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Las Herederas de Violetta Beauvais (MM B: 111261)


Sagitas E. Potter Blue
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El peliverde había cedido a su propio deseo de tomarse un almuerzo bastante completo por lo que sus pasos le alejaron del local, sin culpa se explayo en apaciguar su apetito y luego disfrutar de una sobremesa bastante prolongada debido a que el lugar elegido cuenta con un cantante que ameniza el ambiente del singular restaurante. El Ryvak estaba impresionado, aquel joven que además tocaba la guitarra tan deliciosamente era extranjero y sin embargo, había conmovido al joven mago por las canciones que interpretaba.

 

Anthony se preguntaba como es que el cantante había acabado de llegar a Diagón, con aquel talento que demostraba, bien podría estar en otro país menos "problematico" seguía la letra de las canciones que interpretaba sus composiciones eran sobre el amor, la relación entre pareja, el sentir de los enamorados y esas confidencias que se tienen con la "otra mitad" para toda la vida... también le comenzaba a gustar como sonaba aquellas palabras que acabo por reconocer como originarias España tal vez de Cataluya o algo similar, el cantante agradeció los bien merecidos aplausos que la audiencia le dimos en reconocimiento de su brillante espectáculo y después de agradecer al público pregunto si teníamos alguna petición, me di prisa para solicitar que volviera a cantar esa pieza que me fascino y muy sonriente, él joven comenzó a cantar:

 

"Le aparto el pelo de la cara

y por suerte le vuelvo a ver los ojos

no podría evitar la quemada

de quien mira directo a la luz

la felicidad es esquiva y se esconde

incluso hasta tocarse con la luz

no quisiera decir que me guste

arriesgar el momento de ahora

que se hiciera humo.

Si no es amor

¿quién me llena el pecho de mariposas?

si es mi vida y la dejo escapar

ahora que la tengo adelante

Puede durar unos años

solo minutos o tres semanas

pero en el próximo segundo

puede que este en juego mi futuro.

Si no es amor

¿quién me llena el pecho de mariposas?

si es mi vida y la dejo escapar

ahora que la tengo adelante

no querría caer en la trampa

y no dejar pasar el rato

no querría caer otra vez

no querría caer

no querría, pero...

la felicidad es huidiza y se acaba

por muy fuerte que cierres el puño

lo reviviría una y mil veces

antes que el momento...

de ahora se hiciera humo."

 

 

Hermosa canción.... me quede paladeando la misma pensando en Cindy...¿Me habría equivocado al dejarla partir?...aún ahora me sigue martirizando la respuesta a esa pregunta, me tomo otra taza de té tratando de que las lagrimas sigan fluyendo de mis ojos tristes al igual que todo mi ser, transcurren los minutos y después de un rato que no puedo calcular con certeza, logro respirar profundamente y "volver" a mi idea de visitar el local "Las Herederas de Violetta Beauvais".

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Bajé la mirada, algo enfadada porque la tía me había regañado en público, delante de aquella chica desconocida. Sin embargo, tenía que reconocer que me lo merecía, por ser tan impetuosa. Casi había dicho que quería volver al bando de la Orden en público por lo que entendía que la tía me hubiera frenado. Aún así, insistí porque la noche y el calor de la chimenea de nuestra mansión quedaba aún muy lejos.

 

- Tienes razón, tiita Sagis pero... ¿Crees que puedo volver... a casa... sin reprimendas por mi salida?

 

Enarbolé una sonrisa angelical. La tía había cerrado la puerta a pesar de la riña y después siguió hablando con la cliente. Sonreí cuando mencionó mi nombre.

 

- Esa soy yo. Me llamo Xell Vladimir.

 

Quería ser amable con la desconocida porque parecía una chica agradable. Aunque no la conociera, su aura era bonita y no suelo equivocarme en estas cosas. Me había enseñado a leerlas mi madre Reena y la tía Sagitas. Podía reconocer a alguien sólo por el color de su aura y ella la tenía interesante y, en cierta manera, conocida. ¿A quién me recordaba?

 

La tía parecía descuidada porque ahora fue ella quien estuvo a punto de hablar de más sobre su varita pero ella era mucho más rápida que yo y corrigió su frase casi al vuelo. La chica también dijo que podía hacer cosas maravillosas con su varita, ahora destrozada, aunque dudé que pudiera hacerlas como las de la tía Sagitas. Yo aún no conocía a nadie que fuera tan buena bruja como ella, aunque no quisiera reconocerlo y siempre lo negara, de la forma humilde que la caracterizaba.

 

- ¿Han habido ataques de...? - Casi menciono a los mortífagos. ¿Se refería a ellos? Pareció darse cuenta que hablaba de más y cambió de palabra, usando "accidentes", algo que me hizo mucha gracia. La tía Sagitas también se dio cuenta.

 

Así que las tres hablábamos a medias...

 

- Que la Luz te oiga, tía Sagitas - repetí, enfatizando la palabra "Luz" casi como una religión. Entendí que ser refería a nuestro Bando de la Orden del Fénix, al que yo quería regresar cuanto antes. Había aprendido la lección y esperaba volver a estar pronto entre sus filas. Después esperé la respuesta de la chica pues yo también era curiosa, también quería saber quién era su prima.

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Un discreto letrero sobre la puerta reposa para que quien lo necesitará, identificara el local, ahora si que estaba por ingresar después de tanto innecesario rodeo (? bien, el lugar esta concurrido, muy buena señal ¿verdad? no es que de verdad "le decepcionará no hallar a Anne" estaba su tía Sagitas y su prima Xell, así que era bueno al fin llegar al local ¿en donde estaría ubicado el taller? seguramente cerca por aquel característico aroma de barniz fresco, lo cual no le molesta sino todo lo contrario.

 

--Buenos días -- Saludo aunque luego le entro la duda si fue el saludo correcto, bueno, ya las jóvenes le corregirían sobre eso, en sus labios delgados se dibujo una leve sonrisa pues era una fortuna encontrar gente alegre y no las personas con caras largas que ahora abundan más por la comunidad...vaya contradicción después de que tuvo que esperar a que de sus ojos desaparecieran las huellas de esas lagrimas tristes que le brotaron después de escuchar aquella romántica canción que incluso solicito la interpretaran una vez más, como si le fascinara sufrir recordando a Cindy su gran amor...

 

El ojimiel se dirió a uno de los escaparates a mirar algunas varitas mientras atendían a la otra cliente que se encontraba frente al mostrador, sería cosa de esperar su turno y también vio guantes en exhibición, aunque no eran de piel de dragón, aún así le pareció interesante, tal vez se comprará un par negro además de la varita...

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  • 3 meses más tarde...

No recordaba cuánto tiempo hacía desde la última vez que había pisado el negocio. Acostumbrada como estaba a trabajar desde el castillo Gaunt, las únicas salidas que realizaba eran las que estaban relacionadas con su bando. Era complicado verla a la luz del día, prácticamente no pisaba la calle. Ni siquiera sabía cuándo había sido la última vez que había visto a Jeremy.

 

Se deslizó por la puerta trasera del negocio, evitando así cruzarse con cualquiera que hubiera en la parte principal. Se deslizó por el almacén y puso rumbo hacia el piso superior, caminando de puntillas con cuidado de no hacer ruido. Alcanzó el taller donde solía trabajar y se dejó caer pesadamente sobre la silla, con un profundo suspiro. Mantuvo los ojos cerrados durante un momento, y luego los abrió lentamente. Le molestaba la claridad que entraba por la ventana.

 

Se puso en pie de nuevo para correr la cortina, dejando el taller en una penumbra que la alivió durante un instante. Pero pronto notó que no le bastaba con eso.

 

Secajo.

 

La simple mención del nombre del elfo provocó que éste apareciera de repente, con un chasquido. Realizó una profunda reverencia y rozó el suelo con la punta de su larga nariz, haciendo que Anne le dedicase una mirada cargada de ternura.

 

Sí, mi ama.

 

Necesito beber algo. ¿Y si me traes una de esas botellas de vino que nos llegaron al castillo el otro día? O una botella de whisky, no tengo inconveniente.

 

El elfo se retorció las manos con nerviosismo ante aquella orden. La Gaunt frunció el ceño ante el gesto de la criatura y clavó sus ojos grises en los del elfo.

 

Secajo... sabes que me pone un poco nerviosa tener que repetir las cosas.

 

Mi ama, es que el amo Shiro... bueno, él le hizo prometer a Secajo... mi ama, es que yo...

 

Desembucha, Secajo, se me está acabando la paciencia.

 

Pero mi ama, es que usted me pidió que sirviera al amable y anciano amo Shiro, y él hizo prometer a Secajo que... bueno, verá, yo quiero obedecer a la ama pero eso sería contradecir al amo y...

 

¡¡SECAJO!!

 

¡Es que el amo Shiro me hizo prometer que no le daría alcohol a la ama bajo ningún concepto!

 

El grito de la criatura sobresaltó a Anne, que se le quedó mirando sin saber bien cómo reaccionar. Su primer impulso había sido sacar la varita y hacerlo explotar allí mismo, pero era incapaz de hacerle daño a aquel pequeño ser. Se llevó una mano a la cara y se la cubrió durante un momento, mientras resoplaba como un toro bravo. Cuando se descubrió, vio cómo gruesas lágrimas caían por el rostro de su elfo. Suspiró, con gesto de derrota.

 

Está bien, para de llorar. Ve al Tacuba y dile a Andrea que me prepare uno de esos cafés que me gustan. Ella sabrá exactamente cómo es, ¿de acuerdo?

 

El elfo volvió a realizar una teatral reverencia que le hizo arrastrar media cara por el suelo y luego desapareció con un chasquido, dejando a la Gaunt con la mirada perdida en aquella pequeña sala en penumbra.

 

 

 

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No sé qué era lo peor que reflejaba mi rostro, si la ira por los sucedido en Londres con Aaron y la destrucción de media ciudad (y su consiguiente secuestro de mi elfo) o el odio/rabia/desprecio/(y algo de miedo, no tengo porqué esconderlo) el ataque de El Inquisidor a nuestras instituciones mágicas. Todos esos sentimientos se retorcían en mi cabeza cuando entraba en la tienda de varitas.

En realidad, pocos negocios parecían intactos en el Callejón Diagon, muchos lucían cerrados o apagados sin presencia de sus dueños. Otros abrían pero casi a regañadientes dejaban entrar público. Otros, como "Las Herederas de Violeta Beauvais", parecían tener la suerte de su parte y relucía como si estuviera protegido y nada le hubiera afectado, ni bombas, ni ataques mortífagos, ni de Inquisidores de Aaron, ni siquiera una mota sucia en el cristal. Supuse que era eso, la suerte, pues otros negocios no parecían haberla tenido por un igual.

Me limpié los pies en un lindo felpudo que olía a nuevo. La tienda estaba vacía en ese momento aunque recordaba los días pasados en los que Xell o Antoni habían estado allá **, comprando). Eran malos momentos... Casi daba miedo estar allá, con aquella sensación de vacío...

-- ¡Mejor! -- exclamé, de repente, rompiendo el silencio de la tienda. -- Para lo que voy a hacer, no necesito que mis socias estén delante.

Aunque hacía tiempo que no veía a ninguna, excepto tal vez a Anne, con la que más tenía contacto, no podía olvidar que ninguna de las tres aceptaría que tomara "prestadas" un puñado de varitas ni de fundas especiales, junto a otros complementos, para la Orden. Íbamos a plantar cara al maldito Inquisidor y para ello necesitábamos varitas extra y guantes especiales, cartucheras de bolsillo, etc...

-- Naaa, mujer, que las repondré enseguida. O te las pago, mujer -- contesté en voz alta a mi imaginaria socia Anne, a quien veía gritándome por robar en la tienda para beneficio propio.

Solté una risita aguda al imaginarme a la mujer toda enfadada delante de mí, cerrándome la puerta y exigiendo que pagara una por una todo lo que estaba requisando.

La sonrisa se perdió cuando sentí el grito allá arriba, por la trastienda, o mejor dicho, en la zona superior del almacén, donde Anne tenía sus cositas privadas en las que no me metía. A ella le gustaba experimentar con maderas, núcleos y botellas de whisky de fuego. ¿Para qué iba a meterme en eso? De forma instintiva, dirigí mi mirada al techo. Aún no tenía rayos en los ojos que me mostraran lo que había allá, aunque un "homenum..."

En vez de eso, traspasé la cortina y, con precaución, avancé hacia la escalerita. Un elfo se había desaparecido, a juzgar por el chasquido que se produjo allá arriba. Ascendí y, al reconocer que la figura sentada era Anne, una sonrisa de alivio se expandió por mi cara. Entré en la zona superior, la zona privada de Anne que yo solía olvidar que era de su dominio, y la saludé con la mano izquierda. En ese momento me di cuenta que sostenía varias cajas de varitas, algunas de las cuales se cayeron al suelo, dejando ver su contenido.

-- Hola, Anne, ¡ay, demonios! Lo siento... -- Me apresuré a recogerlas y ponerlas encima de su mesa de trabajo. Suspiré, creo que me había pillado. -- ¿Por qué gritas cosas raras? ¿Qué es un Secajo?

Me acerqué a ella, parecía cansada.

-- ¿Estás bien? Estos tiempos no parecen muy sanos y... Hacía tiempo que no te veía.



(**) @@Xell Vladimir Potter Black + @@Anthony Ryvak Dracony : lamento haberos olvidado durante estos tres meses desde vuestro posteo; si queréis seguir el rol, podemos hacerlo en flashback, o dejarlo para otro momento. Gracias por pasaros.

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Anthony Ryvak Dracony

 

Hacía tiempo que tenía esa idea: comprar una nueva varita... ya había ido con anterioridad a aquel local y aunque tenía una invitación para acudir a conocer a una experta fabricante que mucho le recomendaron, decidió regresar para ver de nuevo algunas varitas que le llamaron mucha la atención... (Claro que de principio solo pasó la vista por encima de ellas pero lo pensó un poco más.. tal vez ahora dejaría llevarse por ese sentimiento escondido de vanidad...)

 

Su reloj de plata reluce sobre aquel guante negro, no es muy tarde pero si pasa de medio día, lleva aquel chaleco broqueado con hilo de seda negro, cuyo diseño solo se puede apreciar si uno observa con más detenimiento la pieza oscura sobre su camisa verde esmeralda tan liviana como suele ser la seda, su capa negra le cubre solo el hombro izquierdo, el broche de plata que la sujeta, es una fina pieza que su madrina Isy mando a fabricar especialmente para ese obsequio que dio a Ryvak hace más de seis años.

 

Las botas negras que luce, no son las usuales que utiliza, son de un fino diseño inglés que ha simple vista dan la idea de que se trata de zapatos de vestir, pero no es así, sin embargo van a tono con aquel casimir. Dracony vuelve a entrar en el local y recordando donde se exhibían las varitas que le agradaron, fue hasta donde se encontraban tendidas en un terciopelo que las hace ver más lujosas y atractivas a la vista.

 

También da un viztazo a los guantes especiales que se muestran en el escaparate y algo también bastante interesante, un bello bastón que tiene en la punta una bella figura tallada... aunque él no suele utilizar aquel tipo de accesorio, de igual manera lo admira mientras llega algún empleado a atenderle.

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Se mordió la lengua al ver que no era Secajo quien entraba al taller. En lugar del pequeño elfo, la que apareció allí fue Sagitas. Su primera reacción fue la de sonreir pero, casi inmediatamente, borró aquel gesto de su cara e intentó mantener el gesto más neutro posible. Y acababa de tirar todas las cajas de varitas que llevaba en los brazos. Resopló por la nariz.

 

Como se haya roto alguna, vamos a tener una conversación muy seria. ¿Se puede saber hacia dónde ibas con todas esas varitas, Sagitas?

 

Había intentando mantener el tono lo más tranquilo posible, pero estaba segura de que la Potter Black reconocería la molestia en su voz. Tras mantener la compostura unos instantes, decidió que podía bajar la guardia con su amiga. Las circunstancias externas le habían hecho olvidar cuánto apreciaba a aquella poderosa y simpática payasa.

 

Secajo es mi elfo doméstico, uno de ellos, y ha ido a buscarme un café. Bueno, en realidad no quería un café, pero mi padre se aprovecha de la bondad de la pobre criatura para limitar mi acceso al alcohol —explicó sin saber muy bien porqué lo hacía. Cuestión de confianza, se dijo—. ¿En serio me preguntas cómo estoy? Pues evidentemente bien. No me digas que te has preocupado por mí estas semanas... —le dijo, esbozando una sonrisa burlona—. El día que me pase algo lo sabrás, no te preocupes. ¿Qué tal tú?

 

El chasquido que produjo Secajo al aparecerse cortó las palabras de la Gaunt, que miró hacia la criatura mientras extendía la mano izquierda. El elfo le entregó un vaso de cartón lleno de humeante café cuyo aroma enseguida se extendió por toda la habitación.

 

Sagis, ¿quieres algo? Secajo te lo traerá de mi cafetería. No quiero pecar de presumida, pero servimos el mejor café de todo Londres. Aunque eso no es difícil hoy en día, dadas las circunstancias... ¿alguno de tus negocios han sufrido algún percance? ¿Tu hogar? ¿Tu familia bien?

 

Sabía que tratar aquel tema con Sagitas era jugar con fuego. Suponía que su amiga estaría preocupadísima tras los acontecimientos que sacudían la sociedad mágica en las últimas semanas, mientras que la Gaunt lo veía todo como una oportunidad que no pensaba desperdiciar. Se llevó el vaso a los labios y bebió un sorbo, mirando a la pelimalva fijamente. Escuchó ruido en la parte pública del edificio.

 

¿Hay alguien abajo? Me extraña que haya clientes, con la que está cayendo...

 

 

 

 

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Noté lo cansada que estaba cuando en vez de sonreír, dejó ver su rostro sin ningún efecto anímico, como si no pasara nada nuevo en nuestras vidas. Era una máscara estaba segura, ¿cómo podía mantenerse impasible ante los ataques de aquel Inquisidor, ante lo sucedido con Aaron y el secuestro del primer ministro muggle, ante los ataques entre unos y otros, muggles y magos, que había acabado en la intervención de la ONU y prohibición ulterior de la magia?

 

-- Vamos, Anne, que soy yo, sé que estás afectada. -- Me acerqué a ella, intentando que relajara su postura. Se había dado cuenta de la sustración de las varitas, ¿cómo no? -- Si se rompen, las arreglo yo, te lo prometo. -- Promesa vana, si yo arreglaba una varita era mejor tirarla a la basura. -- ¿Tu padre? ¿Quién es tu padre? Nunca me lo has presentado. Pero tienes razón, a veces abusas de la bebida, amiga, y haces ciertas locuras. Supongo que no has olvidado cierta gala en la que... en la que no pasó nada.

 

La miré a los ojos y me dije lo mismo que le había dicho a ella, que no podía mentirle. Así, saqué fuerzas en un resoplido y le contesté sobre el uso que le iba a dar a las varitas.

 

-- Las necesito. Todas. -- Las señalé con la mano y después volví a dirigir la mirada hacia sus ojos. -- Las necesitamos, hay que actuar contra el Inquisidor, contra Aaron, contra los que nos están atacando. Hemos de luchar contras los "malos" de esta historia y convencer a los muggles que no todos somos tan peligrosos como nos pintan. Tenemos que actuar, Anne. No podemos quedarnos quietos.

 

Apelaba al corazón de mi amiga. Sabía lo dura que podía llegar a ser cuando se empecinaba en algo pero también sospechaba que tenía un corazón justo.

 

-- Todos bien, si se puede llamar bien a este esconderse de las Naciones Unidas y sufrir ataques de un ejército desconocido que acaba de destruir Hogwarts. Todo por culpa de ese Aaron Black Lestgrange. Tengo algo pendiente con él. No te extrañe que un día lo mate.

 

Le sonreí aunque... ¿estaba bromeando o iba en serio? Como le hubiera hecho algo a Harpo. Bufé al notar voces abajo. Negué con la cabeza varias veces y asomé la cabeza por la puerta, gritando un "¡¡Ahora vamos!!"

 

-- Pues parece que hay clientes. Algo normal, tenemos que armarnos, Anne, tenemos que salir ahí fuera y combatir a ese enemigo común. Los muggles no pueden atacarnos de esa manera y...

 

¿Sabría de qué le estaba hablando?

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  • 2 semanas más tarde...

Arqueó una ceja mientras pensaba en qué pasaría por la cabeza de su amiga en ese momento. ¿Cómo podía deducir que estaba preocupada? Era evidente que lo estaba, pero no en el sentido ni de la forma que ella parecía creer. Decidió no sacarla del error, no quería que ella se preocupara más aún... o se asustara. Prefirió soltar una carcajada al escucharla decir que arreglaría las varitas en caso de que se rompieran.

 

¿Tú? —preguntó, llevándose la mano derecha a la cabeza con gesto teatral. Se llevó el vaso de cartón a la boca y bebió un sorbo. Ardía. Lo soltó sobre la mesa mientras se relamía los labios, que sentía molestos por el calor—. ¿No conoces a mi padre? Creo que os encontraríais muy interesantes el uno al otro —obvió el detalle de que no era su progenitor. Ya habría tiempo para hablar de ese tema, si la pelimalva y el anciano se conocían alguna vez. Pero le había hablado tantas veces de Sagitas que sabía de sobra la curiosidad que él sentía por aquella simpática mujer—. ¿Hablas de la gala en la que nos besamos? Lo vi sin querer en los recuerdos de Jeremy una vez... sin querer, repito. A lo mejor no fue cosa del alcohol... —añadió, guiñándole un ojo con picardía para luego soltar una carcajada.

 

Pero su gesto se endureció rápidamente cuando la escuchó decir que necesitaba las varitas. Hablaba muy en serio, tanto que se puso alerta y colocó los brazos en jarras, mientras daba un par de pasos hacia la mujer.

 

¿De qué estás hablando, Sagitas? ¿Quiénes son esos "malos"? ¿Y para quiénes son esas varitas? —sospechaba cuáles serían las respuestas, pero quería ver cómo reaccionaba ella. Las palabras "contra Aaron" aún resonaban en su mente. Aún pudo aguantar un poco más hasta que volvió a acusarle. Resopló por la nariz y frunció el ceño, dando un paso hacia ella aún con las manos apoyadas en las caderas—. Cuidado con lo que dices de mi suegro, amiga.

 

Sabía que había sonado mucho más amenazadora de lo que había pretendido en un primer momento, pero cada vez tenía más claro que debía aclarar ciertos temas con Sagitas que llevaba posponiendo años por miedo a perder su amistad. La siguió con la mirada cuando asomó la cabeza por la puerta para gritar que enseguida bajaban a atender a quien fuera que acababa de llegar, y luego miró a Secajo con gesto impasible. Ni siquiera cayó en la cuenta de que su amiga no sabría del parentesco del actual ministro con su futuro esposo.

 

Baja, y atiende al recién llegado, dile que enseguida bajamos.

 

El elfo realizó una de sus profundas reverencias y pasó como una exhalación al lado de Sagitas, perdiéndose escaleras abajo. La Gaunt clavó la mirada en la Potter Blue.

 

Tengo que darte la razón en algo. Los muggles no pueden atacarnos de esa manera... aunque yo voy un paso más allá. No deberían existir, son una especie defectuosa de la naturaleza, una aberración. Y siento decirte que no vas a llevarte las varitas que he fabricado para armar a nadie, Sagitas. Nosotras ya estamos armadas, ¿no es cierto? Si es que tú necesitas una varita, dímelo y te haré la mejor. Pero no vas a llevarle suministros a la Órden del Fénix.

 

Acababa de soltar la bomba casi sin darse cuenta. No sabía cómo ni cuándo había pasado durante su breve discurso, pero había cambiado su postura. Ahora sujetaba la varita con firmeza y mantenía el otro brazo en tensión, por si tenía que defenderse. Pero no alzó su arma contra la pelimalva, jamás lo haría mientras pudiera evitarlo. Instintivamente, se miró el antebrazo izquierdo de reojo y luego volvió a mirar a Sagitas a los ojos. ¿Había llegado la hora de confesarse con ella, quizás?

 

 

*****

 

Secajo bajó las escaleras dando saltos y tropezando entre cada uno de ellos. Quería huir de aquella sala tan rápido como le fuera posible, pero su ama no le había dado la orden. Él la conocía perfectamente, la servía desde hacía décadas, y conocía sus gestos y sus palabras. Se avecinaba tormenta, y a él le daba mucho miedo las tormentas de su ama.

 

Al cruzar el almacén para salir a la parte pública de la tienda, se encontró con un muchacho cuyo rostro le resultaba familiar. Enseguida dedujo que se trataba de uno de los "amigos" de su ama, pues ella procuraba que él conociera a todos los mortífagos, aunque fuera de vista, por si alguna vez debía buscarlos o auxiliarlos por orden suya.

 

La ama Gaunt vendrá enseguida, señor —hizo una reverencia, mostrándole una fea y desdentada sonrisa que pretendía ser amable—. Mientras tanto, Secajo puede ayudarle con lo que necesite. ¿Venía a comprar algún artículo? ¿Quizás a reparar su arma mágica? ¿En qué puedo servirle, señor?

 

 

 

 

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La sonrisa permaneció en mi rostro a pesar del desconcierto que sentía. ¿Es qué tal vez le había picado un Billywig con su aguijón y por eso estaba molesta? ¿Tal vez por qué no le había contestado sobre que le gustaría su padre? ¿O en serio estaba molesta porque recogía todas aquellas varitas para su uso propio? Tal vez no me había explicado bien cuando le había explicado para qué las necesitaba.

 

-- Pe... Pero Anne... Si le demostramos a los muggles que no somos culpables, que no todos somos como los malos que atacan sin control, que...

 

Aquella mujer era como una bomba de relojería, todo lo que decía me dejaba confundida y aún no me había acabado de explicar que ya me soltaba otra que volvía a dejarme sin contestación, titubeando y pensando en cómo contestarle.

 

-- Per... Hem... ¿Cómo...? ¿Cómo que Aaron es tu suegro? Pero... ¿Qué es tu suegro? -- Pausa para digerir la noticia: Anne salía con Jeremy. Anne tenía como suegro a Aaron, por tanto, Jeremy tenía como padre a ... ¡¡A Aaron!! No... No era posible. -- ¿Aaron es el padre de Jeremy? ¿ AARON ES TU... tu suegro...? Perdón, no quería gritar. Esto... Hum... No, espera, que cuando dije que quería matarle era... hum... sólo un poquito, no te lo tomes a mal. Es que...

 

Ahora me saltó la furia, ¿por qué no lo había sabido antes? Le podía haber pedido ayuda para rescatar a mi elfo.

 

-- ¡¡Aaron me ha robado a mi elfo!! ¡¡Sabes lo que Harpo significa para mí!! Ese elfo es como mi... mi ... -- a ver, padre no, por supuesto; como hermano, algo feo... -- mi amigo. Es mi confidente, sabe más de mi vida que yo misma que me olvido de cosas que él siempre recuerda. Es mi sombra, es mi... mi amigo. Ya sabes lo que eso significa para mí. La lealtad a un amigo es muy importante para mí. Haría lo que fuera por un amigo, lo indecible.

 

Esperaba que entendiera lo que significaba. Ella entraba dentro de ese concepto, Anne y yo, como dos cabezas de Runespoor, unidas por siempre. Bueno, sí, esa serpiente tiene tres cabezas pero bueno, la tercera ahora no importaba. Bajé un poco la voz. Ella le había dicho al elfo que atendiera las visitas, así que no quería que nadie nos escuchara.

 

-- Además, no te asustes pero creo que Aaron... tu suegro... es mortífago.

 

He aquí mi cara de pena por la mala noticia que le había dado a Anne, pobre, pero alguien debía decírselo. Y he aquí, de nuevo, por tercera o cuarta o enésima vez en un día, que mi faz pasaba a una perplejidad ante las palabras de mi amiga. Abrí la boca. Por si entraba el Billywig que la había picado (de eso estaba cada vez más segura), la cerré, pero seguía sin comprender nada.

 

¡Era Anne! ¡Ella era quien decía que los muggles no debían existir.

 

-- ¿Defec... tuososos...? -- Ahora me daba cuenta de las veces que había tartamudeado delante de mi amiga a lo largo de toda la conversación. Fruncí el ceño en un gesto claro de poco entendimiento. -- Pero, Anne. Yo... Yo he sido profesora de Estudios Muggles -- aunque en aquella afirmación no había orgullo docente sino, más bien, confusión. -- Si tú... Si te llevé al Zoo, si...

 

Dejé ese tema porque ella había dicho algo mucho más gordo. Esta vez sí, no era algo que pudiera ir negando por mucho más tiempo. Anne era... era una... ¡Una borracha! Con razón su padre le decía al elfo que no le diera alcohol! Por eso no sabía lo que decía. Y, por supuesto, eso no se lo iba a decir yo; al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta un vaso de Whisky de fuego de vez en cuando? La quedó mirando con cara de boba cuando Anne dijo que no le dejaba las varitas para la Orden de lFénix

-- ¿Por qué nooooo? -- preguntó, sin saber qué más decir. Bueno, sí, sabía muchas cosas que decir y, por supuesto, no estaba segura de que no entrara en una pataleta. -- Las necesitamos, Anne, nos estamos armando y vamos a armar a cuantos nos apoyen, así sean Squibs o muggles que quieran apoyarnos. Esta guerra va a ser cruel y... ¿Te pasa algo? ¿No quieres sentarte? ¿Es porque confieso que pertenezco a ese bando? Bueno, mujer, no voy a ser perfecta en todo, ¿no crees?

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