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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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—Oh... supongo —murmura, con un tono de duda que, con Mel, no se preocupa por disimular. Lo cierto es que a Ellie no le encanta hacer nuevos amigos; por un lado, está su carácter introvertido, y por el otro, ¿par qué necesita conocer gente nueva, si los que conoce están más que bien? Aún así, es consciente de que si se adaptó tan bien a Inglaterra fue por las relaciones que fue cosechando en su familia, el trabajo e incluso en los cursos universitarios. Formar nuevas amistades nunca está de más y, sí, quizás Mel tenga razón y logre sacar algo bueno. Ellie está segura de que, de la mayor parte de sus relaciones, ha ganado virtudes. Con Ollivander, su paciencia fue puesta a prueba más de una vez; con Richard, ha aprendido a no dejarse intimidar por el sarcasmo y las sonrisas misteriosas; gracias a Mel y Hobb, intenta ser más empática con las criaturas mágicas y animales, e intenta dejar de distinguir entre seres y humanos, y verlos a todos como personas.

 

»De todas formas, cuenta conmigo para investigar el asunto de los lobos.

 

Al bajar la mirada al plato, Ellie es consciente de todas las galletas que ha comido sin haberse dado cuenta. Aquello es malo; últimamente, ha subido de peso y la panza se le marca en las túnicas, lo cual no es nada favorecedor. Con un deje de culpabilidad, deja la galleta que había tomado en el plato y en cambio le da un sorbo a su taza de café. Mel entonces le hace una pregunta que le parece bastante extraña.

 

¡Nae! —replica de inmediato, con una sonrisa de confusión—. ¿Acaso me imaginas allí? —suelta con una breve risa, sacudiendo ligeramente la cabeza— Pero admito que he estado un poco involucrada. Una amiga comenzó a trabajar allí hace poco, y le estaba explicando cómo funciona todo. Leí sobre el tema en la Universidad. Pero... no, no estoy allí. A veces pienso en regresar al Ministerio de Magia, pero admito que me gusta la libertad. Trabajar para mí misma, por mí misma. Allá... no sé. No puedo evitar sentirme como una subordinada —murmura—. Pero no puedo vivir de la "libertad" para siempre, ¿no es cierto?

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La Rambaldi hace caso omiso a lo que su madrina le dice desde un balcón no muy lejos de ella, nota que no esta sola lo cual la pone un poco nerviosa no suele estar con muchas personas pero no era el caso, saori recordó que no había necesidad de entrar forma mente cuando tenia ya su licencia de aparición con liberta entra con un poco de descaro a la mansión moody pero su mente algo distraída apareció un poco mas lejos de donde se suponía debería estar al no tener mucho conocimiento de los aposentos de los moody logra salir de un pasillo escuchando raras voces que tal vez no deberían estar allí pero hasta donde sus ojos le permitieron ver su madrina solo estaba con una persona tal vez tenían mas visita en diferentes puntos de la casa- Umm ahora donde busco - dijo mientras sus tacones hacían sonar el piso, mirando a su alrededor estudiando el campo donde estaba pudo escuchar la voz de su madrina muy a lo lejos, sus instintos le ayudaban a indicar el paradero de su madrina y su acompañante. No muy lejos y con cierta curiosidad llega aun lugar de u esplendido balcón que casi segura tenia toques de su madrina tal vez la primera impresión no era la mejor ante su madrina pero cada instante cuenta.

 

La asiática emprendió los pocos pasos que le falta para llegar durante eso noto por uno de las ventanas a una joven al parecer un ambiente cómodo y con libertar, pero saori mostró poco interés asomo un poco su cabeza y pudo ver a su madrina tomando el té.

 

-Hola madrina como estas.- dijo haciendo una pequeña reverencia como era costumbre o tradición oriental para ella .- Veo que disfrutan de una taza té, espero no haber interrumpido en lo que estaban .- dijo mirando a la joven acompañante de su madrina .- Oh¡ muco gusto mi nombre es Saori Rambaldi - dijo mientras estiraba su mano a la joven para o ser tan descortés .- Veo que el lugar ha cambiado un poco no?.- dijo re ojeando todo a su alrededor .- Ay alguien aquí aparte de nosotras tres .- dijo algo curiosa por aquella voz que escucho no muy lejos de donde estaba.

 

 

 

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Richard no respondió. De hecho, por un momento ni siquiera se movió. Luego, la música empezó a cambiar, la melodía de Rusalka se tornó más intensa y su cabeza se sintió abrumada y estrechada por una sensación de ahogo. Él esperaba que Richard dijera algo pero Richard, luego de haber saludado a Athena, de haber percibido su calidez por unos breves momentos y haber creído que el vacío se había ido, había retirado la mirada y se había sumido en la fangosa oscuridad de siempre.

 

Así que se incorporó de nuevo de su asiento con movimientos pausados para dirigirse hacia el gramófono una vez más. Daba la impresión de un anciano, más que la de un adulto. Por dentro, casi podía percibir la novena sinfonía de Dvorak resonando en algún rincón apartado de su mente, el lado siempre alerta de sí mismo, su inmortalidad, burlándose de su situación con una mueca que era más bien una máscara, mientras sonaba un animado Allegro con fuoco.

 

Mas no fue esa pieza la que colocó en el gramófono. En su lugar, se agachó un poco para tomar un olvidado vinilo, que descansaba en una pila que no tocaba con regularidad. Sopló la superficie para que el polvo saliese volando y luego terminó de limpiar la superficie con el reverso de su manga antes de extraer el disco de acetato con dedos tersos y cuidadosos, más suyos que ajenos ahora. Era una pieza de realización reciente pero cercana a su corazón, como la primera vez que la había escuchado hacía ya mucho tiempo: en el Opera Garnier, durante la transición de primavera a verano del año 1910. El Ballet Ruso, con sus movimientos gráciles y novedosos ideados por Fokine, que había cautivado y escandalizado por igual el gusto parisino.

 

Cuando la pieza empezó a sonar, Richard no pudo evitar pensar en el sangriento Shah, asesinando a sus esposas por la traición de una de ellas y recordaba, todavía algo fresca en su memoria, la imagen de aquella mujer que había visto sobre el escenario, los sensuales movimientos de su cuerpo mientras representaba el engaño de la esposa del Shah, toda cubierta de colores dorados y él, el amante, oscuro y seductor, llegando hasta ella para poseerla sin saber cómo ambos serían conducidos hacia la muerte.

 

Recordaba todavía cómo había vislumbrado a Pandora no mucho después, aunque ella jamás llegase a saber que él la había visto, viva, caminando por París como si los siglos no hubiesen pasado; como si hubiesen triunfado sobre la muerte. El violín de la pieza le recordaba a ella, su valentía y también representaba la valentía de Scheherazade, porque ninguna de las dos había sido vencida por el temor. Era tan irónico que hubiese sido justamente al final de su vida que ella decidiese volver a Rusia, donde la pieza de Korsakov había sido ideada, en su amada San Petesburgo. Allí, había caído la nieve durante días eternos antes de que Pandora se decidiera a abandonar la dacha en donde se habían refugiado, antes de pedirle a Catherine que la reemplazara, que le otorgara el regalo de la muerte. En esa dacha, habían sido hermanos de nuevo y habían recordado incontables días y noches, que habían vivido separados el uno del otro, ajenos a la existencia del otro, saldando al fin la deuda de haber abandonado al otro. Habían reído, cenado y patinado en el hielo y coincidido en que su época favorita para ese lugar, había sido durante las noches en que ese lugar había tenido el nombre de Leningrado. Richard, por un efímero instante, había sido de nuevo humano.

 

Luego, los hechos se habían sucedido demasiado rápidos unos a otros y nadie preguntó, ni se cuestionó, cómo fue que una muchacha con el temple de acero y la memoria modificada hasta un extremo peligroso, había decidido llegar a reemplazar el lugar abandonado por una vampiro. Las preguntas, habían girado en temas más prácticos ¿quién era ella? ¿qué hacía allí? ¿por qué no habían sabido nada de ella antes? ¿quién era esa mujer desagradable y sin modales que se atrevía a venir sin ser llamada por la familia de quien yacía postrada a puertas de la muerte?

 

Y Richard, había presenciado una vez más el derrumbe de su propia humanidad y había apretado la mano de su hermana para despedirse, sin atreverse a seguirla a la muerte. Cuando pensaba en todo eso, el único deseo que tenía era el de olvidar, olvidar que había traído su alma de vuelta, que aún ahora, había en el castillo Evans McGonagall un cuadro que debía ser quemado por completo.

 

En comparación, dejar ir a Athena no tenía por qué ser difícil. Ella se marchaba para tener una vida, exactamente lo que se suponía que debían hacer los humanos. Algo crecía dentro de ella, algo que aterraba a Richard, algo que podría destrozarla por dentro si algo salía mal. Pero Athena no moriría, al menos no de esa forma, de eso iba a encargarse él como sea. Ella viviría y si tenía que ser al lado de un pobre idi*** de dudosa procedencia, si ella lo había elegido así...

 

Richard negó con la cabeza antes de contestar por fin, al volverse hacia su asiento:

 

—¿Conversación de "hombres" dices? —bufó y lo miró directo a los ojos deseando haber oído mal— ¿Y quién te hizo creer que eres uno, me pregunto? —miró a Athena con expresión condescendiente como si ella fuese la culpable de que Gryffindor se engañase a sí mismo— Ella se queda. Puede ir a donde le de la gana y hacer como le plazca y tú no vas a darle órdenes o empezaremos esta conversación muy mal —aclaró, y en ese preciso instante, Freya le alcanzó una copa de Burdeos, por el olor Richard adivinaba algo cercano a un Cabernet Sauvignon, de cuya copa Richard tomó un trago antes de puntualizar—. Mis poderes mágicos están mermados pero los de ella no. Es una bruja, con amplios poderes que tu ni siquiera alcanzas a vislumbrar o sopesar, no una muggle de la calle a la que puedas mangonear como a tu criada.

 

Freya había alcanzado también una copa a Gryffindor pero por poco dejó caer el recipiente al escuchar las palabras de Moody. Él, tan sólo la fulminó con la mirada, antes de que ella entregase adecuadamente el vino y se retirase. Ningún vino fue servido para Athena, si no tan sólo un discreto jugo de frutos rojos.

 

—¿Y bien? —alzó una ceja, intentando no pensar en todo aquello que se agolpaba tras los pensamientos más mundanos— ¿Qué es lo que tengo que saber a éste específico?

 

Cualquiera que lo conociese, sabía que a Richard no le gustaba desperdiciar palabras, así que si había dicho ya tanto en tan poco tiempo, era porque realmente, estaba yendo directo al grano y realizando un esfuerzo sobrehumano en ello.

 

@@Thomas E. Gryffindor

 

Melrose Moody - Segundo piso

Se siente aliviada de que Ellie crea que su teoría de los lobos es buena. No habría estado del todo segura por ella misma, es decir, siempre ha admirado a su prima por eso justamente. De hecho, había vuelto con ella a la mesa para tomar más té y galletas gracias a quitarse ese peso de encima. Sin embargo, sus deducciones sobre su trabajo sí que habían resultado nefastas.

 

—Oh.... yo pensé... debo haberme equivocado —se siente apenada pues sabe que es un tema todavía algo sensible para Ellie.

 

Mel no quiere que piense que intenta reprocharle algo o cosa parecida, de hecho, admira su dedicación por la enseñanza y la investigación; para ella, es casi toda una erudita a pesar de su corta edad. Estaba a punto de añadir algo a ese respecto cuando la cabeza de Saori asomó también allí arriba y Mel perdió su oportunidad. Ya se disculparía luego.

 

—Buen día Saori —saludó Mel agitando la mano e invitándola a sentarse en un cojín alrededor de la mesa ratona. Sólo en ese momento había notado su torpeza de ofrecerle la escalera de mano, teniendo en cuenta su calzado, pero agradeció que la muchacha fuese habilidosa y lo hubiese logrado de todas formas—. Esta es Eileen Moody —la señaló con la cabeza con expresión amable— y... —se quedó unos segundos en silencio antes de concluir— bueno, sí, tuvimos que mudarnos aquí a Luss. Abajo sólo se encuentra el patriarca de la familia pero anda un poco ocupado, así que por eso nos refugiamos aquí.

 

Lo había dicho con tono ligero pero no tenía idea de cuán ciertas eran sus palabras en realidad.

 

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De algún modo se encuentra con Freya e instantes después de seguirla se haya al interior del hogar de los Moody, está algo diferente de la última vez que lo vio con claridad; luego del ataque perpetuado por gemelos en que la estructura terminase reducida a escombros. La reconstrucción tomó tiempo y definitivamente no quedó igual, habían ligeros cambios pero que, a su juicio, le sentaban bastante bien y que logró identificar mientras caminaba por uno de los pasillos hasta alcanzar la sala en que increíblemente estaba Richard y Thomas... ¿Qué hacían esos dos ahí?

 

Fue probablemente la misma impresión de la escena lo que le impidió negarse al abrazo de saludo que su padre le brindaba. Con los cinco sentidos activos habría protestado al menos, pero no, esta vez vez se dejó envolver por los brazos de Moody, aunque él también parecía algo torpe con esa muestra de afecto. Una arranque, diría ella. La elfina vuelve al lugar para ofrecerle un par de cosas dulces que últimamente tanto disfruta y que la pequeña criatura sabe que adora. En todos este tiempo creía que solo Dysis conocía allí sus gustos, su propia elfina era quien siempre cargaba con su caprichos en cuanto a comidas o postres.

 

—Mu---muchas gracias Thomas... —Se guardó las ganas de llamarle de otra manera pues todavía no estaba segura en que plan estaba su padre. Aceptó el ramo de flores sin poder evitar acercar la nariz para sentir el aroma que desprendían. —Son muy bonitas.

 

Le dirigió una mirada del tipo "¿Por qué no me dijiste que vendrías? ¿Qué haces aquí?" Que esperaba él supiese entender, porque claro ella no lo tenía planeado pero ya que estaba por el lugar pensó que era buena idea poner al tanto a Moody sobre lo que estaba aconteciendo en los últimos meses con ella. De paso ver si estaba más recuperado. Kendra le dio a entender el complicado proceso que se vive cuando se cambia de cuerpo, y aunque Athena no comparte él que el viva así toda su vida tampoco puede hacer o decir nada que le haga cambiar su condición. No hay más remedio que aprender a convivir y aceptar en alguna medida lo que él es y las capacidades que tiene.

 

Siente que se ha perdido de algo, el ambiente está silencio y comenzando a ponerse tenso. Le queda más en evidencia luego de que Thomas le pide salir de alli pero Richard no responde nada, solo de dedica a cambiar la música que suena en el vinilo.

 

Vuelve a dirigirle una mirada significativa a Gryffindor, como para que se prepare. La respuesta no tarda en venir, lamentablemente, un poco como al esperaba. No tardé en suspirar con paciencia y resignada.

 

No parece muy prudente comenzar a hablar, aún así se arriesga.

 

—Vamos Richard, no fue una orden, más bien una petición. Creo que él tiene más que claro quien soy y que límites tenemos entre nosotros. —No valía la pena suavizar la relación que tenían, no a esas alturas. — ¿o tu crees que me hubiese quedado a su lado todo es tiempo sino me respetara? —No habló molesta, ni en un tono más fuerte. Lo de su chico eran más que nada nervios, unos que iba a tener que aprender a dominar para luego dejar atrás.

 

No supo de donde apareció la elfina acercándole un vaso con jugo a diferencia del vino que llevó a los dos varones presentes, ¿acaso ella era capaz de conocer su estado? ¡Rayos!

 

—Supongo que solo voy a aprovechar la situación... Richard, hay algo que quizás deberías saber...—Su intención fue ponerse junto a Gryffindor y tomarle de la mano mientras en la otra aún sostenía el vaso. —Sucede papá, —puso énfasis en la palabra pues era de las primera veces que lo llamaba directamente así. — que Thomas y yo estamos saliendo desde ya bastante tiempo, y bueno, algo a sucedido, y es que vamos... —debía estar un poco contrariada pues habló algo rápido. No era una niña pequeña como para estar así de nerviosa ¿era eso normal? — Bueno, vamos a ser padres dentro de unos meses más...

 

Esperaba que lo mejor fuese decirlo sin anestesia.

 

Aún no entendía que hacía Gryffindor allí pero era mejor aprovechar el momento y contarlo con él a su lado. Le daba seguridad, le daba tranquilidad y pese a que la noticia a ellos también les cayó de sorpresa y no se lo estaban buscando, sabía que lo estaría a su lado.

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  • 2 semanas más tarde...

Las palabras de Athena hacen eco en su cabeza, recordándole una ocasión anterior en donde alguien había apaciguado su proceder, cuando intercediera en favor de alguien: Pandora, hablando de Mordred. Aparta la idea de su cabeza, casi enseguida, porque sabe que ambos eventos no son comparables en realidad. Gryffindor no es un demonio que vaya a extraerle la vida a su hija... al menos no de la manera literal. Quiere creer que su hija tiene mucho mejor criterio que su hermana, porque supuesto debe haberlo heredado de él o de su madre. No quiere considerar la alternativa, teniendo en cuenta que su tía también fue familiar suyo si bien no en línea directa.

 

De hecho, estaba tan sumido peleando con sus propios pensamientos que por poco pasó de largo de la declaración de Athena. Ella, llamándolo padre. Vaya forma de suavizar su humor; tuvo que tomarse unos momentos en silencio para considerar qué o cómo se sentía, si acaso sentía algo. Decidió que sí, efectivamente sí le despertaba un sentimiento: se sentía engañado. Fue todo lo que pudo hacer para contener un improperio. Sin embargo, no era culpa de ella el que Richard hubiese encargado que la espiaran. Era parte de su rutina.

 

—Lo sé.

 

Su respuesta es parca pero cargada de significado. Dirige una mirada torva hacia Gryffindor, antes de volver a plantarse sobre el sillón individual y arrebujarse allí, sintiendo la debilidad corporal de nuevo. No sabe qué más decir ¿hay acaso algo que esperen de él? Duda que se trate de su bendición o algo similar porque claramente no la han necesitado hasta ese punto para poder... formar una criatura que ahora crece en las entrañas de su hija, amenazando su vida. No hay nada que puedan hacer para convencerlo de que esa cosa no es un peligro: es quizá una de las pocas desventajas de haber nacido en el siglo quince durante el Sacro Imperio Romano. En su cabeza, su hija no volverá a ser la misma mientras esté embarazada y menos aún cuando sea madre; será vulnerable en una manera en que jamás lo sería de otro modo.

 

Quizá para algunas personas fuera difícil de entender pero las épocas de Richard habían sido muy distintas para las mujeres. El propio Richard había sufrido el entero proceso, debido al talento de su hermana, imposible de reconocer para su época, causando sólo humillación para él por no estar a la altura de sobrepasarla en cuanto a manejo físico y de la magia y rechazo de parte de la corte húngara ¿Y cómo habían terminado ambos? Él viviendo como un ladrón de cuerpos y ella como una vampiro, para luego matarse. Quiso soltar una carcajada amarga pero ésta quedó atorada en su garganta sin motivo aparente. Los sentimientos que empezaba a desarrollar quedaron paliados por la nada y la inconsciencia una vez más. Así que no le quedó más que dar curso a la única alternativa que le quedaba: vocear sus pensamientos más honestos, cosa que nunca hacía.

 

—¿Qué es lo que quieren de mí?

 

@@Thomas E. Gryffindor @@Athena Rouvas

 

qué raro, apenas noté que ya puedo etiquetar a Athenuki ;-;

Editado por Melrose Moody

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  • 2 meses más tarde...
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ERa la primera vez que se le encomendaba hacer una entrega a domicilio de algún objeto comprado en el Magic Mall. Le alegraba que la compradora fuera una bruja conocida de ella, Eileen Moddy. Lo que no le agradaba mucho, era tener que llevar dos jaulas aun lugar tan retirado. Para empezar, una jaula llevaba un dragón, bestia nada fácil de transportar y de pasar desapercibida; la segunda jaula llevaba un escurridizo escarbato mas inteligente de lo que le convenía.


Mas la parte difícil no fue esa, si no tener que transportarlas hasta Escocia, a la orillas de un tal lajo Lomomg que Fiamma visitaba por primera vez. Si no fuera por los animales, hubiera bastado con aparecerse hasta las afueras del lugar; sin embargo, las criaturas tenían que ser trasladadas por tierra y de manera muy cuidadosa. La residencia de los Moody se encontraba a las afueras de una zona residencial en un pueblo muggle llamado Luss. Parecía mas una cabaña que una casa. El bosque que se encontraba a sus espaldas, solo contribuía mas a esa atmósfera montañosa con sus colores, olores y texturas.


-No se en qué momento me ofrecía hacer entregas personalizadas. Creí que solo iba a ir a dejarle un par de anteojos a alguna casa en Ottery.


Afortunadamente no estaba sola, un par de elfos del Ministerio de Magia le acompañaban en el camino. Avanzaron por calles empedradas hasta que llegaron a un pequeño camino de tablas de madrea incrustadas en el suelo que les condhujo hasta la entrada de la casa Una bonita puerta color escarlata les daba la bienvenida.


Colocaron las jaulas al frente de la choza, cuidando de no maltratar nada a su alrededor. El dragón emitió un gruñido y abrió los ojos, parecía saber que había llegado a su nuevo hogar. El escarbato asomó su hocico etre los barrotes, empezaba a buscar objetos brillantes que acumular a su colección de tesoros. A Fiamma no le agradaba nada tenerlos enjaulados, pero desconocía otro método para transportalos.


Se acercó a la puerta y tocó fuertemente un par de veces.

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Le estrecha la mano a la recién llegada intentando lucir cordial, pero sin poder disimular lo tenso de su sonrisa. Si bien la apariencia de Saori es la de una muchacha con quizás la mitad de sus años, Ellie no puede evitar sentir la incomodidad que provocan los desconocidos en ella. Que Mel le haya dicho que se trata de su ahijada le ayuda a calmarse, aunque todavía le resulta extraño enterarse de que su prima es madrina y que, además, lo sea de una bruja que bien podría tener su misma edad. Ya que Mel se encarga de presentarla, Ellie no añade nada que un vago "mucho gusto". Durante un rato se quedan en silencio, comiendo galletitas y bebiendo café, sin saber de qué conversar o simplemente sin atreve a decir nada... Por fortuna, unos golpes en la puerta principal de la casa quiebran la tensión.

 

—Iré a asomarme —murmura Ellie, poniéndose de pie para caminar hacia el balcón de la recamara de Mel.

 

Antes de atravesar el umbral, puede ver lo que, en el primer momento, parece ser una enorme prisión. No tiene la menor idea de en qué momento pudo haber aparecido aquella estructura en el humilde jardín de los Moody... o, peor todavía, en qué momento un dragón apareció allí. No tarda en comprender de qué se trata. Para Ellie, no se trató de comprar una mascota exótica. Aunque sí hubo una buena cantidad de oro de por medio, para ella, se trató de liberar a una criatura mágica de su cautiverio. Si bien fue Hobb quien logró despertar su empatía, por más pequeña que fuera, por los animales, prefirió no comentarle nada al respecto. En realidad no pensó que fuera necesario, pues no pensó que un Ridgeback Noruego estaría en los terrenos de la casa.

 

Es una fortuna que los jardines estén encantados para "suavizar" las escenas que pueden ser extrañas para los muggles que viven en el pueblo. La casa está razonablemente alejada, pero de todas formas, si un no mago se asomara, lo único que vería sería a una lagartija en una pequeña jaula y a un ornitorrinco en otra.

 

—Eh... eh... iré a atender un asunto —murmura Ellie, apresurándose a correr hacia la puerta de la habitación y bajar las escaleras a toda prisa, antes de que Freya atendiera la puerta y, por lo tanto, Richard saliera a enfrentar al desafortunado empleado que había traído a un dragón a su casa. No se asoma para ver si Mel y Saori la siguen.

 

Abre la puerta pero, en lugar de dejar entrar al visitante, es Ellie quien sale al porche y cierra la puerta a sus espaldas. Entonces, levanta la mirada y reconoce a la bruja.

 

—Oh... hola, Fiamma —saluda, con una sonrisa nerviosa. No se imagina cómo la bruja pudo traer ella misma al dragón hasta allí... espera que sin castigos físicos de por medio—. Lamento la molestia —se apresura a decir, pues no había previsto que la entrega fuera personal. Le da un poco de pena haber puesto en apuro, quizás, a Fiamma y a los elfos que la acompañan.

 

»Odio las jaulas, pero no puedo soltarlo aquí —murmura, pues sabe que no podría controlar al dragón—. Creo que será mejor que llame al Departamento de Criaturas, para organizar su traslado a la Reserva... Ah, qué tonta soy —suelta, sacudiendo la cabeza. Hace apenas unos momentos, Mel le habló de su nuevo empleo— ¡Mel, ven acá!

 

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La Rambaldi estaba un poco apenada por esa intromisión de la nada no era su educación pero quería aprovechar su licencia de aparición ya que es mas fácil así que estar montando a su ave aunque no era molesto pero su amigo necesitaba su espacio, la acompañante de su madrina era una joven muy hermosa pero era la primera vez que la veía un corto saludo de cortesía, saori la miro y acento con su rostro de porcelana a la joven. Un "mucho gusto " Salio de la mujer que se encontraba con Mel.

 

-también un gusto .- Responde un poco nerviosa. un momento incomodo para las dos jóvenes hasta que unos golpes sonaron y la joven fue abrir con tal rapidez para no sentirse mas incomoda saori la vio marcharse y tomo su asiento con dilates cruzando su piernas, miro a su madrina y dice.

 

-Bueno, señorita Moody que me cuentas de nuevo jejje .- un risa salio de la nada para ambientar un poco.

 

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  • 2 semanas más tarde...

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No pasa mucho antes de que le abran la puerta, pero apenas sale su anfitrión, cierra la puerta tras de si. Para su agradable sorpesa, se trata de la buja que fue a buscar, lo que le ahorraría un poco de tiempo. NO le queda claro porque cierra la puerta tan presurosamente, pero igual con carga tan grande, no es que pudiera aceptar una invitación a pasar a la casa.

 

-Hola Ellie, he traído tu compra- responde a su saludo. -No ha sido ninguna molestia, de vez en cuando nos gusta entregar personalmente para garantizar el buen resguardo de la mercancía, especialmente cuando es tan delicada como la tuya.
Notó el nerviosismo de la bruja, ¿o era incomodidad?. Quizá era el temor de que algún muggle las viera pese a todas las precauciones que se encontraban activas. Los animales solo eran enviados a la reserva si el comprador así lo inidcaba de manera formal a los empleados del Magic Mall. Por alguna razón, muchos magos y brujas gustaban de tener sus criaturas en los terrenos de sus residencias. ¿Porqué? A eso no tenía respuesta.
-Desgraciadamente solo los podemos transportar en jaulas por el momento, no hemos recibido la capacitación suficiente para volar con los dragones-. Ante su sugerencia añade -Creo que definitivamente e slo mejor, que el departamento de criaturas se encargue, ya sea de transportarlo o de ayudarte a crear las condiciones necesarias para que lo tengas aquí contigo.
El lugar era muy bonito y el dragón tendría mucho espacio para volar libremente y buscar su propio alimento. Caso distinto a aquellas residencias que se encontraban en pleno Ottery, por mas espaciosas que fueran, siempre corrían riesgo de que algún muggle los viera.

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  • 1 mes más tarde...

Otro día más, Ellie decide quedarse en casa. Sabe que, tras haber recuperado su añorado empleo en el Departamento de Misterios y estar todavía en su primera semana, no es una buena idea faltar al trabajo y, además, no molestarse en escribirle al director Ryvak y tener la decencia de inventar una mentira. Mientras está en la cama, estirándose y desperezándose, uno de sus primeros pensamientos es que debería notificar que no se siente bien físicamente y que, mientras se recupera, adelantará algo de trabajo en casa. No es una mentira. Sabe que no está enferma, pero sí tiene cierto malestar que la hace sentir cansada y hastiada de todo lo que se encuentra en Londres; aún así, con el material que se trajo de casa, su trabajo no se ha detenido. No espera que el director le pague esos días, sino que tiene la esperanza de, por lo menos de momento, mantenerse a salvo, ya que actualmente el Ministerio de Magia es lo único que le da ingresos para apenas sustentarse.

 

Pierde la noción del tiempo, pensando en aquello. No es que importe, en realidad. Ya con menos sueño, se dirige al baño —necesita usarlo, antes de que Richard despierte y entonces comience su larga rutina matutina—, se cepilla los dientes y se lava el rostro, para bajar entonces a la cocina, todavía con el camisón de dormir y un sobretodo celeste por encima. Mel no está ahí ¿seguirá durmiendo o ya habrá salido al Ministerio de Magia? Le gustaría tomar el desayuno con ella.

 

«Es increíble —reflexiona Ellie, sintiéndose un poco culpable—, lo distanciadas que personas que viven bajo el mismo techo pueden volverse».

 

Esperando que su prima todavía esté en casa, pone a hervir agua para preparar el café y busca en la alacena algo para desayunar. La sangre baja de su rostro, cuando se da cuenta de que está casi completamente vacía, al igual que su bolsa de galeones. Tendrá que ser suficiente con una botella de yogurt, cereales y un poco de fruta. «Deberé ir a Gringotts y sacar un poco más de mis ahorros», piensa, mientras se dispone a lavar la fruta para cortarla.

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