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Ellie Moody
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Durante unos momentos, Ellie guarda silencio. Como es habitual en ella, escucha atentamente y se toma su momento para pensar. Es perfectamente capaz de percibir lo extraño de aquella situación... el peligro, inclusive. Está en la atmósfera, en las palabras del anciano mago, en aquella sonrisa y aquellos ojos. Si hay algo que ha aprendido en su tiempo en Inglaterra, es que nadie se acerca con una propuesta y un "regalo" tan inocentemente. «Alianza», ¡qué palabra tan tramposa! Está segura de que, con aquella reliquia, intenta comprarla. Lo que todavía no tiene claro, es qué es lo que aquel forastero puede querer de ella. Y lo que es más inquietante, ¿cómo parece conocerla tanto? Aún si se tratara de un legeremante, ella misma es una oclumante y está acostumbrada a reservar ciertos aspectos de ella, incluso a sus seres más queridos.

 

A pesar de trabajar en el Ministerio de Magia, de parecer una persona tan normal, hay aspectos de ella que, sabe, pueden ser percibidos como turbios. Por un lado, está su interés en el estudio de las Artes Oscuras y las Maldiciones; por el otro, los negocios en los que se ve envuelta para obtener los objetos interesantes que se ven en el negocio. Por supuesto que entiende a lo que el mago se refiere. A veces, es necesario ser flexibles, salirse un poco del margen. No todo es blanco y negro, hay muchos grises.

 

—¿Así que también es un coleccionista? ¿Un artesano? —pregunta con cautela— Entiendo su idea. No estoy de acuerdo con la clasificación de la "magia buena" y la "magia mala". Sólo creo que las personas son capaces de corromper cualquier cosa... incluso algo tan hermoso.

 

»Creo que suena... interesante, este negocio, a pesar de que en realidad casi no ha hablado de él.

 

Sus ojos se desvían hacia la ventana de la puerta y la vitrina. Aunque varias personas caminan por las calles del Knockturn, nadie parece prestarle atención a su negocio. Lo cual es perfecto. Ellie no puede permitirse arruinar su reputación, no cuando está trabajando tan duro por regresar al Departamento de Misterios.

 

—No, tiene razón. No tengo problema en que nos asociemos, como negociantes... siempre que sea una alianza discreta. Usted entiende —está segura de que no necesita darle explicaciones al mago—. Pero hay algo que me preocupa. Usted ya presentó su aporte; ya que usted se presentó acá, sospecho que tiene una idea de cuál puede ser mi aporte, ¿no es cierto? —las manos de Ellie se vuelven puños; sus uñas se clavan en su palma. Sabe que no está actuando con sensatez... pero ya no hay marcha atrás.

 

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Editado por Eileen Moody

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Caleb Dixon.~
Ay, niña. No, claro que no —el anciano suelta una carcajada lo más amigable que puede, despidiendo el aire que había sostenido. En aquel momento podía haber sucedido cualquier cosa, desde recibir un halago como un hechizo de parte de la bruja. Ella tal vez no lo veía, pero se podía sentir todo el poder que contenía. Si Ellie así lo quería, poder haber explotado aquel maldito lugar—. Eso va a depender de usted, señorita. Usted sabe que puede ser su aporte. Cuando sea el momento. Hasta quizás cuando necesite un favor, podremos quedar a mano.

El viejo le guiñó un ojo. Como intentando quedar compinche. ¿Pero de verdad era asi? La alianza significaba aumentar el poder de los dos. Si Eileen Moody aceptaba ésa alianza, que al parecer era lo que estaba sucediendo, entonces iba a tener que mostrarle todo lo que Caleb Dixon poseía. ¿Incluso su fuente de magia? Claramente que no podía decirle que utilizaba la confianza de Elvis Gryffindor para usarlo como fachada. Aquel iluso mago que tanto confiaba pero que le había quitado de encima cientos de objetos. De seguro que ni se conocían.

Tengo un sitio seguro en Fabricantes de Mentiras, en uno de los callejones al sur. Puede encontrarme ahí cuando lo necesite —le dirigió una reverencia—. Estaré encantado de mostrarle incluso algunos objetos más. Podemos además trabajar en común. Si no quiere un trabajo o es demasiado peligroso, puede enviármelo que me encargaré de ésa persona. Guardaré su secreto de la misma forma —explicó el viejo.

Para todo eso, Caleb Dixon quería sonar amable, quería ser alguien amigable. Pero estaba claro que sus ganas de obtener nuevos objetos y más salidas, lo volvían un poco tenebroso. Pero de algo podía estar Eileen segura, que era alguien de quien confiar. Iba a tener un par de ojos siempre a su disposición. O por lo menos, Elvis era lo que había visto en el viejo: una persona que lo ayudaba con lo que él no podía (o no se animaba) aunque le robara objetos y lo usara como fachada sin que el Auror sepa.

¡Oh! Me olvidaba… ¿Sabía que el Concilio tiene una cantidad grande de objetos ilegales? Es un negocio que trabaja paralelamente entre negocios como éstos…

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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«Cuando necesite un favor...». Temía una respuesta así; si hay algo que Ellie detesta, es andar a ciegas. Si su mayor pasión es el estudio de la naturaleza de la magia, es porque le gusta entender las cosas, ser capaz de observar el panorama completo. No, más que simplemente gustarle, es algo que necesita. Incluso antes de sus aventuras y viajes, se prepara con bastante anticipación, para tener que improvisar lo menos posible. Pero ahora siente que no tiene otra opción. Es decir, podría negarse y pedirle al mago que se vaya y nunca más vuelva... pero no sería capaz. Su espíritu aventurero, sediento de conocimientos, se lo impide. Tiene que arriesgarse, siendo consciente de la promesa que está haciendo.

 

Tiene una deuda, ahora. Es una forma inteligente, la forma en que estas personas, estos "miembros del concilio" hacen negocios.

 

—Es un trato, entonces —musita Ellie, tomando con decisión la reliquia en sus manos.

 

El nombre de aquel "negocio" no se le es familiar, mas no le sorprende. Seguramente se trata de un lugar muy discreto, lo cual es lo más inteligente. Para sus adentros, se dice que debe tomarse una tarde libre para conocer el lugar. Además de sentir curiosidad por los objetos de los que el mago ha le ha hablado, también siente cierto interés por las otras personas involucradas en el asunto.

 

—Oh, no me sorprende para nada —añade, luego de que el mago mencionara que el concilio tiene bajo su poder objetos ilegales. Ellie frunce ligeramente los labios. Prefiere guardar la propia información que ella tiene al respecto, por lo menos de momento—. Acabo de darme cuenta de algo. No me ha dicho su nombre. ¿Señor...?

 

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Calex Dixon.~

El viejo había logrado su cometido. Desde que había visto a Ellie sabía que la bruja iba a aceptar. Y no todo era gracias a su manipulación. El mago no era malvado, no quería provocar maldades a su alrededor, sino mas bien utilizaba a las personas. Podía decirse que les mostraba cierto aspecto a las personas de ellos mismos y el viejo se aprovechaba de eso. A veces hasta ganaba más de la cuenta.

Caleb Dixon, señorita. Disculpe mis modales. A veces uno llega a cierta edad y se empieza a olvidar de las cosas

Explicó el anciano, dirigiéndole una reverencia. En realidad se agachaba lo más que podía, gracias a que su cadera no respondía igual. Habían formado una alianza. Así que además de haberle entregado su parte (o préstamo) tenía que mostrarle el camino a la jovencita. Algo con qué arrancar. Sacó su varita. Y con dos florituras, que hizo como si fuera un adolescente de 15 años, hizo aparecer una enorme tetera.

Estoy seguro que no se podrá negar a una taza de chocolate. ¿No es cierto? Tenemos que ponernos un poco al día

Le dijo a la bruja, observando como aquella gran tetera contenía un espeso líquido marrón que despedía un excelente y exquisito aroma a chocolate caliente. También aparecieron dos tazas que levitaban al lado de Eileen y Caleb. El viejo hizo aquello de la manera muggle. Levanto el gigantezco recipiente y volcó dos chorros, uno en cada taza. La suya propia no la lleno, explicándole a su invitada, ahora socia.

Ocurre lo mismo que con la memoria. Mi estómago era tan fuerte como un dragón. Ahora se parece más a una vieja lechuza. Pero a veces me permito tomar un poco de esto…

Le tendió la taza a la jovencita y se sentó en el primer rincón que encontró. Preguntando libremente, como si se conocieran de toda la vida: “¿Qué sabes de los traslados de los objetos? ¿Has estado en uno? Un cuervo me contó que la semana que viene, el Concilio va a recibir algunos a hurtadillas” dijo riendo, bebiendo de su chocolate.

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┊SEMANAS ATRÁS

 

«Caleb Dixon», recita Ellie internamente para recordar el nombre. A pesar de que está convencida de que el mago es lo bastante astuto para no dejar rastros de sus andanzas, le parece que vale la pena investigarlo de todas formas. Pero deberá hacerlo con mucha cautela, si no quiere ofender a su nuevo socio. Y si no quiere meterse en problemas con "su gente".

 

—Nada como una buena taza de cocoa caliente por estas fechas —responde Ellie, quien le hace un gesto al mago para que la siga hasta el final de la tienda, lejos de las ventanas. No puede sacudirse encima la sensación de que está haciendo algo que no es completamente bueno, algo clandestino. Ni siquiera en lo relacionado a la Orden del Fénix aquel sentimiento es tan fuerte. Allí, al final de los pasillos creados por las empinadas estanterías, se siente a salvo.

 

El anciano se sienta en un rincón para disfrutrar de un poco de chocolate caliente. Ella, por su parte, se queda de pie frente al mostrador, intentando mostrarse relajada y con la guardia baja... aunque lo cierto es que, a pesar de la aparente amabilidad de Caleb, siente cierta tensión en el aire.

 

—En realidad, no. Soy responsable de todo lo que hay aquí —replica Ellie, tras darle un trago a su taza de chocolate—. Supongo que sería interesante estar en uno —añade con cautela.

┊ACTUALIDAD

 

Como de costumbre, los callejones del Knockturn son poco concurridos. Ellie disfruta del ambiente. Si bien es consciente de lo que se dice de ese lugar, y particularmente de quiénes tienen negocios allí, lo cierto es que le da muy poca importancia al asunto; por el contrario, siente mucha fascinación y curiosidad. Allí no hay tabúes: si pregunta sobre ocultismo, sobre artes oscuras, sobre maldiciones, las personas no la amenazan con denunciarla al Ministerio de Magia. Bien, sí es cierto que se gana miradas extrañas en el Knockturn —«¿Qué hace una bruja como ella, en un lugar como este?», es lo que suelen pensar y ella bien lo sabe—, pero el conocimiento no es negado... siempre que tenga oro para pagarlo. Igual que en la Universidad Mágica, salvo que no tiene que lidiar con instructores prepotentes.

 

Camina ya de regreso a la tienda, con una caja de objetos averiados que le encargaron reparar que tienen mucho potencial, a su parecer. Últimamente, ha reemplazado el caldero por la caja de herramientas. Al pasar por los diferentes locales del lugar, mantiene la mirada baja; allí, lo mejor es no darle a nadie razones para pensar que está siendo observado o espiado. Al estar frente a la humilde fachada de El Trastero, deja la caja en el suelo y busca en el bolsillo de su túnica negra la llave para abrir la puerta. Sin embargo, cuando por inercia intenta insertarla en la cerradura, se da cuenta de que la puerta está entreabierta.

 

«mi****. ¿Dejé la puerta abierta?». Desconcertada, entra... y es evidente que algo malo sucedió. Si bien de por sí el lugar tiene una apariencia desordenada, el lugar está hecho un verdadero desastre: muchos objetos están el suelo, rotos, las estanterías movidas. Y el mostrador, roto.

 

—Oh, no... no, no, no...

 

Se echa a correr, esquivando los objetos del suelo, y se apresura a subir las escaleras. Cuando observa su taller, la sangre huye de su rostro. No es porque todo esté destrozado, ni siquiera porque horas y días de trabajo se hayan ido por el caño. Su libreta no está.

 

⋘ ──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ──── ⋙

—¿Tienes... enemigos?

 

No necesita usar la legeremancia para saber cuál es el primer pensamiento de Madeleine. Ha de pensar que aquel ataque es producto de mortífagos o algún grupo criminal similar. Ellie no descarta esa posibilidad, pero ella no tiene enemigos. Por lo menos no que ella sepa. Lo cierto es que ella es una cara muy poco conocida en el mundo mágico y su tienda es humilde. Intenta explicarle eso a la bruja, pero entonces Madeleine se vuelve hacia ella y le pregunta con los ojos entrecerrados:

 

—Entonces, ¿por qué atacar este lugar? —musita ella con calma, aunque sus palabras le resultan dolorosas, quizás porque sabe cuáles elegir para hacerla sentir culpable— ¿Por qué estás asustada? ¿Por qué me llamaste, en lugar de denunciarlo al Ministerio de Magia?

 

Ellie suspira pesadamente y se sienta en el banco tras el restaurado mostrador. Luego de arreglar el lugar con ayuda de Madeleine y hacer un inventario, concluyó que nada fue robado. Lo único que desapareció, fue su libreta de apuntes.

 

—En esa libreta está todo mi trabajo —explica Ellie, con la mirada clavada en las puntas desgastadas de sus botas de charol—. Por supuesto, no hay información del Departamento de Misterios —se apresura a aclarar—, pero... hay información mía. Investigaciones y experimentos independientes, aunque es cierto que he aprendido mucho en estos años de trabajo —susurra, con un hilo de voz—. Uhm, está mi investigación sobre los hombres lobo y las maledictus... mejoré también unas recetas de pociones, que encontré entre las viejas cosas del castillo... y un par de planos...

 

—¿Planos?

 

—Estoy trabajando en un artefacto mágico —suspira—. Es una tontería, ¿sí? No me preocupa lo que puedan hacer con esas cosas. No soy est****a, si trabajara en algo muy importante e incluso peligroso, lo haría dentro del departamento.

 

—Claro...

 

—Pero ¿por qué robaron mi libreta? ¿Están buscando algo? ¿Saben que soy una Inefable?

 

Ambas se quedan en silencio, por un largo rato.

 

—Creo que deberías hablar con tus compañeros —dice Madeleine finalmente.

 

Mientras Madeleine le ayuda a colocar algunos encantamientos protectores, Ellie escribe una rápida nota y la multiplica para enviarla a sus compañeros Inefables, convocándolos allí para una reunión urgente.

 

@ @@Mia Zoeh

Editado por Eileen Moody

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  • 2 meses más tarde...

Arianne

Estaba empezando a odiar el Callejón.

 

Había pasado toda la mañana entrando y saliendo de locales con las manos vacías. Al principio preguntaba amablemente, regalando cumplidos y recibiendo las negaciones con sonrisas. Luego, al cabo de tres o cuatro horas, solo se limitó a ojear las despensas por sí misma. En los barrios bajos de Sofía nadie podía darse el lujo de rechazar clientes. Ella misma había tenido que recorrer ciudades enteras para complacer las necesidades o caprichosos de quienes pagaban su pan al final del día. La abundancia en recursos, dinero y soluciones parecía haber exento a los ingleses del trabajo duro. Al menos entre los magos.

 

Estaba al borde de desistir cuando decidió probar suerte en el Knockturn. Allí entró al primer local que se topó, el de la esquina oscura. Arianne prefirió no tocar la puerta de roble que la resguardaba y se aventuró a entrar sin tapujos; estaba convencida que retenerse solo haría que perdiera la tarde también.

 

Las estanterías llamaron su atención al instante, en lo particular la manera poco estilizada en que estaba distribuida la mercancía, otorgándole un toque místico que solo ella entendía. Pasó la mano por encima de libros olvidados, cajas polvorientas, objetos punzantes y carrasposos, y hasta de fotografías tan antiguas que se confundían con pinturas. Daba la impresión de haberse topado con un castillo de madera.

 

Sin embargo, nada de eso le interesaba aquel momento.

 

--- ¿Hola? ¿Alguien que atienda?

Editado por Jank Dayne

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Encorvada sobre la mesa, examina el medallón bajo la lupa-lámpara; se esfuerza en mantener las manos firmes, tanto la que sostiene el amuleto como la que empuña su varita mágica, para soldar las pequeñas gemas de la forma más limpia posible, sin causar daño ni al objeto ni a ella misma. Toma una respiración profunda, dos, tres... y con un ligero movimiento de muñeca, una luz escarlata comienza a salir de su varita mágica. Lentamente, delinea el contorno de la gema, que coincide con el borde el orificio que talló ella misma; poco a poco, sin apresurarse, sin salirse del camino...

 

—¿Qué estás haciendo?

 

Alcanza a realizar el contrahechizo, pero de todas formas el medallón cae sobre la mesa. Sin muchas esperanzas, lo levanta. Por lo menos la gema no se ha salido, aunque está a medio soldar.

 

—No te pido que no me sorprendas así, porque sea una bruja vieja y amargada —suspira Ellie, mientras se quita los guantes de dragón y los goggles. En realidad, sí está molesta por la interrupción pero no quiere ser de esos mentores que tanto abundan en la universidad; de verdad, se está esforzando. Además, ella no es mala, simplemente es una adolescente curiosa... como ella lo fue, sólo que Harriet es más extrovertida y amante de las travesuras—. Es que, simplemente, no quiero perder ningún dedo.

 

—Oh... eeh...

 

—No te preocupes, está bien —añade, haciendo un gesto a su mesa—. ¿Terminaste de hacer lo que te pedí?

 

—No —responde Harriet, y Ellie la observa con confusión—. Es decir, todavía no. Eh, lo que pasa es que hay un cliente.

 

—¿Un cliente? —Ellie alza las cejas, sorprendida. Hace mucho que no hay uno de esos— Bien, lo atenderé. Continúa y, por favor, no toques nada de la mesa.

 

Baja los escalones de dos en dos, se escucha el golpe de sus zapatos de charol. Cuando está tras el mostrador, observa a la persona a la que Harret se refirió. Es una joven bruja, la que está observando algunos de los objetos de uno de de los pasillos.

 

—¿Puedo ayudarte en algo?

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Arianne

--- ¡Hola! ¿Eres la dueña? --- extendió su mano, sonriente ---. Arianne Dayne, un placer.

 

Hacía muchas lunas ella también tenía un lugar así. Kayn se encargó de convencer, a su manera, al dueño del edificio donde montaron una modesta pero cotizada tienda de mantos, abrigos y telas mágicas, encantadas para eliminar el frío de la piel durante algunas horas. El verdadero negocio era que al cabo de unos días, el efecto terminaba siendo el contrario, por lo que siempre regresaban a renovar los encantos. Hicieron buen dinero en aquellos tiempos.

 

--- Busco dos objetos y reparar uno – dijo, llevándose al bolsillo de la túnica color durazno con encajes blancos un frasco partido, no más grande que un ratón -. Es una reliquia familiar. Podía detectar y replicar el ingrediente de la poción que pusieran dentro. Me servía para calcular la pureza de mis mezclas o de las que compraba --- se lo entregó para que lo examinara ---. He buscado por todo Londres y no he encontrado algo parecido. ¿Le ves remedio?

 

Antes que pudiera responder le informó acerca de su otra petición. Se trataba de una alfombra voladora, mínimamente diferente a las que el concilio de mercaderes ofrecía a su clientela. La excusa se basaba en que los precios eran muy elevados por artículos tan comunes, que además eran producidos en masa. Quería usar cosas que tuvieran historias.

 

--- No me tomes por caprichosa o avara – pasó las manos por encima de un cofre polvoriento, misterioso – pero a veces creo que las cosas más bonitas son las menos útiles.

 

Arianne se percató que estaba hablando demasiado, por lo que aprovechó la pausa para analizar a su interlocutora. Fácilmente podía llevarle una década de edad, o por lo menos aparentarla. Su figura regordeta le recordó a la alta clase de Sofía; mujeres tan poderosas en magia y riqueza que se desligaban del cuidado físico por considerarlo un acto vanidoso y marginal. Sin embargo, era un rostro sincero, algo con lo que raramente se topaba.

 

--- Lindos ojos – su voz salió tan dulce como su sonrisa.

Editado por Jank Dayne

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Sonríe por cortesía, aunque evade la mirada de la bruja. No está acostumbrada a ese tipo de interacción con sus clientes... o, bien, con los desconocidos en general. A duras penas es capaz de emitir un trato cordial; lo demás, le parece innecesario. De todas formas, asiente para confirmar la pregunta; sí, es la dueña de esa pequeña tienda en desgracia. Sin embargo, se pregunta qué imagen tendrá ella de la tienda ¿de verdad le parece un lugar interesante o sólo está fingiendo, como parecen hacer todos los magos por ahí? Le gustaría echar un vistazo y averiguarlo, pero, como de costumbre, simplemente no lo hace.

 

—Ellie Moody —responde, estrechando brevemente la mano de Arianne Dayne. Ese apellido le suena de algún lugar, ¿quizás del Ministerio de Magia? Sin embargo, allí todos parecen tener los mismos apellidos y todos parecen ser familia. Todos, salvo Moody... afortunadamente.

 

Cuando Arianne saca ese extraño objeto, una reliquia según sus palabras, Ellie lo toma y lo examina por encima del mostrador. A un lado están sus gafas alfa, pero de momento no cree necesitarlas. Lo que describe es algo curioso y algo que no había visto antes. ¿Cómo no lo había pensado? Un encantamiento relevador —seguramente un specialis revelio, para ser más exactos; quizás incluso alguna personalización del encantamiento, lo cual no sería del todo legal pero sí más óptimo. Aunque, ¿la multiplicación del ingrediente de la poción no sería una copia sin valor de éste? Probablemente, pero la propia Arianne dice que sólo lo usaba para medir. ¿Quién sabe? Podría ser algo mejor, aunque lo cierto es que todavía no se ha especializado en Transformaciones.

 

De todas formas, el frasco sólo está partido. ¿Eso podría haber afectado sus encantamientos? ¿Habrían desaparecido o se habrían descompuesto.

 

«Uhm... podría limpiarse de magia y volver a encantarse, para evitar accidentes».

 

Aye —replica Ellie despreocuadamente.

 

El siguiente pedido, le parece menos interesante. Una alfombra voladora... que no fuera del Magic Mall. Ellie, quien nunca se ha visto interesada en ellas, está segura de que el Diagón y todavía más el Knockturn, deben estar plagadas de ellas. Después de todo, hasta no hace mucho, se trataban de objetos ilegales. Seguramente no sólo más de uno intentara encantar una alfombra y tuviera algo de éxito, sino que además hayan sido importadas clandestinamente de los países de Asia y Medio Oriente donde no sólo son legales, sino además más populares que las escobas. Su exorbitante costo le parece ridículo a Ellie. ¿Qué tan difícil es hacer que una alfombra vuelve? Una escoba, por el contrario, es mucho más difícil de calibrar y las hay en precios bastante accesibles.

 

Lo cierto es que poco le interesa si Arianne es "extraña", aunque a decir verdad sólo le parece una excusa para maquillar o su avaricia... o la ausencia de varios miles de galeones en sus bolsillos, los cuales también le faltan a ella.

 

—No te preocupes, no creo que les falten clientes —replica Ellie, quien no es la fan número uno del Magic Mall. No disfruta hacer sus compras allí, pero ellos tienen el monopolio de los objetos mágicos, pociones e incluso criaturas más solicitados y queridos en la comunidad mágica. Le gustaría que fuera como antes, cuando todos hacían esas compras en el Diagón, incluso a veces en el Knockturn... no quiere ser extremadamente nostálgica, hasta el punto de ser molesta, pero ese no es el caso. Lo que le preocupa en realidad son los trabajos perdidos, los negocios en quiebra—. Creo que podría hacer algo, para conseguir esas alfombras...

 

Pero le parece que lo primero es ocuparse del frasco. Tras colocarse los guantes de piel de dragón, toma los anteojos alfa para poder ver de verdad qué encantamientos hay, aunque está bastante segura de sus divagaciones.

 

—¿Disculpa? —suelta, esperando no haber oído bien a Arianne. Pero, cuando levanta la mirada, está sonriendo— Uhm, como sea —murmura, bajando la mirada y dándose la vuelta para aprovechar de tomar su grimorio de Hufflepuff del estante a sus espaldas, aunque también es para ocultar el sonrojo que, en su pálida piel, es difícil de disimular. Lamentablemente, no es un sonrojo bueno, como los que despertaba Hobb en ella, sino un sonrojo de incomodidad, como si un mago le estuviera gritando algo sobre su "gordo trasero" en pleno callejón. Lo mejor es no comentar nada al respecto y ponerse manos a la obra.

Editado por Eileen Moody

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Arianne

<< Oh… De acuerdo >> piensa ante la respuesta de su cumplido. Arianne transforma una risa irónica en asentimiento.

 

Ella fue una niña infeliz, lo recordaba. Los niños privilegiados solían compartir su cama con ella cuando jugaban durante la tarde, o al menos, le cedían una manta acolchada para protegerse del suelo empapado. Muchas veces, cuando los caprichosos se aburrían de su compañía y debía buscarse otros grupos, debía forzarse a sonreír para encajar con la felicidad del resto. A medida que fue creciendo se volvió costumbre, y después, un arma. Al menos, le ayuda a confirmar lo honesta que es la bruja.

 

Carraspea cuando se percata que atenderá primero al frasco.

 

- Me gustaría quedarme mientras lo reparas, Eileen, ¿podría? Así te ayudo a comprobar si está saliendo bien.

 

Arianne no espera aprobación y la sigue, tirando la melena a su espalda. En el camino, sobre una de las últimas estanterías antes de ingresar adonde, supone, existe un taller, se topa con una caja de artículos filosos y brillantes. Le llama un garfio oxidado, de cuyo mango resalta un ámbar elegante.

 

- Yo fabrico armas, por cierto. Navajas, cuchillos, espadas cortas, nada demasiado elaborado --- toma el garfio y da unos cuantos zarpasos al aire, tan rápidos y armónicos que se llega a oír el aire cortándose. Lo devuelve a su posición lentamente, como si fuese de cristal. Se encoge de hombros ---. A la larga tuve que aprenderlos a usar también.

Editado por Jank Dayne

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