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Ellie Moody
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Aquella es la primera vez, en sus diecisiete años de vida, que Rhiannon Kincade visita el Callejón Diagón. No obstante, reconoce algunos lugares: Gringotts, Ollivander's, el Caldero Chorreante... Es extraño. Son espacios que sólo ha visto en fotografías, y las personas que caminan a su alrededor, magos y brujas que visten túnicas y sombreros, personajes de sus libros. Es como si, en lugar de alejarse de su hogar, no hubiera hecho más que abrir uno de los libros de Historia de la Magia y hundirse en sus ilustraciones y letras. Se siente como una extraña, con su vestimenta a todas luces muggle. Repentinamente, un pensamiento se le viene a la cabeza: van a pesar que es una sangre sucia, nunca una bruja de sangre limpia, nunca una Kincade. Sin darse cuenta, suelta una risa. ¡Está pensando como su padre!

 

Al caminar adentrarse en el Diagón, se da cuenta de que, de hecho, no es muy observada. Incluso, allí hay más personas de las que habría esperado, que visten a la usanza muggle, así que no tarda en mezclarse. Sin embargo, no está segura de si aquello es algo bueno o algo.

 

—Buenos días —a Rhiannon le parece lógico pensar que, en una librería, encontrará personas conocedoras. Eruditos de la magia. ¿Quién vendería libros, sin conocerlos a la perfección?—. Estoy buscando a un mago, o quizás una bruja, que...

 

—Disculpe, señorita —el hombre de mediana edad sacude la cabeza, interrumpiéndola de una forma que le parece bastante grosera. Siente que sus mejillas se sonrojan de la vergüenza, pero aún así guarda silencio. Su padre siempre le ha dicho que debe dejar a los magos adultos hablar. Rhiannon entonces aprieta los labios y escucha atentamente. Cuando el mago alza la mirada de su pergamino para observarla, sus facciones parecen suavizarse un poco, pero aún así se mantiene firme—, sólo puedo ayudarla si busca un libro o si necesita ayuda para encontrar un libro. Si quiere a un experto en algún tema, le recomiendo ir a la Universidad Mágica...

 

Rhiannon agradece con una leve sonrisa, y sale de la librería. Sin embargo, en la calle, su sonrisa se esfuma. Nunca ha leído nada acerca de la Universidad Mágica. Su padre le habló de Hogwarts, de Durmstrang, Uagadou, Castelobruxo... pero nunca de una tal Universidad Mágica. Aún así, no cree que el hombre le hubiese mentido. ¿Qué habría ganado con ello?

 

Camina mucho, pero no encuentra la institución que busca, ni tampoco otro lugar donde pareciera que pudiera encontrar ayuda. Lo cierto es que habría pensado que el Diagón estaría rebozante de tiendas de libros de magia, bibliotecas, boticas, negocios de diversos objetos mágicos, y quizá uno que otro lugar para comer. Sin embargo, se encuentra más bien con muchísimos bares, cafés, tabernas, incluso discotecas y clubes nocturnos. Allí definitivamente no encontrará ayuda. Hay otros lugares en los que no se atreve a entrar, pues su fachadas son sumamente extrañas, más parecidas a las modernas casas muggle que a lugares de magos y brujas. Sin saberlo, se encuentra en el callejón Knockturn.

 

A esas alturas, está bastante desmotivada. Está segura de que allí no encontrará a nadie que pueda ayudarla, así que lo único que le queda es encontrar la Universidad Mágica. Sin embargo, un objeto tras la vitrina de una sencilla tienda llama su atención. Quizás pueda hacerse a sí misma un regalo de cumpleaños.

 

—Buenos días —saluda, con la voz clara y tono jovial.

 

Ellie levanta la mirada de su libro. Una muchacha camina hacia ella. Es bastante bonita, mucho más de lo que ella pudo haber sido alguna vez, aunque luce un poco cansada. Viste una vestido azul marino que le llega hasta las rodillas y un cárdigan beige, un conjunto que le parece un poco elegante para una caminata por el Diagón. Por un momento, Ellie se avergüenza de estar usando su vieja túnica negra y además, aprovechando la poca clientela, estar descalza.

 

—¿En qué puedo ayudarte? —pregunta, con su usual tono escocés.

 

Cuando la muchacha habla de la caja de música, Ellie se coloca rápidamente las botas —de la forma más disimulada que puede—, y sale del mostrador. Camina a través de los pasillos creados por las estanterías, con la joven tras ella.

 

—Disculpe —Ellie se detiene y se vuelve, para ver qué ha llamado la atención de la muchacha. A pesar de su tono gentil y la seguridad de su voz, pareciera estar dudando de si seguir hablando o no—. Estos libros, ¿son de magia?

 

—Lo cierto es que la gran parte de los libros que hay aquí son de cuentos, relatos, novelas, no tengo muchos textos de estudio —responde Ellie—. Pero no te preocupes, hay muchas librerías por aquí. Y la Biblioteca de Alejandría está abierta para todos, incluso para quiénes no son estudiantes de la Universidad.

 

Rhiannon observa a Ellie y, por supuesto, ésta no advierte la emoción que siente. Sin embargo, no tiene la oportunidad de preguntar de inmediato pues alguien baja por las escaleras que están tras el mostrador.

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--¡Ellie vas a matarme! --la voz cargada de congoja va acercándose a medida que Mel baja las escaleras, hasta que su cabeza termina por asomar hacia el primer piso-- ¡He vuelto a atorar el baño de arrib...!

 

Su voz de ahoga en un gemido a medio camino entre la vergüenza y la contrariedad. Oculta tras de sí un objeto que había exhibido a plena vista momentos antes, pues como en otras ocasiones, no encontraba su varita entre la pila de cosas así que había terminado por intentar componerlo a lo "muggle".

 

Por supuesto, está arrepentida de su proceder nada más ver a la delicada muchacha que se encuentra en compañía de Ellie. O al revés. El punto es que no suelen haber clientes y Mel enseguida teme haber espantado uno de los pocos prospectos de compra que Ellie ha tenido en semanas.

 

--Cuanto lo siento, puedo volver en un rato...

 

La verdad, es que no sabe dónde meter su cara y no está segura de que importe. Si bien componer la situación sería cosa difícil para cualquier ciudadano regular, es una labor simplemente imposible para Mel, teniendo en cuenta sus "refinados" modales.

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Je, je... —tras la llamativa aparición de Mel, Ellie suelta una risa nerviosa. No puede negar que le preocupa que su prima espante a la clientela; todavía no tiene noticias de su postulación, tampoco han habido más inscritos en su clase avanzada de pociones, así que lo único que le queda para sobrevivir, son los frutos de su negocio. Aún así, tampoco se enojaría con su prima por algo así; después de todo, si en algo pueden estar de acuerdo, es que los ingleses son demasiado remilgados. Incluso ella es capaz de notarlo... incluso ella ha sido una víctima de los prejuicios.

 

Rhiannon observa a ambas mujeres, con el ceño fruncido en un gesto no de enojo, sino de desconcierto. Imaginarse cómo estará el baño, para que esa bruja morena bajara corriendo con tal escándalo, la pone muy incómoda. Sin embargo, sonríe con cortesía, intentando aparentar que la situación le ha parecido graciosa. No actúa así simplemente por educación; cree tener la oportunidad de indagar más acerca de la Universidad Mágica. Ni siquiera por un momento se le ocurre que alguna de esas dos brujas sea una experta en Maldiciones... Simplemente, no se imagina a un erudito en un lugar como aquel.

 

—Mel, ella preguntó con la caja musical, que está en la vitrina. ¿Puedes ir llevándola al mostrador?

 

Mientras su prima de ocupa de buscar el pequeño cofre, Ellie vuelve el rostro hacia la joven.

 

—Entonces, ¿estás buscando algún libro en particular?

 

—En realidad no, —responde la muchacha, aunque con un tono despreocupado—. Necesito estudiar un poco más para conseguir un empleo en el Ministerio de Magia, sólo quería ojear un poco entre las opciones... Pero, si le interesa ayudarme, estoy buscando información sobre la Universidad Mágica. Me interesa anotarme, ahora que terminé mis estudios primarios —por supuesto, no dice nada sobre la educación en casa, pero tampoco se atreve a mentir diciendo que fue a Hogwarts... aunque sabe que eso es lo que deben estar imaginando.

 

—Oh... supongo que no hay mucho de contar —Ellie se vuelve y camina hacia Mel, quien hace equilibrio sobre una silla para alcanzar la caja de música. Lo cierto es que le parece un poco extraño que alguien pregunte por la Universidad, cuando se supone que es un lugar conocido, pero es cierto que los jóvenes no suelen estar al pendiente de esos asuntos—. Dan muchas clases, es bastante costosa, y los profesores... son todos unos personajes —no puede evitar soltar una risa amarga y sabe que su prima será mucho menos sutil que ella—. Pero es un lugar interesante. Puedes enviar una lechuza, supongo... O quizás tenga algún panfleto por acá...

 

»Oye, Mel, ¿no viste algo así en las...? —por un momento, está a punto de decir "las revistas del baño"— Err... allá arriba.

 

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Editado por Eileen Moody

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  • 2 semanas más tarde...

Luego de devolver todo "a su sitio" y mientras se mantiene de puntillas sobre la silla para alcanzar la caja, no puede evitar fruncir el ceño ante Ellie, echándose flores a sí misma con aquella referencia a los profesores de la Universidad. De hecho, se le hace tan extraño que por poco deja caer la caja, aunque consigue rescatarla de último momento y tenderla con cuidado.

 

Quería volver al asunto del baño para solicitar discretamente la ayuda de Ellie pero no encuentra cómo, así que se mantiene en silencio hasta que ella pregunta por los panfletos. Mel arquea las cejas pues cree haber visto algo parecido justamente de lugar del que ha salido. Así que vuelve escaleras arriba y recoge algunos. Llena de huellas y luego de hacer un sonido similar al de un ratón al ser aplastado, encuentra a la pobre y vieja Meows.

 

La varita se niega a hacerle caso un par de veces, hasta que luego de un estornudo de chispas, Mel consigue liberar el inodoro, que hace un sonido de agua corriendo bastante escandaloso. Intentando recordarse que debió usar un muffliato primero, Mel vuelve al piso de abajo con lo que su "prima" le ha pedido. Disimuladamente, intenta limpiar a la varita con la manga de su túnica, hasta que ésta vuelve a hacer un sonido similar a un maullido.

 

Mel la deja estar entonces ya un tanto resignada.

 

De hecho, quiere intervenir en la conversación pero no se le ocurre cómo. Si bien ella conoce a varios que enseñan allí, no es maestra de nada ni está segura de tener el talento para serlo.

 

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—¿Qué fue eso?

 

Ellie sonríe nerviosamente. ¿Qué rayos estará haciendo su prima allá arriba?

 

—No te preocupes —replica ella, haciendo un gesto de "despreocupación" con la mano para intentar restarle importancia al asunto—. Ven, podemos ir viendo la caja musical.

 

Lo cierto es que a Rhiannon no le llama especialmente esa simple caja musical. Durante su infancia tuvo algunas y todavía las conserva en su hogar, en mucho mejor estado que aquella y en un modelo mucho más elegante. Sin embargo, pretender ser una cliente es la mejor excusa que tiene para seguir indagando sobre esa tal Universidad Mágica... Por supuesto, quizás a esas brujas no les parecería raro que una desconocida les hiciera plática. Ellas no tienen el acento ni la apariencia estirada de los ingleses, sino que hablan con un despreocupado tono que desconoce como escocés; además, parecen ser personas sencillas, humildes. Las personas que, quiere pensar, no la cuestionarían, mucho menos intentarían ver más allá de sus palabras y sus acciones.

 

Cuando Ellie abre la caja, revela a una bailarina de cerámica girando sobre sí misma, gracias a un sencillo mecanismo, y una suave melodía brota desde la parte inferior. Pero la escultura no se aviva con la música, no hay chispas, ni siquiera la música tiene algún toque mágico. Es sólo una muñeca, una melodía grabada y una caja. Nada más, nada menos.

 

—Es un juguete muggle —murmura Rhiannon, con un ligero tono de reprobación.

 

—Es un tesoro —replica Ellie—. No usa magia, no se alimenta con magia. Funciona por sí mismo. La verdad es que me parece muy...

 

Por fortuna, antes de que pueda recriminar el prejuicio de la cliente, Mel llega con los panfletos.

 

—Allí está todo lo que necesitas saber —dice Ellie, mientras Rhiannon ojea uno de los pergaminos—. La historia es larga y quizás algo aburrida, pero es un lugar interesante y de mucha ayuda.

 

—Así que... ¿hay expertos de cada una de las ramas y las artes mágicas?

 

—Uhm —Ellie intercambia una mirada con Mel. No está segura de si decir expertos sea lo mejor, pues ella misma no se considera la mejor pocionera, y además ella y su prima han tenido encuentros de calidad dudosa con ciertos instructores...—. P-pues hay mucha variedad de profesores... —tartamudea luego de unos momentos, y lo cierto es que todavía se siente indecisa por dar aquella respuesta.

 

Mientras la muchacha lee el panfleto, las primas regresan tras el mostrador y, allí, Ellie aprovecha de tomar a Mel del brazo para alejarla un poco y entonces por fin preguntarle:

 

—Oye... ¿todo está bien arriba?

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  • 2 meses más tarde...

Caleb Dixon.~
El viejo anciano caminaba lentamente por aquellas calles del Callejón Diagon. Los copos de hielo caían lentamente, pero lo había estado haciendo durante días, por lo que cada rincón estaba invadido por la nieve, un manto blanco tendido en las calles, techos, cristales y objetos tirados.

Caleb había salido de Fabricantes de Mentiras por un encargue especial. Tenía ya la mitad de su pago en su bolsillo pero se había estado quedando corto con los recursos. Ninguno de los propietarios de aquel negocio lo había podido ayudar, casi todos eran magos que ocupaban buenos puestos dentro del Ministerio.

Para eso estaba la otra parte del Staff, la otra parte ilegal que podían moverse libremente por el mundo mágico. Claramente sin que lo descubran porque todos podían caer contra ellos, tanto los duendes como el Concilio de Mercaderes. Aún asi, Caleb, cubierto por completo por su gruesa capa de viaje, llego a su destino.

El Trastero.

Se acercó lentamente a los cristales, con cierto grado de disimulo más su edad que no lo dejaba avanzar demasiado rápido. Tocó varias veces la puerta pero aún así, decidió ingresar. El frío había congelado el cuerpo del viejo y cuando entró allí no había demasiada diferencia, solo algunas volutas de vapor que despedía de su boca. Se frotó las manos e intentó llamar a alguien. Había averiguado que tal vez la bruja dueña del local podría ayudarlo.

Hola ¿Hooola? ¿Alguien por aquí?

 

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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A pesar de que los últimos días Ellie había pasado una buena parte del tiempo en su taller, El Trastero se mantuvo cerrado al público... e, inclusive, a las visitas familiares. La última vez que el negocio estuvo abierto, fue el día que Rhiannon Kincade llegó. Mel, quien la acompañaba aquel día, se fue al poco tiempo y Ellie se quedó con la joven bruja. Por sus preguntas, supo que no se trataba de una simple clienta. Le dijo que buscaba ayuda, pues tenía un problema. Parecía no ser capaz de decirlo, así que le ofreció su diario personal, donde podría leer lo que le afligía. Sin embargo, cuando lo tuvo en sus manos, Rhiannon pareció cambiar de opinión e intentó quitárselo. ¿Por qué se resistió, si aquel no era asunto suyo? ¿Por qué no le devolvió el diario y ya? El recuerdo todavía hace que se le caiga la cara de la vergüenza.

 

Fue una noche larga en el Callejón Knockturn, llena de problemas. Sin embargo, finalmente, Ellie descubrió lo que sucedía y se vio atrapada en un compromiso con Rhiannon. Tendría que ayudarla y, por sobre todas las cosas, guardar su secreto.

 

Esos días, ha estado leyendo todo lo que ha podido conseguir acerca de maldiciones de sangre y, especialmente, maledictus, No es mucho lo que se consigue, y a esas alturas sigue sin tener información favorable... pero ya no puede echarse hacia atrás. Sabe que Rhiannon cuenta con ella y, luego del terrible comienzo, no quiere lastimarla más.

 

Si esa mañana decidió abrir el local, es por lo cerca de la Navidad y lo importante que es aprovechar la época para hacer ganancias. Su salario en San Mungo no es mucho y, aunque tiene la esperanza de reincorporarse al Departamento de Misterios, no tendrá su puesto de jefa de oficina. Por eso, debe aprovechar mucho sus trabajos extraministeriales. Ellie está tras el mostrador, usando una gruesa túnica negra y un sobretodo gris, bebiendo chocolate caliente y escribiendo una lechuza para Hobb. No ha sido un día muy movido, por lo que se sorprende cuando tocan la puerta... y se sobresalta de sobremanera cuando la puerta se abre y entra al pequeño negocio un viejito.

 

—Buenas tardes —por inercia, Ellie se pone de pie. Entonces, recordando los regaños de su abuela, sale de atrás del mostrador y camina por entre los estrechos pasillos de estanterías hasta la puerta. Aquel mago luce tan frágil que teme que se caiga y, entonces, sea su culpa por no haberlo ayudado a caminar—. ¿En qué puedo ayudarlo, señor?

 

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Editado por Eileen Moody

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Caleb Dixon.~
El anciano se quita la capucha cuando ve que la señorita bruja se da cuenta de su presencia y se acerca hacia él. Su frente tan arrugada como una pasa de uva, queda al descubierto, como también su nariz ganchuda y sus enormes cejas pobladas, como si por milenios jamás las hubiera recortado. Aún asi, aún su aspecto débil, portaba una gran fuerza desde su interior.

Creo que usted podrá ayudarme demasiado, jovencita Moody. Como yo a usted —el viejo le sonrió pícaramente mientras se aferraba sus manos entre si, caminando con pasos diminutos, observando el panorama alrededor. Incluso de algunos objetos que no tenían mucha importancia. Se giró nuevamente a ella—. Me han llegado rumores a mis oídos y creo que tengo un pacto que nos va a beneficiar a los dos

La voz de Caleb se volvía más oscura. El viejo era tan viejo como sabia. Y tenía una gran habilidad, una habilidad que no se adquiría en ninguna universidad o curso privado. Había tenido muchos negocios, había tomado en sus manos demasiados objetos para saber lo valiosos que podían ser. Incluso tenía cierto olfato para objetos que aún no conocía. Y también conocía la debilidad de los necesitados y hasta era un gran vendedor al saber qué podía necesitar ésa persona.

Y en ése momento lo vio en los ojos de Eileen Moody. Cuando encontraba una nueva presa para un gran pacto, no se rendía nunca.

Vengo a hacerle un trato. Podremos trabajar juntos en éste ambiente. A escondidas de ojos curiosos, claro está —dijo el anciano Dixon mientras rebuscaba entre sus ropajes, hasta que lo encontró. Era una esfera de cristal con un interior relleno de un líquido transparente. Alrededor tenía unas finas líneas de metal, como si fueran órbitas de un planeta. Y si se lo miraba cerca, se podían leer algunas runas. Lo estiró a la luz, ofreciéndoselo a la bruja con una sonrisa, si se la notaba, un poco malévola—. Éste es parte de mi trato. Es una reliquia que encontré en Alemania. Se la ofrezco. Con ella podrá saber si cerca de usted se encuentra alguien con sangre de Maledictus. Ya sabe… ésa maldición deja rastros en familias enteras

Caleb estiró su mano, dejando la cadena colgando entre sus arrugados dedos. El colgante iba de un lado hacia el otro, brillando a la luz mugrienta del lugar. Si el colgante se ubicaba cerca de alguien que en su familia poseía a una Maledictus, se rellenaría de una espesa sangre roja. O eso había visto que hacia ése objeto alguna vez.

 

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—¿D-disculpe?

 

Ellie se queda petrificada junto a la puerta, con los ojos fijos en el anciano que camina muy lentamente hacia el interior de la tienda. Es cierto lo que dicen: en Londres, es difícil tener un día normal. No necesita observar demasiado al anciano para confirmarse a sí misma que no lo conoce. Que él la conozca a ella es, sin embargo, muy curioso... y, quizás, preocupante. Ellie no es precisamente una figura conocida en la comunidad mágica. Su trabajo en el Departamento de Misterios, a pesar de importante, pasó desapercibido debido al propio secretismo de del departamento. Los Moody no son muy populares en la comunidad, ni tampoco lo es El Trastero en el Callejón Diagón. Ellie está segura de que ella misma ni siquiera es muy conocida en la Orden del Fénix. Entonces, ¿cómo puede ese mago conocerla? Y, peor... ¿qué rumores han llegado a sus oídos, que le llamaran la atención? ¿De qué clase de pacto habla?

 

—Creo que me confunde con alguien más, señor.

 

Se frota los brazos cuando siente un ligero escalofrío erizar su vello. La voz del mago se vuelve más oscura, más siniestra, y la situación le parece cada vez más inquietante. Sintiéndose amenazada, se obliga a sí misma a avanzar e intentar interceptar su mirada, y acabar con el misterio. Sin embargo, no es capaz de realizar la legeremancia; verlo a los ojos es intimidante, por la sabiduría que parecen guardar. Él, sin prestarle atención a sus palabras, sigue hablando.

 

Lo cierto es que, a pesar de hablar con lentitud y muchas palabras, el mago en realidad no le da mucha información. Habla de hablar juntos, a escondidas, pero ¿a qué se referirá? Ellie abre la boca para soltar las preguntas que la atormentan, mas su voz se ahoga cuando queda a la vista aquella esfera de cristal. La palabra reliquia hace que Ellie se muerda los labios, para contener aquella sonrisa de interés. Debería preocuparse. No le parece que sea una coincidencia que llegue a ella aquel objeto, poco después de que Rhiannon Kincade llegara a su vida... ni tampoco le parece una coincidencia que la compren con una reliquia antigua e interesante, las cuales son su debilidad.

 

No es sensato, lo sabe. Y esa sonrisa, esa maldita sonrisa no le da buena espina. Pero está sola. No está Mel, ni Richard, ni Madeleine... nadie que la conozca, nadie que la juzgue. ¿Qué podría salir mal?

 

Con cierto recelo, extiende la mano y toma el colgante, para observarlo de cerca. Ellie sabe leer runas, pero cualquiera puede tallar runas. ¿Cómo saber si aquello no es sólo una barajita? Aunque aquello le preocupa, sabe que hay preguntas que tienen mayor prioridad.

 

—¿Qué rumores has oído? —a decir verdad, espera que sólo sea un engaño. Estando a tan sólo un paso de recuperar su antiguo empleo en el Departamento de Misterios, no necesita ganarse una mala reputación— ¿Qué es lo que quieres de mi? No estoy aceptando nada —se apresura a decir—, sólo quiero entender qué es lo que sucede, quién eres tú y qué haces aquí.

 

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Caleb Dixon.~
El anciano rie satisfactoriamente por dentro cuando la jovencita toma su regalo. Regalo. Una manera de decir, ya que sabía Caleb Dixon que jamás perdía sus pertenencias, sino que las iba aumentando con las sinfines que poseía. Aflojó un poco su cuerpo, no quería parecer tan ansioso. Y al parecer, Ellie se había dado cuenta de aquello por su tono de alarma.

No se preocupe, señorita. Si usted es Eileen Moody, es la bruja que estaba buscando —el anciano volvió a meter sus manos entre los pliegues de su túnica. Sonriéndole para parecer un poco más amigable. Caleb había notado algo, ella mostraba curiosidad pero a la vez, no había soltado aquel objeto—. No busco meterla en problemas ni nada parecido. Disculpe si ésa fue mi primera imagen.

El viejo Dixon tenía una vida de por medio que le pesaba. Y había tenido todo tipo de trabajos y experiencias. Tal vez no tenía las mismas que la jovencita allí y algo le decía, que no podía llevársela en su contra. La bruja portaba demasiada magia. ¿Por qué entonces dudaba tanto de si misma? Si había algo que compartían entonces ambos, es que podían trabajar desde las sombras, desde lo desconocido.

Venía a ofrécerle una alianza. Como vera… la comunidad mágica le fascinan los papeleos y la burocracia. Pero los dos sabemos que así no es como se consiguen los objetos. Y los buenos, como ése… —le señalo la pequeña esfera con forma de colgante que aún se aferraba entre sus dedos—. Ése es mi aporte a ésta alianza como prueba de mi verdad. Podemos trabajar juntos. Hacer una sociedad entre buenos negociantes.

¿Estaba claro decirle que no podíamos revelar ése negocio a los ojos del Concilio de Mercaderes? Estaba claro que no, sino se nos caería encima junto al Ministerio de Magia.

Casi toda mi vida me he dedicado a esto. Y a pesar de todo, a pensar de las creencias e ideales de cada uno, cada objeto tiene una historia. ¿Por qué le dicen objetos tenebrosos a uno que está maldito? ¿Acaso no es maldito la persona que lo embrujó? ¿Y por qué todo lo ‘bueno’ cura o regenera? Es un negocio complejo pero fácil de entender. Yo creo que no vamos a tener problema de asociarnos, señorita Moody

Tenía más información. Pero tal vez no era bueno revelarla ahora.

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