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Yaxley Manor (MM B: 109997)


Orión Yaxley
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Miré el semblante serio del hombre y observé las canas cubiertas de su cabello, las marcas de la experiencia en su rostro, aquellas con las que los mortales solían superponer su opinión y juicio al de los demás, y me hizo gracia su actitud. Sonreí divertido cuando dijo que había violado la ley metiendo en el país a la compañía rusa. Yo también tenía su misma experiencia en años, de hecho, mucho más, aunque no estuviera constatada en mis rasgos. Aquello, lejos de irritarme, siempre me hacía gracia; toda la gente que no me conocía y no conocía mi historia me trataba como al muchacho de veinte años que aparentaba, sin saber que había vivido mucho, mucho más que ellos.

 

- Orión, yo no los metí, ello vinieron solitos y me dieron las copias de sus pasaportes sellados... Ni siquiera has esperado a ver los papeles en el Ars & Vita, no entiendo a qué se ha debido ese ataque por tu parte.

 

Al incorporarme en el catre sobre el que estaba me volvió a dar el reflejo del cristal roto en los ojos.

 

- Espera, ¿mi ingreso? ¿Cómo lo sabes? A mí todavía no me ha llegado ninguna lechuza con la confirmación de...

 

¿Por qué demonios parecía que todo estaba confabulado para no dejarme acabar ninguna frase? Justo en ese momento, sin saber cómo ni por dónde, mi lechuza Nix apareció sobrevolando la habitación en la que nos encontrábamos, con un batir de alas muy tranquilo. No le había costado llegar hasta donde estábamos, lo que me evidenciaba que había algún camino de salida al exterior abierto. Nix se posó a mi lado y esperó a que tomara la carta atada a su pata antes de irse, impasible, sin siquiera apreciar que estaba encerrado en aquel lugar. O quizá no lo estaba. La carta tenía el sello del Ministerio de Magia; ahí tenía mi ingreso al Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

 

- Vale, está bien, pero esto --dije zarandeando la carta en el aire-- no cuenta para nada en caso de que se pruebe que es cierto que la compañía es "ilegal", porque su ingreso en el país se efectuó cuando yo todavía no era empleado.

 

¿Cómo? ¿Azkaban? La situación cada vez parecía enturbiarse más y yo no comprendía el por qué. Dudaba, sí, incluso yo había empezado a dudar de la legalidad de los papeles que Nikolay me había entregado, pero mencionar a la mayor prisión de magos y brujas del país por un caso de inmigración no comprobada no me parecía para eso. ¿Es que acaso debía ir con ellos de la mano al Ministerio para que pusieran sus papeles en regla? A mí me entregaron unos papeles firmados y sellados, y aquello es lo único que acepté. ¿Y qué si les perseguían bandas tenebrosas? Tampoco me tenía que saber su historia, aunque si fuera necesario aclararía que tuve un par de charlas con Nikolay antes de firmar los contratos para conocer más sobre la compañía. Pero claro, si aquello era verdad, no iba a ser él quién metiera en su relato el dato de que estaban siendo perseguidos por una banda de magos y brujas maleantes.

 

Dejé que Orión terminase y no pude aguantar más el silencio en cuanto escuché su propuesta y vi en su mirada, completamente llevada por la realidad que su mente le dictaba, la verdadera esperanza de que la aceptase. Solté una carcajada y, acto seguido, mostré también un semblante serio, intentando retomar la cordura en aquel asunto.

 

- Orión, por favor, dame mi varita y volvamos al Ars & Vita.

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✤ Viajero de la noche ✤

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La situación en minutos habia cambiado, después de que Orión lanzara tres runas sobre las mesas intentando averiguar algo de lo que pasaba su semblante cambio a uno más palido, con algo de letargo se levanto y salio de la Manor. Cuando iba a hablar un extraño rugido de ¿un oso? rompió el silencio del ambiente. Saliendo de ultima vi a aquel oso adentrarse al bosque... ¿Orión era animago?

 

Sacando la varita y sosteniéndola fuertemente le dí una ultima mirada a la Manor y seguí los pasos de Maida muy de cerca. El bosque estaba en total silencio, el sol naranja del atardecer iluminaba nuestros pasos y el escaso viento que había rozaba mi piel a medida que nos adentrábamos al bosque.

 

Chocando con Maida que se detuvo levante la vista para encontrarnos con un templo, siguiendo a Maida gire mi cabeza para ver a Sísifo y Aaron seguir nuestros pasos. ¿Donde estará el oso?

 

En total silencio y con pasos lentos nos adentramos al templo, usando todos las varitas como linternas bajamos por unas escaleras. Las paredes contenían escritos en lenguas antiguas, runas y demás cosas que no lograba descifrar. Entre tanto silencio el ruido de un pequeño chorro llamó mi atención y la exclamación de Maida hizo sobre la fuente bastante parecida a la que frente a la Manor hay me hizo percatarme de algo... No estábamos solos. Escuchando como la Ivashkov preguntaba decidí adelantarme y caminar hasta quedar frente al ciervo de la fuente.

 

El suelo estaba con restos de lo que parecían estatuas y la luz natural entraba iluminando el lugar. Aun con mi varita en mano decidí darle una vuelta a la estatua.

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Sísifo.

En el templo.

 

 

 

 

Afortunadamente, Maida me había salvado de aquella situación. No tenía ni la más remota idea de cómo actuar. Definitivamente, no había llegado en el mejor momento. Sacudí la cabeza, lamentando mi mala suerte. La chica alzó su varita, adentrándose en el bosque. El crujido de las ramas parecía el de huesos finos rompiéndose. De pronto, un templo emergió entre el follaje. Las huellas del oso, de Orión, conducían hasta allí. Había gente cerca. ¿Dónde narices estaba Evedhiel? ¿Por qué aquel hombre se había transformado repentinamente?

 

––Lumos.

 

Una luz blanca nació de la punta de mi varita, iluminando las paredes de piedra con extraños símbolos grabados. Continuamos caminando durante un rato, subiendo escaleras, recorriendo tortuosos pasillos. La melodía líquida del agua derramándose se hacía cada vez más intensa, hasta que finalmente apareció una fuente que despedía brillos azulados. Un ciervo en el centro, cubierto de destellos plateados. Parecía un paisaje lunar.

 

––Dios mío. ––Musité, abrumado por tanta belleza, olvidando por un momento el motivo por el que estábamos allí.

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Durante algún tiempo tuvo que encargarse de su propia familia, mantener la reputación de su apellido era un trabajo arduo y muy estructurado, algo que su madre había podido lograr a la perfección pero que él realmente no pudo. Luego de un tiempo emprendió un viaje lejos de su casa, se alejó tanto de la Haughton que al regresar dudaba seriamente si sería bien recibido en su antiguo hogar sin merecer una llamada de atención seguido de algún que otro correctivo por parte de su madre, sin embargo, lejos de rendirse ante un posible atentado contra su vida por parte de su propia sangre, recordó aquél tío lejano que tan bien le caía. Para su fortuna habían abierto nuevamente las puertas de la mansión de su familia, la excusa perfecta para escapar de las obligaciones y una buena manera de interactuar con más personas.

 

Al llegar notó el estado del castillo. Los ladrillos sin pinturas le daban un tono vintage al lugar, era enorme y viejo, pero parecía bastante agradable. Ingresó sin pedir permiso y se quedó en la sala mirando hacia su alrededor, conociendo el lugar en donde viviría.

Francamente no sabía si había alguien allí por lo que se quedó parado con sus dos maletas, aclaró la voz y trató de hablar lo más fuerte posible sin gritar, alguien debería oírlo.

 

—¡Hola!— Se escuchó un eco —¿hay alguien en casa?— Trillado, si, pero efectivo en dos de cada diez películas. —Vine a vivir aquí, traje alegría— Sacó un cigarrillo de dudoso contenido de entre sus bolsillos y lo encendió. De inmediato el aroma invadió el gran salón de entrada. Tan solo esperaba que alguien apareciera.

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  • 3 semanas más tarde...

Sísifo.

En su habitación.

 

 

 

Estaba tirado en la cama, leyendo "Apuntes del suicidio" y "El mito de Sísifo". Alternaba cada veinte minutos, hacía anotaciones en los márgenes. Como siempre, mi cuarto era un caos de papeles, plumas, tinteros resecos, cuadernos medio abiertos que mostraban acuarelas abstractas... La ventana dejaba entrar la brisa nocturna. De vez en cuando daba un sorbo a una copa de vino tinto, me levantaba para estirar la espalda y ordenar algunos libros en montones. Me encantaba sentirme abarrotado, sin espacio. La amplitud me agobiaba, allí, en cambio, me sentía cobijado.

 

De repente, percibí la voz de Oniria en mi cabeza. Pestañeé. Me acerqué al alféizar, desde donde podía contemplar los jardines de la Mansión. Estuve diez minutos inmóvil, respirando, hasta que vi emerger dos figuras femeninas. Enarqué una ceja. ¿Cómo habían sabido...? Era evidente que Oniria, de alguna forma, había penetrado nuevamente en mis pensamientos. Supuse que necesitarían verme, y a juzgar por las horas, por algún asunto importante.

 

Me miré al espejo sobre la cómoda. Estaba en ropa interior, y por encima vestía una camisa de seda desabotonada. Tampoco tenía motivo para arreglarme. Las esperé sentado en el colchón, impacientándome cada segundo que transcurría. Observé las marcas de mi cuerpo. Suspiré, rezando porque a Oniria no le molestase aquella confesión en forma de cicatrices.

 

La puerta sonó, varias veces.

 

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Editado por Oniria

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Oniria la condujo por la Yaxley como si hubiese entrado ahí antes y ella la siguió, ruborizada hasta las orejas. No sabía si era debido a lo que estaban apunto de hacer o si era por el hecho de ver a Sísifo, después de lo que habían hecho. Había omitido aquél detalle porque no la había visto desnuda y como estaban ya acostumbrados a morderla, no era ninguna novedad que tuviera las marcas en el cuello. ¿Le molestaría? ¿Acaso debía preocuparse por algo tan banal? Fue la misma Oniria quien golpeó la puerta y ella, en un arrebato de nerviosismo, la abrió.

La visión del vampiro en esa camisa de seda, con todos los cardenales que le había dejado, la hizo enrojecer un poco más. Se veía increíblemente sexy a la par de magullado, ansioso. Se aclaró la garganta, cerrando la puerta tras de sí y miró a Oniria de reojo. Iba a notarlo. Y como se le ocurriera quitarle la ropa... Tragó saliva y se aproximó a él. Entró en su burbuja, se relajó. Posó los labios en los suyos y lo besó con cuidado.

-Hola -se apartó un poco-. Queremos... decirte algo, ¿interrumpimos?

Estiró la mano hacia Oniria.

-¿Tú o yo?

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Sísifo.

En su habitación.

 

 

 

Leah abrió la puerta antes de que yo pudiese siquiera levantarme del colchón. Entraron velozmente. Observé cómo Oniria echaba un vistazo atento a su alrededor, mientras la sorpresa se asentaba en sus facciones. Me incorporé de un salto. Leah se aproximó para besarme. Coloqué la mano en las marcas de su cuello, con suavidad, como quien quiere aplacar el dolor a través del afecto. Contemplé los cardenales en mi cuerpo, los arañazos... y traté de ocultarlos con la tela de la camisa, como pude. Oniria nos miraba fijamente, y casi pude imaginar un deje de molestia en su rostro, pero su sonrisa calmó el ambiente.

 

––Creo que es mejor que se lo digas tú, Leah. ––Susurró. Se acercó a mí en dos lentas zancadas. Sus ojos violetas parecían un abismo a la irrealidad. Tragué saliva, sintiéndome empequeñecer. ¿Qué estaba sucediendo?

 

 

 

Oniria.

En la habitación de Sísifo.

 

 

 

Cuando entramos en aquel cuarto, me impactó la inmensa similitud con el mío. En el desorden, los papeles desperdigados, el olor a tinta y tabaco... era para mí un espacio terriblemente familiar, a pesar de no haber estado nunca allí. El asombro se reflejó en mi expresión.

 

Contemplé el cuerpo de Sísifo, que se dejaba entrever por el surco abierto de su camisa. Se adivinaban cardenales, arañazos, costras. Apreté los dientes, pero no sentí celos. Al fin y al cabo, yo también compartía tiempo a solas con Leah, y debía mentalizarme de ello por la decisión que acabábamos de tomar.

 

Le indiqué a ella que explicase la situación. Primero porque no me atrevía a volver a formular aquella proposición en voz alta, y segundo porque sabía que Sísifo preferiría escucharlo de ella.

 

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Se relajó cuando escuchó la voz de Oniria, tranquila, casi comprensiva. Supuso que si bien iban a hacer aquello, tendrían que acostumbrarse a ese tipo de cosas. Ocupó el lugar de Sísifo en la cama, dejándolos a los dos de pie mientras ella intentaba organizar sus ideas. Los observó. Tan distintos y tan iguales a la vez, tan únicos como su historia. Los ojos grises y penetrantes de Sísifo la estudiaban, esperaban impacientes a que dijera algo, mientras los ojos violeta de Oniria la impulsaban a decir lo que ocurría. Inhaló, buscando algo a lo que aferrarse y vio, casi por error, una copa con vino cerca de la cama. Perfecto.

-Bien -la alcanzó, cruzó las piernas y dio un trago-, este es el asunto...

Adquirió una postura diplomática. El tono de voz, su mirada, la rigidez de su espalda y el aparente control de la situación, no iban de la mano con el rojo que seguía plasmado en sus orejas. Se dio cuenta de eso cuando vio las comisuras de los labios de Oniria moverse un poco hacia arriba, como si quisiera reírse. Abandonó la idea de parecer tranquila casi de inmediato y optó por hacer algo similar a lo que había hecho Oniria con ella en el bote, hacía menos de diez minutos atrás.

-Sísifo, ¿te gustaría casarte con nosotras?

Las palabras salieron disparadas y pudo ver la sorpresa en sus ojos, la expectativa en los de ella. Apuró la copa y se puso en pie.

-Sin ataduras, muy nuestro, con nuestras reglas... -balbuceó lo que recordaba de las palabras de Oniria.

Su alianza había desaparecido del anular izquierdo hacía días atrás y ahora estaba decidiendo volver a casarse. Una vez más, con dos personas. ¿Diría que sí? ¿Diría que era la locura que era realmente? Volvió a sentarse, la presencia de los dos la aplastaba en una serie de sentimientos que sobrepasaban lo normal y sentada era fácil fingir que no temblaba ante ellos. Porque quería hacerlo y tenía la necesidad de que Sísifo dijera que sí a su extraña propuesta de matrimonio. Lo deseaba con cada parte de su cuerpo. Porque así como Oniria la había hecho feliz, ella quería hacerlo feliz a él. Una división tan unificada que era, sin duda, inexplicable.

Porque los amaba y no había mucho más que explicar.


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Sísifo.

En su habitación.

 

 

 

¿Casarnos? ¿Los tres, a nuestra manera? A nuestra manera, sin lugar a dudas, implicaría libertad y actitudes al margen de la norma establecida. Miré a Oniria, luego a Leah y otra vez a Oniria, suplicando que me confirmasen que no era ninguna broma. Leah se había sentado en mi cama y se había apoderado de mi copa de vino, que ya estaba casi acabada. Rescaté de debajo del somier el resto de la botella y la rellené. Yo di un sorbo de ésta directamente, dirigiéndome al tocadiscos sobre mi escritorio para colocar un vinilo. La aguja comenzó a leer mientras la pizarra giraba incesantemente. El disco era de Stevie Wonder, pero no lo había escogido por ninguna razón, sino que me decanté por el primero al alcance de mi mano. You are the sunshine of my life. Una canción apropiada para un momento tan delicado como aquel. Tarareé la melodía con la mirada perdida en algún punto de mi habitación.

 

––No me esperaba nada de esto. ––Carraspeé. Volví junto a Leah y me dejé caer junto a ella. Parecía preocupada. Llevé la vista a Oniria, cuya sonrisa no perdía debilidad. ¿Cómo conseguía mantener la calma?

 

Estreché la mano de Leah.

 

––Te quiero ––susurré, levantando mis barreras, lanzándome al terreno de la impulsividad ajeno a las posibles consecuencias––, así que debo participar en esta locura. Aunque no sepa si te amo o te odio. ––Finalicé, dirigiéndome a mi doble. Sus ojos centellearon.

 

 

Oniria.

En la habitación de Sísifo.

 

 

 

––Yo tampoco sé qué siento por ti ––aclaré–– pero ya no hay vuelta atrás. Me engañaría si dijera que sólo accedo a estar contigo por Leah. Siento curiosidad por ti. Quiero matarte, pero sé que te necesito para existir, aunque aborrezca esa idea.

 

Me avergoncé al instante. No pretendía ser tan sincera, pero la música, la ocasión me habían conducido a aquel callejón sin salida. Observé cómo Sísifo asentía, tragando saliva. Le robé la botella de vino para llevármela a los labios, sin dejar de contemplarlo, indefenso, nervioso.

 

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Agradeció el gesto y volvió a beber, con más calma. Oniria sonreía pero ni ella ni Sísifo lo hacían. Saber lo que pasaba por su cabeza era imposible, sin usar la magia, pero ella sabía perfectamente lo que pasaba por la suya. Tamborileó los dedos en la copa, sin prestar mucha atención a lo que hacía el vampiro; estaba acostumbrada a ver sus cosas Muggles pero no pretendía entenderlas, solo tener una concepción medio acertada de qué hacía cada cosa. Escuchó la canción, torció el gesto y evitó mirarlo, incluso cuando se sentó junto a ella.

Le había parecido romántico al extremo estando en un bote, abrazada a Oniria, mirando las estrellas y creyendo que si cerraba los ojos la escucharía en el viento. Con los fuegos artificiales... Pero ella se lo había escupido a Sísifo esperando que fuera romántico y por ende, su reacción no había sido precisamente la que se habría imaginado en principio. Le regresó el apretón, con los ojos fijos en la puerta. De no ser porque los amaba como lo hacía, tal vez habría salido huyendo.

-Yo también te quiero -murmuró, llenó sus pulmones con aire y lo retuvo hasta que no pudo soportarlo más. El resultado fue un suspiro tan largo que cortó la pista musical como una navaja afilada-, demasiado. A los dos, los quiero con locura.

Se levantó, alejándose hasta la ventana donde él las había visto llegar y apoyó la frente en el cristal. El cuello le crujió con violencia cuando se giró a mirarlos, unos minutos después.

-Parece una locura. Es una locura, sin duda. Lo es desde el inicio de todo esto. Pero si vamos a hacer esto tiene que ser más que por un vínculo existente entre ustedes hacia mí. Si somos los tres, debemos ser los tres hasta el final -miró a Oniria y luego a Sísifo. Por primera vez estaba hablando con verdadera confianza-. Porque esto es nuestro y solo nosotros lograremos entenderlo.


@@Oniria Editado por Leah Ivashkova

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