el brujo, no hay nada más que tierra muerta y restos ennegrecidos: todas las plantas y formas de vida en torno a Richard parecen haberse consumido y muerto. Formando un círculo de considerable tamaño alrededor de él, la estela de muerte parece consumirse a sí misma una y otra vez, mientras su portador y quizá creador, parece perder cada vez más y más su energía vital.

 

Los cabellos en la nuca de Mel se erizan enseguida. Es la advertencia de la bestia, por supuesto: su determinación a vivir, su impulso de escapar del peligro. Todo eso, le indica que corra en la dirección contraria. Sólo que se obliga a no hacerlo y se dirige trastabillando primero y más rápido después hacia la zona en donde yace el pelirrojo.

 

Los gemelos se vuelven enseguida pero Mel no reduce la velocidad de sus movimientos ni la dirección que ha tomado. Armisael parece intentar disuadirla pero ella esquiva sus ataques de fuego con facilidad y alcanza el círculo negro. Nada importante parece suceder entonces más que el hecho de que los gemelos no parecen querer acercarse más. En su lugar, aguardan, a la espera de algo.

 

Mel puede notar un dolor extraño y asfixiante en el pecho. Sus tobillos parecen debilitarse y sus dedos dormirse. Por algún motivo, las palabras del gemelo para Richard resuenan en su cabeza "tus circuitos mágicos se están rompiendo". Sin embargo, todavía mantiene cierta compostura. Algo en su interior parece estar peleando de vuelta y, en un rincón apartado de su mente, una voz le susurra que se trata de la bestia.

 

La asombrosa capacidad de renegeración del licántropo. La bestia es la que le está ayudando a soportar el trance en el que Richard está sumido. Sus circuitos se rompen y el lobo empieza a sanarlos rápidamente para que luego vuelvan a empezar a fragmentarse. Los nervios van perdiendo percepción, son devueltos a un estado similar al original y luego nuevamente dañados. Mel comprueba los signos vitales de Richard mientras siente como ya no posee sensibilidad en los dedos de los pies tampoco. Sus brazos se sienten torpes y sus ojos empiezan a ver borroso. A pesar de toda la velocidad regenerativa, no pueden competir del todo con aquello que emana de Richard. Una energía mágica horrible, destructiva y desconocida, que jamás habría imaginado tener cerca.

 

Vuelve la vista hacia donde cree que estuvieran Ellie y Athena, sin estar segura qué puedan estar haciendo o pensando ni una ni la otra. Da un asentimiento apenas perceptible para indicarles que hará aquello que acordaron y entonces desaparece en un abrir y cerrar de ojos. Cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra a las puertas de San Mungo y tiene que aporrear para poder entrar. Al tumbarse en el suelo y dejar caer a Richard en él para alejarse unos metros y pedir ayuda, tiene miedo de que la voz no vaya a salirle. Sin embargo, al tomar suficiente distancia de él los sentidos y capacidades de la bestia parecen trabajar de manera más eficiente y rápida y pronto está sanando de nuevo, como se debe.

 

—¡Ayuda! ¡Necesitamos asistencia, por favor!

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Una línea brillante aparece de la nada, en el interior de los abandonados almacenes Purge y Dowse S.A.; ésta se expande, rasgando la realidad, permitiendo que con tan sólo un paso Ellie y Athena se muevan desde las Southern Uplands, hasta Londres. Ninguna ha dicho una palabra... si bien a Ellie no le gusta sacar conclusiones apresuradas, piensa que es porque ninguna se atreve. A pesar de que Mel consiguió rescatar a Richard de los gemelos, tiene la sensación de que nada ha salido bien. «Está condenado —piensa, incapaz de olvidar las palabras que ha escuchado en el claro—. Está muriendo». De la misma forma, recuerda el círculo de muerte que lo rodeaba en el suelo, que parecía emanar de él. Nuevamente, se encuentra comparando a Richard con un obscurial, y sólo entonces se pregunta si Mel no se habrá visto afectada.

 

—No te acerques mucho a Richard —le susurra a Athena, con un hilo de voz. Sabe que no tiene derecho a opinar en un asunto en el que sólo tiene un par de horas involucrada, pero con las ideas que ha construido, no puede no intentar hacer algo—. Creo... creo que podría ser dañino.

 

Mientras que Richard está tirado junto a unas cajas olvidadas, Mel está más allá, gritándole a una vitrina polvorienta. Aquella no es la primera vez que visita el Hospital San Mungo, por lo que es consciente de que aquella es la entrada. Ellie se apresura a correr hacia ella.

 

—Te ha hecho daño, ¿no es cierto? —le pregunta, casi sin aliento— Si queremos que lo ayuden, debemos prevenirles...

 

Por eso, cuando un par de sanadores atraviesan la vitrina, Ellie se apresura a hablar con ellos antes de que avancen mucho más. No es que pueda dar muchos detalles de la condición de Richard, pues en realidad no está completamente segura de qué es lo que le sucede, pero les recomienda fervientemente que busquen trajes protectores, preferiblemente de piel de dragón, antes de atenderlo; también les recomienda llevarlo a una sala restringida, donde no sea una amenaza para los demás. A pesar de que ellos aceptan, Ellie advierte, en su mirada, duda... temor.

 

No están seguros de que puedan ayudar a Richard.

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—No se acerquen directamente —previene Mel, debido a que las palabras de Ellie han despertado en ella cierto sentido de responsabilidad que hasta entonces no se había molestado en tener. Después de todo, si los sanadores caen bajo ese hálito de muerte, no habrá quien pueda ayudarlo—. Puedo ayudar a transportarlo si así lo necesitan.

 

Mel se mantiene todavía fuera del círculo y puede sentir a su cuerpo enmendarse a sí mismo con rapidez pero no parece ser suficiente. Es como si algo no fuera igual en su interior, como si la sanación requiriese más tiempo o quizá como cuando un hueso roto empieza a enmendarse de manera inadecuada. Prefiere pensar que es lo primero, por supuesto.

 

>>Sí, tienes razón, me ha hecho daño —replica entonces en dirección a Ellie con voz apagada. No está segura de hasta qué punto pero supone que no va a ser algo que sane de la noche a la mañana— pero estaré bien<<.

 

No puede evitar mirar en dirección a Richard al decirlo. Su rostro macilento, los rizos aureorojizos ahora grises y los ojos acuosos. Las arrugas que se van expandiendo por su rostro van creciendo de manera alarmante y es evidente que está ciego. No parece sin embargo estar buscando que lo curen a pesar de que parece entender que ha sido llevado a San Mungo. Lo que busca es escapar.

 

Por eso, es aún más alarmante cuanto extrae algo de entre sus ropas. Es un espejo, un espejo comunicador del tipo que Mel ha visto a la venta en el magic mall. No ha usado uno antes pero conoce de cómo funcionan y no puede evitar cuestionarse qué demonios puede estar pensando Richard si ni siquiera puede ver si hay un rostro, oyéndole del otro lado.

 

Sin embargo, en menos de cinco minutos, en donde ha yacido allí, deteriorándose, siendo examinado de lejos y sin quejarse ni una sola vez, la figura de una mujer aparece ante ellos. Indica que sabe de la existencia de los otros apenas con una indicación de cabeza y al ver a Richard, el estado en que se encuentra, suelta un sonido a medio camino entre la exasperación y la resignación. Luego, extrae de su bolsillo una jeringa y la prepara con el contenido de un vial.

 

Mel está a punto de preguntarle qué es lo que pretende, quién es o por qué está allí, cuando ella camina hacia Richard como si la estela de muerte no existiese e inyecta el líquido escarlata en su torrente sanguíneo. No parece que eso vaya a hacer un gran cambio... pero lo hace. No es como si Richard volviese a su estado anterior. Sigue luciendo tan horrible y desgastado pero en minutos parece que puede volver a ver y la estela de muerte ha desaparecido.

 

Así lo cree Mel, hasta que da unos pasos en su dirección, sólo para notar que la energía mágica destructiva persiste, aunque minimizada. Sólo entonces se vuelve hacia la mujer y se atreve a preguntarle sobre quién es. Luego de examinar a Richard por un buen rato, ella tan sólo responde con su nombre a secas: Kendra.

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