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Las Herederas de Violetta Beauvais (MM B: 111261)


Sagitas E. Potter Blue
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Y paso la punta de su lengua por sus labios... ese sabor desagradable además de la resequedad de su garganta le incomodaba... pero no es del tipo de magos que bebe licor cuando siente esa rara sensación en su cuerpo... no él es muy distinto... diferente al resto de personas que conoce...

 

Ahora recuerda bien porque dejo el local de Ada para visitar en segundo lugar... porque a ella no la conoce.... al menos a Anne si que la aprecia. De siempre le ha gustado leer y asistir a las clases mágicas y desde el inicio su inclinación estaba por la historia mágica, cierto que cuando Reacón le menciono que él era mago, no le creyó de inmediato... pero con el tiempo empezó a creer que tal vez era verdad... verdad que es un portador de magia porque sus padres fueron magos... y siempre tuvo ese gran interés por la asignatura, la que curso cuatro veces seguidas debido a la extraordinaria y notable habilidad de Anne para inspirarle esa pasión...

 

Esa sonrisa sabía agria, porque pensaba en las amigas... Anne y Sagitas... ¿A quien estimaba más?....

 

-- Pero Anthony, tú no eliges la varita. Ella te elige a ti. Anda, mira, coge esa de tu derecha y mira a ver si funciona, muévela, haz florituras... Haz un Finite Incantatem y quítame una cuerda a ver si te sale bien...

 

Su rostro cambio por ese gesto de enfado... nunca había comprado una varita... la que Reacón le dio, era la que usaba... primero no tenía dinero para comprar una, luego se aferro a esa porque creyó que era de su madre, ahora había crecido la duda de que podría ser de su padre... seguía enojado con él, al igual que con su madre... odiaba el recuerdo de ambos.

 

Lo dicho por Sagitas le ofendía... era notorio que ignoraba ese detalle..."Ella te elige a ti"... la furia se apodero al instante de él y tomo la primera varita a la que le puso los ojos miel encima... unos ojos en los que un destello rojizo cruzo repentinamente... -- ¡¡Confringo!!

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Me tiré el suelo.

 

Por supuesto, las cuerdas en las manos y en los pies dificultó un poquito el poder esconderme de aquel montón de piedra de las paredes, estuches de varitas, esquirlas de madera, terciopelo rojo volando por todas partes... Varias varitas cayeron a mi alrededor y rodé hasta tener una al alcance de la mano. Sonreí en medio del polvo al sentir el tacto rugoso de una madera entre mis dedos. Pero apenas la rozaba cuando sentí el peligro. Vi caer algo del techo y parpadeé, asustada, al darme cuenta que no iba a poder esquivarlo. Y en ese parpadeo, sin pensar, por puro instinto, pensé en un Salvaguarda Mágico que me ofuscó a tiempo de que aquel pedazo de losa me traspasara. Rodé de nuevo y me arañé el cuerpo con los cascotes.

 

-- ¿Pero a dónde apuntabas, so bruto? -- le grité a Anthony, gateando para alejarme del lugar del techo conde había impactado su hechizo. -- ¡Cuándo se entere Beltis, nos mata!

 

Pero después le miré y noté que algo no funcionaba bien. Estaba tenso y creí notar que era algo que iba más allá de la explosión que había causado en la parte superior del negocio. Ahora que me fijaba, hasta podía ser que fuera de antes. Tan preocupada con mi pelea que no había notado que le pasaba algo.

 

-- Sobris... ¿Te encuentras bien? -- Me levanté y me sacudí la ropa, llena de polvo de cal originado en la explosión. -- Si es por la varita, no te preocupes, hombre. Está claro que ésta no es la más conveniente. Mejor elige otra.

 

Y le señalé una que aún quedaba bien puestecita en el mostrador. En esa visión, noté mi dedo señalando. Y detrás de mi dedo, mi mano. Sonreí y me giré hacia Anne.

 

-- Anda, Anne, mira... -- Mi sonrisa pasó de ser agradable a ser irónica. -- Mira tú por donde que me he librado de tus cuerdas... Y mira... ¡Cuántas varitas al alcance de mi mano...! -- Creo que me reí. No la definiría como una sonrisa divertida sino más bien nerviosa. -- ¿Qué... ? ¿Ayudamos a Anthoni a elegir la varita que le conviene y... aparcamos... nuestra diferencia de opiniones por un momentito?

 

Y dejé la mano derecha sobre un par de varitas que habían quedado de cualquier manera en el mostrador, movidas por el efecto de la explosión. Por supuesto, no me iba a dejar agarrar de nuevo, ahora tenía un duplex con la que defenderme.

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Anne intentó guardar la compostura, aunque la situación se estaba complicando. Anthony había ido a comprar una varita y Sagitas ahora se dedicaba a aconsejarle y a opinar al respecto, aún atada con tres gruesas cuerdas que no cederían ni un ápice en aquella presión. Puso los ojos en blanco y se acercó al muchacho, fulminando a la pelimalva con la mirada.

 

Cállate, cállate, déjame que se lo explico yo porque tú vas a armar un desbarajuste. Además, nada de quitarle las cuerdas a nadie —advirtió, dirigiéndose a ambos. Para poder encontrar una varita que se ajustara correctamente a él debía medirle el brazo, examinar cómo movía el codo y la muñeca, ver la distancia que había entre sus hombros... un sinfín de detalles que no podía pasar por alto.

 

Pero el chico escuchó, para su desgracia y la de todos los presentes, las palabras de Sagitas y tomó la primera varita que vio a mano. Y la probó. ¡Vaya si la probó!

 

¡Cuidadoooooo!

 

Volvió a invocar las necrohans, pero esta vez a su lado para que la cubrieran. Una de las estanterías que había pegadas a la pared se vio afectada y cayó hacia adelante, armando un gigantesco escándalo y haciendo que todo lo que contenía (varitas, libros y demás artículos) se desparramaran por la tienda.

 

Miró a Anthony con los ojos abiertos como dos platos.

 

Mejor suelta esa varita, hijo, porque evidentemente no es la que necesitas.

 

Se giró para ver si Sagitas estaba bien, allá en su taburete, y vio que estaba de pie, desatada... y armada. El poco color de sus mejillas se desvaneció de un plumazo.

 

Ni con seiscientas varitas en tu poder saldrías con vida de esta tienda si se te ocurre atacarme. Así que... —calculó sus posibilidades, porque sabía perfectamente el poder que tenía Sagitas. No estaba tan segura como decía de poder vencerla... al menos no tan fácilmente—. Está bien, pero suelta todas esas varitas, Sagitas. Ninguna es la tuya... ¿sabes el trabajo que lleva fabricarlas? No, evidentemente no, porque la que se parte el lomo en el taller soy yo. Así que suelta eso, ayudemos a Anthony con su compra y luego... sí, luego ya seguimos hablando.

 

Hizo que las necrohands que la habían protegido un instante antes se ofuscaran y dejaran de ser visibles, pero seguían ahí preparadas por si tenían que cubrirla. Luego se giró hacia el muchacho y movió ligeramente su varita. De un cajón del mostrador salió un metro y comenzó a tomarle medidas.

 

Bien, veamos. ¿Con qué mano sujetas la varita, Anthony? ¿Tienes tendencia a agarrarla con fuerza o con delicadeza? Eh, eh, ¡¡eh!! Ahí donde yo te vea, hoy tenemos que estar juntas como si fuésemos siamesas, amiga —añadió con tono mordaz, mirando de reojo a Sagitas. No podía perderla de vista ni durante medio segundo.

 

 

 

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Y una de las dos brujas que quiere el ojimiel le grito...o las dos... no pudo diferenciar bien quien lo hizo primero... ¿Fue Anne? un grito de advertencia que no siguió ciego de ira...

 

....Y el estallido le dio "en su cara"....uno de aquellos fragmentos que no vio con claridad le golpeo en la frente... era algo pesado, sabe si fue madera o alguna roca, no supo porque cerro los ojos instintivamente...¡Vaya mago!... pero algo así no le había ocurrido con la varita "Cobra" era algo... desconcertante...

 

Sujetaba la varita aún, al abrir los ojos pudo mirar los destrozos... eran varios y Anne se había protegido justo a tiempo...¡horror! ¡Eso no pensó! No...no pensó en las consecuencias, solo fue controlado por su furia...la que le bajo de golpe a los pies...al menos de momento... se quedo quieto mirando la varita en su mano...

 

Le dolía la punta de la lengua...tal vez por el golpe sobre sus dientes...que raro...trago saliva, Sagitas le decia algo

 

-- Sobris... ¿Te encuentras bien? Si es por la varita, no te preocupes, hombre. Está claro que ésta no es la más conveniente. Mejor elige otra.

 

La escuche pero era como si yo estuviera en el interior de un cono que hace llegar el sonido de su voz en diferente volumen...luego gire la cabeza para mirar a Anne, ella estaba asustada, sus ojos miraban algo aterrados, lo que me menciono me paralizo...

 

Mejor suelta esa varita, hijo, porque evidentemente no es la que necesitas.

 

Nadie me había llamado nunca así...bueno, Reacon me lo dice en sus cartas, pero no es lo mismo cuando se escucha... casi mecánicamente obedecí, aturdido, aún resonaba en mis oídos y en mi interior esa palabra: "hijo"....baje la vista mientras captaba las diferentes emociones que se agolpaban, las sentía en mi piel, en los latidos de mi corazón, en el pecho, en la frente y curiosamente también en las piernas que me temblaban...solo de eso fui consciente mientras ellas hablaban entre si.

 

Junte los labios y mientras los apretaba sentía un regocijo nacido por aquella frase de Anne. Su voz me hizo "despertar" de aquel estado de trance:

 

Bien, veamos. ¿Con qué mano sujetas la varita, Anthony? ¿Tienes tendencia a agarrarla con fuerza o con delicadeza? Eh, eh, ¡¡eh!! Ahí donde yo te vea, hoy tenemos que estar juntas como si fuésemos siamesas, amiga.

 

--Eh...bueno, usualmente con la derecha, aunque estoy practicando también con la izquierda. ¿sujetarla? oh, si, acostumbro de tomarla con mucha firmeza siempre, debo tener la intención de cambiar si pretendo algo sutil, pero definitivamente mi tendencia es a agarrarla con fuerza...

 

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Sonreí, algo divertida, al darme cuenta que las dos estábamos haciendo un toma-y-daca con Anthony. Al menos, las dos coincidíamos en que aquella varita no era buena para él, aunque me hubiera ayudado muchísimo.

 

-- Mujer... No necesito seiscientas varitas para defenderme, con una me basta y lo sabes. -- Sí, lo sabía ella y yo, pero ambas sabíamos que ninguna de las dos saldríamos bien de ese encuentro si se torcía. Moví la varita hacia el perchero y mi bolso se abrió, dejando salir mi querida "Nera Pinnea", el nombre con el que había bautizado a mi querida maderita tan especial. Pero eso es otra historia. Otro día la cuento. -- ¡Tranquila! Sólo quiero mi varita para hacerme un moño en el pelo. ¿Ves? Ya dejo la propiedad común, para que no te quejes después que uso material de la tienda para mis usos particulares. Siempre dices que eres tú la que trabajas, ¡cómo si yo no hiciera nada en el negocio!

 

Por supuesto, no me la puse en el pelo sino que la sujeté con fuerza. Por mucho que "confiara" que Anne no haría nada, de momento, quería estar cómoda con mi propia varita en la mano cuando éste llegara.

 

-- ¿Ahora quieres que seamos siamesas? ¿Quieres que te sujete el metro y te pase alfileres mientras le tomas las medidas a Anthony? -- por supuesto, ella ya no podía quitarme la varita y yo no iba a usarla si no era necesario. Ahora, unos minutos más tarde del susto inicial, me empezaba a divertir. Si quería hablarme de sus... "excentricidades" sería en un terreno en el que no me tuviera maniatada ni callada. -- ¿Siamesas de cabeza o de cadera?

 

Hice un pequeño movimiento con la cadera intentando chocarla con la de ella, en un acto que para mí era gracioso. Esperaba que ella se lo tomara igual y no empezara a lanzar hechizos a diestro y siniestro.

 

-- No te he dado un cabezazo -- avisé con una sonrisa. -- Entonces, ¿sujetas la varita con firmeza?

 

La pregunta iba hacia Anthony, aunque una leve mirada y una sonrisa aviesa se cruzó con la de Anne, por si entendía el doble significado de la frasecita. Estaba en una sensación digamos agradable, a pesar de las manos presentes en algún sitio. Sabía cómo funcionaba aquel hechizo aunque a mí nunca me había salido cuando había estudiado la teoría en un libro prohibido que, digamos, había caído en mis manos por casualidad. La piel de gallina me indicaba que estaban allá, cerca, acechando, aunque no las viera. Sólo pensar que pudieran estar allá me provocaba que se me erizara el vello.

 

-- ¿Intentas sujetarla con las dos manos? -- Eso me sorprendía. Era cierto que yo era ambidiestra y podía escribir con las dos manos y en momentos de peligro había usado la mano que primero tocara la varita pero... ¿practicar? -- Pues es buena idea, ¿no crees, Anne? ¡Ay, Diosa!

 

Me acerqué más a él, olvidando toda precaución. Le puse el dorso de la mano en la frente. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

 

-- ¡Pero si tienes un chichón enorme! ¡Y está caliente y palpitando! ¿Te duele? -- Pregunta tonta, por supuesto. -- Accio Silla.

 

Le hice sentarse, no se puede estar de pie con semejante golpe en la cabeza.

 

-- ¡Anne! ¿Tienes alguna poción por ahí dentro? -- O podía usar mis poderes de sacerdotisa pero... Ella era de los otros y no quería mostrar mis poderes particulares así a la ligera.

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Aquella cinta delgada que Anne manipula con su varita, se mueve más veloz y de forma por demás impresionante. El ir y venir de la cinta, deja al joven mago desconcertado, pues cuando le tomaron medida para la capa no hubo tanto desplazamiento por el largo de su cuerpo.

 

Esbozo una sonrisa, no le explico a la pelivioleta que Elvis le había quitado la varita en el duelo que tuvo con él, pero si ha tenido conocidos que opinan que es muy conveniente ser ambidiestro y por esa razón, se decidió a practicar con la mano izquierda, no sobran las precauciones.

 

Seguía sintiendo todas aquellas sensaciones en mi cuerpo: un hormigueo general, palpitaciones que las sentía en mi piel, los latidos de mi corazón golpeando en el pecho, fuertes punzadas en la frente y curiosamente también las piernas me temblaban.

 

No había prestado tanta atención a lo que sentía, como podía permanecer de pie sin mareo, creí que todo estaba bien, solo un poco de dolor..Sagitas se acerco a mi, acerco de quien sabe donde, una silla y me indico que me sentara...

 

--Me duele pero no tanto, voy a estar bien, supongo que un poco de hielo ayudará a que se elimine la hinchazón, fue mi culpa por elegir ese hechizo...

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  • 2 meses más tarde...

MESES ATRÁS ~.

 

Se veía a todas luces que la situación se había ido de madre. La Gaunt observó, estupefacta, cómo Sagitas trataba la herida de Anthony mientras el metro seguía tomando medidas aquí y allá, con un movimiento hipnótico que le recordaba al de una de las culebrillas que había visto en el pantano donde había perfeccionado sus conocimientos de pársel junto con el arcano Lawan. Escuchó de milagro la voz de la Potter Blue, que la urgía a colaborar a sanar aquella herida del Ryvak.

 

Sí, sí tengo algo en la trastienda. Dadme un segundo.

 

No le hacía gracia dejarse a la pelimalva sola en aquel lugar, pero tampoco tenía mucha opción. Así que, sin perderla de vista hasta que atravesó la puerta que daba al almacén, se dirigió hacia una estantería donde había un maletín de cuero oscuro muy desgastado. Apoyó la punta de la varita en él y los cierres mágicos se activaron al instante. Examinó varios frascos, alzándolos para examinarlos al trasluz y, al hacerlo, se percató de que había un pedazo de pergamino clavado con un puñal en la pared. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras examinaba el pergamino sin leer nada, en busca de algún sello o firma. Nada más verlo, sintió que se le retorcía el estómago. "Demonios, me han encontrado", fue lo único que alcanzó a pensar antes de que su mente comenzara a bullir como una olla con caldo al fuego.

 

Se dirigió rápidamente hacia la parte donde estaban Sagitas y Anthony. Les tendió el ungüento que había sacado del maletín.

 

Aplícale esto en la herida, Sagitas, es un cicatrizante con propiedades desinfectantes. En doce horas estará como nuevo. Y... Sagitas —intentó agarrarla del brazo con suavidad, pero pareció arrepentirse en el último momento, dejando la mano en el aire con gesto vacilante. Finalmente la dejó caer—. Cuida del negocio hasta que regrese, por favor. Si alguien de mi familia viene a preguntar por mí, diles que no sabes nada. No hables a nadie sobre lo que ha pasado hoy, por favor. Y sobre todo... —ya se iba alejando, de nuevo hacia la trastienda—... cuidate tú.

 

Dirigió una última mirada a la pelimalva y notó que se le formaba un nudo en la garganta. No estaba muy segura de si volvería a verla alguna vez.

 

 

 

ACTUALIDAD~.

 

Las botas rechinaron en el suelo cuando el hombre, de casi dos metros de altura, se detuvo junto a la puerta de aquella tienda del callejón Diagon. Alzó sus ojos negros por la fachada y estos se detuvieron en un amplio ventanal del piso superior. Era tal y como le habían descrito. Empujó la puerta sin contemplaciones y ésta se chocó contra el tope del suelo con un ruido sordo. Luego caminó por la extensión de la tienda mientras intentaba grabar cada detalle del lugar.

 

Llevaba una capa de aspecto pesado y color parduzco que le cubría practicamente todo el cuerpo, aunque bajo ella se adivinaba una túnica oscura ceñida por un fajín del mismo color. Sus ojos oscuros se veían a través de unos mechones de pelo canoso que le caía hasta la altura de los hombros, grasiento y descuidado. Le faltaban varios dientes y, los que tenía, se veían amarillentos y torcidos.

 

En vista de que nadie salía a atenderle, dio un par de golpes en el mostrador. Pero como no sucedió nada, se limitó a sacar un pedazo de pergamino con un dibujo. Lo apoyó en el mostrador y, acto seguido, lo atravesó con un puñal. A pesar de ello, el dibujo de una montaña de galeones eran perfectamente visible, así como el sello que coronaba aquel extraño mensaje. Acto seguido, el misterioso hombre desapareció.

 

 

 

 

 

 

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  • 4 meses más tarde...

Con las luces apagadas, en la parte superior del local, normalmente de dominio exclusivo de Anne, miraba a un punto no definido de la pared del fondo, pensativa. Mucho había sucedido desde que ella y yo habíamos tenido aquella conversación. LA CONVERSACIÓN.

 

Anne se había ido y la había dejado al cargo del negocio. En un principio, todo lo sucedido aquel día me produjo una sensación de pena por ella, por sus ideas, por su creencia de que se movía en el terreno correcto. Toda aquella certidumbre de que se equivocaba se había ido diluyendo con el tiempo y sólo me quedaba la sensación de vacío, de ausencia. Seguía pensativa, viendo pasar el tiempo, reflexionando en ella. Aunque no sólo en ella. Muchas cosas habían sucedido en aquellos meses, cuatro meses ya, y mi propia firmeza se tambaleaba.

 

-- ¡Qué razón tenías, amiga! Debía cuidarme yo...

 

Mi murmullo rompió el silencio y las maderas viejas de las vigas parecieron protestar con gemidos lastimeros, por haber violado la tranquilidad de la tienda. No hice caso y seguí mirando las tinieblas, petrificada en aquella silla incómoda que empezaba a dejar su huella en mi trasero, varias horas allá aposentado. Mi único movimiento era el respirar de forma lenta y calmada, todo lo contrario de mi mente, que se movía a velocidad imparable en pensamientos que, meses atrás, me escandalizarían al considerarlos.

 

Hasta que sentí el ruido. Mi reacción fue lenta, sólo mis ojos giraron hacia aquel sonido duro e impactante, que rebotaron en el silencio de la tienda. Alguien o algo había dado contra la madera del mostrador. Tras el sonido de la puerta al cerrarse, me levanté y avancé, poco a poco, hacia la escalera. Por un momento, el pensar que era Anne quien regresaba me alegró por dentro. Sabía que ella me aconsejaría sobre cómo combatir mis demonios internos. Pero duró poco, en cuanto vi aquel puñal labrado sobre un pergamino.

 

Negué con la cabeza. No entendía lo que veía, no lograba situar el sello que coronaba el mensaje y el dibujo del montón de galeones tampoco me daba pistas. Pero... no me gustaba.

 

¿Dónde se había metido @@Anne Gaunt M.?

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  • 2 semanas más tarde...

Nunca había sentido que las calles de Londres fueran tan amenazadoras como en aquel momento, ni siquiera mientras estaba inmersa en la guerra contra la Orden del Fénix. Qué lejos quedaban ahora esos momentos. Aquel recuerdo la hizo pensar en su gente. ¿Qué habría sido de todos ellos? Había puesto distancia entre ella y aquel país con tanta celeridad que ni siquiera se había despedido de su prometido, hijos y amigos. Ni de su padre. Sintió una pequeña punzada de dolor en el pecho que intentó ignorar y siguió caminando con la cabeza agachada. Conocía aquellas calles como la palma de su mano y, aún así, veía en todas partes locales o personas que jamás se había cruzado. ¿Cuánto cambiaban las ciudades en unos meses?

 

Pasó por la puerta el Café Tacuba y se sorprendió al verlo cerrado. Frunció el ceño y tuvo que obligarse a continuar caminando si no quería llamar la atención. Pensó en el Elviris Pub, y también en el Ramen Kingdom. Debía ponerse las pilas si quería recuperar sus negocios... pero ahora era otro el que la preocupaba. Allí era precisamente donde la habían encontrado.

 

Justo cuando giraba una esquina para enfrentar la fachada de la tienda de varitas, tuvo que retroceder de un salto. Dos figuras encapuchadas aguardaban frente al edificio, y un tercero emergía del interior. Juntos, tras echar un vistazo a la calle, desaparecieron con un chasquido repentino dejando el lugar en silencio. El corazón de la Gaunt, que parecía haberse olvidado de latir durante unos instantes, se reactivó de forma brusca haciendo que sintiera un pinchazo en mitad del pecho.

 

"Sagitas... ay, Sagitas, Sagitas, Sagitas...", pensaba a toda velocidad mientras caminaba hacia el local. Entró como una exhalación, empujando la puerta con tanta fuerza que esta crujió.

 

¡Sagitaaaaas! —bramó—. ¡¡Sagitaaaaaaas!!

 

Se detuvo en la entrada, aunque dejó caer la puerta para cerrarla de nuevo. Ella estaba allí, y miraba hacia un punto concreto con gesto preocupado. Sus ojos grises se desviaron siguiendo aquella dirección y se posaron sobre el puñal clavado en la madera. El nudo que tenía en el pecho amenazó con ahogarla y se bajó la capucha lentamente para descubrirse la cabeza, como si así pudiera aliviar la presión. Su pelo plateado, corto y despeinado, pareció surgir de la tela casi con alegría. La Gaunt había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba sin quitarse la capa en presencia de otro ser humano. Tenía unas profundas ojeras oscuras que destacaban sobre su piel clara, así como algunos cortes en la cara que aún no habían terminado de sanar. Agradeció que la capa no permitiera ver el resto de su cuerpo, que se encontraba en condiciones similares a su cara.

 

Corre, vamos al almacén. O arriba. Sagitas, ¡vamos! Tenemos que hablar, tenemos que... —se percató de repente de que el aura alrededor de la pelimalva no era la misma de siempre. Casi parecía... era como si...—. ¿Estás... estás bien? Vamos arriba, te debo una disculpa. Y una explicación. Aunque creo que no soy la única que tiene algo que contar, ¿verdad?

 

 

 

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El ruido de la puerta no llegó a sobresaltarme tanto como el grito de mi amiga al entrar por ella y llamarme como si mil demonios la persiguieran. Me costó algo reconocerla cuando se quitó la capucha y su cara emergió de entre la tela. Lucía desmejorada, con ojeras y piel algo ceniza, de quien ha visto poco el sol, aumentado por la tensión de la preocupación que deformaba sus facciones. Era ella pero... ¡era tan poco ella!

 

Bueno, imposible decir que no era ella cuando gritaba mi nombre y casi me impelía a salir de delante del mostrador y huir hacia la zona superior. La miré muy brevemente y cedí a su premura. Como ella bien decía, me debía alguna explicación y, en cierta manera, yo a ella. Necesitaba saber porqué la visión de aquel puñal y el dinero sobre la madera la había desquiciado tanto como para querer escondernos, casi más que saber porqué desapareció así, sin dejar nota. Sobre mí, lo que quería contarle, podía esperar aunque una pequeña ascua dentro anhelaba contarle "mi secreto" y ver su cara cuando lo supiera.

 

Pero eso podía esperar.

 

-- Mujer, mujer, no empujes... ¿Por qué...? ¡Ay, sin empujar, leñes! ¡¡Anne...!!

 

Sí, seguí así, protestando, hasta que subimos a la zona del altillo, donde ella guardaba su taller de fabricación de varitas, tal como lo había dejado el último día que estuvimos juntas, el día de su confesión. Conseguí cerrar la puerta y un sello mágico aisló el lugar del exterior, un pequeño truco que había aprendido para evitar escuchas, más efectivo aún que el anillo mágico uzza que preservaba de espionaje.

 

-- A ver, Anne... -- ¿Qué decir? ¿Por dónde empezar...? -- Hum... ¿Te has cortado el pelo?

 

Quería pedirle un abrazo pero no me atrevía. Tenía un aspecto extraño y no sabía decidirme si daba miedo o merecía atención médica.

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