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Las Herederas de Violetta Beauvais (MM B: 111261)


Sagitas E. Potter Blue
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Desde mi tienda de la librería sentí varias veces aquella campana que entorpecía el silencio de los que estaban en la biblioteca, estudiando para sus deberes escolares. Aunque  cerré la puerta, el sonido seguía repitiéndose una y otra vez, de forma tan insistente que acabé perdiendo la cabeza. Dejé a un elfo al cargo de la librería por si acaso, aunque no había ningún cliente desde hacía días. Se notaba el peso de la inflación y que la gente no estaba para compras, habiendo tantos problemas en la distribución de comida, ¿para qué comprar libros o revistas? Salí de la tienda tranquila porque sabía que él se haría cargo y no habría ningún problema. Si no volvía a tiempo, él mismo se encargaría de cerrarla.

Seguí el ruido de la campanilla molesta. Caminar por Diagon daba pena, muchos negocios cerrados y, los pocos vacíos, apenas con gente que se parara en sus escaparates. El ruido se hacía cada vez más cercano a medida que me acercaba a la única tienda abierta de ese lado de la calle: la tienda de varitas de la tía violeta, o sea, de Sagitas. Suspiré, tenía que habérmelo imaginado. Sólo ella metería tal ruido cada vez que se abriera su puerta.

Abrí la puerta con algo de fuerza y casi dio contra la pared del impulso. En el interior estaba la prima @ Helike R V PB  junto a la  tía Sagitas, parecían cuchichear algo ininteligible. 

- ¿Otra vez bebiendo, tía Sagitas? Desde que frecuentas cierta taberna en La Marca, que te has olvidado de la bebida natural - dije, tras haber cerrado la puerta e impedido que entrara nadie, ni el viento ni una oreja de esas que podían escuchar cualquier cosa. - ¿Por qué hacéis tanto ruido? Os oía desde allá mi tienda, y estoy bien lejos de ésta. Creo que deberías de ser más considerada con los otros negociantes y no dar tanto escándalo, tía Sagitas.

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Levanté una ceja con algunas de sus palabras. Ella conocía bien como picarme y lo estaba consiguiendo, pero ahí había ido a hacer negocios y no a armar broncas. Suspiré cansada.

- Cómo se nota que de política no tienes idea Sagitas - dije con una sonrisa y negando con la cabeza- aquí en Reino Unido usamos lechuzas, en Italia, allá para comunicarnos usamos cuervos, hacen la misma función de enviar correos - comenté con una aclaración- y tosí para aclarar la garganta - protesté por lo bajo.

<< Café o lo que tengas mujer - sin poder evitarlo solté una carcajada. Me sorprendió que sacara whisky, aunque ella tomase a sorbitos me sorprendía porque era yo, en la familia la que más bebía whisky de fuego y, a decir verdad, se me hacía raro- últimamente estás bebiendo mucho alcohol tía - comenté con cierta preoupación - no es normal en ti, la verdad, pero no despreciaré ese trago - tomé el vaso y me serví un poco.

- El Clan Vulturi gobierna en todas las comarcas italianas. Cada comarca tiene un gobernador propio enviado por nuestro clan. Dependiendo de los vampiros y familias que haya en cada zona tenemos más o menos soldados. Por eso decía que, lo de encargar los uniformes y capas era mejor ir a un lugar aquí en Londres y enviarlas todas allá. Y de las varitas he venido aquí por ser tu parte de la familia... Me dieron un lote de dos mil galeones pero yo puedo poner más. En cuánto me den más información te la pasaré mediante lechuza para que empieces a fabricarlas...

Justo estaba dando un sorbo a mi bebida cuando, de repente, un golpe fuerte se escuchó en toda la tienda, casi me atraganté y escupí todo el alcohol. Maldije por lo bajo y susurré un lo siento a mi tía. Saqué la varita y limpié las zonas en dónde había manchado.

- Pero, ¿quién demonios? -pregunté furiosa, apuntando mi arma a la persona que había entrado- ¡Xell! ¡Por los siete infiernos! - protesté otra vez- un poco más y te maldigo mujer - guardé mi varita mágica en el bolsillo mientras hablaba de cierto ruído- cosas del timbre de tu tía... Yo ya se lo he dicho pero qué quieres que le haga - comenté, elevando mis hombros- y ¿tú por aquí? ¿Has visto como está el callejón, verdad? - pregunté a mi prima - está más triste que de costumbre, entre los decretos de ésta mujer el maldito sacerdote ese y la economía, la cosa va como va... - bufé por lo bajo y rellené nuevamente mi copa con más bebida -eso le dije, últimamente esta bebiendo demasiado y eso sí que es raro... 

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  • 9 meses más tarde...

Mucho tiempo hacía que no había entrado en aquel negocio. Hoy hacía unos diez meses que había estado allá con mi prima. La de hoy no era una visita de placer. En realidad, venía a traerle un mensaje a mi tía,  como Lugarteniente en funciones de La Marca. Provenía de otros lugares de Inglaterra que apoyarían un cambio de gobierno, aprovechando la situación actual de las próximas elecciones a Ministro de Magia. Llegué a Ottery cubierta con mi capa roja, muy llamativa, sobre un jersecito de lana gris oscuro, casi negro, una falda cortita de cuadros negros y grises, tipo escocés, con unas media de lana negra que abrigaban muy bien, con unos botines oscuros de tacón cuadrado, casi planos. Siempre me había molestado ser tan alta, por ello lucía siempre poco o nada de tacón.

Llegué a la fachada del negocio. No parecía haber cambiado nada desde la última vez que estuve. El mismo mostrador, las mismas cajas que contenían varitas, los mismos  objetos de ornamentación, el mismo polvo... Se notaba que hacía tiempo que nadie se pasaba por el lugar. Arrastré un par de hojas secas al entrar al negocio y bajé la capucha de la capa, para que mi tía me viera bien la cara.

- ¡Qué mal está el Callejón Diagon! Tantos negocios cerrados... ¿Tú no tenías socios en este negocio? Qué mal que esté abandonado...

Aquí se acabaron mis quejas, me envaré un poco porque,  aunque fuera la tía, era lo más parecido a una líder que teníamos en este momento en el bando.ç

- Traigo información... 

Esperé que me dijera dónde nos reuníamos para compartirla. No creo que ahí en el medio del negocio y delante de la puerta, fuera un lugar apropiado.

 

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  • 2 semanas más tarde...

Andaba con calma por la calle, sumida en sus pensamientos y sin prestarle atención al camino que recorría. ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que había pisado aquel lugar? ¿Años, quizás? Había letreros, gente y ambiente nuevo, en general. Se dejó llevar por un grupo de transeúntes que se detuvo ante una cafetería, y alzó la vista casi con temor. Se relajó al no reconocer el nombre, y recondujo sus pasos para alejarse de aquel local. 

Sintió que una anciana la miraba y se tapó mejor con la capucha, dispuesta a no encontrarse con nadie conocido hasta que hubiese hablado con los suyos. ¿Seguirían allí? ¿La recordarían, si quiera? Pensó en sus hijos, a los cuales había dejado con su padre sin ninguna explicación. Seguramente ahora la odiarían. Jeremy se habría ido con otra, y sus amigos se habrían olvidado de ella. 

Y lo peor era que sentía que se lo merecía. 

Volvió a detenerse cuando un edificio le resultó demasiado familiar. "Las Herederas de Violetta Beauvais", leyó. Sintió un escalofrío, y no supo determinar si era de pesar o de emoción. ¿Estaría Sagitas alli?

La última vez que la había visto, ésta le había confesado su cambio de pensamiento y apoyo en aquella guerra mágica que se había alargado durante décadas en el país. Pero no habían tenido tiempo de ponerse al día de todas las novedades antes de que la Gaunt volviese a sentir que tenía que escapar de todo.

Con un profundo suspiro, Anne alzó una mano para empujar la puerta y entró en ella con la vista clavada en el suelo. Para su sorpresa, una mujer cubierta con una llamativa capa roja que parecía esperar a alguien también. La reconoció pronto, era Xell, la sobrina de Sagitas, y justo la escuchó hacer un comentario sobre lo abandonado que estaba el local. Sin descubrirse, se cruzó de brazos tras ella mientras esperaba a su amiga. 

— Deben de ser unos socios muy irresponsables, desde luego... 

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  • 1 mes más tarde...

-- Inventario, ¿por qué m... narices voy a hacer inventario? Si hace meses que no vendemos una varita, ni una simple gamuza para dar brillo -- murmuré, enfadada, sentada en el suelo del altillo, desde donde movía cajas con la varita, las atraía hacia mí, contabilizaba el contenido y la volvía a colocar en su sitio. -- Si no hay variaciones desde el último que hicimos.

Que, por cierto, había sido cuando Beltis aún era nuestra colaboradora. Suspiré, aún echaba de menos aquellos tiempos en que las cuatro socias nos reunimos para abrir una tienda que, no por sus beneficios, eso estaba claro, mantenía abierta a pesar que ahora sólo quedábamos dos de ellas. Gruñí al recordar la última vez que estuve en la tienda y sin vender un sólo artícul0, sólo charlando con mis dos sobrinas. También recordé el enfado con @ Helike R V PB  y su insinuación de que no entendía de política.

-- ¿Cómo que no si fui Primera Ministra? -- le había contestado en su momento. Aunque tampoco le dije que eso no me daba mucha credibilidad, eso lo guardé para mis adentros. Aquella mujer siempre conseguía sacarme de los nervios. Por cierto, desde aquella vez, poco la había visto de nuevo.

Ahora, la situación había cambiado bastante. Los negocios aún no se fiaban de los cambios acaecidos con el nuevo Ministro y encima, aquel anuncio de La Purga... No me gustaba la idea. Tal vez soy muy tradicionalista, pero como líder de bando, no podía negar a los míos que "jugaran un ratito".

Así que yo decidí ir a proteger el negocio, con la pinta de abandono que tenía, capaz que lo destrozaban más aún si lo veían mal cuidado. Es por ello que me encontraba allá cuando sentí la voz de @ Xell Vladimir Potter Black primero y después la de otra mujer. Durante unos instantes permanecí así, sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, sin saber quién era hasta que un destello me hizo soltar un gemido al reconocerla.

Me mordí los labios y permanecí un par de segundos más sentada en aquella postura, intentando comprobar que era ella, que no me confundía. Después salí corriendo y bajé la estrecha escalera de madera tan deprisa que los últimos escalones los hice resbalando la suela de mis bambas por ellos. No sufráis, no me maté. Tampoco me hubiera dado cuenta con el corazón latiendo a mil.

-- Irresponsables... -- repetí, sin saber qué decir, hasta que me tiré a sus brazos. -- ¡Hola, Anne! ¡Ay, sí, eres @ Anne Gaunt M. , sí, sí...! Tengo mucho que contarte.

Me separé de ella y carraspeé.

-- Hola, Xell, esto... ¿Qué tal?

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