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Yaxley Manor (MM B: 109997)


Orión Yaxley
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Realmente todo habría cambiado tanto como la última vez.

 

Si bien era cierto que su periodo de ausencia no excedía más allá de los dos meses, era demasiado. Demasiados días, casi sesenta días en los que todo podría haber dado un giro de 360º. ¿Y Maida? ¿Y su ex Gatiux? ¿Y su primo, o más bien hermano, Orión? ¿Y sus hijos?

 

Negó con la cabeza, todavía fijando sus ojos en el pedregoso camino que le había estado haciendo compañía durante los últimos minutos.

 

- No sé si será una buena decisión volver...

 

Su voz ronca había interrumpido el incesante hormigueo auditivo del silencio de aquella mañana en el mundo mágico. De cuando en vez un chirrido en una verja cercana, o un trinar tímido de los pájaros, coloreaban la atmósfera en la que se hallaba, fría y húmeda.

 

Portaba una prenda a ojos de terceros: el sobretodo color crema que tapaba desde su cuello hasta prácticamente sus tobillos. Sin embargo, tras éste, llevaba una americana de color gris gastado forrada con piel de borrego en su interior y sellada con botones metálicos, de aspecto oxidado. Bajo ésta, una camisa de lino blanca. En sus piernas unos pantalones negros estilo vaquero, que se ajustaban bien a sus piernas todavía musculosas. En los pies unas botas brutas, robustas, de color verde militar.

 

Palpó su bolsillo izquierdo, el de aquella enorme chaqueta.

 

<Chrrppri>

 

El ruido de un papel arrugado lo sacó de su ensimismamiento.

 

Deshizo el embrollo de papel y leyó una caligrafía apresurada y poco legible:

 

 

 

 

Maida,

Te echo de menos.

Siempre tuyo, N.

¿Pensaba que iba a ser suficiente? ¿Ni un aviso? ¿Ni un "estoy vivo"?

 

Carraspeó. Y golpeó la puerta del ya mejorado Manor.

 

 

 

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La Manor aún mantenía los ruidos que la identificaban como una edificación vieja y poco cuidada. Los peldaños crujían y las conversaciones secretas no existían si en medio de las voces no se imponía el susurro. Sin embargo y a pesar del claro movimiento de los familiares, Maida seguía usando la habitación como refugio noche tras noche luego de las jornadas laborales en el Ministerio y en la Torre Negra.

 

Y cada noche pensaba seriamente en la posibilidad de irse. Se lo había expresado a Eobard hace poco. Tenía la horrible sensación de tener que despedirse poco a poco, minuto a minuto. Ni sacar las cosas de su vista, ni pintar la habitación, nada le había servido para dejar su mente descansar de recuerdos y pensamientos. Quizá en el Ministerio, y es que ante la ausencia de Nery, el trabajo se estaba suplicando y la supervisión del trabajo de su tío en el Departamento también.

 

Cuando un sonido irrumpió su tranquilidad, supuso que se trataba de algún pendiente. Y no se equivocó. La cabellera naranja que podía ver desde la ventana, era el pendiente más incierto de su presente. Uno que logró que sus ojos casi se desorbitan, negó de lado a lado mientras se sentaba en el borde de la cama y finalmente se quedaba mirando como una tonta la puerta aún cerrada de su habitación. ¿Qué había pasado con el merecido escándalo que su imaginación había planeado más de seis semanas? ¿Dónde quedaron los reclamos por las supuestas infidelidades de las que se había enterado? ¿Y la rabia?

 

Una vez más, Nathaniel lograba borrar la cuenta entera con poco, con casi nada. Quizá aún tenía algo de dignidad en el cuerpo, porque, aferrada a los pliegues de la sábana había evitado salir corriendo a su encuentro.

 

La pieza no tenía una sola huella de la presencia del Malfoy en ella. Maida se había encargado de eso hacía apenas unos días, ¿Es que acaso era un demonio que al sentir su determinación para olvidarlo había decidido volver? ¿Estaría herido? No. No podía comenzar a justificarlo sin siquiera haber oído su voz, tener la certeza.

 

Se puso de pie y con rapidez buscó refugio en su reflejo, dándole la espalda a la puerta. Alejando un poco el momento de confrontar su rostro y su sonrisa. Eso, haciendo gala de su poco ego y asumiendo que él había vuelto por ella. Pero, ¿por qué lo haría si finalmente ella no había Sido lo suficientemente importante para despedirse?

 

- ¿Y si me voy al Castillo Black?

 

La última vez que vio al Malfoy, fue en el Castillo Ivashkov. Cuando él ni siquiera se dignó en comentarle acerca de sus nuevos planes con Zack, planes que según los tumores incluían las diversiones en la habitación del patriarca Ivashkov. Había huido esa noche sin saber que no volvería a verlo y ahora, ahí estaba.

 

Respiró hondo y peinó su cabellera con los dedos en un intento de relajarse un poco. Segundos más tarde bajó las escaleras para, con dificultad, disponerse a abrirle la puerta.

 

- Creí que los miembros de la familia podían entrar a tocar, eres primo de Orión, ¿no? -dijo sin saludarlo, pero aferrándose a la puerta. Aunque no lo había visto con detenimiento, se dió cuenta de su error al ir a buscarlo.

 

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Escuchó pasos.

 

Habían irrumpido en sus oídos, dejando a un lado los momentáneos cánticos de aves y ruidos naturales de hojas moviéndose o árboles danzando. Centró toda su atención en aquellos cortos e indecisos caminares que parecían cobrar más claridad conforme se acercaban al otro lado de la puerta.

 

Aclaró su garganta de nuevo. Y pasó su diestra por la barba.

 

Ella.

Una vez más.

Ella.

 

¿Quién sino? ¿Quién le había prometido fidelidad incluso al borde del abismo? ¿Quién le había prometido amor eterno?

 

- Ehm... Sí. -

 

Se había limitado a responder sin siquiera escuchar. Procesó segundos más tarde las palabras llenas de ira de la Yaxley que, sin duda alguna, se encontraba enfadada. Al menos la respuesta del Malfoy había sido acertada y sí era primo de Orión. Por ahora.

 

- Y tu futuro esposo. Y padre de tus hijos. - añadió.

 

Había aprendido con el paso del tiempo que tenía que ser rápido buscando las salidas que pudieran sacarle del atasco. Y se encontraba en un atasco emocional. No porque él quisiese, pues lo único que le apetecía era abrazarla, pero es que ella... Estaba enfadada.

 

Negó con la cabeza, esbozando una sonrisa y mirando al suelo.

 

- Mira, hace frío. Podemos hablarlo dentro... Me gustas. Y nunca dejarás de hacerlo. Sé que me he comportado como un i****** no emitiendo señales de vida durante dos largos y agónicos meses. Pero a veces uno necesita dar un paso atrás y verlo todo desde otra perspectiva... No sé si me entiendes. -

 

Inconscientemente había comenzado a jugar a dibujar garabatos con su dedo índice en el interior del bolsillo del sobretodo. Estaba... nervioso. Aquello sí era nuevo.

 

 

--

 

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No era de sorprender ni el descaro ni la desfachatez con la que sonaba la voz del Malfoy, y usualmente era una actitud que gustaba a la ojiazul. A lo mejor si tenía algo de ira en el interior. Alzó el rostro para verificar la melena encendida y los ojos dulces que con tanto detalle recordaba, no quiso quedar embobada con ellos, así que deslizó sus ojos para ver por encima del hombro, con un poco de suerte, Trasto estaba jugando en el patio y la ayudaba con el "inconveniente". Su burló internamente, aunque quisiera colgarlo, sabía que no tenía ni la fuerza ni la voluntad para hacerlo.

 

— Puedo asegurarte que adentro no está más cálido —respondió—, ¿vas a saludar a la familia? Creo que están en el comedor o en la cocina, he oído ruidos.

 

Se aclaró la garganta y pidió que su corta estatura cambiara por unos segundos y pudiera imponerse al Malfoy. Soltó el borde de la puerta y cerró con cierta demora, para poder comprobar que sus piernas aún la sostenías. Se relamió los labios, y sacudió la plisada falda, cuando terminó de perder el tiempo, al parecer había tomado alguna resolución y eso era lo que le costaba expresar.

 

¿Cómo podrías ser mi futuro esposo si ni siquiera eres mi novio? —argumentó como si realmente estuvieran sopesando la posibilidad de nada, pero sintió que estaba por alzar la voz así que se tomó unos segundos más para seguir hablando— Si, "no quieres ponerle etiquetas a esto que nos está pasando pero que te gustaba tanto".

 

Se sonrojó. Jamás lo había enfrentado así, no era la primera vez que se ausentaba, aunque sí era la más larga. Carraspeó y decidió que si seguía hablando se iba a descubrir, y no tenía intenciones de ponérselo tan fácil, aunque bien sabía ella que de solo escuchar su voz, ya le había perdonado. Hizo un ademán con la mano para evitar que le respondiera, que terminara por derrumbar su poca voluntad.

 

Mira, esta es la casa de mi tío y siendo tú su primo, no puedo echarte, tus cosas están en un baúl que ordené hace unos días y te lo puedo entregar cuando quieras —dijo ordenando mentalmente los sucesos de las últimas semanas—. Yo no necesito explicaciones, no soy una nena pequeña a la que le fallaste para una cita —sí lo era, pero intentaba parecer un poco más mujer de lo que se sentía con él tan cerca—, eres tú y si te gusto o no, perdóname...pero no es suficiente.

 

¿Realmente le había dicho lo último?

 

No quería que me dieras una copia detallada de tu agenda y tus reuniones. No quería justificaciones de tus visitas a otras alcobas, no quería que me enviaras mensajes en patas de lechuzas cada media hora —si, sin darse demasiada cuenta se estaba quejando en una actitud bastante risible si tomamos en cuenta que Maida estaba casi susurrando—, te quería a ti Nathaniel. ¡Contigo me bastaba! Una sola palabra y me hubiera quedado esperándote en la puerta...

 

Enderezó la espalda y siguió rumbo a su habitación, incapaz de seguir hablando con él. De seguir reclamándole, de confesarle que básicamente si lo había esperado, y que se alegraba de su regreso. Tenía tanto por contarle, pero se sentía tan herida que era difícil seguir jugando a estar a su disposición, aunque lo estuviera. Una vez estuvo en la seguridad de su alcoba, ni la pintura nueva, ni el haber desparecido en ese baúl todas las cosas de Nath impidieron que el torrente de imágenes inundaran su cabeza. Apretó los labios y se ordenó a sí misma no flaquear.

 

¿Qué se cree que soy? —murmuró enfadada a su reflejo en el espejo.

 

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Con gesto de estar un poco perdido, escuchó todas las palabras que, una vez más, se proyectaban como misiles hacia su interior. Maida estaba no dolida, sino molesta. Y parecía decidida a mantenerse en sus trece, a no bajar la guardia. A no perdonarlo.

 

No sabía cómo actuar. Quizás le venía grande la situación en el sentido en el que él no estaba acostumbrado a lidiar con aquel tipo de problemas. Él era una persona independiente, pero también una persona cariñosa y que necesitaba a alguien a su lado prácticamente siempre que se le antojase. No podía tampoco pretender estar con todos sus seres queridos a su completa disposición las veinticuatro horas del día. Y menos sin ni siquiera avisar cuándo se iba.

 

Dejó que la joven se marchase tras haberle explicado que sus cosas estaban en un baúl y que sus familiares andaban por las inmediaciones del Manor. Probablemente la mejor opción del momento fuese ir tras ella. O no.

 

Indudablemente estaba confuso. Pero se encogió de hombros tras haber decidido hacer lo que le gustaría que hicieran con él: dejarle un espacio. Echó a caminar por el hall de entrada, titubeando y casi dudando de dónde se encontraba todo y todos. Había cambiado el aspecto interior de la morada en aquellos dos meses de ausencia. Habían llevado a cabo un buen trabajo.

 

- ¿Orión? ¿Gatiux? ¿Hay alguien en casa? ¡Nath ha vuelto! -

 

Su voz, en un grito, se proyectó a lo largo de la estancia contigua a la puerta de entrada. Ni rastro de respuesta.

 

Encaminó su delgada figura hacia las cocinas, donde se haría con algo de bollería y un café con leche para poder ir entrando en calor y aclimatarse de nuevo a su segunda casa, los Yaxley. Independientemente del desarrollar de la relación con su novia, o esposa, o ex-novia... O sea lo que sea que fuesen. Él quería quedarse. Él quería tener una habitación allí.

 

- Bah, ya se le pasará el enfado y me dejará hablar con ella. Esperemos... - musitó aún manteniendo el gesto dubitativo cuando cruzó el umbral de la puerta de la cocina.

 

Un elfo lo miró extrañado, como pensando si aquellas palabras iban dirigidas a él.

 

Se sentó y comió y bebió con calma. Más tarde subiría a hablar con Maida.

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Voy a tener a mi elfo pequeño y malhumorado, lo saben hasta en la China.

Si bien Gatiux podía defenderse sóla y sobrevivir tanto en la naturaleza como en una casa, las tareas del día a día de un hogar normal le daban pereza. Prefería dormir bajo la sombra de un árbol a estar haciendo cualquier reparación en la Yaxley o limpiando un baño. Se había criado en una de las familias de magos más acomodada de toda Inglaterra, ese tipo de lujos no era algo que se olvidara rápidamente.

Probablemente empezase a estudiar el problema en cuanto acabaran el desayuno, se encerraría en la biblioteca hasta dar con algún tipo de respuesta o llevaría a un elfo desde la Malfoy para que intentara pasar los límites de la Yaxley, lanzando contramaleficios mientras tanto. Ensayo y error. Hasta que diese con la solución. Si un mago pudo hacerlo, otro podría deshacerlo.

Orión dijo algo que hizo que Gatiux sonriese y mirara al suelo. Los niños estaban ya crecidos como para ir al colegio, pero no para llegar tarde al trabajo. Aunque suponía que si iba a despertarlos le caería un par de gruñidos como mínimo. Si es que no llegaba a oír alguna palabra malsonante.

- Prepararé mi café especial, sólo porque me lo pides. -dijo la banshee- Si quieres despertar a los leones allá tú.

Mientras decía eso miró por la ventana de la cocina, allí podía ver el jardín, y a Valentina entablando buenas migas con Trasto. O por lo menos intentándolo. Una sensación de felicidad calentó el pecho de la Malfoy. La vida estaba hecha de pequeños instantes como aquel, donde las piezas que conforman tu vida encajan, en los que pararías el reloj para conservar el momento.

De un armario de la cocina tomó una cafetera italiana grande, la abrió y echó café, un toque de especias mágico, y un poco de agua. La cerró con fuerzas y la puso sobre el fuego. Ahora sólo tenía que esperar a que subiera el café.

Llamaron a la puerta. Gatiux se giró, pero alguien de arriba que estaba asomado a la ventana ya estaba esperando que eso sucediera, y ese alguien era Maida, que bajó como un vendaval las escaleras del Manor. La banshee de cabellos violetas se movió hasta el quicio de la puerta de la cocina, movida por la curiosidad, intentando averiguar qué era lo que había hecho saltar el resorte de Maida.

Desde aquel escondite no tan secreto podía verse el salón y la puerta de entrada. Allí en la entrada se encontraba Maida encarando a Nathaniel, el cual llevaba desaparecido unos pocos meses trayendo a la gente por una senda de preocupación nunca vista. Gatiux era más del tipo de pensamiento de “ya aparecerá”, y efectivamente así fue. El tipo estaba vivo y coleando. Gatiux giró uno de sus anillos para escuchar aquella conversación que se solucionó con unas cuantas frases airadas de Maida, a la que la Malfoy no le auguraba mucho convencimiento pese a que se hubiese ido indignada.

¡El hijo pródigo ha vuelto! -exclamó Gatiux con algo de burla cuando Nathaniel accedió a la cocina- Me alegro de verte.

Se aproximó y le dio un abrazo leve. Era verdad que se alegraba de verlo, sabía que Maida lo había pasado un tanto mal por la ausencia de él. Pero para reprocharle todo aquello ya estaba la muchacha. Todavía le quedaba un gran chaparrón que aguantar al Malfoy. Ella le invitó a sentarse a la mesa.

Vamos, estoy preparando café. Te serviré una taza. -dijo- ¿Algo que reseñar de tu aventura, Nath?

El café estaba acabando de subir, por lo que lo quitó del fuego y con cuidado sirvió en tres tazas. Después puso las otras dos sobre la mesa, una delante de Nathaniel y otra donde ella se sentó.

La gente se volvió muy loca por tu desaparición. Llegó a mis oídos que hasta Beltis te estaba buscando. -Gatiux todavía no entendía el lío que habían montado por todo aquello- Se desaparece gente todos los días de la comunidad mágica, ya me contarás a quien le debías dinero para que se pusieran a buscarte con tanto ahínco.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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- Madre mía, buenos ojos te vean Gatiux... -

 

Accedió a devolverle el abrazo. ¡Quién diría que otrora no se podían ver delante! La invitación a café era todo lo que necesitaba en aquel momento; ya solucionaría sus problemas maritales en unas horas. Le apetecía descansar, volver a recuperar el orden y el control de su vida y ¿de qué mejor manera que con sus familiares y amigos?

 

- Pues estoy, que es bastante. Estoy de vuelta después de una temporadita... ¿Cuánto han sido? ¿Dos? Sí, dos meses, eso creo... -

 

Su voz sonaba dubitativa, aunque seguía hablando al haber observado que el café estaba demasiado caliente como para llevárselo a los labios. Seguía humeando.

 

- ¿Beltis? Sí, algo he oído. Teníamos una... cita. Nada sexual, ¡eh! Pero olvidé la cita y me centré en mí y en mis cosas. Ha sido una temporada difícil en la que tuve que devolver favores fuera del mundo mágico. Ya sabes, cuando tú y yo dejamos de ser tú y yo, pues... me ayudaron allá. Y tuve que volver a echar un cable. Pero creo que ya está listo. -

 

Era una manera suficientemente aceptable de resumir la expedición. Ahora sí que se atrevió a hundir el labio superior y tragar un pequeño sorbo de café.

 

- Sabroso, pero caliente. Se parece a mí... -

 

Se echó a reír, tras aquel comentario totalmente en broma. Sus facciones marcadas se volvieron serias tras una pausa.

 

- Bien, ¿qué hay de Orión? ¿Ha crecido la familia? Habéis hecho un buen trabajo aquí dentro, eh... -

 

Sus ojos dieron un paseo visual por la cocina e incluso por la puerta abierta que llevaría al recibidor y demás partes de la casa. Estaba muchísimo más entera que la última vez que se personificó allá.

 

- ¿Y qué tal ha estado Maida sin mí? - susurró, bajando la voz como quien no quería ser escuchado por nadie.

 

 

 

---

@Gatiux

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Aaron Augustine Black R. Yaxley

 

Aparecí en la verja, quizás era media noche, podía notarlo por la luna llena sombreando mi esbelta figura, contorneando una larguirucha mancha que se perdía bajo la arboleda que delimitaba el camino. La Manor distinguía con clase bajo el claro que acentuaba la gris mirada en la que se dibujaba mientras una brisa amena mecía con ligereza algunos mechones de mi rebelde castaño...

 

Un crack en off marcó la presencia de alguien a mi espalda.

 

-Demoraste...

 

-Lo...

 

-...¿Sientes?

 

La pregunta devolvió la brisa ligera, ésta vez danzando los pliegues de la túnica negra que me erguía frente a Nius, mi elfo. La criatura traía consigo un maletín de cuero azabache y broches de plata, cuestión que guardaba una que otra pertenencia pues me había decidido a pasar unos días en casa de quién conocía como mi padrino. No es que me hubiesen enviado una invitación o algo, sino tan solo sentía que debía pasar allí unos días. Así era, casi siempre había seguido mi instinto y no dejaría pasar la oportunidad de conocer la vieja mansión de los Yaxley... después de todo, los llevaba en mi sangre.

 

-Nius no puede entrar a ese lugar....- indicó tembloroso con el índice.

 

-Lo sé elfo...- sostuve mientras volteaba lentamente en dirección a la verja. Varita en mano, bastó una rasgadura al vacío para abrirla de par en par-... mantén la habitación del castillo bajo llave, no quiero que nadie entre ni de día, ni de noche ¿entendiste?- e elfo asintió- ahora vete...

 

La criatura desapareció y yo me adentré en los jardines de aquél lugar que tanto me había hablado Emiliano, Maida y pocas veces, Orión. Previo a ello, fueron suficientes dos toques de la varita en el maletín para encogerlo de tal forma que pudiese entrar en un bolsillo oculto al revés del pecho en la túnica.

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Se sentía ansioso. ¿Cómo era que de la nada iba a vivir con el padre al que durante casi toda su vida no había visto? Quizás era de una forma similar a la que Eliah llegó a él de la nada. Le parecía interesante que la vida tomara ciertos rumbos, y algunos cambios, como por los que la suya había pasado en los últimos días.

 

-Papá. ¿Ya vamos a entrar?- Le preguntó inquisitivamente el niño a su lado. -Tengo frío-

 

La voz de su hijo lo sacó de sus pensamientos. Sonriéndole, asintió levemente antes de avanzar hacia la puerta. Una especie de inquietud lo llevaba rondando desde que se pusieron en camino hacia aquél lugar. El qué clase de personas se encontraría ahí era lo de menos, pues nunca le había dado mucha importancia. Al darse cuenta que lo único que le interesaba era que la personita que estaba a su costado se sintiera cómoda le hizo darse cuenta que había cambiado, y que ya no solo pensaba en sí mismo.

 

Echando un hondo suspiro, se acercó a la puerta y la golpeó unas tres veces esperando que se abra.

Todo puede suceder en Arcadia...

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Orión lanzó una carcajada. Un poco para aliviar una gran contradicción que crecía dentro suyo. Resulta, que él si extrañaba un poco la presencia de los elfos. Bueno, no, no la extrañaba, porque podía vivir sin ellos. Pero sí tenía que reconocer que la magia élfica podía facilitar tanto als cosas para mantener en pie a la Manor. Un intercambio de miradas fue lo que lo puso en el eje. El próximo objetivo era ver ese tipo de magia.

 

Después de todo, la magia que uno no podía controlar, era más un peligro que una bendición.

 

Sonrió cuando escuchó el fuego. Ya estaba empapado de harina de pies a cabeza y había puesto la suficiente cantidad de pan para que viniera la manada que habitaba en la casa para devorarlo todo. Estaba lavando los trastos que había usado cuando el timbre también le levantó la curiosidad. A la par de Gatiux había movido la cabeza.

 

Se acercó tras ella, y puso las manos a un costado, casi apoyando la cabeza en el hombro de la mujer. Estaban los dos enganchadísimos con la novela. Puso la boca a un lado, y un rostro como quien esté por recibir un golpe. Fue como una masacre, una tras otra, las palabras de Maida. Sin embargo, los dos eran grandes y tenían que soluicionar sus propios problemas. Luego de que terminaran, Orión le dio un leve empujoncito a Gatiux.

 

Se volvió para la mesada de la cocina mientras escuchaba como Gatiux llevaba a Nathaniel a la mesa. Sacó del horno dos piezas de pan y las puso en una canasta. Llevó tazas todas descoloridas, algunas cucharitas y un azucarero grande. Dejó todo en la mesa clavando sus ojos azules en Nathaniel.

 

- Bien, ¿qué hay de Orión? ¿Ha crecido la familia? Habéis hecho un buen trabajo aquí dentro, eh…-

 

- No lo puedo creer.

 

Recorrió la mesa y dejó caer sus pesadas y grandes manos en los hombros de Nathaniel que parecían a punto de romperse, por más fibrosos que fueran. Los apretó con fuerza, intencionalmente. Tomó rápidamente una de las sillas de madera y se sentó a un costado. Nathaniel en la punta, a su derecha y Gatiux en frente. Sin querer buscó la mano de Gatiux.

 

- ¿No tienes que contar nada más? Generalmente te acompaña un hijo perdido cada vez que regresas.

 

Sonó el timbre nuevamente. Se levantó y caminó hasta la puerta de la cocina.

 

- ¿Ves lo que te digo?

 

Giró sobre sus talones y tras algunos pasos llegó a la entrada, dos puertas de madera con dos ventanas con diseños de cuernos. Había inclinado la cabeza para gritarle alguna grosería a Nathaniel justo cuando abrió la puerta. Sus ojos levemente identificaron a los dos que estaban por entrar. Aaron y Leo. Se volvió hacia Nathaniel un segundo y quedó en blanco ¿de verdad eran suyos? Giró rápidamente la cabeza. Sus ojos azules quedaron como platos y la izquierda reposó sobre su nuca. Se agarró de los pelos, intentando que el leve dolor lo llevara a la realidad.

 

- Bu.. Bue –nos días.

 

Estaba un poco en shock. Pasó su mirada por el joven Black, su ahijado. Siendo sinceros, lo consideraba su hijo. Y, bueno, el menor, Leonardo y… ¿su hijo? Trago saliva.

 

- Llegan justo para el desayuno. Pasen. Se van a morir de frío afuera.

 

Suspiró. Estaba gritando por dentro.

 

- Maida está en su habitación, ¿puedes ir a buscarla? ­–soltó.

 

Finalmente le hizo un ademán a Leonardo. Era su primera vez en la Manor. Bueno, no solo la de él, sino la de su hijo también. Orión se puso en cuclillas. La estatura del tipo era tal, que hasta en esa posición podía llegar un poco más a la cintura del Base.

 

- ¿Y este pequeñín quién es?

 

Nuevamente la gran mano del patriarca cayó, esta vez sobre la cabeza de Eliah. Lo despeinó un poco. Recordó que no tenían sillas para pequeños, pero un par de cojines más y todo se solucionaría.

 

- Me alegra que hayas tomado la decisión correcta Leonardo. Estamos por desayunar y me gustaría presentarte, bueno, a tu “madre” y a tu “tío”. Esta es la Manor… Ojo por donde pisas. Las habitaciones están en el primer piso. Luego de tomar algo caliente podemos ver dónde los acomodamos a los dos.

 

Su cara a veces era completamente transparente. Entró a la cocina intentando ocultar la vergüenza. Al final, estaba tomándole el pelo a Nathaniel por algo en el que él acababa de pasar. Se acercó a Gatiux y le dio un beso en la mejilla.

 

- Ella es Gatiux y él Nathaniel. Chicos, él es Leonardo y bueno, su hijo. Que es nuestro nieto. Nieto de Gatiux y mío. Eso hace a Leonardo nuestro hijo y… -soltó un suspiro-. Creo que mejor traeré más café.

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