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Hotel Transylvania (MM B: 109297)


Annick McKinnon
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-Oooooh, bienvenida, señorita, bienvenida- La bruja lo vio dudar entre  saludarla con la mano con que sostenía aquél trapo que goteaba o seguir intentando limpiar el desastre. No deseaba de ninguna manera ser grosera por lo que le dio la mano, pero el joven se arrepintió y terminó dándole palmaditas en el brazo como quien acaricia un animal amistoso.

-¿Y cuál será en esta ocasión aquella habitación favorita de Goob actualmente? Suele cambiarla cada luna llena...- Esperaba que no fuera la de ella, donde guardaba tantos objetos y recuerdos. Era capaz de volver a matarlo, si es que eso era posible, de haberse colado en su habitación.

Hacía tanto tiempo que había desaparecido del mundo mágico que ignoraba las circunstancias en que se encontraban muchas cosas, desde los negocios hasta las mansiones y haciendas familiares. Tenía la certeza de que todos ellos podrían arreglárselas sin su presencia, a pesar de ser la matriarca de los Tonks. Haberlos dejado le pesaba profundamente, sobretodo porque sentía que defraudaba a Ishaya, su padre, quien había muerto tiempo atrás, pero las cosas no podían ser de otra manera. Estaba segura que donde sea que él estuviera ahora, lo comprendería.

-¿Goob? ¿Qué pasa con él? No habrá hecho otra de las suyas, ¿o sí?-

Se olvidó de esos pensamientos cuando una voz conocida interrumpió en la habitación. No la había visto aún, pero su voz era inconfundible. Supo enseguida de quien se trataba y una sonrisa se dibujó en su rostro, aún joven, pero marcado por el transcurrir de los años.

-Perdóname... Pero es que no fue planeado, nada de esto ni lo que ha pasado.- Dijo a su amiga, tras soltarse de su abrazo que duró varios segundos que se sintieron una eternidad. Pero no de esas eternidades incómodas, sino todo lo contrario, de esas que no quieres que terminen. -¿Sabes que me alegra tanto verte? Pensé que estarías no sé... Con lo de Elvis y todo...- No encontraba las palabras exactas, pero se alegraba de verla.

-¿Vas a invitarme a beber algo o debo pedirlo yo?- Sonrió a su amiga. Aquello era una franca invitación a sentarse a charlar como en los viejos tiempos. La tomó del brazo y empezó a encaminarse al jardín, pero entonces ahí de donde el humo salía a consecuencia del líquido azul, éste emitió un chasquido y una flama violeta empezó a consumir la alfombra. La Tonks miró a su amiga en busca de respuestas, pues desconocía la naturaleza tanto del líquido como de aquél hombre que parecía más squib que mago.

 

@ Annick McKinnon

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• Familia Tonks •http://i41.tinypic.com/2586wd2.jpg http://i.imgur.com/7961S.gifhttp://i43.tinypic.com/2588niu.jpg• Familia Weasley •


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Por un momento la pelirroja se sorprendió al escuchar que su amiga estaba al tanto de la muerte de Elvis, pero luego dedujo que la caída del legendario Auror se había esparcido más allá de la comunidad local. Como ocurría cada vez que alguien lo mencionaba (o cada vez que estaba sola), revivió la imagen de Aarón Black retirándose la máscara justo antes de lanzar la maldición asesina…

De inmediato intentó bloquear el recuerdo. Respiró profundo y tragó un poco de saliva para deshacer el nudo que se le estaba formando en la garganta.

No tengo que invitarte. Estás en tu negocio… ¿o ya me has regalado tu parte y no estaba enterada? ―intentó bromear para despejar su mente mientras se dejaba guiar por la castaña con rumbo al jardín. Quería preguntarle muchas cosas, aunque sospechaba que no le daría respuestas concretas, quizá porque no podía o quizá porque no sabía. ¿Y si le contaba sobre la propuesta que el esposo de Mei Delacour acababa de hacerle?

Pero antes de que pudieran decirse algo más, se escuchó un chasquido, y una flama violeta comenzó a consumir la alfombra. Ambas brujas se miraron, pero Waldo fue el primero de reaccionar:

―¡Ay, no! ¡Yo me encargo! ¡Yo me encargo! ―por querer sacar rápido la varita, dejó caer la botella con la que había estado limpiando, y el líquido azul se esparció en el suelo provocando que la parte inferior del mostrador también comenzara a incendiarse.

¡Espera, Waldo! ―Annick sabía, por el pasado incidente que habían tenido con la carroza y el puente, que Waldo era de buenas intenciones pero de mal tino con la varita. De hecho, el resto de los empleados pensaba que era squib debido a los absurdos incidentes que había provocado en más de una ocasión―. Sólo se requiere ag…

Demasiado tarde.

De la varita de Waldo salió un rayo púrpura y el fuego se avivó aún más y se espació hacia los sillones y hacia un enorme baúl de madera donde se almacenaban objetos especiales para fiestas o eventos que tenían como intención entretener a los pocos huéspedes que llegaban al hotel.

¡Los fuegos artificiales! ―gritó la pelirroja cuando recordó que días antes habían guardado en el baúl algunas cosas recién adquiridas en Sortilegios Weasley con motivo de la próxima celebración de Halloween.

 

@ Elizabeth Tonks

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  • 1 año más tarde...

Londres se hallaba infestado de brujas esa tarde. Desde su llegada al aeropuerto de Heathrow hacía solo tres cuartos de hora, y durante todo el recorrido sobre el metro hasta el icónico London Eye junto al Támesis, Regina se había topado con no menos de veinte brujas de narices ganchudas y verrugosas, vampiros, esqueletos, zombies y un singular repertorio de disfraces que, no le quedó la menor duda, integraban el popular mundo terrorífico de la comunidad muggle. Ella consideraba que el día de Halloween era, sin duda también, uno de los más representativos días en los que uno podía contemplar como sería el mundo sin barreras y secretos mágicos y, no obstante, resultaba irónico y evidente la forma en como su mundo siempre sería visto por la comunidad no mágica. 

Por todo lo demás, para la francesa era un consecuente número de escenas divertidas de presenciar, aunque bien la bruja no planeaba quedarse mas tiempo del necesario en la capital para contemplar a los niños ir de aquí para allá cazando golosinas. Una rápida visita al Ministerio de Magia para arreglar algunos trámites que le serían indispensables durante su estadía en territorio galés era lo único que tenía por hacer por allí, aunque eso no evitó que visitara después una de sus cafeterías predilectas que, afortunadamente y después de tantos años, aún se mantenía abierta para el deleite de su apetito. 

Regina no quería pensar en todo el tiempo que no había puesto un pie en ese país. Hacerlo solo haría que el cálculo le produjera ansiedad; apenas se estaba recuperando de la bomba que fue enterarse de que su breve estadía en... bueno, otro sitio, había sido en su propia dimensión mucho más largo en comparación. Resultó bastante duro contemplar las elegantes canas que ahora cubrían el cabello de su madre, Amelie, y las arrugas en el rostro de su padre, Lucien, que ya no se limitaban a marcar las huellas que habían dejado sus sonrientes expresiones alrededor de sus ojos. Muchas cosas habían pasado en su ausencia, cosas importantes que, la bruja sabía, no sería capaz de recuperar jamás, pero que tendría que compensar de una forma u otra.

Reincorporarse al mundo mágico, aunque no era su primera prioridad, estaba resultando bastante confuso, pero la francesa estaba resuelta a que no eso no fuese un impedimento para embarcarse en la búsqueda de las personas que tenían un mayor significado para ella: sus hermanas. Aunque de la única que había obtenido algunas noticias a través de sus padres era Annick, luego de verla y ponerse al día, la Poulain planeaba a seguir los rastros de las otras. 

Estaba nerviosa, ansiosa. En el momento en que se apareció en los terrenos del hotel que manejaba la McKinnon, frente a la gran fachada, incluso pudo escuchar el fuerte latido de su corazón golpeando fuertemente contra su pecho, un tamborileo levemente opacado por tan solo el sonido de las hojas secas de otoño que arrastraba el viento por el suelo. Los últimos rayos de luz natural se filtraban tenuemente a través de los árboles del bosque que rodeaba el recinto, dándole una espectral nitidez a cada detalle siniestro que cubría el hotel en conmemoración de la fecha. Las manos le comenzaron a sudar, aún debajo de la capa que cubría todo su cuerpo y la gelidez que comenzaba a dominar el ambiente, pero una sonrisa desfiguró los labios de Regina a pesar, antes de dirigirse al interior.

Bonsoir —saludó en la recepción con su natural acento francés aún aferrándose a su voz tras haber estado un mes en casa de sus padres; se bajó la capucha para descubrir su rostro y la sedosa trenza rubia que le caía por un lado —, me gustaggía una suite peggo no tengo ggesegvación. ¿Tendgá algo disponible?

Regina había querido que su visita fuese una sorpresa para Annick por lo que no había dado aviso a su hermana ni se había encargado de hacer una reserva, aunque esto convellaba a atenerse a que la pelirroja no estuviese por allí o que no hubiese habitación alguna que pudiera usar en la espera. Afortunadamente el gerente del hotel en persona le informó que no había problema alguno, así que le ofreció una habitación privada al enterarse de su naturaleza mágica, con una espléndida vista hacia el lago y el bosque. Por supuesto, también preguntó por su hermana, a lo que el empleado le informó lo que sospechaba: la McKinnon no estaba allí.

Mi elfo tgaegá mis pegtenencias más tagde, merci —le avisó, cuando hizo llamar a una camarera, con lo cual solo tuvo que dirigirla hacia su habitación. 

Le pareció curioso ver aún en el interior del hotel a muchos infantes disfrazados, lo que le podría dar una razón para bajar al vestíbulo mas tarde con el fin de contemplar las actividades que aparecían listadas en un folleto que había tomado de la recepción. Apenas puso un pie dentro de la suite, sonrió al ver que había tinta, pluma y pergamino sobre una mesita de estudio al lado de una gran ventana y no dudó en sentarse a redactar un mensaje con una elegante caligrafía que distaba mucho de su joven tipo de escritura que tantas burlas había causado en una vida anterior entre sus hermanas. ¿Qué diría Annick cuando la viese y se percatara de que el tiempo no había pasado por ella? Lo averiguaría en cuanto la tuviese en frente. 

Quote

 

"Querida Annick,

Hay un Poulain en la sopa del hotel, ven pronto.

Con cariño, R."

 

Tal vez Regina ya no tenía el factor sorpresa, pero esperaba al menos mantener el misterio. En cuanto Grunthorpe, su elfo, apareció con sus cosas, la rubia le pidió enviar el mensaje a su hermana por lechuza. 

 

@ Annick McKinnon

 

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Un cielo limpio y salpicado de estrellas se alzaba sobre el hotel Transylvania, pero Annick no prestó atención a ese bello panorama. De hecho, hacía varios meses que ya no se deleitaba con la belleza de la naturaleza, y ni siquiera se dio tiempo de apreciar los sonidos de los animales nocturnos que amenizaban aquella noche. Únicamente se distrajo un momento al escuchar música amortiguada que parecía proceder de los jardines, y se preguntó si el gerente del hotel había organizado alguna fiesta para los huéspedes.

Continuó caminando a buen paso mientras se debatía entre dejarse invadir por la alegría o mantenerse serena ante una desilusión; y al sopesar aquella última posibilidad, aferró con más fuerza la arrugada nota que apretujaba entre su entumido puño derecho. Le dio un último vistazo para corroborar que había leído bien, y nuevamente intentó reconocer la letra, pero no lo logró. ¿Acaso alguien le estaba jugando una broma. 

¡Jefa, qué alegría verla aquí! ―expresó Otto Babbling, el activo gerente del hotel, en cuanto vio que la pelirroja entraba a la recepción―. ¡Esta semana llegaron varios huéspedes! ¡Parece que el hotel comienza a tener más visitas! ―anunció como si aquello fuera algo increíble.  

Otto, ¿se ha registrado alguien con el apellido Poulain? ―preguntó pasando por alto el entusiasta informe del gerente y olvidándose de saludar a los empleados y preguntarles cómo estaban.

―¿Pulá? ―repitió Otto pronunciado mal apellido―. Sí, creo que sí… me parece… ―se acarició la barbilla mientras pensaba.

¿En qué habitación está? ―de pronto el corazón de Annick comenzó a latir con mayor rapidez. ¿Acaso volvería a reencontrarse con algún miembro de la familia luego de tantos años de búsqueda infructuosa?

―¿Ha dicho «Pulá»? ―preguntó el mago mientras revisaba las notas de registro―. ¡Ah, sí, aquí está! Ha llegado hace un rato ―comentó luego de que la pelirroja deletreara la manera en la que se escribía el apellido―. Está en la suite 412. ¿Quiere que la comunique con…?

No, no. Iré personalmente. Es… ―se detuvo. ¿Qué podía decir? Intuía que se trataba de una de sus hermanas, pero recordaba que su caligrafía era diferente, así que no podía afirmar con certeza que fuera ella―. Gracias, Otto. Vendré más tarde para ponerme al día.

Utilizó uno de los pasadizos que había descubierto tiempo atrás con ayuda de los fantasmas del hotel, y pronto se encontró en el pasillo que conducía a la suite 412. Cuando llegó a su destino, notó la tensión y percibió el frío de sus manos. Hasta ese momento fue consciente de su apariencia. Intentó mejorar un poco el aspecto de su cabello, y acomodó un poco el suéter gris que llevaba puesto.

Respiró profundo y dio tres golpes en la puerta mientras los latidos de su corazón se aceleraban y un cosquilleo invadía sus extremidades. Cuando se abriera, quizá se reencontraría con alguna de sus hermanas. Entonces se preguntó qué tanto había cambiado desde la última vez que las había visto. Lo cierto era que ni siquiera ella misma era consciente de que desde la muerte de su esposo el brillo de sus ojos parecía haber desaparecido, y unas marcadas y permanentes ojeras la hacían lucir constantemente fatigada. ¿La reconocerían?

 

@ Regine Daaè Poulain

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