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Tamesis Park (MM B: 111180)


Apolo Granger
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La noche ha sido, cuanto menos, tibia, hasta que recibe una carta. Jank se sorprende que el mensaje haya sido entregado a través de ese medio teniendo en cuenta el emisor; habría sido mucho fácil un patronus. Pero tratándose de alguien que aparentemente es tan correcto (el opuesto a su familia y amigos), supuso que solo usa tal magia para situaciones relacionadas al bando. ¿Cuánto tiempo habrá tardado la lechuza en encontrar su paradero? Estaba en una choza de mala muerte a las afueras de Surrey, tratando de descansar. La magia todavía hace cosas impresionantes.

 

Se pone encima un abrigo largo, de esos que usaba cuando creía ser detective de The Hunters, y un sombrero que seguramente le perteneció a uno de los Dayne en Alemania. Llega hasta el parque sobre su escoba, pues necesita el aire fresco para despajar sus pensamientos. Ha estado intentado dejar el licor antes de su futura pérdida de conocimiento durante Noche de Brujas. Necesita limpiarse primero para disfrutar al máximo. Parece un razonamiento adolescente, pero fijarse metas banales funciona como tapadera para sus reales problemas.

 

Ha leído acerca del parque. Cree haber pasado de largo un anuncio antiguo de El Profeta donde pedían empleados. Las criaturas jamás han sido su fuerte, ni los trabajos estables. Aun así, aprovecha el descenso para detallar el contraste de la edificación con la magnificencia del río Támesis. Debe ser un sitio para relajarse; ahora comprende por qué las criaturas se sienten tan cómodas allí. Se distrae durante un rato observando el reflejo de la luna sobre las aguas y, cuando bosteza, se lanza hacia la entrada del sitio.

 

Allí enciende un cigarrillo, a la espera de que Eileen esté cerca. No tiene muchas expectativas, la verdad. Parques tan cuidados no dan pie a historias interesantes.

 

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Ellie no está segura de cuántas veces ha releído el testimonio de la persona. «No era una persona... grande, pelaje plateado...». Desde el principio, supo exactamente de qué fenómeno tenía que tratarse; no obstante, eso no significaba que lo creyera. Era una idea descabellada y llegó a pensar que podía tratarse de un engaño o accidental, o astutamente orquestado. En retrospectiva, sabe que pudo haber actuado mejor. Pudo haber extraído el recuerdo, sin dificultad, para mostrárselo ahora a Jank y que creyera en algo más que sus palabras. Pero no vale la pena pensar en ello, pues está segura de que no hubiera sido capaz.

 

De cualquier forma, fue incapaz de olvidar el tema. «Un siempredetrás... ¡en Londres!». Esas bestias habitan en los Estados Unidos de América y, el que hubiesen llegado a Europa, tenía que tratarse de un efecto de algo más grande. ¿Una red de tráfico de criaturas mágicas a nivel internacional? ¿Por qué no? Si bien ella no es particularmente paranoica, en la comunidad mágica ocurren sucesos tan extraños y bizarros que aquello podía ser más que una posibilidad.

 

En El Profeta, no encontró mucho. Nada, a decir verdad. Sin embargo, en algunas revistas sensacionalistas muggles ―con notas que le parecieron muy llamativas, pero también rebuscadas―, encontró información que le llamó la atención. Un par de semanas atrás, en las orillas del río Támesis, un grupo de adolescentes avistó "un monstruo alto y de pelo plateado". En la nota, le llamaron Pie Grande, aunque nunca hubo un testimonio acerca del tamaño de sus pies. Eso fue suficiente para empujarla al trabajo de campo.

 

De repente, siente un cosquilleo en la nariz y estornuda. Es imposible no reconocer ese olor, tras haber caminado por Londres en las noches.

 

Hiya ―saluda Ellie a Jank, con un gesto de la cabeza. Bajo el brazo, está enrollado el mapa local, donde está marcado el punto donde el mago fue atacado y también el otro, donde los muggles vieron al monstruo. Aunque allí afuera está haciendo más frío del previsto, se siente lo suficientemente abrigada en su túnica negra y su capa de viaje gris―. Bien... iremos hacia allá ―dice, sin perder el tiempo, señalando la espesura del bosque. Aunque le gustaría hacer el recorrido en escoba, le parece que llamarían demasiado la atención―. Oh... espero no haber arruinado tus planes, o algo así.

 

«Ojalá valga la pena...».

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- Me rescataste de caer ebrio, al menos.

 

Jank extrae su varita y enciende la punta sin pronunciar el encanto. Es una costumbre antigua de los Noruegos: nunca hacer ruido cuando se enciende la luz. Él solo la quebranta cuando debe invocar el patronus, o cuando tiene que prender en fuego a los enemigos. Extrañamente, el bosque le recuerda a Córcega, a Leonard y a sus tíos fallecidos. Las imágenes siguen siendo agridulces. Se pregunta si Eileen tiene algo que ver, pues fue uno de los principales motivos por los que Rosállia abrió el portal. Espera que no esté jugando con su mente en ese momento solo para presumir que ella sí logró vencer a la tirana.

 

El cigarrillo se acaba cuando se internan dentro del bosque. Quiere encender otro, pero lo que menos le apetece es faltar el respeto de los espíritus libres que habitan allí, entre los árboles, animales y flores. De hecho, hasta cuida sus pisadas; incluso matar una araña puede considerarse una ofensa. Tal vez todo se trate de eso, ahora que lo piensa, de algún mago incauto que se ha adentrado donde no debía. El mapa que lleva Eileen en sus manos solo acelera sus sospechas.

 

- Entonces... ¿Qué sucedió? - si tuvieran más confianza haría una broma sexual, como que lo llevó allí solo para besarle y vivir una experiencia sucia. Oh, rayos, puede estar escuchando sus pensamientos. Carraspea para distraerse a sí mismo - He escuchado historias acerca del Támesis, ¿sabes? Sus aguas son mágicas según los ancianos de Eton. Incluso se dice que habitan ballenas místicas. Ojalá se trate de algo como eso.

Editado por Jank Dayne

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Bajo la pálida luz de la luna, los colores del otoño desaparecen y la escena que los rodea, árboles de ramas desnudas y las hojas muertas cubriendo el suelo, es casi terrorífica. Ellie se recuerda a sí misma que debe mantener la calma. Es irónico que una bruja tan apasionada, sea tan escéptica como la más muggle de los muggles. La noche de Sanhaim es sólo una noche más; el bosque, uno sin nada fantástico, como ella bien lo sabe tras haberlo recorrido muchas veces para reforzar los encantamientos de protección y de ocultamiento. La única posible amenaza es una que, si bien los puede tomar por sorpresa, no se trata de algo que ellos no puedan conocer... incluso, si se trataran de fantasmas, mantendría ese pensamiento.

 

Al caminar, ilumina el camino con la luz que brota de su varita, para no tropezarse con las piedras o las raíces sobresalientes. También intenta moverse con cuidado de no hacer demasiado ruido, no porque tema perturbar a algún espíritu, sino porque tiene la esperanza de que sean ellos quiénes sorprendan al siempredetrás.

 

Durante todo el trayecto, Ellie no había observado a Jank y tenía la esperanza de que así fuera todo el camino, hasta que algo importante sucediera; por lo tanto, no había sido capaz de escuchar nada de lo que estuviera pensando. Cuando habla, Ellie por inercia vuelve el rostro hacia él. Percibe ligeramente el pensamiento indebido y también su certeza de que ella pudo "oírlo". Aunque siente el impulso de preguntar qué demonios está mal con él, es consciente de que no tiene derecho a hacerlo.

 

―Lo dudo ―responde Ellie, encogiéndose de hombros. Ella no conoce muchas leyendas y mitos, sólo hechos, y tampoco le interesan mucho―. Lo que sucedió, no pasó en el agua sino aquí mismo ―lo cierto es que no pensaba que poner al corriente a Jank fuese algo importante, pero quizás si pregunta por el tema, es porque es necesario. Otra de las cosas que podría confirmar con una simple intrusión, pero decide confiar en sus palabras.

 

»Un mago fue atacado aquí ―habla, bajando la mirada―. Él está bien. Logré curarlo y... eh... lo convencí de que no lo reportara ―murmura, cuando se da cuenta de que sería difícil que Jank crea que algo así sucedió sin que El Profeta se enterara―. Él dijo que no fue una persona ni una criatura que reconociera, sino una bestia. Grande, de pelaje plateado... Por supuesto, aunque no lo creía, cerré el parque. Pensé en investigar, para poder olvidar el tema, hasta que encontré la noticia de que unos muggles, en los alrededores, también vieron algo similar.

 

»Sé que no tiene sentido ―se apresura a decir, sabiendo que es una locura y sabiendo que debe parecer un poco loca―, pero tiene que tratarse de un siempredetrás. ¿Los conoces, cierto? Ellos se supone que habitan en América... así que, si es cierto, creo que es un tema bastante delicado.

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Área natural

 

La tarde resultaba agradable. Ámbar no había querido separarse de Massimo desde que éste, con permiso de sus padres, hubiera regresado a la Mansión Macnair luego de unas largas vacaciones, por lo tanto aquel momento no era más que un rato en compañía de su propia soledad. Cuando uno es padre aprender a valorar aquellos efímeros instantes pues son pocos. A orillas del río Támesis la mujer mantenía los ojos cerrados, de cara al sol, contemplando una sonrisa a medias que no acababa de expresar por completo su estado de ánimo.

 

Los pájaros canturreaban sobre la copa de los árboles, todo allí era tan verde que mareaba a la vez que maravillaba, dicho canto se mezclaba en sus oídos con una voz inconfundible que solía arrastrar al recuerdo cuando estaba sola, quizás solo por ello sonreía. Tenía semanas en paz consigo misma, sin dramas, sin peleas, sin confrontaciones siquiera con Leah, aunque ha decir verdad aquello último solo resultaba posible puesto que no se cruzaban desde, bueno, Tenerife.

 

De pronto algo pesado la sobresaltó, sentada y con las piernas cruzadas sobre césped fresco abrió los ojos, un inmenso gato siberiano se frotaba contra su suéter de otoño, color azul marino. Arya no tenía preferencia por las criaturas pero si admitía al viento que los gatos le podían por sobre los perros, después de todo su primer mascota había sido Harry, un diminuto gato negro de ojos verdes como la vegetación circundante. La melancolía la embargó, se chocó contra una de sus lagunas mentales, le entristecía no saber dónde estaba aquel felino aunque muy en su interior recordaba perfectamente que el animal merodeaba la madriguera, sitio de reunión Fenixiana; su memoria había sido borrada.

 

―¿Y tú de dónde has salido ah?― Acarició el lomo suave de Salem quedándose tiesa de repente.

 

Ante ella, frágil, risueño y con un porte ligeramente gracioso se encontraba un niño de no más de un año. Quizás dos, no estaba segura. Le miraba con unos profundos ojos similar a los suyos, a los de su madre, con el cabello tan blanco como la leche y el rostro tan perfecto como el de un muñeco esculpido en porcelana. El gato saltó, bufó y huyó, sintió la tensión en cada músculo de la Mortífago siendo evidente la sorpresa e incomodidad, aunque allí reinase algo más, un sentimiento distinto.

 

Lo veía, sí, pero podía sentirlo. Cuando Baleiro se paró frente a ella con la inocencia colgando en la comisura de sus labios, con un par de hoyuelos que le agujereaban el corazón, éste mismo se detuvo. Su propio corazón dejó de latir, quiso escapar de su hueco, trepar por las costillas, unirse con la fracción que le faltaba, la misma que mantenía con vida al hijo de Ivashkova y Sísifo. Arya sabía que se trataba de aquel pequeño que por negligencia había dejado morir, aquel acto tan cruel y egoísta la perseguiría hasta la tumba por lo que no se explicaba la humedad en su rostro.

 

Lloraba, lloraba de emoción por saberlo tan saludable y hermoso. Un trozo de su vida estaba ligada al niño y viceversa, ambas mujeres lo sabían. Oyó un grito, alguien lo llamaba, el tono era serio. Alzó la mirada, la vio a lo lejos pero no se movió, quizás si Baleiro se marchaba Leah no tenía que reparar en su existencia, así más o menos era el pacto. A menos que Oniria sintiese la necesidad de poseerlas a ambas podían seguir jugando a que no se conocían.

 

¿Pero hasta cuándo?

 

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Baleiro:



Corrí hacia mi madre en cuanto me llamó, mis pasos ya no eran torpes. Tenía cara seria, pero me miró con la misma ternura de siempre. Alcé la mano y ella se inclinó, sin necesidad de que se lo pidiera. Mi mano se veía pequeña en su rostro, porque yo era pequeño. Insomnia me pasaba por unos centímetros y yo veía a mis padres inmensos, como gigantes preciosos de sonrisas amables. Miré sus ojos, iguales a los míos, antes de regresar la mirada hacia ella. Arya nos observaba, tenía el rostro húmedo por las lágrimas. Formulé una pregunta silenciosa, regresando los ojos hacia mi madre.

-¿Quieres ir con ella? -ella no había volteado, sabía a lo que me refería.

Volví a mirarla. ¿Quería? Me sentí un poco confundido. Sí, quería, pero no sabía por qué. Asentí finalmente, volviendo la mirada al frente. Mi madre frunció el ceño.

-Solo un momento.

Sonreí y mi madre, aunque parecía un poco molesta, me regresó la sonrisa. Siempre lo hacía, su seriedad nunca parecía alcanzarme. Me besó las mejillas y yo salí corriendo, estirando los brazos justo cuando una corriente de aire me encontraba. Volaba, aunque me gustaba volar en el suelo. Si volaba de verdad, me ponía verde e Insomnia se reía. Reí al recordarlo, estaba de nuevo frente a Arya. De pronto sentí vergüenza, el calor me llegaba a las mejillas. Me removí con las manos en la espalda, balanceándome sobre mis talones y después de un instante de indecisión, abrí y cerré la mano frente a ella, saludando. ¿Debería hablar?

-¿Por qué lloras?

Mi voz sonaba rara hasta para mí. Nunca tenía que hablar con mis padres, ni con mi hermana. Señalé sus lágrimas con los guantes, ladeando la cabeza. Mi gorro blanco se corrió a un lado y lo reacomodé. Estaba muy nervioso. Arya me ponía nervioso. Creía conocerla pero no la había visto antes... ¿o sí?


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No corrió con esa suerte. Lo vio partir y regresar con la velocidad y energía de todo niño saludable, por la estatura debería estar rondando la edad de Ámbar, su cabeza rogaba a gritos casi audibles que no le hablase, que no buscase conversación, pues bien sabía que una vez entablada el lazo se iría estrechando cada vez más, casi de inmediato y sin poder detenerse. Eran las consecuencias de la magia que utilizaba, raras veces, para revivir a las personas. De los siete demonios que conformaban uno de los cónclaves más antiguos del propio infierno, Macnair era el elemento vivo, la única animago, además de poseer magia debido a una trampa mortal que hacía cientos de años Lúthien le hubo tendido a una bruja, por lo tanto enteramente emocional.

 

Si Crood, el guerrero de los siete, intentaba ocupar aquel tipo de ritual, lo que recibía no era más que una cicatriz en el cuerpo con dolor eterno para recordar lo que había hecho. Desearía que fuese así, desearía que su corazón, increíblemente frágil, no estuviese ligado a personas tan propensas a morir o a hacerle daño. La primera vez que ocupó su magia fue con Luca, el esposo de Mei e igual pasó con Catherine, la madre de Jank pero éstos dos personajes por alguna extraña razón habían muerto —posiblemente en batalla— desvinculándose por completo del enlace.

 

En cambio Baleiro, aquel niño. Sorbió por la nariz con cuidado, nada escapaba a sus ojos inocentes. Le sonrió de lado, entonces, formulando una pequeña mentira blanca que hizo latir su corazón como el de un ratón.

 

—Porque estoy feliz— Respondió, y en parte era verdad, estaba feliz de verle. —¿Cómo te llamas?

 

Secó las lágrimas con el dorso de la diestra, aunque sus ojos seguían cristalizados. Salem regresó como creyendo que necesitaría apoyo moral mientras no se le ocurría otra cosa que hacer preguntas obvias, el daño ya estaba hecho. Y era un daño porque no podía permitirse sentir un amor semejante por el hijo de Leah, más que amo, un sentido de sobreprotección que le estaba calcinando las entrañas allí sentada.

 

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Baleiro:



No estaba feliz, lo sabía. Me removí incómodo, un poco frustrado por no poder hacer nada. Hice puchero, echando un vistazo a mi madre, buscando su apoyo como cada vez que no sabía qué hacer. Ella nos miraba de lejos, tan quieta como siempre. Sus ojos encontraron los míos al instante, como si supiera exactamente lo que me pasaba. Alcé las cejas y ella me hizo un gesto con la mano, me incitó a seguir con mi conversación. Volví a mirar a Arya. Verla me traía recuerdos, aunque no sabía a qué me recordaba. La ayudé a secarse las lágrimas de la otra mejilla, una pequeña corriente de electricidad entre los dos me hizo reír bajito.

-Baleiro.

El gatito me hizo dar un brinco pero luego me agaché para quedar a su altura. Su pelo era blanco como el mío, suave como el de Insomnia. Tardé un momento en tocarlo, indeciso. Cuando lo hice me sentí feliz, volteé a mirar a mi madre con la ilusión en el rostro y ella me sonrió. Deseé que estuviera cerca, me habría contado cosas sobre los gatos y me habría hecho mimos como yo a él. Imité su ronroneo y volví a mirar a Arya. Sentía curiosidad por ella, así como me causaban curiosidad los bigotes del gato. Pensé en mi padre.

-Llorar nos hace fuertes, eso dice mi papá -volví a sonrojarme, me encogí dentro de mi bufanda.

No era bueno hablando. El gatito saltó sobre mí y lo atrapé. Como era tan pesado, tuve que sentarme. Lo abracé, mirando a Arya todavía. Mis ojos preguntaban por mí.

¿Cómo te llamas? ¿Por qué no quieres a mi mamá?



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—Pues es un placer conocerte, Baleiro.

 

No lo tocó, pero la calidez que manó de aquella pequeña manopla que cubría su delicada mano infantil le llegó al corazón. Fue casi como beber una taza de chocolate caliente tras una incursión al ártico. El calor encendió sus mejillas y se fue amplificando por todo su rostro, bifurcó por su garganta y se ramificó hacia su estómago. Sonrió de lado, sus ojos volvieron a llenarse de lagrimas por lo que se vio obligada a parpadear, humedeció el pelaje de Salem y éste saltó a los brazos del niño como buscando socorro, estaba claro que no le gustaba el agua.

 

Macnair alzó la vista, buscó a Leah esperando su típica expresión de descontento y desaprobación pero no llegó a divisar sus facciones, únicamente su melena blanquecina en aquel páramo verde, a lo lejos era casi una mota. No podía explicarse aquel sentimiento de felicidad que le embargó, casi cuando Ámbar fue capaz de reconocer a su padre en fotos o cuando dijo sus primeras palabras, estaba claro al menos que el lazo era demasiado fuerte por la pureza del joven Snegovik. No existía oscuridad en él, ni mentiras o traiciones, no era más que un niño y por lo tanto aquel fino hilo de plata que solo los demonios primigenios podían vislumbrar carecía de nudos.

 

—Mi nombre es Arya y éste es Salem— Agregó, no quiso pensar en Sísifo pero sospechaba que aquel pequeño era tan inteligente como para notar el cambio brusco de la conversación. Acarició al gato entre las orejas, él le había dicho su nombre entre ronroneos. —Él y yo creemos que tu padre tiene razón, pero hay muchas otras cosas que pueden hacerte fuerte también ¿sabes cuáles?

 

Se atrevió, mordió su labio inferior y rozó su regordeta mejilla con la yema de los dedos. La misma electricidad de minutos atrás le entumeció las falanges, le impidió apartarse. La palma de su mano encajó perfectamente en aquel angelical rostro y el alma se le retorció tanto de regocijo como de dolor.

"Cómo. Cómo fui capaz de hacerle daño a un alma tan noble"

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Baleiro:


Formé una "O" con los labios cuando escuché sus nombres. Arya era un nombre bonito, me hacía pensar en flores amarillas y agua salada. Salem era un nombre importante. Mi madre me había hablado de las brujas de Salem, de su importancia en nuestra historia. Sentí respeto por ese gato y entonces mis caricias ya no eran tan torpes. Arya ya no parecía triste, había sido buena idea hablar de mi padre, él siempre sabía qué decir. Sonreí para mí mismo.

¿Qué podía hacernos fuertes?

Salem saltó de mi regazo y recogí las piernas, apoyando en ella un codo para sostenerme la barbilla. Estaba pensando. ¿Qué podía hacernos fuertes? Mi rostro se iluminó cuando empecé a moverme otra vez, haciendo gestos en los que alzaba los brazos o movía las piernas. Era mi forma de decirle que, haciendo ejercicio, se podía ser fuerte. Escuché a mi madre reír. Se reía por lo bajo, no quería que Arya la escuchara, pero yo pude hacerlo y me reí con ella. La señalé con el dedo y asumí la postura de duelo, con el ceño fruncido.

Reflexioné un momento y estiré los brazos, abarcándolo todo.

-Vivir -dije.

Vivir nos hace fuertes.



@@Arya Macnair Editado por Leah Ivashkova

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