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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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— Creo que nunca he ido a ese lugar— respondió ante la sugerencia de visitar una de las tantas familias Fenixianas.

 

— No está en Ottery — respondió la criatura.

 

— Qué perspicaz. Casi no me doy cuenta — respondió con desgano y rostro inexpresivo. En el papel recién entregado por su elfo había una dirección. Se suponía sería el hogar de los Moody, a quienes le correspondía el honor de tener la visita de los Mortífagos esa oportunidad. Zack trató de memorizar las letras del panfleto poco antes de arrugarlo y lanzarlo al suelo.

 

De inmediato hizo aparecer su varita mágica en la diestra al tiempo que en su rostro se materializaba la máscara, aquella vez plateada. Giró sobre sus talones y desapareció rumbo a su destino.

 

A pesar de ser un viaje "largo" o más de los que estaba acostumbrado a hacer, llegó en un abrir y cerrar de ojos. Eso ignorando el hecho de que su estómago curiosamente dio un vuelco. No le había sentado bien atender ese asunto justo luego de comer. Pero ya que estaba, no quedaba de otra que seguir adelante.

 

Se encontraba en Escocia, un pueblo llamado Luss, en la región de Argyll and Bute bla bla bla. Estaba en un pueblo muggle, y la sensación de saber que voluntariamente fue ahí solo por arruinarle la vida a los fenixianos ayudó un poco a dejar de lado su desprecio por esa gente. Trató de no hacer mucha mente al asunto mientras realizaba el llamado tenebroso realzando el tatuaje en su antebrazo izquierdo. No pensaba quedarse solo con tantos muggles a la vuelta.

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Otro llamado, esta vez en un pueblo en Escocia, por lo que de inmediato cubrí mi rostro con la máscara plateada antes de desaparecer de mi trabajo en El Profeta para llegar hasta el lugar indicado: la casa de la familia Moody. Me acerqué a mi compañero Zack con varita en mano para esperar sus instrucciones.

 

Era una fortuna el poder desenvolverme nuevamente para atacar a todo aquel que estaba en contra de nuestros ideales, debía de enseñarles con hechos lo que era estar en contra de nuestros ideales porque, obviamente, los fundamentos eran sumamente importantes.

 

- ¿Volvemos a chamuscar a otra persona?

 

Fue mi saludo en esos momentos, estaba listo para ingresar a la vivienda y encontrarnos cara a máscara (?) con alguna victima de aquel día.

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Isaac Macnair

 

Su presencia era, ante todo, extraña. El rubio miraba su alrededor con cierto desprecio, como observaba a todo el mundo. Solo conocía a un par de mortífagos y para ser exactos dos, dos mujeres con las cuales había pasado noches maravillosas y llenas de placer. Ante todo, era curioso que se casaran luego de estar con él. La buena mano, le dicen en los pequeños pueblos.

 

Al aparecer se vio desorientado pensando que estaría en Ottery, pero apareció en un lugar totalmente distinto, Escocia. El mortífago pudo ver a la distancia a uno de sus… similares, por no decirle compañeros. No lo sentía así. Isaac no llevaba su rostro descubierto, era un mal para Pik al compartir el mismo rostro; a diferencia de su doppelganger, él no tenía nada que perder y no le temía a las consecuencias que un pobre Ministerio o un grupo de magos dictaran contra él. Habían cosas aun peores que esas y ya las había vivido.

 

Alzó la mano y acomodó su cabello tras la oreja, dejando sus facciones al descubierto mientras invocaba una katana negra en su mano libre. No dijo nada, solamente se colocó atrás de los dos magos y esperó el primer movimiento. Luego de tanto tiempo libre y liberarse de sus pecados pasados, era momento de volver a llenar la lista.

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—Bien, es ahora o nunca. Eh, Ivashkov, presta atención —el anillo de protección contra oídos indiscretos protegía su conversación, lo gracioso era que se refiera de ese modo a su primo—, no vaya a ser que te equivoques.

 

Hincó la punta de su vara de cerezo en la piel de su antebrazo, lo que provocó que la tinta cobrara vida con un ardor al rojo vivo que llamó al instante a los miembros de la Marca Tenebrosa. Ellos, ya posicionados en un callejón contiguo, miraban como su objetivo, Melrose, se adentraba a San Mungo. La misión era atacarla y, por ende, necesitaban un poco de apoyo. No porque la mujer fuese una amenaza, más bien todo lo contrario; lo que necesitaban era más gente para asustar a los civiles, que ajenos a lo que sucedía, no habían prestado atención a los dos enmascarados.

 

Uno a uno, los miembros de su bando fueron llegando y el primero en darse cuenta de su presencia, fue un chico pequeño que iba andando distraídamente con un avión de papel como único acompañante. Lo arrojó al callejón haciendo un sonido que la mujer no supo identificar como una turbina, pues no sabía lo que era, o el avión en sí, pero que sí interpretó como el momento para plantar cierto caos en el lugar y alertar a todos de su presencia. Con magia lo detuvo en el aire y cuando el niño se percató del grupo de mortífagos, se quedó helado. Pronto el avión se consumió en llamas.

 

—Bu.

 

La gritería empezó en un respiro, más o menos lo que tardaron en ir a por su presa.

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- Oh, pues...

 

Entonces teníamos que regresar a Londres, a San Mungo, un lugar que tan pocas veces había visitado y solo porque tenía familiares trabajando ahí o que alguna vez trabaja en el lugar, así que simplemente dejé fluir mi cuerpo hasta ese sitio con una simple aparición fuera del edificio para acudir al lado de la presencia de la ángel caído que nos había dado el santo y la seña de la ubicación de nuestra próxima víctima.

 

Seríamos un grupo bastante interesante en aquella ocasión, con dos Ivashkov y un Macnair acompañando este simple Triviani, aunque podía sentirme seguro que podía compensar mi falta de experiencia (comparados con mis compañeros de batalla) con una buena técnica de mi varita.

 

- Let's do this!

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Isaac Macnair

Frunció el ceño al sentir de nuevo el llamado, ¿a qué estaban jugando? Soltó un bufido lleno de decepción y giró sobre si mismo, desaparecieron del lugar. Al abrir de nuevo los ojos se encontró en un pequeño callejón, solo podía escuchar la gente gritar a su alrededor y fue como un canto angelical para sus odios. Pudo ver como una hechicera era quien había empezado todo aquello y su mirada se llenó de deseo. La conocía aunque estuviera su rostro estuviera oculto tras la mascara. Se acercó a ella y rodeó su cintura con el brazo.

— ¿Me recuerdas, princesa? —sus miradas se cruzaron solo un segundo. El cuerpo se Leah se tensó por como se le acercó, tan rápido que no pudo reaccionar como siempre lo hacia. Isaac sonrió, alzando la mano para rozar la mascara donde debía estar su mejilla—. Tiempo sin verte.

Y sin más esperar respuesta dio media vuelta, directo a San Mungo. No necesitaban quien era la víctima, casi pudo detectar el olor rancio de su sangre a la distancia. Su rostro solo mostraba lo que sentía: desprecio hacia gente como ella. ¿Quien le había dicho que podía andar por Londres de aquella forma? Con tanta libertad, sintiéndose que merecia aquello. ¿Es qué los mortífagos no estaban haciendo su trabajo?

—¿Por esto es que estamos acá? —preguntó con cierto rencor, alzando una ceja y apuntando con su arma con cierta ligereza hacia la mujer— vaya desperdicio de energía.

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— Esperen, algo no anda bien — soltó en cuanto vio llegar a sus compañeros —. Parece que cambiaremos el destino — aclaró poniendo los ojos en blanco. Sí, parecía en lugar de solo quemar un hogar entero podrían aprovechar de acabar con otro de ellos. De nuevo.

 

Gracias a esa conexión arrechísima que le unía con su prima, el vampiro pudo sentir lo mucho que se requería su presencia en determinado lugar. Desde hace un tiempo desarrolló esa capacidad al estar tanto tiempo con Leah. Así que no le costó mucho darse cuenta que lo necesitaba y que sería mejor darse prisa en encontrarse con ella.

 

Con una señal alertó a sus compañeros de la retirada justo antes de desaparecer. Sus pies tocaron tierra firme de nuevo a escasos metros de la institución mágica conocida por todos, San Mungo. Ver la edificación le recordó una época bastante interesante en la que sus jornadas laborales se subían de tono. La llegada de un compañero herido resultaba en la oportunidad perfecta para sanarlo a labias.

 

— Ya deja de llamar la atención — sugirió a la fémina a su costado — Naturalmente se acostumbrarán a vernos de vuelta por ahí — colocó una mano en su espalda motivándola a avanzar junto a él al interior del hospital mágico donde no tardaron en encontrar a una bruja haciendo intentos desesperados por salvar a un hombre moribundo —¿Les doy una mano?— preguntó con tono divertido poco antes de realizar una floritura con su varita en el aire.

 

— ¡Fuego Maldito! — conjuró invocando dos águilas de fuego que planearon hasta su objetivo, Melrose y el tipo que le acompañaba. El calor inundó la estancia mientras las criaturas viajaban al blanco. Al impactar dejarían severas quemaduras que requerirían atención inmediata. A ver si alguien se animaba a echarles una mano...

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Confundus.

 

Pensé rápidamente cuando nos ubicamos de frente con Melrose Moody, una fenixiana declarada que seguía libre a pesar de todas las visitas que se le había hehco en incontables ocasiones, a la bruja le gustaba ser cazada y en esta ocasión debía de sentirse afortunada de que estuviéramos nosotros presentes para dejar su cuerpo herido en un hospital. Lucky her.

 

Preferí no hacer ningún otro movimiento porque sería un completo desperdicio, es decir, nunca recibiría ayuda de sus amigos o familiares, sobre todo porque la única que se oponía a los mortífagos había muerto el día anterior al tratar de defender a Bel en un negocio no muy lejos de ahí, en el callejón Diagon.

 

- ¿Alguien la colgará de los pies? - Mencioné en tono de burla, al parecer ese era el movimiento significativo de las últimas muertes, además de que se veía muy gracioso.

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Sentía el llamado, una magnifica sensación que había sentido dos días seguidos. Era toda una revelación, de eso no tenía duda, era muestra clara de que los mortífagos estaban más vivos y presentes que nunca. Con una sonrisa en los labios, vio su reflejó en el espejo de cuerpo entero que adornaba su habitación, negando lentamente supo que tenía que modificar su apariencia y eso justamente es lo que haría, haciendo uso de su metamorfomagia.

 

Aquel día, quería un look un poco diferente. Por lo que dejó que sus rubios cabellos se convirtieran en rojos, y su suave piel, adquiriera un matiz moreno, tal cual lo tenían aquellas personas de la costa del pacífico mexicano, mientras que sus ojos adquirieron un tono café, totalmente ajeno al verde tradicional y que tanto adoraba. Nadie podía reconocerla, así que permitió que su marca tenebrosa se viera totalmente expuesta en su antebrazo izquierdo.

 

Cerrando los ojos, dejó el ardor del tatuaje la guiara. Pasados algunos segundos, contra todo pronóstico la traslado hasta las afueras del hospital mágico de San Mungo. Con una sonrisa en los labios y su varita en mano, comenzó a adentrarse y continuó con su fácil camino, hasta encontrar el sitio en el que se hallaba Isaac, Zack e Ishaya, sus compañeros que en esa ocasión, serían los que acompañarían su aventura.

 

—Espero no llegar tarde…. —saludó con una cabezada a todos y miró a la victima.

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- Sírvete.

 

Saludé a Mía quien iba llegando al lugar para poder ser parte del selecto grupo de cazadores de aquel día mientras pensaba en un levicorpus para levantar de los tobillos a Melrosa y dejarla boca abajo a unos dos metros del suelo, una posición perfecta para que pudiera servirnos de tiro al blanco con los hechizos que estábamos preparando para ella.

 

Justo en ese momento comencé a invocar el aura del poder creando estrellas fugaces de un brillo blanquecino por encima de nosotros, esto con la intención de que mis compañeros tuvieran la posibilidad de aumentar sus hechizos durante unos momentos y poder tener un desenvolvimiento en la batalla más... perfecto. digo, obviamente no lo necesitaban, pero siempre era bueno el poder utilizar los conjuros de los libros de hechizos.

 

Esperé pacientemente mientras observaba los resultados de mi conjuro. Esto era simplemente mágico.

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