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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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Caminé de un lado a otro de la biblioteca sosteniendo un enorme tomo entre mis manos, lo llevaba abierto de par en par en la página 305. En la página del lado derecho había una fotografía en sepia acompañado por un texto caligrafiado en tinta café. 

"Verano de 2006, Castillo Black. Cumpleaños de Mike."

En la imagen una pequeña de cabello cobrizo corría detrás de mi versión en pequeño, desafortunadamente con vestido. Odiaba llevarlos, pero Luna siempre me insistía en que al menos en los eventos sociales no hiciera renegar a mi padre. Y yo le hacía caso. No a mi padre, sino a Luna. En el fondo de la imagen estaba el agasajado, como siempre de traje y con una copa en mano lista para el brindis. A su lado ella, toda esbelta, con la vista clavada en los terremotos de la casa. Llevaban todos una sonrisa radiante, si me esforzaba podría escuchar alguna carcajada.

- Si pudiera volver el tiempo atrás, para revivir esos momentos de felicidad, pagaría lo que fuera. - Susurré, como si quien fuera autor de la fotografía me escuchara y pudiera cumplir aquel deseo.

Cerré el libro, me acerqué a una de las estanterías y lo dejé en el único hueco disponible. Las manos se me habían impregnado de polvo, por lo que las sacudí en mi regazo antes de avanzar hacia la salida.

Si había alguien que sabía vivir en las sombras, era yo en mi propio hogar. Antes de llegar al pasillo di un giro de 45 grados hacia mi derecha. Saqué la varita del bolsillo de mi pantalón y con la punta toqué entre dos aristas de la madera que cubría la pared. Automáticamente sonó un chirrido, como suena la madera vieja cuando le dan un pisotón.

La pared se corrió a un lado como si fuese un portal hasta dejar el espacio suficiente para que mi cuerpo entrara sin hacer mucho esfuerzo. Di un primer paso hacia el interior de la rendija, luego el otro, y cuando me pude encontrar de lleno dentro de la pared la madera cerró detrás mío sin dejar rastro.

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  • 2 semanas más tarde...


No era mucho que había estado dentro de la mansión esperando encontrar a su tío Aaron o cualquier otro familiar que estuviera dentro de los lindos de la propiedad, le resultaba muy extraño y cambiado todo después de lo que  podría los años hacer en esta situaciones. 
Aún su cuarto estaba intacto y no era mucho pedir que los elfos que no le agradaban habrían hecho su trabajo de mantenerlo aún ordenado y sin polvo. Lo bueno de todo ello era que aún siendo un Black la sangre le llamaba y no podía cambiar aquello si no lo quisiera. 

La familia estaba ahí pero cada uno con sus cosas, era algo normal que las charlas seguían siendo largas como entretenidas aunque los temas normalmente le resultaban algo tedioso y mucha veces no entendía pero igual necesitaba empaparse de ello y saber en qué más podría aportar.
Sabía bien como su tío Aaron pensaba y que planes hubo tenido en el pasado , no todo pero lo que escucho debía quedarse , de la misma manera los rostros de ahora eran otros y eso no le incomodaba más bien la intriga y la curiosidad estaba a flor de piel.

El pasear por este lugar le trajo algunos tantos recuerdos gratos y sería bueno de muchas maneras conservarlos como revivirlos, de la misma forma que gota a gota se llena el cuenco y este por gravedad cae y riega la zona en que se encuentra enriqueciendo todo a su paso. 
No fue mucho que escucho un conocido refrán el cuál le lleno de conocimiento aunque el recordar es volver a vivir, eso nos lleva a crear nuevas situaciones y por ende estamos aquí.


 

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  • 1 mes más tarde...

-Yo soy Merlín, el gran mago.

-Y yo Fernando, el perro.

-¿Por que te llaman asi?

-Porque muevo el rabo ante los que me dan algo, ladro a los que no me dan y muerdo a los malvados.

-Entonces pídeme lo que quieras.

-Quítate, que me tapas el sol.

-¿A caso no me temes?

-¿Por que habría de temerte? ¿Eres bueno o malvado?

-Bueno.

-¿Quien le temería a alguien bueno?

-Soy bueno y te estoy dando la oportunidad de pedirme lo que quieras, ¿Por que no me pides que reconstruya a tu familia?

-Que mas da, seguramente otro Merlín la arrasara de nuevo.

-Mi señor, ¿Lo matamos por faltarle el respeto?

-Para nada, de no ser yo Merlín el Mago, habría querido ser Fernando, el perro.

 

Fernando estaba orgulloso de lo que acababa de contar. Con aquella historia ficticia había logrado ya vender un par de castillos abandonados de la familia Black. Las deudas de juego lo tenían contra la pared y estaba ya demasiado viejo y cansado como para huir por el mundo huyendo de sus acreedores o hacienda. -Señor Black, sabe usted bien que yo soy hijo de muggles...- uno de los interesados en la compra parecía haber reconocido de donde provenía originalmente la historia que acababa de oír. -Maldito sabelotodo.- pensó el viejo Black acercándose a su interlocutor -Y no me cabe duda que lo han criado bien, por lo que estoy dispuesto a rebajar el precio un 15%, pero ha de saber usted que me estoy arriesgando a una perdida.- lo atajo para evitar dar mayores explicaciones.

Estaban a punto de firmar el contrato al pie del Castillo cuando a través de las ventanas vieron pasar un par de siluetas. -Un momento, usted me dijo que el castillo estaba deshabitado.-  se quejo el hombre, -Elfos domésticos, sin duda, puede quedarse con ellos.- una gota de sudor producto del nerviosismo comenzó a caer por el rostro del otrora líder de la familia. -Es una ganga.- insistió sin mucha seguridad, mientras maldecía su suerte. 

¿Quién diría que un castillo habitado sería tan difícil de vender? Después de una dura negociación el trato quedo pospuesto hasta desalojar a los invasores. Años atrás el camino fácil habría sido matarlos a todos o hacer que alguien mas hiciera el trabajo sucio en su lugar, pero en la actualidad era un ejercito de un solo hombre: uno cansado, viejo y un tanto senil. Se obligo a si mismo a entrar al castillo por la puerta principal. Reconoció aquel lugar de inmediato. Barrio el lugar con su único ojo gris mientras se apartaba el cabello largo y sucio del rostro. Dio un fuerte suspiro y comenzó a subir por las escaleras mientras pensaba en que mentira decir para sacar a la gente de ahí.

 

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  • 3 semanas más tarde...

Matthew Black Triviani

La madrugada pincelaba el cielo de un tono violáceo melancólico. Black permanecía petrificado con la vista perdida entre la curvatura de las nubes tempestuosas con la espalda recostada en la pared de una alta torre, su castillo se encontraba sumido en un silencio filoso desde que sus miembros habían decidido desaparecer sin dejar rastro uno por uno, así que, allí solo, su respiración era lo único que podía oírse en toda la explanada seca. 

Arrugó la nariz cuando no fue capaz de divisar una pequeña porción de cielo en donde no se vislumbrara tormenta —al igual que en su interior— los relámpagos servían de advertencia para que corriese a resguardo y sin embargo prefería hincar los codos y talones en las muecas del tejado para no deslizarse y caer como un tonto, la altura era demasiado peligrosa y amén de ser conocedor de primeros auxilios, podría romperse un hueso seguro. En el interior, la única luz encendida pertenecía a su habitación donde todo estaba perfectamente organizado y un dulce felino de cuatro cientos años descansaba entre mantas y mullidos almohadones, velando su sueño un inmenso huargo de pelaje negro  y ojos amarillos. Rumania siempre sería uno de los más aguerridos recuerdos que el mismo se hubo impuesto quizás de manera inconsciente.

Inhalaba el vicioso aroma a tierra mojada que anunciaba la proximidad de la lluvia, aquel era para el gitano uno de los pequeños placeres de la vida. El verano se acercaba silencioso escondido detrás de una dorada primavera que arañaba los árboles florales arrancando una que otra hoja mientras teñía sus copas de tonalidades bronce, caoba y muerte. Palpó su pecho a la altura del corazón sintiéndose vacío más no se trataba sino de la singular falta del bolígrafo, no existía prenda u ocasión en que no la llevase consigo como aferre al olvido o la negación al mismo.

Muchas cosas se hacen problemáticas por una sola razón: el descontento con uno mismo.

Su grave voz parafraseó aquella frase seguido de un golpe debajo, quizás, proveniente del salón. 

Editado por Matthew Black Triviani

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Kim-1.png La rubia no se sentía feliz porque Darla hubiera decidido acudir a la boda de Ludwig y Cillian, no tenían nada contra la pareja pero exponerla de esa manera. Claro que ellos no podían saberlo. Kimberly caminaba envuelta en una fina capa de viaje, la primavera estaba casi tocando a su fin pero el clima no era precisamente el más bonito para su estado de ánimo.

 Era un sentido que caminase por el pueblo sin rumbo, Darla le había prometido que se cuidaría y regresaría a Irlanda en cuanto todo hubiera finalizado. La Black se detuvo ce pronto, observando a su alrededor, frunció el ceño al descubrir a donde sus pasos la habían llevado. La última vez que había estado en el castillo sobre la colina había sido con Otto. Mordió su labio, ella le había fallado a él y a Glenin, ya que no lo había protegido ni cuidado de nada. Es verdad que el mortífago no debería necesitar protección pero quienes le rodeaban eran tanto o más duros que él.

Contrariamente a lo que se hubiera podido esperar no había dejado de avanzar hacia el hogar de los Black. Su línea familiar era mmm… lejana en cierta forma, por decisión propia en su mayor parte, aún a pesar de que la familia es la familia, pero al igual que Andrómeda y Sirius, su rama de la familia había elegido conectarse con los muggles y en cierta forma, ella había sido una excepción, al igual que la sobrina.

Kim se detuvo, tenía la sensación de que alguien estaba observando. No le importaba correr el riesgo, ni siquiera tenía mucho sentido estar allí, era verdad, pero tampoco había motivo alguno para que un Black la atacara, o al menos eso pensaba. De igual manera, debería explicar qué demonios hacía allí y bueno, la verdad, es que ni ella lo sabía. Pero ya que estaba allí, algo debía decir, o salir corriendo, lo cual, tampoco era una opción lógica, aunque ¿qué lo había sido en los últimos siete años?

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Matthew Black Triviani

Tocar la madera retorcida de la puerta de su propia casa se sentía muy familiar y extraño a la vez, como si la magia que vivía en ella lo reconociera y reprochara el que hubiera estado ausente durante tanto tiempo. No pensaba en volver, eso se lo había planteado cuando había dejado atrás a su familia de forma prematura, augurando su propia muerte a manos de la media alma que llevaba amarrada su existencia gracias a la magia primigenia. Su presencia se había atormentado por años, casi que lo hubiera matado en unas cuantas ocasiones y, ahora que estaba separado de ella, casi hubiera reído al decir que la extrañaba. 

No, no extrañaba su voz chillona dictándole acciones o, su mente imponiéndose sobre la suya e incitándolo a llevar a cabo acciones que no quería. Definitivamente no extrañaba perder los estribos y convertirse en un lobo cuando menos lo esperaba o desatar su ira en momentos inoportunos y convertir a extraños. Pero si había algo que extrañaba; su familiaridad. Patricia se había vuelto parte de él, y él de ella, y la distancia temporal no le estaba sentando bien. 

Se bajó del techo entre una espesa bruma negra hacia la puerta de entrada, donde pudo notar a lo lejos una mujer de cabellos claros que estaba observando hacia los terrenos de los Black. Le generó curiosidad... Por lo que decidió ir a investigar.

Empujó la puerta levemente y ni siquiera crujió, moviéndose con suavidad al invitarlo a entrar en su propio hall. Amagando una acción que no iba a realizar, desapareció al cerrar la puerta y a pocos metros de la mujer desconocida se materializó. 

¿Patricia?—preguntó algo desorientado aún por su aparición. 

La muchacha solía cambiar de apariencia drásticamente, después de todo, era una Metamorfomaga. 

 

@ Tessa Brower

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Kim-1.pngPudo sentir la aparición casi al momento y dio un paso hacia atrás, moviendo su diestra hasta materializar en ella su varita, observó la figura que acaba de aparecer ante ella, no le conocía, pero le resultaba levemente familiar su aspecto. Levantó una ceja, el nombre que le había dado no le resultaba conocido para nada.

—No sé quién eres pero no soy Patricia y… —miró hacia la mansión y luego al hombre frente a ella, en serio, no quería causar problemas y que sus pasos y mente perdida en otro tema parecían haber sido una mala idea, con cuidado guardó su varita e inclinó la cabeza levemente, en señal de saludo.

—Yo...  no quise molestar... solo caminaba por aquí...  —su mirada azul pasó por la figura del mago, analizándolo de pies a cabeza, se veía interesante, pero de pronto algo llegó hasta ella, su esencia y eso la sobresaltó.

 Lycan… movió la cabeza y retrocedió otro paso, no le preocupaba que le llevara un par de cabezas, la adolescente confiaba en sus fuerzas, no por nada había sobrevivido tantos siglos. Claro que si quisiera hacerle daño ya lo hubiera hecho, aunque… la había confundido con la tal Patricia… ¿se parecería ella en algo a la mujer de la que él hablaba? Eso debería ser a menos que, claro una metamorfomaga, no, no mentiría respecto a quien y mucho menos haciéndose pasar por alguien que, si él conocía, no podría imitar sin más datos que su nombre, mejor sería presentarse como quien verdaderamente era.

—Mi nombre es Kimberly Black, como te dije, no quise molestar y  no sé quién es Patricia  y ¿quién eres tú? —preguntó con curiosidad, manteniéndose alerta pero sin la varita, igual, era capaz de hacer hechizos sin ella y defenderse con sus dagas.

@ Matthew Black Triviani

 

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Matthew Black Triviani

Sacó su varita, aquel fue el primer impulso.

La oscura vara negra contrastó con su agarre firme en su tatuada mano, increíblemente apuntaba hacia el suelo y no directamente al pecho de la blonda. Sentía aberración por no poder hacerlo, jamás antes hubo sentido para no asesinar a alguien a sangre fría, pero por un momento lo dudo. La miraba sin ver y los relámpagos se transformaron en truenos augurando el quiebre del momento. Al contemplarla por un momento la odió, no había momento en que uno notase más la ausencia de su familia que cuando aquellos que la causaron volvían. 

¿Black?—En ese instante el interrogante de si estaría preparado mentalmente y físicamente para semejante encontronazo de la vida volvía a su sistema nervioso, porque ésta misma se la había arrebatado una vez y quizás lo volviese a hacer, típico de los Black, irse prematuramente sin importarles nada.

Aquella noche no era azul, ni mágica... Tétrica y apagada. 

Nada allí se asemejaba a un reencuentro inesperado o ansiado, a nada que se pudiese anhelar desde lo más profundo del corazón. La rabia se materializó escurriendo por sus mejillas sonrojadas, no se trataba del frio, sino de aquel maremoto de sentimientos que revolvían su estomago centrifugo, necesitaba un trago, y revisar la pared familiar, para entender quien era esa mujer y porque había aparecido ahí, casi al mismo tiempo que él.

 —No estas en problemas, solo tengo curiosidad... ¿Quieres pasar?—observó al cielo, la tormenta se estaba anunciando—, eres la primera que ha aparecido luego de años, por no decir siglos en éste Castillo.

Su tono carecía de calidez, la oscuridad del firmamento hizo mella en sus negros ojos, posiblemente la mujer frente al gitano se preguntaría por qué ya no eran amables, no merecía saber todo, el resentimiento por sus familiares era demasiado grande, pero antes de precipitarse, necesitaba entender, al menos a una persona. 

Levantó su varita e hizo mover la verja, invitándolos a pasar hacia los jardines, estiró su mano izquierda, invitándola a tomarla, para poder aparecer dentro del hall. 

No temas, no te hare daño... Después de todo, somos familia. 

@ Tessa Brower

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  • 2 semanas más tarde...

Observó la vara oscura en la mano del mago, pero no tenía un gesto que pudiera asimilarse como agresivo. Era obvio que no confiaba en ella, pero al menos no era de atacar primero y preguntar después, mejor, ella no era un ángel que fuera a quedarse tranquila mientras intentaran algo contra su persona.

—Sí, Black —ratificó sus palabras, consciente del pequeño matiz de su voz, apenas perceptible. ¿Acaso él no era un Black? ¿O cómo es que podía estar allí? Seguía pensando en que la había llevado hasta el lugar y desconfiando por un momento, recordando las palabras del dios negro, había pasado demasiado tiempo, debería haberse quedado cuando él se lo pidió, pero era inútil, y ahora…

Su mirada pasó por unos breves segundos de su interlocutor a la mansión a sus espaldas. Siempre habían sido su debilidad, aún a pesar de mantenerse al margen de la mayor parte de su historia familiar. Juraba que en ese momento un rayo había atravesado el cielo como un sectusempra atraviesa el espacio entre dos duelistas buscando desangrar al rival de su “invocador”.

—Jamás creí que estuviera en problemas, solo que no he querido importunar —aclaró la rubia, volviendo a clavar su azul mirada en el mago frente a ella y sonrió —mi mejor amiga dice que la curiosidad mató al gato, y a kneazle también —su comentario de la familia la sorprendió.

—Gabrielle y Otto habían quedado a cargo, junto a Orión y Mahia —una nube oscura pasó pero no por el firmamento sino por la mirada de Kimberly —a Glenin le gusta desaparecer pero no perder el hilo de su familia… al menos en el pasado, el matador era muy especial —volvió a pensar en Otto y cómo la había recibido en el pasado, lo último que había sabido de él es cuando Darla dejó de trabajar con él en Inquisidores.

El gesto de él pareció pacificarse, llevándolo a una invitación. ¿Se sentiría solo en aquel lugar? No lo culpaba. Muchas veces había querido regresar pero no se había atrevido, demasiadas heridas en los recuerdos del pasado.

—No te temo —estuvo a punto de decirle que no confundiera su pasividad con miedo, pero no necesitaba provocar, además él había dicho algo que debía ser bastante real, eran familia, aunque ella se hubiera alejado hacía mucho tiempo y negado a aceptar los vínculos que los unían —tienes razón, somos familia, quizás no tan cercanos pero sí lo somos  —dijo mientras extendía su mano hacia la de él hasta rozarla levemente.

@ Matthew Black Triviani

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  • 4 meses más tarde...

La tenue luz que se colaba por un pequeño espacio de la cortina llegaba directamente a los ojos de la Black; desde que tenía la habilidad de animagia le gustaba permanecer en su forma animal para dormir, se sentía ella, pero lo más gratificante era caber perfectamente en cualquier espacio que su hermana dejaba en la cama.

Abrió los ojos y, aún siendo un pequeño conejo blanco, sus ojos miel brillaban con los rayos de sol. Levantó las orejas y olisqueó el cuello de Mahia, adoraba meterse entre el hueco de su cuello y hombro embriagada su olor.

En verdad no tenía ganas de levantarse, notó a Psicosis y Anna en la orilla de la cama, se habían acostumbrado a compartir espacio con la que sería la esposa de su dueña y solo se dedicaban a ver de lejos, simples espectadores de lo que a ellos les incomodaba. Cuidando de no despertar a su hermana se acercó a sus mascotas, se sacudió y dio un pequeño brinco para caer en la alfombra, le llamaba la vista desde el balcón.

Otoño, se notaba por el color de las hojas de los árboles que conforman el bosque que rodea el castillo de los Black; Gabrielle se sentó al borde del balcón y Psicosis se mantuvo justo detrás de ella, la conocía, tenía la rutina de saltar sin avisar y ahí estaba él, fiel como siempre salvando el pellejo de su dueña al abrir las alas y alcanzarla justo antes de quedar aplastada contra el cemento.

Y se lanzó.

La matagot le siguió bajando cual ágil gata y su conejo alado había apresurado a tomarla del pellejo dejándola sobre el césped del patio, en su mirada era evidente el malestar del animal.

“Sigues siendo el mismo enojón de siempre, ni Mahia me hace tales escenas…” pensó como si pudiera leerle la mente ¿Tal vez siendo parte de su especie le entendía? No, se entendían por algo más que eso: Años de estar juntos.

Anna quiso tomar a la Delacour en el hocico, pero en el último momento su dueña se escapó con gracia.

“Tan bella mañana y quieres llevarme de nuevo hacia el castillo” comentó Gabrielle con la mirada retadora. Como conejo, era una pequeña bola blanca que cabía perfectamente en la mano, ágil, apenas sonaban sus pasos al igual que en su forma humana, sus orejas caían a su costado y pareciera que sus ojos se encontraban delineados perfectamente con color negro, era un ejemplar fino… pero más arisca y rápida que cualquier conejo normal.

Comenzó a correr y sentir la humedad del pasto, Anna le trataba de capturar en juego mientras Psicosis tan solo miraba a amabas. La libertad que sentía en el momento era tan diferente, siendo humana Gabrielle raras veces corría, no le gustaba exponer sus tobillos a su torpeza, pero como animaga era rápida.

El viento rozaba sus pequeñas orejas haciendo que en cada pisada volaran un poco, estaba atenta a cualquier animal cercano que no fueran los suyos, le divertía hacer correr en círculos a la Matagot, podía verse la desesperación de la “gata” y se rindió después de una de las vueltas entre los arbustos.

“¿Tan rápido?” Gabrielle se paró en seco a observarles, eran su familia, tan solo faltaba la bestia que más amaba en aquel cuadro.

Caminó hasta llegar a ellos y poco a poco se fue transformando en humana sintiendo el pasto en sus pies descalzos. Psicosis ya había acercado una bata de seda azul zafiro en la que se envolvió sin inmutarse y se sentó con las piernas extendidas enseguida de Anna mirando hacia el bosque, Psicosis se acostó en sus piernas.

- Una persona solamente, una, y creo que Orión es el indicado ¿Ustedes qué opinan, le agradará la idea a Mahia?

Su mano acarició la espalda de la gata y se tiró al piso recostada sobre la hierba. Ahora su mirada recorría las nubes amorfas que pasaban por el cielo.

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