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♦ El Sendero ♦ (MM B: 110551)


Arya Macnair
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Nasha Montpellier


Le habían llegado los rumores sobre aquel local. Aunque ya no acudía con la frecuencia de antaño a trabajar en el Callejón Knockturn, una referencia más la había llevado a finalmente convencerse de ir. Si en algo coincidían prácticamente todos era que encontraría ingredientes frescos, y que no conseguías en el Magic Mall u otros espacios.


Desde pequeña, parte esencial de las lecciones particulares aprendidas de su Mama Ashanti había sido la elaboración de pociones. Podía presumir de reconocer distintas variedades de las más conocidas plantas empleadas en la preparación de brebajes, especialmente los filtros amorosos, y aunque al comienzo las visitas para recoger dicho material las había sentido tediosas, con el tiempo se había habituado a ellas, al punto que aun ahora, lejos de su tierra, replicaba aquella vieja costumbre en la Heredad Ollivander, donde todos los días invariablemente, al caer la tarde o iniciar el día, hacía un recorrido por el bosque salvaje que la propiedad poseía, y que había encontrado interesante por la cantidad de especímenes raros que poseía.


El Diagon era ruidoso, repleto de una muchedumbre que buscaba saciar sus apetitos consumistas de diferentes maneras. Nasha iba caminando observando todo, sin detener la vista en nadie en particular, porque sencillamente no encontraba nadie sobre quien valiera realmente detenerse. Pese a llevar una considerable cantidad de meses en Inglaterra, la ciudad seguía pareciéndole gris, ya no solo por su clima y sus frecuentes neblinas, sino por su propia gente, que a menudo sentía atada a convencionalismos tontos, a formalidades aburridas a más no poder, a egocentrismos más grandes que sus catedrales góticas e hipocresías de todo calibre (aunque eso último realmente podías encontrarlo en cualquier parte del mundo).


No le tomó mucho tiempo llegar a su destino. Deteniéndose a apreciar la fachada, de extraña manufactura, especialmente si se la contrastaba con los negocios que tenía al lado, cerró los ojos y aspiró el suave perfume que emanaba el rosedal que trepaba por los muros. Su aroma le recordaba vagamente a las calles de la zona acomodada de Nueva Orleans, con aquellos caserones de enormes jardines, árboles que daban una bienhechora sombra y cuyas flores al caer la tarde emanaban fragancias que podían transporte fuera del mundo. Ella nunca había vivido en una zona así, pero había aprendido en su adolescencia a apreciar ese lugar y no pocas veces había fantaseado con tener una residencia allí.


Se disponía a ingresar, cuando de repente, una suave brisa agitó su vestido, haciendo que la tela rozara sus pantorrillas desnudas, y despeinó levemente el cabello que ese día no llevaba recogido, sino libre y en ondas perfectas cayendo a lo largo de su espalda. La sorpresa fue, cuando volvió a abrir los ojos, descubrir la figura que tenía delante.


― Creí que no volvería a verte ¿llegaste de casualidad o me seguiste hasta aquí?


Sus sentidos eran agudos. Pero cuando se trataba de vampiros, había aprendido que sencillamente estaba en completa desventaja ante su capacidad de ser percibidos solo si realmente lo deseaban.


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Sísifo:

 

 

 

Sonreí. Finalmente se percató de mi presencia. Me encontraba deambulando por el Callejón, fijándome en la gente, en los escaparates polvorientos, en el bullicio. Me fascinaba observar el comportamiento de los demás, cómo interactuaban, cómo movían los labios o se les encendía la mirada al encontrar algún cachivache que les gustara. Estaba absorto en mitad de todos aquellos desconocidos cuando olí a Nasha. Sólo tuve que rastrearla hasta dar con ella, de espaldas, contemplando la entrada de un extraño local.

 

––Puede que te haya seguido. ––Confesé.

 

Contemplé el amasijo de rosas y el letrero colgante que se balanceaba con la brisa. Me resultó familiar. Más tarde averiguaría que la dueña de aquel peculiar negocio no era otra sino Arya.

 

––Nunca he estado aquí ––susurré, sin despegar la vista de las flores––, ¿qué ha sido de ti durante todo este tiempo?

 

Nasha, como siempre, emanaba un aire entre misterioso y rebelde, ejerciendo una poderosa atracción sobre mí. No podía evitar recordar las circunstancias en que nos conocimos. Se había convertido en una especie de estrella fugaz, un cometa que de vez en cuando aparecía por mi vida para compartir experiencias frescas.

 

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  • 2 semanas más tarde...
Nasha Montpellier


También es mi primera vez aquí ¿me acompañas?


Sin esperar la respuesta, siguió andando por el sendero de madera que conducía al interior del establecimiento. El olor de las hierbas silvestres era cada vez más intenso, y cuando alzó la vista se maravilló por el encantamiento que hacía que este pareciera inalcanzable, permitiendo de ese modo que las enredaderas y otras plantas sembradas en tierra a los lados del camino, crecieran con majestuosidad.


Mi vida ha ido sin contratiempos— giró de medio lado para contemplarlo unos instantes— he hecho progresos en mi estudio sobre los vampiros, y encontré algunas otras pequeñas tareas más en las que ocupar el tiempo muerto. También me topé con un puñado de gente interesante, aunque son los menos.


Poco a poco, comenzaba a distinguir un mostrador al fondo de la edificación. Y también, a su lado,de entre el verdor emergían estantes con frascos de ingredientes de todo tipo.


— ¿Cómo te fue a ti? Recuerdo que dijiste haber encontrado una familia la última vez que nos vimos ¿ha llenado eso el perpetuo vacío que decías tener en el corazón?


Lo podía percibir, sutiles cambios habían operado en el vampiro, pero desconocía sus alcances. Si solo no se tratase de él, estudiar racionalmente todo ello hubiera sido fantástico. Pero siendo él, todo se complicaba, y ella misma se sentía culpaba de ello pues había bajado la guardia, y permitido en el primer encuentro entre ambos, que accediese a ese espacio cercano que casi nadie conocía.


Los ancianos de Talamasca, a quienes había comunicado de la situación, le habían indicado que no tenía que preocuparse, que lo que había vivido estaba ampliamente documentado y que era natural siendo humana, que no tuviera todos los elementos para no caer ante los poderes naturales de seducción de un vampiro. Pero ¿esa era toda la explicación?






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Sísifo:

 

 

 

La seguí sin pensármelo dos veces, arrastrado por su magnetismo. Si tuviera que describir lo que me hacía sentir Nasha me quedaría sin palabras, y esa sería, en efecto, la explicación más precisa de todas. Caminé por aquel sendero de madera, escuchando cómo los tablones crujían bajo mis pies mezclándose con los zumbidos de las abejas.

 

––¿Y qué has descubierto? ––Inquirí en un murmullo, distrayéndome con las formas voluptuosas de un helecho.

 

––Sí. He encontrado y he formado una familia. ––Confirmé, mirándola durante unos instantes––. Soy feliz porque soy libre. Aunque, si te lo preguntas, sigo tan atravesado por la pesadumbre como es habitual. Ese es un mal congénito.

 

Me encogí de hombros y la alcancé, ensimismándome con su cercanía. Con el pelo suelto parecía un pájaro en tensión, a punto de lanzarse a volar. Lo que más me fascinaba de Nasha es que era... indomable, imposible de enjaular. Envidiaba su independencia, su facultad para priorizar su propio bienestar.

 

––¿Quién ejerce una atracción más sobrenatural en el otro? ––Pregunté entre risas para restarle importancia al asunto.

 

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  • 1 mes más tarde...

Eilon Rice

Universidad de Oxford.

Cafetería

 

Había perdido gran parte de la mañana buscando un libro extremadamente antiguo en la biblioteca de la Universidad a la que concurría, según su profesor de Antropología tenía la tapa de color canela y las letras como hundidas en ella, apestaba a viejo y si no se lo trataba con cariño podía volverse polvo tras un parpadeo. Bien podría haber extraído su varita, conjurando un simple accio para hacerse con el material y correr a su clase de gramática avanzada pero ella no usaba magia, no desde que se había recibido en Durmstrang. Había dejado la vida mágica atrás, por lo menos hasta que se recibiese y considerara el puesto que dejó vacante en el Departamento de Cooperación Mágica.

 

Eilon se caracterizaba por ser perseverante, quería ese libro a toda costa pues serviría para su investigación, incluso cursando su primer año como universitaria precoz (por su asombrosa inteligencia), comenzaba a levantar los pilares de su tesis. Su profesor le había comentado sobre aburridos trabajos, demasiado trillados o vacíos, aquellos que se aseguraban una nota y título seguros pero que no representaban al espíritu de la persona, por tanto deseaba plasmar su esencia en papel; buscaba demostrar que la magia existía en el mundo que les circundaba pero no como en los cuentos con varitas y conjuros, sino canalizada en objetos extraños y especiales.

 

Cierta vez, el hombre, habló sobre una inmensa roca que alguna vez formó parte de un catalizador para personas increíblemente poderosas en el mundo, personas con cualidades especiales. Y que por tratarse de algo asombroso y extraño a la vez, un grupo elitista la había convertido en versiones más pequeñas y concentradas de ésta; su poder menguaba al estar separadas y esparcidas por el mundo, más quien consiguiese hacerse con todas sería considerada la persona más poderosa del mundo entero. Historia hipotética según él porque no existían tales cosas, solo buscaba enseñar lo banal que la gente podía hacer y como la codicia destruía civilizaciones.

 

Rice no se conformó con ello, investigó en Durmstrang, visitó viejas amistades en Hogwarts y pasó algunas vacaciones en Londres, donde curiosamente recaudó datos sobre Viktor y la familia Atkins de la que todos hablaban poco o nada.

 

—Condenado libro— Soltó pateando la estantería, un libro se tambaleó, casi le da en la cabeza pero ella estaba entrenada. Lo sintió caer, estiró un brazo y lo atrapó a centímetros de su frente.

 

Decidió que había sido mucho por una mañana ¿o tarde? ¡diablos! era la segunda vez que faltaba a clase por tener las narices metidas en la biblioteca o en su tesis fantasma. El estómago le gruñó. Resignada caminó arrastrando los pies hasta la cafetería de la Universidad, un cuerpo externo al aire libre al que muchas personas ajenas al cuerpo estudiantil acudían por la paz que reflejaba. Plantas, flores, el aroma a los granos tostados y los mejores croissants del lugar.

 

Ocupó la mesa de siempre, en una esquina, bajo la sombra que daba un manzano y pidió silenciosamente un café con crema y chocolate. Todo se veía igual, el cielo estaba despejado, los pájaros cantaban y... regresó la vista hacia el centro del jardín, allí donde el sol pegaba de lleno ¿Quién era él? jamás le llamaba la atención la gente o les miraba detenidamente sin verguenza pero estaban a finales de ciclo, era imposible que un nuevo alumno se hubiese inscrito, además, podía olerlo, su perfume resultaba perturbador, siniestro.

 

Desvió la mirada, sus mejillas se sonrojaron cuando notó que llevaba más de un minuto observándolo de manera alusiva ¿Qué diría si la descubrían?

 

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Quillan Atkins

Universidad de Oxford

Cafetería

 

Había llegado a Oxford hacía dos días nada más. Desde el Ministerio de Magia de USA le habían indicado que tenía que viajar de inmediato a Inglaterra para buscar un artefacto que parecía haber sido robado frente a las narices de las autoridades y que era una gran amenaza tanto para los magos como para los monaj. Desde luego, su fachada iba a ser la de un estudiante que iba de intercambio y, de paso, aprovecharía para tomar clases para su doctorado en Estados Unidos, el cual llevaba haciendo a la par de su trabajo en el Ministerio. Como se trataba de un mago encubierto, el Ministerio inglés no podía enterarse a qué se dedicaba, así que había ingresado al país con los papeles de la Universidad de Harvard que le permitían desenvolverse por seis meses en el extranjero reuniendo información para su doctorado. Doble beneficio.

 

Se sentó en la cafetería durante el receso de mediodía. Había asistido aquella mañana a una clase de Historia del Arte y una de Historia Contemporánea Avanzada, vistiendo un parche en el ojo derecho debido a su peculiar característica física, producto de aquel artefacto experimental que lo había dañado, para evitar que las personas hicieran demasiadas preguntas; se había inventado una historia sobre un defecto genético y una probable ceguera. Hacia las once de la mañana, había abandonado la clase de Historia Contemporánea para dirigirse a la cafetería cuando había notado una peculiar vibración en el aire que provenía de la biblioteca. Por supuesto, él la reconocía: se trataba de una varita mágica. Y, donde hubiera una varita, había un mago. Era poco común que los magos estudiaran en Universidades muggles pero no era del todo raro, ya que en los últimos años se había intentado tener un mayor acercamiento hacia los no mágicos.

 

No necesitaba levantar el parche de su ojo para ver el peculiar color que destilaban las auras de las varitas: azul, celeste y violeta. Ese era su poder adquirido: ver las auras mágicas de los artefactos peculiares, motivo por el cual era un bien preciado para el MACUSA, que guardaba con recelo esa información. La mayoría de las varitas emitían mismas vibraciones y poseían mismos colores de auras. A veces, había alguna amarilla o rosada, pero eran las menos frecuentes. Otros objetos como los monederos de piel de moke o similares, emitían tonalidades verdosas. Las auras eran tan variadas como colores existían en el espectro visible.

 

Por eso, cuando vio aquel peculiar color, asomó la cabeza en la biblioteca. Allí todo estaba en silencio, a excepción de los rasguidos de las hojas al ser movidas, los bolígrafos, alguna tos ocasional o el sonido del click de los ratones de las computadoras. Continuó su camino hacia el comedor, lugar que había conocido ya el día anterior y se dispuso a almorzar. Pero el día afuera era hermoso, así que tomó su sándwich de atún y queso y se dirigió a las mesas que había en el exterior. Encontró una en el centro, vacía, donde el sol cubría cada centímetro y se sentó a disfrutar de su comida, mientras sacaba un libro de su morral y lo abría por la página que había estado leyendo el día anterior. Se trataba de "Historia de la Magia" de Bathilda Bagshot, donde mencionaban muchas figuras conocidas y lugares, que más tarde iría a visitar de incógnito para ver si conseguía alguna pista sobre el trabajo que le habían enviado a hacer.

 

Se encontraba dándole el último mordisco a su último sándwich cuando lo sintió. Era una puntada en la nuca, una molestia, la sensación de que alguien lo estaba mirando. Era normal, desde luego, por el parche en el ojo, que la gente lo mirara un momento. Pero aquello era raro e, instintivamente, se giró para ver de dónde provenía aquella sensación. Lo primero que vio fue el brillo violáceo que emitía la varita mágica escondida entre la ropa y, luego, el peculiar cabello rubio casi blanco de la muchacha bajo el manzano. Era una bruja, desde luego. Una muy joven a decir verdad y se sonrojó, desviando la mirada, antes de comprobar que él la estaba mirando de vuelta.

 

Quillan no era un muchacho tímido y hacía amigos con facilidad. Además, joven o no, la chica era extremadamente hermosa, algo que pudo comprobar cuando guardó su libro en el morral, se limpió las manos y caminó hasta colocarse frente a la muchacha, justo del otro lado de la mesa. Poseía una cicatriz larga que cruzaba de lado a lado su ojo izquierdo, pero más allá de eso parecía una muñeca de porcelana. Si no hubiera podido adivinar los brazos y piernas fuertes, quizá hubiera dicho que aquella chica parecía inocente y frágil.

 

-Hola... buenos días...- se prensentó y cuando la chica levantó la vista, extendió su mano derecha-. Me llamo Quillan Atkins y soy nuevo en la universidad- agregó, esbozando una sonrisa que hubiera podido arrancar más de un suspiro.

 

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Lo iba a rechazar. Iba a menospreciarlo, a verlo de arriba hacia abajo con arrogancia para no tener que entablar conversación con él y llegar a la vergonzosa frase de "Vi que me mirabas y por eso me acerqué", era simpática, sí, pero no ligaba, mucho menos en la universidad. No todos los días se te permitía con 16 años merodear por los pasillos de Oxford y hacerte llamar uno de sus estudiantes más brillantes. Pero el muchacho tuvo que presentarse, con nombre completo y ribetes. Alzó la vista, sus ojos azules se abrieron exageradamente y, de no ser por estar técnicamente muerta, su corazón habría dado un brinco evidente en el pecho.

 

Atkins. Lo dijo muy claro como para confundirse, él dijo Atkins.

 

Se obligó a respirar con calma. Por debajo de la mesa empujó delicadamente la silla que estaba delante de Quillan y movimiento la zurda le invitó a sentarse ¿Por qué? bueno, la excusa más razonable era su recién llegada al campus, el trasfondo, que portaba el apellido de su padre, o mejor dicho de su progenitor. Eilon nunca dejaba que sus pensamientos y sentimientos le jugasen una mala pasada; Viktor Atkins simplemente había sido el medio para el fin, igual que su madre —de quien no sabía absolutamente nada— y el fin, sus verdaderos y amorosos padres, Howard y Eloise.

 

—Pues bienvenido al Campus, Quillan ¿De dónde eres?— preguntó —Noto un acento.. ¿americano?

 

Arrugó la nariz, era gracioso porque tenía un don para adivinar la mezcla que las personas podían hacer con los lenguajes y léxicos. Ella había nacido en Rusia pero fue criada en Irlanda, aun así y sin conocer una sola palabra o siquiera el tono, sus primeros balbuceos fueron rusos, cosa que llamó mucho la atención de sus padres. Más tarde pudo imitar el acento inglés, el americano y para cuando tuvo consciencia hablaba español, polaco y un sin fin de idiomas que nunca había escuchado ¿O sí? a veces sospechaba que cuando tenía cinco años y presenciaba las consultas del médico de Howth, la mayoría de los vampiros residentes provenían de distintos puntos del mundo.

 

—Ah, disculpa. Mi nombre es Eilon— agregó, obviando el apellido.

 

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Quillan retrajo la mano ante la no acción de su interlocutora y, en cambio, tomó el respaldo de la silla que la señorita había empujado hasta él y la corrió para poder tomar asiento en la misma mesa. Su sexto sentido mágico le indicaba que la varita de la chica estaba vibrando, ansiosa, pero hizo caso omiso. A veces, los objetos mágicos lo "presentían" y hacían una "fiesta" a su llegada, como si supieran que había algo en él que los reconocía... como si tuvieran vida. Se quitó el morral, que dejó depositado en el suelo y colocó ambas manos sobre la mesa, entrelazando los dedos. Esperaba, en cierta forma, que el parche en su ojo no fuera intimidante.

 

-Eilon- dijo, pronunciando cada sílaba cuando la joven se presentó y sonrió, porque había adivinado que provenía de Estados Unidos-. ¿De dónde soy? De Irlanda... Si me lo preguntas... ¿De dónde vengo? De Nueva York, Estados Unidos- respondió, volviendo a sonreír de aquella forma tan natural y encantadora-. ¿Y usted? Señorita... Eilon- preguntó, dándose cuenta de que ella sólo se había presentado con su nombre.

 

Además de bueno en buscar artefactos mágicos, también era bueno adivinando a las personas. Claramente la joven estaba nerviosa y aunque podría haber supuesto que era porque la había visto fijándose en él, Quillan sospechaba que se debía, en realidad, a un rasgo que quizá creía que pasaba desapercibido -y quizá lo hacía- para la mayoría de las personas: esa muchacha era un vampiro. La cicatriz que tenía en el ojo de ninguna forma le quitaba encanto a aquella piel perfecta de porcelana y quizá, sospechaba, su ojo turquesa se había agudizado para descubrir distintas razas en el mundo. Podía ser las auras de los demonios, aunque no sabía por qué y, por supuesto, notaba a los hombres lobo. Pero era el primer vampiro con el que tenía contacto, a pesar de haber visto a varios.

 

-Iba a decirle que me sorprendía ver a alguien tan joven en la Universidad. Debe ser usted una estudiante brillante- agregó, porque claramente la chica no tenía más de dieciocho años-. ¿Hace mucho que estudia aquí? Me gustaría, si no es molestia, que alguien me mostrara el Campus. Apenas he llegado y aún me cuesta trabajo encontrar el camino a algunas de mis clases- mintió.

 

Quillan era bueno memorizando rutas, salidas, pasillos y aprovechando, cada vez que estaba en algún lugar, a medir distancias tan sólo con observar. Su especialidad era el escapismo, debido a que era muy rápido y flexible. Había sobresalido en la Academia del MACUSA como uno de los más veloces de su clase tanto para adelantar a sus compañeros como para abrir cerraduras, candados o encontrar salidas ocultas. Así que, a penas había llegado al campus, había tratado de aprender todo lo que podía sobre aquel lugar.

 

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  • 2 semanas más tarde...

Eilon Rice

Universidad de Oxford

Cafetería.

 

 

luego soltó una carcajada.

 

La cada del joven hubiese sido encantadora, más todo aquello sucedió en su mente. Aún no hablaba, pues la misma cualidad que le permitía no envejecer físicamente le agudizaba los sentidos y, aunque no sabía por qué, presentía algo extraño en él y no se arriesgó a bromear, porque solía hacerlo, los muggles eran bastante obtusos en el tema y todo lo excéntrico lo tomaban como chiste.

 

--Digamos que fui dotada con un IQ igual o mayor al de mi amigo Albert ¿Quieres probarme? -- Era lo que hacia la mayoría de las personas cuando se los comentaba, otra tonteria muggle. Habia aprendedido a despreciarlos ya adulta, conviviendo con ellos en Inglaterra.

 

Luego se paró, apresurada por guardar todo antes de que Atkins repasara cada nombre de cada tomo y fuese capaz de conocer más sobre su personalidad. Le palmeó el hombro como su fuesen amigos de toda la vida y lo animó a seguirla, le mostraría el campus sin problema alguno y quizás le estirase la lengua para saber un poco más acerca de su procedencia, después de todo no era tarea sencilla aprender sobre familias mágicas fuera de la comunidad.

 

Algo vibró. Lo oyó antes que sonara. Habían dado cuatro pasos. El teléfono le sonó. Era un mensaje de texto de Carol, su mejor amiga.

 

--Demonios-- Soltó arrugando la cartera con el puño, se le habían enrojecido las mejillas --Cambiaron el horario de mi clase de Antropología, así que a menos que la tengas en tu itinerario, deberé dejarte.

 

Se sentí a algo apenada por la promesa frustrada aunque por debajo del velo escondía agobio por el plan truncado.

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  • 2 semanas más tarde...

Quillan Atkins

Universidad de Oxford

Cafetería

 

 

Notó que cada palabra que decía era sopesada y analizada por su interlocutora y no pudo más que sentirse fascinado por la forma en que la joven lograba desviar la atención de las cosas importantes, quitarle relevancia a información valiosa. Todo y eso, él sólo la observó mientras ella sonreía, probablemente divertida por algún chiste que no iba a compartir con él y cuando mencionó lo de su IQ, sólo asintió. No tenía ganas de ponerla a prueba, la realidad es que eso le parecía un poco infantil y seguramente a ella también, por la forma en la que lo había mencionado, como si a todo el mundo le pareciera divertido ponerla a prueba.

 

-¿Ya te vas?- preguntó, cuando ella se puso en pie y comenzó a juntar los libros, a los que él apenas parecía haber prestado atención y que había "ignorado" deliberadamente para no parecer demasiado interesado-. Oh, genial- suspiró, cuando ella lo invitó a participar del recorrido que le había pedido.

 

Pero, al momento siguiente, el teléfono celular de la chica vibró y ella maldijo.

 

-Déjame comprobar- tomó su itinerario y sí, justo allí estaba la clase de Antropología que ella mencionaba-. Antropología de las 13:30 con el profesor McKinnon- leyó en voz alta-. ¿Es esa la clase que han adelantado?- miró el reloj que llevaba en su muñeca izquierda y que poseía muchos símbolos diferentes y manecillas además de marcar la hora-. Son las 12:35- agregó, aunque un comentario superfluo porque claramente Eilon había visto la hora en su aparato muggle.

 

Sí, Quillan conocía los teléfonos celulares. Había hecho uso de varios a lo largo de su vida mientras estudiaba la mitad de su tiempo con nomaj en Estados Unidos y había requisado varios que habían sido encantados para que, cuando un muggle les pusiera dinero para realizar llamadas o mandar mensajes, ese dinero se convirtiera en galleons que algún gracioso recibía en una cuenta ilegal. Era increíble cómo los ladrones modernos se las ingeniaban para mezclar teconología nomaj con magia.

 

-Es una clase bastante avanzada. ¿Qué estudias?- quiso saber el pelirrojo, mientras comenzaba a caminar con el mapa del campus en una mano, hacia donde creía que encontraría el ala de Humanidades-. Perdón que sea tan curioso. No todos los días uno se encuentra con una bruja en un campus de una Universidad nomaj- comentó, mirando de reojo a su acompañante.

 

 

@@Arya Macnair

Editado por Cissy Macnair

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